CASA DE ARAGÓN EN SEVILLA: COMARCA DE CALATAYUD4
El distrito musulmán de Qal’at Ayyub
AGUSTÍN SANMIGUEL MATEO
A los pocos años de la muerte del Profeta, la expansión
del islam fue de una velocidad inusitada, conquistando el
Irán sasánida –antiguo imperio persa–, y buena parte del
imperio bizantino –antes imperio romano de Oriente– in-
cluyendo el norte de África. Al otro lado del Mediterrá-
neo estaba lo que fuera imperio romano de Occidente,
fragmentado en diversos países gobernados desde hacía
relativamente poco tiempo por distintos grupos invasores
germanos, convertidos al cristianismo recientemente.
No parece que los ejércitos musulmanes tuvieran gran in-
terés en cruzar el Mediterráneo, pues pasaron unos cuan-
tos años desde la conquista del norte de África hasta que eso ocurrió. El motivo
de la invasión es confuso, y se habla del pacto con los musulmanes de los hijos
de Witiza, a cuyo padre había usurpado Rodrigo el trono de la Hispania visigoda,
con capital en Toledo. También se cuenta de la complicidad del conde D. Julián,
gobernador de Ceuta, cuya hija habría sido mancillada por el rey Rodrigo.
El caso es que el jefe de la milicia musulmana de la zona de Tánger, el bereber
Tariq ibn Ziyad se decide a mandar una pequeña expedición al otro lado del estre-
cho, donde había un peñón o gran roca, que con el tiempo se llamaría «monte de
Tariq» o Yebel Tariq, o sea, el actual Gibraltar. Los enviados notifican que la posible
resistencia visigoda sería muy escasa, por lo que Tariq cruza el mar en pequeñas
barcas con más guerreros. Enterado el rey Rodrigo, acude a atajar la invasión, pero
es completamente derrotado a orillas del río Guadalete.
Ya ninguna fuerza militar de importancia podía oponerse al heterogéneo ejército,
no muy numeroso, de bereberes, sirios y yemeníes. Así que, una por una, fueron
conquistando por capitulación las principales ciudades, como Sevilla, Córdoba o
Toledo. A sus habitantes se les permitía mantener sus propiedades, y a cristianos y
judíos conservar su culto. Esto era especialmente importante, pues además, los in-
vasores, a diferencia del paganismo de los anteriores ocupantes romanos, coincidían
De la Historia 95
con cristianos y judíos en admitir un solo Dios. La mayoría de la población no vería
mucha diferencia en estar gobernados por germanos o por árabes.
Pero en cuanto a la libre profesión religiosa había un pequeño matiz: los cristianos
y judíos, como dimmíes o «protegidos», tenían que pagar más impuestos que los
musulmanes. Quizá los judíos, con una fe más antigua, rehusaron la tentación de
pagar menos. Pero la mayoría de los cristianos, con unas creencias menos arraiga-
das, se convirtieron al islam, adoptando religión, idioma y costumbres árabes.
En 713 Tariq quedó a las órdenes del gobernador del Magreb Muza ibn Nusayr,
quien, entre otras expediciones, se dirigió al valle del Ebro, cuya principal ciudad,
de fundación romana, Cesaraugusta, debió de someterse sin dificultad, aunque hay
que decir que la documentación que se conoce de esa época es bastante escasa. El
ejército musulmán seguiría, desde Toledo, la vía natural marcada por los valles del
Henares y del Jalón, atravesando por tanto la actual comarca de Calatayud.
La islamización del territorio
Sobre la situación social y política de este territorio a la llegada de Tariq y Muza, por
el momento solo podemos hacer conjeturas. Hacía mil años que los celtíberos ha-
bían iniciado la vida urbana en esta zona con la creación de las ciudades de Segeda,
en el término de Mara, y de Bílbilis, en el término de Valdeherrera, muy cerca de
Calatayud. Incluso en el mismo suelo urbano de Calatayud se han descubierto re-
cientemente restos de un poblado celtibérico de nombre y extensión desconocidos.
