jueves, 26 de marzo de 2015

Mil Recetas para Ti: Antipasto de Atún

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martes, 24 de marzo de 2015

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¿Renunciará el papa? No, Francisco se dará a sí mismo hasta que Dios quiera | pazybien.es

¿Renunciará el papa? No, Francisco se dará a sí mismo hasta que Dios quiera | pazybien.es




¿Renunciará el papa? No, Francisco se dará a sí mismo hasta que Dios quiera






1663a759b5En el segundo aniversario del inicio del Pontificado de Bergoglio, habla su colaborador argentino, Guillermo Karcher

ANTOINE-MARIE IZOARD

CIUDAD DEL VATICANO





Hace dos años, el 19 de marzo de 2013, Papa Francisco inauguraba
solemnemente su Pontificado. A su lado, en la Plaza San Pedro, se
encontraba un ceremoniero pontificio particularmente involucrado tras la
elección de Jorge Mario Bergoglio, el argentino mons. Guillermo
Karcher. Seis días antes, se había reunido con el nuevo Pontífice en la
logia de la Basílica vaticana. Desde hace dos años, este sacerdote de la
diócesis de Buenos Aires que trabaja en el protocolo de la Santa Sede,
forma parte de los colaboradores del Papa, su ex-arzobispo. Vatican
Insider y la agencia francesa I.Media lo interrogaron sobre la vida
cotidiana de Francisco, sobre su salud y sobre las resistencias en la
Curia romana a la reforma del Pontífice.





Usted se encontró hace dos años, como ceremoniero, en la logia de
San Pedro al lado de su ex-arzobispo, apenas elegido Papa. ¿Qué recuerda
de aquella tarde?






Como una hora antes de acompañar al balcón de la Basílica vaticana al
nuevo Papa, es decir al Santo Padre Francisco, me tocó ser asistente
del Cónclave, con otros Ceremonieros pontificios; mientras el mundo veía
con alegría y curiosidad la “fumata bianca”, dentro, en la Capilla
Sixtina, se abría esa puerta del “extra omnes” y aparecía, vestido de
blanco, aquel que hasta ese momento había sido mi Arzobispo en Buenos
Aires. La emoción y la alegría todavía son indescribibles… La historia
presentaba una página nueva.





Usted fue llamado por el Papa el día después. ¿Qué puede contarnos de este encuentro?





Al día siguiente, en la Capilla Sixtina, fue la Misa con los
Cardenales y el nuevo Pontífice, e inmediatamente después me dirigí a
Santa Marta para saludarlo y presentarme como su “sacerdote” y para
ponerme a su absoluta disposición, como lo había estado hasta aquel día.
Platicamos de todo un poco. Sus ojos brillaban.





¿Cuánto ha cambiado Jorge Mario Bergoglio?





Verlo como Papa me impresionaba, pero su simplicidad y su himanidad,
desde el primer momento, fueron desarmantes. Era la misma persona,
consciente de su misión y de su nueva responsabilidad, pero estaba
sereno y confiaba, sobre todo en la Virgen desatanudos, y que desde ese
momento, como Madre y Maestra, habría tenido tanto que hacer con y
mediante él. Es decir, en estos dos años, creo que no ha cambiado para
nada. Cada día la misma voluntad de seguir la voz del Espíritu para
servir a la Iglesia y al mundo; cada día la misma sonrisa y el mismo
humor porteño, que compartimos hablando el mismo “slang”, con esos
términos que muchos llaman “neologismos bergoglianos”.





Algunos argentinos dicen que descubrieron su sonrisa después de su elección…





Cuando yo lo encontraba tanto en Roma como en Buenos Aires, siempre,
durante los ya 22 años que han pasado desde que se convirtió en obispo
auxiliar y yo vine a Roma para hacer el doctorado en liturgia, Bergoglio
ha tenido la misma mirada serena, de hombre de paz, y también la misma
sonrisa. Tal vez cuando era Arzobispo de Buenos Aires, la consciencia de
estar cerca de la edad de su jubilación, además de la voluntad de hacer
todavía muchas cosas con los carismas que Dios le había dado, lo
volvían más meditabundo, pero esto no quiere decir que fuera menos
simpático o afable…





Mientras muchos sienten una fascinación ante el gran carisma del
Papa, algunos fieles, sacerdotes y obispos se quedan perplejos ante su
estilo, ante algunas de sus palabras. ¿Cómo explica estas perplejidades?






Si de perplejidad se trata, debo decir que tal vez se debe a la
dificultad para entender el estilo de un Papa sudamericano, el primero
de la historia, con propias características de espontaneidad y de
libertad interior. Pero creo que, poco a poco, esta forma de afrontar la
vida será vista como complemento de la forma y de la mentalidad
europeas y mediterráneas.





Francisco ha dicho en muchas ocasiones que estimaba el gesto con
el que Benedicto renunció. ¿Él podría tomar una decisión semejante? De
ser así, ¿volvería a Argentina?






Creo que Papa Francisco se dará a sí mismo, como lo hace cada día,
hasta que Dios quiera. Las comparaciones con el Papa emérito Benedicto o
con el Santo Padre Juan Pablo II nunca le han gustado.





La profunda reforma todavía no está acabada, aunque la reforma
económica esté en marcha. ¿Bergoglio ha encontrado ciertas resistencias
en la Curia?






La reforma implica en sí misma mucha perseverancia y docilidad al
Espíritu que guía a la Iglesia. Pero está en marcha. La habían propuesto
los Cardenales en las Congregaciones generales antes del Cónclave, y
Papa Francisco la asumió con valentía y determinación, valiéndose del
consejo de un “grupo de confianza”. Como en todos los ámbitos, también
en la vida eclesial las dificultades surgen, pero nos impulsan más en la
búsqueda de nuevas vías para salir al encuentro de los desafíos que
presenta la humanidad.





El año pasado tuvo que cancelar algunas citas… ¿Qué tal se encuentra físicamente?





Francisco tiene buena salud. Es un gran trabajador y, como tal, se
cansa. Tuvo que cancelar alguna cita el año pasado, por una leve
indisposición o por un dolor de cabeza; esto le puede pasar a
cualquiera… Por lo demás, el cansancio es propio de los que trabajan.





¿Cómo se desarrolla la jornada del Papa? 





Su jornada comienza muy temprano, antes del alba: a las 4.30. Siempre
digo que Francisco es como los monjes o como los campesinos, que viven
sus días sl ritmo del sol.  Después de haberse levantado, reza de 5 a 7,
reza y prepara la homilía del día. A las 7 celebra Misa, luego desayuna
(después del saludo que lo doy cada día a las 8.30), de las 9 a las 13
recibe en audiencia, en el Palacio, a personalidades que han pedido
verlo. Después de comer descansa unos 20 o 30 minutos y, de 15.30 a las
19.30 recibe en su casa (la Domus Santa Marta), a quienes decida según
su agenda privada. Después las Vísperas y el Rosario, la cena y, tras
haber leído y firmado algunos documentos, comienza su reposo nocturno,
hacia las 22 o 22.30.





¿Se irá un poco de vacaciones fuera del Vaticano este verano? 





Nunca se ha ido de vacaciones, a excepción de una vez, con un grupo
de jesuitas cuando era muy joven; pero es seguro que no piensa en
tomarse unos días. Más bien disminuirá un poco el ritmo de trabajo
durante los meses de julio y agosto, en pleno verano romano. Claro, pero
no dejará de trabajar, incluso por solidaridad con los que viven en las
periferisas, que siempre tienen que trabajar para mantener a la familia
y que no conocen las vacaciones.





¿Irá a Argentina en 2016? 





En 2016 todos esperan que visite Argentina. Sobre todo porque se
celebra el Bicentenario de la independencia y es un año signiticativo
para el pueblo argentino. Esperemos que para la promavera austral
(septiembre/octubre), Francisco pueda abrazar a sus compatrioras, no en
el “baciamano” numeroso (200 argentinos) y entusiasta del miércoles al
final de la audiencia, sino en suelo patrio.





Author: Redacción
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viernes, 6 de marzo de 2015