En el siglo II a. C. Roma declaró la guerra a los celtíberos, y arrasó sus ciudades. Más
tarde, a finales del siglo I a. C. construyó una nueva Bílbilis a 5 km al noreste de
Calatayud, la magnífica Bílbilis Italica, que a los dos siglos de existencia comenzó a
ser abandonada. En el propio solar de Calatayud han aparecido hace poco restos de
una villa romana del siglo IV, lo que hace suponer que la población se dispersaría
en pequeños núcleos rurales. Sus habitantes vivirían de la agricultura y la ganadería
y tendrían sus herrerías y alfares, pero apenas podemos imaginar nada más.
En las pocas ciudades que aún quedaban en Hispania, como Córdoba, Toledo o
Zaragoza, y que contaban con sede episcopal, aún quedaron grupos de hispanos
que siguieron conservando su fe en Cristo, los mozárabes. Pero es dudoso que en
aldeas y pequeños pueblos, el cristianismo, religión de complicados dogmas, tu-
viese sólido asiento. Quizá apenas se abandona el paganismo, y para complicar las
cosas la monarquía visigoda adopta inicialmente como religión oficial el arrianismo
–considerado luego como herejía–, donde no se reconoce a Cristo como igual a
Dios Padre. Por ello es muy probable que los aldeanos de la comarca no viesen
ningún inconveniente en abrazar la fe islámica, en la que se considera a Jesús,
junto con Moisés y Mahoma, un gran profeta. Además el islam no necesitaba de
sacerdotes ni planteaba complicados dogmas. No se mencionan mozárabes en la
comarca. De las dos referencias que hay sobre presencia cristiana en el Calatayud
árabe, la del siglo XII está mal interpretada, y la del siglo XVII manipulada.
96 Comarca de la Comunidad de Calatayud
Maqueta del Calatayud islámico
La mayoría de los pueblos que hoy conforman la comarca o ya existían a la llegada
de los árabes, o se fundaron durante los cuatro siglos de dominio musulmán, pues
muchos se mencionan en el Cantar del Cid, y casi todos son citados en documen-
tos poco posteriores a la conquista cristiana. Los topónimos cristianos sustituirán
en muchos casos a otros anteriores, pero otros pueden tener raíz celta, como
Munébrega, o de etimología desconocida, y unos pocos de raíz claramente árabe:
Ariza «la posesión», Alhama, «fuentes termales», Jaraba «agua buena», Alarba «el
miércoles» aludiendo al día de mercado semanal. Quizá puedan rastrearse algunos
más, pero el principal es el de la cabeza del territorio: Calatayud, Qal ́at Ayyub,
«ciudadela de Ayyub».
Calatayud, capital del distrito
Para que un territorio de medianas dimensiones, ahora unos 2.500 km2, pero en-
tonces quizá de unos 4.000 km2, pueda estar organizado, es preciso que disponga
de un núcleo principal aglutinador, como ocurrió con Segeda en época celtibérica,
o con Bílbilis Itálica en época romana. Pero al llegar en 713 los primeros con-
tingentes árabes se encontraron, por lo que hasta ahora sabemos, con un territo-
rio que había perdido su organización. Conscientes de su importancia estratégica
–confluencia de las dos grandes vías de comunicación que son los valles del Jalón
y del Jiloca– y de la potencial riqueza agrícola que podían generar estos ríos y
sus afluentes menores, decidieron crear un asentamiento próximo al encuentro de
esos dos ríos.
De la Historia 97
Se podía haber optado por la reconstrucción de Bílbilis Itálica, pero su emplaza-
miento en el enriscado cerro de Bámbola, si bien espectacular, era poco práctico.
Se hizo por fin en un montículo entre dos barrancos, hoy llamados de las Pozas y
de Soria, que desde el norte afluyen al Jalón. Seguramente este montículo, que fue
inmediatamente fortificado, y que hoy se conoce como Castillo de Doña Martina,
fuera ya ocupado en época celtibérica y aún anterior. A sus pies, a cierta distancia,
se han hallado –como se ha dicho– restos de un poblado celtibérico del siglo III
a. C. y de una villa romana del siglo IV. No sabemos exactamente quien ni cuando
ordenó esta fortificación. Por el nombre por la que es citada la primera vez, por
al-Udri, Qal ́at Ayyub, se ha relacionado desde la Edad Media –el primero fue el
obispo Jiménez de Rada, del siglo XIII– con el tercer emir de Al-Andalus, Ayyub
ibn Habib al Lajmi, quien solo gobernó unos meses en el año 716. Si aceptamos
esta hipótesis –no confirmada, pero no inverosímil– tendríamos la fecha de funda-
ción y el origen del nombre de Calatayud.
Lo que comenzaría como una fortaleza con guarnición militar, atraería a su alre-
dedor a agricultores y ganaderos que procurasen su sustento, formándose así un
poblado de cierta entidad. No sabemos nada del proceso de islamización de la
población indígena ni de la introducción de nuevos cultivos, técnicas de riego o
actividades industriales, pero sí hubo una profunda transformación de la economía
y las costumbres de los pueblos que hoy constituyen la comarca de Calatayud.
Entonces Calatayud era la cabeza de un distrito en los que se dividía la Marca Su-
perior, o zona fronteriza norte de Al-Andalus. No se pueden precisar los límites,
pero seguramente su área era mayor que la de la actual delimitación comarcal, in-
cluyendo partes de las comarcas del Aranda, de Valdejalón y de Daroca, así como
tierras de las actuales provincias de Soria y Guadalajara.
La capitalidad de Calatayud, y por tanto la importancia de su distrito, se reafirma con
la orden del emir Muhammad I de ampliar la vieja fortificación. Y es que, a mediados
del siglo IX, los gobernantes de Zaragoza –capital de la Marca Superior– los Banu-
Qasi, antiguos cristianos convertidos al Islam, querían independizarse del gobierno
central de Córdoba. Pero en Calatayud y Daroca la clase dirigente era árabe, del
Yemen, de la familia de los Banu Muhaidir apodados «Tuchibíes», y leales a su emir
cordobés Muhammad I. Así que el emir pide en 862 a sus súbditos el reforzamiento y
ampliación de sus defensas, y en especial de Calatayud, confiando su gobierno a Ad-
berramán ibn abd al-Aziz «al Tuchibi», como nos cuenta el cronista al-Udri. De esos
años, coincidiendo las fuentes documentales y las arqueológicas, data el conjunto
fortificado de Calatayud. La primitiva fortaleza o qala pasa a ser ciudad, llamándose
madinat Qal ́at Ayyub. No solo se ampliarían sus defensas, sino su población y sus
mezquitas. La comarca volvía a tener una verdadera capital.
Los cronistas árabes, como Al Hundary, hablan de fértiles vegas con gran variedad
de frutales y hortalizas, y cuya abundante producción hace que todo sea barato. Los
98 Comarca de la Comunidad de Calatayud
Recinto islámico de Calatayud. La Plaza de Armas
riegos se basarían en azudes, acequias, y norias, las tres palabras de origen árabe. Las
casas, aunque no hay constancia arqueológica, serían de una o dos plantas, hechas
de adobe o tapial, con los huecos recercados con cal. Solo los edificios importantes
–mezquitas o palacios– se harían con ladrillo. Los herreros se suministrarían con
mineral de Tierga –entre Santa María y San Andrés estaba la calle de los Ferreros– y
para curtir las pieles –en la calle de las Tenerías, casi en las afueras de entonces– se
empleaba el zumaque, planta hoy asilvestrada. Además de la cerámica de uso do-
méstico que se fabricaba en varios pueblos, en Calatayud, según el Edrisí, se hacía
cerámica de lujo, de reflejo metálico dorado, que se destinaba a la exportación.
La comarca en el califato
En 890, Muhammad «Al Anqar» –o sea, «el tuerto»– hijo del gobernador tuchibí de
Calatayud, merced a una estratagema se hizo con el poder en Zaragoza. Sus su-
cesores, como hicieran antes los Banu-Qasi, querían independizarse de Córdoba.