Actividad | Unfollowers.com

Actividad | Unfollowers.comEelesiología
Eloy Bueno de la Fuente
PLAN GENERAL DE LA SERIE
I. Teología fundamental
/ 1. Introducción a la Teología, por J. M.a Rovira Belloso. (Publi-
cado, n.14.)
/ 2. Dios, horizonte del hombre, por J. de Sahagún Lucas. (Publi-
cado, n.3.)
3. Fenomenología de la religión, por J. de Sahagún Lucas.
4. Teología de la revelación y de la fe, por A. González Montes.
/ 5. Historia de la Teología, por J. L. Manes y J. I. Saranyana.
(Publicado, n.9.)
/ 6. Patrología, por R. Trevijano. (Publicado, n.5.)
ECLESIOLOGÍA
POR
ELOY BUENO DE LA FUENTE
II. Teología sistemática
7. El misterio del Dios trinitario, por S. del Cura.
8. Cristología fundamental y sistemática, por O. González de
Cardedal.
9. Antropología teológica fundamental, por A. Matabosch.
¿10. Teología del pecado original y de la gracia, por L. F. Ladaria.
(Publicado, n. 1.)
111. La pascua de la creación, por J. L. Ruiz de la Peña. (Publica-
'
do, n.16.)
/ 12. Eclesiología, por E. Bueno. (Publicado, n.18.)
/ 13. Mariología, por J. C. R. García Paredes. (Publicado, n.10.)
III. Teología sacramental
/ 14. Tratado general de los sacramentos, por R. Arnau. (Publicado,
n.4.)
15. Bautismo y Confirmación, por I. Oñatibia.
16. La Eucaristía, por D. Borobio.
/ 17. Orden y Ministerios, por R. Arnau. (Publicado, n.l 1.)
/ 18. Penitencia y Unción de enfermos, por G. Flórez. (Publicado, n.2.)
/ 19. Matrimonio y familia, por G. Flórez. (Publicado, n.12.)
/ 2 0 . La liturgia de la Iglesia, por Mons. J. López. (Publicado, n.6.)
IV.
Teología moral
' 2 1 . Moral fundamental, por J. R. Flecha. (Publicado, n.8.)
22. Moral de la persona, I, por J. R. Flecha.
23. Bioética fundamental, porN. Blázquez.
/ 24. Moral socioeconómica, por A. Galindo. (Publicado, n.l5.)
25. Moral sociopolítica, por R. M.d Sanz de Diego.
V.
Teología pastoral y espiritual
26. Pastoral catequética, por A. Cañizares.
/ 27. Teología espiritual, por S. Gamarra. (Publicado, n.7.)
/ 28. Teología pastoral, por J. Ramos. (Publicado, n.13.)
VI.
Historia y arte cristiano
i 29. Arqueología cristiana, por J. Álvarez. (Publicado, n.l7.)
BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS
MADRID 1998
ÍNDICE
GENERAL
Págs.
PRÓLOGO
SIGLAS Y ABREVIATURAS
BIBLIOGRAFÍA
CAPÍTULO I.
xm
XVII
xix
La eclesiología en la historia
1. La Iglesia como misterio y comunión en los Santos Pa-
dres
2. Hacia la Iglesia-sociedad en la Edad Media
3. El nacimiento de la eclesiología
4. La eclesiología bajo el signo de la alternativa
5. El siglo XIX entre la tensión y la transición
6. El camino hacia el Vaticano II
7. El destino postconciliar como contexto
3
4
5
7
8
12
15
17
PRIMERA PARTE
CREO EN LA IGLESIA
CAPÍTULO II. La Iglesia Pueblo de Dios
1. Destino histórico de la imagen «Pueblo de Dios» . . . .
2. El Pueblo de Dios en la iniciativa fontal del Padre . . .
3. Israel como Pueblo de Dios
4. La autoconciencia del nuevo Pueblo de Dios: la ekkle-
sía
5. Sentido teológico de la Iglesia como Pueblo de Dios . .
6. El riesgo de las interpretaciones
Con licencia eclesiástica del Arzobispado de Madrid (16-VI-1998)
© Biblioteca de Autores Cristianos. Don Ramón de la Cruz, 57.
Madrid 1998
Depósito legal: M. 31.645-1998
ISBN: 84-7914-373-8
Impreso en España. Printed in Spain
27
27
29
31
35
39
40
CAPÍTULO III. La Iglesia del Hijo: el Cuerpo de Cristo 45
1. Cuerpo de Cristo en la historia de la teología 45
2. La Iglesia en la gracia del Hijo 47
3. Jesús y la fundación de la Iglesia 49
4. La Iglesia del Señor 52
5. La Iglesia Cuerpo de Cristo 54
CAPÍTULO IV. La Iglesia templo del Espíritu 59
1. La relación Espíritu-Iglesia a través de la historia . . . . 59
2. La situación actual 62
X
índice general
índice general
p
ágs.
3. Referencia eclesiológica de la identidad personal del 53
Espíritu 65
4. El Espíritu Santo en la historia de la salvación 66
5. El Espíritu cofundador de la Iglesia 69
6. La Iglesia templo y sacramento del Espíritu
CAPÍTULO V. La Iglesia comunión y sacramento 73
1. El redescubrimiento de la eclesiología de comunión . . 73
2. Dimensiones de la comunión 75
3. La Iglesia sacramento de la comunión 80
4. La sacramentalidad de la Iglesia 81
5. La Iglesia sacramento en la historia y en el mundo . . . 85
SEGUNDA PARTE
CREO EN LA IGLESIA UNA
CAPÍTULO VI. La Iglesia comunión de iglesias 93
1. El redescubrimiento de la iglesia local 93
2. Teología de la iglesia particular 97
3. La Iglesia como comunión de iglesias 101
4. La conciliaridad en la comunión de iglesias 105
CAPÍTULO VII. Otras realizaciones de la Iglesia 111
1. La parroquia 111
2. La iglesia doméstica 115
3. Comunidades eclesiales de base 116
4. Los nuevos movimientos 118
CAPÍTULO VIII. El ecumenismo, servicio a la unidad 123
1. El problema como escándalo 123
2. El movimiento ecuménico 126
3. Los inicios del ecumenismo en la Iglesia Católica . . . . 129
4. Principios católicos del ecumenismo 131
5. Estatuto eclesiológico de las confesiones no católicas . 133
Págs.
CAPÍTULO X. Formas de existencia eclesial 163
1. Los laicos en la Iglesia 163
2. La vida consagrada 170
3. El ministerio ordenado 175
CAPÍTULO XI. El ministerio apostólico: El episcopado 185
1. El papel de los Doce 186
2. El ministerio de los apóstoles 187
3. La sucesión apostólica 189
4. Estatuto eclesiológico del obispo 195
5. El obispo en su iglesia 197
6. El presbiterio y los presbíteros 199
7. El ministerio del diácono 201
8. El obispo en el colegio 203
CAPÍTULO XII. El ministerio petrino como primado 209
1. La problematicidad del ministerio universal de unidad .. 209
2. El ministerio de Pedro en el Nuevo Testamento 212
3. El devenir histórico del ministerio petrino 215
4. La consolidación del papado 218
5. La definición del primado en el Vaticano I 221
6. El ministerio papal en la Iglesia 223
7. El Papa y el Colegio 225
8. Los modos de la acción colegial 228
CAPÍTULO XIII. El servicio a la verdad: La infalibilidad . . . . 231
1. La infalibilidad en cuestión 232
2. La Iglesia y la verdad 235
3. El sentido de fe de los fieles 237
4. El desarrollo de la idea de infalibilidad personal 240
5. La definición del Vaticano I 242
6. El Magisterio en la Iglesia 244
7. La recepción 246
CUARTA PARTE
CREO EN LA IGLESIA CATÓLICA
TERCERA PARTE
CREO EN LA IGLESIA APOSTÓLICA
CAPÍTULO IX. La comunidad cristiana
1. Reivindicación y ambigüedad de la comunidad
2. La comunidad bautismal: la iniciación cristiana
3. Carismas y ministerios en la Iglesia
4. Una Iglesia sinodal
XI
143
143
148
155
159
CAPÍTULO XIV. La misión, dinamismo de la catolicidad . . . .
1. El sentido de la catolicidad
2. La misión al servicio de la catolicidad
3. De las misiones a la misión
4. El nuevo paradigma
5. La misión ad gentes en una concepción holística de la
misión
253
253
256
260
264
268
XII
índice general
Págs.
CAPÍTULO XV.
1.
2.
3.
4.
5.
6.
La Iglesia en el mundo
La dialéctica fundamental Iglesia-mundo
El encuentro de la Iglesia con el mundo
La Iglesia interpelada por el mundo
La Iglesia y las realidades mundanas
La Iglesia ante los poderes públicos y la política
La Iglesia ante el mundo moderno
CAPÍTULO XVI. La Iglesia entre las religiones del mundo . . .
1. El destino del axioma «extra ecclesiam nulla salus» ..
2. La apertura del horizonte histórico y teológico
3. El optimismo salvifico
4. La posición del Vaticano II
5. La teología pluralista de las religiones
6. Espectro de posturas
7. El sentido teológico de la Iglesia entre las religiones . .
273
273
275
278
282
284
286
291
292
295
298
300
302
303
305
QUINTA PARTE
CREO EN LA IGLESIA SANTA
CAPÍTULO XVII. La tensión escatológica de la Iglesia santa . .
1. La santidad de la Iglesia
2. Dimensión escatológica de la Iglesia: el Reino y la Pa-
rusía
3. Santidad y pecado en la Iglesia
4. La comunión de los santos
5. La Virgen María, modelo y madre de la Iglesia
6. La liturgia: entre la doxología y la fraternidad
EPÍLOGO
ÍNDICE ONOMÁSTICO
313
313
314
317
321
323
325
327
329
PROLOGO
La Iglesia se encuentra en uno de los momentos de transición
más arriesgados y fascinantes de su larga historia. De un lado decli-
na una civilización en la que la Iglesia se encontraba inserta como
instancia suprema de unidad y de legitimación. De otro lado se abre
una cultura nueva, a la vez global y diferenciada, que debe ser habi-
tada y evangelizada. Entre la añoranza de un pasado presuntamente
mejor y la fantasía que se requiere para adentrarse en un futuro por
explorar, la Iglesia debe reflexionar sobre sí misma con la frescura
de un amanecer y con la ingenuidad que regala la libertad.
La modernidad destronó a la Iglesia del pedestal que ocupó en la
antigua sociedad occidental'. El pluralismo rompió la unidad ante-
rior y ofreció un universalismo laico que pretendía ser más acogedor
e integrador. La Iglesia experimentó un profundo malestar que con-
dujo a un desencuentro, cuando no a una oposición 2 respecto a las
realidades emergentes. La deslegitimación que ha envuelto de me-
lancolía la modernidad se ha dirigido también contra la Iglesia, en
cuanto portadora y protagonista de un gran relato que ofrece sentido
y horizonte al conjunto de la realidad. Desde su interior también la
Iglesia experimenta una «hemorragia de sentido»: se va diluyendo el
recuerdo de un catolicismo mayoritario, se siente el carácter frágil y
provisional de toda institucionalización de lo religioso, resulta difícil
echar raíces en las nuevas condiciones sociales, resuena la acusación
de falta de democracia y de libertad...
Pero la Iglesia ha seguido profundizando su honda experiencia
de humanidad, palpita con el corazón de sus santos y sus mártires,
conoce la callada entrega de generosidad que cultivan muchos de sus
miembros, se enorgullece de su presencia en las situaciones huma-
nas más trágicas e inhumanas, se expande y crece entre todos los
pueblos y culturas del mundo, goza de una catolicidad que palpa en
su dimensión mundial, siente la alegría de seguir narrando la historia
de Dios con y entre los hombres, sabe que regala al mundo un don
cuya carencia lo haría más triste y oscuro...
Entre la añoranza y la fantasía, entre el pasado y el futuro, se
abre ante la Iglesia una posibilidad, un kairós. La Iglesia por ello
debe redescubrir su identidad permanente desde el mundo, desde la
1
2
E. POULAT, Oú va le christianisme? (París 1996).
F. X. KAUFFMANN, Religión und Modernitat. Sozialwissenschaftliche Perspek-
tiven (Tubinga 1989) 209-234.
Prólogo
XIV
historia, desde la tarea que Dios le ha encomendado 3 Pero para ello
(y precisamente por ello) más que nunca «estamos necesitados de
experiencias cuasi-fundacionales para que la Iglesia avance en este
mundo nuevo» 4 La eclesiología encuentra así su sentido, su justifi-
cación y su talante brotando de la vida de la Iglesia como servicio
eclesial
Por ello considerar a la Iglesia desde dentro es actitud metódica
y hermenéutica básica sentiré ecclesiam, sentiré in ecclesia, sentiré
cum ecclesia Desde este presupuesto se configura la actividad inte-
lectual del teólogo Son posibles sin duda otras consideraciones de la
Iglesia, y deben ser tenidas en cuenta por el teólogo sin que por ello
alteren sustancialmente su actitud de fondo
Desde esta óptica se pueden conjugar la visión desde abajo y la
visión desde arriba en el seno de la Iglesia no se puede no tener en
cuenta la experiencia real de las comunidades eclesiales y su proceso
histórico, pero en cuanto precedidas por la previa iniciativa divina
que convoca a un sector de humanidad al servicio de mediación en
el diálogo que Dios abnó con los hombres desde el inicio de la
historia
La eclesiología así entendida debe conjugar igualmente la pers-
pectiva fundamental y la dogmática aquélla no tiene sentido ni
aliento si no esta referida a la Iglesia de Jesucristo, y ésta carecería
de credibilidad si no estuviera también remitiéndose a los datos de la
Iglesia real, el momento «apologético» debe permanecer como ins-
tancia constante en toda reflexión sistemática y global sobre la
Iglesia
La eclesiología debe saber distinguir (y debe ayudar a discernir)
la estructura esencial de la Iglesia y su figura concreta, modulada
por elementos contingentes e históricos, culturales y hasta geográfi-
cos 5 Ello no significa que pueda ser construida siempre de nuevo,
o que esté expuesta al arbitrio de los hombres, pues vive siempre de
una objetividad (canon, regla de fe, ministerio apostólico) que ates-
tigua el don de Dios en Cristo por el Espíritu 6
La estructura de la obra la hemos organizado desde el artículo
del símbolo referido a la Iglesia creo en la Iglesia una, santa, cató-
lica y apostólica (la alteración del orden se debe a exigencias de
carácter sistemático), con una introducción somera sobre la historia
de la eclesiología Arrancamos por ello de la Iglesia como sujeto y
3
S DIANICH, Iglesia extrovertida (Salamanca 1991) 5,13,17
R BLAZQUEZ, La Iglesia del Vaticano II (Salamanca 1988) 13
CTI, Cuestiones selectas de eclesiologia 5 1 (1985)
6
Puede verse sobre esta problemática entre nosotros la Nota doctrinal de la
Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, Sobre usos inadecuados de la expre-
sión «modelos deIglesia»(\% 10 1988)
4
5
Prologo
XV
objeto del «nosotros» que confiesa el símbolo A partir de ahí se
despliegan los atributos de la Iglesia que fueron reconocidos por el
primer concilio de Constantinopla (DS 150)
Deseamos superar (sin por ello negar) la clásica vía notarum que
tan amplio espacio ha ocupado en la eclesiología católica Ya la Re-
forma suscitó una multitud de escritos de controversia la demons-
tratio cathohca pretendía probar a la Iglesia romano-católica como
la verdadera Iglesia de Jesucristo 7 estudiando las notas que deberían
caracterizar a la Iglesia auténtica Una vez reducidas a las cuatro del
concilio constantinopolitano, se acentuó su tono apologético la fun-
dación por Cristo, la continuidad desde los apóstoles, las huellas de
santidad, la extensión geográfica son fácilmente cognoscibles por
todos y por todos identificables en la Iglesia católica8 Con el racio-
nalismo la apologética se comprendió como proceso de pura razón
que, en base a argumentos históricos, podía demostrar que la Iglesia
fue fundada por Cristo y enviada como su «legado» para enseñar con
autoridad divina 9
A lo largo del siglo xx se va viendo que es inoportuna e ineficaz
como prueba, y por ello superflua 10 Las «notas» son vistas desde
otra perspectiva no son criterios que, de modo aséptico o neutro,
puedan servir para juzgar entre organizaciones rivales o concurren-
tes En la práctica eran moduladas en función de la conclusión a la
que se pretendía llegar Por eso la apologética de demostración debía
dejar paso a la apologética de revelación o defanía u
Las «notas» efectivamente son ante todo propiedades que ema-
nan de la naturaleza misma de la Iglesia como expresión de la rela-
ción íntima que la Iglesia conserva con el misterio de Cristo y con el
designio salvífico del Dios trinitario En cuanto epifanía del Dios
que se revela y salva en la historia, anticipa el futuro de la humani-
dad y de la nueva creación, muestra lo que el hombre está llamado a
ser y lo que Dios ha realizado en favor de los hombres Desde esta
óptica las «notas» sólo serán convincentes en la medida en que ha-
gan experimentar el don que en la Iglesia Dios ha regalado al
mundo
7
Las primeras obras exponentes de este procedimiento son Tractatus de notis
verae Ecclesiae ab adultera dignoscendae de Nicolás Ferber (1529) y Confessio
Cathobcae Fidei del cardenal Hosio (1535) En un primer momento no se distinguía
con precisión entre signos y propiedades
Sobre la historia del tratado cf G THILS, Les notes de l Egbse dans l apologe
tique cathohque depuis la Reforme (Gembloux 1937)
9
A DULLES, A Church to Beheve In (Nueva York 1987) 41
10
G THILS, o c , 342s Pío IX había afirmado en 1864 «la verdadera Iglesia de
Jesucristo por autoridad divina se constituye y conoce por las cuatro notas» (DS
2888)
11
Y CONOAR, MysSal IV/1, 378ss, 376-377
SIGLAS
AAS
AfkKR
AH
AHC
Ángel
Antón
AS
ATI
Baraúna
CA
CatIC
CEB
ChL
CIC
Conc
CrSt
CSEL
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EVB
FC
FZThPh
Greg
HE
Ins
Ir
Ist
KD
LMD
LN
LThK 2
Y
ABREVIATURAS
Acta Apostolicae Sedis.
Archiv fiir katholische Kirchenrecht.
Adversus Haereses, de S. Ireneo.
Annuarium Historiae Conciliorum.
Angelicum.
Antonianum.
Acta Synodalia Oecumenici Vaticani II.
Associazione Teológica Italiana.
G. Baraúna (ed.), La Iglesia del Vaticano II, Barcelona
1966.
Centesimus annus.
Catecismo de la Iglesia Católica.
Comunidades Eclesiales de Base.
Christifideles laici.
Codex Iuris Canonici.
Concilium.
Cristianesimo nella Storia.
Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum.
Comisión Teológica Internacional.
Diálogo Ecuménico.
La Documentation Catholique.
Defensor Pacis de Marsilio de Padua.
Estudios Eclesiásticos.
Eglise et Théologie.
Evangelii mmtiandi.
Enchiridion Oecumenicum, ed. por A. GONZÁLEZ MONTES,
2 vols. Salamanca 1986-1993.
Exegetische Versuche und Besinnungen, de E. KÁSEMANN.
Familiaris consortio.
Freiburger Zeitschriñ für Théologie und Philosophie.
Gregorianum.
Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesárea, BAC, Madrid
1973.
Insegnamenti di Giovanni Paolo II.
Irénikon.
Istina.
Kirchliche Dogmatik, de K. BARTH, ed. de Evangelischer
Verlag.
La Maison Dieu.
Libertatis Nuntius de la SCDF.
Lexikon für Théologie und Kirche, 2.a ed.
Siglas y abreviaturas
XVIII
Mansi
Sacrorum conciliorum nova et amplissima collectio de J. D.
MANSI.
MThZ
MysSal
Münchener Theologische Zeitschrift.
Mysterium Salutis. Manual de Teología como historia de la
salvación ed. por J. FEINER y M. LOHRER.
NEP Nota Explicativa Previa a la LG.
NRT Nouvelle Revue Théologique.
NTS New Testament Studies.
PDV Pastores dabo vobis.
Per Periódica.
PG Patrología graeca de J. MIGNE.
PL Patrología latina de J. MIGNE.
RET Revista Española de Teología.
RivScRel Rivista di Scienze Religiose.
RM Redemptoris missio.
RMa Redemptoris Mater.
RvScRel Revue des Sciences Religieuses.
RSPhTh Revue des Sciences Philosophiques et Théologiques.
RTL Revue théologique de Louvain.
ScCat La Scuola Cattolica.
SCDF Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe.
SelTeol Selecciones de Teología.
SRS Sollicitudo rei socialis.
STh Summa Theologica de santo Tomás.
ThGl Theologie und Glaube.
ThPh Theologie und Philosophie.
TWNT Theologisches Wórterbuch zum Neuen Testament, ed. por
VC Vita consecrata.
VInt La Vie Intellectuelle.
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ECLESIOLOGIA
CAPÍTULO I
LA ECLESIOLOGÍA EN LA HISTORIA
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siologia en su historia (EDICEP, Valencia 1976).
Comenzaremos presentando una visión panorámica de la historia
de la eclesiologia. Nuestro objetivo no es estrictamente historiográ-
fico sino sistemático: abrir el marco de los grandes planteamientos
desde los que se ha comprendido la Iglesia, mostrar el componente
de historicidad de toda autoconciencia eclesial, descubrir la profunda
implicación de la vida de la Iglesia en la reflexión teórica sobre su
identidad y su misión... para perfilar las grandes tendencias, cuestio-
nes y condicionamientos que convergen y concluyen en la eclesiolo-
gia actual.
Dejaremos de lado en este capítulo el período neotestamentario
porque estará presente de un modo especial a lo largo de nuestra
exposición y porque no puede ser considerado sin más como un pe-
ríodo histórico junto a otros. A partir del período patrístico hemos
establecido siete momentos o etapas que nos conducirán a nuestra
situación histórica.
4
C.l.
La eclesiología
en la historia
1. La Iglesia como misterio y comunión en los Santos Padres
Los Santos Padres no sintieron la necesidad ni el interés de ela-
borar una reflexión sistemática sobre la Iglesia. Ofrecieron tratados
sobre las personas divinas, sobre los sacramentos, sobre la encarna-
ción, pero resulta difícil identificar una obra que pueda ser conside-
rada como una reflexión directa y temática sobre la Iglesia en cuanto
tal, algo equivalente a nuestros actuales tratados de eclesiología.
Ello no quiere decir que no posean una conciencia viva, clara y
precisa de lo que es la Iglesia. Más bien habría que concluir lo con-
trario: hasta tal punto la Iglesia está presente en toda su reflexión que
resultaba superfluo un tratamiento particular sobre ella '. Se trata por
tanto de una eclesiología vivida, experimentada y celebrada. Éstos
son los aspectos más destacados:
a) La Iglesia es descubierta y entendida desde la categoría mis-
terio 2 en cuanto despliegue de la historia de la salvación narrada en
la Biblia; tan engarzada se encuentra en el designio salvífico de Dios
que la consideran preexistente a la creación, presente desde los ini-
cios de la historia de la humanidad. Tratan, desde ese presupuesto,
de identificar el papel y la función de la Iglesia en la economía de la
salvación, y de hacer patentes los aspectos que desvelan una realidad
mistérica más grande que ella misma.
b) La meditación constante del relato bíblico en el ámbito sa-
grado de la celebración litúrgica posibilita y suscita una concepción
simbólica y tipológica de la realidad eclesial; en la Iglesia de la Nue-
va Alianza ven realizadas y cumplidas las prerrogativas de Israel y
las promesas del Antiguo Testamento; todo lo expresan mediante
una amplia gama de imágenes y metáforas (Pueblo de Dios, Cuerpo
de Cristo, madre y virgen, Esposa de Cristo, comunión de los santos,
luna...)3.
c) La Iglesia es experimentada como un organismo vivo del
que se participa existencialmente. Podríamos aplicar al conjunto de
los Padres lo que Móhler afirmaba de san Atanasio: «Se adhiere a la
Iglesia como un árbol se adhiere al suelo en que extiende larga y
profundamente sus raíces» 4. La estructura de ese organismo sólo es
percibida en los momentos y aspectos en que se encuentra deteriora-
do. Pero en circunstancias normales gozan de la riqueza y la plenitud
de la vida en toda su complejidad, por lo que son capaces de conju-
1
L. BOUYER, La Iglesia de Dios (Madrid 1973) 19-20.
A. MAYER-PFANNHOLZ, Der Wandel des Kirchenbildes in der Geschichte: ThGl
33 (1941) 22-34.
3
H. RAHNER, L 'ecclesiologia dei Padri (Paoline, Roma 1971).
4
Cf. P. FAYNEL, L 'Église I (París 1970) 124.
2
C.l.
La eclesiología
en la historia
5
gar armónicamente polaridades que posteriormente producirán ma-
yor tensión.
d) Sensible a las necesidades del momento, pero como expre-
sión espontánea de su propia vida, la Iglesia irá mostrando de modo
reflejo y temático el contenido de sus estructuras o elementos esen-
ciales: la tradición, la sucesión apostólica, la regla de la fe, los mi-
nisterios eclesiales...
e) Son testigos de la experiencia de un cristianismo que se ex-
tiende y propaga como multiplicación de iglesias que se mantienen
en comunión 5. Queda integrada de modo equilibrado una doble
perspectiva: como comunidad que reside y peregrina en una ciudad
determinada supera todo aislamiento para abrazar «todas las "parro-
quias" de la santa y Católica Iglesia» en cualquier lugar en que se
encuentren 6; al descubrirse en el interior del conjunto de los creyen-
tes reunidos en Cristo Jesús son igualmente conscientes de que no
puede haber más que una Iglesia en el mundo.
2. Hacia la Iglesia-sociedad en la Edad Media
El reconocimiento de la Iglesia en el Imperio romano crea una
nueva situación, e introduce factores que repercutirán en la eclesio-
logía. A medida que se va extendiendo la cristianización de la socie-
dad, el pueblo de Dios tiende a ser identificado con el pueblo cristia-
no, con la sociedad cristiana. La figura de la Iglesia cambia porque
adquiere más relieve la unidad considerada desde el centro y desde
la jerarquía. Resulta simplificador sintetizar la época que ahora se
abre bajo los rasgos «jerarcología» y «piramidal» 7, pero las circuns-
tancias históricas depositaron focos de problemática de gran reper-
cusión de cara al futuro.
Con la conversión masiva de los pueblos invasores se produce
una simbiosis entre Iglesia y sociedad. Aquel enorme esfuerzo evan-
gelizador y misionero se condensó en la cristiandad. La anterior dia-
léctica Iglesia-mundo (que se había expresado en las persecuciones
y en el catecumenado) no puede permanecer del mismo modo en el
Sacro Imperio Romano-Germánico. Ahora el emperador mismo de-
sempeña una función que puede ser considerada como ministerio
eclesial. La tensión se va a ir manifestando de cara al futuro en tres
direcciones: radicalizando los tonos de oposición hacia los «infie-
les», acentuando la separación entre clérigos y laicos, generando fre-
5
P. BATTIFOL, Cathedra Petri (París 1939) 4.
Martirio de Policarpo, Suscr.
H. FRÍES, Cambios en la imagen de la Iglesia y desarrollo
co, en Mysterium Salutis IV/1, 244ss.
6
7
histórico-dogmáti-
6
C.l.
La eclesiología
en la
C.l.
historia
cuentes conflictos entre el poder sacerdotal del Papa y el regio del
Emperador.
Con Gregorio VII, ya en el siglo xi, se produce un cambio que
ha sido considerado como el más profundo experimentado por la
eclesiología católica 8. Su gran obra reformadora es ante todo una
defensa de la libertad de la Iglesia frente a los intentos por someterla
a los poderes e intereses seculares. La reacción, tan necesaria en
aquel momento, provocó a la vez derivaciones hacia una eclesiolo-
gía centrada en la monarquía papal y en las consiguientes implica-
ciones societarias (la Iglesia es un cuerpo no sólo en el sentido de
una comunión espiritual y sacramental sino también en el sentido
social y corporativo del término). En ese contexto las categorías ju-
rídicas irán ocupando una importancia creciente. Abundarán igual-
mente movimientos de fuerte contenido espiritual, que en ocasiones
estarán dominados por tendencias anticlericales y antiinstitucionales
hasta desembocar en la herejía (concebirán a la Iglesia como una
fraternidad laica frente al poder clerical mundanizado).
Tampoco los teólogos medievales sintieron la necesidad de ela-
borar un tratado sistemático De Ecclesia a pesar de que trataron nu-
merosas cuestiones eclesiológicas. La Iglesia no se hizo objeto temá-
tico de estudio porque seguía siendo presupuesto obvio de todo el
quehacer teológico: no podía ser un artículo entre otros ya que era el
presupuesto de todos los artículos dogmáticos 9.
Los autores escolásticos siguieron exponiendo la doctrina here-
dada de los Padres: consideraban a la Iglesia como misterio de san-
tidad sobrenatural, como continuadora de la misión salvadora del
divino Redentor, como instrumento de Cristo en su acción santifica-
dora, como Cuerpo Místico de Cristo y Esposa inmaculada del Cor-
dero sin mancha...
La figura que la Iglesia iba adoptando a lo largo de la Edad
Media va perfilando un doble frente inevitable para toda ulterior
reflexión eclesiológica: desde el punto de vista de su articulación
interna la relación entre clérigos y laicos (jerarquía-Pueblo de
Dios) y la vinculación entre el Papa y los obispos (Iglesia Univer-
sal e iglesias particulares); y desde el punto de vista de su presen-
cia social la relación con los poderes mundanos en la societas
christiana y la actitud ante los no cristianos que se encontraban
fuera del ámbito cristiano.
8
Y. CONOAR, Eclesiología. Desde San Agustín hasta nuestros días (Madrid
1976) 59.
9
D. BONHOEFFER, Das Wesen der Kirche (Munich 1971) 26.
La eclesiología
en la historia
7
3. El nacimiento de la eclesiología
La eclesiología hace su aparición en un contexto polémico, mar-
cada por condicionamientos socio-políticos: las disputas entre Felipe
el Hermoso (1285-1314) y Bonifacio VIII (1294-1303). Ha de arras-
trar por ello desde su origen una curiosa paradoja: no existió cuando
la Iglesia era algo obvio, cuando estaba más fuertemente afirmada, y
se hizo inevitable cuando esa evidencia y esa presencia fueron cues-
tionadas o cuando se hicieron más agudas las tensiones del doble
frente mencionado anteriormente.
El contexto polémico acabó resultando más estrecho aún porque
las teorías teológicas concernientes a la Iglesia se desarrollaron al
margen del cuadro sacramental tradicional durante el primer mile-
nio. Se quiebra la íntima relación entre eucaristía e Iglesia, y el Cor-
pus Mysticum (como se denomina ahora a la Iglesia) queda disocia-
do del Corpus verum (que no designa ya a la Iglesia sino a la euca-
ristía tras la controversia con Berengario)10. Resultará inevitable
que la jerarquía sea entendida como potestas, una vez desconectada
de la referencia eucarística, y que se genere una estructura clerical y
piramidal para concebir la Iglesia.
De modo directo la eclesiología debe su nacimiento a la discu-
sión del poder del sacerdocio, singularmente del Papa, respecto al
poder temporal (y consiguientemente también en el seno de la Igle-
sia). Santiago de Viterbo compone al respecto De regimine christia-
no, considerado tradicionalmente como el primer tratado de eclesio-
logía u , aunque no ofrece una postura neta al respecto. Egidio Ro-
mano, en De ecclesiastica sive Summi Pontificis potestate, defiende
una postura marcadamente papalista, al atribuir al Papa un poder
directo incluso en asuntos temporales. Juan de París, por su parte,
apoyándose en el hecho de que Cristo careció de él, considera que la
Iglesia no debe influir directamente en el orden temporal sino tan
sólo indirectamente en virtud del orden sagrado y del Magisterio.
Simultáneamente se va configurando una tendencia a la considera-
ción interior y espiritualista de la Iglesia, especialmente por parte de
los franciscanos espirituales (que se agudizará en Ockham y desem-
bocará, a través de Wycliff y de Hus, en Lutero).
Con Ockham y Marsilio de Padua se introducen nuevos gérme-
nes que contribuirán a alterar la conciencia eclesial: el individualis-
mo y el naturalismo. La Iglesia no es vista ya como comunión sobre-
10
H. DE LUBAC, Corpus Mysticum (París 1944) 163.
Cf. la ed. de H. X. ARQUILLIÉRE, Le plus ancien traite de l'Eglise. Jacques de
Viterbe, De regimine christiano (1301-1302). Étude des sources et édition critique
(París 1926).
11
8
C.l. La eclesiología en la historia
natural (como Cuerpo Místico de Cristo u organismo vivificado por
el Espíritu). Su estructura sacramental y mistérica tiende a disolver-
se. Para Ockham es pura congregado fidelium, pero como indivi-
duos que comparten la misma fe y que se encuentran ligados direc-
tamente sólo con Dios. Con Marsilio las tendencias democráticas y
nacionalistas se introducen en la naciente eclesiología. Recurre a la
Escritura, pero desde una lectura crítica de la historia y desde los
criterios políticos de Aristóteles: el sujeto político es el pueblo mis-
mo. De ese presupuesto emergen dos claras consecuencias eclesioló-
gicas: si la Iglesia es institución humana y sus ministerios construc-
ciones terrestres, puede asumir modelos organizativos de representa-
ción (que cuaja en el conciliarismo: el concilio es instancia suprema
de gobierno por encima del Papa); igualmente la Iglesia debe estar
sometida al emperador, ya que la única jurisdicción es la del Estado,
y en consecuencia el soberano es quien ha de fijar a sus subditos los
principios morales y religiosos.
A lo largo de los siglos xiv-xv se van multiplicando los tratados
De Ecclesia. Pero los de Wycliff (en 1378 es el primero que utiliza
el título expreso Tractatus de Ecclesia) y Hus (Tractatus de Ecclesia
de 1423) presentan la Iglesia como sociedad puramente espiritual,
desprendida totalmente de bienes materiales e incluso de ministerios
al ser Cristo su única cabeza. La Iglesia se convierte en una realidad
invisible, perceptible únicamente en la fe, formada por individuali-
dades salvadas y predestinadas, sin vínculo recíproco entre ellas que
las haga presentarse como sacramento en medio del mundo y de la
historia.
Frente a ellos surgen posturas más equilibradas que tratan de
mantener la complejidad de la realidad eclesial. Juan de Torquema-
da, en su Summa de Ecclesia de 1489, rechaza la posibilidad de apli-
car a la Iglesia esquemas políticos de este mundo ya que es misterio
de fe y su poder viene de lo alto; en otra dirección sostiene igual-
mente que el Cordero que se ha entregado por su Iglesia ha previsto
la existencia de órganos santificadores y unificadores que la estable-
cen como realidad social y sacramental (su orientación papalista se
explica como reacción frente a los excesos conciliaristas de Constan-
za y Basilea).
4. La eclesiología bajo el signo de la alternativa
El individualismo y el subjetivismo se acentúan con la nueva
sensibilidad iniciada en el Renacimiento. El debilitamiento de los
vínculos eclesiales, antes evidentes, se radicaliza por las actitudes
antiinstitucionales y antirromanas, alimentadas por abusos y escán-
C.l. La eclesiología en la historia
9
dalos, por la decadencia del papado, por las extendidas ansias de
reforma en la cabeza y en los miembros. La Reforma encontró un
suelo fértil para ofrecer una auténtica alternativa eclesiológica.
Lutero no pretendió en principio dar origen a una nueva Iglesia.
Pero la lógica de su planteamiento y los factores ambientales provo-
caron una directa y radical traducción eclesiológica de su problema
personal. Si la fe que justifica es acción vertical de Dios sobre el
hombre, la dimensión comunitaria de la nueva existencia creyente es
evento secundario. El acontecimiento individual de la fe queda ante-
puesto a la convocación eclesial. La verdadera Iglesia es invisible, la
comunidad espiritual de los justificados, porque sólo Dios sabe quié-
nes son. La communio sanctorum tiene una existencia «oculta al
mundo pero manifiesta para Dios». Como «creatura verbi divini» 12
se contrapone a toda institución de salvación que se considere dota-
da de medios para administrar la salvación a los hombres o que con-
fíe en prácticas externas que suplantan la sola fuerza de la fe o de la
Palabra de Dios que habla en el interior.
La Iglesia verdadera debe liberarse de la «cautividad babilónica»
en que ha caído la Iglesia Romana: de un papado que, más allá de su
corrupción moral, tiene la soberbia de reemplazar con el derecho el
poder de la Palabra y de la verdadera fe; de una estructura ministe-
rial que olvida que, al ser Cristo Cabeza de la Iglesia, queda relativi-
zada toda autoridad eclesial; de la contraposición entre estado cleri-
cal y laical porque olvida la centralidad del sacerdocio universal de
los fieles y de la experiencia individual de la fe. La Iglesia invisible
se expresa ciertamente en signos, como la celebración de la cena y
la predicación del evangelio, pero con una visibilidad esencialmente
ambigua que sólo es superada por el señorío de la Palabra de Dios
(mientras que la Iglesia Romana anula la soberanía de Dios al apo-
yarse en el opus operatum).
Lutero relega por tanto que la Palabra que llama a creer es origi-
nariamente convocante, que la salvación en esencialmente comunita-
ria, que el evento personal de la fe acontece en el ámbito de la co-
munidad convocada, que bautismo y eucaristía son celebraciones
en y de la Iglesia, actos de un nosotros creyente en el que la acción
de Dios alcanza al individuo y muestra su fidelidad en medio de la
historia.
Calvino se mantiene de modo coherente en los postulados de la
Reforma: el absoluto señorío de Dios y la insignificancia del hombre
configuran la Iglesia como el conjunto de los que han sido elegidos
(mediante predestinación) por Dios. Pero experimenta una evolución
hacia la articulación de esa Iglesia invisible con las realidades visi-
W 3,203 y 2,430.
A
10
C.l.
La eclesiología
en la historia
bles: no sólo va otorgando mayor importancia a los ministerios y a
la doctrina sacramental sino que establece una auténtica disciplina
eclesiástica vinculada profundamente al poder estatal. Zwinglio radi-
calizará esta doble línea aparentemente contradictoria: lleva al extre-
mo la concepción luterana de una Iglesia puramente interior (los me-
dios exteriores no son más que ocasión para la acción de la Palabra
en la interioridad del creyente) pero a la vez da origen en Zurich a
un sistema con tintes teocráticos (mientras que Lutero consideraba al
Estado incapaz de promover el cristianismo, aunque se confesara
creyente).
A pesar de esta variedad de posturas la Reforma aporta un ele-
mento de gran repercusión: la ambigüedad constitutiva de toda me-
diación eclesial y, como consecuencia de ello, la irrelevancia de toda
articulación eclesial y de todo tipo de presencia oficial o institucio-
nal. Como oposición a la alternativa protestante se va a configurar la
eclesiología católica.
El concilio de Trento, que recupera y reivindica la aportación
humana en el proceso de la justificación, reafirma igualmente el va-
lor de la mediación eclesial 13 situándola en la lógica de la encarna-
ción y de la alianza; para que resulte más creíble y eficaz establece
las condiciones para una reforma de la vida eclesial. Pero a la vez
favoreció la consolidación de un sistema jerárquico centrado más en
el régimen que en la eucaristía o en la comunión, de una estructura
centralista de la que Roma es cúspide y cima (de lo que se ha deno-
minado «jerarcología» o «visión piramidal» de la Iglesia).
Dentro de estos planteamientos se desplegará la eclesiología con-
trarreformista. Sería falso e injusto afirmar que descuidó el aspecto
interior de la Iglesia 14. Pero se centró sin embargo en la perspectiva
de la potestad jerárquica o arrancó de la autoridad suprema precisa-
mente en unos momentos en que la eclesiología se iba introduciendo
en el corazón de la teología común 15. Como paradigma de esta in-
sistencia en el carácter visible de la Iglesia, obsesionada por oponer-
se a la alternativa protestante, se pueden citar las frases de Roberto
Bellarmino en su De controversiis christianae fidei adversus nostri
temporis haereticos: la Iglesia es «comunidad de hombres unidos
por la profesión de la misma fe y por la participación en los mismos
sacramentos bajo la dirección de los pastores legítimos y sobre todo
del único vicario de Cristo en la tierra, el pontífice romano... La
13
G. ALBERIGO, «Die Ekklesiologie des Konzils von Tnent», en R BAUMER
(ed), Concihum Tndenhnum (Darmstadt 1979) 278-300
14
J WILLEN, Zur Idee des Corpus Christi Mysticum in der Theologie des 16
Jahrhunderts, Cathohca 4 (1935) 75-86
15
I JERICO BERMEJO, El moderno tratado «De Ecclesia» y sus inicios en la Es-
cuela de Salamanca Commumo 28 (1995) 3-46.
C 1.
La eclesiología
en la historia
11
Iglesia es un grupo de hombres tan visible y palpable como el gru-
po del pueblo romano o el reino de Francia o la república de
Venecia» 16.
Junto a la Reforma, la Ilustración es un segundo factor de la épo-
ca moderna que repercute en la configuración de la eclesiología bajo
el signo de la alternativa. En este caso actúan tanto sus principios
ideológicos y filosóficos como sus repercusiones políticas y
sociales.
La Ilustración pretende partir de lo universal o común que pueda
unir a los hombres más allá de las diferencias confesionales que di-
viden y enfrentan. Sólo desde este criterio hermenéutico es recupe-
rable lo que de válido se encuentra en los componentes positivos del
cristianismo: como expresión de la religión de la razón y de la natu-
raleza, por tanto desmitologizada y desacralizada, es reconocida co-
mo institución moral, como sociedad fundada sobre los principios de
derecho natural, que puede educar a los hombres en la tolerancia y
la fraternidad. Al asumir esta exigencia de los tiempos, la eclesiolo-
gía ahonda aún más el cuadro jerarcológico y clerical: como institu-
ción pedagógica de la humanidad es una societas inaequalis en
cuanto que los miembros de la jerarquía, los verdaderos protagonis-
tas, son los encargados de vigilar la observancia de las leyes, de
enseñar los principios morales a los subditos, de administrar los me-
dios sacramentales de salvación.
El siglo xvm va abriendo otro campo de problemas. La convic-
ción de los derechos del hombre en cuanto ser racional y la consoli-
dación de los Estados cada vez más conscientes de su poder generan
una serie de reacciones polémicas respecto a una Iglesia centralista
y piramidal: sometimiento de los organismos eclesiales al soberano
para que de este modo pueda contribuir mejor al servicio del pueblo
y a la moralización general, reivindicación por parte de los obispos
y de los párrocos/presbíteros de sus antiguos derechos y atribucio-
nes, deseos de que no todo en la Iglesia proceda de la cúspide o de
la tradición... La variedad de figuras y expresiones que adopta esta
reacción (galicanismo, jansenismo, richerismo, josefinismo, febro-
nianismo) esconde un núcleo de cuestiones a la vez antiguas y nue-
vas: la articulación adecuada de la relación entre la Iglesia y las igle-
sias, la conjugación de los carismas y ministerios, la necesidad de
resituarse en una historia cambiante y en una sociedad que no se
reconocía ya en las formas del pasado.
Controversia IV, Libro III c.2, «De defimtione Ecclesiae».
C.l.
12
La eclesiología
en la
historia
5. El siglo XIX entre la tensión y la transición
El siglo xix va incubando fermentos de renovación que deben ser
mencionados y recuperados, porque anticipan las vías de la renova-
ción posterior, especialmente tal como se presentan en Móhler y
Newmann, las dos «antenas visibles» de la eclesiología moderna '7.
Pero no podemos olvidar que son islas rodeadas por el mar de la
eclesiología heredada. Ésta incluso había agudizado algunos de sus
tonos más intransigentes. Los efectos disgregadores de la revolución
francesa habían provocado como reacción la contrarrevolución o
restauración católica, que se prolongará a lo largo del siglo xix. El
catolicismo intransigente y restauracionista se mantuvo acompañado
por una eclesiología concebida bajo el signo de la autoridad 18 y
planteada por ello desde una perspectiva unitaria, piramidal y cen-
tralizada (M. Cappelari, L. de Bonald, J. de Maistre). Era una ecle-
siología sin historia y sin escatología, clausurada en esquemas
inflexibles.
Mayoritariamente se piensa la Iglesia como sociedad perfecta.
No se designa con ello una perfección de carácter moral, sino la
convicción de que la Iglesia posee todos los medios y «poderes»
necesarios para conseguir sus fines peculiares. Frente al Estado, por
tanto, puede situarse en plano de igualdad y establecer los acuerdos
que considere pertinentes. Respecto a su propia articulación se con-
cibe como sociedad «desigual» y por ello con una estructura jerár-
quica en la que las distintas competencias están claramente delimita-
das. En ambientes más radicales se elabora una eclesiología «ultra-
montana»: frente a las tendencias disgregadoras de la sociedad y de
la misma Iglesia hay que exaltar la autoridad del Papa, único punto
de referencia seguro y estable; hacia fuera será el Papa el único ca-
paz de hablar al mundo con autoridad, hacia dentro se potencia la
unificación de disciplina y de liturgia conforme a los usos romanos
(la nostalgia de convertir la Iglesia en una única e inmensa diócesis).
Los fermentos renovadores se cultivaron sobre todo en la facul-
tad de teología de Tubinga 19. Influidos por el romanticismo, que se
levantó contra la frialdad y el moralismo de los ilustrados, Sailer,
Geiger, y de modo especial Drey, redescubrieron a la Iglesia como
organismo y vida, por lo que reclamaban que la Iglesia misma en su
17
CH. JOURNET, L'église du Verbe Incarné (DDB, París-Bruges 19623) I, 17-18.
Y. CONGAR, «L'ecclésiologie de la Révolution francaise au Concile du Vati-
can sous le signe de l'affirmation de l'autorité», en M. NEDONCELLE (ed.), L 'ecclésio-
logie auXIXsiécle (Cerf, París 1960) 77-114.
19
J. R. GEISELMANN, Geist des Christentums und des Katholizismus. Ausgewdhl-
te Schriften katholischer Theologie im Zeitalter des deutschen Idealismus und der
Romantik (Maguncia 1940).
18
C.l.
La eclesiología
en la historia
13
existencia debía ser el alma de la teología. Estas intuiciones y pers-
pectivas alcanzaron su plena madurez en la obra de Móhler 20.
La Iglesia no puede ser considerada como simple asociación de
fieles que confiesan la misma fe o practican un culto común. La
categoría básica del romanticismo, vida, permite entender la realidad
más profunda de la Iglesia: organismo viviente en el que todos los
creyentes se encuentran unidos formando una gran comunidad espi-
ritual. De este modo el reduccionismo común a la teología postriden-
tina y a la de la Ilustración, y el peligro consiguiente de establecer
una mera relación de yuxtaposición entre la dimensión visible/jerár-
quica y el componente místico y sobrenatural, quedan superados: en
el organismo vivo y dinámico que es la Iglesia se integran y sinteti-
zan el aspecto interior y el exterior, los elementos prácticos y los
teóricos, la unidad y la multiplicidad.
Esta vida rica y compleja tiene su raíz y su aliento dinamizador
en el Espíritu Santo. Él despliega de modo armónico y complemen-
tario los elementos que otros ven como contrapuestos: la misma vida
se comunica a todos los miembros pero según sus peculiaridades, los
ministerios jerárquicos son expresión del aliento interior común a
todos, es la necesidad interior la que genera las estructuras, el mismo
sujeto viviente conecta a la Iglesia del tiempo presente con la Iglesia
de las generaciones pasadas e igualmente vincula a los cristianos de
lugares diversos y a las iglesias dispersas por el mundo, pues todos
ellos viven de la misma verdad y del mismo amor. Si lo exterior es
«el amor corporeizado» 21, se reconcilian lo objetivo y lo subjetivo,
la unidad y la diversidad, la esencia y la historia.
Los principales autores de la influyente «escuela romana» 22
(J. Perrone, C. Passaglia, J. B. Franzelin, C. Schrader) experimentan
el influjo de Móhler, de su estima por los Padres, y de la orientación
mistérica, trinitaria y sacramental de la eclesiología. La Iglesia no es
principalmente, por tanto, una sociedad religiosa dotada de una auto-
ridad recibida de Dios. Es fundamentalmente emanación de Cristo y
su prolongación en el tiempo, y por ello indisolublemente visible e
invisible, humana y divina. Prestaron por ello gran atención a la con-
cepción de la Iglesia como Cuerpo de Cristo 23.
20
J. R. GEISELMANN, Les variations de la déflnition de l 'Église chez Joh. Adatn
Móhler, en M. NEDONCELLE, O.C, 141-231.
21
Die Einheit in der Kirche § 64. Más tarde en la Symbolik retoma a la perspec-
tiva cristológica de la encarnación, lo que le permitirá combinar mejor el aspecto
divino y humano de la comunidad eclesial.
22
La expresión fue acuñada por A. KERKVOORDE, La theologie du corps mysti-
que au XIX siécle, NRT 67 (1945) 417-430.
23
C. PASSAGLIA, De Ecclesia Christi (Ratisbona 1853) 1,38: «La Iglesia es el
Cuerpo Místico de Cristo en el que Cristo se manifiesta, expande su vida, mediante
14
C.l.
La eclesiología
en la historia
Newmann aparece como una figura señera y solitaria. A diferen-
cia de la escuela romana ofrece una visión de la Iglesia impregnada
de un mayor sentido histórico, personalista y concreto. Sin lograr
una presentación sistemática, su reflexión se mueve dentro de unas
coordenadas novedosas: sitúa a la Iglesia en la historia, como pueblo
de un Dios que interviene en la historia de la salvación; lo decisivo
no es el sistema sino poner de relieve la existencia eclesial como
relación de gracia entre Dios y los hombres; todos los bautizados se
encuentran unidos en un solo cuerpo, del cual todos son responsa-
bles y protagonistas, también los laicos; de este modo lo visible y lo
invisible, lo exterior y lo interior pueden encontrar armonía y recon-
ciliación.
El Vaticano I no asumió sin embargo las nuevas perspectivas.
Resulta particularmente significativo que rechazara el planteamiento
de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, según lo habían pretendido
exponentes de la escuela romana 24. La mayoría de los Padres no
veían en tal expresión más que una metáfora, no una definición; la
consideraban por ello imprecisa y vaga para la mayoría de los fieles
porque no establecía una clara diferencia entre el cuerpo y el alma de
la Iglesia al centrarse en el aspecto interior y espiritual.
Tras el concilio seguirá dominando el carácter societario y jerár-
quico de la Iglesia. El influyente manual de Billot resulta paradigmá-
tico: su Tractatus de Ecclesia Christi la presenta «reduplicative qua
societas» y tiene como idea eje la «sociedad desigual». Sigue latente
el peligro de disociar o de no conjugar adecuadamente la comuni-
dad de fe y de amor con la sociedad dotada de órganos jerárquicos.
León XIII sintetiza la situación al advertir en la Satis cognitum los
dos escollos que deben ser evitados: el monofisismo eclesiológico
que sobrecarga el aspecto visible en cuanto expresión única y plena
de lo invisible, y el nestorianismo eclesiológico que separa ambos
sin una integración adecuada. Quedaba como tarea pendiente la lec-
tura de la Iglesia desde la óptica calcedonense, desde la lógica del
misterio de la encarnación, como «complexio oppositorum», según
la expresión de H. de Lubac 25.
el cual se hace visible entre los hombres y por medio del cual continúa ofreciendo el
fruto de su economía salvifica».
24
A. CHAVASSE, «L'ecclésiologie au Concile du Vatican, L'infaillibilité de
l'Église», en M. NEDONCELLE, O.C, 233-234.
25
H. DE LUBAC, Paradoxe et mystére de l'Église (Aubier 1967) 11.
C.l.
La eclesiología
en la historia
15
6. El camino hacia el Vaticano II 2 6
Para lograrlo, la reflexión eclesiológica estaba abocada a un do-
ble descentramiento que la sacara del eclesiocentrismo y jerarcolo-
gía y la orientara hacia un nuevo re-centramiento: a) salir del plan-
teamiento societario, que coloca a la Iglesia en paralelo con las so-
ciedades civiles, para insertarla en el entero evento salvífico, del que
recibe su intrínseca orientación al mundo y a la totalidad de los hom-
bres; será el misterio de la Iglesia el que abre el horizonte y el senti-
do de la misión; b) dejar de girar en torno a la jerarquía para reen-
contrarse como comunión de todos los bautizados, enriquecida con
los dones, carismas y ministerios de cada uno de ellos; todos ellos
proceden de la dimensión mistérica de la Iglesia de cara a la misión
que ha de cumplir en el mundo y en la historia.
Este proceso ha sido lentamente recorrido a lo largo del siglo xx
hasta encontrar su sedimentación en el concilio Vaticano II. Este
desarrollo ha sido posible por la confluencia de factores diversos:
a) El movimiento litúrgico, centrado inicialmente en ambientes
monásticos (baste pensar en dom Guéranger en Solesmes o dom
Walter en Beuron), fue paulatinamente ayudando a descubrir a
círculos más amplios que todos los bautizados eran partícipes en el
misterio celebrado por la Iglesia.
b) Ello favorecía una espiritualidad cristocéntrica: la persona
de Cristo se relaciona personalmente con los hombres, de un modo
singular en los sacramentos, ante todo la eucaristía; la concentración
en Cristo lleva consigo una más profunda comprensión de su Cuerpo
Místico 27 .
c) En una sociedad que tendía al anonimato y que llevaba a
provocar guerras mortíferas resurgía la nostalgia del espíritu comu-
nitario que favoreciera las relaciones personales y concretas. La
Iglesia se presentaba como ámbito privilegiado para ello.
d) La necesidad de situar la fe cristiana en la sociedad y de
hacer presente a la Iglesia en ambientes descristianizados exigía la
revalorización del laicado y consiguientemente una eclesiología más
flexible y dinámica.
e) El resurgir de los estudios bíblicos y su inserción en la ecle-
siología aportó una savia nueva en los esquemas conceptuales ante-
26
Y. CONOAR, Sainte Église (Cerf, París 1963) 449-696, presenta la crónica de
estudios eclesiológicos de 1932 a 1962; A. ANTÓN, «LO sviluppo della dottrina sulla
Chiesa nella teología dal Vaticano I al Vaticano II», en L 'ecclesiologia dal Vatica-
no I al Vaticano II (La Scuola, Brescia 1973) 27-86.
27
Y. CONGAR, Autour du renouveau de l'ecclésiologie: VInt 11 (1939) 11.
16
C.l.
La eclesiología
en la historia
riores (es significativo constatar que aún Móhler se inspiraba más en
los Padres que en el Nuevo Testamento).
f) También el florecimiento de la patrística aportó nuevos y
fundamentales temas a la eclesiología: su dimensión mistérica, la
lectura tipológica de la Iglesia, la idea de recapitulación, la relación
entre encarnación y género humano...
g) Las nuevas situaciones históricas en que se encontraba la
Iglesia contenían repercusiones y desafíos eclesiológicos de notable
alcance: el ámbito ecuménico que se iba creando, las experiencias
misioneras, las urgencias evangelizadoras...
Todos estos factores confluyeron en el concilio Vaticano II, que
legitimó el cambio eclesiológico necesario. En este sentido se puede
afirmar que clausuró la época de la contrarreforma28. Para ello de-
bió superar sin embargo la lógica depositada por la inercia del pasa-
do 29. El primer esquema presentado se abría con el título De eccle-
siae militantis natura, que arrancaba de la naturaleza societaria de la
Iglesia instituida por Cristo mediante el establecimiento de la jerar-
quía, y suponía la identificación real entre el Cuerpo Místico de
Cristo en la tierra y la Iglesia Católica Romana. Los esquemas pre-
paratorios fueron rechazados por los obispos bajo los reproches de
juridicismo, clericalismo y triunfalismo.
Con ello se despejaba el horizonte para que se fuera perfilando el
marco eclesiológico renovado, estructurado por las siguientes coor-
denadas:
a) la Iglesia es presentada en su profunda raíz mistérica, en-
troncada en el designio salvífico del Dios trinitario; con ello quedaba
desbloqueado el planteamiento eclesiocéntrico y societario;
b) la centralidad de la categoría bíblica de Pueblo de Dios per-
mitía afirmar la igualdad fundamental de todos los bautizados y re-
cordar la llamada universal a la santidad, con lo que se superaba la
perspectiva jerarcológica y jurídica;
c) el importante papel reconocido a las iglesias particulares y a
la colegialidad episcopal mostraba la insuficiencia de la concepción
centralista y piramidal de la Iglesia;
d) al recuperar la importancia de la historia y de la escatología,
se ponía de manifiesto la condición peregrina de la Iglesia, con lo
que se eludía todo sabor triunfalista y autosuficiente;
e) la actitud de reconocimiento y diálogo cordial con todas las
realidades que se encontraban al margen de la Iglesia visible (distin-
28
O ROUSSEAU, Le deuxiéme Concite du Vatican Réflexions ecclesiologiques
Ir36(1962)467ss
29
G. DEJAIFVE, «L'ecclesiologia del Concilio Vaticano II», en L'eccleswlogia
dal Vaticano I al Vaticano II, ed cit
C.l
La eclesiología
en la
historia
17
tas confesiones cristianas, realidades mundanas y seculares, el mun-
do de la increencia, las religiones no cristianas) hacía olvidar las
actitudes de dominio o de superioridad.
7. El destino postconciliar como contexto 30
Si la recepción de todo concilio es difícil y arriesgada, no podía
suceder de otro modo con el Vaticano II. En un extremo se han
levantado voces para denunciar sus efectos disgregadores en la vida
eclesial y en la concepción de la Iglesia31. En el otro extremo no
escaseaban tampoco las voces que solicitaban un Vaticano III 32 que
compensara las insuficiencias y limitaciones del Vaticano II en la
línea de la renovación 33.
Desde una perspectiva más serena hay que reconocer que el con-
cilio produjo un gran impacto por la novedad eclesiológica que re-
presentaba. Su recepción y acogida no podía ser más que lenta y
cargada de tensiones 34. En este proceso la eclesiología ha debido
realizar un esfuerzo notable. Este esfuerzo ha sido dificultado y
agravado por dos factores suplementarios: una «cierta yuxtaposi-
ción» 35 de afirmaciones de las diversas tendencias eclesiológicas en
diálogo, que aparecen en los textos sin una integración plena y que
por ello hacen difícil la interpretación; además la emergencia de pro-
blemas y desafíos nuevos a los que había que ir dando respuesta
desde la fidelidad a las opciones adoptadas por el Vaticano II pero
sin que ellas hubieran calado suficientemente en el seno de la
Iglesia.
Esta situación postconciliar constituye el contexto ineludible de
toda reflexión teológica actual, de modo especial de la eclesiología.
En rasgos rápidos concluiremos esta introducción enumerando los
puntos y ejes más significativos de la actual reflexión eclesiológica
a raíz del Vaticano II:
30
E BUENO, Eclesiología postconcihar Burgense 34 (1993) 213-236
J SAINZ Y ARRIAGA, Sede vacante (Editores Asociados, México 1973), D VON
HILDEOARD, Das trojamsche Pferd in der Stadt Gottes (Regensburg 1968), L Bou-
YER, La décompositwn du catholicisme (París 1968)
32
D. TRACY-H KUENG-B METZ (eds ), Towards Vatican III The Work that
needs to be done (Dublín 1978)
33
N. GREINACHER-H. KUENG (eds.), Kathohsche Kirche - Wohin? Wider den
Verrat am Konzil (Piper, Mumch-Zurich 1986)
34
Una panorámica de la problemática puede verse en G. ALBERIGO (ed), Les
Eghses aprés Vatican II Dynamisme etperspectives (Beauchesne, París 1981).
35
La «yuxtaposición» no debe entenderse como «alternativa» o «contraposi-
ción» sino que designa que el proceso de consenso en los textos conciliares deja
visible la integración de las diversas perspectivas.
31
18
C.l.
La eclesiología en la historia
a) dado que el Vaticano II no ofreció una definición de la Igle-
sia, queda abierta la relación e importancia de las diversas imágenes
que se utilizan para designarla o comprenderla;
b) desde la importancia adquirida por las iglesias particulares
resulta tarea continua su articulación con la Católica y explicitar las
consecuencias e implicaciones de la communio ecclesiarum espe-
cialmente cuando la multiplicación e inculturación de las iglesias en
contextos muy diversos ha transformado el mapa eclesial;
c) la colegialidad de los obispos ha ido generando instituciones
nuevas que, de un lado, deben ser verificadas continuamente y, de
otro, abren vías para su aplicación en otros niveles de la vida ecle-
sial;
d) la recuperación del laicado ha mostrado la dificultad de ofre-
cer una auténtica definición de la identidad del laico así como de
perfilar los modos y medios de su participación y corresponsabilidad
en el seno de la Iglesia;
e) la nueva actitud ante el mundo y la referencia a los signos de
los tiempos ha supuesto una confrontación con la complejidad de las
nuevas realidades sociales y culturales que no se sienten afectadas
por declaraciones genéricas e ingenuas sino que deben ser encontra-
das por métodos concretos e interdisciplinares;
j) el desarrollo de los estudios bíblicos ha colocado en el centro
de la atención la relación exacta de Jesús con la Iglesia (el sentido de
su origen o fundación) y la pluralidad de eclesiologías y de comuni-
dades eclesiales existentes en el Nuevo Testamento (lo que parece
cuestionar la existencia de un único modelo de Iglesia);
g) el redescubrimiento de los orígenes de la Iglesia y de la más
antigua tradición patrística ha permitido valorar y recuperar elemen-
tos olvidados; pero a la vez ha hecho ver que determinadas opciones
no fueron las únicas posibles y que a veces se desarrollaron de modo
unilateral, por lo que a veces se insinúa la tendencia a considerar la
historia de la Iglesia como una degradación o a saltar directamente
desde el período neotestamentario hasta la actualidad (despreciando
por tanto muchos siglos de experiencia cristiana eclesial);
h) el desarrollo de nuevas experiencias comunitarias y la flora-
ción de nuevas figuras eclesiales que pretenden ser «sujetos eclesia-
les» plantea la necesidad de rearticular la organización eclesial y de
abrir un mayor espacio para nuevos protagonistas;
i) una Iglesia que se ha hecho realmente mundial requiere mo-
dos de presencia nuevos y diversificados, la conjugación de la acti-
tud de diálogo con la urgencia evangelizadora, la ampliación y pro-
fundización de la propia catolicidad...
PRIMERA PARTE
CREO EN LA IGLESIA
La eclesiología debe partir del presupuesto que le permita descu-
brir desde un principio el sentido de su reflexión sobre la Iglesia y
que le aporte a la vez el sentido de la realidad eclesial. Este presu-
puesto no puede ser otro que el ofrecido por el mismo símbolo de fe:
en él la comunidad creyente proclama y confiesa su fe en la Iglesia,
pero en el seno de una historia salvífíca cuyo protagonista radical y
último es el Dios que se revela actuando como Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Este doble elemento debe ser explicitado para que pueda des-
plegarse en toda su amplitud el presupuesto del que partimos.
Ya san Agustín explicó con claridad la diferencia entre la fe con
la que creemos en Dios y la fe con que aceptamos a la Iglesia'.
Podemos decir credo in Deum para expresar la adhesión incondicio-
nada a Dios, que implica la entrega de la propia vida y del propio
corazón; la expresión credere Deo pone de relieve el crédito que se
presta a alguien en virtud de cuya autoridad aceptamos la verdad de
su palabra. La Iglesia no puede ser objeto de fe en ninguno de ambos
sentidos. El creyente puede credere ecclesiam: la acepta como obje-
to de fe en la medida en que el acto de fe se remite enteramente al
destinatario supremo del acto de creer, el Dios vivo que se ha reve-
lado en la historia tal como lo narra el símbolo de la fe 2.
La Iglesia figura en el símbolo como la primera de las obras del
Espíritu. Por tanto no confesamos nuestra fe en ella, sino en el Espí-
ritu o, más exactamente, en la Trinidad que hace brotar la Iglesia
como el fruto maduro de su intervención en favor de la salvación de
los hombres 3.
El presupuesto de la eclesiología por tanto no puede ser otro que
la acción salvífíca del Dios trinitario. Es lo que designamos con la
categoría básica misterio. De ahí arrancó el Vaticano II en su pro-
funda obra de renovación al situar a la Iglesia en el misterio de Dios
en el pórtico de LG y AG. La Segunda Asamblea General Extraor-
dinaria del Sínodo de los Obispos (1985) reafirmó la prioridad de la
1
In lo 29,6 (PL 35,1631) y 48,3 (PL 35,1741); En in Ps 77,8 (PL 36,988s) y
130,1 (PL 37,1704).
2
La fórmula credere Deum designa la aceptación del dato objetivo de que Dios
existe.
3
H. DE LUBAC, Méditation sur l'Eglise (Aubier 1968) 23.
22
P.I.
Creo en la Iglesia
categoría misterio para aprehender la identidad de la Iglesia y para
presentarla del modo adecuado en medio de los debates intraeclesia-
les y de las tendencias secularistas de la sociedad moderna. Desde la
lógica y la amplitud del misterio de Dios se podrán conjugar de mo-
do armónico las distintas imágenes o «definiciones» de la Iglesia
haciendo ver su recíproca complementariedad, y se podrán articular
las distintas dimensiones de una realidad compleja como la Iglesia
(el aspecto cristológico y el neumatológico, el histórico y el escato-
lógico, el comunional y el organizativo, el visible y el invisible...).
Misterio debe ser entendido en toda la hondura de sus raíces bí-
blicas para que pueda desempeñar tan importante papel en la teolo-
gía. En él se sintetiza el dinamismo entero de la revelación. Para
poder entenderlo así estableceremos tres observaciones preliminares
que centren su significado y eviten interpretaciones reduccionistas o
simplificadoras:
a) El misterio no debe ser comprendido como algo que rebasa
la capacidad de nuestro entendimiento, como lo incognoscible. Con
ello quedaría reducido a un enigma intelectual que, una vez resuel-
to, pierde su atracción o seducción. Tal fue el planteamiento de una