Pero en 912 accede al emirato Abderramán III, que en 929 se proclama califa o
«príncipe de los creyentes» y quiere poner fin a las disidencias. En 937, cruzando
la sierra de Albarracín, acampando en Birkat al-ayuz –la laguna de Gallocanta– y
tras conquistar Malunda, o sea, Maluenda, pone sitio a Calatayud, gobernada por
el tuchibí Mutarrif, que contaba con refuerzos de cristianos alaveses. En los duros
combates murió Mutarrif, y su hermano Hakam pidió el amán o perdón para los
calatayubíes, lo que el califa concedió. En cuanto a los cristianos, salvo cincuenta
caballeros que entraban en el pacto, fueron decapitados.
De la Historia 99
Calatayud. Puerta en arco de herradura
del recinto islámico
Tras un paréntesis, los tu-
chibíes vuelven a gobernar
el distrito de Calatayud.
Pero en Córdoba las cosas
cambiaron. El funcionario
Ibn Abi Amir había suplan-
tado las funciones del califa
Hixem II, nieto de Abderra-
mán III. Solo se le interpo-
nía un obstáculo para ad-
quirir el poder absoluto: los
ejércitos de la Marca Media,
dirigidos por su suegro el
general Galib, al que Ca-
latayud debía obediencia.
Pero ante la proximidad del
combate, y sabiendo que
Abi Amir era invencible, el
gobernador tuchibí de Ca-
latayud, Abd al-Aziz, cam-
bia de partido. En julio de
980 Abi Amir vence a Galib
en Torrevicente (Soria) y
días después entra triun-
fante en Calatayud, confir-
mando en su gobierno al
tuchibí. Poco más tarde se
proclamaría «el victorioso
por Dios» al-Mansur Bi-
llah, «Almanzor».
La comarca en el Reino de Zaragoza
Los hijos de Almanzor no supieron mantener la unidad y supremacía del califato,
y este se disgregó en los reinos de taifas en los que, paradójicamente, hubo un
extraordinario florecimiento cultural, en artes, ciencia y poesía. Uno de los princi-
pales reinos era el de Zaragoza, cuyo primer rey o hachib fue desde 1018 Mundir
I, de la familia tuchibí. Años después, en 1038 se hace con el gobierno del reino de
Zaragoza otro árabe yemení pero de la familia de los hudíes, Sulayman ibn Hud. Al
morir, en 1046, repartió el reino entre cinco de sus hijos, correspondiendo a Muha-
mmad el distrito de Calatayud, quien se puso el sobrenombre de Adud al Dawla o
«Soporte de la Dinastía», acuñando dirhems con su nombre y el de Calatayud. Pero
estos repartos entre hijos, por erróneos, suelen enmendarse y así Ahmad, el que
100 Comarca de la Comunidad de Calatayud
había heredado Zaragoza, volvió a unificar el reino, salvo Lérida. A Ahmad, que
había tomado el título de Al-Muqtadir bi-llah «El poderoso por Dios» le heredó en
1081 su hijo Yusuf Al-Mutamin, «El que confía en Dios», brillante científico.
En aquel año Rodrigo Díaz de Vivar, que después sería llamado «Cid», atravesó el
distrito de Calatayud para ponerse a su servicio, como mercenario, defendiendo
el reino hudí de Zaragoza de los cristianos aragoneses y catalanes, lo que cum-
plió con eficacia. A Yusuf le sucedió su hijo Ahmad Al-Mustain, que consiguió
que el reino no fuera ocupado por los almorávides hasta su muerte en 1110. Los
zaragozanos pidieron a los almorávides –guerreros oriundos de Senegal– que se
hicieran con el gobierno. Y así fue gobernador de Zaragoza Muhammad ibn al-
Hayy. El distrito de Calatayud tendría su gobernador almóravide, cuyo nombre
desconocemos.
Fin del gobierno árabe
Pero no quedaban muchos años de dominio musulmán. Alfonso de Aragón, cu-
rioso personaje a quien «gustaba más la compañía de los caballeros que de las
damas», tal vez por ello murió sin descendencia, y dejó el reino a las órdenes re-
ligioso-militares, que habían invadido Palestina. Estaba imbuido de un espíritu de
cruzada y con la importante ayuda de ejércitos de nobles del sur de Francia, sitió
Zaragoza, que se le rindió en 1118.