teología en el fondo racionalista 4. El misterio en sentido bíblico, por
el contrario, designa la voluntad positiva de Dios de conducir en la
historia un designio de salvación. Tiene su origen en lo escondido
de Dios y escapa al control del hombre, pero precisamente en cuanto
desvelado despliega toda su gloria y suscita la admiración del
hombre.
b) Supone la experiencia de des-gracia humana y la decepción
de las expectativas históricas; desde la presión de lo negativo (el
desgarramiento del hombre a nivel individual e interpersonal —Gen
3—, el enfrentamiento violento entre hombres y pueblos —Gen 4,1-
24; 11,1-9—, la situación de opresión o esclavitud —Ex 3—...) se
puede descubrir el hilo de consuelo, esperanza, liberación que va
manteniendo la fidelidad de Dios; desde esta óptica, misterio se po-
drá convertir en categoría soteriológica central.
c) El misterio supone la concepción de la historia humana co-
mo un drama, porque actúan libertades reales que se encuentran y se
reconocen o se rechazan, que están siempre abocadas a la elección
entre el bien y el mal. Dios actúa como protagonista para, desde
dentro, orientar el desenlace hacia la felicidad y la comunión. El
Dios libre encuentra a seres libres, y por ello debe actuar conforme
a la lógica y la estructura de la historia. Lo que el misterio garantiza
4
Cf. K. RAHNER, «Sobre el concepto de misterio en la teología católica», en
Escritos de Teología IV, 53-101.
P.I.
Creo en la Iglesia
23
es la fidelidad inagotable de Dios en favor de los hombres (cf. Gen
3,15 en la apertura del relato bíblico y Ap 21,1-4 en su clausura).
El término aparece tardíamente y en un primer momento sin gran
relevancia teológica 5. Posteriormente la va adquiriendo en base a las
preguntas que suscita la experiencia histórica pero sobre la memoria
de una idea familiar a Israel, la de los secretos que Dios mantenía
escondidos pero que podía revelar. Cuando la dureza de la realidad
hacía difícil soportar el peso y el sinsentido de la vida, se despertaba
la confianza en que Dios desvelaría el sentido oculto de lo que suce-
día (Sab 6,22; Am 3,7; la teología de la historia del Dtls). Pero es
sobre todo en un contexto apocalíptico, donde se ha quebrado la
confianza en la historia y en todas las mediaciones salvíficas munda-
nas, cuando estalla como recurso último y supremo la certeza de que
es la voluntad divina la que rige la marcha de la historia, y de que él
es el autor de lo ya sucedido, del presente y del porvenir (Dan
2,18.19.27.30.47; cf. Jdt 9,5-6).
El Nuevo Testamento aportará una profundización cristológica a
esta amplia perspectiva histórica del misterio, que incluirá a la vez
ricos despliegues trinitarios y eclesiológicos.
Los sinópticos utilizan el término para referirse al modo secreto
y escondido como el Reino de Dios se hace presente en los hechos y
palabras de Jesús, en la línea ya señalada de Dan 6. Pero será la lite-
ratura paulina la que lo convierte en clave de su teología, incluyendo
de modo directo a la Iglesia. El misterio designa los secretos de Dios
pero en cuanto se hacen presentes en la historia y son perceptibles
por quienes han recibido un don de Dios (Rom 16,25-26; 1 Cor 2,6).
El anuncio del evangelio (Col 4,3; Ef 6,19; 1 Tim 3,9.16) o el anun-
cio de Cristo crucificado (1 Cor 1,23; cf. 1 Cor 2,1.7; Col 1,27; 2,2)
muestran la eficacia de la acción salvífica y reconciliadora de Dios,
tal como lo tenía establecido desde siempre. Ef 1,9-10 y 3,1-12 abre
una perspectiva cósmica y recapituladora de la realidad y de la hu-
manidad que incluye el anuncio del evangelio a los gentiles, la ac-
ción del ministerio apostólico y la Iglesia. La Iglesia, por tanto, for-
ma parte del misterio de Dios, en su proyecto de restaurar todas las
cosas en Cristo.
En este inmenso marco histórico no puede olvidarse su compo-
nente dramático. La libertad puede generar enfrentamiento y violen-
cia. La presencia y la acción de la Iglesia han de confrontarse con el
5
Inicialmente designa simplemente un secreto (Tob 12,7.11; Jdt 2,2; Eclo
22,22; 27,16) o los misterios griegos (Sab 14,15.22-23).
6
Aparece allí donde Jesús explica por qué habla en parábolas (Me 4,11; Mt
13,11; Le 8,10): sólo en la significación profunda de los hechos y palabras de Jesús
se puede descubrir el secreto de la venida y realización del Reino de Dios.
24
P.I.
Creo en la Iglesia
misterio de iniquidad. Si ella encarna el «misterio de la piedad» 7 no
por ello anula el misterio de la iniquidad, el proceso dolorido y es-
forzado del compromiso histórico, porque los poderes de este mundo
no han aceptado la sabiduría oculta de Dios (1 Cor 2,7-8).
Incorporada la Iglesia al misterio de Dios, que abarca el conjunto
de la historia y de la realidad, encuentran los Padres un punto de
apoyo para incluir a la Iglesia en el proceso entero del proyecto sal-
vífico de Dios, que es estructurado en cuatro momentos (que pueden
también ser identificados en LG 2):
a) Ya desde la eternidad del designio divino la Iglesia estaba
prefigurada: «antes del origen del mundo, oh Dios, se iba sin cesar
preparando en tu presencia» 8 porque «así como la voluntad creadora
de Dios termina en una obra que se llama mundo, su designio salví-
fíco produce una obra que se llama Iglesia» 9; incluso Hermas llega
a decir que el mundo fue creado con vistas a la Iglesia 10.
b) En la historia de Israel se da una preparación y una revela-
ción profética que se insinúa a través de determinadas imágenes que,
como sabemos, anticipan lo que se realizará más plenamente en la
Iglesia; así se explica la lectura tipológica tan característica de la
teología patrística.
c) Su revelación y actuación definitivas se producen gracias a
la acción de Cristo y del Espíritu. La proclamación y celebración en
y por la Iglesia forman parte del misterio mismo.
d) La Iglesia también forma parte de la consumación alfinalde
los siglos, cuando tenga lugar la restauración y reconciliación plena.
Dios creó el mundo con vistas a la comunión en su vida divina
(cuando se curen las heridas y se supere el cansancio del peregrinaje
a través de la historia), «comunión» que se va logrando mediante la
«convocación» de los hombres en Cristo, «convocación» que se vi-
sibiliza en la Iglesia. En este sentido se puede ver a la Iglesia, en
expresión de san Epifanio, como lafinalidadde todas las cosas n .
PI
7
Constituciones Apostólicas VIH, 32,2 (Sources chrétietmes 336,234) interpreta
en clave eclesiológica el «misterio de piedad» de 1 Tim 3,16.
8
Líber sacramentorum Romanae Ecclesiae XXVII, 11 (PL 55,111)
9
10
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Pedagogo I, 6,27 (PG 8,281).
Pastor de Hermas, Vis II, 4,1.
" Haer I, 1,5 (PG 41,182)
25
origen, pero «es asistido por aquellos que son a la vez su primogéni-
to y sus manos, el Hijo y el Espíritu, el Verbo y la Sabiduría» n.
Hijo y Espíritu son enviados en misiones distintas y producen efec-
tos diversos en el hombre y en la historia, pero en el modo de darse
se refleja su modo de ser en la intimidad y el dinamismo de la vida
divina l3. Si de la acción de las tres divinas personas brota la Iglesia,
en ella debemos descubrir no sólo la acción de cada una de las per-
sonas sino el reflejo de su propio ser personal.
La Iglesia ha de ser considerada como sacrarium Trinitatis 14,
como icono de la Trinidad 15, una «misteriosa extensión de la Trini-
dad en el tiempo» 16. En este sentido podemos hablar de una Eccle-
sia de Trinitate, que surge ex hominibus debido a la intervención
histórica de la Trinidad. Pero a la vez podemos hablar de Trinitas in
Ecclesia porque «donde están los Tres, el Padre, el Hijo y el Espíri-
tu Santo, allí está la Iglesia, que es el cuerpo de los Tres» 17, su
epifanía.
La Iglesia no puede por ello ser entendida en profundidad más
que dentro del dinamismo del amor trinitario. De un lado porque lo
relata y lo celebra. Y de otro lado, y precisamente por ello, porque
lo testifica en medio de la historia de los hombres: a pesar de sus
limitaciones e imperfecciones proclama que el amor de Dios no se
clausura ante el rechazo o la negativa humana porque nunca vuelve
las espaldas a las aventuras y desventuras de la humanidad.
La perspectiva trinitaria será desglosada en los capítulos siguien-
tes desde las tres imágenes clásicas: la Iglesia es Pueblo de Dios, del
Padre, Cuerpo de Cristo, del Hijo, Templo del Espíritu. Cada Perso-
na constituye a la Iglesia desde un aspecto esencial. Cada uno de
ellos se integra armónicamente l8. De ese modo la Iglesia podrá ser
comprendida como comunión que se expresa y realiza en la publici-
dad de la historia.
12
13
14
Pero el Dios que «quiere que todos los hombres se salven y lle-
guen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,4-5), el Dios que da
origen y que conduce el misterio de la salvación, no es un Dios
apersonal o anónimo, tiene rostro y nombre: es Padre, Hijo y Espíri-
tu. El Padre, por el «beneplácito de su voluntad» (Ef 1,5.9.11), es el
Creo en la Iglesia
15
16
17
AH IV, 7,4 (Sources chrétiennes 100,465)
S AGUSTÍN, De Trinitate I, 4,7 (PL 42,824)
S AMBROSIO, Exameron III, 5 (PL 14,164-165)
B FORTE, La Chiesa icona della Trinita (Brescia 1984).
H DF LUBAC, o c , 23
TERTULIANO, De bap 6 (PL 1,1206) Por eso la Iglesia «no puede naufragar,
porque de su mástil pende Cristo, a popa está el Padre como timonel y a proa vigila
el Espíritu Santo» S AMBROSIO, Ser 46 (PL 17,697)
'* LG 17 y PO 1 recogen las tres designaciones Pueblo de Dios, Cuerpo de
Cristo, Templo del Espíritu (menos directamente LG 9)
CAPITULO II
LA IGLESIA PUEBLO DE DIOS
BIBLIOGRAFÍA
AA VV , El Pueblo de Dios (Bilbao 1970), COLOMBO, G , // «popólo di
Dio» e ü «mistero» della Chiesa nell'ecclesiologia postconcihare Teolo-
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de Dios Sobre las ambigüedades de una eclesiologia mistérica (Sigúeme,
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gart 1981), TENA, P , La palabra ekklesia Estudio historico-teologito (Bar-
celona 1958)
La Iglesia es protagonista del misterio de Dios en cuanto Pueblo
de Dios La dimensión mistérica de la Iglesia no la orienta hacia lo
mítico o lo puramente espiritual sino a la historia y a la experiencia
humana ', constituyéndola como sujeto histórico 2 Se trata de una
designación fundamental para la Iglesia porque, como veremos, des-
de un principio sirvió para expresar su autoconciencia, además por-
que expresa con claridad su íntima relación con el Dios que se revela
y con los hombres a los que ha sido enviada Pero el papel que ha
jugado en la historia no ha sido constante, sino que ha debido ser
continuamente recuperado y matizado
1
Destino histórico de la imagen «Pueblo de Dios»
En el momento inicial de la historia de la Iglesia ocupó un
puesto central, ya que la primitiva comunidad de Jerusalén tuvo
que identificarse precisamente respecto a Israel, el Pueblo de Dios
Desde un principio la Iglesia tuvo que identificar su sentido en una
1
2
CTI, Cuestiones selectas de ecleswlogia (1985) n 3
G COLOMBO, // «Popólo di Dio» e il «mistero» della Chiesa nell eccleswlogia
postconcihare Teología 10(1985) 165
28
P.I.
Creo en la Iglesia
historia que la precedía, y para ello le sirvió la categoría Pueblo de
Dios 3.
Hasta mediados del siglo iv conserva cierta prioridad respecto a
otras imágenes. Posteriormente se fue desdibujando. Suscitaba reso-
nancias muy materiales y mundanas. Por eso las preferencias se
orientaron hacia otras imágenes que ponían más de manifiesto su
componente trascendente como Cuerpo de Cristo y Esposa 4. A lo
largo de los siglos estará prácticamente ausente de los manuales o
tratados de eclesiología así como de los documentos magisteriales.
Cuando aparece no lo hace en el sentido propiamente bíblico-teoló-
gico sino para designar de modo genérico al pueblo, a la sociedad en
cuanto colectivo de hombres.
El siglo xx ha sido testigo de su recuperación en clave polémica
frente al predominio de Cuerpo de Cristo, que podía ser comprendi-
do como puro reino de gracia, ajeno a la experiencia histórica.
A. Vonier5 reivindicó Pueblo de Dios para destacar la apertura uni-
versal de la Iglesia y su inserción en la historia de los hombres. De
modo más radical Koster6 contrapone a la «metáfora» Cuerpo de
Cristo la noción «real» Pueblo de Dios. La exégesis parecía confir-
mar la prioridad de esta designación. Dahl añadió a su investigación
sobre el Pueblo de Dios el subtítulo «una investigación sobre la au-
toconciencia eclesial del cristianismo primitivo» 7. Cerfaux8 señala
que en Pablo la designación «Cuerpo de Cristo» es tardía, pues ini-
cialmente aplica al pueblo mesiánico de la nueva alianza las fórmu-
las que la Biblia venía aplicando a Israel: la Iglesia realiza la imagen
que Dios se había formado de su pueblo elegido, y por ello debe ser
considerada ante todo como el Israel de Dios 9.
En el Vaticano II adquiere un gran relieve, hasta el punto de que
se convertiría en síntesis y símbolo de la eclesiología conciliar. De
3
Hay que dar toda su importancia al hecho de los conceptos y de las experien-
cias históricas a las que podía recurrir la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén,
sería una actitud ahistónca y abstracta esperar que hubiera podido recurrir a otras
conceptualizaciones, pues los primeros cristianos eran todos judíos, para los cuales
podía representar una traición a su pueblo, en las circunstancias históricas que estaba
viviendo, no ya renunciar a las imágenes tradicionales veterotestamentanas sino in-
cluso presentarse como alternativa a él admitiendo la admisión de los paganos sin
exigirles la circuncisión.
4
J. EGER, Salus Gentium Eme paínstische Studie zur Volkstheologie des Am-
brosius von Mailand (Munich 1947), J. RATZINGER, Volk und Haus Gottes in Augus-
tinus Lehre von der Kirche (Munich 1954).
5
A. VONIER, The People of God (Londres 1937).
6
M. D. KOSTER, Ekkleswlogie im Werden (Paderborn 1941)
7
N H DAHL, Das Volk Gottes Eme Untersuchung zum Kirchenbewusstsein
des Urchnstentums (Darmstadt 1963, primera edición Oslo 1941).
8
L. CERFAUX, La Iglesia en san Pablo (DDB, Bilbao 1959).
9
Ib 321.
C 2
La Iglesia Pueblo de Dios
29
hecho el capítulo II de LG es considerado como exponente funda-
mental del cambio operado por el concilio: la salvación es siempre
comunitaria e implica la pertenencia al pueblo de Dios, lo cual sig-
nifica que todos los bautizados se encuentran unidos a ese nivel fun-
damental, que es previo a cualquier diferenciación posterior (cf.
LG 9, y en la misma línea AG 2, AA 18 y GS 32).
Tras un florecimiento inicial en el período postconciliar fue que-
dando en la penumbra ante el predominio creciente de otras catego-
rías como comunión, según tendremos ocasión de estudiar. En este
desdibujamiento actuaron de modo convergente tres factores: por un
lado se cuestionaron los datos exegéticos acerca de su centralidad en
el Nuevo Testamento; se denunciaban las interpretaciones de carác-
ter político y sociológico a las que en ocasiones había estado some-
tida; el descontento ante la mentalidad individualista o masificada
reclamaba más intensas y directas experiencias comunitarias 10; es-
tos dos últimos aspectos reaparecerán ulteriormente porque han
acompañado el devenir de la eclesiología postconciliar.
Más recientemente se pueden constatar repetidos intentos de re-
valorizar la categoría Pueblo de Dios, que se apoyan en tres tipos de
razones. De un lado algunos autores lo hacen con el propósito de
recuperar la que consideran «intención profunda» del Vaticano II,
para el que no sería una imagen o metáfora entre otras sino auténtica
definición de la Iglesia ''. Desde otro punto de vista la exégesis
aportaba una perspectiva renovada: la referencia al antiguo Pueblo
de Dios fue constante y determinante en la configuración de la auto-
conciencia de la comunidad eclesial. Finalmente la convicción de
que todas las designaciones de la Iglesia deben ser reconducidas a la
ekklesía como forma básica de la comunidad cristiana 12 (la cual, a
su vez, se alimenta de la savia, como veremos, del Antiguo Testa-
mento).
2.
El Pueblo de Dios en la iniciativa fontal del Padre
El Pueblo de Dios es situado por el Vaticano II en el seno de la
economía divina, en el misterio que ya hemos presentado. LG 2 y
AG 2 lo muestran con claridad, vinculándolo de modo directo a la
iniciativa del Padre. LG 9 lo desarrolla con más precisión mostrando
el surgimiento del nuevo pueblo como consumación de la iniciativa
10
G
COLOMBO, a c.
" G PHILIPS, La Iglesia y su misterio (Barcelona 1968) 98ss
12
El artículo citado de Colombo se mueve en esa línea de reivindicación, y de
modo más directo y sistemático S DIANICH, Eccleswlogia (Paoline, Cimsello Balsa-
mo, Milán 1993).
P.I.
30
Creo en la Iglesia
salvífica de Dios y de su voluntad de salvar a los hombres no de
modo individual sino haciendo «de ellos un pueblo para que le cono-
ciera de verdad y le sirviera con una vida santa».
Thelema, eudokía, próthesis, boulé designan en el Nuevo Testa-
mento el aspecto benevolente y gratuito, pero a la vez eficaz y deci-
dido, del designio del Padre de acercarse a los hombres. En cuanto
fuente y origen de la divinidad, es el manantial del don y la fuente
de la gracia que se manifiesta en la historia. Como manantial de don
inagotable ofrece la garantía de fidelidad y de consistencia a pesar
de las resistencias que emergen de la historia humana. El modo de
comportarse Yahvé en el Antiguo Testamento confirma no sólo que
su palabra desvela la lógica y la coherencia de unos acontecimientos
que no suceden por azar, sino que abre el horizonte invencible de la
esperanza en medio de las quiebras de la historia.
De cara a realizar su designio Dios elige un pueblo en medio de
los pueblos del mundo. Pero esta elección debe entenderse de modo
adecuado para evitar las acusaciones que muchas veces se han le-
vantado con razón contra algunas concepciones eclesiológicas. La
elección de un pueblo no debe entenderse de modo exclusivista o
excluyente. Ello no significa que el resto de los pueblos no sean de
Dios o que Dios no sea Padre de todos los hombres. Si todo hombre
ha sido creado a imagen de Dios y si en virtud de la encarnación la
raza humana ha sido consagrada, se puede reconocer a toda la huma-
nidad como pueblo de Dios B . La conciencia de elección no puede
atentar por consiguiente contra la unidad radical del género humano
sino que ha de manifestarse como expresión y servicio a esa unidad
previa y radical.
La comprensión de la historia como drama, en el sentido que ya
indicamos, permite entender la existencia de un pueblo con una mi-
sión especial en favor de todos los pueblos. No existiría un pueblo
de Dios si la humanidad no se hubiera roto en una multiplicidad de
pueblos separados y enfrentados. Si todos los hombres hubieran per-
manecido en la situación original del paraíso la relación de cada uno
con Dios hubiera sido directa. Pero la lógica de la violencia hizo que
los particularismos se dividieran y enfrentaran. Dios en consecuen-
cia ha de adaptarse al ritmo y a la estructura de la historia: recurrien-
do al servicio de la mediación, ir creando los modos de encuentro y
comunicación propios de una historia de libertades. Es elegido un
13
Es una convicción que subyace por ejemplo a la teología de Rahner, en fuerza
de su teoría del existencial sobrenatural y de la autocomunicación de Dios a nivel
transcendental. Más allá de unos planteamientos teológicos determinados se puede
decir que responde a la perspectiva de la teología actual acerca de las relaciones entre
la naturaleza y la gracia y el pecado original.
C.2.
La Iglesia Pueblo de Dios
31
pueblo para que, desde el amor regalado por Dios, se consagre al
servicio de la mediación y del encuentro.
La identidad y la función de ese pueblo quedan explicitadas des-
de una triple dialéctica propia del dinamismo de la historia de la
salvación:
a) La dialéctica concentración-expansión 14: si la predilección
de Dios se concentra en un individuo o en un grupo, ello tiene como
objetivo su despliegue de cara a la multitud, a la totalidad (sobre el
trasfondo de una humanidad dividida la llamada de Abrahán apunta
a la bendición de todos los pueblos).
b) La dialéctica de la vocación-envío 15: la llamada divina no
tiene como fin la satisfacción o el beneficio del destinatario, sino que
tiene lugar porque hay una tarea que cumplir; es por ello la misión
la que determina el carácter de la vocación (cf. Gen 45,5; 49,10; Éx
3,12-15; Is 6,9.19-20; Jer 1,7; 26,12).
c) La alianza está animada por una referencia de apertura: co-
mo categoría central de la lectura que el pueblo hace de la historia,
no puede quedar reducida a la historia misma del pueblo, sino que la
memoria colectiva la vincula a la alianza con Abrahán y con Noé,
que no eran judíos, y a la unidad originaria del género humano.
El Dios creador de todos los hombres establece de este modo la
lógica del pueblo elegido: concentra en él su llamada y establece una
alianza, pero para enviarlo con la tarea y misión de servir a la recon-
ciliación y reunificación de todos los pueblos. De este modo Dios da
un sentido al caminar en el tiempo, a su peregrinar en medio de
tantas amenazas y peligros, porque a través de él, precisamente en
cuanto pueblo, quiere comunicar algo que no habían captado los sa-
bios de otras tradiciones l6.
3. Israel como Pueblo de Dios
La memoria histórica y la autoconciencia de Israel estaban apo-
yadas en la convicción de haber sido elegido por Dios por pura gra-
cia, sin merecimientos propios (Dt 7,6-9). El punto central es la
alianza establecida en el Sinaí. Pero ésta vive de una acción previa
de Dios en favor de Abrahán. Y quedará establecida como ideal y
14
15
O. CULLMANN, Cristo e il tempo (II Mulino, Bolonia 1965) 143ss.
J. GUILLEN TORRALBA, La fuerza oculta de Dios. La elección en el Antiguo
Testamento (Valencia-Córdoba 1983).
16
G. M. ZANGHI, «Prólogo» a AA.VV., El misterio de la Iglesia (Ciudad Nueva,
Madrid 1984) 30-31.
32
P.I.
Creo en la Iglesia
punto de referencia para conservar la identidad del pueblo a través
de los siglos.
La acción de Dios con Abrahán manifiesta de modo paradigmá-
tico la triple dialéctica mencionada. El Dios creador y el Dios de
Israel es el mismo que establece una alianza con Abrahán. Queda
claro que es él el que toma la iniciativa y el que establece un pacto
sin contrapartida equiparable por parte del hombre. Si se dirige a
Abrahán no es para otorgarle un privilegio que le dé mayor seguri-
dad o le facilite la salvación. En Babel la humanidad había quedado
dividida, sin puentes de comunicación o comprensión. Abrahán es
elegido de «entre las gentes» y por ello «para las gentes»: queda
constituido en «cabeza de una nación grande» (Gen 12,2-3) porque
está «destinado para padre de una multitud de naciones» (Gen 17,5).
Él será mediación de una salvación que se dirige a una multitud tan
numerosa como las arenas del mar o las estrellas del cielo (Gen
12,2-3; 13,16; 15,5).
La vocación y la alianza no son simplemente una revelación o un
descubrimiento de algo ya existente. Se trata de un compromiso his-
tórico. Para Abrahán la fe es una aventura que hay que afrontar entre
los hombres. Por parte de Dios es la revelación de algo oculto que se
va realizando en la medida en que lo comunica 17. Pero en el ejerci-
cio concreto de este compromiso no se puede olvidar ni la debilidad
de las mediaciones humanas ni la libertad de Dios. Abrahán efecti-
vamente no queda transformado en otro hombre, sino que también
cae en la tentación de recurrir a la mentira y a las estrategias huma-
nas (Gen 12,10-19; 20,1-5). Dios por su parte no queda sometido a
los cálculos y previsiones humanas sino que es capaz de hacer brotar
lo novedoso e imprevisto para abrir caminos a la esperanza y a la
salvación (cf. 25,9-34; 39ss).
La alianza individual con Abrahán se hace directamente colecti-
va en la alianza del Sinaí. Lo importante no es que se realice con un
pueblo, sino que la alianza constituye al pueblo en su identidad y su
misión (Gen 19; 24).
Quedan constituidos como pueblo porque antes no eran más que
un conjunto desvinculado de tribus y ahora la iniciativa de Dios, al
liberarlos de una situación de desgracia y de opresión, los constituye
como pueblo. Por eso son pueblo de Dios. Pero el compromiso de
Dios es aún más radical. Junto con su nombre les desvela una ima-
gen insospechada de Dios: si antes pensaban que no se podía ver a
Dios sin morir, ahora descubren con sorpresa que el Dios inaccesible
se les acerca sin aniquilarlos, incluso otorgándoles nueva vida (Ex
24,9ss; 32,20). Además les garantiza su presencia (Ex 3,11-12) por-
17
L. BOUYER, La Iglesia de Dios (Madrid 1973) 216.
C.2.
La Iglesia Pueblo de Dios
33
que es un pueblo especialmente suyo («vosotros seréis mi pueblo y
yo seré vuestro Dios»), separado de las naciones y vinculado espe-
cialmente a Yahvé (Dt 7,6) l8. Esta alianza los constituye en sacer-
dotes y ministros de Dios en medio de las naciones a fin de que
todos los pueblos perciban la gloria de Yahvé y se reconcilien en él
(cf. Is 5,26; 11,10-12; 61,6 que prolongan Éx 19,5-6).
En la constitución del pueblo y en su identidad es básica y cen-
tral la asamblea. La celebración del pacto (Ex 19) es designada «el
día de la asamblea» (Dt 4,10; 9,10; 18,16), en el que la alianza queda
sellada no ya con el padre del pueblo sino con el pueblo entero.
Qehal designa por ello más que pueblo: es el pueblo en toda su in-
tensidad religiosa. Qehal (en mayor medida que pueblo) pone de
relieve un doble aspecto: el protagonismo del pueblo en su conjunto,
es decir, como acto oficial en el que se expresa el pueblo entero; el
hecho mismo de la convocación, es decir, de estar reunidos porque
han sido llamados por Dios. En consecuencia lo decisivo no es tanto
la realización de actos de culto dirigidos a Dios cuanto el compromi-
so a participar en el designio de Dios. La memoria del qehal del
Sinaí será en consecuencia imprescindible para actualizar la voca-
ción que les ha sido dirigida y la misión que se les ha encomendado.
Este acontecimiento central estará expuesto a interpretaciones
muy variadas. La tendencia particularista insistirá en los bienes ma-
teriales de que ha sido dotado, en las victorias militares que ha con-
seguido, en el puesto de privilegio que le ha colocado en el centro de
los pueblos... La vinculación extrema de los dones de la alianza a la
pertenencia racial o nacionalista es lo que conducirá a Israel a su
fracaso como pueblo de Dios. Pero habrá otra línea universalista,
que recogerá con más fidelidad la lógica del amor del Padre. Esta
interpretación insistirá en la apertura a todos los pueblos. Pero se
expresará con mayor pureza allí donde ve el qehal del Sinaí como el
acontecimiento de la renovación de la humanidad como tal, la re-
constitución de su condición adámica previa al pecado, a la historia
del egoísmo y de la violencia 19.
Estos datos teológicos obligan a precisiones lingüísticas signifi-
cativas. De un lado qehal se opone a edah: aquél se usa preferente-
mente en sentido religioso, para designar la asamblea de los llama-
dos, de los elegidos; éste por el contrario para cualquier tipo de agru-
pación profana. Por otro lado am se opone a goyim: éste, que
designa un conglomerado sin referencia a ningún principio interno
de unidad, se aplica a los pueblos extranjeros; aquél designaba origi-
18
R. RENDTORFF, Die «Bundesformel»: Eine exegetisch-theologische
chung (Stuttgart 1995).
s
J. POTIN, Lafétejuive de la Pentecóte (París 1971) 248-249 y 305.
Untersu-
34
P.I.
Creo en la Iglesia
nariamente un conjunto de individuos unidos por lazos de sangre o
de parentesco, y por ello de vida y de destino; asume un significado
soteriológico porque pone de relieve la familiaridad e intimidad con
que Yahvé ha unido su destino al de su pueblo.
Estas convicciones permanecerán como punto de referencia per-
manente en Israel. El qehal será siempre el ideal de lo que debe ser
Israel. Las asambleas posteriores no serán más que la actualización
o prolongación de aquélla (cf. 1 Re 8,14.22.55). Es lo que pretende
Josué (c.23-24) en un momento decisivo. Josías, el rey fiel a Yahvé
(cf. 2 Re 25), convoca una nueva asamblea, como la del Sinaí, para
renovar la alianza tras el redescubrimiento del libro de la ley (2 Re
22-23; cf. sobre todo 23,22). En la misma lógica se mueven Esdras
y Nehemías cuando, después del destierro, pretenden renovar al
pueblo y retornar a la alianza del Sinaí (Esd 2,64; 10,1.3.9.12;
Neh 8-10).
Los LXX dejan transparecer la misma convicción al verter al
griego la historia del pueblo. Fundamentalmente traducen edah por
sinagoga y qehal por ekklesía; también mantienen la distinción entre
am y goyim, que son traducidos respectivamente por laós y ethné.
Interesa sin embargo advertir que entre ekklesía y laós no se da una
coincidencia exacta. La ekklesía conserva su peculiaridad respecto a
laós. Cuando qehal posee sentido religioso es traducido mayoritaria-
mente por ekklesía (Dt 4,9-13; 9,10.18; 23,2; 31,30; Neh 13,1). Ésta
designa siempre una reunión actual o dice referencia a la convoca-
ción. El pueblo disperso en las ciudades de Israel nunca es denomi-
nado ekklesía. La estrecha relación entre ambos no debe conducir
por tanto a considerarlos sinónimos 20.
Pero junto a la centralidad de la referencia a la alianza que los
hace ser pueblo de Dios, se mantiene la posibilidad de que tal vincu-
lación se rompa por la infidelidad de Israel. Yahvé puede provocar-
los «con un no-pueblo» (Dt 32,21). Los profetas son los responsa-
bles de recordar que puede llegar el fin de Israel y que Yahvé puede
proclamar «vosotros no sois mi pueblo y yo no soy vuestro Dios»
(cf. Am 8,2; Os 1,9; 2,23-25). Jeremías y Ezequiel anuncian una
alianza nueva, que implica la transformación del corazón (será como
una resurrección), para que Yahvé pueda volver a afirmar «Yo soy
su Dios y ellos son mi pueblo» (Jer 31,31-33; 32,37-40; Ez 36,24-
28; 37,1-14.27). La certeza de Israel queda amenazada por el peligro
de la quiebra de la alianza.
20
P. TENA, La palabra ekklesía. Estudio histórico-teológico (Barcelona 1958)
153, en polémica expresa con el artículo de Schmidt en TWNT; M. C. MATURA, «Le
qahal et son contexte culturel», eaL'Église dans la Bible (Brujas-París 1962) 9-18.
C.2.
4.
La Iglesia Pueblo de Dios
35
La autoconciencia del nuevo Pueblo de Dios: la ekklesía
El ministerio de Jesús se desarrolló sobre este trasfondo y esta
problemática. El Bautista llevó a su paroxismo la quiebra de las se-
guridades de Israel (Mt 3,9-10; Le 3,8-9). Jesús se dirigió a todo el
pueblo de Israel para invitarlo a la conversión y a la recuperación de
la vocación primera. Eligió a los Doce como símbolo de la convoca-
toria definitiva de Israel. Pero a la vez introducía una lógica desco-
nocida (u olvidada) por Israel: la dinámica del Reino de Dios rompía
todas las barreras y exclusivismos, la Ley debía ser interpretada des-
de la intención originaria del Dios de la creación y no desde las
estrecheces introducidas por las tradiciones de los hombres.
Jesús no podía dejar de contar con la posibilidad del fracaso de
Israel (cf. Mt 8,1 lss) y de la necesidad de un pueblo distinto (Mt
21,43). Cuando el fracaso de Israel se consumó con el rechazo del
Hijo, éste entregó su vida como sello de una alianza nueva, que sin
embargo no excluía a Israel2I.
Los primeros cristianos fueron conscientes de la novedad de la
Pascua de Jesús. Pero debieron establecer su identidad a la luz de la
historia precedente (a la que Jesús no había renunciado) y de la fun-
ción mediadora de Israel. No resultaba fácil precisar el sentido exac-
to de la novedad acontecida. Si la elección de Dios se produce «sin
arrepentimiento» (Rom 11,29), ¿puede perder su sentido el antiguo
pueblo? Si en Jesús se había realizado la alianza nueva y definitiva,
¿significa ello que queda anulada la alianza antigua? Si el mesías
posee su propio pueblo o comunidad, ¿quiere ello decir que el anti-
guo pueblo queda despojado de su función?
La comunidad cristiana responderá con una postura compleja y
llena de matices, pero suficientemente clara y segura: comprendién-
dose como Pueblo de Dios (nuevo y verdadero) y designándose ek-
klesía (es decir, el qehal auténtico de Dios).
La comunidad cristiana se consideró heredera de los dones y la
misión de Israel y por ello del título de Pueblo de Dios. Los lugares
del Nuevo Testamento en que aparece tal designación (2 Cor 6,16;
Rom 9,25; 1 Pe 2,10; Heb 8,10; Ap 21,3) son textos (excepto Tit
2,14) que recogen los pasajes ya conocidos del Antiguo Testamento
(Os 2,23-25; Jer 3,31ss; Am 9,1 lss) en los que menciona la quiebra
en la identidad de Israel. Pero ello no es motivo para desvirtuar el
valor de la imagen para designar a la nueva comunidad 22. Estos mis-
mos textos crean el espacio para que resalte con claridad la aparición
de otro pueblo, de un pueblo distinto.
21 L. BOUYER, o.c,
22 F. ASENSIO, Yahvé y su pueblo (Roma 1950).
283.
36
P.I.
C 2.
Creo en la Iglesia
Esta conclusión queda confirmada y ampliada si miramos más
allá de la aparición expresa de la imagen Pueblo de Dios y nos fija-
mos en la teología subyacente. Pablo en la tipología que ofrece en
1 Cor 10,1-3 deja ver que lo acontecido en Israel se ha consumado
ahora de modo pleno; esa dimensión de actualidad se expresaba
igualmente en 2 Cor 6,16; la misma alianza de Abrahán se entregaba
en herencia a Cristo y a los cristianos (Gal 3,16; 2 Cor 3,6; 1 Cor
11,25; Rom 4). La Iglesia por tanto puede ser designada «Israel de
Dios» (Gal 6,16). El evangelio de Mateo presenta a la Iglesia como
el verdadero Pueblo de Dios 23: inserta a Jesús profundamente en su
pueblo (el-2), narra el rechazo (21,33-46; 22,1-9; 27,25) y por ello
se anuncia otro pueblo (21,43). Lo mismo podríamos decir de la
mayor parte de los escritos neotestamentarios. Varían en los matices
que utilizan para expresar el grado de continuidad entre ambos pue-
blos. Pero todos ellos consideran a la nueva comunidad desde la
perspectiva y la función del Pueblo de Dios.
A la luz de tres textos fundamentales emerge la novedad del Pue-
blo de la alianza definitiva:
a) Hch 15,14 («Dios se dignó tomar de los gentiles —ethné—
un pueblo —laós— consagrado a su nombre»; cf. también 18,10)
recoge la antigua distinción entre am y goyim, pero sin admitir la
separación que establece la pertenencia étnica; es decir, el nuevo
pueblo rompe las barreras que establece el odio, y crea la reconcilia-
ción entre los pueblos (cf. Ef 2,14-16).
b) 1 Pe 2,10 profundiza en ese dato: es la desnudez de la fe y
del bautismo lo que hace que se pase a ser pueblo saliendo de la
condición de no-pueblo; no deciden por tanto los condicionamientos
biológicos o raciales sino la aceptación de la gracia y de la miseri-
cordia.
c) Tit 2,13-14 ofrece la razón última y radical: es la acción sal-
vífica de Cristo, su entrega por todos, la que ha permitido la confi-
guración del «pueblo mesiámeo» (cf. LG 9). La categoría «Pueblo
de Dios», desde su origen, no puede por tanto ser considerada al
margen de su referencia cristológica. Es la misma dinámica que en-
contramos en la autodesignación ekklesía que asume el nuevo Pue-
blo de Dios.
Ekklesía precisa el significado de Pueblo de Dios a la vez que se
convierte en la designación básica y fundamental de los que creen en
Jesucristo.
23
Se puede ver con claridad en una de las primeras obras que aplicaron el mé-
todo de la redacción W TRILLING, Das wahre Israel Studien zur Theologie des
Matthausevangehums (Munich 19643).
La Iglesia Pueblo de Dios
37
Inicialmente el grupo de los reunidos en Jerusalén podían ser
considerados como una hairesis (corriente, tendencia o secta) de las
varias que existían en el judaismo (cf. Hch 24,5; 28,22), la de los
«nazarenos» 24. Ellos mismos se van aplicando designaciones diver-
sas que destacan alguno de los aspectos más importantes de su com-
portamiento o de su autoconciencia: hermanos (Hch 1,15), creyentes
o fieles (1 Tes 1,7; 2,10; Hch 4,32), santos (Rom 15,25; 1 Cor 1,2;
6,1-2), elegidos (2 Tim 2,10; Me 13,22.27), el camino (Hch 9,2;
19,9.23)...
Progresivamente se va haciendo manifiesto que no tienen cabida
en los marcos judíos. Desde fuera los mismos judíos iban conside-
rando inaceptable el reconocimiento como mesías de alguien que
había sido condenado por las autoridades; ello se convertiría en mo-
tivo de expulsión inevitable cuando, tras la destrucción del templo,
se hizo necesario precisar la identidad judía 25 .
Pero era especialmente desde dentro de donde procedían las exi-
gencias más fuertes de segregación. Eran conscientes de vivir los
últimos tiempos (Hch 1,1; 2,17; 1 Cor 10,11; 1 Pe 4,7), de realizar
la restauración de Israel (Hch 1,6) porque en Jesús había llegado el
Mesías esperado y en su resurrección había sido entregado el Espíri-
tu, el don de la consumación de los tiempos (Hch 2,17-24). Había
aspectos de su fe que no podían celebrar en el templo (cf. Hch 2,46),
especialmente el bautismo, la eucaristía y la catequesis (cf. Hch
2,41-42), es decir, lo referente a su fe en Jesús como el Cristo y el
Hijo 26.
Para expresar esta conciencia escatológica los cristianos utilizan
el término ekklesía. En él confluye una doble corriente que desvela
aspectos importantes de la conciencia eclesial:
a) a través del empleo de los LXX se recoge la honda teología
del qehal, de ser la comunidad y el pueblo de los últimos tiempos y
de asumir por ello la misión sacerdotal y martirial de Israel (sinago-
ga, otro término posible, quedó excluido seguramente porque en ella
24
Así lo relata Epifamo en PG 41,24-26 y 34-36.
F BLANCHETIERE, Comment le méme est-il devenu l'autre? Comment juifs et
nazaréens se sont-ds separes? RvScRel 71 (1997) 9-32. Tras la destrucción del
templo, para poner orden entre la diversidad de comentes, hubo que reafirmar la
propia identidad, en esta ocasión aparecían como un peligro los seguidores del Naza-
reno, y hubo que elaborar una birkat hamimm con añadiduras en la oración de las 18
bendiciones, fue decisiva la acción de Shemouel ha-Qatan en Yavne «Que los após-
tatas/renegados no tengan esperanza, que esta desgracia desaparezca rápidamente de
nuestros días, que los naznm y minim (sectarios de tendencias diversas) reciban su
perdición, que sean borrados del libro de la vida, que no sean mencionados entre los
justos» Ante estas oraciones difícilmente los cristianos podían acceder a la sinagoga.
26
E. BUENO, Teología e historia Implicaciones entre la génesis de la Iglesia y
la eclesiología (Burgos 1987) 9ss.
25
38
P.I.
Creo en la Iglesia
C.2. La Iglesia Pueblo de Dios
39
se explicaba la ley de Moisés, por lo que se la puede usar en sentido habitantes; los cristianos son por tanto extranjeros domiciliados en
peyorativo: Ap 2,9; 3,9); una ciudad o en un país pero sin poseer los derechos políticos de los
b) el término tenía un uso político (cf. Hch 19,32.39.40) para nativos; este uso se mantendrá en los antiguos documentos cristianos
designar la reunión de todos los varones libres habilitados para de- para designar a las iglesias 29.
batir los asuntos públicos de la ciudad; al asumir este término, los
cristianos abren al campo del culto todo el espacio de la experiencia
humana (pues también allí se ejerce el sacerdocio nuevo), pero intro-
ducen una novedad respecto a la concepción helenística: la ekklesía
cristiana incluye a mujeres, niños y esclavos, como signo de que la
Iglesia nueva rompe y rebasa las limitaciones establecidas por los
hombres...
Al conservar el antiguo significado del qehal (cf. Heb 2,12 que cita a) La Iglesia debe ser vista siempre dentro de la dialéctica con-
Sal 22,23) hay que mantener su sentido de asamblea 27, de congregar- tinuidad-discontinuidad entre Antiguo y Nuevo Testamento: conti-
se, de reunirse (cf. 1 Cor 14,23), y por ello de ser evento de gracia (de núa la misma historia de la alianza antigua y por ello hereda la vo-
ser convocatio antes de ser congregatio 28), pero al mismo tiempo hay cación, la misión y el potencial mesiánico de Israel; pero al mismo
que destacar las aportaciones novedosas del uso cristiano: tiempo consumado y matizado por el mesianismo de Jesús, por la
novedad de la Pascua y por la efusión del Espíritu.
b) El Pueblo de Dios no puede ser considerado más que en su
dimensión trinitaria, según la expresión de san Cipriano: «La Iglesia
es el pueblo unificado que participa en la unión del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo»30.
c) La Iglesia, como pueblo y asamblea, hace patente la dimen-
sión comunitaria de la fe y de la vida cristiana; el cristiano se hace
en el seno del pueblo. Nadie puede decir «yo creo» sino en la sin-
fonía del «nosotros creemos», y por lo mismo nadie puede decir
«yo soy la Iglesia» más que integrándose en el «nosotros somos la
Iglesia».
d) Al ser categoría previa y fundamental pone en primer plano
la igualdad básica de todos, en base precisamente a la radicalidad de
la confesión de fe en Jesús. Todas las diversificaciones no pueden
por ello acontecer más que en el interior del pueblo y como un ser-
vicio a su misión. Por ello, a la luz del Nuevo Testamento, todas las
formas y realizaciones eclesiales deben ser reconducidas a la ekkle-
sía, al Pueblo de Dios.
e) Afirma a la Iglesia como sujeto histórico insertado en el pe-
regrinar del conjunto de los pueblos. Por ello no puede considerar
ajena ninguna preocupación o dimensión de la existencia colectiva
de los pueblos. En medio de ellos, en cuanto testigo de una reconci-
a) la Iglesia lo es también fuera de la asamblea, pero lo es en
base a la asamblea, es decir, es precisamente la celebración común
la que posibilita el cumplimiento de la propia misión en el conjunto
de la existencia;
b) la nueva comunidad existe en el ámbito de la reconciliación
abierta por la cruz de Cristo y por la efusión del Espíritu, es decir, es
un sector de la humanidad inscrita e insertada en una nueva expe-
riencia de reconciliación;
c) la ekklesía existe como tal en virtud de Jesucristo porque «él
la adquirió con su sangre» (cf. Hch 20,28); el «Israel de Dios» (Gal
6,16) es a la vez «Iglesia de Cristo» (Gal 1,22); esta convicción la
expresa san Pablo añadiendo la fórmula «en Cristo Jesús» a «iglesias
de Dios» (cf. 1 Tes 2,14) para diferenciar las comunidades cristia-
nas de las asambleas judías que también podían ser designadas
«iglesias de Dios»;
d) ya desde el principio ekklesía incluye un triple contenido se-
mántico: la asamblea concreta de culto (1 Cor 11,18; 14,19.28.34.35),
la iglesia concreta de un lugar o de una ciudad (1 Cor 1,2; 16,1), la
Iglesia universal en su conjunto (1 Cor 15,9; Gal 1,13); los tres sig-
nificados se entrecruzan, pues en cualquiera de los casos se trata del
pueblo escatológico convocado por Dios en Jesucristo;
e) la ekklesía es siempre paroikía (cf 1 Pe 1,1.17) porque se
encuentra como residente en un lugar y encarnada en él, pero extran-
jera y peregrina, es decir, sin identificarse con el lugar o con sus
27
28
K. L. SCHMIDT, ekklesía: TWNT III, 507.
H. DE LUBAC, Catolicismo (Estela, Barcelona 1963) 47ss.
5.
Sentido teológico de la Iglesia como Pueblo de Dios
De los datos aportados por el Nuevo Testamento emergen algu-
nos elementos básicos para la eclesiología y para la autoconciencia
eclesial que podemos resumir del modo siguiente:
29
Como botón de muestra, por la profusión de su presencia, puede verse
Mart.Polic. I: «La Iglesia de Dios paroikousa en Esmirna a la Iglesia de Dios paroi-
kousa en Filomelia y a todas las paroikíais de la santa Iglesia Católica sobre toda la
tierra...».
30
S. CIPRIANO, De orat. Dom. 23 (PL 4,553).
40
P.I.
Creo en la Iglesia
liación que supera las divisiones, ha de prestar su servicio y testimo-
nio sacerdotal y profético.
f) Recordando su componente escatológico, establece a la Igle-
sia como peregrina: al actualizar la victoria escatológica del Padre en
Jesús y al anticipar la meta a que apunta la historia, la libera de toda
tentación de triunfalismo; como no puede convertir su propia provi-
sionalidad en lo definitivo, la hace humilde y servicial para entregar
generosamente lo que ella ha recibido como gracia.
g) Muestra unas enormes implicaciones ecuménicas en varios
frentes: de cara a todos los hombres la hace solidaria con sus dramas
y desventuras al margen de colores o creencias; de cara a las otras
confesiones cristianas hace presente un punto de unidad y de en-
cuentro que es previo a cualquier otra diferencia; respecto a otras
religiones recuerda que todos los hombres proceden del mismo ori-
gen y aspiran a encontrar al mismo Dios creador y recapitulador.
h) El Vaticano II conjuga a la vez la referencia a la herencia
veterotestamentaria y el destino universal. De un lado NAe recuerda
«el vínculo por el que el pueblo del Nuevo Testamento está espiri-
tualmente unido con la estirpe de Abrahán. Pues la Iglesia de Cristo
reconoce que... los comienzos de su fe y de su elección se encuen-
tran ya en los patriarcas, en Moisés y en los profetas» (n.4). De otro
lado se afirma que «todos los hombres están invitados al Pueblo de
Dios. Por eso este pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el
mundo» (LG 13). En esa dialéctica, que vive de la dinámica del
misterio de Dios, se condensa el espíritu misionero del Pueblo de
Dios (cf. AGÍ,7,9).
6. El riesgo de las interpretaciones
Por su carácter básico, por la centralidad que le concedió el Va-
ticano II y por su cercanía al lenguaje común, la expresión Pueblo de
Dios ha estado sometida a interpretaciones diversas. Pero ello no ha
sucedido solamente en el tiempo actual sino que ha sido una cons-
tante histórica.
Vamos a mencionar las más significativas, siguiendo un orden
cronológico, para advertir del peligro de una comprensión sociológi-
ca o política que desnaturalizaría la peculiaridad cristiana al presen-
tar a la Iglesia como pueblo de Dios más que como pueblo de Dios.
a) Puede ser entendido el pueblo según el sentido y el modelo
de Israel, centrado por tanto en los componentes étnicos o en los
privilegios religiosos. Se podría concluir en la actitud de un pueblo
contra los otros pueblos. Pero en tal caso se olvidaría el servicio
C.2.
La Iglesia Pueblo de Dios
41
sacerdotal y de mediación que debe caracterizar al auténtico pueblo
de Dios dentro de su designio sal vi fleo.
b) El modelo medieval de cristiandad tiende a vincular cristia-
nismo y sociedad y a situar a la Iglesia como elemento unificador de
las diversas dimensiones de la existencia personal y colectiva. En tal
situación puede quedar desdibujada la «distancia» que la Iglesia, en
cuanto peregrina, debe mantener respecto al lugar y la sociedad en
que se encuentra.
c) Si se entiende el pueblo como nación se pueden crear los
presupuestos para la ideología de las «iglesias nacionales», un peli-
gro que en ocasiones ha amenazado la unidad y la catolicidad de la
Iglesia. No se puede negar que en determinadas circunstancias la
Iglesia ha permitido salvaguardar la identidad de una nación o de
una cultura que se encontraban en peligro. Pero siempre existe el
peligro de someter la fe a intereses particularistas, de relativizar el
sentido de la comunión católica, y de caer en las fragmentaciones de
este mundo. La Iglesia más bien, como tendremos ocasión de expo-
ner, ha de ser testigo y realización de una unidad que vence las divi-
siones de este mundo conforme al modelo de Pentecostés.
d) La Iglesia del pueblo (Volkskirche) es una expresión que
designa una figura de Iglesia en la cual todo el conjunto de la socie-
dad civil está imbuido o penetrado de la presencia eclesial; todas las
dimensiones de la existencia colectiva y personal (etapas de la vida,
manifestaciones folklóricas, ritmo de las estaciones...) se celebran y
expresan con lenguaje y simbolismo cristiano. Es un cristianismo de
masas, la pertenencia a la Iglesia es una obviedad y el bautismo de
niños un hábito social. Esta figura de Iglesia ha dominado en nume-
rosos países durante siglos, pero ahora se encuentra en profunda cri-
sis. Se le puede objetar que corre el riesgo de no permitir espacio
suficiente para una opción libre de la fe. A la luz de la evolución
histórica se puede constatar que ha generado una reacción seculari-
zadora, abanderando la defensa de una situación posteristiana, res-
pecto a la cual resulta sumamente difícil abrir caminos de evangeli-
zación.
e) Si se entiende pueblo como proletariado se da origen a la
Iglesia popular o Iglesia de los pobres. Se trata de una de las concep-
ciones eclesiológicas de más polémica actualidad, según se ha mani-
festado en la teología de la liberación. Por eso nos detendremos bre-
vemente en ella.
Pueblo no es simplemente un conjunto de hombres sino (en la
línea del socialismo dialéctico) el proletariado, la masa de los pobres
explotados y oprimidos; ese colectivo no sólo está necesitado de li-
beración sino que debe ser él mismo sujeto y protagonista de su
42
P.I.
Creo en la Iglesia
propia liberación; de este modo el pueblo (los pobres) se convier-
te en motor de la historia ya que es el único capaz de crear una
sociedad nueva. «El pobre no existe como un hecho fatal: su existen-
cia no es neutra políticamente ni inocente éticamente. El pobre es el
subproducto del sistema en que vivimos y del que somos responsa-
bles» 31.
Este dato puede llenar de contenido real el concepto puramente
teológico de Pueblo de Dios tal como se usa en el lenguaje eclesial
(el Vaticano II, por ejemplo, nunca vincula al pueblo de Dios con el
acto liberador del éxodo de Egipto) uniendo de modo significativo la
historia bíblica y la experiencia actual. Ese pueblo encierra además
un contenido cristológico: Jesús mismo se identifica con los pobres;
además, en cuanto pueblo crucificado, prolongan la misión del sier-
vo doliente y del mesías crucificado32.
Las implicaciones eclesiológicas son inmediatas y evidentes: la
Iglesia debe configurarse de modo tal que los pobres, portadores au-
ténticos del evangelio, sean protagonistas y principio de estructura-
ción; debe ser entendida como lugar del seguimiento de Jesús encar-
nándose en las luchas del pueblo por la justicia y la liberación; es
«Iglesia de la base» y por ello debe generar los ministerios que ne-
cesita de cara a sus objetivos (en las posturas más radicales, la lucha
contra los opresores puede extenderse a la «jerarquía» de la Iglesia
que se encuentra aliada con ellos).
«Iglesia de los pobres» fue expresión acuñada por Juan XXIII33
y puede realmente ofrecer contenido de experiencia a la idea de sal-
vación. Dado que en los pobres hay que reconocer «la presencia
misteriosa del Hijo de Dios» 34 y en el evento del éxodo su compo-
nente tanto político como religioso, puede ofrecer una concreción a
la obligación por parte del Pueblo de Dios de ser sujeto histórico.
Pero no se pueden olvidar los siguientes principios:
• la Iglesia no nace sin más de los valores de un estrato de po-
blación (ex hominibus) sino de la libre iniciativa de Dios (a Trinita-
te); por ello es insuficiente como criterio de identidad eclesial la
autoconciencia o la praxis del proletariado;
31
G. GUTIÉRREZ, «Evangelio y praxis de liberación», en Fe cristiana y cambio
social en América Latina (Salamanca 1973) 234.
32
I. ELLACURÍA, Conversión de la Iglesia al Reino de Dios. Para anunciarlo y
realizarlo en la historia (Sal Terrae, Santander 1984) 68, 127ss, 163ss.
13
Según A. MORÍN, «La Iglesia de los pobres», en AA.VV., La Iglesia del Se-
ñor. Algunos aspectos hoy (CELAM, Colombia 1983) 211-237, la expresión «Iglesia
de los pobres» fue lanzada por Juan XXIII el 11-9-1962: «La Iglesia se presenta
como ella es y quiere ser: la Iglesia de todos; pero, hoy más que nunca, como la
Iglesia de los pobres».
34
LN IV,3.
C.2.
La Iglesia Pueblo de Dios
43
• los ministerios de la Iglesia que están basados en un sacramen-
to específico no pueden por ello ser acusados de pertenecer a las
clases dominantes en cuanto exponentes de un poder impuesto;
• expresiones como «Iglesia de clase» o «Iglesia del pueblo
oprimido» pueden introducir una división en el seno de la Iglesia
que no tiene suficientemente en cuenta la unidad (escatológica pero
real) que aporta la iniciativa de Dios, la fe y el bautismo35.
35
Cf. LN, sobre todo IV 3,9,13 y IX 12-13, y A A . W . , ¿Otra Iglesia en la
base? Encuentro sobre Iglesia popular (Bogotá 1985), especialmente las p.339-374,
que presentan las líneas de discernimiento de un encuentro organizado por el
CELAM.
CAPÍTULO III
LA IGLESIA DEL HIJO: EL CUERPO DE CRISTO
BIBLIOGRAFÍA
ALBERTO, S., «Corpus suum mystice constituit» (LG 7). La Chiesa Cor-
po Místico di Cristo nel Primo Capitolo della «Lumen Gentium» (Palabra,
Madrid 1996); ANTÓN, A., La Iglesia «Cuerpo Místico de Cristo». Manresa
40 (1969) 283-304; BENOIT, P., Corps, «Tete et Pléróme dans les épitres de
la captivité», en Exégése et Théologie II (Cerf, París 1961) 107-153; LE
GUILLOU, M. J., Le Christ et l'Eglise. Théologie du mystére (París 1963);
LOHFINK, G., La Iglesia que Jesús quería (Bilbao 1986); DE LUBAC, H.,
Corpus mysticum, Veucharistie et l'église au moyen age (París 1944); SAU-
2
RAS, E., El Cuerpo Místico de Cristo (BAC, Madrid 1956 ); SCHLIER, H.-
2
RATZINGER, J., Leib Christi: LThK VI, 907-912; SOIRON, T., Die Kirche ais
Leib Christi (Dusseldorf 1951); TROMP, S., Corpus Christi quod est Eccle-
sia (Roma 19462).
La Iglesia no es sin más el Pueblo de Dios sino el nuevo Pueblo
de Dios. No podía ser simplemente prolongación del anterior porque
había sido instituido y conseguido por Cristo en virtud de la nueva
alianza. Esta profunda vinculación cristológica de la Iglesia ha sido
expresada tradicionalmente con la imagen Cuerpo de Cristo. Así la
vamos a presentar en este capítulo, pero insertándola en la identidad
personal y en el acontecimiento entero de la misión del Hijo.
1. Cuerpo de Cristo en la historia de la teología
Su destino a través de la historia ha sido ambivalente. Por sus
profundas raíces bíblicas estuvo ampliamente presente en la doctrina
de los Padres: los cristianos están realmente unidos con el Señor,
unión que se realiza y se expresa de modo especial en la eucaristía.
Los autores posteriores recogen esta idea en la medida en que here-
dan la savia patrística, si bien (como veremos) en la Edad Media se
inicia cierta desvinculación entre eucaristía e Iglesia.
Después de Trento se oscurece por la polémica antiprotestante: al
utilizarla éstos para acentuar el carácter invisible de la Iglesia, los
autores católicos privilegian congregatio. El influjo de la Ilustración
afianzó esta opción. La impronta romántica de la escuela de Tubinga
y la escuela romana lo recuperan y, como elemento renovador, in-
tentan introducirlo en el Vaticano I para superar los planteamientos
institucionales y societarios. Por su labor tradicional podía haber ser-
46
P.I.
Creo en la Iglesia
vido como correctivo y equilibrio en favor de las dimensiones mis-
téricas de la Iglesia. Pero fue un intento fallido '.
Las paradojas de la historia hicieron que de signo innovador se
convirtiera en elemento a superar por las corrientes renovadoras de
la eclesiología. Es lo que ha sucedido en el siglo xx. La teología del
Cuerpo Místico adquirió gran relieve porque satisfacía las necesida-
des de una espiritualidad intensa. Pero precisamente por ello no se
vio libre de algunos excesos: el falso misticismo que atribuye a los
hombres propiedades divinas eliminando las fronteras entre el Crea-
dor y las criaturas; el quietismo que desprecia la cooperación hu-
mana; la nostalgia ilusoria de una Iglesia alimentada sólo de la
caridad 2.
Frente a estas tendencias que menosprecian las mediaciones y las
ambigüedades humanas tuvo lugar la reacción ya señalada a favor de
Pueblo de Dios. La teología del Cuerpo Místico de Cristo sólo podrá
ser aceptada si dejaba de ser considerada como puro dominio de la
gracia o como pura identidad vital con Cristo sino también como una
Iglesia jerárquicamente estructurada y regulada por el derecho3.
Pío XII con su encíclica Mystici Corporis intentó la mediación. De-
nunció los excesos indicados que acababan por disolver la perso-
nalidad del hombre 4. Intentó evitar la contraposición entre la Iglesia
espiritual y la Iglesia jerárquica. Pero ello lo realizó mediante una
práctica identificación entre el Cuerpo Místico de Cristo y la Iglesia
romana 5. Con ello se podía absolutizar lo que de contingente había
en las estructuras eclesiales. Por ello la categoría Pueblo de Dios
aparecía a muchos como un enriquecimiento, un desbloqueo o una
alternativa.
El Vaticano II le dedica el n.7 de LG y el n.8 afronta la difícil
cuestión de la conjugación entre el componente social y el místico
de la Iglesia: recuerda que no son dos realidades distintas y que se
pueden armonizar desde la analogía de la encarnación. En el período
postconciliar ha quedado muy oscurecida. Los problemas conecta-
dos con ella o bien resultaban obsoletos o siguieron derroteros dis-
1
El capítulo I del Schema Constitutionis dogmatícete de Ecclesia Christi recurre
a la imagen Cuerpo de Cristo por ser frecuente en la Escritura, porque designa lo más
importante en la esencia de la Iglesia, porque así refutan la acusación protestante de
centrarse en lo exterior (Mansi 51,539). Schrader pretendió introducir así las aporta-
ciones renovadoras del siglo xix. Ante las críticas Kleutgen ofrecerá otra redacción
que presenta a la Iglesia como «coetus fidelium atque vera societas».
El mismo Pío XII menciona estos peligros en Mystici Corporis: cf. los núme-
ros 7,10,47,48,67,68.
3
Es significativo este juicio ya en P. E. PRZYWARA, Corpus Christi Mysticum.
Eine Bilanz: Zfür Aszese u. Mystik 15 (1940) 197-215.
4
Cf. n.44.
5
Cf. n.9.
C.3. La Iglesia del Hijo: el Cuerpo de Cristo
47
tintos (relación carisma/institución, relación eucaristía/Iglesia espe-
cialmente). Su presencia sin embargo puede ser recuperada porque,
a la luz del mismo Vaticano II, no designa una dimensión oculta de
la existencia cristiana sino una realidad visible y tangible, la referen-
cia al mundo, la dimensión misionera y la celebración eucarística 6.
Actualmente la problemática sobre la dimensión cristológica de
la Iglesia ha experimentado notables desplazamientos. Podemos sin-
tetizarla en estos tres peligros: a) desvincular la Iglesia de la volun-
tad e intención de Jesús, como si hubiera brotado de la iniciativa de
sus seguidores; b) desgajarla de la acción actual del Cristo glorioso,
reduciéndola por tanto al hecho del seguimiento del Jesús histórico;
c) llenar el espacio dejado vacío por Jesucristo con la libertad crea-
dora del Espíritu, que puede quedar identificada con la discreciona-
lidad de los hombres 7. En esta triple problemática se refleja la nece-
sidad de articular adecuadamente cristología y jesuología de un lado,
cristología y neumatología de otro.
2.
La Iglesia en la gracia del Hijo
La Iglesia debe ser vista a la luz de la identidad última y radical
de Jesús, el Hijo. Desde la raíz de la iniciativa del Padre, surge igual-
mente de la missio del Hijo, la cual a su vez no es más que una
modalidad de suprocessio respecto del Padre. En la Iglesia, icono de
la Trinidad, debe reflejarse la identidad personal del Hijo y la pecu-
liaridad de su misión.
La identidad radical de Jesús, como segunda Persona de la Trini-
dad, es también cuestión central para la identidad misma de la Igle-
sia. Por eso se sintió ésta tan implicada en los debates cristológicos
y trinitarios de los primeros siglos. En ello estaba en juego su ser y
su misión. Si, como decía Arrio, el Hijo era en definitiva una criatu-
ra, la Iglesia vivía tan sólo de una salvación creatural e inestable. Si,
como pretendía el modalismo, Jesús no pertenecía al ser íntimo de
Dios, también ella perdería su engarce en la realidad más profunda
de Dios. Las decisiones de Nicea y Constantinopla encierran por tan-
to implicaciones para la comprensión de la Iglesia.
6
J. RATZINGER, El nuevo Pueblo de Dios, ed.cit., 98.
Sobre el trasfondo teórico y las repercusiones prácticas de estas cuestiones
pueden verse diversas notas doctrinales emanadas de la Conferencia Episcopal Espa-
ñola: sobre algunas cuestiones eclesiológicas (13-10-1987), sobre algunos aspectos
de la situación doctrinal de la Iglesia en España (26-5-1988), sobre usos inadecuados
de la expresión «modelos de Iglesia» (18-10-1988), sobre algunas cuestiones cristo-
lógicas e implicaciones eclesiológicas (20-2-1992).
7
48
P.I.
Creo en la Iglesia
El Hijo es el otro del Padre, la apertura de la relación en Dios. La
alteridad en Dios no es separación o contraposición sino comunica-
ción y donación, el esplendor y la gloria del dinamismo del amor.
Dios no es una mónada clausurada en el narcisismo de la propia
autosuficiencia, no es el Absoluto que nada necesita y que por ello
nada comunica. El amor en Dios está movido por la lógica de la
diferenciación de cara a la comunicación sin reservas y al diálogo
sin secretos. Por eso el Otro que brota del Padre es Hijo y Logos:
Hijo en cuanto autoexpresión regalada y aceptada, Logos en cuanto
inteligibilidad desplegada y compartida.
Este amor no posee la transcendencia del aislamiento o de la
distancia. Por su propia constitución personal el Segundo de la Tri-
nidad es encarnable (lo «incarnandum» de Dios 8), posee la libertad
y la generosidad para ser el enviado, el contenido de lo que Dios
puede ofrecer y prometer al mundo. Esa apertura de la comunicación
al mundo va a ser el ámbito de la Iglesia. Y la Iglesia deberá reflejar
y expresar la lógica de esa relación al mundo por parte de Dios, de
la misión del Hijo.
A la luz de 2 Cor 13,13 podemos captar la peculiaridad de esa
lógica. Habla del amor del Padre y de la gracia del Hijo. Pues bien:
la gracia va más allá del amor, insinúa una ulteríoridad del amor. El
amor del Padre ha sido ofrecido a la humanidad. Pero de la historia
ha brotado el rechazo y la oposición de las criaturas. La reacción de
Dios no es la clausura de la historia, sino la expresión de un amor
más grande: la misión del Hijo que supera la persecución y la cruz,
que en la Pascua renueva una alianza definitiva (por pura gracia)
para que brille en toda su majestad la capacidad recreadora de la
gracia.
El Hijo enviado expresa esta lógica en el ejercicio de su misión.
Toda su existencia terrena refleja la voluntad de no vivir nada más
que para la misión, para que la gracia se haga patente y experiencia
en medio del mundo. Se identifica enteramente con esa misión que
es él mismo, con el envío del Padre y el retorno (con toda la crea-
ción) al Padre (cf. Jn 16,28; 20,21). Su proexistencia es manifesta-
ción de su preexistencia9. Su tarea consistirá en ofrecer a los hom-
bres el modo nuevo de filiación en virtud de la fe en él, la reconci-
liación de los hombres con Dios y en consecuencia la fraternidad
entre los hombres (cf. AG 3). De esa misión y de esa lógica surgirá
la Iglesia, que es llamada para prolongarla y servirla.
8
Sobre este tema, sus precedentes e implicaciones, cf. A. GESCHÉ, Dieu est-il
«capax hominis»?: RTL 24 (1993) 3-37.
9
Cf. el Documento de la CTI de 1986 sobre La conciencia de Cristo.
C.3.
La Iglesia del Hijo: el Cuerpo de Cristo
49
3. Jesús y la fundación de la Iglesia
La vinculación de la Iglesia con Jesús constituye una de las cues-
tiones decisivas de la eclesiología. Sin esa vinculación difícilmente
se puede afirmar que la Iglesia está enraizada en la misión del Hijo,
aparecería como algo extrínseco o ajeno a ella. Si no se establece la
acción real de Jesús en el origen histórico de la Iglesia, tampoco se
podrá garantizar su presencia y su acción posterior en ella 10.
Esta convicción, pacíficamente poseída a lo largo de los siglos,
ha sido cuestionada recientemente. La desconexión Jesús-Iglesia se
puede sintetizar en la repetida fórmula de Loisy: «Jesús anunció el
Reino de Dios y lo que vino fue la Iglesia» ". Frente a tales dudas e
incertidumbres la teología católica ha afirmado la fundación de la
Iglesia por Cristo. Pero recientemente la misma teología católica ha
cuestionado tal expresión, al estar condicionada por intereses polé-
micos y apologéticos. Hay que valorar por tanto la validez de la
expresión, pero sobre todo los datos exegéticos e históricos que la
han provocado.
Ya Lutero, más allá de la reforma de La Iglesia, apuntaba a una
propuesta alternativa de Iglesia. La lógica de la Reforma acabaría
rechazando la idea de una institución de la Iglesia por Jesús ya que
podía atentar contra la primacía de la Palabra de Dios. La respuesta
católica pretendió defender el carácter visible e institucional demos-
trando por vía histórica que Cristo había fundado su Iglesia sobre
Pedro. Los manuales posteriores hablarían de la fundación de la
Iglesia «ut societas proprie dicta et visibilis» 12.
El siglo xix lanzó un fuerte ataque contra tal fundamentación
histórica. La exégesis protestante, tanto en su vertiente liberal co-
mo escatológica, intentaba demostrar que la Iglesia surgió o bien
como fruto espontáneo de la fe o bien como solución alternativa al
fracaso del proyecto mesiánico de Jesús. Como argumento aducen
los datos siguientes: Jesús realmente anunció el Reino de Dios y
no una Iglesia futura, sus destinatarios fueron los miembros todos
del pueblo de Israel y no el núcleo originario de la posterior comu-
nidad eclesial, en sus labios ni aparece el término ni la idea de un
10
Es una idea central en los documentos citados en nota 7. Cf. P. V. DIAS-P. TH.
CAMELOT, Eclesiología, Escritura y Patrística hasta San Agustín (Madrid 1978)
10-34.
" A. LOISY, L 'évangile et l 'Eglise (París 1902) 111. Sobre la repercusión de esta
polémica cf. C. IZQUIERDO, Cristo y el origen de la Iglesia. Perspectiva teológico-fun-
damental: ScrTh 28 (1996) 439-471.
12
Cf. A. TANQUEREY, Synopsis theologiae dogmaticae fundamentalis (Desclée,
París 1937) 418ss; J. SALAVFRRI, «De Ecclesia Christi», en Sacrae Theologiae Sum-
ma I (BAC, Madrid 19625) 502ss.
50
P.I.
Creo en la Iglesia
grupo que prolongara su misión, esperaba la llegada inminente del
fin de los tiempos por lo que resultaba inviable la aparición de la
Iglesia... Con ello se planteó una cuestión que se prolongaría a lo
largo del siglo xx 13.
Ante los datos exegéticos y ante los datos teológicos que deben
ser tenidos en cuenta la teología católica ha matizado sus posiciones.
Reconociendo su carácter polémico y unilateral, se puede hablar de
un consenso acerca de la insuficiencia de una «próxima ac directa
institutio», como si se pudiera fijar un acto formal y explícito de
Jesús mediante el cual la Iglesia hubiera quedado constituida en sus
estructuras y rasgos fundamentales; se reconoce igualmente la im-
portancia de la Pascua y la necesidad de tener en cuenta todo el
acontecimiento de Cristo para entender la fundación de la Iglesia.
Dentro de estas convicciones básicas podemos delimitar tres postu-
ras principales:
a) algunos autores no excluyen la noción de fundación, si bien
de modo distinto a como la entendían los manuales clásicos; hablan
con mayor precisión de una «previsión por el Cristo prepascual de la
Iglesia» 14;
b) otros prefieren hablar más directamente de una Iglesia «fun-
dada en el acontecimiento Cristo», de su origen en el ministerio de
Jesús y de la Pascua como principio de la Iglesia; en esta línea se
llega a afirmar que Jesús no fundó en vida una Iglesia pero que con
su predicación y actividad puso los fundamentos para la aparición de
la Iglesia postpascual15;
c) al presentar a Jesús como fundamento se puede indicar tan
sólo que Jesús se encuentra en el origen en cuanto que la Iglesia
nace de la dinámica iniciada por Jesús; se pretende evitar la separa-
ción o la disociación entre la Iglesia y Jesús, pero se afirma que lo
que Jesús pretendía era una nueva creación escatológica de Israel
por parte de Dios que no es plenamente idéntica con la Iglesia pos-
° G HEINZ, Das Problem der Kirchenstehung in der deutschen protestantischen
Theologie des 20 Jahrhunderts (Maguncia 1974)
14
Y CONGAR, Le Concite de Vahean II, ed cit, 165, J RATZINGER, El nuevo
Pueblo de Dios, ed cit, 89-93, A AUER, o c , 148
15
P HOFFMANN, a c. en Iniciación a la Práctica de la Teología, ed cit la Iglesia
está fundada en el acontecimiento Cnsto (p 87), la Pascua de Cristo es el principio de
la ekklesía (p.89), el origen de la Iglesia esta en el ministerio de Jesús (p 94), la
Iglesia cristiana nace del acontecimiento pascual (p 111). En esta posición podría
situarse H KUENG, La Iglesia, ed cit, 90, si bien radicaliza su postura ya en Ser
cristiano (Madrid 1977) 607 la Iglesia «no fue fundada por Jesús, surgió después de
su muerte remitiéndose a él como al Crucificado viviente». En esta línea, más próxi-
ma a la postura siguiente, se encuentra L BOFF en obras como Ecleswgénesis o
Iglesia, carisma y poder
C.3
La Iglesia del Hijo • el Cuerpo de Cristo
51
terior; la creación de una entidad nueva quedaría fuera de las preten-
siones de Jesús 16.
La posición católica común debe estructurarse, a nuestro juicio,
en torno a estos dos ejes: a) la existencia en la intención y en la
actuación de Jesús de actos eclesiológicamente relevantes, es decir,
que apuntan a un objetivo radicado en la autoconciencia de Jesús;
b) existe una continuidad histórica entre la Iglesia que se manifestó
en Pentecostés, la comunidad reunida en el cenáculo de Jerusalén y
el grupo de discípulos que Jesús reunió en torno a sí. Dos documen-
tos de la Comisión Teológica Internacional l7 explicitan estas
convicciones:
a) la vida de Jesús atestigua la conciencia de su relación filial
con el Padre, de ser el Hijo único, y por ello conoce y acepta el fin
de su misión, que implica la entrega de su vida en favor de la salva-
ción de los hombres;
b) para realizar su misión quiso reunir a los hombres, llevando
a cabo una serie de actos cuya interpretación, en su conjunto, no
puede ser más que la preparación de la Iglesia, la cual no quedará
definitivamente constituida (en el pleno sentido teológico del térmi-
no) más que en Pascua y Pentecostés;
c) hay que afirmar por tanto que Jesús quiso fundar la Iglesia,
lo cual no significa que estableciera todos sus aspectos instituciona-
les, pero sí que dotó a la comunidad de una estructura que permane-
cerá hasta el cumplimiento del Reino definitivo;
d) aunque no se puede concentrar su intención en una palabra o
en un hecho, hay que reconocer como eclesiológicamente relevantes
una serie de elementos preparatorios, de actos estructurantes, de eta-
pas progresivas que conducen a la Iglesia:
• Jesús hereda y asume las promesas veterotestamentarias refe-
rentes al pueblo de Dios y a una nueva alianza;
• la predicación del Reino de Dios sintetiza el sueño de Dios en
favor de los hombres, que queda sintetizado en su persona y en su
misión;
• los destinatarios eran todos los miembros del pueblo de Israel
en su conjunto, pero no simplemente para que recuperaran su voca-
ción originaria, sino para que creyeran en él y le siguieran;
16
G LOHFINK, «Jesús und die Kirche», en Handbuch der Fundamentaltheologie
Traktat Kirche, ed por W. KERN, H J POTTMEYER, M SECKLER (Herder, Fnburgo-
Basilea-Viena 1986) 89-94
17
La conciencia de Cristo, de 1986, y Cuestiones selectas de Ecleswlogía de
1985
52
P.I.
Creo en la Iglesia
• concibió la realización del Reino en una comunidad vinculada
a su persona; su autoconciencia (como mesías, Hijo del hombre o
siervo de Yahvé) va unida a la existencia de una comunidad distinta
y alternativa a los grupos sociales existentes;
• la institución y envío de los Doce no sólo los vincula a su
persona sino a la prolongación duradera de su misión;
• el rechazo por parte de Israel abre el espacio para que se ex-
prese la gracia de la nueva alianza, tal como se manifiesta en la
última cena, que se conservará como memorial del pueblo de los
tiempos escatológicos;
• la cruz, en cuanto entrega consciente y generosa de la propia
vida por la salvación de todos, abre el paso a la reconstitución de la
comunidad, dotada ya de los dones escatológicos, especialmente del
Espíritu Santo.
4. La Iglesia del Señor
La Iglesia no está sólo vinculada a Jesús por su origen histórico
y por el encargo de prolongar su misión. La Iglesia se mantiene ade-
más en estrecha dependencia del Señor Resucitado y Glorioso. La
identidad (en la tensión) entre el Jesús de la historia y el Cristo de la
fe debe mantenerse en eclesiología. El mismo Jesús que dio inicio a
la Iglesia es el que, en la gloria de Dios, alienta su vida por el Espí-
ritu. Sin ello la Iglesia quedaría reducida a una más de las institucio-
nes humanas y mundanas.
Estas afirmaciones se apoyan en la centralidad de la Pascua co-
mo victoria definitiva de la gracia, como acontecimiento trinitario
por antonomasia: el Padre resucita a Jesús como ratificación de que
el amor de Dios es más grande que el rechazo de los hombres; como
sello y garantía (arras y primicias) tiene lugar la efusión del Espíritu.
Las tinieblas del viernes santo quedan rasgadas por la claridad del
domingo de pascua.
El misterio pascual es la reapertura de la historia de la salvación
(enriquecida cristológica y neumatológicamente) como tiempo de la
Iglesia. Esta acción escatológica del Dios Trino es por ello el acto
radical de eclesiogénesis. Es el momento radical de la convocatoria,
que está invadida de experiencia de alegría, la experiencia básica de
la constitución de la Iglesia:
a) porque los discípulos son rescatados desde el pecado de su
cobardía y desesperanza por el Jesús glorificado que los encuentra
en un acto de perdón y de comunión;
C.3.
La Iglesia del Hijo: el Cuerpo de Cristo
53
b) porque la buena noticia que reconvoca a la ekklesía es un
evangelio, el kerygma, la proclamación de que el Reino de Dios se
ha realizado en Jesús (cf. Hch 28,31), de que las promesas esperadas
se han hecho realidad ya que en Jesús se manifiesta el auténtico
rostro de Dios y el auténtico rostro del hombre, ya reconciliados;
c) porque el Espíritu hará que lo acontecido en Jesús no se pier-
da en el pasado, sino que adquiera perennidad y actualidad inagota-
ble; la eficacia de la historia de Jesús se prolongará en la soberanía
del Kyrios, en cuyo ámbito existirá la Iglesia.
La alegría y la convicción que constituyen a la Iglesia desde sus
inicios pascuales se prolongan en virtud de la presencia garantizada
de Jesús en la Iglesia y en los cristianos. Se trata de un dato atesti-
guado en el Nuevo Testamento de modo constante y bajo modalida-
des distintas:
a) El Resucitado no habla de partida o de despedida, sino de
otro modo de presencia en su comunidad; Jesús no es alguien redu-
cido a los límites del tiempo o del espacio, sino que seguirá estando
en medio de su Iglesia convocándola y vivificándola (cf. Mt 18,20;
28,20; Jn 20,21).
b) La teología joanea utiliza «fórmulas de inmanencia» entre
Padre e Hijo en las que quedan incluidos los creyentes por su unión
a Cristo (cf. 17,20-26); las expresiones estar-en o morar-en, que
atraviesan el capítulo 14 del evangelio y los c.4-5 de la primera car-
ta, se condensan en el símbolo de la vid y los sarmientos (Jn 15,1-8).
c) San Pablo usa el giro en Cristo (1 Cor 1,2.4; 2 Cor 5,17; Gal
3,28; 5,6; Flp 2,1.5; Rom 3,24; 12,5) o la preposición con seguida de
un infinitivo que designa una acción de Cristo en la que también
participa el creyente (Rom 6,4.6.8; 8,17). La reciprocidad es tan pro-
funda que a la existencia del hombre en Cristo corresponde la pre-
sencia de Cristo en vosotros (Rom 8,1 y 8,10). Por eso puede procla-
mar: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Aquí
se nos ofrece la abreviatura más precisa de la teología del Cuerpo de
Cristo 18. Esta implicación no se debe entender, sin embargo, de mo-
do físico o mágico, sino como la inserción en un evento, la determi-
nación por un dinamismo histórico (cf. Flp 2,5).
Esta mutua implicación del creyente y Cristo, y por ello de Cris-
to en la Iglesia, se produce y se expresa de modo especial en el
bautismo y la eucaristía, que por ello son momentos estructurantes
de la génesis eclesial (y no sólo sacramentos que celebra o «hace» la
Iglesia).
18
E. KAESEMANN, An die Rómer (Tubinga 19804) 214.
54
P.I.
C.3.
Creo en la Iglesia
El bautismo es realización máxima del con y en Cristo. Según
Rom 6 el creyente participa en la muerte y resurrección de Cristo;
así el hombre antiguo es crucificado, por lo que no sirve ya al peca-
do (v.6), a los poderes disgregadores del mal, y pasa a una nueva
vida (v.4) que es la vida en el Espíritu (Rom 8,1-4). Al ser el hombre
nueva criatura (2 Cor 5,17), la unión sacramental debe entenderse en
sentido ontológico y real; pensar en una unión «mística» o «moral»
sería desvalorizar el hondo realismo de Pablo (el cuerpo de Cristo no
se encuentra limitado a su individualidad histórica, por lo que quie-
nes son bautizados se convierten en miembros suyos).
El mismo realismo se muestra en la eucaristía. Con mayor clari-
dad incluso permite comprender cómo el cuerpo eclesial se encuen-
tra incluido en el cuerpo del Señor. 1 Cor 10,16-17 permite acceder
al razonamiento de Pablo: si el pan partido y compartido es la comu-
nión del cuerpo de Cristo, convierte en un solo y único cuerpo a
quienes participan del único pan (no hay motivos para pensar que
«cuerpo» tenga significados diversos en ambos versículos). 1 Cor
11,23-29 recuerda que la participación en el mismo cuerpo es el me-
morial que debe ser celebrado para que la comunidad eclesial se
mantenga en la nueva alianza de Cristo.
Estas afirmaciones pretenden ante todo expresar la presencia de
Cristo en su Iglesia y la intimidad entre el creyente y Cristo. No
identifican todavía el Cuerpo de Cristo con la Iglesia. Pero ofrecen
los presupuestos para ello.
5. La Iglesia Cuerpo de Cristo
1 Cor 6,12-20 advierte contra la profanación del cuerpo por la for-
nicación porque «vuestros cuerpos son miembros de Cristo». 1 Cor
12,12-27 y Rom 12,3-8 concluyen ya la identificación: los distintos
miembros de la Iglesia, aun siendo muchos, forman «un solo cuerpo
en Cristo» (Rom 12,5), «el cuerpo de Cristo» (1 Cor 12,27).
En estos últimos textos ha podido influir el tema estoico que
comparaba la comunidad política o estatal a un cuerpo orgánicamen-
te estructurado. Servía bien a la parénesis de Pablo: los cristianos de
Corinto, atravesados por tantas divisiones, debían entender su voca-
ción a la unidad, pues la variedad de dones y carismas podía contri-
buir al enriquecimiento común. Esta consecuencia es evidente. Pero
su raíz y fundamento va más allá de una unión o solidaridad moral:
su base es sacramental y por ello real previamente a las disposicio-
nes subjetivas de los bautizados.
Los Santos Padres pusieron muy de relieve el realismo, casi físi-
co, de la participación común en la eucaristía: «La participación en
La Iglesia del Hijo: el Cuerpo de Cristo
55
el cuerpo y la sangre de Cristo no hace más que transformarnos en
lo que tomamos» 19. Aún con más fuerza decía S. Cirilo de Alejan-
dría: «Somos todos concorpóreos, porque la muchedumbre somos
un solo pan, un solo cuerpo... Nos unifica el cuerpo de Cristo que
está en nosotros y no se divide de ningún modo» 20. Por ello las
exigencias eclesiales adquieren aún mayor fuerza: las rupturas de la
unidad o las disensiones internas atentan contra la unidad que crea la
eucaristía, son divisiones en el mismo cuerpo de Cristo.
El pensamiento de Pablo sobre el Cuerpo de Cristo experimenta
notables desarrollos en las cartas a los colosenses y a los efesios 21.
Supone las adquisiciones anteriores, pero se enriquece con perspec-
tivas nuevas de gran interés. Las desarrollaremos en cuatro pasos.
1. En cuanto Cuerpo de Cristo, la Iglesia adquiere una personifi-
cación y, podríamos decir, un protagonismo mayor. Al ser usado en
singular, adquiere mayor relieve que la pluralidad de las ekklesiai lo-
cales. Este Cuerpo designa una recreación de la humanidad en Cristo
y a semejanza de Cristo, el sector de la humanidad que vive la vida de
Cristo o que continúa la vida de éste en medio de la humanidad.
La idea semita y bíblica de la personalidad corporativa permite
en este caso expresar el alcance colectivo de la acción de Cristo.
Como nuevo Adán, que murió y resucitó en nombre de y en favor de
toda la humanidad, contiene en sí a todos los hombres. Por eso quie-
nes se revisten de él participan de su condición de hombre nuevo
(Col 3,10; Ef 4,24), son una realidad escatológica (Col 2,17) que les
convierte en «cuerpo único» (Col 3,15; Ef 2,16).
2. Como Cuerpo de Cristo (Col 1,18.24; Ef 1,23; 5,23s) posee
una dimensión no sólo ecuménica y universal, sino cósmica y diná-
mica. El cuerpo no designa en la mentalidad semita la relación del
hombre consigo mismo, sino la mundanidad, la porción de mundo
que es cada hombre, la capacidad de comunicación22, la persona
entera en sus relaciones.
Aplicado a la Iglesia designa su relación con el mundo, el en-
cuentro con el mundo: la comunidad eclesial es, en el mundo y para
el mundo, la presencia «visible» del Resucitado, el modo como éste
entra en contacto con la humanidad y la historia 23. Por ello la Igle-
19
S. LEÓN MAGNO, Ser 63,7 (PL 54,357).
20
Adv Nest IV (PG 76,193). S. Agustín dice: «Cuando vosotros comulgáis se os
dice "El Cuerpo de Cristo" y vosotros respondéis "Amén". Pero vosotros mismos
debéis formar el Cuerpo de Cristo. Es pues el misterio de vosotros mismos el que
vais a recibir», Ser 272 (PL 38,1246).
21
P. BENOIT, «Corps, tete et pléróme dans les épitres de la captivité», en Exégé-
se et théologie II (Cerf, París 1961) 107-153.
22
23
E. KAESEMANN, EVB II (Gotinga 1964) 129.
G. ROSSE, «La Iglesia Cuerpo de Cristo», en AA.VV., El misterio de la Igle-
sia (Ciudad Nueva, Madrid 1984) 96. J. A. T. ROBINSON, El cuerpo. Estudio de teo-
56
PI
Creo en la Iglesia
sia, y todo en la Iglesia, es constitutivamente misionera todos los
dones y cansmas son entregados para consumar «la obra del minis-
terio» (Ef 4,7-17), es decir, para que se edifique de modo tal que
avance la misión entre los paganos y la reconciliación de los pueblos
(cf Ef 2,16)
3. La Iglesia es cuerpo de Cristo y Cristo es cabeza de la Igle-
sia Con ello no se quiere decir simplemente que Cristo es respecto
a la Iglesia lo que la cabeza es en el organismo humano El proceso
que condujo a tal designación es mas complejo y profundo Frente a
algunas doctrinas defendidas en Colosas, hubo que defender la pri-
macía y superioridad de Cristo sobre todas las potestades (Col 2,15,
Ef 1,20-22), a las que despojó de sus prerrogativas devolviendo así
la libertad a los hombres. Así logró la reconciliación de todas las
cosas (Col 1,15-20) y Dios lo «puso por cabeza de todas las cosas en
la Iglesia, que es su cuerpo» (Ef 1,22-23) La soberanía del Señor
sobre todas las cosas se manifiesta por tanto también en la Iglesia
A partir de aquí se desarrolla la idea del influjo vital y salvífico
de Cristo sobre la Iglesia Ya la idea paulina del nuevo Adán apun-
taba en esa dirección La Edad Media la desarrollará como gracia
capital de Cristo: la gracia de Cristo Cabeza es la que fluye en todos
los miembros de la Iglesia 24 Este núcleo de ideas permitirá hablar
del Christus Totus, de la unidad indivisible entre Cristo y sus miem-
bros en un dinamismo que apunta a la plenitud de todas las cosas en
Cristo 25.
4 La soberanía de Cristo se manifiesta en la Iglesia porque de
un modo real se manifiesta en el conjunto de la realidad Y si se
manifiesta en la Iglesia es para que la soberanía de Cristo se mani-
fieste de modo pleno en el conjunto del cosmos Eso es lo que se
indica al presentar a la Iglesia como pléroma de Cristo
Presente ya en los escritos de Pablo (1 Cor 10,26, Gal 4,4, Rom
] 1,12 25, Rom 13,10) adquiere mas fuerza e intensidad en las cartas
de la cautividad (Ef 1,10 23, 3,19; 4,13, Col 1,19, 2,9) Se aplica
ante todo a Cristo frente a algunos doctores que le atribuían un ran-
logm paulina (Barcelona 1968) es de valorar porque pone de relieve el realismo de
Pablo y la solidandad con la cieacion (p 36-44), pero hay que salvaguardar de modo
mas preciso la individualidad
24
Santo Tomas hará clasico el tratado De gratia Chnsti secundum quod est
capul ecclesiae STh 111,8, aunque ya la idea estaba en otros grandes escolásticos Es
de observar que da mucha importancia a la causalidad de la humanidad de Cristo en
la producción de la gracia, aspecto aun no destacado por Agustín
,5
Sobre todo Agustín destaca la idea del Cristo total «en la plenitud de su Igle-
sia, es decir, cabeza y cuerpo» Ser 341,1 (PL 39,1493) Es curioso que precisamente
esta convicción del Christus praesens in Ecclesia es utilizada por los protestantes
como arma contra las pretensiones del clero o del papa porque atentarían precisa-
mente contra esa presencia señorial, cf CALVINO, Ins Reí Chr III, 2,24
C3
La Iglesia del Hijo el Cuerpo de Cristo
57
go subalterno en la jerarquía de los seres, se afirma que en él reside
la plenitud de la divinidad (cf Col 2,9) y la totalidad de lo que existe
(cf Col 1,19), como ha establecido la reconciliación y la paz en el
ámbito de lo creado, lo penetra todo y todo le está «sometido»
Lo significativo es que en ese proceso de plenificación, hasta que
se manifieste esa soberanía y esa reconciliación, la Iglesia está in-
cluida como cuerpo y pléroma de Cristo (Ef 1,23) Ella «completa»
lo que falta a la plenificación de una unidad ya introducida por Cris-
to en el mundo antes disperso y sin coherencia (Col 2,10; Ef 4,15-
16, 5,23) 26
Desde estas perspectivas la imagen Cuerpo de Cristo puede recu-
perar toda su densidad y sentido liberándola del carácter eclesiocén-
tnco o meramente espiritual que se le achacaba
Hemos visto que esconde un fuerte potencial mundano, cósmico,
dinámico y misionero No encierra por ello la pretensión de que toda
la realidad sea dominada o controlada por la Iglesia El objetivo es
la renovación, la restauración y la reconciliación universal como ex-
presión consumada de la benevolencia que el Padre ha expresado en
Cristo. Cuerpo dice por tanto referencia al mundo, misión en el
mundo y en favor del mundo
La Iglesia es el Cuerpo real de Cristo, sobre todo a la luz de la
celebración eucarística, que es donde de modo más pleno se realiza
y acontece la Iglesia Se la designó como «Cuerpo místico» a raíz de
la controversia de Berengano, como ya indicamos De este modo la
eclesiología perderá su radical referencia eucarística y el calificativo
místico podrá caer bajo interpretaciones simphficadoras
En conclusión, la recuperación del componente eucarístico y cós-
mico, tal como los hemos expuesto, permitirá revitalizar no sólo la
imagen Cuerpo de Cristo sino la entera eclesiología
26
Sobre la relación entre misión e Iglesia desde estos planteamientos de Efesios,
R P MEYER, Kirche undMisswn im Epheserbnef (ShxXXgnn 1977)
CAPÍTULO IV
LA IGLESIA TEMPLO DEL ESPÍRITU
BIBLIOGRAFÍA
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ma Corporis Mystici I. Testimonia selecta e Patribus graecis; II. Testimo-
nia selecta e Patribus latinis (Roma 1932).
Bajo este título presentaremos la dimensión neumatológica de la
Iglesia. También debe reflejar la peculiaridad personal y la misión
propia del Espíritu, cuya acción ya se ha manifestado en los capítu-
los precedentes. El tema resulta particularmente necesario en la ac-
tualidad ya que uno de los puntos candentes de la eclesiología y de
la vida eclesial es precisamente la conjugación de la cristología y de
la neumatología desde sus repercusiones eclesiológicas.
1.
La relación Espíritu-Iglesia a través de la historia
El Espíritu ha tenido una presencia limitada en la teología católi-
ca. En eclesiología especialmente ha dominado la impostación cris-
tológica '. Sobre todo a partir del siglo xi se puede hablar de una
progresiva cristologización de la Iglesia en Occidente paralela a una
paulatina desneumatización de la cristología. No podía ser de otro
modo: el Espíritu no era importante para configurar la identidad de
Jesucristo, y éste era en definitiva el fundador de la Iglesia. Por eso
no había elementos dogmáticos lo suficientemente importantes co-
mo para contrarrestar el desarrollo de la Iglesia como sociedad per-
1
Y. CONGAR, La pneumatologie dans la théologie catholique: RSPhTh 51
(1967) 250-258; «Pneumatologie ou "Christomonisme" dans la tradition latine», en
AA.VV., Ecclesia a Spiritu Sancto edocta (Gembloux-Lovaina 1970) 41-63.
60
P.I
Creo en la Iglesia
fecta, que se desarrollaría siglos más tarde, como tendremos ocasión
de exponer.
Las motivaciones apologéticas y las reacciones polémicas, como
sabemos, favorecieron el protagonismo de la jerarquía y el relieve
concedido a los aspectos visibles e institucionales frente a los misté-
ricos o carismáticos. El Espíritu era reconocido como alma de la
Iglesia, pero su acción parecía limitarse a la santificación personal
de los fieles y a garantizar la validez de los actos sacramentales y de
las intervenciones doctrinales del Magisterio. Se llegaba por ello a
denunciar que el Espíritu había sido convertido en un funcionario de
la Iglesia 2, que se le había domesticado de modo ideológico para
bloquear la efervescencia espontánea de los carismas 3.
A través de la historia de la Iglesia la acción del Espíritu ha sido
reconocida en todos los movimientos de renovación y de revitaliza-
ción. Los grandes santos y los grandes fundadores han aportado per-
manentemente sus carismas para la edificación de la Iglesia y para el
cumplimiento de su misión. La vida cristiana de multitud de bautiza-
dos ha sido sostenida por la acción del Espíritu. Desde este punto de
vista la relación Espíritu-Iglesia carecía de problemas o de con-
flictos.
Pero esa misma historia de la Iglesia ha estado surcada por mo-
vimientos y personas que apelaban al Espíritu para denunciar lo que
consideraban control institucional de la libertad del Espíritu. Entu-
siastas y fanáticos de todo tipo, reivindicando la comunidad eclesial
libre de toda atadura disciplinar y de toda regulación ministerial, se
rebelaban contra lo que consideraban el monopolio de los dones sal-
víficos por parte de la jerarquía. Por eso es comprensible que tales
tendencias acabaran defendiendo una Iglesia paralela o alternativa
frente a «la Iglesia de los obispos». Pensaban, contra la naturaleza de
la Iglesia que expondremos más adelante, que la existencia de minis-
terios ordenados era un atentado contra el Espíritu.
Ya san Pablo tuvo que oponerse a los «neumáticos» que, sobre
todo en Corinto, creían que el Espíritu los había situado por encima
de la moral habitual y los había hecho independientes de la regula-
ción comunitaria. 1 Jn parece denunciar posturas semejantes que
apuntan al gnosticismo, que tan violentamente sacudiría la estructura
eclesial. En el siglo n los montañistas se apoyaban en revelaciones
especiales del Espíritu desvinculadas de la tradición representada
2
3
W. KASPER, o.c, 72ss.
Tengamos en cuenta otros factores de la teología que repercuten en este cam-
po: la reticencia a hablar de una inhabitación personal del Espíritu en los creyentes,
el axioma de atribuir la actividad ad extra a la unidad divina, la marginación de la
espiritualidad y de la mística de la reflexión dogmática, el desdibujamiento de
la doctrina sobre los carismas...
C. 4. La Iglesia templo del Espíritu
61
por los obispos. Tertuliano es testigo de sus posibles derivaciones
cismáticas: «La Iglesia propia y principalmente es el mismo Espíritu
en el que está la Trinidad de una divinidad, el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. Es él el que convoca aquella Iglesia que el Señor
puso en los tres y desde entonces también el número entero de aque-
llos que están unidos por una misma fe» 4.
En la Edad Media hubo abundantes movimientos y corrientes, pro-
tagonizados mayoritariamente por laicos, que se oponían a una Iglesia
protagonizada por el clero. Frente a ella oponían una Iglesia animada
por el Espíritu, el cual reparte sus dones y consuelos al margen de la
institución. Las nuevas órdenes mendicantes son, por el contrario, ex-
ponentes de la acción carismática del Espíritu que contribuye a la re-
vitalización de la Iglesia en el seno de la comunión eclesial.
Ya en la Edad Moderna, el contraste entre católicos y reformados
hizo que la función del Espíritu se convirtiera en el centro y en el
fondo del debate. En los protestantes se denunciaba su «espiritualis-
mo» que negaba las mediaciones y por ello el sentido de la institu-
ción eclesial. Éstos acusaban a los católicos de un «clericalismo»
que hacía superfluo al Espíritu 5.
El período posterior, surcado por la polémica, acentuó los tonos
unilaterales de las afirmaciones. Frente a la postura protestante, en
algunos sectores católicos se hacían rígidas las afirmaciones, hasta
atribuir a la jerarquía casi automáticamente la asistencia del Espíritu
en todas sus actuaciones. Sus oponentes reprochaban que se convir-
tiera en una Iglesia sin Espíritu 6, al comprender sin matices el papel
de los ministerios. Los reformadores por su parte acentuaron, cuan-
do no absolutizaron, el señorío y la libertad del Espíritu, sobre la
Iglesia y a veces contra la Iglesia. Sus oponentes podían no ver más
que un Espíritu sin Iglesia.
Esta alternativa se arrastrará durante siglos. Del amplio espectro
protestante surgirán movimientos de renovación apoyados en la ex-
periencia del Espíritu. Pero la lógica de independencia frente a toda
autoridad mundana, tan propia de la Reforma, favorecerá con no me-
nor fuerza el desarrollo del principio moderno de emancipación y, en
último término, de autonomía: la teología liberal, tan vinculada a la
filosofía del momento, exaltará la Iglesia como comunidad ética;
apelará al Espíritu como fundamento, pero en el fondo acabará sien-
do identificado con la Razón. La apelación radical al Espíritu corre
con ello el peligro de no encontrar más que al hombre.
4
5
De pud 21 (PL 2,1026).
Y. CONGAR, Creo en el Espíritu Santo, ed.cit., 180ss; sobre los sucedáneos cf.
188ss.
6
A. MILANO, Editoriale a W. KASPER-G. SAUTER (eds.), o.c, lOss.
P.I.
62
Creo en la Iglesia
Los católicos por su parte seguirán reivindicando la mediación
eclesial y el vínculo estructural que el Espíritu mantiene con ella. El
Móhler que en su obra «La unidad» convierte en central el protago-
nismo del Espíritu, se verá empujado por las críticas a plantear de
modo más cristológico la «Simbólica». La lógica católica exigía de-
terminadas concesiones, que repercutían en la relegación de la neu-
matología.
2. La situación actual
La reacción de Barth desvela los peligros reales que surgen de la
radicalización de las posturas. Reprocha al protestantismo moderno
haber establecido como fundamento la actividad religiosa del hom-
bre, desconociendo el señorío de Cristo y de su Espíritu. Al catoli-
cismo que él conocía le achacaba haber aprisionado al Espíritu. Co-
mo alternativa propone que el Espíritu sea situado en la base de la
identidad y de la misión de la Iglesia: «Sólo en la fuerza del Espíritu
hay una Iglesia en la que la Palabra de Dios pueda ser servida, en la
medida en que permita hablar de tal modo que su discurso sobre la
revelación sea testimonio actualizado de la revelación» 7.
El Espíritu efectivamente iría adquiriendo nuevo protagonismo.
También en el mundo católico. Adquirió nueva fuerza la idea del
Espíritu como alma de la Iglesia. El Vaticano II, a pesar de sus limi-
taciones, dejó patente la impostación neumatológica8. Pero la diná-
mica de las cosas provocó que se produjera una inversión de la situa-
ción anterior: que la eclesiología quedara absorbida en la neumatolo-
gía y todo ello reducido a antropología en el caso de que no se
recogiera el contrapeso cristológico. Los recelos antiinstitucionales y
la reivindicación de los carismas podían alimentar esa dinámica. Tal
actitud constituye un signo de los tiempos, ya que (desde motivos
distintos) rebasa las barreras confesionales. A modo de ejemplo
mencionaremos tres propuestas significativas, procedentes de las di-
versas confesiones cristianas:
a) Entre los protestantes es paradigmática por su repercusión la
postura de Sohm y su «anarquismo neumático» que excluye toda
jerarquía o potestad mundana; menciona como «desviación católica»
aquella situación en la que lo secundario (la institución) sustituye a
lo esencial (el carisma); frente a ello propone la Iglesia de la fe, del
amor, de la fraternidad, en la que reine la libertad carente de órganos
7
8
KD 1/2, 217.
A.-M. CHARUE, «LO Spirito Santo nella LG», en AA.W., Lo Spirito Santo e
la Chiesa (Roma 1970) 315-343.
C.4. La Iglesia templo del Espíritu
63
institucionales; es el Espíritu el que otorga a cada uno su propio don,
a partir del cual se genera el orden en la comunidad de un modo
espontáneo; nadie tiene la legitimidad para ejercer una autoridad en
nombre del derecho, es sólo el Espíritu el que actúa a partir del de-
sarrollo de los carismas que otorga 9.
b) N. Afanasief, ortodoxo, sostiene que la Iglesia comienza en
el Espíritu y es mantenida por él, que es su principio de orden y de
organización; como la Iglesia posee la plenitud de la gracia, no ne-
cesita medios humanos para ser dirigida, bastan los dones que el
Espíritu regala (no hay bautizado sin carisma) y el amor que los
acompaña; por ello cualquier distinción jerárquica en su seno es un
atentado contra su esencia 10.
c) L. Boff puede ser considerado exponente de la recepción en
el mundo católico de tales presupuestos. La Iglesia nació en Pente-
costés, cuando los apóstoles, por la fuerza del Espíritu, tradujeron la
doctrina del Reino de Dios en la doctrina sobre la Iglesia. Según la
misma lógica, la comunidad en cada momento deberá sondear las
posibilidades que se abren ante situaciones históricas nuevas. Se
puede hablar por ello de una «reinvención de la Iglesia». Si el Espí-
ritu inspiró e iluminó a los apóstoles en los momentos iniciales, no
dejará de hacerlo en los momentos posteriores ".
La panorámica abierta permite percibir los dos escollos a evitar:
quien pretenda una Iglesia sin Espíritu se quedará sólo con una ins-
titución reducida a máquina de poder; quien pretenda un Espíritu sin
Iglesia se quedará con una teoría humana esclava del fluir de las
circunstancias históricas. En uno y otro caso dejará la Iglesia de ser
el Pueblo de Dios y el Cuerpo de Cristo. El equilibrio entre neuma-
tología y cristología debe conjugar la libertad siempre nueva regala-
da por el Espíritu con la fidelidad a lo recibido de Jesucristo a través
de los apóstoles. El Hijo y el Espíritu no pueden ser antagonistas y
concurrentes ya que sus misiones proceden de una fuente común y
apuntan a un objetivo común.
3. Referencia eclesiológica de la identidad personal
del Espíritu
También respecto al Espíritu se puede decir que su misión en el
ámbito de lo creatural es la desembocadura de su procesión eterna,
9
Wesen und Ursprung des Katholizismus (Leipzig 19122) 54 y Kirchenrecht
(Leipzig 1892) 495.
10
L 'Église de l'Esprit Saint, edxit, 30,44.
11
Eclesiogénesis. Las comunidades de base reinventan la Iglesia, n.39ss.
64
P.l.
Creo en la Iglesia
la versión histórica de la relación personal que lo constituye. La co-
herencia entre procesión y misión manifestará desde otro punto de
vista el misterio del Dios Amor, porque el dinamismo de ese amor
es el origen de las hipóstasis divinas.
El Espíritu ha sido «el Desconocido allende el Verbo» 12 no sólo
en eclesiología sino en la teología en general desde un principio.
Preocupados los Padres ante todo por precisar el estatuto ontológico
de Jesús, la identidad del Espíritu quedó en un segundo nivel de
interés. Al articular la Trinidad, los Padres Capadocios definieron
como paternidad y filiación las relaciones que constituyen a las dos
primeras Personas; al Espíritu le aplicaron la procesión, término ge-
nérico y formal que muy poco desvelaba de la vida interna de Dios
y de su comunicación a las criaturas.
La aportación de san Agustín será decisiva a este respecto. Am-
bigua por un lado en cuanto contribuye al estrechamiento de la doc-
trina trinitaria occidental al acentuar la unidad de esencia que en
último término recae en el Padre ' 3 . Enriquecedora por otro lado ya
que ofrecerá un contenido a la imagen «Espíritu Santo» y a su iden-
tidad personal: don es el nombre del Espíritu; pero con un matiz
peculiar: «la infinitud en lo eterno, la belleza en la imagen, la puesta
en práctica y el gozo en el don» l4 . Consciente de que, al igual que
espíritu y santo, también don podía ser aplicado a las otras Personas,
intenta precisar la peculiaridad del don del tercero de la Trinidad:
fruición, caridad, gozo, deleite, placer, delectación, felicidad, di-
cha 15. Al denominarlo don de Dios designa el júbilo y el agradeci-
miento en el que el Padre da origen al Hijo y éste se recibe entera-
mente del Padre. Por ello el Espíritu vive también del Padre y del
Hijo.
Es comprensible por ello que al Espíritu Santo se le atribuya la
comunicación de Dios a sus criaturas (cf. Hch 2,38; 10,45), el gozo
de la comunión (cf. 1 Cor 13,13). Su identidad intradivina explica
que el objetivo de su misión sea mostrar la gloria del Dios eterno en
la generosidad desbordante e inagotable que se expande sobre las
criaturas. En coherencia con ello actúa en la historia de la salvación
y no puede dejar de estar presente en el origen de la Iglesia.
12
H. U. VON BALTHASAR, Spiritus Creator. Skizzen zur Theologie III (Einsiedeln
1967) 97s.
13
Cf. E. BUENO, De la sustancia a la persona. Paradigma del encuentro de la
filosofía y la teología: RET 54 (1994) 265-267.
14
De Tr VI, 10,11 (PL 42,931) que cita a Hilario, De Tr II, 1 (PL 10,51).
15
Ib. VI, 10,11-12 (PL 42,931-932).
C.4.
4.
La Iglesia templo del
Espíritu
65
El Espíritu Santo en la historia de la salvación
Su presencia en la historia muestra su personalidad en una doble
dirección: de un lado es Dios en cuanto se exterioriza, sale de sí
mismo, se autotransciende en la entrega de sí 1 6 ; de otro lado en
cuanto suscita fascinación porque atrae, afecta, provoca admiración
y seduce 17. En la comunicación hacia fuera Dios tiene tiempo para
el hombre, y su Espíritu desde dentro va abriendo la historia, genera
lo nuevo e imprevisto para reconducir la vida de los hombres y del
cosmos hacia el esplendor de Dios; en esa perspectiva el Espíritu
abre lo individual a lo comunitario, hacia la comunión, hacia el «no-
sotros», a la totalidad.
En el Antiguo Testamento, ruach designa originariamente soplo
o viento, y se muestra como instrumento en las manos de Dios para
la realización de su obra; desempeña, por así decir, una tarea «se-
gunda» o «complementaria» a la acción divina: Dios la inicia, y el
Espíritu la hace avanzar en medio de las dificultades y de las debili-
dades de la historia. Ya desde Gen 1,2 aparece convirtiendo el caos
en cosmos y la indeterminación en historia. A partir de ahí son cua-
tro las dimensiones que especialmente destacan:
a) al ser la dimensión en virtud de la cual Dios sale de sí mis-
mo, el ruach crea el ámbito de la comunión con el hombre: le entre-
ga el hálito vital y de este modo la capacidad de encuentro y diálogo
entre Dios y hombre (Gen 2,7; cf. Sal 104,29-30);
b) abre posibilidades a la esperanza, al futuro, porque comunica
experiencias de liberación y de salvación frente a los contrapoderes
que bloquean el avance del designio de Dios (cf. Éx 10,13-19;
14,21; 15,10);
c) hace surgir mediadores que garanticen a la comunidad el fu-
turo de su misión, sea encabezando la lucha frente a los enemigos,
sea empujando al pueblo hacia la conversión (Éx 3,10; Núm 11,14-
25; Dt 34,9; Éx 18,31; Job 3,15; Jue 13,5);
d) el ruach llega a convertirse en el contenido de las promesas
mesiánicas, en cuanto recreación de la humanidad, transformación
de los corazones, instauración de la alianza definitiva, revitalización
de la tierra entera (Éx 36,26ss; 39,29; Jl 3,lss; Is 32,15; 44,3).
El Nuevo Testamento profundizará la reflexión sobre el Espíritu
en dirección al reconocimiento de su carácter personal. Sorprende la
parquedad de Jesús acerca del Espíritu. Pero la presentación en clave
16
H. MUEHLEN, Espíritu, carisma, liberación (Secretariado Trinitario, Salaman-
ca 1975) 29.64-65.104.203.
17
Ib. 121ss.
P.I.
66
Creo en la Iglesia
neumatológica que hacen los evangelios no puede levantarse sobre
un vacío histórico. Jesús no podía ser ajeno a la centralidad del
ruach en la historia de su pueblo.
El Espíritu va abriendo, acompañando y animando la misión de
Jesús (cf. AG 4). El Espíritu hace posible la encarnación (Le 1,35) e
ilumina a quienes la interpretan (Le 1,67; 2,27), Guía los primeros
pasos de Jesús (Me 1,12; Mt 4,1) y, lleno de Espíritu (Le 4,1), está
en condiciones de tomar la palabra en público (Le 4,14) y de realizar
obras maravillosas (Mt 12,28).
Sobre todo el bautismo de Jesús es un acontecimiento «neumáti-
co» (Mt 3,16; Me 1,10; Le 3,22) que afecta tanto al Espíritu como a
Jesús: Jesús queda capacitado para su misión mesiánica porque que-
da ungido (Hch 10,37-38); y el mismo Espíritu pasa a ser algo que
no era: el chrisma, la unción 18. Con ello se perfila más precisamente
el sentido y el contenido de su misión.
En cierta medida el Espíritu anticipa la acción de Jesús. Pero este
mismo promete el Espíritu de cara a la misión, a la superación de las
dificultades (Mt 10,16-20; Jn 14,16s; 16,8), como consolador: es el
Otro Enviado como parakletós: a la vez defensor, abogado, asisten-
te, guía, intercesor l9. No puede actuar de modo distinto al parakle-
tós Jesús (1 Jn 2,1; cf. Jn 14,16-17), por lo que va animando la
misión conforme al modelo y al testimonio de Jesús (Jn 15,26-
16,13-15).
5. El Espíritu cofundador de la Iglesia
En la presencia del Espíritu había sin embargo un aspecto de
inconsumación. Como el Señor no había sido glorificado no podía
aún ser efundido sin medida (cf. Jn 7,39). A partir de la glorificación
de Jesús podrá ser el Espíritu del Padre y del Hijo, podrá comunicar-
se desde la plenitud del acontecimiento trinitario por antonomasia:
movido por el Espíritu, el Hijo hará entrega de 13 propia vida y anti-
cipará en medio de la historia de los hombres los tiempos finales, la
nueva creación, lo que la realidad está llamada a ser; por su parte el
Espíritu constituirá a Jesús como Hijo de Dios con poder (Rom 1,4)
y actualizará su influjo sin limitaciones de tiempo o de espacio. El
Señor es Espíritu (2 Cor 3,17) y por ello la acción de uno y otro
confluye en la creación de una situación nueva en la historia de la
salvación.
C.4.
S. BASILIO, De Sp Sancto 16,39 (PG 32,140C).
19
Por tanto, como veremos, los carismas entregados pí>r el Espíritu se orientan
a la edificación de la Iglesia de Cristo de cara a que se cumpla el designio de la
Trinidad.
Espíritu
67
Ambas acciones son concordes. No se puede pensar en una ini-
ciativa autónoma por parte del Espíritu respecto a la de Cristo o los
apóstoles 20. De Jesús arranca la doble misión del Espíritu y de los
apóstoles (Jn 13,16.20 y 17,18 de un lado, y 14,16.26 y 15,26 de
otro, confluyen en 20,21-22). El envío del Espíritu, vinculado al en-
vío apostólico, es un momento estructurante de eclesiogénesis. El
Espíritu es cofundador de la Iglesia y ésta recibe desde un principio
una dimensión neumatológica esencial21.
En el origen de la Iglesia se manifiesta la peculiaridad personal
del Espíritu 22. La pascua muestra la actitud del Padre ante la trage-
dia del viernes santo: con un don mayor que reconcilia el drama de
la historia humana con el designio salvífico del que nació. El Espíri-
tu, que posibilita esa comunicación, es la sobreabundancia y la liber-
tad del don hechas persona23. Si ahí nace la Iglesia, ésta no puede
dejar de celebrarlo, proclamarlo y testificarlo. El Hijo, que ha consu-
mado en el mundo la misión recibida del Padre, recibe a su vez de él
en el Espíritu la Iglesia, que por ello queda insertada en el amor
recíproco que los constituye como personas 24. Y el Don-Persona no
puede dejar de mostrar su protagonismo en la Iglesia.
El Espíritu comunica fuerza y alegría a la predicación del evan-
gelio (1 Tes 1,6-8), santifica a los llamados y elegidos (2 Tes 2,13;
1 Pe 1,2), en el corazón de los creyentes (Gal 4,6) les ayuda a son-
dear las profundidades de Dios (1 Cor 2,10), otorga la vida nueva
(Gal 5,16.18.22.25) de la unión con Cristo (Rom 8,9; 1 Cor 12,7-11)
y su filiación (Gal 4,6-7), garantiza la posesión de la herencia pro-
metida (2 Cor 1,22)... Este ramillete de sugerencias paulinas quedan
resumidas en la afirmación de san Ireneo: «Allí donde está la Iglesia,
está también el Espíritu de Dios, y allí donde está el Espíritu de
Dios, allí está la Iglesia y toda su gracia» 25.
Es Pentecostés el momento en que esta mutua pertenencia de
Espíritu e Iglesia se manifiesta de modo más esplendoroso, donde se
hace patente que la Iglesia es la continuación, en la historia de la
salvación, de la unción de Jesús con el Espíritu 26. El mismo Espíritu
que empujó a Jesús en medio de su pueblo, coloca ahora a la Iglesia
en el corazón de una humanidad dividida para recrear desde dentro
la unidad por la reconciliación que ofrece el evangelio. Pentecostés
20
21
22
18
La Iglesia templo del
Y. CONGAR, La Parole et le Souffle (París 1983) 87ss.
ID., Creo en el Espíritu Santo, ed.cit., 207ss.
Ib. 211.
23 W. KASPER, o.c, 82-84.
24 H. U. VON BALTHASAR, Pneuma und Institution (Einsiedeln 1974) 226-228.
AH III, 24,1 (Sources chrétiennes 211,472-475).
H. MUEHLEN, El Espíritu Santo en la Iglesia (Salamanca 1974) 274.
25
26
P.I.
68
Creo en la Iglesia
se convierte en evento fundador de la Iglesia, que le recuerda perma-
nentemente su vocación y su misión27.
Se cumple plenamente la teofanía de Pentecostés porque Dios
entrega el don escatológico. La Iglesia nace del dinamismo que re-
crea la carne del mundo n. Porque Pentecostés es por antonomasia
el anti-Babel. Si Babel recuerda el enfrentamiento y la división entre
los pueblos bajo el símbolo de la diversidad de lenguas, Pentecostés
representa el reencuentro de la humanidad en una Iglesia que habla
muchas lenguas: «Al comienzo la Iglesia que no existía entonces
más que en un solo pueblo, hablaba ya todas las lenguas; más tarde,
desplegándose entre todos los pueblos, hablará las lenguas de to-
dos» 29. Ese milagro de reconciliación es obra del Espíritu, «por el
que en el acuerdo de todas las lenguas (los pueblos) cantan un himno
a Dios... lleva a la unidad a las colectividades alejadas entre sí ofre-
ciendo al Padre las primicias de todas las naciones» 30.
Pentecostés era por ello el inicio de un camino, de una tarea.
«Era la Iglesia futura la que se anunciaba en la universalidad de
lenguas»31. Hacia ese futuro entre los pueblos y en favor de los
pueblos avanza la Iglesia movida por el Espíritu. El la hace esencial-
mente misionera porque la empuja al encuentro de todos los pueblos
para que éstos se encuentren entre sí. El kerygma es predicado bajo
la acción del Espíritu (1 Pe 1,12), él concede fuerza y energía a la
palabra predicada (1 Tes 1,5; Hch 4,31-33). Especialmente el libro
de los Hechos de los Apóstoles deja ver la acción del Espíritu en una
Iglesia que va pasando permanentemente a los otros, que se niega a
la autocontemplación narcisista, que rebasa fronteras y alcanza nue-
vas orillas (1,9; 4,23-31; 6,1-11; 8,29-32; 10,34; 13,1-4; 20,22-28).
Es particularmente significativo el hecho de que el Espíritu se
anticipa a la acción de la Iglesia atrayéndola a través de sucesivos
«Pentecostés» que Lucas va presentando gradualmente a raíz del
acontecido en Jerusalén (Hch 2): a) Hch 8,14-17 narra el pentecostés
de los samaritanos; ante quienes los consideraban indignos de encar-
nar la novedad cristiana, el Espíritu indica que también entre ellos se
ha de manifestar eclesialmente la reconciliación de la nueva alianza;
b) Hch 10,44-47 presenta el pentecostés de los gentiles: las incerti-
dumbres acerca de la admisión de los paganos quedan despejadas
cuando el Espíritu indica que Cornelio debe ser bautizado «porque
27
Aunque el cuadro sea distinto, el hecho de Hch 2 se refleja en Le 24 y Jn 20:
M.-A. CHEVALIER, Pentecótes lucaniennes etpentecótesjohanniques:
RSR 69 (1981)
301-314.
28
J. M. R. TILLARD, Iglesia de iglesias, ed.cit, 26-27.
19
30
31
S. AGUSTÍN, ¡n lo 32,7 (PL 35,1645).
AH III, 17,2 (Sources chrétiennes 211,331).
S. AGUSTÍN, Ser 266,2 (PL 38,1225).
C. 4.
La Iglesia templo del
Espíritu
69
ya posee el Espíritu»; la misma decisión de Hch 15 será tomada en
y con el Espíritu 32; c) Hch 16,6-10 hace ver que incluso el Espíritu
puede prohibir predicar en una región determinada porque está lla-
mando desde otro lugar más lejano, desde Macedonia como puerta
para Europa.
6. La Iglesia templo y sacramento del Espíritu
La imagen de la edificación de la Iglesia incluye frecuentemente
referencias al Espíritu. Cristo es piedra angular y los profetas y após-
toles fundamento del «templo santo del Señor», pero los cristianos
todos son «edificados para morada de Dios en el Espíritu» (Ef 2,19-
21). Los cristianos son «piedras vivas» de una «casa espiritual» en la
que han de ofrecer «sacrificios espirituales» (1 Pe 2,4-8).
Se trata, como se ve, de una edificación cuyos «materiales» son
las personas. Son los bautizados en cuanto personas los que consti-
tuyen el templo que reemplaza al antiguo templo de Jerusalén. Con
la comunidad salvífica de los últimos tiempos la edificación de Jeru-
salén queda reemplazada (cf. Ap 3,12). La ofrenda es ahora la propia
vida y la existencia cotidiana como componente de la actividad litúr-
gica (cf. Rom 12,1; Col 3,16; Ef 5,19). El objeto de tal edificación
es igualmente el prójimo (1 Cor 8,11) o el lejano que ha de ser
ganado para Cristo (1 Cor 9,19-23; 10,32).
De modo más explícito 1 Cor 6,19 designa «el cuerpo de los
cristianos», en sus dimensiones mundanas y existenciales, como
«templo del Espíritu». La Iglesia, como conjunto de bautizados, es el
ámbito personal que el Espíritu va abriendo y recreando para que su
personalidad divina se pueda experimentar en medio del mundo y de
la historia. Si el bautizado es «habitación sagrada del Espíritu divi-
no» 33 no puede dejar de ser reflejo del modo como el Espíritu actúa
en la historia de la salvación.
Para que esta edificación logre realmente sus objetivos el Espíri-
tu otorga sus dones y carismas. No los otorga como privilegio perso-
nal sino para integrarlos en la unidad orgánica y viva que es la Igle-
sia a fin de que pueda lograr su misión de modo más eficaz, el plé-
roma. Hermas ofrecerá en este sentido la bella imagen de la torre
que se va edificando en medio del agua (= el bautismo) merced a las
piedras que son las distintas categorías y ministerios de cristianos 34.
32
Hch 15,28 no puede ser considerado en analogía con el resto de los «pente-
costés» mencionados, pero refleja la peculiar dialéctica del Espíritu que impulsa des-
de dentro y atrae desde fuera.
13
In S. Pascha 15,2 (Sources chrétiennes 27,143).
34
Vis III, 2,4-7,6.
70
PI
Creo en la Iglesia
Los Santos Padres repetirán frecuentemente la acción del Espíri-
tu en la integración de lo múltiple para configurar una unidad en la
diversidad Es la versión neumatologica de la imagen del Cuerpo de
Cristo «Así como un solo espíritu abraza al conjunto y coordina los
diversos miembros, así también aquí porque el Espíritu se da para
unir a los que la diversidad de patrias y de culturas separa» San
Agustín profundiza la lógica trinitaria de esta dinámica «Lo que es
común al Padre y al Hijo ellos han querido que lo tuviésemos común
entre nosotros y con ellos, y hacer de nosotros una unidad por obra
de aquel don que es común a las dos personas, es decir, el Espíritu
Santo que es al mismo tiempo Dios y Don de Dios» 35 Recogiendo
una idea cara a Zizioulas, el Espíritu supera todo individualismo
conjugando el uno (Cristo) con la multitud la neumatología impide
pensar a Cristo como individuo aislado (sin su cuerpo eclesial), e
igualmente impide pensar a la Iglesia como una sin incluir en ella a
la «multitud» 36 El Espíritu es, como veremos en otro contexto, Es-
píritu de koinonía con Cristo
Como templo de piedras vivas que el Espíritu se abre entre los
pueblos a fin de hacer brillar el don generoso de Dios, la Iglesia
puede ser considerada sacramento del Espíritu37 Como criatura
predilecta del Espíritu, ha de ser la Iglesia el ámbito en el que el
Espíritu aparezca con mayor transparencia Es esa perspectiva la que
sugiere la antigua fórmula del símbolo recogida en la Tradición
Apostólica «Creemos en el Espíritu Santo en la Iglesia» 38, la prepo-
sición en no hace a la Iglesia complemento de «creemos» sino que
la vincula al Espíritu como lugar en que de modo especial reside,
porque en ella deja traslucir el triunfo del don desbordante de Dios
y la libertad señorial con que Dios se hace presente en la historia
Pero Espíritu e Iglesia no son magnitudes equiparables o térmi-
nos connumerables La Iglesia es sólo sacramento del Espíritu 39 no
refleja plenamente la realidad del Espíritu, pues sus ambigüedades la
oscurecen, tampoco se puede pensar en una relación análoga a la que
existe entre el Hijo y Jesús (por eso solo con muchos matices se
puede designar a la Iglesia «una persona mística» 40)
35
S JUAN CRISOSTOMO, Hom 9 sobre Ef 4,3 (PG 62,72) y S AGUSTÍN, Ser 71,12
(PL 38,454)
36
J FONTBONA i MISSE, Comunión y ^modalidad La ecleswlogia eucaristica
después de N Afanasiev en J Zizioulas y J M R Tillará (Roma 1994) 120ss
37
Catecismo Católico para adultos La fe de la Iglesia Publicado por la Confe-
rencia Episcopal Alemana (Madrid 1988) 279
38
P NAUTIN, Je crois a l Espnt Saint dans la Sainte Egltse (París 1947) 16
39
40
W KASPER, o c , 92
H MUEHLEN, Una mystica Persona (Munich Paderborn 1964) es un intento
loable por mostrar como la economía divina se desarrolla de modo acorde a su reali-
dad íntradivma y como es el Espíritu la Persona divina mas apta para explicar el
C 4
La Iglesia templo del Espíritu
71
La Iglesia es sacramento no sólo del Espíritu, como pretenden
los defensores de una Iglesia umlateralmente neumática El Espíritu
alienta la improvisación y la aventura frente al anquilosamiento de
lo rutinario 41 y así la renueva y la rejuvenece sin cesar (AG 4), pero
no podemos olvidar —como ya indicamos— la pencoresis entre el
Hijo y el Espíritu
Por ello no se pueden contraponer de modo superficial la institu-
ción (en cuanto elemento meramente humano y tantas veces esclero-
tizado) y el cansma (como gesto impredecible y liberador del Espí-
ritu) Una y otro pueden tener un origen divino, también lo institu-
cional en la medida en que refleja la estructura querida por Cristo
para la Iglesia, y en ese sentido es animada por el Espíritu Igual-
mente una y otro pueden estar expuestos a abusos, por lo que tam-
bién el cansma necesita el discernimiento y la regulación comunita-
ria 42 Son dos dimensiones de la única y misma Iglesia, irreductibles
y en tensión, pero integradas en la realidad compleja que es la Igle-
sia (cf LG 4 y 12)
A la luz de lo que venimos diciendo, el Espíritu puede ser consi-
derado como alma de la Iglesia El Espíritu, hemos visto, es princi-
pio de vitalidad interior de la Iglesia desde su origen y a lo largo de
su edificación
Pero hay que observar igualmente que en sentido estricto el Es-
píritu no puede ser considerado alma de la Iglesia 43 La Esentura
nunca utiliza la expresión al comentar la metáfora de la Iglesia como
cuerpo LG 7 es prudente en su modo de expresarse Es la misma
actitud de san Agustín «Lo que es el alma para el cuerpo del hom-
bre, esto es el Espíritu Santo para el Cuerpo de Cristo que es la
Iglesia El Espíritu Santo opera en toda la Iglesia lo que opera el
alma en todos los miembros del único cuerpo» 44 El Espíntu vivifi-
ca la actividad eclesial, no entra en composición con la institución-
Iglesia, la habita y la anima Por tanto la expresión «El Espíritu alma
de la Iglesia» debe entenderse en sentido funcional, sin caer en una
comprensión estrictamente ontológica que insinúe su identidad o hi-
postatización en la Iglesia
carácter personal de la Iglesia, pero acentúa en exceso la epifanizacion del Espíritu
en la Iglesia desde la analogía de la encarnación
41 W KASPER, o c , 95
42 J A ESTRADA, Iglesia ¿institución o cansma? (Salamanca 1984) 136ss
Y CONGAR, Creo en el Espíritu Santo ed cit, 184 y a c en MysSal 479s
Ser 261A (PL 38,1231)
43
44
CAPÍTULO V
LA IGLESIA COMUNIÓN Y SACRAMENTO
BIBLIOGRAFÍA
ACERBI, A., Due ecclesiologie. Ecclesiologia giuridica ed ecclesiologia
di comunione nella «Lumen Gentium» (Dehoniane, Roma 1975); BANDERA,
A., La Iglesia Misterio de comunión (Salamanca 1965); BEINERT, W., Die
Sakramentalitat der Kirche Im theologischen Gesprách, en Theologische
Berichte 9 (Einsiedeln 1980) 13-66; BORI, P. C , Koinonía. L'idea della
comunione nell'ecclesiologia recente e nel Nuovo Testamento (Paideia,
Brescia 1972); CAPMANY, J., La sacramentalidad de la Iglesia, en Estudios
de Misionología 6 (Burgos 1985). La Iglesia sacramento universal de sal-
vación, 179-229; DIANICH, S., La Chiesa mistero di comunione (Marietti,
Turín 1975); HAMER, J., La Iglesia es una comunión (Barcelona 1965);
RAHNER, K., La Iglesia y los sacramentos (Barcelona 1964); SEMMELROTH,
O., La Iglesia como sacramento de salvación: MysSal IV/1, 321-370;
SAIER, O., Communio in der Lehre des Zweitens Vatikanischen Konzils
(Mitaster \973).
En las imágenes anteriores hemos descubierto el protagonismo
de las diversas Personas de la Trinidad en el surgimiento de la Igle-
sia y la nueva relación que establecen con los hombres. Este presu-
puesto ha sido definido como comunión y convertido en plantea-
miento global de la eclesiología. La eclesiología de la comunión ha
sido considerada como «la innovación del Vaticano II de mayor
transcendencia para la eclesiología postconciliar y para la vida de la
Iglesia» '. Por su carácter radical y actual debe ser analizada en su
sentido, alcance e implicaciones.
1. El redescubrimiento de la eclesiología de comunión
A lo largo del siglo xx han sido varios los factores que han faci-
litado la eclosión de la idea de comunión: las catástrofes de las gue-
rras mundiales despertaron la nostalgia de una experiencia religiosa
intensa y concreta, la soledad que dominaba muchos espíritus susci-
taba el deseo de la experiencia comunitaria, la renovación litúrgica
había mostrado la debilidad de una devoción individualista, los estu-
1
A. ANTÓN, «Eclesiología posconciliar: esperanzas, resultados y perspectivas
para el futuro», en R. LATOURELLE (ed.), Vaticano II. Balance y perspectivas (Sala-
manca 1989) 281; y Primado y colegialidad. Sus relaciones a la luz del primer
Sínodo extraordinario (BAC, Madrid 1970) 34.
74
P.I
C 5
Creo en la Iglesia
dios bíblicos habían mostrado la centralidad de imágenes como Pue-
blo de Dios o Cuerpo de Cristo apoyadas en fórmulas como «en
Cristo», el mejor conocimiento de la antigüedad cristiana permitió
conocer en la práctica la comunión entre las iglesias y la centralidad
de la eucaristía, el diálogo con los ortodoxos permitió percibir el
sabor tradicional de su experiencia eclesial, el diálogo ecuménico
desveló las formas de funcionamientos eclesiales diversos... 2. El
concepto «comunión» se ofrecía en consecuencia como punto de
convergencia de aspiraciones eclesiológicas y eclesiales muy va-
riadas.
El Vaticano II es considerado como el momento en que la ecle-
siología de comunión recibió carta de ciudadanía. El Sínodo Ex-
traordinario de los obispos fue el momento de su oficialización al
conmemorar la celebración del Concilio.
El Vaticano II utiliza en 122 ocasiones el término comunión (en
el Vaticano I no pasó de cinco). Pero la cantidad no debe impedir la
prudencia en el juicio valorativo. El Concilio hace un uso impreciso
y fluido, en sentidos diversos y con connotaciones variadas (cf. LG
4,8,9,26; OT 5; AG 15,17; PO 4; la perspectiva litúrgica de SC o las
matizaciones de la Nota Explicativa Previa al capítulo III de LG
que habla de «comunión jerárquica» para referirse a la relación
papa/obispos). Es difícil decir por tanto que el Vaticano II ofrece
una noción técnicamente elaborada. Las reflexiones postconciliares
por otra parte primaron la categoría «Pueblo de Dios» como expo-
nente de la eclesiología conciliar. De hecho fueron escasos los estu-
dios que en aquel período se dedicaron al tema de la comunión en
los textos conciliares.
No se puede tampoco dejar de reconocer otros datos. Ya en el
período conciliar algunas propuestas (Hamer) presentaban la comu-
nión como eje vertebrador de la eclesiología o como clave hermenéu-
tica para comprender la evolución realizada por el Vaticano II (Acer-
bi). Sobre todo hay que señalar la rápida recepción de la idea de comu-
nión como expresión auténtica y genuina de la empresa conciliar.
En esta línea hay que señalar el Sínodo de 1985. La Relación
final presenta la eclesiología de comunión como tema fundamental
de los documentos conciliares. Advierte que no puede reducirse a
cuestiones meramente organizativas o de reparto de poderes, sino
que consiste ante todo en la comunión con Dios por medio de Jesu-
cristo en el Espíritu Santo, si bien reconoce que la comunión debe
ser también el fundamento para el orden en la Iglesia y para articular
de modo correcto la unidad y la pluriformidad.
2
P C BORI, Komonía L'idea della comunione nell'eccleswlogia
Nuovo Testamento (Brescia 1972) 15-77.
recente e nel
La Iglesia comunión y
sacramento
75
Esta toma de postura pretendía introducir un factor de equilibrio
e integración en la eclesiología y en la vida eclesial: frente al secu-
larismo reinante destacaba la dimensión mistérica de la Iglesia; fren-
te a las disgregaciones internas ponía de relieve la unidad. La comu-
nión por ello debía ser eje vertebrador de la eclesiología, y más con-
cretamente de los puntos eclesiológicos centrales o más polémicos.
Dada su centralidad y la amplitud de su recepción, puede caer en
la inflación o en la genericidad de un lado, y de otro lado en la
instrumentalización ideológica, por lo que deben ser tenidas en
cuenta las siguientes observaciones: a) hay que evitar un uso tan
absoluto de la comunión que excluya la validez de otras imágenes o
que acabe por hacerla sinónima de Iglesia; b) hay que evitar una
concepción tan mística o espiritual que oscurezca su expresión so-
cial, pública o institucional; c) hay que evitar su uso retórico tanto
para sugerir la gestión democrática de la vida eclesial cuanto para
estimular a la uniformidad o a la unidad sin fisuras; d) hay que evitar
un reduccionismo sicológico que entienda la comunión como la
compensación de la propia soledad o de las carencias afectivas.
Comunión es un concepto que debe ser entendido teológicamen-
te a la luz de los datos de la revelación que ya hemos encontrado.
Todos ellos, como indicábamos, confluyen en la comunión. Desde
su raíz trinitaria pueden quedar armonizadas las complejas dimen-
siones de la comunión e incluso la variedad de significaciones que se
le atribuyen 3.
2.
Dimensiones de la comunión
Koinonía no es un neologismo cristiano, pero en la experiencia