En 1120 cercó Calatayud, pero al saber que venía desde Valencia un ejército al-
morávide para defender Calatayud y reconquistar Zaragoza, levantó el asedio,
tomando rehenes, y se dirigió a su encuentro. La batalla tuvo lugar en Cutanda,
pueblo hoy en la provincia de Teruel, a unos 50 km al sureste de Calatayud, y el
resultado fue desastroso para los musulmanes. Pocos días después Calatayud y la
mayoría de los pueblos de su distrito se rindieron a Alfonso. No se puede hablar
de «Reconquista», sino simplemente de conquista. Los invasores cristianos, además
de aragoneses del Pirineo, eran riojanos, navarros y franceses, pero nunca habían
vivido aquí sus antepasados. En cambio los musulmanes del distrito, eran de aquí
«de toda la vida» como se dice popularmente, ya que eran en su mayor parte los
descendientes de los celtíberos que poblaron estas tierras hacía entonces unos mil
quinientos años, y que en el siglo VIII se convirtieron al islam. Las clases pudientes
emigraron, pero muchos otros se quedaron unos cuatrocientos años, dejando una
huella imborrable que permanece en nuestros días.
Bibiliografía
VIGUERA MOLINS, María Jesús. Aragón Musulmán. Zaragoza 1981
LÓPEZ SANPEDRO, Germán. «Los musulmanes en la tierra del Jalón». Calatayud y su comarca. Madrid
1982
De la Historia 101
El Cid en el valle del Jalón
JOSÉ LUIS CORRAL LAFUENTE
Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como el Cid Campeador, es uno de los
grandes personajes de la historia medieval europea. Nacido hacia 1043 en el
seno de una familia de la nobleza de servicio castellana, fue ascendiendo en la
escala social gracias a su habilidad en el uso de las armas y a los servicios pres-
tados a los reyes Fernando I y Sancho II de Castilla. Pero en 1081 fue obligado a
exiliarse por el rey Alfonso VI y con un grupo de fieles caballeros y vasallos salió
de Castilla para asentarse en el valle del Jalón, en tierra que entonces pertenecían
al rey musulmán al-Muqtádir de Zaragoza.
En pleno valle medio del Jalón, cerca de la localidad de Ateca, estableció un
campamento en lo alto de un cerro, del cual todavía quedan restos arqueoló-
gicos que se han excavado, además de su significativo topónimo, de nombre
«Torrecid».
Este primer establecimiento del Cid fuera de Castilla consta de una serie de cons-
trucciones con muros de mampostería, con las rocas trabadas simplemente con
lechadas de barro. Se trata de un campamento efímero en el cual se establecieron
las tropas del Cid durante unas pocas semanas del verano de 1081.
Frente al cerro de Torrecid y en la otra orilla, la izquierda, del río Jalón, había un
poblado musulmán llamado Alcocer, sólo conocido por la cita del Poema del Cid
y por la toponimia local. Según ese mismo Poema, Alcocer fue ocupado por el
Cid gracias a una estratagema con la que confundió a los habitantes del poblado,
que estaba defendido por un castillo.
El Poema del Cid narra durante varios cen-
tenares de versos las andanzas del caballeo
castellano por el valle del Jalón, aunque alte-
rando el tiempo y los itinerarios reales, pues
según el Poema, tras la conquistad e Alco-
cer, el Cid y sus mesnadas siguieron Jalón
abajo hasta la desembocadura del Jiloca, y
una vez allí continuaron por este río hasta
Daroca y el Poyo del Cid.
El Cid (grabado romántico)
102 Comarca de la Comunidad de Calatayud
En realidad, el Cid entró en el valle del Jalón
en su primer exilio del año 1081 y se dirigió
hasta Zaragoza, donde se puso al servicio de
los reyes musulmanes, puesto en el cual se
mantuvo hasta 1086.
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