cristiana recibe un contenido novedoso, incluso atrevido. En el mun-
do griego era utilizada para designar relaciones interpersonales, la
armonía cósmica e incluso la comunidad con Dios obtenida especial-
mente en las comidas sagradas. El Antiguo Testamento no emplea el
término, aunque la idea de alianza puede ser considerada como su
equivalente.
3
A LEYS, Ecclesiological Impacts of the Principie of Subsidiarity (Kampen
1995) 228, cita la clasificación de Riedel-Spangenberger. a) commumo sanctorum
participación del fiel en la salvación dada por Dios, sobre todo en la eucaristía,
b) commumo fidehum en cuanto el creyente es miembro activo del Pueblo de Dios,
c) commumo ecclesiarum la comunión de iglesias locales edificada sobre la eucaris-
tía y gobernada por los obispos, que expresa la unidad y la diversidad de la Iglesia,
d) commumo collegiahs basada en la anterior, pero destacando la commumo hierar-
chica en la relación entre el papa y los obispos; e) commumo chrishana se refiere a
la comunión no plena con otras iglesias cristianas.
P.I.
76
Creo en la Iglesia
Estos precedentes no pueden ocultar la osadía de 2 Pe 1,4 que
presenta a los cristianos como «partícipes (koinonoi) de la naturaleza
divina». El sentido exacto sólo se puede entender a la luz de la reve-
lación del Dios que ha actuado en la historia como Trinidad. Desde
esa óptica abrirá perspectivas eclesiológicas fundamentales. «La
eclesiología debe basarse sobre la teología trinitaria si quiere ser una
eclesiología de comunión» 4.
1. Como punto de referencia implícita debe ser considerada la
experiencia de Jesús con sus discípulos más íntimos y de éstos entre
sí (cf. Me 3,14; Le 5,10). La vocación implicaba la ruptura con los
vínculos existenciales anteriores para unirse enteramente a Jesús, a
su destino y a su misión. La adhesión a la persona de Jesús es lo que
había transformado sus vidas y la que los había introducido en una
experiencia comunitaria distinta.
2. Pero no se podía hablar aún de comunión en sentido cristia-
no estricto. A partir de la pascua, cuando la misión del Hijo ha sido
consumada por su glorificación y por la efusión del Espíritu, el cre-
yente experimenta el sentido pleno de la salvación: restaurado en sus
relaciones fundamentales e integrado en sus escisiones interiores,
acogido en el misterio del amor trinitario, perdonado y abierto a la
esperanza participa de la alegría de Dios y con ello afronta de modo
nuevo su propio drama personal...5. Todo ello queda incluido en la
comunión. La comunión siempre incluye este aspecto soteriológico
y antropológico.
3. Pero esa koinonía se produce por el proceso de la Trinidad
económica: la salvación viene de Dios por el Hijo en el Espíritu. Es
el dinamismo del amor trinitario el que envuelve al creyente hacién-
dole participar en él (por eso está salvado, frente a toda tentación o
ilusión de autorredención). Es la dimensión vertical de la salvación,
que el Nuevo Testamento presenta de un modo muy realista.
El Nuevo Testamento no suele hablar de la comunión con Dios
en sentido genérico ni con el Padre de modo directo. Sólo se produce
el acceso a Dios por la mediación establecida en y por Cristo. Es la
lógica que se desvela en 1 Cor 1,9: tras mencionar la gracia y los
dones que han recibido merced a la redención operada por Jesucris-
to, resume la vocación cristiana en la participación de/en Cristo (la
doctrina paulina del bautismo y la eucaristía explícita esta convic-
ción). La convocatoria de Dios en virtud del amor revelado en Cristo
y la filiación que él regala a los creyentes constituye al bautizado en
una situación histórico-salvífica nueva. 1 Jn 1,3.6 apunta en la mis-
C.5.
JUAN DE PÉRGAMO (Zizioulas), «La Chiesa come communione», en Verso la
koinonía (cit. por B. FORTE, La Iglesia de la Trinidad, ed.cit. 248)
' J. M. R. TILLARD, Iglesia de iglesias, ed.cit.
sacramento
11
ma dirección: el Hijo es el que ha hecho conocer al Padre (Jn 1,18),
y la vida que de él procede es la que establece la comunión con el
Padre y los hermanos.
El Espíritu es el que entrega esa comunión, el que la hace posible
(cf. 2 Cor 13,13). «La comunión del Espíritu» no designa la partici-
pación en él. En paralelo con las funciones atribuidas al Padre y al
Hijo, hay que pensar en la comunión que regala el Espíritu. Destaca
más la acción del Espíritu que nuestra participación en él. Lo cual
concuerda con las funciones que hemos reconocido en el Espíritu.
Un documento de los obispos italianos recoge esta lógica en vir-
tud de la cual el hombre queda incorporado en la comunión de las
Personas divinas: comunión es «aquel don del Espíritu por el cual el
hombre no está ya solo ni alejado de Dios, sino llamado a participar
de la misma comunión que une entre sí al Padre, al Hijo y al Espíritu
y tiene el gozo de encontrar en todas partes, sobre todo en los cre-
yentes en Cristo, hermanos con quienes comparte el misterio profun-
do de su relación con Dios» 6. La comunión, por su raíz trinitaria, se
abre a la historia: al ser recibida por el hombre, esa comunión rompe
desde lo más profundo su soledad haciéndolo hijo de Dios y herma-
no de los hombres. La libertad de la salvación se mide no sólo por la
esclavitud de la que libera sino por el ámbito de comunión al que
incorpora.
4. La comunión posee una base y una expresión sacramental: el
bautismo, inicio de la comunión, porque hace participar en el miste-
rio pascual y regala la nueva filiación en Cristo por el Espíritu; es la
apertura de un dinamismo que alcanza su ratificación y plenitud en
la eucaristía, en cuanto inserción en el Cuerpo del Señor (cf. la ya
señalada relación entre 1 Cor 10,16 y 17). La dimensión vertical de
la comunión hace así posible la apertura horizontal: su eclesialidad.
5. La koinonía posee siempre una versión y una apertura ecle-
siológica. Es fruto de la dialéctica que ya expresaba san Pablo: la
participación en lo mismo crea comunidad entre los participantes;
las relaciones interpersonales así establecidas serán tanto más pro-
fundas cuanto más elevada sea la realidad en que se participa. Por
ello, si bien no debe establecerse una exacta sinonimia entre comu-
nión e Iglesia7, la koinonía debe ser considerada como la base de la
eclesiología neotestamentaria 8 y la Iglesia como la prolongación en
el tiempo de la comunión de y con la Trinidad santa. La cristología
y la neumatología, en cuanto son soteriología, se transforman en
6
4
La Iglesia comunión y
Comunione e comunitá. Piano pastorale per gli anni 80 (1-10-1981) n.14.
S. DIANICH, Eclesiología (Cinisello Balsamo 1993) 190.
8
S. BROWN, Koinonía as the Basis of New Testament Ecclesiology: One in
Christ 12 (1976) 157-167.
7
78
P.l.
Creo en la Iglesia
eclesiología (lo cual resulta patente incluso en teologías tan acusadas
de individualismo o espiritualismo como la joanea).
Esta apertura eclesiológica de la koinonía debe ser entendida de
modo concreto, referida a relaciones interpersonales vividas en un gru-
po humano determinado, donde se desarrolla el proceso de co-
municación y celebración de la fe. La koinonía de que habla 1 Jn
1,3.6-7 no se encuentra lejos del contexto desvelado en Hch 2,42: los
koinonoi (cf. el sentido profano en Le 5,10), al ser propietarios o bene-
ficiarios de los mismos bienes, participan de un interés común, viven
una solidaridad que repercute tanto en la preocupación por los otros
como en el cumplimiento de la tarea o misión que deben cumplir.
6. La reciprocidad eucaristía-Iglesia articula y conjuga la cone-
xión de las dimensiones vertical y horizontal. En la antigüedad cris-
tiana koinonía designaba de modo inseparable la manducación del
cuerpo del Señor (que se regala por su iniciativa) y la vinculación
eclesial (la pertenencia a un grupo humano solidario). La Iglesia co-
mo misterio de comunión se hace presente y se realiza en la asam-
blea litúrgica. En ella la unidad del Pueblo de Dios, fundada en la
consagración bautismal, operada por el Espíritu que hace a este Pue-
blo santo y enviado, se manifiesta como participación de todos y
cada uno en la medida del don recibido 9.
La koinonía eucarística implica una objetividad, una estructura
institucional. Si el vínculo profundo e invisible es el Espíritu del
Señor, los apóstoles son el testimonio y la garantía visible de la fide-
lidad a los orígenes. La Escritura y la Tradición por su parte conser-
van el sentido y el valor de la historia que Dios lleva adelante en el
mundo en y a través de la comunidad eucarística. Estos aspectos no
deben por ello ser olvidados en toda definición de comunión: «La
Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, es una comunión, a la vez interior,
de vida espiritual (de fe, de esperanza, de caridad), significada y
engendrada por una comunión exterior de profesión de fe, de disci-
plina y de vida sacramental».
7. La koinonía exige gestos, actitudes y acciones concretas en su
ejercicio. En el seno de los miembros de la propia asamblea la crea-
ción de «un mismo sentir» (cf. Rom 12,16; 15,5; 1 Cor 1,10; 2 Cor
13,11) que respete las diferencias y las peculiaridades de cada uno. A
la vez la apertura a todas las eucaristías presididas por otros obispos,
ya que cada una de ellas es concreción del único Cuerpo del Señor ,0.
9
Hay que recordar la importancia de la eucaristía dentro de la celebración litúr-
gica, pues en ella «la Iglesia entra en comunión con la liturgia del altar celeste»: AH
IV, 18,6 (Sources chrétiennes 100,614).
10
No se puede olvidar que la comunión implica las diferencias, la no identidad,
pues la uniformización u homogeneización no es sinónimo de comunión; e igual-
C.5. La Iglesia comunión y sacramento
79
Desde esta perspectiva hay determinadas acciones que pueden
incluso ser denominadas koinonía por estar cargadas de eclesialidad.
Así lo ve Pablo en la colecta que realiza en favor de la comunidad
de Jerusalén (2 Cor 8,4; 9,13): esa colecta hace real la comunión
entre iglesias, conserva la unión entre los cristianos gentiles y los
cristianos judíos, se reconoce la eclesialidad de la apertura a los pa-
ganos... Rom 15,26 designa del mismo modo la colecta al narrar el
hecho a los fieles romanos. El mismo rango adquiere la acogida por
parte de Filemón del huido Onésimo (v.6): difícilmente se podría
hablar de participación común (de ser koinonoi) si no repercutiera en
las relaciones personales. El amor a los hermanos (1 Jn 2,7-11; 3,11-
15), la fe auténtica (2 Jn 8-11), la comunicación de bienes (Hch
2,42), la oración recíproca, los contactos epistolares... no son simple-
mente expresiones de comunión sino la koinonía en ejercicio.
8. La comunión posee una tensión escatológica intrínseca por-
que apunta al momento en que Dios lo sea todo en todos (1 Cor
15,28). Todo ejercicio de comunión, a nivel de personas o de pue-
blos, es acercamiento a esa meta, una efectiva anticipación. La co-
munión adquiere relieve sobre el vasto horizonte de la esperanza,
alimentada por una promesa que afecta al destino del hombre y de su
mundo; la dimensión soteriológica de la comunión no debe excluir
al conjunto de la realidad y del cosmos, que es el hogar de los hom-
bres y el escenario de su historia.
La comunión no sustrae de los dramas individuales y colectivos.
La promesa y la esperanza ha de abrirse camino en medio de los
obstáculos, dificultades y resistencias que surgen de la libertad finita
o de la contingencia de lo creatural. Viviendo de y para la comunión
el cristiano participa también en los sufrimientos de Cristo aunque
experimente sus consuelos (Flp 3,10; 2 Cor 1,5-7). Apelar a la koi-
nonía no puede servir de excusa para refugiarse en mundos ilusorios
como huida del mundo real, sino que es compromiso histórico en
medio de las escisiones que la experiencia impone. La koinonía no
puede carecer de un componente dramático, al brotar del aconteci-
miento trinitario que encuentra la libertad de los hombres. Por eso es
don y tarea hasta el momento de la plenitud.
La comunión se dirige y ofrece al drama del hombre individual:
aislado, desequilibrado interiormente, amenazado por la angustia, re-
cibe la garantía del perdón, la invitación a un amor que le dignifica
y el espacio humano de la comunidad eclesial. Igualmente se dirige
mente hay que tener en cuenta que las diferencias sólo son eclesiales en el interior de
la solidaridad con el todo que es la Iglesia Universal: cada uno lleva a los demás en
su corazón y existe a su vez en el corazón de todos cuando se encuentran en el seno
de la Iglesia.
80
P.I.
al drama de la humanidad dividida: entre las tragedias de las guerras
y enfrentamientos, el Espíritu va abriendo ámbitos de encuentro co-
mo sucedió en Pentecostés, como hizo Pablo al superar la barrera
entre judíos y gentiles...
9. Por esta tensión escatológica desde los dramas humanos, la
koinonía es constitutivamente dinámica. Por definición no se clausu-
ra en la satisfacción de lo ya adquirido ni en el goce de los dones
recibidos. La comunión es siempre abierta, es comunicación e inte-
gración. No puede ser de otro modo en la medida en que arranca del
misterio del Dios trinitario que engloba a todo y a todos.
La comunión por tanto abre a la misión universal. Pero a través
de medios concretos que, desde la experiencia personal, apuntan al
objetivo de la comunión. En su ejercicio concreto la comunión gene-
ra el anuncio y el testimonio. El anuncio proclama un evento: la
gloria de la salvación que Dios comunica a raíz del acontecimiento
pascual. Como gesto de alegría, invita a la comunión, a compartir y
a celebrar en común. El testimonio muestra la capacidad transforma-
dora de la novedad cristiana, y por ello con la fuerza propia de la
seducción y de la fascinación. El testimonio y el anuncio son exigen-
cias de la misma dinámica de la comunión (cf. 1 Jn 1,1 ss), y en
cuanto actos interpersonales expresan y realizan la comunión n .
3. La Iglesia sacramento de la comunión
La Iglesia vive de, en y para la comunión que la santa Trinidad
establece en el seno de la historia. Por ello no puede ser extraña a la
visibilización. Más bien la exige. La Iglesia es, desde este punto de
vista, la presencia pública, en la publicidad de la historia humana, de
la acogida humana del don de Dios. Por ello la Iglesia puede ser
considerada sacramento de la comunión del Dios trinitario: porque
se hace presente como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo
del Espíritu.
La denominación de la Iglesia como sacramento se ha ido
abriendo camino en la teología no sin ciertas dificultades 12 ya desde
el siglo pasado. A pesar de sus raíces tradicionales, la precisión téc-
nica clásica del término sacramento se convirtió en obstáculo para
percibir ese sabor tradicional. Dado que los concilios de Florencia
(DS 1310) y Trento (DS 1601) fijaron la existencia de siete (y sólo
11
S DIANICH, La Chiesa mistero di comumone (Maneto, Turín 1975) 12-19 y
56-58
12
C.5.
Creo en la Iglesia
M BERNARDS, Zur Lehre der Kirche ais Sakrament Beobachtungen aus der
Theologie des 19 und 20 Jahrhunderts. MThZ 20 (1969) 29-54.
La Iglesia comunión y
sacramento
81
siete) sacramentos, sería introducir un elemento de confusión consi-
derar a la Iglesia como sacramento.
La teología reciente, bebiendo de las fuentes patrísticas, fue am-
pliando la comprensión de lo sacramental convirtiéndolo en clave de
lectura de la historia de la salvación y de la realidad. Desde esos
presupuestos podía ser aplicada a la eclesiología. Ya en 1952 escri-
bía De Lubac estas palabras, sintéticas y programáticas: si Cristo
puede ser llamado «sacramento de Dios», del mismo modo la Iglesia
es para nosotros sacramento de Cristo, ya que lo representa en toda
la fuerza originaria de la palabra, nos regala su actualidad verdadera
y lo prolonga a él mismo 13. Esta sugerencia sería desarrollada de
modo más sistemático por O. Semmelroth 14 y K. Rahner 15.
Estas aportaciones fueron recibidas y sancionadas por el Vatica-
no II (SC 26; LG 1,48,59; GS 45; AG 1,5), que presenta a la Iglesia
como sacramento universal de salvación, sacramento de la unidad
del género humano, sacramento de la unión íntima con Dios (LG 59
lo usa para designar el misterio o plan de salvación de Dios). La
expresión se convirtió en una de las claves de la eclesiología conci-
liar, casi en su impostación general: la apertura de la Constitución
dogmática sobre la Iglesia presenta como «luz de los pueblos» a
Cristo que resplandece en el rostro de la Iglesia.
En el período postconciliar esta perspectiva adquirió cierto relie-
ve porque permitía integrar o armonizar aspectos o elementos diver-
sos de la Iglesia (por ejemplo la relación entre su dimensión visible
e invisible, la necesidad de la encarnación con la apertura a la trans-
cendencia) y porque abría nuevas posibilidades a la sacramentología.
Posteriormente experimentó cierto agotamiento, que intenta ser su-
perado por algunas aportaciones recientes 16.
4.
La sacramentalidad de la Iglesia
La comprensión de la Iglesia como sacramento puede servirnos
como perspectiva sintética de la identidad y misión de la Iglesia que
se nos ha ido mostrando desde ángulos distintos.
13
En su Méditation sur l 'Eghse abre la exposición presentando desde esta pers-
pectiva los dos primeros capítulos La Iglesia es un misterio y Las dimensiones del
misterio
14
O. SEMMELROTH, Die Kirche ais Ursakrament (Frankflirt 1953, la ed española
es de 1963).
ls
K. RAHNER, La Iglesia y los sacramentos (Herder, Barcelona 1964)
16
H DOERINQ, Grundriss der Ekklesiologw Zentrale Aspekte des kathohschen
Selbstverstandmsses und ihre okumenische Relevanz (Darmstadt 1986)
82
P.I.
Creo en la Iglesia
1. Tres han sido los presupuestos que han legitimado la validez
de la designación de la Iglesia como sacramento y que han provoca-
do un notable enriquecimiento y profundización de la eclesiología.
La antigüedad cristiana, como ya vimos, entendía mysterion y
sacramentum como la economía salvífica en conjunto y la coheren-
cia de sus diversas partes y elementos n . El mysterion/sacramentum
necesita de los acontecimientos singulares para existir como tal. A
su vez cada evento vive del conjunto y lo hace avanzar, ofrece una
realidad humanamente experimentable a través de la cual, como bajo
un velo, se brinda al hombre el misterio salvífíco de Dios IS.
Dentro de esta estructura la Iglesia se presenta como un aconte-
cimiento estructurante del mysterion: ni lo absorbe ni lo monopoliza,
pero contribuye esencialmente a su prosecución porque en ella y por
ella Dios sigue manifestando su voluntad amorosa y su proyecto sal-
vífíco; en la Iglesia se expresa y actualiza el mysterion global de
Dios y por ello queda constituida como sacramento.
La estructura sacramental de la realidad, especialmente de la hu-
mana, nos ofrece un segundo presupuesto: todo dato sensible abre al
espectador otras dimensiones o perspectivas más allá de lo empírica-
mente constatable o verificable; todo elemento de la realidad escon-
de un componente simbólico que remite a otra realidad, a niveles
diversos de realidad o al conjunto global de la realidad; en el ámbito
humano ello resulta más manifiesto por su estructura corpóreo-espi-
ritual: sus gestos y acciones insinúan siempre un misterio que aflora
en objetivaciones que nunca lo desvelan plenamente. Este dinamis-
mo epistemológico y ontológico sólo es accesible a la mirada que
acoge sin violencias lo que se le ofrece, pero el ofrecimiento mismo
nunca se niega al hombre.
La Iglesia, en cuanto realidad mundana y creatural, se hace pre-
sente en la publicidad de la historia para que resulte más fácilmen-
te accesible un nivel distinto de realidad, el de la acción del Dios
trinitario que a ella la ha hecho nacer; en cuanto sacramento, la
visibilidad de la Iglesia debe hacer tangible y cercano el misterio
de Dios.
A estos dos presupuestos hay que añadir la tendencia encarnato-
ria de la gracia. Ésta, en cuanto dirigida a seres corpóreos, no puede
quedar reducida a lo abstracto o invisible, sino que debe tomar cuer-
po y figura en el espacio cósmico e interpersonal. En caso contrario
difícilmente sería gracia para el hombre histórico.
17
P. SMULDERS, «La Iglesia como sacramento de salvación», en G. BARAÚNA
(ed.), La Iglesia del Vaticano II, vol.I (Barcelona 19662) 388.
18
O. SEMMELROTH, La Iglesia como sacramento de salvación, en MysSal IV/1
333-334.
C.5.
La Iglesia comunión y
sacramento
83
La Iglesia es precisamente la encarnación de la gracia, la mani-
festación social de la gracia victoriosa de Dios en cuanto acogida por
la libertad agraciada de los hombres 19; o, en otras palabras, la mani-
festación de la lógica del recibir y del encontrar: la Iglesia acoge
algo que se le ha regalado (ella no puede producirlo) y lo recibe tan
sólo para seguir ofreciéndolo y regalándolo20.
2. Sobre estos presupuestos la sacramentalidad de la Iglesia re-
cibe sentido de la sacramentalidad de Cristo. Cristo es el sacramento
por antonomasia: «El misterio (o sacramento) de Dios no es nada
más que Jesucristo»2I. Él revela y hace presente de un modo singu-
lar e irrepetible al Dios invisible, porque en él no se da distancia
alguna entre el signo y lo significado: en él lo humano y lo divino
están unidos de modo personal. Jesús es el sacramento radical22.
De la sacramentalidad de Cristo vive la Iglesia como sacramento.
La Iglesia «es en Cristo como un sacramento» (LG 1). Realiza su
sacramentalidad en cuanto hace presente a Cristo y en virtud de la
gracia del mismo Cristo. En este sentido es la Iglesia sacramento de
Cristo: «La Iglesia es en el mundo el sacramento de Jesucristo, como
Jesucristo mismo es para nosotros, en su humanidad, el sacramento
de Dios» 23, en virtud de la relación mística o espiritual que mantie-
ne con él 24 .
Sólo centrándose en Cristo puede realizar la Iglesia de modo
adecuado su sacramentalidad. Es lo que expresaba la bella imagen
patrística del «mysterium lunae»: así como la luna refleja la luz del
sol (no la suya propia), la Iglesia debe proyectar sobre los hombres
el fulgor de Cristo, el sol que la ilumina. En ella se repiten las fases
de la luna: la Iglesia muere, absorbida por el esplendor del Cristo
glorioso, perdiéndose en el vacío de su propia oscuridad al entregar-
se enteramente a él; en virtud de la luz que recibe del Cristo al que
se ha entregado produce vida, engendra maternalmente a sus hijos;
finalmente puede irradiar el esplendor del plenilunio en la medida en
que va acogiendo los rayos que se le comunican 25.
3. Su sacramentalidad permite perfilar las relaciones de la Igle-
sia con la gracia, el modo de causalidad de su mediación. No basta
19
Basta ver como síntesis de su planteamiento eclesiológico: K. RAHNER,
Grundkurs des Glaubens (Herder, Friburgo-Basilea-Viena 19769) 313ss.
20
J. RATZINGER, Iglesia, Ecumenismo y Política (Madrid 1987) 13.
21
S. AGUSTÍN, Ep 187,11 (PL 33,845).
22
La teología alemana ha consensuado la designación Ursakrament para Jesu-
cristo y Grundsakrament para la Iglesia; en español existe una equivalencia plausi-
ble: sacramento radical y sacramento fundamental respectivamente.
23
Cf. nota 14, ed. de 1953, 157ss.
24
Ib. 164ss; conviene recordar su precisión: nos referimos a toda la Iglesia, la
de hoy como la de ayer y la de mañana: ib. 171.
25
H. RAHNER, L 'ecclesiologia dei Padri (Paoline, Roma 1971) 169ss.
P.I.
84
Creo en la Iglesia
decir que la Iglesia es signo de la gracia si se entiende en el sentido
de que remite a algo distinto de ella misma. Tampoco parece sufi-
ciente pensar que produce la gracia como si desde fuera causara algo
diverso de ella pero sometido a su dominio o monopolio (sería la
concepción «cosista» de la gracia).
La noción profunda del símbolo nos ofrece una mejor comprensión:
hace presente lo que en ella se significa, porque ella misma es producto
de lo significado. Si bien se puede distinguir entre Iglesia y salvación,
no se puede establecer distancia o separación: la salvación es el mar en
que la Iglesia, como barca, navega, es la institución que brota cuando la
gracia se hace mundo e historia, realidad y experiencia humana. Así,
como hemos visto, lo exige la estructura del mysterion. Por eso ella
posee lafidelidady la garantía de esa gracia, su carácter duradero, por-
que en ella Dios hace veraz y eficaz la oferta hecha al mundo.
4. La adecuada comprensión de la sacramentalidad permite en-
contrar conceptualizaciones válidas a algunas de las cuestiones más
debatidas de la eclesiología actual.
a) Si la Iglesia es «sacramentum salutis» desde los orígenes de
la humanidad 26, se puede entender el papel mediador de la Iglesia
en la salvación de los no cristianos, su «ministerio de salvación»: si
la gracia siempre se expresa en la historia, esta expresión visible
apunta a y vive de su referencia a la presencia oficial y visible que
es la Iglesia (que actúa en este caso como causa final).
b) La realidad a la vez divina y humana de la Iglesia, su carácter
de cuerpo místico y de sociedad humana se relacionan como la res y
el sacramentum, en una unidad que no anula la distinción. LG 8 indica
que no son dos realidades distintas sino una realidad compleja que
debe ser comprendida y conciliada desde la analogía del misterio del
Verbo encarnado. Mohler había hablado en la misma línea del «ele-
mento humano» como «órgano manifestativo» del divino 27.
c) Esta integración de lo divino y de lo humano, que evita con-
traposiciones manteniendo la diferencia, es peculiar de la concep-
ción católica de la Iglesia frente a la protestante: si bien reconoce
que la Iglesia no monopoliza la salvación sino que vive de ella, pro-
clama que el que ha encontrado a la Iglesia ha encontrado a Cristo,
ya que éste se hace presente en la Iglesia de un modo objetivo y
permanente. La eclesiología católica, como afirma un reciente docu-
mento luterano-católico 28, gira en torno al concepto sacramental de
la Iglesia, que justifica y legitima su servicio de mediación.
C.5.
27
28
S. AGUSTÍN, Ser 23,4 (PL 54,202).
Cf. el § 36 de la Symbolik.
Iglesia y justificación. la concepción de la Iglesia a la luz de la justificación,
publicada en 1994 por la Comisión Mixta Católico-romana/Evangélico-luterana,
n.108, en DialEc 31 (1996) 234.
85
Los luteranos por el contrario conciben a la Iglesia como creatu-
ra et ministra Verbi: su función es servir al anuncio del evangelio,
pero desde una relación extrínseca respecto al acontecimiento salví-
fico, ya que no posee garantía de permanencia, comienza a existir
siempre de nuevo. En la medida en que esta eclesiología vive de la
doctrina de la justificación por la sola fe, resulta difícil armonizarla
con la doctrina católica de la sacramentalidad de la Iglesia 29.
Sin embargo se puede sostener igualmente que entre ambas ecle-
siologías se produce una gran convergencia especialmente en la doc-
trina de la sacramentalidad de la Iglesia: en cuanto ambas aplican la
categoría signo a la Iglesia30. Desde esa óptica se salvaguarda la
dependencia radical respecto de Cristo, se reafirma que ni su funda-
mento ni su finalidad radican en ella misma, que no existe desde sí
misma ni por sí misma, que sólo en Cristo y en el Espíritu se puede
producir su mediación salvífica. Y a partir de ahí se puede ir preci-
sando el contenido de la Iglesia como criatura y ministra de la Pala-
bra, el alcance de su identidad en cuanto generada por la Palabra y
en cuanto prolongación histórica de la Palabra proferida para la sal-
vación del mundo 31.
d) La relación de la Iglesia con los sacramentos puede superar
una visión excesivamente eclesiocéntrica: a la luz del mysterion que
la Iglesia actualiza, los sacramentos pueden ser presentados como la
celebración por la Iglesia y en la Iglesia de los eventos fundadores y
estructurantes de la historia de la salvación. Y a su vez la Iglesia se
verá no como la que celebra o «hace» los sacramentos sino como la
que, en virtud de esa celebración, se sabe recibida en virtud de esa
misma actualización: la Iglesia efectivamente bautiza a los catecú-
menos haciéndolos partícipes del misterio pascual, pero en ese mis-
mo acto se descubre como intrínsecamente bautismal (es decir la
permanentemente convertida y regenerada en virtud del misterio
pascual)32.
5. La Iglesia sacramento en la historia y en el mundo
Algunos autores han sugerido considerar a la Iglesia como sacra-
mento del mundo (Schillebeeckx, Rahner) en el sentido de que en
ella se produce la concientización del mundo, la toma de conciencia
29
26
La Iglesia comunión y sacramento
Ib. n.l28p.244.
B. SESBOUÉ, Pour une théologie oecuménique (Cerf, París 1960) 168; precisa
no obstante que permanece el problema acerca del tipo de causalidad instrumental
que hace de la Iglesia una mediación.
31
Cf. nota 28, n.l22p.241.
32
Cf. E. BUENO, Bautismo y confirmación (Burgos s.f.) 287ss y 359ss.
30
86
PI
Creo en la Iglesia
de una gracia que también engloba y envuelve la realidad mundana
Esta teoría recoge una convicción teológica creciente la dignidad
del mundo que no debe ser considerado como magnitud ajena a la
acción de Dios o neutra respecto a la gracia, desde este presupuesto
la relación de la Iglesia con el mundo es intima y profunda
Esta postura es aceptable si se tienen en cuenta algunas precisio-
nes Respecto al mundo la Iglesia no puede aparecer sólo como su
apoteosis o su ratificación, sino que debe incluir la nitidez de la no-
vedad que aporta la Iglesia La vía de la afirmación debe ser comple-
tada con las vías de negación y de eminencia33 El carácter distinto
de la Iglesia respecto al mundo ha de permitir que ésta aporte lo que
el mundo no tiene, siendo por tanto una llamada a la conversión
Ello no implica romper la unidad originaria Iglesia-mundo ya que
arrancan ambos del Dios Creador Sólo desde la distancia puede ha-
ber espacio para la misión, para la significatividad Desde su propia
identidad la Iglesia es expresión del mundo redimido, de lo que el
mundo está llamado a ser, de la nueva creación 34
Por las mismas exigencias de la distancia resultan peligrosas las
tentaciones de someter a la Iglesia las instituciones sociales (la
«eclesificación» del ámbito social), que podría tender a la absorción
del mundo por la Iglesia Los fundamentalismos o integrismos es-
conden por ello riesgos contra la sacramentahdad de la Iglesia
Inserta en el decurso de la historia, la Iglesia, como sacramento,
es también palabra que desvela su sentido respecto al pasado, re-
cuerda el origen del designio divino de salvación y actualiza los
acontecimientos más importantes, dando así densidad a las diversas
épocas que va atravesando la Iglesia, respecto al presente «revela las
realidades divinas presentes en la historia humana» 35, atestigua su
valor permanente ante Dios y la meta a que tiende, respecto al futuro
la Iglesia anticipa la consumación e interpreta los caminos de la his-
toria de los hombres Precisamente porque la Iglesia no se agota en
significar el valor de lo mundano en su facticidad, la Iglesia abre una
alternativa y un horizonte nuevos
En relación al conjunto de la humanidad la Iglesia es sacramento
de la unidad del género humano (cf LG 1) y por ello de la reconci-
liación entre los pueblos ya en Pentecostés aparece como Iglesia
que habla todas las lenguas y en cada eucaristía realiza una unidad
33
Como veremos en su momento, las relaciones Iglesia-mundo son complejas,
debido al carácter polisemico del termino mundo, por ello hay que conjugar el mo-
mento de la afirmación, de la negación y de la eminencia, pues en el mundo hay
aspectos a afirmar, a negar y a consumar
34
35
H DOERTNO, o c , 105, 138ss
G VODOPIVEC, «Chiesa», en Dizionario del Concilio Ecuménico Vaticano II
(Roma 1969) 744
C5
La Iglesia comunión y sacramento
87
que supera las divisiones de los hombres, su inserción entre los dis-
tintos pueblos («plantatio Ecclesiae») es realización de su sacramen-
tahdad de cara a que la salvación oficial cristiana se haga carne y
sangre en todas las razas 36
Esta tarea que la Iglesia realiza en medio del mundo no puede
llevarla adelante más que con temor y temblor Porque apunta a una
realidad que es más grande y más pura que ella misma es por lo que
se siente siempre acusada, necesitada de conversión y de perdón
Porque no es suficientemente transparente, porque a veces ella mis-
ma puede convertirse en escándalo, la Iglesia debe asumir con hu-
mildad las ambigüedades y la opacidad de su figura concreta No
todo es gloria en la Iglesia, también lleva en sí miserias, intereses y
egoísmos demasiado humanos A través de este reconocimiento la
Iglesia descubre continuamente que no vive de sus fuerzas o de sus
medios sino de la gracia del Señor que la habita y del Espíritu que la
anima
La Iglesia ha de asumir en su propia carne el destino mismo de
la revelación de Dios En esta historia finita Dios se revela lo sufi-
ciente para que se le reconozca, pero queda a la vez oscuro en grado
tal como para que no lo vea el que cierra sus ojos Éste fue el destino
mismo de la revelación de Jesús La Iglesia será siempre una Iglesia
«de los pobres», de los que son capaces de ser discípulos de un Jesús
incomprendido por quienes anteponen la «sabiduría» de los hombres
a la «locura» de Dios La gloria de Dios y el gozo del kerygma
habitan en ella de un modo irreversible, especialmente en la predica-
ción de la Palabra y en la celebración de los sacramentos, pero nunca
fuerza la libertad de quienes son invitados a la comunión
36
E BUENO, «La misión, exigencia y manifestación de la sacramentahdad de la
Iglesia», en Estudios de Misionologia 5-6 (Burgos 1985) 231-276
SEGUNDA PARTE
CREO EN LA IGLESIA UNA
Creer que la Iglesia es una «es inseparable de la fe en Dios Pa-
dre, Hijo y Espíritu Santo» ', porque debe su unidad «al Padre que
es su origen, a su Fundador que es el Hijo y a su alma que es el
Espíritu» 2.
La unidad se expresa en la fe común, en el mismo culto que
celebra la fe y en los ministerios de la comunión. Pero la unidad no
equivale a uniformidad, sino que existe en realizaciones diversas. La
unidad de la Iglesia no puede entenderse más que simultáneamente
desde la historia y desde la escatología.
En su devenir y en su hacerse, la Iglesia una existe en pluralidad
de iglesias, en formas diferentes, en procesos diversos, en experien-
cias complementarias. La Iglesia una, superando absolutizaciones
excluyentes, encierra todas las diferencias (Mohler).
En cuanto tiene formas humanas concretas y variadas, la unidad
de la Iglesia está siempre por hacer3, es aspiración continua a la
plenitud, a la consumación, a la reconciliación. La catolicidad es su
aliento, la apostolicidad su criterio y la santidad su garantía.
1
CatIC 749.
CatIC 813.
3
Y. CONGAR, MysSal IV/1,422; cf. L. SARTORI, L'unitá della Chiesa (Brescia
1989) 9ss.
2
CAPÍTULO VI
LA IGLESIA COMUNIÓN DE IGLESIAS
BIBLIOGRAFÍA
AA.VV., Le Concite et les conciles. Contribution á l'histoire de la vie
conciliaire de l'Église (Chevetogne 1960); ÁLVAREZ, B., La Iglesia dioce-
sana. Reflexión sobre la eclesialidad de la diócesis (La Laguna 1996); BAR-
TOLETTI, E., Chiesa lócale e partecipazione dei laici (AVE, Roma 1980);
LEGRAND, H., La iglesia local, en Iniciación a la práctica de la teología III,
138-319; LEGRAND, H.-MANZANARES, J.-GARCÍA Y GARCÍA A. (eds.), Iglesias
locales y catolicidad (UP. Salamanca, Salamanca 1992); D E LUBAC, H., Las
Iglesias particulares en la Iglesia universal (Sigúeme, Salamanca 1974);
RODRÍGUEZ, P.-MOLANO, E.-CATTANEO, A.-VILLAR, J. R.-ZUMAQUERO, J. M.
(eds.), Iglesia Universal e Iglesia particular (Pamplona 1989); LESAROLO,
A. (ed.), La chiesa lócale (Dehoniane, Bolonia 1970); LILLARD, J. M. R.,
L 'église lócale (Cerf, París 1995); VILLAR, J. R., La doctrina sobre la igle-
sia particular en la teología de lengua francesa (1945-1964) (Universidad
de Navarra, Pamplona 1991).
La Iglesia, como acontecimiento trinitario que brota y existe en
el misterio de Dios, se realiza en una pluralidad de iglesias: esta
Iglesia una existe como pluralidad de iglesias, sin que ello signifique
quiebra o ruptura de la unidad, sino su enriquecimiento ya que son
iglesias en comunión. La realidad eclesial se desarrolla por tanto en
el interior de una peculiar dialéctica que debe ser profundizada por-
que forma parte de la identidad de la Iglesia y de su existencia con-
creta. Esta perspectiva, rasgo esencial de la actual figura eclesial, se
ha impuesto especialmente a raíz del redescubrimiento de las igle-
sias locales en su importancia y en su protagonismo.
1. El redescubrimiento de la iglesia local'
El término plural iglesias se ha introducido recientemente en el
lenguaje eclesial y teológico. Durante muchos siglos ha dominado
una concepción unitaria de la Iglesia y un planteamiento de la ecle-
siología a partir de la Iglesia universal y no desde las iglesias par-
ticulares. La obra reformadora y centralizadora de Gregorio VII, la
1
Cf. O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Génesis de una teología de la iglesia local
desde el concilio Vaticano I al concilio Vaticano II, en H. LEGRAND (ed.), o.c., 33-78;
J. R. VILLAR, Teología de la iglesia particular (Pamplona 1989).
94
P.II.
Creo en la Iglesia
una
reacción frente al conciliarismo y a las tendencias democratizadoras,
la polémica antiprotestante, la defensa frente a la tentación de crear
iglesias nacionales, la estima por el principio monárquico de gobier-
no... fueron consolidando esa impostación unitaria y universalista.
La unidad, dentro de la eclesiología societaria, podía identificar-
se con uniformidad, con una actitud reticente ante la multiplicidad y
las diferencias. Especialmente los ortodoxos, en cuanto defensores
de la tradición más antigua, reprochaban a los católicos haber con-
vertido la Iglesia en una inmensa diócesis y a los obispos en delega-
dos del Papa.
Diversos factores convergentes han propiciado la recuperación
de la iglesia local como magnitud eclesiológicamente relevante e im-
prescindible:
a) El movimiento litúrgico favoreció la experiencia de la Igle-
sia como comunidad concreta en cuanto sujeto de la celebración li-
túrgica, particularmente en la eucaristía.
b) La actividad misionera de la época moderna había hecho ver
la necesidad de que las misiones se convirtieran en iglesias verdade-
ramente autóctonas. Las encíclicas misioneras papales del siglo xx
reconocieron esta conveniencia y a lo largo de esta centuria se ha
visto la consolidación de iglesias jóvenes, en un proceso de auténtica
eclesiogénesis.
c) Los estudios neotestamentarios y el acceso a la antigüedad
cristiana impusieron como evidencia un doble hecho: que el término
ekklesía designaba también el grupo local, y que la Iglesia de los
primeros siglos se vivió como comunión de iglesias, lo que facilitó
la expansión y la pluriformidad del cristianismo 2.
d) Algunas voces aisladas, como A. Grea, aun dentro de la
mentalidad eclesiológica de la época, dedicaron gran importancia a
la iglesia particular, sosteniendo que la Iglesia está toda entera en su
totalidad y en cada una de sus partes 3.
e) La constatación de los amplios sectores descristianizados
hizo ver el sentido del surgimiento de la Iglesia en nuevos sectores
sociales, y de otro lado la necesidad del protagonismo misionero de
las diversas comunidades eclesiales.
f) Frente a algunas comprensiones radicales del Vaticano I se
realizó, sobre todo en ambientes de diálogo ecuménico, una profun-
2
Cf. por ejemplo P. BATTIFOL, Cathedra Petri. Etudes d'histoire ancienne de
VEglise (París 1938) 4-5; y ya antes L'Eglise naissante et le catholicisme (París
1909).
3
A. GREA, De l'Eglise et sa divine constitution (París 1885, ed. en español:
Barcelona 1968); cf. M. SERENTHÁ, Gli inizi della teología della Chiesa lócale: De
VEglise et sa divine constitution (1885) di dom A. Grea, un hapax dans la théologie
del'époque (Y. Congar) (Milán 1973).
C.6.
La Iglesia comunión
de
iglesias
95
dización de la doctrina del episcopado que presentaba al obispo
como principio de unidad en su iglesia, como vínculo de comunión
con otras iglesias y dotado de la plenitud del poder sacramental reci-
bido de Cristo 4.
g) El diálogo ecuménico permitió el conocimiento de otras rea-
lizaciones eclesiales concretas y de elementos de la tradición que se
habían desdibujado en el mundo católico. Mencionaremos dos auto-
res significativos por la centralidad que otorgan a la Iglesia en lo
concreto y por el eco que encontraron en la teología católica (espe-
cialmente el segundo de ellos).
En sintonía con la lógica reformada, la postura eclesiológica de
Barth ha sido denominada actualismo: como todo depende de la ini-
ciativa de Dios y de la sola fe, sin que el hombre pueda cooperar y
menos aún representar a Cristo, la comunidad existe sólo en la me-
dida en que recibe la vida de la acción de su Señor y de la obedien-
cia a su Palabra. Y esto acontece en la comunidad concretamente
reunida, en el momento en que se realiza como asamblea: la Iglesia
no es un río que parte de Cristo y que lleva las aguas refrescantes de
su redención a través de los siglos a toda la humanidad, sino que es
evento de gracia, de la salvación que tuvo lugar por primera vez en
Jesucristo y que ulteriormente se repite o actualiza de modo puntual,
instantáneo, atomístico 5.
Afanassief se opone radicalmente a lo que denomina «eclesiolo-
gía universalista» que se consolida con san Cipriano: por influjo de
la concepción romana del Imperio, considera la unidad de la Iglesia
como un todo dividido en partes. Frente a esta desviación hay que
recuperar la centralidad de la asamblea eucarística concreta. Es en
ella donde radica el principio de la unidad de la Iglesia: en ella se
manifiesta la Iglesia en su plenitud porque Cristo se hace presente en
la asamblea eucarística de la iglesia local en la plenitud de su
Cuerpo.
Desde estos presupuestos llega Afanassief a ulteriores conclusio-
nes. La desviación universalista se produjo al alterarse la relación
entre eucaristía e Iglesia. De ser sacramento de la Iglesia, la euca-
ristía pasó a ser sacramento en la Iglesia. Por ello se pudo transgredir
el postulado central de la eclesiología eucarística: se multiplicaron
las eucaristías. Ésta dejó de ser el principio de unidad y esa función
la asumió el obispo. El clericalismo y el juridicismo tenían ya campo
abierto para su desarrollo de modo paralelo a la visión universalista:
4
O. ROUSSEAU, La vraie valeur de l'épiscopat dans l'Eglise d'aprés d'impor-
tants documents de 1875: Ir 29 (1956) 121-150; L. BEAUDUIN, «L'unité de l'Eglise et
le Concile Vatican I», en A. CHAVASSE y otros, Église et Unité (Lille 1948) 11-56.
5
Cf. KD 1/2,771; IV/1,744-745.
96
PII
Creo en la Iglesia una
al perder la concepción realista de la asamblea, también la catolici-
dad experimenta un desplazamiento y se centra en autoridades supe-
riores a la iglesia local. Se olvida que la unidad y la plenitud no se
encuentra en la suma de las iglesias locales, sino en el seno de cada
iglesia: siendo cada iglesia local, en su asamblea eucarística presidi-
da por el obispo, una en su plenitud, es igualmente universal, ya que
cada iglesia contiene a todas las otras; esta recíproca recepción entre
iglesias, y el amor que deriva de ella, no rompe la unidad, porque
tampoco la pluralidad de asambleas eucarísticas destruye la unidad
de la eucaristía 6.
Esta perspectiva eclesiológica ha encontrado amplio eco y acogi-
da en el pensamiento católico 7 una vez corregidas las unilateralida-
des tanto históricas como teológicas 8. Esta eclesiología eucarística
da gran importancia a las iglesias particulares y a la comunión, e
intenta integrar institución y evento 9; igualmente reconoce las exi-
gencias de la pluralidad de las iglesias locales como un todo y por
tanto la validez y el sentido de una estructura eclesiológica supra-
local10.
Todos estos factores ejercieron fuerte influjo en el Vaticano II,
que da gran importancia a la iglesia particular n , introduciendo de
este modo una de las vías más notables de la renovación eclesiológi-
ca y uno de los rasgos más definitorios del rostro de la Iglesia. LG
23 y 26, ChD 11 son los textos teológicamente más relevantes. Pero
es digno de notar que ya SC 42 resaltó la importancia de la celebra-
ción eucarística de la comunidad concreta, y que AG la mencionará
repetidamente dentro del dinamismo de la acción misionera (y del
proceso de eclesiogénesis que lleva consigo).
6
L'Éghse du Saint Esprit (París 1975) 29, cf P MCPARTLAN, The Euchanst
Makes the Church H de Lubac and J Zizioulas in Dialogue (Edimburgo 1993); cf.
J PLANK, Zur Entstehung und Entfaltung der euchanstischen Ekkleswlogw Nicolaj
Afanasiews (1893-1966) (Wurzburg 1980). Sobre su influjo y recepción cf. J. FONT-
BONA i MISSB, Comunión y sinodahdad. La eclesiología eucarística después de N
Afanasiev en J Zizioulas y J M R Tillará (Roma 1994)
7
Exponentes católicos son L BOUYER, H DE LUBAC, B FORTE, J M. R TILLARD;
cf de este último Carne de la Iglesia, carne de Cristo En las fuentes de la eclesio-
logía de comunión (Sigúeme, Salamanca 1994) 43 ss para ver la amplitud de las
fuentes tradicionales (san Agustín, san Juan Cnsóstomo, Cirilo de Alejandría) Las
posibilidades del encuentro ecuménico son grandes cf P MCPARTLAN, O c
8
Sería falso pensar que el desarrollo conciliar se debe al influjo romano B BOTTE,
Histoire et hturgie A propos duprobleme de l'Eghse Ist 4 (1957) 389-400
9
Desde el ángulo ortodoxo observa J Zizioulas que «la unidad canónica servirá
para no contraponer artificialmente la eclesiología eucarística y la organización his-
tórica de la unidad» (L 'étre ecclésial [Ginebra 1981] 17s)
10
La unidad/comunión de la Iglesia no se puede pensar, como veremos, sin el
servicio ministerial que la expresa y realiza a nivel universal.
11
Cf ya en el aula conciliar las intervenciones de FRINGS y MÁXIMOS IV: AS
11/2,242 y 493
C 6.
La Iglesia comunión
de iglesias
97
La postura del Vaticano II no es sin embargo un punto de llega-
da, sino un importante lugar de consolidación del redescubrimiento
de la iglesia particular. Ésta no determina el planteamiento de la re-
flexión conciliar. Fue asumida al ritmo del desarrollo del Concilio.
Por eso en AG adquiere una relevancia mayor. En LG el tema apa-
rece con motivo de hablar de los obispos (capítulo III; cf. ChD),
pero éstos no son considerados directamente desde la perspectiva de
la iglesia que presiden. Por lo mismo la colegialidad episcopal no
está suficientemente integrada en la comunión entre las iglesias.
En otro sentido, el Vaticano II ha dejado una imprecisión y am-
bigüedad terminológica y conceptual. Se habla de iglesia particular
o de iglesia local de modo indistinto. A veces iglesia particular es
identificada con diócesis (LG 23,27,45; ChD 3,11; AG 6,19,20) o es
usada para designar a los patriarcados; igualmente iglesia local de-
signa a la diócesis o al patriarcado (UR 14, LG 23,26,27) e incluso
a la comunidad presidida por un presbítero (PO 6). El Código de
Derecho Canónico optará por aplicar iglesia particular a la diócesis.
Es sin embargo una de las cuestiones en las cuales no se ha logrado
ni consenso ni unanimidad 12.
2.
Teología de la iglesia particular
Antes de enumerar los elementos constitutivos de la iglesia par-
ticular, la teología debe tener en cuenta un doble presupuesto.
Ante todo los datos neotestamentarios imponen la evidencia de
que la experiencia de la Iglesia en un lugar es directa, inmediata,
primaria. Así aparece con nitidez en el más antiguo escrito del Nue-
vo Testamento (1 Tes 1,1; 2,14). Ekklesía seguirá designando a los
destinatarios de las cartas (Rom 16,1). Fundamentalmente se refiere
a la asamblea reunida para la eucaristía, tanto en ámbito doméstico
(Hch 14,4; 15,22; 1 Cor 11,18.19; Rom 16,15.19; Flm 2) como en el
de la ciudad (Hch 11,22; 12,1; 20,17.28; Rom 16,4; 1 Cor 7,17). En
este sentido se puede decir que la iglesia local se nos presenta antes
que la Iglesia Universal13. No obstante, se deja entrever que la rea-
lidad eclesial no es una magnitud que se agote en cada iglesia, sino
una magnitud mayor que se expresa en ella (cf. 1 Cor 6,4; 10,32;
11,22; 2 Cor 1,1). Por ello el término se aplicará al conjunto global
de los cristianos más allá de las diferencias de lugar (Gal 1,13; Ef
1,22; 3,10.21; 5,23-27; Col 1,18).
12
No nos detenemos en este debate ni tomamos postura en él, por ello utilizare-
mos los dos términos de modo indistinto.
13
A VANHOYE, La Chiesa lócale nel Nuovo Testamento, en A AMATO (ed.), La
Chiesa lócale Prospettive teologiche epastorah (Roma 1976) 15.
98
P.II.
Creo en la Iglesia
una
C.6.
El Nuevo Testamento mismo, como conjunto literario, es reflejo
de comunidades distintas que objetivan su experiencia en documen-
tos distintos; más decisivo que fijar el nombre del autor resulta la
determinación del «nosotros» eclesial que se expresa en el texto. La
seudoepigrafia, como veremos más adelante, nos remite a una comu-
nidad eclesial que, en sus peculiaridades, vive de la misma tradición.
La existencia del Nuevo Testamento expresa además el mutuo reco-
nocimiento y la recíproca recepción de las diversas iglesias a través
de la acogida de los textos canónicos 14. Ello se produce sobre la
base del común reconocimiento de la autoridad del kerygma apostó-
lico, como Palabra de Dios y no de los hombres.
Como segundo presupuesto hay que tener en cuenta que la salva-
ción de Dios se hace experiencia en lo concreto de la existencia hu-
mana y en todas las dimensiones de su ser. El hombre es alcanzado
por la gracia como ser social, inserto en una cultura y radicado en un
lugar. Esta base humana no puede ser excluida de la dinámica de la
gracia. El lugar es un trascendental de la vida humana y también de
la Iglesia, entendido no en sentido estrechamente geográfico, sino
como espacio humano, como ámbito en el que la salvación es cele-
brada de modo interpersonal y comunitario. La Iglesia, hemos dicho,
es ex hominibus. La pluralidad de lugares humanos dará origen a
iglesias plurales (es lo que por otro lado exige la dinámica de la
evangelización).
Los elementos constitutivos de la iglesia particular, que deben
ser incluidos en su definición, son los siguientes:
1. Un grupo humano que da carne a la realidad eclesial en
cuanto, de un lado, incorpora la «particularidad socio-cultural» (cf.
AG 22) del contexto, y de otro lado protagoniza el proceso intersub-
jetivo mediante el cual la fe es comunicada, recibida y compartida 15.
2. El Espíritu Santo en cuanto sujeto de la iniciativa de Dios
que se va abriendo un espacio humano para edificar su templo en
medio de los hombres: es el que actualiza el memorial del Señor y
la fuerza del kerygma, el que reparte los carismas, el que sella el
ministerio del obispo y el que configura la unidad del «nosotros»
eclesial.
3. El kerygma, proclamación del evangelio o de la Palabra, que
convoca, que invita a la conversión y que por ello congrega a los
hombres en torno a un acontecimiento que es relatado y celebrado;
el kerygma siempre renovado recuerda el aspecto «previo» del que
14
Como se sabe, es uno de los campos privilegiados de la actual investigación
exegética, importante para la comprensión de los textos.
15
En el aspecto de la comunicación de la fe insiste S. DIANICH, Ecclesiologia,
ed.cit.
La Iglesia comunión
de
iglesias
99
vive la Iglesia, no sólo en su origen, sino a lo largo de toda su exis-
tencia 16.
4. La eucaristía, realización máxima de la ekklesía, porque en
ella se actualiza el misterio pascual, como evento escatológico que
anticipa la reconciliación y la superación de las divisiones humanas;
en la celebración eucarística se conjuga la acción divina y la inter-
vención humana 17; esta intervención humana se realiza de modo co-
munitario, porque la eucaristía nunca es un acto individual, sino
communicatio, comer juntos l8, y por ello en él todos se insertan 19,
actúan y participan.
5. El obispo, presidiendo la eucaristía, expresa plenamente su
identidad; rescatado de una consideración puramente administrativa
o de gobierno, aparece como aquel que garantiza la apostolicidad de
la fe celebrada, la apertura a otras iglesias y la unidad en el seno de
la propia comunidad. Por eso «en la iglesia local se concederá evi-
dentemente el primer puesto... a la misa presidida por el obispo ro-
deado de su presbiterio y sus ministros, y en la cual el pueblo santo
de Dios participa de modo pleno y activo. Ya que es en ésta donde
se realiza la principal manifestación de la Iglesia» 20. Todas las eu-
caristías celebradas en la diócesis son parte de la misma concelebra-
ción, despliegue de la eucaristía presidida por el obispo.
Como intento de definición resultan claras las palabras de ChD 11:
«La diócesis es una porción del Pueblo de Dios que se confía a un
obispo para que la apaciente con la cooperación de los presbíteros de
forma que, unida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por
el evangelio y la eucaristía, constituyen una iglesia particular y en ella
está verdaderamente y actúa la Iglesia de Cristo».
La Iglesia particular es, en consecuencia, la realización local del
misterio de la Iglesia. Al hablar de realización excluimos que se
entienda como resultado de la división de una magnitud mayor en
entidades más fácilmente manejables. Es una célula viviente del
Pueblo de Dios que refleja y actúa la vida y la misión de la Iglesia
en un lugar determinado y en un contexto particular. En cada iglesia
I
l6
Palabra (también en cuanto relato) y eucaristía van unidas, cf. JUSTINO, Apol I,
61, que vincula las «memorias» de los apóstoles y el «memorial» del Señor. Este
memorial debe incluir no sólo la muerte, sino también la resurrección (Hom. 82,2 In
Matt de Juan Crisóstomo, PG 58,739) y la ascensión (Constituciones Apostólicas
VIII, 12).
17
En la eucaristía la acción humana se centra en los ritos que celebra y en la
recogida de elementos materiales y de la propia existencia; la acción divina destaca
su dimensión escatológica y la comunicación de la incorruptibilidad.
18
19
20
TERTULIANO, De pud 15 (PL 2,1009).
IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Ad Eph 4,1-2; 5,2-3; Ad Smirn 8,1-2; Ad Mam 7 1-2
SC 41.
' '
100
P.II
Creo en la Iglesia
C 6.
una
está verdaderamente la Iglesia de Cristo. Por ello el Vaticano II ha-
bla de «porción» y no de «parte» 21 .
La relación de la Iglesia con el lugar en su particularidad la sitúa
en una particular dialéctica que desglosamos en tres conceptos: la
distancia, la diferencia22 y el reconocimiento.
La iglesia particular conserva siempre su distancia respecto al
lugar porque no se identifica con él. No todos los ciudadanos del
lugar son Iglesia, y por eso se crea el espacio para la misión, la
interpelación y el anuncio, incluso la libertad para ir a otro lugar
sirviendo a la obra de la evangehzación. El lenguaje de la Iglesia
antigua era muy expresivo al respecto: no hablaba de la Iglesia de
Jerusalén, sino de «la Iglesia de Dios (que peregrina) en Jerusalén»
(aplicando a la ekklesía el término paroikía/paroikousa, que desig-
naba, como sabemos, a los habitantes sin derechos de ciudadanía y
que por ello se consideraban peregrinos en el lugar).
La radicación en el lugar y en sus peculiaridades configura la
diferencia propia de cada iglesia. Se puede hablar de biografía de
cada iglesia en virtud de los diversos factores que a través de la
historia la van modelando y moldeando. La Iglesia en la variedad de
las iglesias no es uniformidad u homogeneización, sino riqueza de
diversidades en comunión, «pericoresis de los distintos» 23. De este
modo cada iglesia contribuye a la constitución del pléroma mediante
la asunción de todos los valores del mundo y del cosmos.
Pero ninguna iglesia local es autosuficiente o autónoma. ChD 11
afirma que en cada iglesia actúa verdaderamente la Iglesia de Cristo,
pero evitó conscientemente decir que actuaba «plenamente». Cada
iglesia local se debe abrir al reconocimiento o recepción de las otras
iglesias: porque se da la presencia verdadera de toda la Iglesia en
cada iglesia, la Iglesia de Dios «que está en este lugar» (cf. 1 Cor 12)
se reconoce idéntica a la Iglesia de Dios «que está en ese otro lugar».
Ahí radica la dinámica de la comunión entre las iglesias. Ninguna
puede existir al margen de las otras. Todo lo que afecta o tiene que
ver con una iglesia concreta afecta a toda la Iglesia, a la communio
ecclesiarum.
21
Los ortodoxos se oponen al uso de «parte», ya que sería sustraer algo a la
plenitud de la iglesia local y abocaría a la existencia de un obispo único y universal
Es posible, sin embargo, una comprensión más adecuada' C CALTAGIRONE, «Tutto» e
«parte» 11 contributo di Yves Congar alio svduppo delta teología della Chiesa lóca-
le RicercheTeologiche8(1997)5-39
22
J M. R. TILLARD, L'Éghse lócale (París 1995) 42ss, 105ss
B
B. FORTE, ha Iglesia de la Trinidad, ed.cit, 230ss; cf. J. J. VON ALLMEN,
f
L 'Église lócale parmí les autres éghses locales. Ir 43 (1970) 517, que menciona los
elementos de la biografía de la iglesia local: las adaptaciones a la cultura, la historia
vivida, persecuciones, combates para conservar la fe, reflexiones doctrinales peculia-
res, esquemas de pensamiento de sus miembros, conflictos entre personas...
La Iglesia comunión
de
iglesias
101
La distancia, la diferencia, la apertura al reconocimiento, hacen a
cada iglesia local profundamente católica. La catolicidad radica en lo
íntimo de cada iglesia particular: de un lado porque posee la integra-
lidad de los bienes de la promesa (cf. ya la de Jerusalén: Hch 2,39),
de otro lado porque eso mismo le hace imposible la clausura y la
empuja a la comunión en toda su amplitud. «Esta variedad de igle-
sias locales con un mismo objetivo (in unum conspirans) muestra
admirablemente la catolicidad de la Iglesia indivisa» (LG 23). Cuan-
do en la celebración eucarística la iglesia local se reconoce en comu-
nión con todas las asambleas eucarísticas dispersas por el mundo,
con las que existieron después de Pentecostés y las que existirán
hasta el día del Señor, con la liturgia de los elegidos, está negándose
a reducirse a las fronteras que fragmentan la humanidad y está dando
a su catolicidad toda la amplitud de una reconciliación que abraza a
toda la creación en la comunión de Dios 24.
La iglesia particular queda así constituida como sujeto histórico
dentro del misterio de Dios. Su génesis como inserción en los lugares
y contextos en que se realiza es un acto de responsabilidad respecto al
desarrollo del designio salvífico del Dios trino. El ejercicio de su res-
ponsabilidad tiene lugar especialmente en las decisiones de cara a la
misión que tiene que cumplir. La seriedad de tales decisiones es el
signo de su adultez o madurez como iglesia. Ejemplo prototípico es la
iglesia de Antioquía según lo presenta Hch 13,2-3: alcanza su más
profundo estatuto eclesiológico cuando se compromete a enviar a sus
mejores miembros para que, en nombre de todos, hagan surgir la Igle-
sia en otro lugar. Así como el evangelio vino de otro lugar, a través de
Antioquía debe ir a otro lugar. El gozo de lo recibido y la distancia
respecto al lugar alimenta la libertad para convertirse en sujeto del
plan de Dios a través de su servicio a la evangehzación.
3.
La Iglesia como comunión de iglesias
La iglesia local no puede entenderse sin el reconocimiento y la
apertura respecto a otras iglesias particulares. Por eso cada iglesia
existe en la comunión de las iglesias, en el «cuerpo de las iglesias»
(LG 23), como comunión de comuniones 25. La communio ecclesia-
rum se convierte por ello en ley configuradora de la Iglesia una 26 .
24
En la eucaristía, en cuanto culmen de la liturgia, se anticipa la consumación
escatológica que supera las divisiones de este mundo (por ello, como veremos en su
momento, la liturgia es constitutiva de la Iglesia)
25
J M R. TILLARD, Iglesia de iglesias, ed.cit, 47ss.
26
W AYMANS, Die communio ecclesiarum ais Gestaltgesetz der einen Kirche
AfkKR139(1970)69.
C.6. La Iglesia comunión de iglesias
102
P.IJ.
Creo en la Iglesia
una
La Iglesia universal y las iglesias particulares no pueden ser enten-
didas como realidades materiales distintas o como magnitudes indepen-
dientes. Son dos dimensiones de la misma realidad, la Iglesia una de
Jesucristo. Ésta no debe ser entendida ni como un Estado ni como una
federación de iglesias. El Estado tiene en cada lugar una de sus partes,
que puede desgajarse materialmente del Estado sin que éste quede afec-
tado en su identidad. Una federación se origina cuando un conjunto de
entes, existentes previamente de modo autónomo, deciden unirse dando
origen a una entidad nueva. La Iglesia no es suma de partes, sino comu-
nión de «totalidades»: no es simplemente la congregación de fieles que,
como un todo unitario, está presidida por el obispo de Roma; es tam-
bién esa congregación universal de fieles agrupada en iglesias locales
presididas por los obispos27; cada una de éstas tampoco existe previa-
mente, sino que es la actuación de la Iglesia Católica en un lugar.
La Iglesia universal consiste en la comunión de iglesias particu-
lares o locales. No es una realidad abstracta o ideal que las trascien-
da o que posea realidad autónoma, no es un sujeto distinto de atribu-
tos o de actividad. Ella es esa comunión de iglesias. No se puede por
ello afirmar que exista «antes» de las iglesias locales o que «impar-
ta» a ellas sus características 28. En esa comunión de iglesias existe
la Iglesia una y única de Jesucristo. El valor de la eucaristía permite
comprenderlo: cada asamblea eucarística reconoce su identidad con
las otras porque todas, con la misma fe, celebran el mismo memorial,
comiendo el mismo cuerpo y participando en el mismo cáliz devie-
nen el mismo y único Cuerpo de Cristo en el que están insertas con
el mismo bautismo; no hay más que un solo y único misterio que se
celebra y en el que se participa; la multiplicidad de las sinaxis loca-
les no divide a la Iglesia, sino que manifiesta y realiza de modo
sacramental su unidad 29. La eucaristía, «misterio de unidad e identi-
dad», establece la «identidad real (en el plano del misterio) entre
cada iglesia particular y la Iglesia universal» 30.
Esta relación mutua ha sido expresada con conceptos distintos:
identidad mística 31 , interpenetración32, inclusión recíproca 33 , si-
multaneidad ontológica e histórica 34 , «circumincessio» 35, mutua in-
27
R. BLÁZQUEZ, La Iglesia del Concilio Vaticano II, ed.cit., 69.
J. A. KOMONCHAK, «La Iglesia local y la Iglesia Católica», en H. LEGRAND
(ed.), o.c, 574-575.
29
Cf. // mistero della Chiesa e dell'eucaristía alia luce del mistero della santa
Trinitá: II Regno Documenti 17 (1982) 542-545.
30
B. SESBOUÉ, Pour une théologie oecuménique (Cerf, París 1960) 138-139
31
Ib. 140.
32 £ f CTI, Cuestiones selectas de eclesiologia (1985) 5.2.
33
Y. CONGAR, Ministerios y comunión eclesial, ed.cit., 93.
34
Ib.
35
Ib.
28
103
terioridad 36 . El modelo paradigmático ha de ser la propia comunión
trinitaria y la eucaristía 37 . Por ello es tan esencial el ejercicio de la
comunión: Pablo sentía la angustia de haber corrido en vano (cf. Gal
2,2) en el caso de que las comunidades fundadas por él se separaran
de Jerusalén porque en tal caso no se trataría de una separación de
iglesias, sino de una ruptura de la única Iglesia de Cristo; y por ello
tiene tan claras consecuencias el ejercicio del reconocimiento mu-
tuo: «El que está en Roma sabe que los indios son sus miembros» 38,
cada iglesia debe mostrarse a las otras en lo que es y en lo que tiene
a fin de verse reconocida en y por las otras.
El mutuo reconocimiento de las iglesias es un aspecto imprescin-
dible de la comunión de las iglesias y de su unidad. Pero ello no
debe ser comprendido como si la unidad de la Iglesia fuera posterior
a la existencia de las iglesias particulares o como si fuera fruto de su
mutua apertura o reconocimiento. La unidad es un dato previo y fun-
dante, don del Dios que se revela, que nos ha permitido hablar en la
parte primera de este manual de la Iglesia en el misterio de Dios. La
relación entre la Iglesia que existe en múltiples iglesias no debe ol-
vidar nunca ese dato antecedente.
LG 23 expresa esta relación con la siguiente fórmula: las iglesias
particulares están «formadas a imagen de la Iglesia universal. En
ellas y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una y única». In
quibus: la misma Iglesia se hace presente en cuanto que toma rostro
al realizarse en las diferentes situaciones históricas; pone así de re-
lieve la unidad. Ex quibus: a partir de las diferencias se constituye la
Iglesia de Cristo; acentúa con ello la dimensión católica de la uni-
dad. La Iglesia universal que se realiza en las iglesias locales es la
misma que existe a partir de ellas. A imagen de la Iglesia universal:
destaca un aspecto de prioridad ontológica de la Iglesia universal
respecto a cada iglesia local en el sentido de que cada iglesia par-
ticular es Iglesia en la comunión que constituye la Iglesia universal.
Con ello se recoge el dato de que la pertenencia al único Pueblo de
Dios es primaria y originaria; es falso que las comunidades primiti-
vas se hayan ido agrupando por motivos organizativos, llegando por
esa vía a la idea de una única Iglesia.
Tiene mucho de artificial plantear la cuestión acerca de la priori-
dad. Hay argumentos a favor de la prioridad de la Iglesia universal:
sólo ella es global en cuanto incluye también a la Iglesia del cielo,
sólo ella puede ser sacramento universal de salvación e indefectible,
36
JUAN PABLO II, Discurso a la Curia (20-12-1990): Ins XIII/2,1703.
B. FORTE, O.C, 220; cf. M. J. SHERIDAN, The Theology ofthe local Church in
Vaticanll (Roma 1980).
37
38
S. JUAN CRISÓSTOMO, In lo. Hom
65 (PG 59,361).
104
/'//
('reo en la Iglesia
una
sólo ella es causa final o ejemplar de las iglesias locales... Se pueden
aducir otros a favor de la prioridad de la iglesia particular: la que
nace de la eucaristía y de la comunicación intersubjetiva de la fe es
la iglesia local. Pero se trata de una alternativa falsa39. Histórica y
teológicamente ambas son esenciales. Así lo muestra el caso de la
iglesia en Jerusalén en Pentecostés: es plenamente local e intrínseca-
mente universal y católica.
La concepción católica incluye un elemento característico que la
distingue tanto de protestantes como de ortodoxos: incluye en la co-
munión la necesaria unidad con Roma, el ministerio petrino de uni-
dad debe ser visto como momento interno de cada iglesia particular
(y no simplemente como un poder externo que podría intervenir en
momentos de especial gravedad o insuficiencia por parte de una
iglesia local). De este modo se da cabida en la estructura eclesial a
una exigencia de la dimensión universal de la communio ecclesia-
rum. Lo cual no significa recaer en la visión unitaria o monista de
siglos pasados.
Los protestantes tienen una concepción nominalista de la iglesia
local. La unidad sólo brota, o brota en sus expresiones estructurales,
por el acto voluntarista de la federación. El plural protestante «las
iglesias» es distinto del católico por un déficit de unidad que impide
incluirlo en el singular «la Iglesia» 40.
Los ortodoxos por su parte sitúan la unidad de modo casi plató-
nico en una realidad trascendente, pero sin concreción histórica y
vinculante en el nivel de la communio ecclesiarum. A este nivel rige
el sistema de autocefalia, que se basa en la independencia plena de
una Iglesia nacional, que tiene el privilegio de elegir a su primado.
De él dependen los obispos de la región, pero no pasa de ser un
primus inter pares. Las iglesias que poseen este carácter se denomi-
nan y consideran «iglesias hermanas». Entre ellas forman la Iglesia
una y santa. Al patriarca de Constantinopla no se le reconoce más
que un primado de honor. La única autoridad suprema sería el con-
cilio ecuménico. Un obispo, ni siquiera el de Roma, no puede poner-
se a su nivel.
" J A KOMONCHAK, a c , 568-573. La Nota de la SCDF Sobre algunos aspectos
de la Iglesia entendida como comunión (28-5-1992) afirmaba la anterioridad Mitoló-
gica y temporal de la Iglesia Universal y presentaba a las «ecclesiae ín et ex Eccle-
sia» como exphcitación de la fórmula conciliar «a imagen de la Iglesia Universal»;
pretende con ello contrapesar la postura de quienes no comprenden adecuadamente
la eclesiología de comunión al separar ambas magnitudes (o incluso al contraponer-
las) olvidando su identidad en el misterio
40
Cf P RODRÍGUEZ, La comunión en la Iglesia Un documento de la Congrega-
ción para la Doctrina de la Fe ScrTh 24 (1992) 559-568, y Documento de trabajo
del grupo mixto de la Iglesia Católica y del Consejo Ecuménico de las Iglesias, en A
GONZÁLEZ MONTES (ed),
EO II, 193ss
C 6
La Iglesia comunión
de
iglesias
105
4. La conciliaridad en la comunión de iglesias
La práctica conciliar constituye una expresión fundamental de la
comunión entre las iglesias. Tanto el término griego synodos como
el latino concilium designan la reunión de personas con el fin de
reflexionar, discutir, debatir o decidir41. Con sentido técnico se in-
troduce en el lenguaje cristiano en el siglo ni 42 .
La praxis conciliar se manifiesta ya a mitad del siglo n cuando se
plantea la crisis montañista o la controversia acerca de la fecha de la
Pascua. Una vez afianzada la autoridad personal del obispo y su con-
ciencia de defender in solidum la tradición apostólica, se van produ-
ciendo reuniones de obispos con el objetivo de mantener la comu-
nión entre las iglesias cuando surgen problemas o debates que re-
basan el ámbito simplemente local. Como elementos de la
autoconciencia conciliar se pueden mencionar los siguientes 43:
a) Los obispos, al congregarse, representan a la Iglesia y llevan
su voz, expresan el «nosotros» eclesial. No crea el concilio la reali-
dad que expresa, es el momento en el que deviene consciente. Los
obispos no hablan o actúan por tanto como personas privadas, sino
como jueces y testigos de la fe común. Cada uno de ellos se identi-
fica y se reencuentra en la comunión de todos, porque entre todos
conservan la memoria de la Iglesia. Su cualidad de testigos auténti-
cos de la tradición apostólica justifica en último término el protago-
nismo de los obispos en los concilios.
b) La expresión «in unum convenire» ^ designa no sólo el con-
senso al que se llega en virtud de la fe común, sino la asamblea
misma, el venir a juntarse, el estar reunidos, la asamblea como cele-
bración. No bastan las consultas previas. El hecho de reunirse en un
lugar no es accidental. Es presupuesto para que aparezca como cele-
bración.
c) La celebración encierra siempre un contexto y un espíritu
litúrgico 45. Si la conciliaridad la protagonizan los obispos se debe a
41
Cf A LUMPE, Zur Geschichte des Wortes «synodos» in der antiken christh-
chen Grazitat AHC 6 (1974) 40-53 y Zur Geschichte der Worter «Concilium» und
«Svnodus» in der antiken christhchen Latinitat AHC 2 (1970) 1-21
42
TERTULIANO, De leiun 13 (PL 2,972), de «sínodo de obispos» habla ya Dioni-
sio de Alejandría, en HE VII, 5,5 (BAC II, 438)
43
Y CONOAR, «Note sul concilio come assamblea e sulla concihantá fundamén-
tale della Chiesa», en Orizzonti attuali della teología II (Paohne, Roma 1967) 145-
184 y Le Concite de Vatican II, ed cit, 37ss.
14
45
S CIPRIANO, Ep 66,1 (PL 4,398)
El canon 5 de Nicea establece que los sínodos de primavera se tengan en la
vigilia de cuaresma «para que sea alejada toda discordia y ofrecido el don con cora-
zón puro».
106
P.II.
Creo en la Iglesia
una
que eran los presidentes de las eucaristías de las diversas iglesias que
se reunían en concilio para confrontar la fe y para recibirse recípro-
camente en la única eucaristía 46.
d) Junto a la consensio universitatis (de la totalidad de las igle-
sias) se da también la consensio antiquitatis 47, junto al consenso
sincrónico el diacrónico. El consenso tiene por tanto una doble di-
mensión: horizontal y vertical. Por eso se leen y proclaman la Escri-
tura y los textos centrales de los concilios anteriores. Los concilios
son considerados como vehículos privilegiados de la transmisión de
la paradosis apostólica en toda su pureza 48.
e) El consenso o la unanimidad no se consideran como logros
de la investigación de la razón humana o como resultado del debate
teológico, sino como don del Espíritu, como fruto de su acción, de
su inspiración o sugerencia. Los concilios son «reunidos en el Espí-
ritu» y presididos por Cristo. Los obispos no son más que órganos
humanos de los auténticos protagonistas.
f) En el concilio la Iglesia reencuentra su misión, pues tarea
suya es expresar la fe de siempre de forma nueva conforme a las
circunstancias. Es el sentido profundo de la tradición viva: los con-
cilios son momentos autónomos de la tradición eclesial en su con-
frontación con las necesidades de la época 49.
g) Los concilios realizan la integración de la diversidad de igle-
sias, desde su multiforme variedad, en la comunión católica. La uni-
dad brota no de la imposición, sino del reencuentro en la comunión
y en la unidad previamente dada y testificada. Cada iglesia podrá
conservar sus peculiaridades, pero en la unanimidad de la fe se afir-
ma como la Iglesia de Jesucristo.
La práctica conciliar ha mostrado realizaciones diversas: conci-
lios patriarcales, plenarios, primaciales, nacionales, generales... Ha-
remos una breve alusión a los que poseen un rango más significati-
vo: provinciales y ecuménicos.
Los concilios provinciales son los más antiguos y los más cerca-
nos a la experiencia de las iglesias. Se realizan para afrontar los pro-
46
J D ZIZIOULAS, The Development of Conciliar Structures to the Time ofthe
First Ecuménica! Council, en Councüs and the Ecumemcal Movement (Ginebra
1968)51
47
La formula corresponde a Vicente de Lerms; cf H J SIEBEN, Die Konzüsidee
der alten Kirche (Paderborn 1979) 515.
48
Ib 223ss. Hablando de la fe nicena dice Atanasio esa fe «Cristo la ha regala-
do, los apóstoles la han predicado, la han transmitido los Padres que se reunieron en
Nicea de toda la ecumene» Ep ad Afros 1 (PG 26,1029A) No hay sm embargo
reflexión directa sobre los criterios que hicieron posible tal transmisión- H J. SIEBEN,
o c , 225ss
49
Ib 264ss
C 6.
La Iglesia comunión
de
iglesias
107
blemas de un conjunto de diócesis vecinas, vinculadas especialmente
por razones culturales o históricas, para afrontar los problemas co-
munes o para aplicar las decisiones de concilios de rango superior.
Ya Nicea ordenó su celebración semestral. La necesaria celebración
periódica ha sido urgida por normas conciliares posteriores. Pero
como tónica han tenido una existencia lánguida y una frecuencia
muy escasa50. Actualmente casi han desaparecido ante el protago-
nismo de las Conferencias Episcopales.
Son numerosos los factores que explican este decaimiento: la po-
ca eficacia de los metropolitanos, la dificultad de los viajes, la hete-
rogeneidad de las diócesis, la reticencia de los poderes políticos ante
reuniones episcopales, necesidad de enviar a la Congregación del
Concilio los decretos para su aprobación definitiva... Este proceso
histórico deja ver una curiosa paradoja: se da una práctica conciliar
escasa y sin embargo de la conciencia eclesial brota la necesidad de
urgir su celebración. En general, podemos decir que la maduración
en la conciencia de la comunión entre las iglesias es el presupuesto
clave para que la práctica conciliar tenga lugar entre iglesias vecinas.
El concilio ecuménico es la máxima actuación visible de la co-
munión católica. Aunque resulta difícil una definición teológica for-
mal y es muy discutido el elenco preciso de ellos, el concilio ecumé-
nico es considerado como órgano máximo de la Iglesia Católica.
El primero que recibió tal calificativo fue el de Nicea. Tan alta
fue su valoración que durante siglos ejerció un auténtico monopolio
como concilio por antonomasia51. Posteriormente pasó a ser un con-
cilio al que seguirían otros como piedras miliarias de la tradición y
de la autoconciencia eclesial.
No resultan claros los criterios que otorgan el carácter ecuménico
a determinados concilios. Era básico sin duda que cada iglesia reco-
nociera la homogeneidad de las definiciones y disposiciones conci-
liares con la tradición apostólica que también ella conservaba con
fidelidad. La recepción por parte de la communio ecclesiarum garan-
tizaba que no se desviaba de la fe. En esa recepción se condensaba
el doble consenso ya aludido. Pero resulta sin embargo difícil espe-
rar la unanimidad absoluta de todos los obispos. E igualmente, salvo
algunas excepciones 52, establecer cuáles han sido objeto de una re-
50
Letran IV los estableció anualmente, Trento cada tres años, el Código de 1917
cada veinte años (el actual ha evitado precisiones al respecto) Como ejemplo se
puede decir que en el Occidente latino entre 1054 y 1350 se celebraron 750, que
representan un 5 por 100 de los que debiera haber habido
51
H J. SIEBEN, o c , 231ss; hasta el siglo v no se rompe ese «monopolio»
52
Como portavoz de la opinión común pueden valer estas palabras de Gregorio
Magno «Aceptamos los cuatro concilios de la santa Iglesia universal como los cua-
tro libros del Santo Evangelio», Ep III, 10 (PL 77,613) Como es obvio, se refiere a
108
P.II.
Creo en la Iglesia
C.6.
una
La Iglesia comunión
de
iglesias
109
56
cepción auténticamente universal. Por eso se fue abriendo camino,
como condición indispensable para que un concilio sea reconocido
como ecuménico, la aceptación del obispo de Roma. Es la postura
que ha ratificado LG 22.
El carácter episcopal y la comunión con Roma de un lado, y su
carácter extraordinario respecto a la naturaleza de la Iglesia de otro,
permiten valorar dos concepciones alternativas del concilio ecu-
ménico.
El conciliarismo en la Edad Media representa la mayor novedad
en la concepción del concilio desde sus orígenes. Al comprender a la
Iglesia como una corporación, sujeto de todos los derechos, se asu-
men las ideas políticas de Aristóteles y se ve el concilio como la
asamblea de la Iglesia53. Precedido por Conrado del Gelnhausen y
Enrique de Langenstein, Marsilio de Padua despliega todas sus con-
secuencias: el concilio no es asamblea de jefes, en cuanto sucesores
de los apóstoles, sino de representantes de todos los fieles en virtud
del mandato que reciben de éstos; como una ley es tanto mejor cuan-
tos más participen en la decisión, se ha de dar delegación y represen-
tación en algunos a fin de que todas las provincias y estamentos se
sientan presentes y protagonistas 54. El concilio de Basilea es un
ejemplo práctico de la influencia de semejantes ideas. De este modo
quedaba alterada no sólo la concepción tradicional del concilio ecu-
ménico, sino de la misma naturaleza de la Iglesia. Por ello suscitó la
reacción que ya conocemos.
Más recientemente se ha reabierto el intento de hacer converger
más estrechamente concilio e Iglesia. La Iglesia en cuanto tal es el
concilio convocado por Dios mismo («concilio ecuménico por con-
vocación divina»). Frente a ello los concilios ecuménicos concretos
aparecen como concilios de convocación humana. El concilio ecu-
ménico, por tanto, deriva de la estructura misma de la Iglesia. En
consecuencia debería realizarse desde el sacerdocio común de los
fieles y no como reunión de obispos. No habría razones para excluir
a los laicos de los concilios ecuménicos ". Estas perspectivas no
tienen en cuenta que concilio e Iglesia representan modos de convo-
cación cualitativamente distintos, y olvidan las exigencias de la eu-
Nicea, Constantinopla I, Éfeso y Calcedonia. De la Iglesia antigua se aceptarán fácil-
mente como tales Constantinopla II y III y Nicea II. Sobre la dificultad y variedad de
las listas cf. H. J. SIEBEN, Konzdsidee von der Reformation bis zur Aufklarung (Pa-
derborn 1988) 197ss.
n
H. J. SIEBEN, Die Konzilsidee des lateinischen Mittelalters (Paderborn 1984)
344ss
54
DP I, 12,5; II, 20,2.
55
H. KUENG, Iglesia en concilio (Sigúeme, Salamanca 1965) 63ss y Estructuras
de la Iglesia (Estela, Barcelona 1965) 17-26 y 83-106.
caristía y el ministerio de quienes la presiden ; éstos se reúnen en
concilio para reconocerse en la unanimidad de la tradición de fe. El
concilio, en definitiva, no es la Iglesia, es un acontecimiento funda-
mental de su vida 57, en el cual los obispos ejercen su protagonismo
como testigos auténticos de la tradición apostólica.
Las conferencias episcopales son una realidad reciente en la
Iglesia Católica, cuya aparición y desarrollo ha coincidido con la
práctica desaparición de los concilios particulares. Desde el punto de
vista eclesiológico no interesa tanto determinar si han sido causa
efectiva de la desaparición de los concilios cuanto determinar su re-
lación con ellos y, en definitiva, el estatuto eclesial de las conferen-
cias episcopales.
A lo largo del siglo xix en algunos países europeos (Irlanda, Bél-
gica, Alemania...) se hicieron frecuentes reuniones de obispos para
debatir los problemas que a la misión de la Iglesia planteaban las
nuevas circunstancias históricas (separación Iglesia-Estado, laicis-
mo...). No se pretendía con ello obtener mayores niveles de descen-
tralización ni obedecían a fuerzas centrífugas que aspiraran a la crea-
ción de Iglesias nacionales. Era la preocupación pastoral el factor
decisivo que daría contenido y fuerza de futuro a una iniciativa y a
una estructura nueva.
Tras las iniciales reticencias o incertidumbres por parte de Roma,
amplían y consolidan su presencia y cohesión. Difuminadas todas
las reservas, ChD 37 reconoce su carácter oficial y su sentido teoló-
gico: no se identifican con concilios plenarios o provinciales, pero el
bien común y la salus animarum pueden exigir la coordinación y la
unidad de acción pastoral entre los obispos. El motu proprio Eccle-
siae Sanctae (6-8-1966) establece su constitución. El Sínodo de los
obispos de 1969 las considera como expresión de la colegialidad y
les reconoce una función magisterial. El Código de 1983 (c.447) y el
Sínodo de los obispos de 1985 introducen sin embargo una infle-
xión: si bien las sitúan dentro de la comunión entre las iglesias 58,
atenúan el alcance eclesiológico de las realizaciones parciales de la
colegialidad, rebajan sus pretensiones magisteriales, orientan su ac-
ción al ámbito de la pastoral59.
56
J. RATZINGER, El nuevo Pueblo de Dios, ed.cit., 178.
Y. CONGAR, Concile de Vatican II, edxit., 39.
Cf. la Relación Final II C 4.
59
Es significativa la matización del c.447 respecto a ChD 38: el «munus suum
pastorale» pasa a ser «muñera quaedam pastoralia». Sobre las distintas posturas acer-
ca de la capacidad magisterial de las Conferencias cf. A. ANTÓN, Conferencias Epis-
copales, ¿instancias intermedias? (Sigúeme, Salamanca 1989) 307-436.
57
58
110
P.II.
Creo en la Iglesia una
La valoración de las conferencias episcopales se mueve actual-
mente entre dos extremos: algunos tienden a reducirlas a meros ins-
trumentos para una pastoral más adecuada y otros llegan a equipa-
rarlas a los concilios particulares. Intentaremos fijar una postura más
equilibrada y matizada.
De hecho, las Conferencias están ocupando el espacio y asu-
miendo la función que los concilios particulares tuvieron en el pasa-
do. Pero no se deben desatender las diferencias: los concilios son
eventos extraordinarios y con connotaciones más explícitamente li-
túrgicas; por ello gozan de mayor poder legislativo. Por tanto, en su
actual configuración, no se pueden identificar ambas instituciones.
Sería muy poco reconducirlas a instrumentos de carácter pasto-
ral. LG 23 y ChD 36-38 sugieren la analogía de los concilios provin-
ciales y de los patriarcados para valorar teológicamente a las Confe-
rencias Episcopales. Por esa vía orientan a la comunión de iglesias
que se expresa conciliarmente y a la colegialidad episcopal que se
actúa o realiza de modos diversos. Los patriarcados, por ejemplo, ni
se remontan a los orígenes de la Iglesia ni encuentran apoyos en el
Nuevo Testamento. Pero resultaría inexacto reducirlos a mero dere-
cho eclesiástico. Brotan de la lógica de la comunión eclesial que se
refleja en determinadas estructuras y que se articula de modo jerár-
quico. Por eso se les considera producto de la divina providencia.
Hay que flexibilizar la distinción rígida entre derecho divino y
derecho eclesiástico e igualmente entre la colegialidad en sentido
estricto (por ejemplo, el concilio ecuménico) y el «afecto colegial»
(cf. LG 22-23). Existen realizaciones parciales de la colegialidad que
brotan de la realidad sacramental que une a los obispos, y asimismo
el misterio de la comunión eclesial se manifiesta a niveles distintos.
En ese nivel hay que situar a las Conferencias: son expresión del
espíritu de comunión que vive el obispo, como representante de su
iglesia, en cuanto abierta a la comunión con las iglesias vecinas y, en
ella, a la comunión católica 60 .
60
Y. CONGAR, Entretiens d'automne (París 1980) 20, sostiene que, a la luz de
los concilios de la Edad Media, nadie hubiera dudado en considerar a las Conferen-
cias Episcopales un concilio. De modo más ponderado A. ANTÓN, O.C, 268, las con-
sidera «actividad verdaderamente colegial, si bien en un sentido parcial».
CAPÍTULO VII
OTRAS REALIZA CIONES DE LA IGLESIA
BIBLIOGRAFÍA
CIÓLA, N. (ed.), La parrochia in un 'ecclesiologia di comunione (Deho-
niane, Bolonia 1995); CAMPANINI, G. y G., Familia: Nuevo Diccionario de
Espiritualidad (Paulinas, Madrid 1983) 543-554; CONCETTI, G., La parro-
quia del Vaticano II (Madrid 1969); FRANKEMÓLLE, H. (ed.), Kirche von
unten. Alternative Gemeinden (Munich-Maguncia 1981); KLIAN, S. J.,
Theological Models for the Parish (Nueva York 1977); MAAS-EWERD, TH.,
Liturgie und Pfarrei. Einfluss der liturgischen Erneuerung auf Leben und
Verstandnis der Pfarrei in deutschen Sprachgebiet (Paderborn 1969); MAR-
TELET, G., Amor conyugal y renovación conciliar (Desclée, Bilbao 1968);
SECONDIN, B., / nuovi protagonisti. Movimenti, associazioni, gruppi nella
Chiesa (Paoline, Cinisello Balsamo [Milán] 1991); SECRETARIADO DIOCESA-
NO DE CATEQUESIS DE MADRID, Comunidades plurales en la Iglesia (Pauli-
nas, Madrid 1981); VELA, J. A., Las comunidades eclesiales de base y una
iglesia nueva (Buenos Aires 19703).
Las iglesias particulares forman parte de la estructura esencial de
la Iglesia. En ellas y por ellas la Iglesia de Cristo se hace aconteci-
miento e historia real y enriquece su unidad en la pluriformidad.
Pero existen otras realizaciones de la Iglesia que revisten gran im-
portancia porque en ellas los bautizados viven su eclesialidad de mo-
do más concreto y directo. También en ellas la Iglesia se hace acon-
tecimiento e historia. También en ellas la unidad se puede enriquecer
si se vive en la comunión de las iglesias en el sentido que venimos
exponiendo. Deben en consecuencia ser objeto de nuestra atención a
fin de fijar su auténtico estatuto eclesiológico.
1.
La parroquia 1
Durante muchos siglos la parroquia ha sido la figura básica de la
Iglesia. Como marco del encuadramiento de los bautizados, estructu-
raba la geografía eclesial y su modo de presencia pública. Sin em-
bargo, su estudio quedaba reducido al ámbito de lo jurídico o admi-
1
Cf. C. FLORISTÁN, La parroquia, comunidad eucaristica (Marova, Madrid
1964); V. Bo, La parroquia, Pasado y futuro (Madrid 1978); J.-C. PERISSET, Lapa-
roisse. Commentaire des canons 515-572 (París 1989); E. BUENO, Teología de la
Parroquia: Teología y Catequesis 28 (1988) 519-540.
112
PII
Creo en la Iglesia
C 7
una
mstrativo, no ocupaba apenas espacio en las reflexiones sistemáticas
de eclesiologia
Su posición ha quedado profundamente alterada en los tiempos
recientes La configuración de la sociedad moderna y el proceso de
secularización le han hecho perder la función de encuadramiento
Pero su mayor desafío nace de la misma vida eclesial para muchos
la parroquia, apoyada en el territorio y en la inercia, no permite ex-
presar con nitidez y transparencia la pertenencia eclesial, incapacita-
da para ser una auténtica comunidad, debería ser suplantada o com-
plementada por estructuras alternativas (movimientos y asocia-
ciones)
Pero precisamente a lo largo de este siglo tres factores han alen-
tado la posibilidad de que este período de crisis pueda ser el de su
redescubnmiento a) la revalonzación de la liturgia y particularmen-
te de la eucaristía permite destacar la naturaleza mistérica de la pa-
rroquia y su carácter de célula orgánica del Cuerpo Místico de Cris-
to 2, b) la constatación de numerosos ámbitos descristianizados en su
entorno permitió poner de relieve su dimensión misionera y su ca-
rácter de protagonista si se sitúa en estado de misión3, c) a la luz del
significado antropológico del territorio y de la celebración de la fe
cristiana en las dimensiones cotidianas de la existencia se pudo ver
la parroquia como la primera realización de la Iglesia como evento,
como acontecimiento 4
Las nuevas exigencias de la evangelización, sin embargo, seguían
dejando en evidencia las insuficiencias de la parroquia la anemia de la
misión, la distancia respecto a la cultura del entorno, la esclerotizacion
de una catequesis carente de provocación y ajena a la vida, la dureza
de corazón respecto a las exigencias de comunión que demandan los
nuevos movimientos 5 En definitiva, para los críticos su estilo ruti-
nario y su anquilosamiento refutan el sentido del nombre que la desig-
na, paroikia, que heredó de la diócesis6 ¿,Puede seguir siendo ámbito
fundamental de pertenencia e inserción eclesiaP
Para superar estas acusaciones e insuficiencias la parroquia debe
ante todo recuperar la conciencia de su identidad surgió como pro-
2
A WINTERSIG, Le reahsme mystique de la paroisse LMD 5 (1946) 15-26 (el
texto original es de 1925)
3
La obra representativa de G MICHONNEAU, Paroisse communaute misswnnai-
re es de 1948
4
K RAHNER, «Zur Theologie der Pfarre», en AA W , Die Pfarre Von der
Theologie zur Praxis (Fnburgo i Br 1956) 27-39, «Reflexiones pacificas sobre el
principio parroquial», en Escritos de Teología II, 305-347
5
Como ejemplo y síntoma cf A FALLICO, Le cinque piaghe della parrocha
italiana Tra diagnosi e terapia (Catama 1995)
6
Todavía en el siglo iv designa a la iglesia local, posteriormente paso a designar
a la parte rural en su conjunto, para reducirse ulteriormente a la actual parroquia
Otras realizaciones
de la Iglesia
113
ducto de la contingencia histórica, pero en ella se escondía una pro-
funda lógica que hará descubnr su estrecha analogía con la iglesia
particular Es ésta la que nos interesa poner de manifiesto a fin de
que aparezca como realización de la Iglesia en un lugar
Inicialmente no había más que la única ekklesta y la única euca-
ristía presidida por el obispo en el seno de su presbiterio A partir del
siglo m la situación cambiaría a medida que aumentaba el número de
los cristianos Van surgiendo los tüuh o domus eccleswe (casas de la
asamblea) para atender a diversos grupos de cristianos que no po-
dían acudir a la eucaristía del obispo Es un momento delicado de
transición en el que se corría un peligro que el obispo quedara en la
lejanía, como el jefe de un organismo social, y no como el presiden-
te de la única eucaristía 7 A partir de ahora va a ser el presbítero el
que presida las eucaristías plurales de la iglesia 8
Éste peligro fue contrarrestado por símbolos cargados de rele-
vancia eclesiologica Para salvaguardar la unidad con la eucaristía
del obispo se llevaba elfermentum, fragmento del pan consagrado en
la eucaristía episcopal, para que fuera inmergido en el cáliz del pres-
bítero Se indicaba con ello que la eucaristía de éste no era mas que
prolongación de la eucaristía de aquél Otro símbolo eclesiologico se
produjo en la rearticulación de la iniciación cristiana en Occidente
el presbítero iniciaba los ritos bautismales, pero la consumación o
perfección (la actual confirmación) quedaba reservada al obispo,
como ministro de la unidad y comunión de la iglesia local
Las parroquias fueron surgiendo, como se ve, por la adjudicación
a los presbíteros de porciones de la comunidad diocesana Asi se
evitó otra posible alternativa, la multiplicación de diócesis 9 La pa-
rroquia, desde su nacimiento, lleva en su esencia la prolongación de
la iglesia particular y de la eucaristía episcopal, que se despliega
para que la realidad eclesial sea realmente una experiencia concreta
La estrecha vinculación a la diócesis es destacada por el Vaticano II
la parroquia es célula de la iglesia local (AA 10), hace visible en su
lugar a la Iglesia universal (LG 28), representa a la Iglesia visible
extendida por todo el mundo (SC 42), el presbítero hace presente al
obispo en cada congregación local de fieles (PO 5)
7
ZIZIOULAS destaca la relevancia eclesiologica del hecho, cf J FONTBONA, o c ,
107ss
8
Sobre el proceso histórico en Roma, en buena medida extrapolable a otras
metrópolis, cf Ñ M -D BOULET, Titres urbains et communaute dans la Rome chre-
henne LMD 36 (1953) 19-32
9
El c 6 del concilio de Sardes determino que en los centros pequeños bastaba un
presbítero sin recurrir a nombrar a un obispo, a fin de que no quedara desacreditado
el titulo episcopal y su autoridad
114
PII
Creo en la Iglesia
una
La parroquia es «la localizacion última de la Iglesia la misma
Iglesia que vive en las casas de sus hijos y de sus hijas» (ChL 26),
una realización del Pueblo de Dios parcial en sentido cuantitativo
pero global en sentido cualitativo 10 En la parroquia la Iglesia entra
en el «lugar» de lo cotidiano, en el espacio intersubjetivo de las re-
laciones sociales, toma cuerpo en lo territorial, el elemento más ob-
jetivo de la existencia colectiva
Por este carácter básico y fundamental abre un espacio de perte-
nencia previa a cualquier determinación ultenor Espacio radicalmente
abierto por la heterogeneidad de miembros que arrastra consigo inclu-
so las divisiones que la experiencia va creando Ámbito marcadamente
«populan> porque posee una publicidad general, en medio de las calles
y de las plazas n Por este carácter previo y desnudo, por su capacidad
de apertura y de acogida, la parroquia deja ver el carácter maternal de
la Iglesia 12 Y en ello radica su catolicidad al congregar en unidad
todas las diversidades humanas las inserta en la universalidad de la
Iglesia, mediante el milagro de la reconciliación de hombres dispersos
va realizando una labor humanizadora en medio de una sociedad rota
y disgregada, como el corazón que humaniza el territorio 13
Es por ello la parroquia espacio eclesial adecuado para crear una
comunidad que viva para la misión Por el carácter global e ínespe-
cífico de su función puede llegar a ámbitos muy vanados Pero ello
sera eficaz si se realiza en clave de participación, de corresponsabi-
hdad, de discernimiento de cansmas y creación de ministerios, de
complementanedad de grupos y movimientos 14 Con este horizonte
la parroquia saldrá de la situación de cristiandad en que se dibujó su
figura básica para abrirse a las exigencias de la misión evangelizado-
ra de la Iglesia Asi podrá ser el factor de mayor revitahzación y
renovación pastoral de las diócesis
La parroquia es insustituible, pero insuficiente Insuficiente por-
que debe contar con otras realidades eclesiales De un lado porque la
10
Cf Congreso «Parroquia evangehzadora» (Madrid 1989) 114, cf F Coceo
PALMERIO, // concetto di parrocha nel Vaticano II ScCat 106 (1978) 123-142 y Per
70 (1981) 119-140, D SCARAMUZZI, Parrocha ed ecclesiologia Riv di ScRel 10
(1996)399-416
11
Cf Congreso «Parroquia evangehzadora» ed cit, 113ss
12
«La parroquia hace vivo y operante el misterio de la Iglesia La Iglesia
se hace particularmente visible en la parroquia, cual verdadera madre de todos, cual-
quiera que sea el sexo, la edad, la condición social, económica y cultural En la
parroquia la Iglesia muestra verdaderamente la maternidad que se revela a todos
Vive en medio de las casas de los hijos de Dios», Juan Pablo II en el discurso a los
obispos de Lombardia, 18-12-1986, ealns IX/2, 1986
13
P MAZZOLARI, Letlera sulla parrocha
Invito alia discussione (Bolonia
1979), cf la ponencia 2 del congreso citado, 93-126
14
P ZUPPA, Pastorale della comunita Luoghi e modelli di nnovamento RivSc
Reí 10 (1996) 361-398
C 7
Otras realizaciones
de la Iglesia
115
complejidad de la situación requiere medios o especiahzaciones de
que no dispone la parroquia Y de otro porque existen otras realiza-
ciones eclesiales con las que debe armonizarse en comunión
2
La iglesia doméstica
En sus orígenes la Iglesia en lo concreto hundió sus raíces en la
experiencia común humana de la familia La iglesia no existía junto
a las casas privadas de los cristianos, existía en ellas Las familias
enteras se convertían y su ámbito de residencia servía para la cele-
bración litúrgica (cf Hch 18,8) La familia jugaba de este modo un
papel central en la edificación de la Iglesia y aportaba un fuerte sen-
tido de fraternidad y comunidad El amor humano vinculaba la expe-
riencia humana y la realidad eclesial Y la Iglesia podía presentarse
como una nueva familia 15
La evolución posterior experimentó notables desplazamientos
En una Iglesia de masas la familia era contemplada como ámbito
para vivir la doctrina cristiana o para facilitar la socialización cristia-
na Cuando esa estructura quebró, la familia se ofrecía como medio
para recrear el tejido cristiano de la sociedad La experiencia eclesial
como familia se reducía al ámbito monástico o a círculos especiales
de cristianos El espacio profano de la familia parecía no prestarse
adecuadamente para ello
Mas recientemente se ha vuelto a descubrir a la familia como reali-
zación de la Iglesia porque de hecho desvela algo profundo de su na-
turaleza l6 Se recuperan ecos de la tradición, como Juan Cnsostomo,
que llamaba a la familia «pequeña iglesia» «Mujeres y niños no están
en situación inferior a los mayores ascetas La santidad es posible para
todos porque las casas cristianas son una pequeña iglesia Dentro de la
familia cristiana están presentes todos los elementos importantes de la
Iglesia la mesa de la Palabra, la hospitalidad, el testimonio de la fe y
especialmente la presencia de Cnsto» 17
LG 11 habla de la familia como de «cierta iglesia doméstica» Juan
Pablo II ha desarrollado la profunda analogía entre Iglesia y familia
Sobre el trasfondo de la alianza de Dios con su Pueblo y de Cnsto con
su Iglesia, la familia se destaca como una «iglesia en miniatura»
15
P LAMPE, Family in Church and Society ofNew Testament Times Afirmation
5 (1992) 8, cf R AGUIRRE, La casa como estructura base del cristianismo primitivo
las iglesias domesticas EE 58 (1984) 27-51, R J BANKS, Paul s Idea ofCommunity
The Early House Churches in their Historical Setting (Grand Rapids 1980)
16
M A FOLEY, Toward an Ecclesiology of the Domestic Church EeT 27
(1996)351-373
17
Hom 21 sobre Ef 6,1-4 y Hom 20 sobre Ef 5,22-33 (PG 62,136-156)
P.II.
116
Creo en la Iglesia una
C. 7.
(FC 49). La familia deviene Iglesia porque conoce la dinámica de re-
cibir y dar al mismo tiempo 18. Participa a su modo en la misión salvífíca
de la Iglesia porque refleja el mismo amor de Dios a su Pueblo y de
Cristo a su Iglesia (FC 17), realiza una experiencia nueva y original de
comunión (FC 21) y de comunidad (FC 50).
Muchas de sus actividades pueden ser leídas eclesiológicamente.
La familia hace posible la primera experiencia de iglesia (FC 39),
puede significar el amor cristiano a los alejados (FC 54), realiza una
función sacerdotal en la medida en que a través de las realidades
cotidianas vaya contribuyendo a la edificación del Reino de Dios
(FC 49,55)... Los padres ven reconocido como un ministerio el ejer-
cicio de autoridad en el seno de la familia (FC 21), la educación de
los hijos (FC 39), catequizarlos y evangelizarlos (FC 52-53)... Por
todo ello puede también ser considerada «célula de mayor importan-
cia» para la Iglesia 19.
3. Comunidades eclesiales de base (CEB)20
La territorialidad no cumple ya su función anterior en la vida
social a causa de la complejidad de la sociedad moderna y de la
movilidad que la caracteriza. Por tanto, tampoco parece posible que
la ejerza en la articulación de la Iglesia, especialmente bajo su forma
parroquial. Hemos considerado a la parroquia una forma insustitui-
ble pero insuficiente.
Para colmar estas insuficiencias han ido surgiendo otras reali-
dades eclesiales que en cierta medida se sustraen al principio parro-
quial y al principio territorial. Nos referimos sobre todo a las CEB y
a los nuevos movimientos. Vamos a acercarnos a ellos para captar
sus pretensiones, su identidad y sus aportaciones a la comunión ecle-
sial en sus diversos niveles.
La designación CEB engloba una tipología muy variada y de
contornos imprecisos, determinada además por los contextos socia-
les y eclesiales en los que surgieron.
En Europa surgieron como expresión de la transformación social
y cultural, que reclamaba experiencias comunitarias como alternati-
va al carácter anónimo de las instituciones y del estilo de vida mo-
derna. Explosionó en torno al año 1968 en una gran variedad de
grupos espontáneos, antiinstitucionales, que experimentaban prácti-
cas alternativas o «salvajes» al margen de toda regulación normati-
18
19
20
G. PEELMAN, Lafamille: EeT 12 (1981) 99-100.
Juan Pablo II el 1-6-1989 (Ins XII/1, 1425).
Cf. J. MARINS, Comunidad eclesial de base. Curso Fundamental (Lima 1972)
y el n.104 de Concilium (año 1975) dedicado a Comunidades de base.
Otras realizaciones de la Iglesia
117
va. En la Iglesia se hacían presentes bajo formas contestatarias que
en gran medida cuestionaban la estructura ministerial heredada de la
tradición.
Mayor relevancia eclesial, por su recepción amplia y por su du-
ración, han adquirido en América Latina. Sus precedentes se encuen-
tran en la década de los cincuenta en Brasil. Para la evangelización
en contextos de bautizados que tenían poca frecuencia sacramental
debido a la escasa presencia de presbíteros, se intentó formar cate-
quistas que mantuvieran la animación pastoral del pueblo cristiano.
Posteriormente se crea el «Movimiento para la educación de base»,
centrado en programas de formación religiosa y de concientización
social. En la década de los sesenta se van afirmando comunidades,
fundamentalmente de laicos, en torno a estos objetivos. Medellín en
1968 representa su reconocimiento: son «célula inicial de estructura
eclesial y foco de evangelización», ya que constituyen un ámbito de
vivencia de la comunión por ser un grupo homogéneo que facilita el
trato personal entre sus miembros; deben por ello responsabilizarse
de la expansión de la fe actuando a la vez como factor de promoción
humana y de desarrollo21. Puebla en 1979 también las considera
«a manera de célula de la gran comunidad» (n.641), y reconoce su
característica «de base» como expresión del amor preferencial de la
Iglesia por el pueblo sencillo; se afirma pueden ser para la Iglesia
una gran fuerza de renovación.
A partir de los años setenta surgen también en África, aquí por
iniciativa de los mismos obispos. El futuro de la Iglesia ha de pasar
por las pequeñas comunidades más que por las grandes estructuras
anónimas. De modo especial en África pueden contribuir a hacer que
sus iglesias sean realmente inculturadas, implicadas en los dinamis-
mos sociales. Se les reconoce por tanto una gran fuerza misionera.
Recibirán el nombre de Communautés Ecclésiales Vivantes o Small
Christian Communities.
Las CEB dan gran importancia a la oración y a la celebración de
una liturgia participada y viva. Su peculiaridad radica en la lectura
de la realidad a la luz de la Palabra de Dios y de las exigencias
del Reino, pero en orden a la praxis, al compromiso socio-político.
Desde nuestro punto de vista interesa destacar su autoconciencia
eclesial.
Se consideran un modo nuevo de ser Iglesia, autorrealización de
la Iglesia. La Iglesia se hace presente en la comunidad porque son el
nivel fundamental de la vida cristiana: experiencia comunitaria, pro-
tagonismo de los laicos, inserción en la realidad, modos directos y
personales de comunicación, flexibilidad ministerial y carismática...
Cf. el n.10 del Documento de Pastoral Conjunta.
118
PII.
Creo en la Iglesia
una
No se consideran por tanto como sección incompleta de la organiza-
ción eclesial destinada a ser asumida en otros niveles superiores para
ser Iglesia. Se ven como expresión legítima de la Iglesia. Si bien en
principio no se sitúan como sustitución de las estructuras territoria-
les, reivindican la pretensión de ser uno de sus elementos constituti-
vos. En este sentido se insertan como factor dinámico de eclesiogé-
nesis de cara a configurar un nuevo rostro de Iglesia.
Para fijar su estatuto eclesiológico deben ser tenidos en cuenta
fundamentalmente dos factores que permitan eliminar sus posibles
ambigüedades.
De un lado hay que reconocerles su carácter profético en la Igle-
sia: tanto por la incidencia puesta en el factor comunitario como por
la preferencia por pobres y marginados, por las «mayorías popula-
res»; desde esta doble clave pueden aportar una notable contribución
a la figura de la Iglesia. Pero deben evitar que el término base sea
comprendido en la clave marxista que ya mencionábamos al tratar
de la «Iglesia popular» 22. Puebla advertía del peligro de que valoren
su ideología más que la fe, por lo que recuerda que la política debe
ser leída a partir del evangelio y no al revés (n.559).
Por otro lado se les debe reconocer su creatividad ministerial y la
importancia del factor interpersonal. Pero ahí radica el peligro del
aislamiento o de la autosuficiencia, de considerarse la única y autén-
tica Iglesia de Cristo (cf. EN 58), especialmente si se desvinculan de
los ministerios de unidad en el caso de que los consideren exponen-
tes de un poder opresor. Superada esta tentación, constituyen una
gran esperanza para la Iglesia: su compromiso por la liberación inte-
gral del hombre enriquece la Iglesia y amplía el espacio de la comu-
nión 23.
4. Los nuevos movimientos 24
Como en el caso de las CEB, ofrecen una amplia tipología que
dificulta su definición y su identificación. No siempre resulta fácil
distinguirlos de la variedad de comunidades eclesiales que han ido
22
R GARAUDY, La «base» en el marxismo y en el cristianismo Conc 104 (1975)
62-75 puede servir como exponente del acuerdo entre la concepción cristiana y mar-
xista; el problema se plantea especialmente cuando se denuncia la «expropiación»
que padecen los laicos porque se ven privados del tener, del saber y del poder a causa
del monopolio clerical sobre los medios religiosos
23
Cf. Libertad cristiana y liberación n.69
24
A FAVALE (ed ), Movimenti ecclesiah contemporanei Dimensiom stonche,
teologico-spintuali ed apostohche (Roma 1982); B SECONDIN, Segm di profezia
nella Chiesa Comunitá, gruppi, movimenti (Milán 1987) y I nuoví protagomsti Mo-
vimenti, associaziom, gruppi nella Chiesa (Cimsello Balsamo [Milán] 1991).
C. 7.
Otras realizaciones
de la Iglesia
119
surgiendo los últimos lustros. Ellos mismos se muestran reticentes a
reconocerse en tal designación25.
Representan una novedad significativa en la reconfiguración
eclesial y sobre todo en sus pretensiones eclesiológicas. En cierta
medida prolongan el desarrollo de asociaciones de laicos que surcan
la historia de la Iglesia. Pero igualmente desbordan los planteamien-
tos de éstas: se consideran «formas de autorrealización de la Igle-
sia». Pretenden ser más que un grupo de laicos que se asocian para
vivir en común el carisma del fundador. Por ello plantean un desafío
a la comunión en la Iglesia, a la conjugación de la Iglesia universal
con las iglesias particulares.
Entre las causas que han facilitado su floración juegan un impor-
tante papel los factores socio-culturales: el malestar de una civiliza-
ción anónima y masificada, la necesidad de la comunicación y de
experiencias comunitarias, el estado de indefensión ante el sinsenti-
do de un tipo de civilización, la reacción frente a la secularización y
la racionalización que apagan las preguntas del corazón, la falta de
respuesta de la sociedad civil a las preguntas radicales de la
persona...
Entre las causas de carácter intraeclesial se pueden mencionar las
siguientes: el deseo de superar la distancia fe-vida que se da en nu-
merosos cristianos, la nostalgia de insertarse en un «nosotros» que
dé seguridad y consuelo, la necesidad de una mayor hondura religio-
sa y de una mayor participación en la misión de la Iglesia, el ansia
de superar la falta de relevancia social de organismos e instituciones
eclesiales... Por ello acentuarán los rasgos de la experiencia comuni-
taria: relaciones cercanas y cordiales, organización elástica y partici-
pativa, transparencia e inmediatez en la pertenencia, creación de ám-
bitos de conversión y de renovación bautismal permanente...
Interesa captar la novedad eclesial, su modo nuevo de sentirse
Iglesia. La pertenencia eclesial está mediada por la pertenencia al
movimiento, que llega a convertirse en el lugar de la iniciación cris-
tiana. Ello está facilitado porque poseen sus propios presbíteros, sin
que ello atente contra la autonomía o la corresponsabilidad laical. En
principio no cuestionan la autoridad, si bien les mueve cierta tenden-
cia a apropiársela.
De modo más preciso podemos sintetizar su peculiaridad en ha-
ber pasado de la teología del laicado a la conciencia de ser autorrea-
25
Se suelen considerar, bajo tal denominación, entre los más conocidos: Comu-
nión y Liberación, Movimiento Focolar, Comunidades neocatecumenales, Renova-
ción cansmática Cf su propia presentación en / movunenti nella Chiesa negh anni
80 Atti del pnmo Convegno Internazionale (Roma 23-27 novembre 1981, Jaca
Book, Milán 1982) El segundo está publicado en / movimenti nella Chiesa (Nuovo
Mondo, Milán 1987).
120
P.II
lización de la Iglesia26. El Vaticano II todavía centra sus reflexiones
sobre la participación de los laicos en la figura de asociaciones, si
bien admite formas plurales. La década de los ochenta muestra que
para los nuevos movimientos tales estructuras resultan insuficientes.
Su primer congreso muestra claramente una autoconciencia distinta.
Juan Pablo II (apelando a LG 12) los sitúa en el orden del carisma y
realza su estatuto eclesial dado que «la Iglesia misma es un movi-
miento» 27. Por analogía ellos pueden considerarse «la Iglesia en
movimiento». Con ello se plantea, más allá de la relación caris-
ma/institución, la cuestión de armonizar la diversidad de sujetos en
que se actualiza el misterio de la Iglesia y de establecer la relación
que las varias figuras de la communio guardan con la naturaleza de
la Iglesia.
A partir de considerarse «formas de autorrealización de la Igle-
sia» solicitan una mayor representatividad eclesial y una mayor au-
tonomía. La tensión introducida no se plantea tanto a nivel de las
relaciones con la parroquia cuanto a nivel de la relación con los pas-
tores de las diversas iglesias particulares. En ese nivel su autocon-
ciencia puede transformarse en la macropretensión de ser iglesia pa-
ralela (apoyados en su carácter supradiocesano y en la admisión de
miembros presbíteros). Desde otro ángulo de vista, Juan Pablo II
señalaba los mismos peligros: absolutización de la propia experien-
cia y extrañamiento de la vida pastoral28. La tensión se expresó con
claridad en el Sínodo de los obispos de 1987: «ningún carisma puede
justificar una exención respecto a la autoridad a la que corresponde
dirigir el camino común», sostenía el cardenal Martini29; «cuando
un carisma está más referido y alimentado por la relación con la
Iglesia universal tanto más intensifica la fuerza edificadora de la
iglesia particular», defendía L. Giusanni30.
El Sínodo intentó una vía de solución ratificando la autoridad de
los pastores en el ordenamiento de las iglesias particulares. Pero este
principio debe conjugarse con otro: ChL 29-31 reconoce que no
existen como concesión de la autoridad, sino como expresión del
dinamismo del bautismo que empuja a todos a participar activamen-
te en la comunión y en la misión de la Iglesia. De cara al discerni-
26
F G BRAMBILLA, Le aggregazioni ecclesiah nei documenti del Magistero dal
Concilio fino a oggi ScCat 116 (1988) 461-511 y S DIANICH, Le nuove comunitá e
la «grande Chiesa», un problema ecclesiologico ScCat 116 (1988) 512-529
27
28
C. 7 Otras realizaciones de la Iglesia
Creo en la Iglesia una
Ins IV/2,305-306; cf F G BRAMBILLA, a c , 499
Ins VII/2,290-292 Los obispos españoles han publicado sobre este tema La
comunión eclesial (1978) y Servicio pastoral a las pequeñas comunidades cristianas
(1982) Interesa también la intervención del Pontificio Consejo de Laicos Isacerdotí
nelle associaziom deifedeh (1981)
29
G. CAPRILE, // Sínodo dei vescoví 1987 (Roma 1989) 320
30
Ib 282
121
miento establece algunos «criterios de eclesialidad»: primado de la
santidad, confesión de la fe católica en fidelidad al Magisterio, co-
munión firme y convencida con el Papa y el obispo, conformidad y
participación en elfinapostólico de la Iglesia.
Los nuevos movimientos son un signo de profecía en la Iglesia y
para las iglesias. Reivindican y ejercen un protagonismo que les co-
rresponde. Pero no basta que se integren genéricamente en la misión
de la Iglesia. Sería una abstracción pasar al nivel de la Iglesia uni-
versal si no es desde y en la iglesia local. La referencia a la iglesia
local no es por ello instancia segunda respecto al carisma, sino que
pertenece a la legitimidad de su ejercicio, ya que existe para la edi-
ficación de la Iglesia31.
31
Cf. S. DIANICH, a.c.
CAPÍTULO VIII
EL ECUMENISMO, SERVICIO A LA UNIDAD
BIBLIOGRAFÍA
BEINERT, W., Konziliaritat der Kirche. Ein Beitrag zur ókumenischen
Epistemologie: Catholica 33 (1979) 81-108; CIOFFARI, G, L 'ecdesiologia
ortodossa. Problemi e prospettive (Centro Ecutnenico S. Nicola, Bari
1992); CONTÉ, G.-RICA, P., II futuro dell'ecumenkmo: un concilio di tutte
le Chiese? (Turín 1978); Communio/Koinonía. Ein neutestamentlicher Be-
griff und seine heutige Wiederaufnahme und Bedeutung (Estrasburgo
1990); GASSMAN, G. (ed.), Documentary History ofFaith and Order 1963-
1993 (Ginebra 1993); LE GUILLOU, M. J., Mission et Unité (París 1960);
SARTORI, L., L 'unitá della Chiesa. Un dibattito e un progetto (Queriniana,
Brescia 1989); THILS, G., Histoire doctrínale du tnouvement oecuménique
(Lovaina 1955); VISCHER, L., The Unity we seek. Origin and Meaning ofthe
Concept «Conciliar Fellowship»: Vidyajyoti 42 (1978) 198-211.
La unidad de la Iglesia se realiza en la multiplicidad de iglesias
locales. La comunión de las diferencias enriquece y hace concreta la
unidad. Pero para ello se requiere que las iglesias se reconozcan y
reciban mutuamente de modo especial en la eucaristía. Esa unidad y
esa comunión quedan cuestionadas, sin embargo, cuando ese reco-
nocimiento no se produce, cuando las iglesias se consideran incapa-
ces de celebrar la eucaristía común. Esa ruptura de la unidad, esa
quiebra de la comunión, es a la vez un problema y un escándalo. El
esfuerzo ecuménico brota del dolor producido por esa herida en el
Cuerpo de las iglesias.
í. El problema como escáncfafo
El estado de separación entre las iglesias es una situación que no
debería darse. Es un atentado contra el ser de la Iglesia. Conviene
fijar el nivel del problema. No es en cuanto tal la existencia de igle-
sias distintas lo que compromete la unidad, sino la existencia de
iglesias que no se sienten mutuamente vinculadas. El problema no
nace de las diferencias en sí mismas, sino de las diferencias exclu-
yentes e incompatibles l. Incluso se puede afirmar que no es el con-
fesionalismo lo que separa, sino el «chauvinismo confesional» que
considera lo no-común como lo propiamente constitutivo y que en
1
H. KUENG, La Iglesia (Barcelona 1970) 330.
124
P.1I.
Creo en la Iglesia una
consecuencia lo afirma y proclama frente a los otros. El drama de la
separación se apoya en el anquilosamiento en lo propio, cuando se
degrada la identidad en lo irreconciliable 2.
Y por debajo de todo ello se encuentran las diferencias reales en
la confesión de la fe, la divergencia en las interpretaciones de la
tradición apostólica, la distinta valoración que se otorga al magiste-
rio de la Iglesia y a la responsabilidad de los ministerios papal y
episcopal en el servicio a la verdad. Por eso resultará insuficiente
todo intento de unidad que no salvaguarde la integridad de la fe.
Si la situación actual es algo que no debería existir, hay que consi-
derarla producto del pecado humano. Resulta injustificable porque
aparece en la visibilidad de la historia como una refutación de la vo-
luntad de Cristo (cf. Jn 18,11.22), del designio del Dios trinitario que
se despliega en la historia de los hombres divididos como ámbito de
reconciliación y reunificación. ¿Cómo se puede testificar de modo
creíble esa unidad desde la división y el enfrentamiento? La unidad (en
la comunión de las diversidades) es lo que debería darse por supuesto.
Su ausencia es por tanto un escándalo, no sólo una herida.
La historia de la Iglesia, compuesta de hombres reales y finitos,
ha sido una sucesión de cismas, de rupturas. Ya los grandes conci-
lios de la antigüedad provocaron la separación de algunas comunida-
des que no se reconocían en el símbolo conciliar. El siglo xi selló
con la excomunión la serie de incomprensiones que habían corroído
las relaciones entre el cristianismo occidental y el oriental. El si-
glo xvi, con el inicio del principio moderno de autonomía y de los
nacionalismos, presenció otra quiebra fundamental a partir de la re-
forma promovida por Lutero. A raíz del Vaticano I se segregaron los
«viejos católicos» porque no se reconocían precisamente en el modo
como se perfilaba el servicio del ministerio de unidad.
La lectura histórica de los acontecimientos ha ejercido un efecto
liberador sobre una memoria cargada de odios y rencores. Se ha re-
conocido la complejidad de los factores que provocaron las separa-
ciones, la relatividad de las tomas de postura y la parcialidad de las
opciones que se iban asumiendo, la injusticia de una lectura mani-
quea de la historia. Se ha ido viendo la necesidad de una visión rea-
lista que hiciera justicia también a los otros, porque así se abría el
camino al reencuentro o la comprensión, evitando prejuicios o con-
denas apresuradas 3. ¿Qué responsabilidad, además, tienen en las lla-
gas del pasado los miembros actuales de las diversas confesiones
cristianas?
2
3
J. RATZINGER, Theologische Prinzipienlehre (Munich 1982) 213.
Desde el punto de vista católico es prototípica la obra de Y. CONGAR en 1937:
Chrétiens desunís. Principes d'un oecuménisme catholique.
C.8.
El ecumenismo, servicio a la unidad
125
Más allá de los datos objetivos, se ha llegado a la convicción de
que el juicio histórico debe ser articulado y matizado porque el pe-
cado puede darse en todos los protagonistas de la separación (UR 3).
La unidad es fundamentalmente una realidad escatológica que co-
rresponde a Dios. Desde la perspectiva de la verdad plena de Dios
hay que afirmar que todas las partes implicadas deberían por ello
reconocer juntas los errores cometidos y la influencia excesiva de
factores contingentes. Todos tienen necesidad de convertirse y de
perdonarse mutuamente. Porque todos han caído en incomprensio-
nes ancestrales y atávicas, en la inercia de los comportamientos, en
la indiferencia ante los demás, en el provincianismo que cierra las
propias fronteras, en la tutela estatal o en los intereses políticos... 4.
Esta nueva sensibilidad ha permitido ver de otro modo la exis-
tencia de la actual pluralidad de iglesias. Se la ve como el espacio
común del cristianismo y por ello como el ámbito de la misma refle-
xión eclesiológica. La Iglesia, se ha podido decir, es la ecumene 5.
La comprensión y el diálogo entre las confesiones cristianas se ha
convertido en una característica irrenunciable de la teología. ¿Es po-
sible, en esta nueva mentalidad, proponer una «hermenéutica de la
unidad» que oriente lo propio al encuentro de lo diferente y que de
este modo vaya creando comunión en la pluralidad de confesiones?
El horizonte de esperanza que abre esta pregunta no permite sin
embargo una respuesta sin matices que oculte la paradoja de la situa-
ción. Es necesario, de un lado, recuperar la «apocatástasis (o repara-
ción) de la antigua belleza de la Iglesia una e indivisa» 6; resulta
reconfortante purificar el imaginario colectivo llegando incluso a
limpiar «de la memoria la antigua excomunión» 7. Pero, por otro
lado, tampoco se puede suavizar la gravedad de las diferencias que
han llegado a provocar la separación, pues es precisamente el senti-
do de la unidad y el alcance de la comunión lo que está en juego.
Sería abstracta una unidad presuntamente recuperada que no arran-
que de la seriedad de las diferencias. La lectura de la historia, a la
luz de los datos eclesiológicos que ya hemos ido adquiriendo, nos
obliga a establecer algunas distinciones en la lógica que ha guiado
los diversos procesos de separación.
La antigua separación entre iglesias calcedonenses y no calcedo-
nenses afectaba a la confesión de Cristo, cuestión central y básica,
4
Cf. la enumeración sincera de Ut unum sint, 2.
A. SCHINDLER, «Die geschichtliche Gestalt der europaischen Kirchen und ihrer
Theologie und die Kirchengeschichte ais theologische Disziplin», en G. PICHT-E. RU-
DOLPH (eds.), Theologie - was ist das? (Stuttgart 1977) 370.
6
Cf. Tomos agapis (Roma-Estambul 1971) 204 (el libro recoge comunicaciones
orales y escritas entre el Vaticano y Phanar entre 1958 y 1970).
7
Ib. 280-281.
5
PII
126
Creo en la Iglesia una
pero que no afectaba sin embargo ni a la aceptación de Nicea ni al
reconocimiento de la Iglesia como portadora de la Palabra y de l 0 s
obispos como garantes, por fundamento sacramental, de la unidad de
la Iglesia con sus orígenes La misma ruptura entre Oriente y Occi-
dente implica reproches mutuos precisamente acerca del valor del
ministerio petnno de unidad entre las iglesias, pero no afecta al re-
conocimiento de la continuidad con la Iglesia de los Padres y a la
función mediadora de la Iglesia en el plan divino de salvación en
favor de la humanidad
Con Lutero nos encontramos con presupuestos distintos que ha-
cen que la problemática cambie Había sido fuerte la incerteza acer-
ca de la verdadera Iglesia en virtud del cisma de Occidente Las
acusaciones contra una Iglesia romana necesitada de reforma encon-
traban un fértil caldo de cultivo Por eso, cuando su búsqueda angus-
tiada por la salvación choca con la Iglesia concreta, no ve a ésta
como garante y garantía de salvación sino como un obstáculo, como
una imposibilidad No podía poner su esperanza más que en la Igle-
sia de los predestinados que solo Dios conoce La Iglesia empírica
no es ya portadora de certezas para el hombre consciente de su indi-
vidualidad Ni siquiera parece digna o merecedora de ser un conteni-
do teológico necesario 8
Vamos a exponer a continuación los esfuerzos que desde distin-
tas partes se han realizado para dar contenido al ecumenismo como
búsqueda de la restauración de la unidad herida Prescindiremos de
planteamientos teológicos particulares para centrarnos en iniciativas
de carácter mas oficial9 Sin ocultar la gravedad de los problemas
indicados, se ha realizado un inmenso trabajo por revitalizar una co-
munión que nunca ha estado plenamente perdida, pero que debe
avanzar hacia una unidad visible afinde que sea realmente el sacra-
mento de la unidad del genero humano
2
El movimiento ecuménico
El movimiento ecuménico se desarrolló ínicialmente dentro del
mundo protestante Fue favorecido por la sensibilidad cultural de la
época preocupación etica y humanista, el universalismo político,
nuevas iniciativas asociaciomstas Esos presupuestos cuajaron en
una nueva responsabilidad respecto a los cristianos divididos y res-
pecto a la humanidad entera Desde la dispersión que sentía el mun-
8
9
J RATZINGER, O C , 203¡>s
Como reseña de propuestas significativas puede verse G RUGGIERI, // vicolo
cieco del etumenismo A proposito di alcune pubbhcaziom recenh CrSt 9 (1988)
563-615
C8
El ecumemsmo servicio a la unidad
127
do protestante se fueron despertando proyectos de acercamiento y de
cooperación, especialmente en el campo misionero Es significativo
el hecho de que iniciativas posteriores van confluyendo en un proce-
so de integración
El punto de partida del moderno movimiento ecuménico fue el
Congreso Misionero Mundial celebrado en Edimburgo en 1910 En
él confluye un amplio proceso de búsqueda de cooperación entre
diversas asociaciones de carácter misionero con elfinde hacer más
eficaz y creíble la evangehzación cristiana, y dio origen a una orga-
nización centralizada de carácter misionero Life and Work arrancó
en la Asamblea de Estocolmo de 1925 con el objetivo de sacar al
interconfesionalismo de las preocupaciones dogmático-doctrinales e
insertar el cristianismo en las grandes preocupaciones y problemas
del momento Faith and Order (Fe y Constitución) nace en la Asam-
blea de Lausana de 1927 con la pretensión de ocuparse de cuestiones
de doctrina y de estructura eclesial, desde la convicción de que la
unidad no sera viable si no se producía el acercamiento a ese nivel
Desde estos primeros pasos se planteo la unidad como meta Fe
y Constitución en Lausana presupone que no debe haber más que
una Iglesia y aspira a lograr algo mas que una simple federación de
iglesias una reunión orgánica que reconozca a todos los miembros
la plenitud de derechos La Asamblea siguiente (Edimburgo 1937)
reafirma y precisa el objetivo de la unidad orgánica, rechaza una
«unidad rígida de gobierno» pero no la existencia de algún órgano
permanente de unidad, la Iglesia del futuro ha de aparecer como un
«organismo vivo» en el que «cada miembro consagra toda su fideli-
dad al cuerpo todo y no a una parte cualquiera del cuerpo»
En 1948, en Amsterdam, nace el Consejo Mundial de las Iglesias
(WCC), que asume Life and Work y Fe y Constitución El WCC
frena desde un principio las pretensiones anteriores porque parte del
desacuerdo eclesiológico fundamental y afirma su neutralidad ecle-
siológica El WCC no se atribuye ninguna nota caracterizante del
estatuto propio de Iglesia Pero no por ello hay que banahzar su sen-
tido Hay que buscar la valoración adecuada entre dos extremos no
se le puede considerar como una Iglesia de iglesias, es decir, una
forma de expresión de la Iglesia universal, pero tampoco puede que-
dar reducido a simple secretariado burocrático Es un kairos en el
que las iglesias se confrontan con su identidad y fidelidad, y en la
tensión entre la unidad esperada (obra del Espíritu) y la división ac-
tual al WCC corresponde dar testimonio de la unidad de las iglesias
en la medida en que el Señor se la conceda A pesar de todas las
dificultades, sin embargo, la preocupación y la aspiración a una uni-
dad visible se reafirma constantemente
P.I1.
128
Creo en la Iglesia una
La tercera Asamblea del WCC celebrada en Nueva Delhi (1961)
es testigo de tres hechos fundamentales: el International Missions
Council se integra en el WCC, se reafirma la fe cristológico-trinita-
ria, y de cara al ideal de la unidad final se pide que la unidad se
exprese y se vaya creando en cada comunidad local en clave conci-
liar. En Uppsala (1968), cuarta Asamblea del WCC, se introduce la
idea de catolicidad en el Espíritu vinculada a la «unidad del género
humano», es decir, se afronta la unidad de la Iglesia desde la pers-
pectiva del Reino, desde la unidad entre Iglesia y humanidad. Aún
más llamativo y significativo es el principio que se introdujo en la
constitución del WCC en su Asamblea de Nairobi (1975): llamar a
las iglesias a tender hacia la meta de la unidad visible en la única fe
y en la misma comunión eucarística «para que el mundo crea».
Había que afrontar sin embargo de modo más directo los modos
de la unidad empírica de las iglesias. Ya en Lovaina (1971, cuarta
asamblea de Fe y Constitución) se estudió la «Unidad de la Iglesia y
la unidad del género humano» y se propuso un estudio sobre «Mo-
dos de concebir la unidad y modelos de unificación» (concluido en
1972), con la conciencia de que el ecumenismo había llegado a un
momento de transición y de opciones fundamentales. Dentro de la
misma sensibilidad surgen del diálogo luterano-católico «Caminos
hacia la comunión» (1980) y «La unidad delante de nosotros» (1984).
De entre la pluralidad de modelos ofrecidos, y procurando sim-
plificar la variedad de terminología y conceptualizaciones, vamos a
mencionar los más significativos 10:
a) Confederación o federación de iglesias (equivalentes a
«consejos de iglesias»): cada iglesia conserva su nombre y su auto-
nomía, que sin embargo se remite a una unidad superior de la que
los miembros forman parte; pero evidentemente el problema ecumé-
nico sigue sin resolverse desde estos planteamientos.
b) Reconocimiento de comunidades que mantienen sus diferen-
cias o unidad en la diversidad reconciliada: es posible la celebra-
ción común de la eucaristía y la aceptación de la función de los
diversos ministerios en las respectivas iglesias, porque cada una se
comprende a sí y a las otras como legítima iglesia de Jesucristo.
c) Unidad orgánica: desde el reconocimiento de la parcialidad
de las iglesias separadas aspira a que la Iglesia unida aparezca como
un cuerpo único, como un organismo unitario; no se trata de una
fusión, sino de reencontrar la propia identidad en una unidad supe-
10
Cf. K. RAISER, Modelos de unidad: debate de los años 70 y consecuencias
para hoy: DiEc 77 (1988) 301-322. Hay que recordar y dar todo su valor a la unión
espiritual, de diálogo, de acción común... pero estas vías no afrontan la cuestión
eclesiológica de la unidad visible.
C.8.
El ecumenismo, servicio a la unidad
129
rior: al reconocer la propia parcialidad (como complementariedad)
no se considera el todo y por ello se abre, al reconocer igualmente la
complementariedad de las demás, a un nivel superior, a una comuni-
dad completamente nueva, con común confesión de fe, con la misma
comprensión de los sacramentos y con una estructura organizativa;
es la perspectiva sugerida desde el WCC, pero no ha sido recibida
por acentuar la unidad organizativa.
d) Conciliaridad o unidad conciliar: se planteó en un primer
momento desde el modelo de los concilios: las diversas iglesias de-
bían aspirar a realizar un concilio verdaderamente universal en el
que las diversas iglesias pudieran participar en pie de igualdad; pos-
teriormente este ideal dejó paso a la primacía del estilo conciliar:
desde lo concreto de las diversas comunidades locales se deben ejer-
cer y practicar actitudes conciliares, es decir, vivir como si ya de
modo anticipado hubiesen sido convocadas a concilio; desde la vida
cotidiana y en las relaciones interconfesionales deberían mostrarse
capaces y dignas de esa llamada; este estilo conciliar tiene las si-
guientes características:
• valorar mucho la fraternidad haciendo constante referencia a
los otros y no actuando nunca solos, de modo aislado;
• ejercer el mismo estilo en el interior de cada iglesia para que
así resulte más creíble la práctica con las otras iglesias;
• ir construyendo la unidad en y desde la diversidad valorando
mucho la diversidad y variedad de los muchos sujetos eclesiales;
• sensibilidad para percibir los problemas emergentes en las va-
rias situaciones históricas y prontitud para cooperar en la búsqueda
común de soluciones.
3. Los inicios del ecumenismo en la Iglesia Católica
El avance del ecumenismo en la Iglesia Católica ha sido lento
pero decidido. Asumido como uno de los objetivos del Concilio Va-
ticano II, se ha convertido en una opción irreversible de la teología,
una de sus dimensiones fundamentales e irrenunciables. La proble-
mática ecuménica, como hemos ido señalando y como percibiremos
con mayor claridad, afecta de modo directo a la eclesiología.
Ante las primeras iniciativas en el mundo protestante, la reacción
católica fue negativa. En 1910 (Editae saepe Dei) Pío X hablaba de
los reformadores como de «hombres soberbios y rebeldes, enemigos
de la cruz de Cristo, de sentimientos terrenos cuyo Dios es el vien-
tre». Benedicto XV rechazó la invitación a participar en asambleas
ecuménicas y un decreto del Santo Oficio (4-7-1919) prohibió a los
130
P.II.
Creo en la Iglesia una
católicos participar en tales congresos. Pío XI enMortalium ánimos,
ante la asamblea de Fe y Constitución en Lausana, explícito la razón
de fondo: era rechazable una mentalidad «pancristiana» que suponía
que todas las iglesias eran iguales y por tanto que ninguna podía
pretender ser la verdadera.
Esta actitud, aparentemente tan negativa y desesperanzadora,
contribuyó sin embargo a introducir en el debate ecuménico la cues-
tión de la verdad y a tener en cuenta el sentido global y radical de la
unidad más allá de espejismos o de irenismos ingenuos.
No obstante, en el mismo mundo católico se iban abriendo cami-
nos nuevos. Cuando el ministro episcopaliano P. Watson inició en
1908 el octavario de oración por la unidad de los cristianos, dio ori-
gen a un proyecto que sería asumido y profundizado por los católi-
cos. Couturier situó el objetivo de la unidad en un contexto más
marcadamente eclesiológico: la oración debía aspirar a la unidad que
Cristo quiere para su Iglesia y por los medios que él quiere. Aún es
más relevante el hecho de que introdujera nuevas perspectivas ecle-
siológicas: la relación Cristo-Iglesia no debe ser vista desde un Cris-
to fundador y legislador de una Iglesia-sociedad, sino desde el Cristo
presente en la comunidad viviente; se debe superar la visión triunfa-
lista de la Iglesia que tiende a identificarse con el estadio final de la
salvación para recordar que la conversión forma parte constitutiva de
su itinerario histórico.
Paulatinamente se fueron sentando otros fermentos y experien-
cias ecuménicas directas: la fundación por L. Beauduin en 1926 del
monasterio de la unión en Chevetogne, las conversaciones de Mali-
nas promovidas por el cardenal Mercier, Lord Halifax y P. Portal, la
obra y el compromiso de Congar, la fundación de revistas como Iré-
nikon Q tetina...
Estas iniciativas de carácter privado no dejaron de tener repercu-
siones institucionales y oficiales. Ya en la década de los treinta se
permite la asistencia de católicos a las asambleas de Oxford y Edim-
burgo aún sin tomar parte activa en las decisiones. En 1950 se publi-
ca un monitum sobre el ecumenismo '' en el que, aun cuando se
mantienen las reservas y se reafirma la doctrina de la no participa-
ción en el movimiento ecuménico, se respira un aire nuevo: la Igle-
sia Católica confiesa que lo sigue con el mayor interés y que se une
en la plegaria, reconoce la acción del Espíritu y asume la propia
responsabilidad en la restauración de la unidad. La concepción do-
minante, a pesar de todo, seguía siendo la del «rebaño abierto»: la
Iglesia Católica se mostraba abierta a acoger a los disidentes que se
reintegraran en su seno.
AAS 42 (1950) 142-147.
C.8.
El ecumenismo, servicio a la unidad
131
Juan XXIII puede ser considerado el adalid de una nueva apertu-
ra y de un nuevo compromiso ecuménico. El 5-6-1960 instauró el
Secretariado para la Unión de los Cristianos, que tan decisivo papel
jugaría en el planteamiento de la doctrina conciliar a fin de evitar los
tonos polémicos en las cuestiones controvertidas. La preocupación
por la unidad de la Iglesia, pensando expresamente en los cristianos
separados, está presente tanto en la Constitución Apostólica por la
que se convoca el Concilio como en el discurso pronunciado en el
acto de inauguración solemne del Vaticano II. Este, aparte de las
referencias en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, dedicó al
ecumenismo el decreto Unitatis redintegratio. A partir de entonces
la cuestión ecuménica pasó a formar parte constante del Magisterio
oficial de la Iglesia Católica.
4. Principios católicos del ecumenismo
La Iglesia Católica intenta conjugar sin tensiones una doble po-
laridad: de un lado una decidida opción ecuménica, un compromiso
serio por la comprensión y la búsqueda de la unidad visible; de otro
lado la convicción de que en materia de fe el compromiso está en
contradicción con la verdad que es Dios mismo, cuando ello afecta a
la verdad sobre la Iglesia, su papel y su función; reconoce sin embar-
go, para que esa polaridad no se convierta en irreconciliable, que la
expresión de la verdad puede ser multiforme (UUS 18-20) y que se
da «un orden o "jerarquía" de verdades... puesto que es diversa su
conexión con el fundamento de la fe cristiana» (UR 11).
La valoración del estado de división y el compromiso en favor de
la reunificación son valorados desde los siguientes criterios (que no
deben atentar contra el reconocimiento de que la communio plena
subsiste históricamente en la Iglesia Católica):
1. La ruptura se sitúa en el interior de una unidad fundamental,
que se da en Cristo como don del Espíritu. En principio, la ruptura
no se produce con Cristo, sino entre las mismas iglesias. La fe trini-
taria, la justificación por la fe y el bautismo, la incorporación pro-
funda a la persona y misterio de Cristo son realidades básicas. Existe
por tanto un componente objetivo de comunión aunque sea implícita
(UUS 11,41).
2. Las heridas a la unidad se experimentan como una profunda
herida porque impiden una comunión plena y perfecta (UR 3). Aun-
que la unidad visible no es perfecta, se valora sin embargo como un
don inmenso de Dios lo que ya se ha conseguido. Como la manifes-
tación ante el mundo de esa plena unidad visible es una enorme res-
132
P.II.
Creo en la Iglesia
C.8.
una
ponsabilidad, se asume como fin último del Movimiento ecuménico
el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los bautizados
(UUS 77). Ese compromiso es un servicio al plan de Dios de llevar
a toda la humanidad a la salvación congregándola en un solo cuerpo
que es la Iglesia.
3. La unidad es un don de Dios que sólo puede ser regalada
como gracia; poco valen por tanto los esfuerzos humanos o los
acuerdos teológicos si no se apoyan en la oración y la conversión,
que son «el alma del movimiento ecuménico» (UR 8).
4. La unidad es un dato escatológico, que se abre como un fu-
turo al que la Iglesia tiende y aspira. Por ello debe reconocer la his-
toricidad de su propio ser y el carácter dinámico de sus formas his-
tóricas. Puede en consecuencia superar la figura jurídica en la que
durante muchos siglos ha venido expresando su identidad para reali-
zar una experiencia nueva de unidad: al ser comunión de iglesias
diversas y constituir la Iglesia misma una realidad compleja, la di-
versidad en el plano de las instituciones no impide en principio estar
en comunión en el Espíritu de Cristo.
5. La pertenencia a la Iglesia ha de ser comprendida de un
modo más matizado que el de la eclesiología preconciliar. La Mysti-
ci Corporis distinguía entre los «miembros» de la Iglesia (los fieles
católicos) y los «ordenados a ella» (todos los demás, sean o no bau-
tizados). El Vaticano II supera este esquema bipolar estableciendo
una clasificación triple: los católicos están plenamente incorporados
«en la sociedad de la Iglesia», los cristianos no católicos están uni-
dos «por muchas razones» con la Iglesia Católica, y los no bauti-
zados están ordenados al Pueblo de Dios (LG 14-16).
6. La Iglesia no puede dejar de reconocer, a la vez con alegría
y humildad, la fecundidad que el Espíritu muestra fuera de sus pro-
pias estructuras visibles. Él obra la variedad de gracias y ministerios
enriqueciendo a la Iglesia de Cristo «con variedad de dones» (UR 2).
Además en otras confesiones ciertos aspectos del misterio cristiano
se manifiestan con mayor eficacia (UUS 14). Ciertas estructuras de
unidad existentes antes de la división son un patrimonio de experien-
cia que puede señalar el camino hacia la unión (UUS 56).
7. La teología católica debe reconocer que más allá de sus fron-
teras visibles «no hay un vacío eclesial» (UUS 13) porque en la me-
dida en que en las otras confesiones cristianas hay elementos de ver-
dad y de santidad, «la única Iglesia de Cristo tiene en ellos una pre-
sencia operante» (UUS 11 y 13). Este reconocimiento nos abre a
una cuestión especialmente relevante desde el punto de vista ecle-
siológico.
El ecumenismo,
servicio a la unidad
133
5. Estatuto eclesiológico de las confesiones no católicas
El lenguaje oficial de la Iglesia llega a denominarlas iglesias. El
capítulo tercero de UR se titula «Las iglesias y las comunidades
eclesiales separadas de la Sede Apostólica Romana». Se reconoce
que no están carentes de significado e importancia en el misterio de
la salvación precisamente en cuanto colectividades. No se trata por
tanto simplemente de reconocer en ellas elementos de verdad o de
santidad, sino de valorarlas en cuanto complejos institucionales. La
intención del Vaticano II es clara: «Las comunidades que tienen su
origen en la separación que tuvo lugar en Occidente no son solamen-
te una suma o conjunto de individuos cristianos, sino que están cons-
tituidas de elementos sociales y eclesiásticos que han conservado de
nuestro patrimonio común y que les confieren un carácter verdade-
ramente eclesial. En esta comunidad está presente, aunque de modo
imperfecto, la única Iglesia de Cristo, de manera semejante a su pre-
sencia en las iglesias particulares y, por medio de sus elementos
eclesiales, la Iglesia de Cristo está de algún modo operando en
ellas» l2. Por tanto, también la unidad de la Iglesia Católica se hace
presente de modos varios en aquellas iglesias y comunidades que
han conservado numerosos elementos eclesiales aun no estando en
plena comunión con la Iglesia Católica.
El Concilio, sin embargo, es consciente de la variedad de situa-
ciones y por ello establece una distinción: aplica el término iglesia a
las comunidades eclesiales de la Ortodoxia, mientras lo evita para
referirse a las comunidades surgidas de la reforma protestante; a és-
tas las denomina confesiones o comunidades eclesiales n.
En los años posteriores el lenguaje oficial católico, en textos pa-
pales, llega a asumir la designación iglesias hermanas para referirse
a las iglesias ortodoxas e incluso a la anglicana 14. Puede ser consi-
derado como el método y modelo ofrecido para establecer la plena
comunión entre la Iglesia Católica y la ortodoxa. Se reconoce que
esas iglesias son iguales en dignidad, que todas tienen el mismo Pa-
dre y Señor, y que todas ellas (las ortodoxas y la Católica) provienen
de la misma comunidad, la Iglesia apostólica de Jerusalén, que es la
que con toda razón es llamada madre. La iglesia de Roma es la pri-
12
AS III/2, 335.
Y. CONGAR, Note sur les mots «confession», «église» et «communion»: Ir 23
(1966)386-405.
14
El patriarca Atenágoras usa la expresión en una carta al cardenal A. Bea del
12-4-1962 (cf. Tomos Agapis, ed.cit., 41). Pablo VI usa la expresión en el breve
Anno inneunte del 26-7-1967, y en intervenciones del 23-8-1973 y 25-10-1970 (refi-
riéndose a los anglicanos): Ins. XI, 796. Juan Pablo II también la ha asumido: cf. la
carta apostólica Euntes in mundum (25-1-1988) e Ins. VII/1,532 y XI/1,236.
13
134
PII
C8
Creo en la Iglesia una
mera, la que preside y posee la primacía, pero no es la madre
(UUS 56)
La expresión iglesias hermanas adquiere aún más relieve por el
hecho de que se trata de un uso lingüístico de ongen ortodoxo y por
los ortodoxos aplicado a las relaciones ecuménicas l5 Nos encontra-
mos por tanto ante un gesto de recepción por parte del Magisterio
católico A pesar de algunas matizaciones que se puedan estable-
cer 16, se levanta sobre una eclesiología eucarística que permite iden-
tificar un lazo objetivo entre la Iglesia ortodoxa y la Iglesia romana
Este reconocimiento del carácter eclesial de comunidades no ca-
tólicas ha ido acompañado de un reajuste en la propia autoconcien-
cia de la Iglesia Católica, tal como lo expresa LG 8 «Esta Iglesia,
constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste
en la Iglesia Católica gobernada por el sucesor de Pedro y por los
obispos en comunión con él Sin duda, fuera de su estructura visible
pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad
que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, empujan hacia la
unidad católica» UR 4, hablando del objetivo del movimiento ecu-
ménico, menciona «aquella unidad de una sola y única Iglesia que
Cristo concedió desde el principio a su Iglesia y que creemos que
subsiste indefectible en la Iglesia Católica»
Lo más significativo de estos textos radica en el término subsiste
que reemplaza al verbo es, a través del cual se indicaría de modo
más directo y exacto la adecuación o identidad entre Iglesia Católica
e Iglesia de Cristo Porque aquélla no agota de modo exhaustivo la
realización de esta, es por lo que se abre el espacio para reconocer el
carácter eclesial de otras realizaciones de la Iglesia fuera de la socie-
dad visible que es la Iglesia Católica
La nueva perspectiva abierta por el Vaticano II ha sido entendida
en ocasiones de modo tal que relativiza el papel de la Iglesia Católi-
ca sin dejar clara su exacta conexión con la Iglesia de Cristo, por lo
que el Magisterio postconcihar ha ido estableciendo algunas preci-
siones
15
Se debe observar que en UR 14 la expresión se aplica a las relaciones entre
las iglesias ortodoxas
6
A GARUTI, «Chiese sorelle» Realta e inlerrogativi Antón 71 (1996) 631-
686, señala dos objeciones fundamentales desde el punto de vista histórico surge en
polémica antirromana por parte de los patriarcas orientales porque Roma se presenta
como «mater et caput ommum ecclesiarum», desde el punto de vista teológico impli-
caría pensar que tras el Cisma la Iglesia de Cristo no subsiste en plenitud en ninguna
de las iglesias, como si la unidad se hubiera perdido, sena por ello rebajar la Iglesia
Católica a una iglesia particular La expresión «iglesias hermanas» valdría en todo
caso para designar la relación entre una iglesia particular católica (aun la romana) y
otra ortodoxa, pero no para ser aplicada a la Iglesia Católica en cuanto tal
El ecumenismo, servicio a la unidad
135
a) no se debe pensar que la auténtica Iglesia es una utopía, una
realidad futura que hay que buscar o construir entre todas las confe-
siones o iglesias actuales porque de hecho no se da actualmente en
ningún lugar 17,
b) la Iglesia integral no es un ideal, sino que existe ya en la
Iglesia Católica, la Iglesia de Cristo ha existido y continúa existien-
do, hasta el final de los tiempos y con todas sus propiedades y me-
dios de salvación, en la Iglesia Católica,
c) se da una sola subsistencia de la verdadera Iglesia, mientras
que fuera de ella no se dan más que «elementa Ecclesiae» 18,
d) subsistit acentúa una presencia sin solución de continuidad
desde los orígenes de la Iglesia de Cristo en la Iglesia Católica, el
Concilio de hecho rechazó la fórmula adest in porque podía enten-
derse como una presencia puntual o transitoria,
e) la Iglesia Católica vive de la convicción de ser la realización
de la Iglesia de Cristo y de que se da una continuidad también histónca
entre la Iglesia que el Cristo Resucitado dio a apacentar a Pedro y a los
otros apóstoles y la Iglesia que hasta hoy es gobernada por el sucesor
de Pedro y los otros apóstoles, por tanto la Iglesia querida por Cristo
como organismo visible continúa existiendo en la Iglesia Católica, a
pesar de que a lo largo de los siglos muchos elementos auténticamente
cristianos hayan acabado por encontrarse en las iglesias separadas
Pero para mantener el sentido que el Vaticano II imprimió a la
eclesiología en LG 8 tampoco se deben olvidar los datos siguientes
a) se introduce conscientemente una ligera matización a Mysti-
ci Corporis, que había establecido una absoluta identificación entre
la Iglesia Católica y el Cuerpo Místico de Cristo,
b) al sustituir «ella es» por «subsiste en» se indica con claridad
que no se debe entender en el sentido exclusivo indicado por «es»,
pues precisamente por ello es por lo que se modifican los esquemas
preparatorios e incluso las primeras redacciones de los textos presen-
tados en el aula conciliar,
c) los motivos de la modificación son de carácter ecuménico,
como lo muestran los debates en el aula y las relaciones de presen-
tación lo que se pretende es reconocer la relevancia eclesiológica de
las iglesias y comunidades eclesiales separadas en cuanto sujetos so-
ciales portadores de elementos de santificación y de verdad y por
ello como instrumentos de incorporación a Cristo,
d) la Iglesia Católica no se identifica en sentido absoluto con la
Iglesia de Cristo, porque lo que está fuera de ella puede tener rele-
17
18
Mystermm Eccleswe de la SCDF, AAS 64 (1973) 398
Cf la nota de la SCDF sobre el libro de L BOFF, Iglesia carisma y poder
AAS 77 (1985) 758-759
PII
136
Creo en la Iglesia
una
vancia eclesiológica en virtud de la acción del Espíritu que debe ser
atendida por la Iglesia Católica 19
A la luz de los principios católicos del ecumenismo y de la auto-
conciencia de la Iglesia Católica desde su relación con las otras igle-
sias se pueden establecer algunos criterios que hagan de la unidad
una categoría dinámica y abierta
1 La unidad nunca debe ocultar su dimensión trinitaria y esca-
tológica la koinonía a la que se aspira no es buscada por motivacio-
nes sociológicas, ni siquiera porque es buena para la Iglesia o para el
mundo, sino porque creemos en un Dios que es koinonía y que por
ello no pretende eliminar las diferencias de un modo excluyente
2 Por este componente trinitario y escatológico la unidad se
ofrece como un horizonte siempre por recorrer aun en una comu-
nión futura más intensa permanecerá la necesidad de una unidad y
de una reciprocidad más profunda, la unidad a que se aspira (cual-
quiera que sea el valor que se da a la propia iglesia) es a la vez ya
donada y aún no plenamente consumada en la historia 20
3 Sólo la eclesiología de comunión puede ofrecer vías de futu-
ro para que la unidad se exprese de modo visible La Iglesia Católica
de Jesucristo deberá ser pensada y vivida como una comunión a va-
nos niveles de plenitud y en grados diversos de densidad21 La ana-
logía con las iglesias particulares que utilizaba la Relatio de UR pue-
de ser muy iluminadora en este sentido Por el dinamismo de la com-
mumo ecclesiarum habrá que reivindicar sin embargo la necesidad
de los ministerios de unidad a nivel universal
4 Nunca resultará fácil determinar el grado de «sustancia de
Iglesia» que se realiza en cada comunidad no católica Hay que man-
tener siempre los criterios que impidan una igualación o una banah-
zación de las diferencias Carecer de la sucesión apostólica impide el
reconocimiento del carácter de Iglesia en sentido riguroso Incluso
respecto a los ortodoxos hay que señalar la laguna de no poseer una
idea orgánica de Iglesia porque carecen de una eclesiología suficien-
te de la Iglesia universal, por ello no pueden incluir el ministerio
petnno de unidad que forma parte de la plenitud católica 22
19
U BETTI, Chwsa di Cristo e Chwsa Cattohca Antón 61 (1986) 726-745
J ZIZIOULAS, La Chiesa come comunione II Regno 38 (1993) 531
F A SULLIVAN, «El significado y la importancia del Vaticano II de decir, a
proposito de la Iglesia de Cristo, no que "ella es", sino que "ella subsiste en" la
Iglesia Católica romana», en R LATOURELLE (ed), Vaticano II Balance y perspecti-
vas (Salamanca 1989) 607-616
22
Juan Pablo II decía en Ginebra al WCC el 12-6-1984 «A pesar de las mise-
rias morales esta convencida (la Iglesia Católica) de haber conservado, en la fide-
20
21
C 8
El ecumemsmo
servicio a la unidad
137
5 Pero aun en estos casos, a la luz de la importancia del bau-
tismo como fundamento de la unidad ya existente, se puede hablar
de un votum eucharistiae el bautismo tiende a la eucaristía, y ésta
actúa como polo de atracción de la realidad salvífica celebrada en el
bautismo Ello no debe sin embargo hacer caer en la impaciencia,
acelerando los plazos o anticipando apresuradamente la participa-
ción eucarística a nivel interconfesional La verdad de los datos ob-
jetivos de la estructura eclesial no debe ser ensombrecida por los
deseos subjetivos de acercamiento23
6 En todos aquellos que, a nivel individual o colectivo, se
abren al movimiento ecuménico y a la búsqueda de la unidad hay
que reconocer también un votum cathohcitatis valido y verdadero
en todas las iglesias se preparan y cultivan elementos que realizarán
de modo más pleno y darán un más variado contenido a la pleni-
tud católica que se expresará en la venida definitiva del Señor de la
Iglesia
lidad completa a la tradición apostólica y a la fe de los Padres, en el ministerio del
obispo de Roma, el polo visible y la garantía de la unidad» (Ins VII/1,1685-1686)
J M R TTLLARD, Le «votum euchartstiae» l eucharistie dans la rencontre
des chretiens Miscellanea litúrgica ín onore del card G Lercaro, II (Roma 1967)
34-352, B FORTE, O C , 243ss
TERCERA PARTE
CREO EN LA IGLESIA APOSTÓLICA
La Iglesia es apostólica en un triple sentido: porque fue edificada
y permanece edificada sobre el fundamento de los apóstoles; porque
guarda y transmite la enseñanza de los apóstoles; porque sigue sien-
do enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles gracias a aque-
llos que los suceden en su ministerio pastoral'.
Pero la apostolicidad no debe reducirse a la sucesión mecánica
de un individuo respecto a su predecesor. No basta la legitimidad
formal ni la afirmación de estructuras canónicas como un absoluto
incondicionado. Todo ello debe ser insertado en la realidad global de
transmisión dinámica que es la Iglesia misma. Apostolicidad, tradi-
ción, comunidad deben conjugarse porque todos participan en el
mandato apostólico de proclamar la buena noticia de Jesucristo al
mundo (AA 2; PO 2).
La apostolicidad debe incluir por tanto el testimonio evangélico
corresponsable, la edificación de la comunidad, la conservación de
la identidad eclesial en la diversidad de ministerios y de estados y
formas eclesiales, la participación compartida en las responsabilida-
des de la tarea común... a cuyo servicio se encuentra el carisma es-
pecífico de la sucesión apostólica.
CatIC 857.
CAPÍTULO IX
LA COMUNIDAD CRISTIANA
BIBLIOGRAFÍA
ANTÓN, A., La Iglesia comunidad, en Comunidad eclesial y Misiones:
XXIII Semana Española de Misionología (Burgos 1971) 41-93; AYMANS,
W., Das synodale Element in der Kirchenverfassung (Munich 1970); BORO-
BIO, D., Ministerio sacerdotal - Ministerios laicales (DDB, Bilbao 1982);
CONFERENCIA EPISCOPAL FRANCESA, ¿Todos responsables
en la Iglesia?
(Santander 1975); CONGAR, Y., Ministerios y comunión eclesial (Madrid
1973); CORECCO, E., Sinodalidad, Nuevo Diccionario de Teología (Pauli-
nas, Madrid); MALDONADO, L., La comunidad cristiana (Paulinas, Madrid
1992); PARENT, R., Una Iglesia de bautizados. Para una superación de la
oposición clérigos-laicos (Sal Terrae, Santander 1987); PIÉ, S., La sinoda-
litat eclesial (Barcelona 1993); RIGAL, J., Ministéres dans l'Eglise, au-
jourd'hui et demain (París 1980).
Hemos visto ya que la Iglesia existe a Trinitate, en cuanto arran-
ca de la iniciativa del Dios trinitario, y ex hominibus, en cuanto que
un grupo de hombres y mujeres responden positivamente a la acción
divina. Hemos indicado igualmente que la Iglesia existe en lo con-
creto, como sujeto histórico responsable y protagonista del misterio
de Dios y como prolongadora de la misión de Cristo en el Espíritu.
En este capítulo nos vamos a acercar a ese carácter concreto de
la realidad eclesial, como comunidad realmente existente en la que
deben articularse, de un lado, la participación subjetiva con la vincu-
lación objetiva a datos previos a la opción humana, y de otro lado la
propia concreción y responsabilidad con la tarea que deben desem-
peñar otros creyentes.
1. Reivindicación y ambigüedad de la comunidad
Comunidad se ha convertido en uno de los términos fundamenta-
les de la actual experiencia y renovación eclesial. Ha actuado como
un elemento de fuertes connotaciones simbólicas de cara a ofrecer
una alternativa a una concepción eclesial de carácter jurídico o insti-
tucional o a una experiencia eclesial caracterizada como anónima y
masificada. Comunidad parecía incluso el término más adecuado
para definir a la Iglesia y la meta a la que debía tender la transición
operada por la Iglesia Católica.
P.III.
144
Creo en la Iglesia apostólica
De modo más o menos consciente se producía prácticamente una
contraposición entre comunidad e Iglesia. La Iglesia realmente exis-
tente no merecía ser considerada una comunidad. Ahí radicaba una
de las fuentes más eficaces del malestar o de la desafección que
reinaba en determinados ambientes eclesiales. La actitud antiinstitu-
cional era otro de los aspectos del mismo problema. La recuperación
de la comunidad como categoría primera y central de la vida cristia-
na podría y debería anular de raíz tales fermentos desestabilizadores.
El Nuevo Testamento aporta algunos datos e indicios que condu-
cen en esa dirección y que legitiman la importancia de la comuni-
dad. Como punto de referencia paradigmático se encuentra el círculo
de discípulos más inmediatos de Jesús, pues su vida en común está
impregnada de su mensaje, de su persona, de la novedad que comu-
nica '; ese grupo de discípulos es precisamente el que se prolonga en
la Iglesia y el que debe ser tomado por ésta como modelo 2.
El cristianismo primitivo confirma la estructura comunitaria de
los primeros creyentes. Ya vimos que fue la casa su ámbito inicial 3 ,
lo que permitía hacer palpables la fraternidad y la cercanía en las
relaciones interpersonales. Al ser escasos en número, cada uno podía
ser conocido «por su nombre» 4 y establecer entre ellos relaciones
concretas de amistad 5. Hch 2,42-47 condensa el ideal en el que debe
inspirarse toda comunidad eclesial, pues realiza en la historia la co-
munión regalada por la Trinidad y se convierte en auténtico sacra-
mento de la novedad de vida cristiana.
Estos datos y esta exigencia son innegables. Pero deben ser valo-
rados adecuadamente para evitar comprensiones unilaterales del
principio-comunidad que lo establecen como palabra primera de la
Iglesia, pero sin los necesarios contrapesos. Mencionaremos tres po-
sibles absolutizaciones.
C.9. La comunidad cristiana
145
las distintas variedades del congregacionalismo 6, que ven la Iglesia
basada enteramente en la presencia viva de Cristo y por tanto en la
relación directa de la comunidad y de cada uno de sus miembros con
el Señor único de la comunidad. Por ello la única forma legítima de
Iglesia es la comunidad constituida por la decisión libre y responsa-
ble de sus miembros adultos. Esta comunidad de adultos, sujetos
libres y responsables, justifica la independencia radical de toda igle-
sia local, que es la única capaz de tomar decisiones sin condiciona-
mientos exteriores.
Una comunidad así entendida debe rechazar todo intermediario
entre el alma y Dios y toda pantalla entre la comunidad reunida en
acto y el Señor de la comunidad. Cada comunidad goza por tanto de
la competencia necesaria para elegirse sus ministros y para suscitar
la eucaristía que la constituye. Los ministerios propios de las iglesias
presbiterianas y episcopalianas introducen elementos extraños y dis-
torsionantes en la relación entre Cristo y sus miembros. Los sínodos
no valen más que en cuanto coordinan, pero no en cuanto ejerzan
una autoridad frente a o por encima de la comunidad. Si existen
servicios o funciones no deben éstos arrogarse una autoridad que no
pertenece más que a la comunidad.
Esta absolutización de la comunidad olvida dos datos fundamen-
tales de la objetividad cristiana: a) cada comunidad local eucarística,
como hemos visto, se encuentra inserta en una comunión de iglesias,
por lo que la autonomía pretendida atenta contra la significación
misma de la eucaristía que construye el Cuerpo de Cristo; b) no tiene
en cuenta, como expondremos, la existencia de unos ministerios que
significan y actualizan el señorío y la convocatoria de Cristo respec-
to a la comunidad (si bien, justo es reconocerlo, no como ejercicio
de dominio sino como servicio a la unidad).
a) La autonomía de la comunidad
Ya en Lutero se insinuaba la absolutización de la comunidad reu-
nida en un lugar cuando traducía ekklesía por comunidad; esta co-
munidad posee un valor prácticamente absoluto, ya que goza de total
autonomía y competencia. Las consecuencias han sido sacadas por
1
Cf. J. ROLOFF, Die Kirche im Neuen Testament (Gotinga 1993) 40-41.
A. DULLES, A Church to Believe In (Crossroads, Nueva York 1987) 7ss.
Además de los trabajos citados al hablar de la iglesia doméstica cf. H. J.
KLAUCK, Hausgemeinde und Hauskirche imfríihen Christentum (Stuttgart 1981).
4
El modo de actuar del buen pastor (Jn 10,3) debe reflejarse en la vida eclesial.
Esta actitud estaba valorada sumamente en el ámbito joaneo: «Te saludan los ami-
gos. Saludo a los amigos en particular» (3 Jn 12), es decir, personalmente.
5
H. J. KLAUCK, Kirche ais Freundesgemeinschaft?: MThZ 42 (1991) 1-13. No
se trata de una actitud exclusiva del mundo joaneo (cf. Jn 15,15): cf. Hch 27,3.
2
3
b) La comunidad frente a la institución
Desde otra perspectiva se puede absolutizar la comunidad frente
a la institución. La comunidad podría vivir al margen de la dinámica
institucional porque bastan las relaciones interpersonales y los servi-
cios que espontáneamente aportan determinados miembros para el
servicio comunitario. El carisma en consecuencia puede sustituir a la
institución. La libertad de este modo no caería en el entramado del
poder y el amor mutuo no quedaría adulterado por las estructuras
objetivantes de la institución.
6
Sus teóricos BROWNE y BARROW se apoyaban directamente en Mt 18,15-18. Las
posturas de BARTH pueden entenderse en el mismo sentido.
146
PIII
Creo en la Iglesia
apostólica
En este planteamiento se vive o se cae en posturas irreales y
utópicas que solicitan a la comunidad mas de lo que ésta puede dar
Sólo en el ambiente romántico de contraposición comunidad-socie-
dad puede pensarse en la comunidad como una agregación de cre-
yentes opuesta a la institución Resulta un sueño pensar en una rea-
lidad libre de toda contaminación jurídica o institucional 7 No se da
relieve suficiente a la exigencia antropológica de institucionalizarse,
precisamente porque vive en una historia contingente y en una expe-
riencia precaria Finalmente no se debe olvidar que hay comunida-
des a las que no se pertenece por medio de una opción libre, como
es el caso de la familia (la cual, por otra parte, no puede carecer de
un componente institucional)
c) La comunidad como reino de la subjetividad
La comunidad es soñada en ocasiones como ámbito en el que las
propias necesidades de verse reconocido, querido y apreciado se ha-
cen realidad y experiencia concreta La comunión que constituye la
Iglesia se hace palpable como comunidad El dato sicológico y so-
ciológico son criterio decisivo y discernidor de la autenticidad ecle-
sial La validez de la propia experiencia comunitaria determina el
reconocimiento que se otorga a la realidad eclesial Esta lógica,
como indicábamos, subyace en ocasiones a las ilusiones (y a las
frustraciones) que alientan a las comunidades eclesiales de base y a
los nuevos movimientos El gran peligro latente procede de la ten-
dencia a condenar la experiencia eclesial concreta y real desde los
ideales incumplidos y desde las expectativas inconsumadas
Frente a esta tendencia hay que advertir que lo comunitario no se
debe agotar en la experiencia subjetiva de satisfacción de las caren-
cias o necesidades subjetivas La comunidad cristiana no se funda-
menta en las necesidades humanas, sino en el don de Dios Y es el
don de Dios el que puede permitir experiencias salvíficas y la supe-
ración de las divisiones humanas, pero desde dentro de las realidades
humanas y de las contingencias históricas Resulta ingenuo apelar de
modo acrítico a la comunidad de discípulos en torno a Jesús o a la
comunidad reunida en Jerusalén El Nuevo Testamento no oculta las
limitaciones humanas de los discípulos inmediatos de Jesús ni las
tensiones y los conflictos que surcan el relato lucano de Hechos de
los apóstoles Juzgar la realidad desde el ideal puede servir de crite-
rio iluminador para los comportamientos humanos y abrir por esa
vía posibilidades nuevas Pero puede convertirse en la actitud más
inhumana cuando se convierte en condena de principio sobre la exis-
7
S DIANICH, Eccleswlogia, e d c i t , 175ss
C 9
La comunidad
cristiana
147
tencia real Sería otra manifestación diversa de la tendencia a con-
vertir la Iglesia en una comunidad de puros y de santos
Frente a estos peligros de absolutizar la idea de comunidad hay
que afirmar la necesidad de situarla en su justo lugar no es palabra
pnmera en el lenguaje cristiano y debe ser siempre equilibrada desde
la anterioridad de un dato objetivo primario El Nuevo Testamento
no designa comunidad a la ekklesía Más aún reconduce a la ekkle-
sía todas las formas de configuración cristiana El elemento radical
es la convocatoria de Dios, en virtud de la cual se origina la comu-
nidad congregada para la misión 8 Por eso podemos decir que, aun-
que parezca paradójico, sobre la idea de comunidad se ha cargado
más peso del que puede llevar y que, por otro lado, es demasiado
modesta para expresar la riqueza de gracia que se da en la ekklesía 9
La Iglesia puede y debe poseer comunidades concretas y diver-
sas De modo mas preciso, deberíamos decir que la Iglesia en lo
concreto debe tener una forma comunitaria, en la que fraternidad y
amistad aparezcan como sacramento de la comunión y como signo
de la salvación Pero nunca se deben olvidar el componente dramá-
tico de la historia de la libertad (y del pecado) y las tensiones que
surgen de la integración de las diversidades y de las diferencias
La Iglesia-comunidad debe equilibrar permanentemente el aspec-
to subjetivo y el aspecto objetivo la salvación que experimenta el
creyente, su protagonismo en el proceso de la fe y de la justificación,
y su vinculación a la Palabra, al sacramento y al testimonio público
de la fe , 0 Sólo así podrá ser comunidad eclesial o Iglesia comunita-
ria desde la común base bautismal se origina la diversificación ca-
nsmática y ministerial que debe ser vivida sinodalmente
8
Al hablar de la ekklesía señalábamos que la asamblea se reuma porque había
sido convocada, y al hablar de la comunión indicábamos la prioridad de la iniciativa
divina, sena por tanto un nesgo plantear la eclesiologia desde las necesidades huma-
nas, lo cual no significa en absoluto que estas sean irrelevantes, sino que no pueden
autonomizarse respecto al dato teológico «previo»
9
10
S DIANICH, o c , 57ss, 183, 212
W KASPER, Elemente einer Theologie der Gemeinde Lebendige Seelsorge 27
(1976) 289-298, dice en p 2 9 7 «Comunidad es el grupo que, en un determinado
lugar o dentro de un circulo de personas, esta unido por la Palabra, el sacramento y
el servicio evangélico y que, en comunión con la Iglesia Universal, cree en Jesucnsto
y da testimonio publico de su fe» Cf K LEHMANN, Was ist eme christhche Gemein
de Commumo 1 (1972) 481 497 y D BOROBIO, «La comunidad cristiana misteno y
misión», en CONSEJO NACIONAL DE MISIONES, Comunidad misionera (Madrid 1985)
7-45
148
P.III.
Creo en la Iglesia apostólica
2. La comunidad bautismal: la iniciación cristiana
La comunidad cristiana tiene su fundamento en el bautismo. Para
comprender en toda su hondura la dimensión bautismal de la comu-
nidad cristiana debe superarse una comprensión del bautismo referi-
do a la salvación del individuo para situarlo en una perspectiva más
amplia: insertado en el proceso de iniciación cristiana y en la lógica
de la historia de la salvación en la que Dios encuentra a los hombres;
desde esta doble coordenada se puede captar la relevancia eclesioló-
gica del bautismo (o, mejor, de los sacramentos de la iniciación
cristiana).
a) La iniciación cristiana
El bautismo no debe ser comprendido como momento puntual y
aislado, sino como un paso del proceso de iniciación cristiana, que
abarca también la confirmación y la eucaristía. La categoría inicia-
ción cristiana, redescubierta por la liturgia y la teología a lo largo de
este siglo, se encuentra ya presente en los textos del Vaticano II (SC
65, PO 2, sobre todo AG 14) y ha influido notablemente los rituales
litúrgicos recientes.
La iniciación es una categoría presente en todas las religiones. La
peculiaridad de la iniciación cristiana arranca del carácter específico
de la revelación bíblica: narra una historia en la que Dios encuentra
al hombre para entablar un diálogo personal y libre de cara precisa-
mente a comprometerlo en el designio salvífico que tiende a la feli-
cidad de cada hombre y de todos los hombres; en la alianza que así
se establece el hombre no entra por mera pertenencia étnica, sino por
la opción libre que se concreta en la conversión y en la fe.
En esa historia hay un acontecimiento central, el misterio pas-
cual, el «único acontecimiento de la historia que no pasa» ", que da
sentido al decurso anterior y que establece la reconciliación definiti-
va de Dios con los hombres. Como acontecimiento estructurante de
la historia de la salvación es a la vez evento fundador sobre el que se
levanta la Iglesia, como ya hemos estudiado. Como evento fundador,
ese acontecimiento no puede dejar de ser recordado y celebrado, he-
cho memorial. Al igual que el pueblo de Israel no podía dejar de
celebrar el aniversario de la Pascua, porque mantenía la identidad
alcanzada en el Sinaí y porque incorporaba a los nuevos miembros
en la misma lógica histórica, del mismo modo la Iglesia realiza el
CatIC n.1055. En esta exposición se sigue fundamentalmente la perspectiva
presentada por E. BUENO, La iniciación cristiana hoy y aquí, en Iglesia en Castilla,
La iniciación cristiana hoy y aquí, XV Encuentro de Arciprestes (Burgos 1995)
33-66.
C.9. La comunidad cristiana
149
memorial de la Pascua del Señor. Mediante esa celebración agrade-
cida y agraciante, y sobre la base de la fidelidad de Dios a su com-
promiso histórico, la Iglesia mantiene su propia identidad, ratifica el
horizonte de su misión y sirve de mediadora para que los nuevos
miembros se inserten como protagonistas del misterio de Dios que
se desvela en favor de los hombres.
De cara al individuo singular no se trata de un mecanismo bioló-
gico ni de un fenómeno natural. Es cuestión de gracia y de libertad,
y por eso se trata de un proceso histórico y de un diálogo personal.
El cristiano no nace, se hace, se va haciendo. La maravilla novedosa
de lo cristiano, de la fe, no pertenece sin más a lo natural, a lo obvio.
La conversión, el caminar en una nueva vida, implica un devenir.
Ese proceso va marcado por el ritmo ritual y celebrativo que actua-
liza los diversos aspectos del misterio pascual en el que son protago-
nistas el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
b) El bautismo, la puerta de los sacramentos y de la vida
cristiana
El bautismo inicia a toda la historia de la salvación y es por
ello la puerta de los sacramentos, el ingreso en los misterios de la
Iglesia, la base de la vida cristiana y eclesial, el que establece la
participación común de todos los creyentes en los bienes salvífi-
cos. Es la actualización del «bautismo» de Jesús en el Calvario,
donde quedó bautizada la humanidad toda, y que a través de los
siglos se hace presente a todos los que confiesan a Jesús como el
Hijo enviado del Padre. El bautizado queda constituido como hijo
del Padre por participación en la filiación del Hijo en el Espíritu.
De este modo queda insertado en el dinamismo histórico de la mis-
ma Trinidad.
Por ser la Pascua el acto escatológico del Dios trinitario y por ser
la victoria definitiva del Hijo, el bautizado vive en Cristo y por ello
es criatura nueva. Lo viejo ha pasado y se hace posible la participa-
ción en lo definitivo por el poder del Espíritu. El bautismo es por
ello un acto escatológico que constituye al hombre en la novedad de
lo imperecedero (2 Cor 6,4.6; 2 Pe 2,2).
En base a lo dicho, es decir, por el componente trinitario, cristo-
lógico y escatológico, el bautismo posee un componente esencial
eclesiológico y de eclesiogénesis:
a) la Iglesia es esencialmente bautismal, la continuamente bau-
tizada, porque brota continuamente como convertida y perdonada de
las aguas del bautismo: «La Iglesia que confiesa sus pecados recibe
P.III.
150
Creo en la Iglesia apostólica
el baño» 12; la Iglesia, obra de la gracia, vive esencialmente de la
iniciativa salvífíca de Dios;
b) la Iglesia en el acontecimiento bautismal se realiza como
madre porque va engendrando continuamente hijos concebidos por
el Espíritu 13; de su seno virginal reciben la vida nueva los que han
sido convertidos por la predicación y el testimonio;
c) la Iglesia se va edificando y construyendo permanentemente
en virtud de la aportación que sus nuevos miembros reciben del Es-
píritu a fin de que vaya creciendo el Cuerpo de Cristo 14;
d) el bautizado pasa de una existencia individual a ser auténti-
camente persona; el nacimiento biológico individualiza en cuanto
aporta una identidad biológica; el nuevo nacimiento, el morir y resu-
citar con Cristo, desindividualiza porque comunica una identidad co-
munional, en la que se es verdaderamente persona, ser-con-otros, en
la que se recibe el nombre que Dios concede al hombre l5;
e) el bautismo identifica a la Iglesia porque es elemento discer-
nidor de lo genuinamente cristiano, porque separa lo viejo de lo nue-
vo, la luz de las tinieblas, porque establece la alternativa a la caduci-
dad de este mundo; gracias al bautismo queda patente que ser cris-
tiano no es algo que debe darse por supuesto, sino resultado de la
opción libre y de la conversión; el bautismo señala el horizonte de
la misión y de la novedad que la Iglesia actualiza en esta historia;
j) como el bautismo no es una acción mágica o mecánica, sino
conclusión de un devenir y momento de un proceso, hace a la Iglesia
constitutivamente catecumenal: porque como comunidad concreta
debe acompañar a los nuevos miembros que se preparan para la nue-
va vida y debe seguir acompañándolos en su progresiva inserción en
los misterios y en la misión de la Iglesia; la Iglesia que invita a la
conversión en virtud de la palabra y del testimonio se siente implica-
da en todo el proceso en virtud del cual el catecúmeno accede a la
perfección del hombre nuevo en Cristo.
c) El sacerdocio común
La inserción del bautizado en el seno de la Iglesia le constituye
en sacerdote. El bautismo da origen a un pueblo de sacerdotes y hace
12
HIPÓLITO, In Danielem I,XVI (Sources chrétiennes 14,85).
S. AGUSTÍN, De bap contra Donatistas 1,10,14 (PL 43,117): «ex eisdem sacra-
mentis tamquam ex viri sui semine».
14
La doctrina sobre el Cuerpo de Cristo y del señorío del Señor Resucitado
encuentra aquí su plena validez. El bautismo se realizaba inicialmente «en el nombre
del Señor Jesús». Todavia Hermas en Sim VIII,6,4 recuerda a los cristianos «el nom-
bre» que «se invocó sobre ellos». Cf. G. BARTH, El bautismo en el tiempo del cristia-
nismo primitivo (Salamanca 1986).
15
J. ZIZIOULAS, La verdad como comunión: SelTeol 18 (1979) 251-271.
13
C.9. La comunidad cristiana
151
a la Iglesia sacerdotal. En ese sacerdocio se condensa la identidad y
la misión de la Iglesia, especialmente en unas circunstancias históri-
cas y sociales en las que resulta necesario perfilar y expresar la no-
vedad que la Iglesia regala en medio de los pueblos del mundo.
La doctrina sobre el sacerdocio común es profundamente tradicio-
nal 16, pero quedó oscurecida a medida que el sacerdocio ministerial
fue adquiriendo un mayor relieve o protagonismo eclesial configuran-
do una Iglesia marcadamente clerical; sobre todo después de Trente
esta dinámica se acentuó por la polémica frente a Lutero 17, que cues-
tionó la especificidad del ministerio de los obispos y los presbíteros 18.
La doctrina sobre el sacerdocio común se conservó, pero fue sometido
a una reinterpretación espiritual o metafórica, desde el supuesto que
reconocía al ministerio ordenado el sacerdocio auténticamente real.
En nuestro siglo se ha producido un redescubrimiento del sacer-
docio común de los fieles. El movimiento litúrgico abrió el camino,
Pío XII lo recogió en la Mediator Dei (1947) y el Vaticano II lo
sancionó en LG 10: «Cristo el Señor, Pontífice tomado de entre los
hombres (cf. Heb 5,1-5), ha hecho del nuevo pueblo un reino de
sacerdotes para Dios, su Padre (cf. Ap 1,6; cf. 5,9-10). Los bautiza-
dos, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu
Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo
para que ofrezcan a través de las obras propias del cristiano sacrifi-
cios espirituales y anuncien las maravillas del que los llamó de las
tinieblas a su luz admirable (1 Pe 2,4-10). Por tanto, todos los discí-
pulos de Cristo, en oración continua y en alabanza a Dios (cf. Hch
2,42-47), han de ofrecerse a sí mismos como sacrificio vivo, santo y
agradable a Dios (cf. Rom 12,1). Deben dar testimonio de Cristo en
todas partes y han de dar razón de su esperanza de la vida eterna a
quienes se la pidan (cf. 1 Pe 3,15)» 19.
En este texto conciliar encontramos las bases neotestamentarias que
permiten entender en su hondo sentido el sacerdocio común. Comenta-
remos de modo más explícito algunos aspectos más significativos.
Es importante observar que el Nuevo Testamento no aplica la
terminología sacerdotal a personas determinadas que desempeñen un
16
Como botón de muestra sirvan estas palabras de Próspero de Aquitania: «To-
tus populus christianus sacerdotalis est»: Psalm. Expos. 131 (PL 51,381).
17
En Lutero la centralidad del bautismo repercute en la banalización del sacra-
mento del orden: «El que surgió del bautismo puede gloriarse ya de haber sido con-
sagrado como sacerdote, obispo y papa»: WA 6,48.
18
Efectos semejantes provoca la centralidad de la predicación de la Palabra:
«Quien enseña el evangelio es ya papa y sucesor de Pedro, quien no lo enseña es
Judas, traidor de Cristo» (WA 7,721).
19
H. HOLSTEIN, Hiérarchie et Peuple de Dieu d'aprés LG (Beauchesne, París
1970); A. ELBERTI, II sacerdozio regale deifedeli neiprodromi del Concilio Ecumé-
nico Vaticano II (1903-1962) (Roma 1989).
152
P111
Creo en la Iglesia
apostólica
ministerio concreto, sino únicamente a Cristo y al conjunto del pue-
blo cristiano, a la comunidad eclesial, precisamente por el bautismo
(cf Ap 1,6, 1 Pe 2,4-10) que hace partícipes del sacerdocio de Cris-
to El Nuevo Testamento en consecuencia destaca la idea de pueblo
sacerdotal
Lo que constituye al pueblo cristiano como sacerdotal es la re-
cepción de la herencia del pueblo antiguo, es decir, las promesas
esperadas se han hecho realidad en Cristo y, por participación, en el
bautismo de los cristianos La comunidad eclesial es el Meros de
Dios precisamente porque ha recibido los dones escatologicos pro-
metidos (cf Hch 26,18, Col 1,12, 3,23-24, Ef 1,18) Al ser kleros la
comunidad asume la misión que implica
Una mirada al Antiguo Testamento puede enriquecer la perspec-
tiva El verbo nahal y el sustantivo nahala (que ya los LXX traducen
por kleronomein y klerós) designan una experiencia humana funda-
mental recibir una propiedad sin procedimiento de adquisición,
aplicada al ámbito religioso se convierte en experiencia radical y
fundante la tierra prometida ha sido recibida como don (nunca se
habla de «conquista»), como regalo de Dios (Dt 4,21 28, 12,9, 15,4,
19,10, 24,4, Núm 26,52-56, 33,50-34,19) La herencia, la promesa,
lo que toca en suerte, es en consecuencia regalo de Yahve 20
Otra perspectiva semántica, pero dentro del mismo presupuesto,
abre la designación de Israel como herencia de Yahve (Dt 9,26,
32,9, Sal 28,9, 33,12) o propiedad suya, por lo que Israel ha quedado
reservado a Yahvé Esta elección, como sabemos, es puramente gra-
tuita y comporta una misión Eso es lo que constituye el sacerdocio
de Israel
El Nuevo Testamento recoge esta tradición doble De un lado los
dones de salvación ofrecidos por Jesús en el Espíritu son la herencia
recibida ser uno con él (Gal 3,28-29, Rom 8,15-17), la gracia (1 Pe
3,7), el Reino de Dios (1 Cor 6,9, 15,50, Mt 25,34), la vida eterna
(Mt 19,29, Tit 3,7) De otro lado, y como consecuencia de lo ante-
rior, la constitución como nuevo Pueblo de Dios con la tarea media-
dora y testimonial, el qehal es la asamblea del pueblo que en el
conjunto de su existencia debe desempeñar la función sacerdotal en-
tre los pueblos
1 Pe 2,4-10 sintetiza este elemento fundamental de la autocon-
ciencia eclesial21 Pone de relieve la condición privilegiada de los
20
F DREYFUS, Le theme de l heritage dans l Ancien Testament RSPhTh 42
(1958) 3-49, P IOVINO, La formula BoiG&lOV í e p á l E l i u a in 1 Pt 2 9 Ho Theolo-
gos 1 (1994) 5-24, K R SNODGRASS, / Peter 2 1-10 its Formation and Literary
Afflmties NTS 24 (1977-78) 97-106
21
J H ELLIOTT, The Elect and the Holy an Exegetical Examination of 1 Pe
2 4-10 and the Phrase basdewn hierateuma (Leyden 1966) 183 y 224
C 9
La comunidad
cristiana
153
creyentes que han sido constituidos como basileion teráteuma (v 9)
sacerdocio real o reino sacerdotal, el doble concepto se enriquece y
complementa
a) en cuanto reino designa el ámbito privilegiado en el que el
rey Yahvé ejerce su realeza o, en perspectiva cristiana, en que acon-
tece la soberanía del Señor y Mesías Jesús, esa soberanía, como ya
vimos, no se ejerce sólo sobre la Iglesia sino con la Iglesia, que
queda asociada a la función sotenologica y señorial de su Cabeza,
b) en cuanto sacerdocio proclama las maravillas de Dios desde
la experiencia cotidiana, pues la vida creyente es el único culto agra-
dable a Dios (cf Rom 12,1, Ap 1,6, 5,10, 20,6, Heb 3,6), el sacer-
docio de 1 Pe (en la linea del indicado por Ex) no es el de la institu-
ción levítica, centrada en el culto y la liturgia, sino el de la existencia
entera como el sacerdocio de Cristo es el del dinamismo de su filia-
ción propia y única que, desde la encarnación hasta la resurrección,
vincula y une las orillas de lo humano y lo divino en virtud de su
acto de entrega y de reconciliación, del mismo modo el sacerdocio
cristiano vive del mismo dinamismo en orden a la tarea de reconci-
liación entre los hombres y entre los hombres y Dios 22
Este sacerdocio común, como veremos en su momento, no hace
inútil o innecesario el sacerdocio ministerial Pero deja claro que el
sacerdocio ministerial ha de ser ejercido «para bien de sus herma-
nos» (LG 13), es decir, para el desarrollo del sacerdocio común, que
es lo mismo que decir para el servicio de la misión de la Iglesia De
cara a que esta misión se pueda desarrollar de modo más significati-
vo se ha de producir una diversificación de lo que es común En esa
dinámica se puede captar la identidad del sacramento de la confir-
mación y el sentido de los cansmas
d) La confirmación, sacramento de la misión pentecostal23
Para la teología clásica la confirmación ha resultado un sacra-
mento incómodo, ya que, a la hora de precisar su sacramentahdad,
se planteaba una doble aporía como callejón sin salida si ya el bau-
tismo confiere el Espíritu Santo, ¿,que añade la confirmación*? Si el
bautismo es el sacramento necesario para la salvación, ¿no queda la
confirmación reducida a un rito secundario y prescindible^ Para en-
contrar una solución y dar contenido al sacramento se han elaborado
22
G CHANTRAINE, Synodahte expresuon du sacerdoce commun et du sacerdoce
ministeneP NRT 113 (1991) 340-362
23
Este planteamiento es prolongación del que hemos desarrollado en E BUENO,
Bautismo y confirmación (Burgos s f) 347-350, 365-366, 378-382
154
P.III.
Creo en la Iglesia apostólica
numerosas teorías que a veces han conducido a una penosa instru-
mentalización del sacramento. No puede ser objetivo nuestro dete-
nernos en estos intentos, sino ofrecer otra perspectiva que evite se-
mejantes riesgos.
La confirmación puede mostrar su identidad como momento in-
terno al gran sacramento de la iniciación cristiana que, debido a cir-
cunstancias históricas, se independizó ritualmente. Esta autonomiza-
ción celebrativa no se debió sin embargo a motivos arbitrarios o me-
ramente pragmáticos, sino a la exigencia de motivos teológicos: para
que quedara claramente expresada la acción del Espíritu en el miste-
rio pascual y la «consumación» o «perfección» del bautismo como
inserción en la Iglesia. Estos dos aspectos permiten profundizar en el
devenir cristiano y en la identidad y misión de la comunidad eclesial
en su constitución y desarrollo.
La acción del Espíritu en el misterio pascual se manifiesta es-
plendorosamente en el acontecimiento de Pentecostés, cuya relevan-
cia eclesiológica ya hemos constatado. Al ser evento fundador y es-
tructurante de la historia de la salvación está abocado, por la lógica
de la encarnación y de la alianza, a ser celebrado permanentemente
por parte de la Iglesia. De este modo la Iglesia es esencialmente
pentecostal (enviada por el Espíritu en medio de los pueblos), e
igualmente debe mediar el mismo acontecimiento a todos los bauti-
zados que están llamados a ser protagonistas y responsables de esa
misma misión pentecostal.
Como supo leer la sensibilidad de los Padres, la unción que reci-
bió Jesús en el Jordán (Hch 10,38) encuentra su paralelo en la un-
ción que recibe la Iglesia en Jerusalén (Hch 2) y su actualización en
la crismación del confirmado.
Ello significa para el cristiano una más radical inserción eclesial,
que es expresada en la presencia del obispo como ministro originario
del sacramento; esa radicalidad del compromiso eclesial consiste
fundamentalmente en la recepción de los dones y la fuerza que el
Espíritu otorga para el testimonio, para el cumplimiento de la misión
abierta en Pentecostés. Por eso el sacramento de la confirmación es
el momento de la diversificación de la vocación cristiana. Si el bau-
tismo es el momento de lo común, del sacerdocio compartido por
todos, la unción sella el despliegue del envío en función de las gra-
cias que el Espíritu otorga y de las necesidades históricas que la
misión de la Iglesia debe afrontar. Desde estos presupuestos adquie-
re todo su sentido el papel de los carismas y de los ministerios en la
vida de la comunidad cristiana.
C.9. La comunidad cristiana
155
3. Carismas y ministerios en la Iglesia
Carisma y ministerio son dos conceptos que deben ser estudiados
en íntima conexión, ya que se encuentran unidos por una peculiar
dialéctica que es la vida misma de la comunidad en su experiencia
histórica concreta. Comenzaremos presentando el carisma porque
designa de modo más directo la iniciativa divina y porque es el pre-
supuesto para la configuración de los ministerios.
a) Los carismas en el dinamismo de la Iglesia
En el griego común, carisma designa un regalo, es decir, un don
otorgado gratis, por pura benevolencia; en su sentido originario ca-
recía de connotaciones religiosas. En el lenguaje cristiano se aplica a
dones regalados por Dios, pero su significado es muy amplio: los
Padres hablan con normalidad de los «charismata» de la creación, y
bajo la misma designación incluyen a veces el bautismo, la euca-
ristía, el premio eterno e incluso el Espíritu Santo. Posteriormente la
reflexión sobre los carismas ha experimentado un desarrollo que no
ha sido ni lineal ni unitario.
Para situar adecuadamente el sentido del carisma deben ser
evitadas tres concepciones que distorsionan los datos neotesta-
mentarios:
a) En ocasiones se ha privilegiado una concepción del carisma
como fenómeno extraordinario y llamativo; era fácil a partir de este
presupuesto limitar su existencia a los momentos iniciales de la Igle-
sia, cuando resultaban más necesarios para su consolidación, o a cir-
cunstancias especiales de su historia.
b) Por el otro extremo se le identifica con las capacidades natu-
rales del hombre o con su esfuerzo ético en favor de determinados
valores; esta concepción está favorecida porque es la que domina en
el lenguaje profano y cotidiano.
c) Más recientemente se ha impuesto en algunos sectores la
comprensión del carisma como un don alternativo o contrapuesto al
ministerio, como una gracia que no sólo no puede ser controlada por
la institución, sino que se contrapone a ella como instancia crítica.
El Nuevo Testamento, especialmente la literatura paulina (donde
aparece el término en 16 ocasiones de 17 que recoge el Nuevo Tes-
tamento), no ofrece una noción precisa de carisma ni un uso técnico.
Puede designar la vida eterna (Rom 6,23) o el mismo Espíritu como
don por excelencia (Rom 5,5; 8,15-16), pero también el apostolado,
el don de la profecía, la sabiduría, la capacidad para enseñar... San
Pablo ofrece cuatro elencos básicos (Rom 12,6-8; 1 Cor 12,7-11;
PIII
156
Creo en la Iglesia
apostólica
12,28-30, Ef 4,11-12) que incluyen tanto ministerios instituidos
como gracias ocasionales, tanto fenómenos extraordinarios como
dones ordinarios y cotidianos
Del análisis de los datos neotestamentanos, a la luz de la doctrina
y del uso eclesial actual, se pueden establecer las siguientes convic-
ciones básicas
1 Salvo en 1 Cor 12,4 9, el donador de los cansinas es Dios,
no directamente el Espíritu Santo Paulatinamente han sido vincula-
dos mas directamente al Espíritu Santo Este desplazamiento resulta
fácil y evidente Sobre el trasfondo de las promesas escatologicas
(Jl 3,íss, Ez 36,26ss, Is 11,2) aparece el Espíritu como el contenido
principal de lo que Dios puede otorgar Si el Espíritu es el exceso o
desbordamiento de Dios, este ha de manifestarse en un abanico de
expresiones A la luz del misterio pascual y de la salvación conse-
guida por Cristo, la misma gracia de Cristo debe expresarse en todas
sus dimensiones Como sabemos, la actualización del don y del se-
ñorío de Cristo se realiza por la acción del Espíritu En consecuencia
resulta lógica la atribución al Espíritu de la distribución de los caris-
mas Y por la misma lógica hay que concluir que la dimensión cris-
tologica y la neumatologica se relacionan de modo coherente y ar-
monioso
2 Los carismas son un dato universal y cotidiano en la expe-
riencia cristiana individual y comunitaria Pueden ser extraordina-
rios, pero de modo mayontario se trata de dones normales y senci-
llos Este el el sentido actual en la teología y en el Magisterio (LG
12) Es muy significativo que Pablo resalta la importancia de la ca-
ndad (1 Cor 13) precisamente tras la enumeración de los cansmas
El mismo eco resuena en las palabras de san Agustín «Muchos do-
nes son dados para ser manifestados, pero quizas tu no tengas ningu-
no de estos dones de que he hablado (sabiduría, ciencia ) Si amas,
no estas privado de ellos, si en efecto amas la unidad, cualquiera que
tenga un don particular lo tiene también en favor tuyo»24
3 El carisma es un don indisponible, espontaneo, desbordante,
que irrumpe de modo sorprendente y repentino, siendo indeducible
de los presupuestos naturales Son ciertamente capacitaciones subje-
tivas para actuar, de cara a ello integran la base humana, pero lo
cansmatico es la fuerza que viene de Dios y purifica la naturaleza
elevándola, de modo que desde el centro del ser del hombre conduce
sus potencialidades hacia una perspectiva supenor
4 El cansma es un fenómeno esencial de eclesiogenesis, ya
que tiende a la edificación de la comunidad eclesial (1 Cor 12,4-11,
24
S AGUSTÍN, In lo 32,8 (PL 35,1646)
C 9
La comunidad
cristiana
157
Ef 4,11-13) Es significativo que los contextos en que Pablo habla
del tema se refiere al Cuerpo de Cristo (Rom 12 y 1 Cor 12), a la
corporeizacion de la salvación 1 Pe 4,10 debe servir como criterio
fundamental «El don que cada uno haya recibido póngalo al servi-
cio de los otros» La enumeración de cansmas que Pablo presenta
abarca la variedad de campos útiles a la vida eclesial servicio, ense-
ñanza, exhortación, obras de misericordia, palabras de sabiduría, don
de curaciones, discernimiento de espintus El cansma por tanto
nunca es propiedad personal En consecuencia debe ser sometido al
discernimiento desde la conformidad con la norma de la fe apostóli-
ca y desde el orden y la disciplina de la comunidad (1 Cor 14)
5 La edificación de la comunidad desde la variedad de cans-
mas tiende en ultimo termino a la tarea de la evangehzacion, a la
salvación de todos, al ejercicio del sacerdocio común, a la consecu-
ción del pleroma, al desanollo del misterio de Dios Por ello los
cansmas son otorgados en función de las circunstancias históricas y
de las necesidades que en cada momento se plantean a la Iglesia de
cara al cumplimiento de su misión (cf ChL 24)
6 Los cansmas y los ministenos no se contraponen, sino que
se relacionan estrechamente aunque sin identificarse Los ministe-
rios son conferidos preferentemente a los cansmaticos (Hch 13,2-3)
y estos deben desempeñarlos de modo acorde al cansma (1 Tim
4,14) No necesariamente cada cansma debe abocar a un reconoci-
miento ministerial, pero muchos cansmas pueden habilitar al ejerci-
cio de un ministerio tras el consiguiente discernimiento comu-
nitano 25
b) La configuración ministerial de la comunidad eclesial
Si la Iglesia es vivida en lo concreto de modo comunitario, si
esta se considera sujeto histórico y si cada uno de sus miembros se
considera protagonista en función de los dones recibidos, es la co-
munidad misma la que debe asumir su propia responsabilidad y con
capacidad creativa desarrollar los ministerios que necesita Existe sin
duda, como veremos, un ministerio «previo», el ministerio apostóli-
co Pero, referidos a el y por el reconocidos, queda un amplio espa-
cio para otros ministerios de la comunidad (expresión prefenble a
25
Sobre los distintos aspectos de la problemática A VANHOYE, «El problema de
los cansmas a partir del concilio Vaticano II», en R LATOURELLE (ed), o c , 295 312,
N BAUMERT, «Chansma und Amt bei Paulus», en A VANHOYE (ed), L apotre Paul
Personante style et conception du mimstere (Lovaina 1986) 203-228, ID , Chansma
Versuch einer Sprachregelung ThPh 66 (1991) 21 48, H KUENG, La Iglesia y la
estructura cansmatica de la Iglesia Conc 4 (1965) 44-65, G HASENHUETTL, Chans
ma Ordnungsprinzip der Kirche (Herder, Fnburgo i Br 1969)
158
P.III
Creo en la Iglesia
C.9
apostólica
«ministerios laicales» para dejar claro el protagonismo de la iglesia
concreta como sujeto histórico de la misión).
Desde su orígenes las comunidades eclesiales han mostrado una
gran creatividad ministerial (cf. Hch 6,1-6; 13,2-4; 1 Tes 5,12-14).
Durante los primeros siglos de la Iglesia fueron surgiendo lectores,
catequistas, acólitos, ostiarios, doctores, diáconos, viudas, maes-
tros... que prestaban un servicio en alguno de los ámbitos de la vida
eclesial. Paulatinamente se fue produciendo una concentración de
tales funciones en el presbítero/sacerdote, de modo que la mayoría
de los ministerios fueron perdiendo su función concreta para reducir-
se a un hecho meramente ritual concebido como un paso hacia la
ordenación presbiteral/episcopal. Ha sido una de las expresiones más
claras de la clericalización de la Iglesia que se fue acentuando al
final de la época patrística y en los inicios del período medieval.
Recientemente se ha producido un redescubrimiento de la minis-
terialidad de la Iglesia y del sentido de los ministerios. Primeramente
se vio como una posibilidad de facilitar la participación y la corres-
ponsabilidad de los laicos en la misión de la Iglesia. Posteriormente
han sido valorados como expresión del dinamismo de la vida de la
propia comunidad. En algunos momentos incluso se ha considerado
como ideal y objetivo la consecución de una Iglesia enteramente mi-
nisterial en la que cada bautizado ejerciera un ministerio determina-
do en función del carisma que hubiera recibido. Pero se trata de una
meta utópica e imposible de hecho. Tal inflación ministerial condu-
ciría paradójicamente a la irrelevancia: si todo es ministerio nada es
ministerio, no se captaría la peculiaridad de los ministerios en la
Iglesia.
La existencia de ministerios diversos, la configuración ministe-
rial de la Iglesia, es algo que responde a la esencia de la Iglesia. Pero
para que se pueda hablar de ministerio en sentido propio se deben
dar los siguientes requisitos: que se trate de una función relevante en
el dinamismo de la Iglesia, que se asuma con voluntad de estabilidad
y que no se trate de un servicio esporádico o momentáneo, que sea
reconocida y confiada por la comunidad y por el presbítero, que se
otorgue en el marco de una celebración litúrgica. En esta línea se
mueven algunos documentos oficiales: Ministeria quaedam, Inmen-
sae caritatis, Evangelü nuntiandi.
Los criterios para una configuración ministerial de la Iglesia de-
ben ser estos tres: a) la identificación del carisma del bautizado y su
disponibilidad para ejercerlo tras el discernimiento y reconocimiento
de la comunidad; b) las necesidades y la estructuración de la Iglesia
de cara al cumplimiento de las funciones que tiene que realizar;
c) las necesidades e instancias que brotan del entorno y de las cir-
cunstancias históricas en las que debe realizar su misión.
La comunidad
cristiana
159
De la confluencia de estos tres factores se pueden identificar cin-
co vías de desarrollo ministerial: a) la fe congrega a un conjunto de
creyentes, y por eso requiere servicios de dirección: responsables o
coordinadores de áreas o sectores, consejos de pastoral o econo-
mía...; b) la fe se celebra, y por ello debe haber ministerios litúrgi-
cos: monitores, lectores, cantores...; c) la fe se transmite y se profun-
diza, y por ello han de surgir catequistas, teólogos, responsables de
formación o del catecumenado de adultos...; d) la fe se compromete
en el campo de la caridad y de la justicia, y por ello debe haber
miembros sirviendo a los necesitados y enfermos o presentes en la
defensa de los derechos humanos; e) la fe se ofrece como buena
noticia, y por ello debe haber cristianos que entablen contacto con
los alejados o diálogo con los no creyentes, ministerios de acogida,
misioneros...
Esta variedad de ministerios se ha de realizar no de modo indivi-
dual, sino en nombre de la comunidad, como tarea que recae sobre
todos, pero que algunos asumen como representantes de la Iglesia.
Brotan del dinamismo de la comunidad, no como delegación del
presbítero o como reparto de una carga que para el presbítero resul-
taría insoportable. Este planteamiento no nos haría salir aún del cle-
ricalismo. Es la comunidad-sujeto la que, formada por sujetos res-
ponsables, se da la configuración adecuada a su misión histórica 26 .
4.
Una Iglesia sinodal 27
En la comunidad cristiana hay carismas, ministerios, vocaciones
diversos; en una iglesia concreta se dan diversos tipos de comunida-
26
Sobre la problemática, presupuestos teológicos y realizaciones prácticas pue-
den verse D. BOROBIO, Ministerio sacerdotal, ministerios laicales (DDB, Bilbao
1982) Para el Nuevo Testamento y las comunidades subyacentes es recomendable
J. DELORME (ed.), El ministerio y los ministerios según el Nuevo Testamento (Cris-
tiandad, Madrid 1975) También a nivel de Conferencia Episcopal se ha asumido la
perspectiva, como puede verse sobre todo en el caso francés en Tous responsables
dans l'Eghse9 Le ministérepresbytéraldans
une Eghse toute entiére «ministérielle»
(Centurión, París 1975, hay traducción española de Sal Terrae en 1975) En la sesión
de la Conferencia Episcopal francesa tuvo un papel destacado Congar, que será aban-
derado, como veremos más tarde, de la superación del binomio clérigo-laico por el
binomio ministerios-comunidad' Y CONGAR, Ministerios y comunión eclesial (FAX,
Madrid 1973)
27
Sobre el sínodo diocesano, sobre el trasfondo de una eclesiología comumonal-
smodal E BUENO, El sínodo diocesano Estatuto ecleswlógico de una experiencia
eclesial (Burgense 37 [1996] 49-64) y La búsqueda de la figura de la Iglesia como
lógica interna de la eclesiología posconcihar RET 57 (1997) 243-261, que presenta
la sinodahdad como punto de llegada de todo un proceso de evolución eclesiológica,
R. BERZOSA, Sínodo diocesano (Burgos 1997). Como intento de precisar su auténtico
160
PILI.
Creo en la Iglesia apostólica
des y de movimientos o asociaciones, diversos tipos de sujetos ecle-
siales. Si la Iglesia es (también) las personas que la constituyen por
la gracia del bautismo y de los diversos carismas, hay que reconocer
toda la dignidad y dejar todo el espacio al dinamismo de la subjeti-
vidad creyente.
Toda esta variedad de líneas, tendencias y opciones deben ser
reconducidas a la objetividad del sujeto eclesial que es la iglesia
particular. Es en su interior, si bien dentro de la communio ecclesia-
rum, donde cada uno de ellos se encuentra en la comunión para edi-
ficar la Iglesia de Cristo, donde encuentran su integración y su armo-
nía concreta. Sin el idealismo imaginario de unas relaciones inter-
personales puras y transparentes, debe asumir con realismo la
multiplicidad de relaciones complejas, que incluya mediaciones es-
tructurales, mecanismos para solucionar problemas y superar tensio-
nes y conflictos. La iglesia concreta debe crear ámbitos en los que
sea posible el diálogo, el entendimiento y hasta el consenso o la
unanimidad que permita expresar el esplendor de la Iglesia en la
multiformidad de sus diversidades. Por esa vía se facilita a la vez la
participación de todos en la misión común, la corresponsabilidad, el
reparto de eclesialidad entre todos los bautizados y confirmados.
Esto es lo que la teología actual tiende a denominar sinodalidad,
que es el equivalente a nivel de iglesia particular de lo que es la
conciliaridad a nivel de la comunión intereclesial. La Iglesia, según
la bella expresión de Juan Crisóstomo, tiene nombre de sínodo 28 y
ello significa que ha de ser reunión y congregación de todos de cara
a la glorificación de Dios mediante el cumplimiento de la misión. La
sinodalidad debe por tanto convertirse en el tejido de cada iglesia
local, en la expresión más adecuada de una comunión que realiza
desde las diversidades históricas.
La vida de la Iglesia ha ido generando estructuras y organismos
que hagan posible y canalicen la sinodalidad. A todos los niveles se
han ido multiplicando tipos varios de consejos, especialmente en el
ámbito de la actividad pastoral. Como ejemplos prototípicos deben
ser mencionados el consejo pastoral de una parroquia y el consejo
pastoral de una diócesis29. Cada uno a su nivel desempeñan una
alcance, sobre todo para identificarlo frente a las asambleas y para evitar la contrapo-
sición obispo-sínodo, ha sido publicada en 1997 una Instrucción sobre los Sínodos
diocesanos por parte de la Congregación para los obispos y de la Congregación para
la Evangelización de los Pueblos.
28
Así se expresa en el comentario al salmo 149 (PG 55,493).
29
Sobre la historia de su configuración cf. A. FERNANDEZ, Nuevas estructuras de
la Iglesia (Burgos 1980) 19-66; sobre sus implicaciones pastorales en una iglesia
sinodal: R. CALVO PÉREZ, Hacia una pastoral diocesana sinodal: Lumen 46 (1997)
37-59.
C.9. La comunidad cristiana
161
función análoga: representar los diversos sectores de la comunidad y
las distintas espiritualidades y teologías con el fin de programar o
planificar una pastoral en la que todos se encuentren como en un
hogar y en la que cada uno aporte sus propias potencialidades, capa-
cidades y carismas. Desde este punto de vista, los mencionados con-
sejos no pueden ser considerados meramente como instrumentos de
estrategia o de técnica pastoral, sino como momentos internos del
dinamismo comunional, como ejercicio de sinodalidad.
Dada la identidad teológica de la iglesia particular, es a su nivel
donde la sinodalidad alcanza una figura máxima: el sínodo diocesa-
no. Se trata de un organismo de antigua tradición, que lleva tras de
sí una tortuosa historia y que en los últimos lustros ha experimenta-
do una sorprendente revitalización después de haber experimentado
una profunda evolución.
El sínodo diocesano en su figura tradicional fue marcadamente
clerical. En un primer momento el obispo y sus presbíteros se encon-
traban muy cercanos físicamente o incluso vivían en común. Por ello
era fácil y constante la comunicación, la formación permanente, la
unificación de criterios pastorales. Cuando, tras el nacimiento de las
parroquias, se produjo la dispersión y la separación física, se sintió
la necesidad de realizar reuniones periódicas en las que lograr los
objetivos señalados. Éste fue el origen y el sentido de los sínodos
diocesanos.
Es opinión común que los primeros testimonios de sínodos dio-
cesanos se remontan al siglo vi (Auxerre, Touron, Toledo, Huesca).
Duraba escasamente uno o dos días y representaba para el clero el
gran acontecimiento del año. Pero nunca fue deliberante. El clero se
atenía a lo que le era comunicado: decretos pontificios, cánones de
concilios, vías de aplicación de la legislación universal. En determi-
nadas épocas sirvieron para la tarea reformadora de santos obispos
(como prototipo pueden servir los sínodos de Carlos Borromeo tras
el concilio de Trento). Era en el fondo una institución clerical y, en
definitiva, episcopal.
Su vida, sin embargo, ha sido lánguida. Se ha fijado legalmente
una periodicidad obligatoria (anual, por ejemplo, según el IV conci-
lio de Letrán). Pero la realidad no respondió en absoluto a tales pre-
tensiones. Apenas se ha celebrado el 5 por 100 de los sínodos exigi-
dos por la normativa oficial. Muchos fueron los factores que pro-
vocaron tal situación: gérmenes nacionalistas o tendencias
democratizadoras, recelos del poder civil ante reuniones eclesiales,
temor de los obispos ante reclamaciones del cabildo o de los párro-
cos, retraso en la aprobación por parte de Roma o la obligación de
introducir correcciones...
P.I11. Creo en la Iglesia apostólica
162
A raíz del Vaticano II la vieja institución ha conocido una sor-
prendente vitalidad. Los sínodos diocesanos debían servir para faci-
litar la recepción de la doctrina conciliar en las diversas diócesis.
Pero debían hacerlo desde las nuevas perspectivas eclesiológicas
abiertas por el Concilio centradas en las categorías Pueblo de Dios y
comunión. En virtud de esa dinámica se ha pasado de un sínodo
(casi) exclusivamente clerical a un sínodo (mayoritariamente) laical.
El código de 1983 (c.460ss) ratifica y regula la nueva configuración
del sínodo diocesano, presentándolo como órgano máximo de la
iglesia particular, ya que lo presenta como el primer elemento de
la articulación interna de la iglesia particular.
Siguiendo la analogía de los concilios, el sínodo diocesano debe
ser considerado como un acontecimiento extraordinario (no cotidia-
no o usual) de autorrealización eclesial en el devenir de su misión en
la historia, actualización solemne de su autoconciencia. Más allá, por
tanto, de las cuestiones de eficacia concreta o de aplicaciones prácti-
cas es la iglesia como tal la que hace patente la dimensión sinodal
que la caracteriza.
El sínodo diocesano, al igual que los concilios de obispos, es
esencialmente una concelebración eucarística 30 : el obispo, en medio
de su pueblo y rodeado por su presbiterio, celebra en la eucaristía
final un acto de agradecimiento y de doxología al Señor que la ha
convocado y enviado a un lugar determinado; las deliberaciones, de-
bates y propuestas que se han ido desarrollando a lo largo de un
dilatado período de tiempo confluyen en la eucaristía final, en la que
los bautizados y confirmados expresan su plena inserción en la Igle-
sia asumiendo su protagonismo y su responsabilidad 3I . La comuni-
dad de bautizados y de confirmados es constitutivamente eucarística,
y ello se realiza y se expresa de modo máximo en el sínodo diocesa-
no a nivel de iglesia local.
30
31
L. BOUYER, La Iglesia de Dios, ed.cit., 541.
El Caeremoniale Episcoporum (1984) n.1169 explicita esta idea: «El gobier-
no de la Iglesia nunca ha de considerarse como un acto meramente administrativo,
sino que cuando se congregan en su nombre y para gloria y alabanza de Dios, por la
acción del Espíritu Santo, las asambleas eclesiásticas deben manifestar aquella uni-
dad del Cuerpo de Cristo que se hace visible especialmente en la sagrada liturgia».
CAPÍTULO X
FORMAS DE EXISTENCIA ECLESIAL
BIBLIOGRAFÍA
ALBERIGO, G., Autoridad y poder, en Nuevo Diccionario de Teología, I,
75-92; BUENO, E., La teología del laicado ante sus aportas: Revista Agus-
tiniana 32 (1991) 615-644; DIANICH, S. (ed.), Dossier sui laici (Queriniana,
Brescia 1987); FAIVRE, A., Les laícs aux origines de l'Église (Centurión,
París 1984); FARNES, J., La noción de «status» en Derecho Canónico (Pam-
plona 1975); GRESHAKE, G., Ser sacerdote (Sigúeme, Salamanca 1995);
HAUSSMANN, N., Vie religieuse apostolique et communion de l'Église. L 'en-
seignement du Concile Vatican II (Cerf, París 1987); MARLIANGEAS, B. D.,
Clés pour une théologie du ministére, in persona Christi, in persona Eccle-
siae (París 1978); MOIOLI, G., Considerazioni teologiche sugli Istituti Seco-
lari: ScCatt 92 (1964) 387-424; THOMAS, P., Ces chrétiens que l'on appelle
laícs (Les Éditions Ouvriéres, París 1988).
A partir del bautismo se despliega una variedad de vocaciones en
la Iglesia. Tradicionalmente la tipología de vocaciones ha sido redu-
cida a una triple modalidad: laicos, religiosos, sacerdotes. Cada una
de ellas aporta su contribución a la identidad de la Iglesia y al ejer-
cicio de su misión. En este capítulo presentaremos su peculiaridad
como formas de existencia cristiana en la Iglesia.
Se trata sin embargo de categorías que deberían ser flexibilizadas
para recoger de modo más preciso la variedad de vocaciones en la
Iglesia. Resulta sorprendente por ejemplo la desproporción numérica
o cuantitativa entre ellas, ya que los laicos incluyen un número de
bautizados inmensamente mayor que las otras dos categorías. La
realidad (y la permanencia) de los carismas impone la presencia de
vocaciones, como los institutos seculares, que difícilmente encuen-
tran acomodo en la clasificación heredada. En nuestra exposición, a
pesar de todo, nos atenemos a la configuración heredada.
1.
Los laicos en la Iglesia
Una de las características más notables de la figura actual de la
Iglesia es la reivindicación y la presencia de los laicos en la vida de
la Iglesia. Es lo que se esconde en la importancia dada a la comuni-
dad y su protagonismo, al bautismo y al sacerdocio común, a la va-
riedad de carismas y ministerios, al surgimiento y reconocimiento de
las comunidades eclesiales de base y de los nuevos movimientos...
164
P.III.
Creo en la Iglesia apostólica
Con tales perspectivas, como hemos repetido, se supera la figura de
Iglesia en la que el clero ha desempeñado un protagonismo especial.
Todos los bautizados y confirmados son participantes activos en la
eucaristía que edifica el Cuerpo de Cristo, y por ello todos son res-
ponsables de la misión eclesial. En la actual conciencia eclesial se
manifiesta fuertemente un mayor deseo de corresponsabilidad por
parte de los laicos. En muchas ocasiones este deseo se vive como
reivindicación de poderes o como exigencia del espíritu democráti-
co. Sería un planteamiento estrecho que acaba desnaturalizando la
estructura de la Iglesia. Su auténtica perspectiva debe ser la de la
eclesiología de comunión que hemos venido presentando.
Una eclesiología de comunión debe ser una «eclesiología global»
en la que todos los miembros ven reconocida su peculiaridad y su
protagonismo. Este principio debe valer especialmente respecto a los
laicos. Para comprender adecuadamente el sentido teológico del lai-
co se deben tener en cuenta dos presupuestos de carácter distinto:
a) hay que reconocer de un lado la raíz sacramental que dife-
rencia a los ministros ordenados del conjunto de los bautizados, lo
cual pertenece a la naturaleza de la Iglesia;
b) de otro lado el funcionamiento concreto de las relaciones en
la Iglesia y del protagonismo/representatividad eclesial; en este nivel
es donde las prácticas eclesiales han privilegiado a los miembros del
clero (la situación designada como «clericalismo»).
Desde este segundo presupuesto se ha generado una visión ecle-
siológica en la que resultaba difícil definir al laico de modo positivo,
pues acababa siendo visto como el no-clérigo. La «teología del lai-
cado» ha surgido fundamentalmente en este siglo de cara a colmar
esa laguna y a presentar la figura del laico en su sentido positivo.
Este intento debe conjugar los datos dogmáticos con los datos histó-
ricos, es decir, el doble presupuesto que hemos indicado.
La lectura del Nuevo Testamento provoca una llamativa sor-
presa para quien la realiza desde las categorías que se elaborarán
más tarde: nunca usa el término laico, y el término Meros es apli-
cado al conjunto de la comunidad. Es significativa la indicación de
1 Pe 5,3: pide a los presbíteros que apacienten el rebaño de Dios
«no como dominadores sobre el klerós, sino sirviendo de ejemplo
al rebaño». Klerós designa las promesas y la herencia salvífica
ofrecida por Dios. Ello ha sido entregado a la comunidad de la
nueva alianza, al conjunto de los bautizados. Esta designación va
pareja con la aplicación al conjunto de los bautizados de la termi-
nología sacerdotal.
Posteriormente se produciría una inversión terminológica: klerós
se aplicará a un conjunto de ministros, mientras que para el resto de
C. 10.
Formas de existencia eclesial
165
los bautizados se utilizará el término laikós. Salvo una excepción de
difícil interpretación ', el término no se difunde hasta el siglo m.
Ausente en Justino e Ireneo, aparece ya en Clemente de Alejandría,
Tertuliano y Orígenes, aunque con significados fluidos e imprecisos.
Laikós sin embargo arrastra consigo la etimología y el sentido adqui-
ridos en el griego profano: designa una parte o un sector de la pobla-
ción, la mayoritaria respecto al grupo de los dirigentes. Resulta por
ello inexacto hacerlo derivar directamente de laós con el significado
«perteneciente al pueblo de Dios» (el sufijo -ikós denota una clasifi-
cación, una parte).
Estos presupuestos terminológicos muestran sus efectos con oca-
sión de una necesidad sentida en aquel momento: establecer una cla-
sificación entre la multiplicidad de los ministerios existentes en la
Iglesia. La Tradición Apostólica lo refleja claramente: distingue a
los obispos/presbíteros/diáconos del resto de los ministerios (viudas,
vírgenes, confesores...) precisamente por la raíz sacramental que ya
comentamos (aquéllos reciben la imposición de manos pues están
orientados a la presidencia de la eucaristía, mientras que éstos son
«instituidos»).
Esta distinción hará que los ministros ordenados sean conside-
rados como el clero, la jerarquía 2. Con ello se configura el bino-
mio clérigo-laico en la medida en que se clasifique a los miembros
de la Iglesia únicamente desde este doble concepto. Como indica-
remos más tarde, algunos autores defenderán el esquema comuni-
dad-ministerios porque evita tales estrechamientos a la vez que tra-
ta de salvaguardar la peculiaridad de cada ministerio (también de
los ordenados). Si el binomio clérigo-laico se entiende de modo
unilateral se llega a la conclusión de que el laico acaba siendo
«definido» o pensado como el no-clérigo. Los intentos de la teolo-
gía del laicado tenderán por ello ante todo a ofrecer un contenido
positivo al término laico que designa a la mayor parte de los bau-
tizados.
Tenía un profundo sentido teológico el intento de establecer la
identidad y peculiaridad del ministerio de obispos/presbíteros/diáco-
1
Nos referimos a / Clem 40,2-3.5: como confirmación de la preocupación por
conseguir que «cada uno esté en su puesto» (37,3; 41,1) usa la analogía del Antiguo
Testamento mencionando al sumo sacerdote, a los sacerdotes ordinarios, a los levi-
tas, indicando finalmente que «el hombre laico por preceptos laicos está ligado»; es
discutido sin embargo el significado del término, pues no está claro que se refiera a
una figura cristiana.
2
H. HEUMANN-E. SECKEL, Ordo, en Handlexikon zu den Quellen des rómischen
Rechts (reprod. Graz 1958) 397ss, señala que ordo arrastra consigo la referencia a
una clase social diferenciada, a un rango especial de personas, un estamento social
(por ejemplo, el orden senatorial o el orden ecuestre); todo ello no podía dejar de
repercutir en la valoración de los pertenecientes al orden.
166
P.III.
Creo en la Iglesia apostólica
nos. No era eso lo que provocó problemas. Éstos brotaron porque su
protagonismo eclesial resultó excesivo a causa de determinados fac-
tores históricos que lo facilitaron. La importancia de la Iglesia en la
sociedad imperial provocó que los «ordenados» fuesen considerados
como pertenecientes a un estrato superior. El establecimiento del
«cursus clericorum» y la absorción de las diversas funciones minis-
teriales fue a la vez consecuencia y efecto.
Este planteamiento se irá transmitiendo a través de los siglos,
agravado por las reacciones de la Iglesia frente a tendencias que po-
dían desnaturalizar la estructura de la Iglesia en base a una excesiva
o desequilibrada participación de los laicos. Tres de estas tendencias
se pueden señalar en la Edad Media: la lucha contra las investiduras
trataba de frenar la intervención de los poderosos en el nombramien-
to de obispos o en la gestión de los temas eclesiales; la marginación
o condena de movimientos laicos antiinstitucionales trataba de sal-
vaguardar la identidad de los ministerios ordenados; la condena del
conciliarismo, que podía acabar anulando el sentido del ministerio
apostólico de los obispos, era una defensa de la estructura constituti-
va de la Iglesia. Estas necesarias reacciones, sin embargo, fueron en
ocasiones más allá de lo que las circunstancias o el peligro real hu-
bieran exigido y quedaron expuestas a interpretaciones que potencia-
ban la pasividad de los laicos.
En la Edad Moderna surgieron otros frentes polémicos: la re-
forma protestante que diluía la especificidad de los ministerios or-
denados, los nacionalismos que pretendían someter la Iglesia de
cada país al control de las autoridades civiles, las concepciones
ilustradas que acusaban de tiranía al modo de ejercer la autoridad
en la Iglesia, la modernidad que intentaba marginar a los miem-
bros de la Iglesia de la vida pública... Frente a ello, como reacción
de defensa, se reafirmaba la unidad de la Iglesia basada en la jerar-
quía y en los sacerdotes. La Iglesia se autocomprendía como socie-
dad de desiguales, en la que a unos correspondía mandar y a otros
cumplir sus órdenes. Ejemplo prototípico son estas palabras de
PíoX:
Dice la Escritura, y lo confirma la doctrina entregada por los
Padres, que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, administrado
por la autoridad de los pastores y de los doctores, es decir, una socie-
dad de hombres en la que algunos presiden a los demás con plena
potestad de regir, enseñar y juzgar. Es por consiguiente esta socie-
dad, por su propia naturaleza, desigual. Comprende un doble orden
de personas: los pastores y el rebaño, es decir, los que están coloca-
dos en los distintos grados de la jerarquía y la multitud de los fieles.
Y estos órdenes hasta tal punto son distintos entre sí que sólo en la
jerarquía reside el derecho y la autoridad para mover y dirigir a los
C. 10.
Formas de existencia eclesial
167
demás socios al fin propuesto a la sociedad. Por el contrario, el deber
de la multitud es aceptar ser gobernados y seguir obedientemente la
dirección de los pastores 3.
La necesidad de adecuar la presencia de la Iglesia a las nuevas
circunstancias de la sociedad y las nuevas urgencias evangelizadoras
ante amplios sectores descristianizados obligaron al reconocimiento
del papel activo que los laicos deberían desempeñar. El siglo xix fue
ya testigo de algunos intentos de desbloquear los esquemas anterio-
res de pensamiento para que los laicos pudieran asumir un mayor
protagonismo. El siglo xx ha estado jalonado por numerosas inicia-
tivas apostólicas que trataban de implicar a los laicos en las tareas
evangelizadoras de la Iglesia (ejemplo paradigmático fue la Acción
Católica). Estos proyectos apostólicos fueron acompañados y soste-
nidos por el desarrollo de la teología del laicado (paradigmática es
en este punto la obra de Congar 4 ). La teología del laicado pretendía
ante todo mostrar la plena pertenencia del laico a la Iglesia y su
participación en la misión profética, real y sacerdotal de Cristo. Pero
estos intentos teológicos adolecían de una doble insuficiencia: a) re-
sultaba difícil calibrar la autonomía real de los laicos y decidir hasta
qué punto y en qué cuestiones implicaban a la jerarquía en sus tomas
de postura; podía aletear siempre la tentación de considerarlos como
una prolongación («manus longa») de la jerarquía; b) no se superaba
cierto dualismo, porque el laico parecía competente en el ámbito de
lo secular/temporal mientras que el sacerdote aparecía como el res-
ponsable de lo sagrado, de lo propiamente eclesial; en consecuencia
seguía resultando difícil definir al laico al margen del binomio cléri-
go-laico, es decir, como no-clérigo.
El Vaticano II recogió estas instancias e intentó una presentación
positiva del laico. Para comprender el Vaticano II en su globalidad
hay que tener en cuenta dos líneas de reflexión, no siempre fácil-
mente armonizables o armonizadas. De un lado el capítulo segundo
de LG presenta al fiel cristiano, en cuanto bautizado, en toda su dig-
nidad; a la luz de la imagen «Pueblo de Dios» y del bautismo se
debe arrancar del presupuesto de la igualdad fundamental de todos
los miembros de la Iglesia. El capítulo cuarto (LG 31) intentó una
aproximación a la definición del laico, pero conscientemente (por las
dificultades conceptuales inherentes al tema) se redujo a presentar
3
Son palabras de la encíclica Vehementer nos de 1906. Textos semejantes no
son extraños en documentos equiparables. Ello explica la irrelevancia del laico como
tema teológico. Es significativo que no sea incluido en el DThC. El Kirchenlexikon,
de 1891 (ed. por H. J. WETZER y B. WELTE) incluía en VI,316: «laico: cf. clero».
4
Los Jalonspour une théologie du lai'cat son de 1954. No conviene olvidar que
el mismo Congar será consciente de las limitaciones de esta «teología del laicado»
cuando propugne el binomio comunidad/ministerios.
168
P.III.
Creo en la Iglesia apostólica
una descripción tipológica; además de su bautismo, de su inserción
en la Iglesia, de su participación en el triple ministerio de Cristo, se
añade la «índole secular» como rasgo distintivo:
Por el nombre de laicos se entiende aquí a todos los cristianos,
excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reco-
nocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados
a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que parti-
cipan de las funciones de Cristo: Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos
realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en
la Iglesia y en el mundo.
El carácter secular es lo propio y peculiar de los laicos. Los
miembros del orden sagrado, aun cuando pueden algunas veces ocu-
parse de realidades profanas... en razón de su vocación particular, se
ordenan principalmente al sagrado ministerio como a profesión pro-
pia... Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de
Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas se-
gún Dios. Viven en el mundo... Es ahí donde Dios los llama a reali-
zar su función propia.
Este texto no deja de suscitar interrogantes: ¿no corresponde a
todo bautizado una dimensión secular?, ¿no realizan también los lai-
cos una actividad eclesial en el mundo?, ¿no se sigue presentando en
el fondo una concepción negativa del laico?, ¿está claramente iden-
tificado lo que el ser-laico añade al ser-cristiano? Estos interrogantes
explican que el texto conciliar renunciara a una definición estricta
para reducirse a una «descripción tipológica».
En los años inmediatamente postconciliares la reflexión sobre los
laicos adquirió un gran desarrollo. Pero pronto experimentó un fuer-
te impasse en un doble nivel: desde el punto de vista práctico plan-
teaban problemas el grado, los modos y el alcance de la participa-
ción efectiva de los laicos en la vida de la Iglesia y en las decisiones
concretas; desde el punto de vista teórico seguía como cuestión pen-
diente la definición del laico que englobara los rasgos positivos que
lo identifican. La convocatoria del Sínodo de los obispos de 1987
sobre el tema del laico provocó la floración de estudios y reflexiones
notables sobre el tema. Para mayor claridad se pueden delinear cinco
tendencias 5:
a) algunos autores sugieren la desaparición del término laico,
porque automáticamente introduce el binomio clérigo-laico en per-
5
Para un conocimiento más detallado del debate actual sobre los laicos y para
la identificación de los autores que encabezan cada una de las posturas que expone-
mos, remitimos a los boletines y comentarios bibliográficos de E. BUENO, ¿Redescu-
brimiento de los laicos o de la Iglesia?: RET 48 (1988) 213-249, 49 (1989) 69-100
y 51 (1991)475-500.
CIO.
Formas de existencia eclesial
169
juicio de éste; basta la noción de consagrado, en base a la iniciación
cristiana, ya que es la que le da su identidad como miembro de la
Iglesia;
b) la línea mayoritaria defendía la índole secular como defini-
toria de los laicos, ya que el mundo es para ellos el «lugar» de su
vocación cristiana y eclesial («mundo» por tanto debe ser entendido
como concepto teológico, no sociológico); de este modo pretenden
dejar mayor autonomía al laico en su actividad apostólica y mayor
valencia eclesial a su quehacer mundano;
c) como concepción alternativa al binomio clérigo/laico se pre-
senta el binomio comunidad/ministerios: es la comunidad la que se
estructura, bajo el dinamismo del Espíritu, atribuyendo a cada bauti-
zado un ministerio (en cuyo centro se encuentra el presbítero); de
este modo, lo que identifica o especifica al bautizado no es el no ser
clérigo o el estar en el mundo, sino la función/ministerio que asume
como miembro de la Iglesia y para la edificación del Cuerpo de
Cristo;
d) hay autores que reivindican la laicidad/secularidad como ca-
tegoría central de toda la Iglesia y de todos en la Iglesia, en virtud
precisamente del sacerdocio común; sería por ello empobrecedor re-
ducir la secularidad exclusivamente a los laicos; queda pendiente la
cuestión de delimitar cuál es exactamente la secularidad de los
laicos;
e) otros finalmente reconducen la identidad del laico a ser
«cristiano y basta»; no se requiere añadir ni la secularidad ni un
ministerio al bautizado para que sea «alguien» en la Iglesia; basta el
bautismo en cuanto expresa la novedad cristiana de vida y la perte-
nencia a la Iglesia; especialmente en las actuales circunstancias his-
tóricas, cuando ser cristiano no es lo obvio, debe recuperarse la cen-
tralidad del bautismo para definir a los miembros de la Iglesia, sin
justificaciones ulteriores; el laico ha sido creado como problema por
factores de carácter histórico, que pueden ser superados cuando la
situación histórica haya cambiado y cuando se elabore una eclesio-
logía más adecuada y equilibrada.
La exhortación apostólica Christifideles laici (1988) es la última
toma de postura magisterial sobre el tema, como fruto del Sínodo de
1987. El Papa tiene en cuenta las aportaciones teológicas que hemos
ido señalando. Ello queda expresado en la misma terminología: pro-
cura hablar de «pastores» o «ministros ordenados» con el fin de re-
conocer el carácter realmente sacerdotal de todos los bautizados,
también de los laicos. Desde el punto de vista del contenido pretende
destacar los aspectos positivos de la realidad teológica del laico: su
plena pertenencia a la Iglesia y a su misterio, el hecho de ser real-
170
P.III.
Creo en la Iglesia
mente Iglesia, su participación en el sacerdocio de Cristo. En cuanto
a la pluralidad de posturas y tendencias que hemos señalado, el do-
cumento papal proclama la importancia del bautismo y de la nove-
dad cristiana, la dimensión secular propia de toda la Iglesia, la vali-
dez de los ministerios y de los nuevos carismas. Igualmente afronta
el tema de la peculiaridad del laico:
La común dignidad bautismal asume en el fiel laico una modali-
dad que lo distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de
la religiosa... la índole secular a la luz del designio salvífico de Dios
y del misterio de la Iglesia...
Todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión
secular; pero lo son de formas diversas. En particular la participación
de los fieles laicos tiene una modalidad propia de actuación y de
función que, según el Concilio, «es propia y peculiar» de ellos. Tal
modalidad se designa con la expresión «índole secular» (n.15).
2.
CIO.
apostólica
La vida consagrada
La vida consagrada, expresión que ha sustituido a la usual «vida
religiosa» 6, es «una planta de muchas ramas, que hunde sus raíces
en el evangelio y produce copiosos frutos en toda estación de la
Iglesia» (VC 5): la vida eremítica, que no siempre profesa pública-
mente los tres votos o consejos, que consiste en apartarse del mundo
al silencio y a la soledad para presentar el aspecto interior del miste-
rio de la Iglesia: la intimidad personal con Cristo; la virginidad con-
sagrada, que significa el amor de la Iglesia hacia Cristo, como ima-
gen escatológica de la Esposa del Cielo y de la vida futura; las socie-
dades de vida apostólica, sin votos religiosos, pero que conducen
una vida fraterna y observan las constituciones para alcanzar la per-
fección de la caridad y determinados fines apostólicos; la vida reli-
giosa profesa públicamente los consejos evangélicos, posee vida en
común y cultiva el componente cultual; los institutos seculares, que
por su novedad serán objeto de mayor atención en este apartado.
La doctrina del Vaticano II obliga a tratar la vida consagrada en
el cuadro más amplio de una eclesiología renovada y global. La ade-
cuada comprensión de la consagración nos sitúa en la perspectiva
adecuada. No es un término unívoco, pues son diversas las personas
que reciben la consagración. En este caso nos referimos a una con-
sagración no sacramental que otorga gracias parangonables a las sa-
cramentales 7. Tal situación ha sido tradicionalmente considerada
6
A. RESTREPO, De la «vida religiosa» a la «vida consagrada». Una evolución
teológica (Roma 1981).
7
A. QUERALT, «El valor de la consagración "religiosa", según el Concilio Vati-
cano II», en R. LATOURELLE (ed.), o.c., 817-843.
Formas de existencia
eclesial
171
como «estado de perfección». Pero tal expresión no debe atentar
contra el dato previo y común de la llamada universal a la santidad
inserta en la iniciación cristiana. El bautismo es la tierra fértil de la
que brotan ulteriores compromisos y consagraciones. Es el Espíritu
el que establece la igual dignidad básica, pero también la pluriformi-
dad de vocaciones, carismas y ministerios (VC 31). Dentro de la
unidad radical de la consagración bautismal puede surgir una nueva
consagración «en verdad particular» (PC 5), un modo nuevo de par-
ticipar en el sacerdocio salvífico de Cristo (PC 5, LG 44). La pecu-
liaridad de esta consagración, como veremos, es la que la convierte
en signo.
Por estar enraizada en el nivel fundamental del Pueblo de Dios,
la vida consagrada representa una articulación en la estructura de la
Iglesia. Es distinta a la articulación que obliga a distinguir entre lai-
cos y ministros ordenados, ya que a la vida consagrada pueden acce-
der tanto unos como otros. El binomio clérigo/laico y el binomio
religioso/no religioso se sitúan a niveles distintos. Se puede recono-
cer que este último no afecta a la estructura esencial de la Iglesia
(LG 44). Sin embargo, habría que decir, cuando menos, que la vida
consagrada se estructura en la Iglesia en cuanto forma de existencia
que procede del don de Dios y del reconocimiento eclesial. A la
Iglesia en general, o a una Iglesia en particular, le faltaría algo fun-
damental si careciera de ella. AG 18, al mostrar el proceso de ecle-
siogénesis de las nuevas iglesias, indica que la vida religiosa «mani-
fiesta también la naturaleza íntima de la vocación cristiana» porque
«pertenece indisolublemente a la vida y santidad de la Iglesia» (cf.
LG 44).
Para profundizar en el sentido teológico de la vida consagrada
nos detendremos en tres de sus dimensiones: la cristológico-trinita-
ria, la escatológica y (más detenidamente) la eclesiológica.
a) Dimensión
cristológico-trinitaria
La vida consagrada tiene sus raíces en la voluntad fundadora de
Jesús 8, que llamó a algunos a hacer presente en la Iglesia su propia
vida de modo ejemplar mediante la práctica de los consejos evangé-
licos (VC 14,29); es la sequela Christi que procede de la relación
especial que Jesús estableció con algunos de sus discípulos.
Este peculiar seguimiento no se refiere sólo al Jesús terreno, sino
también al Jesús transfigurado y glorificado. Sólo el que ha visto a
Jesús en la gloria del Padre a la luz del Espíritu en lo alto de la
8
J. DANIELOU, «Puesto de los religiosos en la estructura de la Iglesia», en G.
BARAÚNA (ed.), o.c, II, 1123ss.
C. 10.
172
P.III.
Creo en la Iglesia
Formas de existencia
eclesial
173
apostólica
montaña puede seguir a Jesús a lo largo del valle. La luz del Jesús
así contemplado convierte al consagrado en una existencia transfigu-
rada (VC 15,17).
Esta referencia cristológica abre una perspectiva trinitaria, en la
que de modo novedoso ha insistido VC 20-22. Si el consagrado debe
hacer presente en el mundo a Cristo, consagrado a la vez a la gloria
del Padre y enviado al mundo para la salvación de los hombres, debe
insertarse en la filiación divina del Verbo encarnado imitando de
modo ejemplar sus actitudes filiales y su entrega bajo la fuerza del
Espíritu desde la generosidad del Padre. De este modo la vida con-
sagrada es huella del misterio trinitario al reflejar las relaciones in-
tratrinitarias.
b) Dimensión escatológica
La consagración se convierte en signo de las realidades escatoló-
gicas, en anticipación de lo definitivo, en expresión de la novedad
cristiana: interpela y provoca, aporta intuiciones simbólicas y figuras
que fascinan. Estimula por ello a los cristianos a realizar su vocación
cristiana, recuerda al Pueblo de Dios que no tiene en esta tierra mo-
rada permanente, manifiesta los bienes del cielo ya presentes en este
mundo, anuncia la resurrección futura, recuerda la superioridad del
Reino sobre todo lo creado y sus exigencias radicales (LG 44).
Como signo escatológico se convierte en profecía y en martirio
(VC 84-85) sobre todo por los desafíos lanzados por la vida consa-
grada al hedonismo, al materialismo, a la libertad exacerbada (VC
87-92). La práctica de los consejos evangélicos queda desprivatizada
(y evita una concepción intimista o autosatisfecha de los consejos
evangélicos) al desafiar desde una alternativa real a los valores/con-
travalores de la cultura actual. Como profecía y martirio, en el inte-
rior de la Iglesia y en el ámbito público del mundo, es vocación de
sacrificio o de víctima al estilo de la entrega de Jesús.
c) Dimensión eclesiológica
Una iglesia particular sin vida consagrada, hemos dicho, se en-
contraría fuertemente debilitada. La vida consagrada participa en la
naturaleza sacramental de la Iglesia, misterio y realidad social, por-
que refleja de modo oficial y público aspectos diversos y fundamen-
tales del misterio de Cristo. Todo instituto de vida consagrada recibe
su sentido en cuanto edifica el Cuerpo de Cristo en la unidad de sus
diversas funciones y actividades. La profesión de los consejos evan-
gélicos no se realiza de modo individual, sino como tarea eclesial,
como representación en el seno de la Iglesia de aquella forma de
vida que el Hijo de Dios asumió al hacerse presente en este mundo.
La vocación a la vida consagrada puede ser considerada como un
carisma en la línea señalada por LG 12. Encierra, desde esta pers-
pectiva, un momento personal y un momento colectivo. Afecta al
sujeto de cara a su santificación propia, pero apuntando al bien de la
Iglesia. Otorga su savia a las raíces vitales de la persona, pero para
establecerlo de modo duradero en un estado de vida, en una forma
global de existencia, a diferencia de los carismas que orientan a un
servicio eclesial limitado 9. Se trata además de un carisma comparti-
do y recibido del fundador: el don particular del fundador, «recibido
de Dios y aprobado por la Iglesia, resulta un carisma de toda la co-
munidad», porque responde a las necesidades de la Iglesia y del
mundo en cada momento histórico y porque, al consolidarse en las
comunidades religiosas, pasa a ser uno de los elementos duraderos
de la vida y del apostolado de la Iglesia 10.
Esta referencia eclesial debe ser vivida en el seno de las iglesias
locales. Los institutos de carácter diocesano contribuyen a desarro-
llar el carisma y el talante de la propia iglesia. Los que poseen una
dimensión supradiocesana establecen una relación especial con el
ministerio petrino y ofrecen el testimonio de la disponibilidad hacia
las necesidades de la communio ecclesiarum, pero no deben olvidar
que la iglesia particular constituye el espacio histórico en el que una
vocación se expresa en la realidad y en el que se efectúa su compro-
miso apostólico " . Este redescubrimiento del ámbito de la iglesia
particular es considerado como uno de los factores más positivos de
la actual teología de la vida religiosa 12.
Estos datos teológicos obligan a una recomprensión de la exen-
ción, que ha llevado en ocasiones a los religiosos a sentirse ajenos a
la diócesis en la que se encuentran 13. El Vaticano II, el CIC y VC
fomentan la inserción en la iglesia particular sin apelar a la exención.
También las relaciones de los religiosos (especialmente si son orde-
nados) con el obispo son de orden ontológico-sacramental 14 . La
exención, por la que algunos son sustraídos a la jurisdicción de los
obispos locales y sometidos directamente al Papa, puede ser com-
9
J. GALOT, Partner du souffle de l'Esprit (Gembloux-París 1967) 19-37.
Es la doctrina de Juan Pablo II en la Exhortación apostólica Redemptoris
donum n.15 (año 1984).
11
VC 47,49; Mutuae relationis 23; cf. S. MARONCELLI, / religiosi e la chiesa
lócale. Dottrina del Vaticano II (EFB, Bolonia 1975).
12
S. M. ALONSO RODRÍGUEZ, La vida consagrada. Síntesis teológica (Madrid
199210) 64; Los religiosos en la Iglesia particular: Confer 29 (1990) 165-167.
10
13
14
S. MARONCELLI, o.c., 36ss, 151.
Ib. 164.
174
PIII
Creo en la Iglesia
prendida desde el punto de vista de una más explícita destinación a
la Iglesia universal y como defensa del propio carisma 15 De modo
general deben ser tenidas en cuenta las palabras de Juan Pablo II
«Vuestra vocación para la Iglesia Universal se realiza en las estruc-
turas de la iglesia local La unidad con la Iglesia Universal a través
de la iglesia local tal es vuestro camino» 16
Los institutos seculares l7 merecen una mención directa para
captar su peculiaridad y el dinamismo cansmático de la Iglesia Re-
presentan una novedad en la vida de la Iglesia porque intentan con-
jugar la seculandad (propia de los laicos) y la consagración (propia
de la vida consagrada) Son «una providencial y eficaz modalidad de
testimonio evangélico en las circunstancias determinadas de la ac-
tual condición cultural» 18
A pesar de algunos paralelismos en los orígenes de la Iglesia y
de precedentes en el siglo pasado, la conexión entre seculandad y
consagración ha sido una novedad de nuestro siglo Por ello es ex-
plicable la dificultad de su reconocimiento o de su identidad canóni-
ca y teológica En 1938 el P Gemelli reunió a 25 asociaciones que
pretendían vivir esa vinculación, y solicitaron el reconocimiento,
también con estatuto jurídico, de su condición de vida vivir las rea-
lidades seculares como cualquier laico, pero comprometiéndose de
un modo especial, es decir, por la consagración
En 1947 la constitución apostólica Próvida Mater Ecclesia de
Pío XII reconoce a los Institutos seculares como sociedades, clerica-
les o laicales, cuyos miembros, permaneciendo en el mundo, profe-
san los consejos evangélicos para conseguir la perfección cristiana y
para renovar cristianamente las familias, profesiones y la sociedad
civil, a través del contacto íntimo y cotidiano de una vida estable y
totalmente consagrada a la perfección En el trasfondo todavía actúa
el marco de la vida religiosa, sin tener suficientemente en cuenta la
renovación teológica sobre las realidades temporales y sobre el mis-
mo laicado
Un año después el motu propno Primo fehciter destaca más ex-
plícitamente la plena seculandad de sus miembros Se reconoce no
sólo que ejercen su apostolado en el mundo, sino desde el mundo y
con los medios del mundo Con ello queda rota la concepción según
15
Mutuae relationis 23
L Osservatore Romano 25-11-1978
17
J F CASTAÑO, De Institutorum saeculanum natura Pars prima De instituto-
rum saeculanum jormatioms gressu (Roma 1972)
18
Discurso de Juan Pablo II el 1-2-1997, dirigido a los participantes en el
Symposium internacional promovido por la Confederación Mundial de los Institutos
Seculares
16
C 10
apostólica
Formas de existencia
eclesial
175
la cual la perfección cristiana se identificaba con el estado de vida
religiosa 19
Su comprensión plena y genuina choca con dificultades si se
aplican los esquemas teológico-canónicos del pasado PC 11 señaló
que no son institutos religiosos, pero los engloba dentro del decreto
sobre la renovación de la vida religiosa En los diversos encuentros
internacionales que han celebrado han debido reivindicar la especifi-
cidad de su cansma El c 710 reafirma la seculandad como caracte-
rística distintiva aun perteneciendo a la vida consagrada (no ya «re-
ligiosa») como los institutos religiosos, se distancian profundamente
de ellos por la seculandad En todo este proceso, en consecuencia,
aportan algo inédito en la experiencia eclesial de por sí los consejos
evangélicos no separan necesariamente del mundo, por tanto la con-
sagración «puede realizarse en el corazón del mundo, traducida en
las obras del mundo vivida también en la forma de levadura escon-
dida en la masa» 20
3
El ministerio ordenado
Dentro de los diversos ministerios que existen en la comunidad
eclesial hay uno que posee una característica especial que denomina-
mos ordenación y que, como ya expresaba con claridad la Tradición
Apostólica, lo diferencia esencialmente de los demás Este ministe-
no se sitúa en el intenor de la comunidad en una dialéctica peculiar
de un lado no pierde su condición bautismal, no deja de ser discípu-
lo, no puede situarse al margen de la comunidad, pero al mismo
tiempo representa una instancia distinta, un nivel superior, un simbo-
lismo que quiebra las relaciones habituales de la comunidad Esta
dialéctica queda expresada con claridad en estas palabras de san
Agustín
Lo que soy para vosotros me espanta, lo que soy con vosotros
me consuela Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano
Obispo es un titulo de tarea que se acepta, cristiano es un nombre de
gracia El titulo es peligroso, el nombre es saludable 21
Yo os custodio por el oficio de gobierno, pero quiero ser custo-
diado con vosotros Yo soy pastor para vosotros, pero soy oveja con
19
N GIORDANO (ed ), Próvida mater e Primo fehciter de Pío XII Vahdita e
attuahta degh Istituti Secolari (Vivere-In, Roma-Monopoli 1997), M SEMERARO, Se-
colarita e consacrazione Cinquantessimo della «Próvida Mater» RivScRel 21
(1997)81-90
20
Cf Elementos esenciales de la enseñanza de la Iglesia sobre la vida religiosa
(31-5-1983), de la Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares
21
S AGUSTÍN, Ser 340,1 (PL 38,1433)
PIII
176
Creo en la Iglesia
apostólica
vosotros bajo aquel Pastor Desde este lugar soy como doctor para
vosotros, pero soy condiscípulo vuestro en esta escuela bajo aquel
umco maestro 22
Desde el punto de vista del sacerdocio de la comunidad cristiana
también hay que reconocer la existencia de un ministerio sacerdotal
peculiar, sin que por ello se pueda separar o desgajar del sacerdocio
común LG 10 expresa la misma dialéctica con estas palabras
El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o
jerárquico están ordenados el uno al otro, ambos, en efecto, partici-
pan, cada uno a su manera, del umco sacerdocio de Cristo Su dife-
rencia, sin embargo, es esencial y no solo de grado En efecto, el
sacerdocio ministerial, por el poder sagrado de que goza, configura y
dirige al pueblo sacerdotal, realiza como representante de Cristo el
sacrificio eucanstico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo
Los fieles, en cambio, participan en la celebración de la Eucanstia en
virtud de su sacerdocio real, y lo ejercen al recibir los sacramentos,
en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida
santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras
Esta dialéctica representada por el ministerio ordenado puede ser
distorsionada desde dos extremos un clericalismo que absorbe en el
clérigo las funciones comunitarias reduciendo a los laicos a una posi-
ción pasiva, un romanticismo de la comunidad puramente cansmática
que quedaría desnaturalizada por la introducción de un poder humano
que pretende suplantar la libertad del Espíritu o el señorío de Cristo
Ya hemos aludido a exponentes cualificados de ambas posturas En
este momento nos interesa identificar la comprensión católica del mi-
nisterio en eclesiología Para enmarcarla de modo adecuado desde la
problemática actual resulta útil mencionar dos interpretaciones unilate-
rales porque absolutizan o diluyen la dialéctica mencionada
1 El Fruhkathohzismus (catolicismo primitivo) es una teoría
que explica el desarrollo histórico de la Iglesia como una progresiva
degradación de su sentido originario y genuino precisamente porque
el ministerio ordenado va adquiriendo una importancia fundamental
como constitutivo esencial de la Iglesia el cristianismo se convierte
en catolicismo cuando aparece y se afirma el ministerio contra la
acción libre del Espíritu
El término, que hizo su apancion en un sentido neutro 23 y que
paulatinamente va adquiriendo tonos polémicos y críticos 24 , con-
22
I D , Ser23,1 (PL 38,153)
El historiador católico A EHRHARDT titulo el tomo primero de su historia de la
Iglesia Urkirche und Fruhkathohzismus publicado en Bonn en 1935
24
E TROELTSCH lo interpreto como degradación del cristianismo originario, so-
bre la linea de HARNACK que había denunciado como «catolicismo» el surgimiento y
23
C 10
Formas de existencia
eclesial
177
densa en el desarrollo del ministerio ordenado todo el proceso insti-
tucional de la Iglesia en sus elementos objetivos y visibles la con-
cepción del sacramento como mediación causal de la gracia, la fija-
ción de la regla de la fe y de la ortodoxia, la ficción de la sucesión
apostólica, la consolidación de la autoridad y del derecho todo ello
forma un complejo de elementos que confluyen en la anulación de la
libertad del creyente, es el ministerio sacerdotal, concebido como
sacramento, el eje en torno al cual gira este alejamiento del «centro
del evangelio» que debe continuamente ser recuperado y resca-
tado 25
2 Mas recientemente en el mundo católico esta perspectiva se
ha manifestado como reacción excesiva y desmesurada frente al
afianzamiento de la jerarquía 26 y a la sacerdotahzacion del ministe-
rio ordenado 27 La acumulación de poderes en los grados superiores
de la jerarquía y la clencahzación de la vida eclesial han reducido a
la comunidad a un estado de minoría de edad, la han expropiado de
sus derechos y de su autonomía Resultaría, por ejemplo, sintomáti-
co el hecho de que haya comunidades cristianas a las que se mega el
derecho a la eucaristía a causa de la escasez de presbíteros
Si el «principio comunidad» recibiera el suficiente reconoci-
miento, se deberían reconocer algunas de sus practicas ministeriales,
aunque resulten alternativas a las actualmente reinantes 28 Tales
practicas no rompen necesariamente la unidad y la apostolicidad de
la comunidad, ya que no se puede reducir la apostolicidad a la repe-
el afianzamiento del episcopado y de la regla de la verdad De estos planteamientos
va a permanecer la duda acerca del vinculo que une el estado actual de la Iglesia con
sus orígenes, asi como la sospecha de que el evangelio no puede conservarse en lo
que parezca legahsmo, anquilosamiento, uniformizacion J ROGGE-G SCHIIXE (eds ),
Fruhkathohzismus un okumemschen Gesprach (Berlín 1983)
25
La sospecha va siendo lanzada contra documentos o estadios cada vez mas
primitivos, no solo contra Pablo sino contra el mismo Jesús S SCHULZ, Die Mitte der
Schnft Der Fruhkathohzismus im Neuen Testament ais Herausforderung an den
Protestantismus (Bonn 1976)
26
A FAIVRE, Naissance d une hierarchíe Les premieres etapes du cursus cien
cal (Beauchesne, París 1977)
27
P HOFFMANN, Priesterkirche (Dusseldorf 1985) y Das Erbe Jesu und die
Machí in der Kirche Ruckbesinnung aufdas Neue Testament (Maguncia 1991) Des-
de los mismos prejuicios se plantean las obras ya mencionadas de L BOFF, Eclesio-
genesis o Iglesia carisma y poder Desde otro punto de vista, pero llegando a las
mismas conclusiones, se pueden valorar algunos planteamientos de E DREWERMANN,
especialmente Clérigos Psicodrama de un ideal (Madrid 1995)
28
Como obra prototipica cf E SCHILLEBEECKX, El ministerio eclesial Responsa-
bles de la comunidad cristiana Como intento de matizacion escribió ulteriormente
Per una Chiesa dal volto umano (Brescia 1986) Cf directamente sobre este autor
P GrELOT, Eglise et ministeres Pow un dialogue critique avec Edward Schille-
beeckx (París 1983) La problemática global esta presentada en R BLAZQUEZ, La
teología de una praxis ministerial alternativa Sal 31 (1984) 113 135
178
P.III
Creo en la Iglesia
apostólica
tición material del rito de imposición de manos: es la comprensión y
el ejercicio del ministerio como servicio lo que auténticamente inser-
ta en la corriente viva de la tradición (¿por qué excluir en consecuen-
cia por principio la posibilidad de que un laico presida la eucaristía
dado que ésta es imprescindible para la vida de la comunidad y dado
que la comunidad en definitiva es la protagonista de la concelebra-
ción? 29).
La mirada a la tradición de la Iglesia desde sus orígenes neotes-
tamentarios más antiguos permite refutar posturas tan unilaterales
para establecer el sentido esencial y primitivo de un ministerio espe-
cial. Para este objetivo puede bastar la mención de dos datos:
a) La dinámica, y el funcionamiento, de las comunidades neo-
testamentarias puede ser comprendida desde la dialéctica algunos/to-
dos que han señalado algunos exegetas30. Se puede percibir en el
más antiguo de los documentos neotestamentarios y precisamente
respecto al ministerio de presidencia: 1 Tes 5,12 pide acatamiento y
amor a quienes presiden y amonestan, si bien la misma función de
amonestación es recomendada al conjunto de los cristianos (v.14); lo
que realizan «algunos» no implica la expropiación de «todos» sino
la existencia de una responsabilidad especial de amonestación por
parte de quienes presiden.
b) En toda iniciativa comunitaria hay siempre un momento
«previo» que es normativo y vinculante; este aspecto no se refiere
sólo a la iniciativa del Señor o del Espíritu, sino a un dato histórico
anterior que no debe ser transgredido: el «typos didachés» (norma de
doctrina) que ha de regular la conducta31 según Rom 6,17, la tradi-
ción del memorial eucarístico según 1 Cor 11,23 o del kerygma pas-
cual según 1 Cor 15,3; la responsabilidad de este dato previo o fun-
dador, como veremos en el capítulo siguiente, recae sobre el minis-
terio apostólico, sobre la episkopé.
2<) A este respecto se suelen recordar las palabras de Tertuliano: «Allí donde no resida un cuerpo de ministros ordenados, tú, laico, celebras la eucaristía y bautizas, y tú eres el propio sacerdote, porque allí donde dos o tres están reunidos, allí está la Iglesia aun cuando estos tres sean laicos» (De exh cast 7,3 PL 2,922) Es discutido el alcance del texto, pero para algunos autores se debe entender como reconocimien- to de que los laicos pueden presidir la eucaristía P VAN BENEDEN, Haben Laien die Euchanstie ohne Ordimerte gefeiert? Archiv fur Liturgiewissenschaft 29 (1987) 31-46 y G DAVAUD, Le laic peut-il celébrer l'euchanstie? Revue des Études Au- gustimennes 42 (1996) 213-222. Letrán IV sin embargo establece lo que ha sido la tradición católica' «Sólo el sacerdote legítimamente ordenado, según el poder de las llaves de la Iglesia, que Jesucristo concedió a los apóstoles y a sus sucesores, está capacitado para realizar este sacramento (del altar)» (DS 802). 30 B SESBOUE, «Ministerios y estructuras de la Iglesia», en J DELORME (ed.), El ministerio y los ministerios según el Nuevo Testamento (Madrid 1975) 373-375. 31 F W. BEARE, On the Interpretaron of Román VI, 17 NTS 5 (1959) 206-210. C 10. Formas de existencia eclesial 179 El conferimiento de un ministerio tan cualificado y específico no podía carecer de un contexto celebrativo, de un acto ritual, de la imposición de manos; el judaismo lo usaba para la transmisión de la autoridad por parte de los rabinos, lo que explica la normalidad de su uso en contexto cristiano32. Estos elementos nos permiten comprender con mayor radicalidad la identidad y la función de este ministerio especial de presidencia y de representación: a) De cara a los cristianos individuales hace presente el carácter de precedencia de la Iglesia como comunidad y como pueblo respecto a cada bautizado que inicia en su seno una nueva vida; por tanto no surge simplemente porque la comunidad lo decida (como delegado de la comunidad), sino que la Iglesia misma necesita desde su origen in- dicar que no vive de sí misma, sino de una iniciativa que la precede. b) El ministro ordenado es mediación del a priori acondicio- nado de Cristo mismo que se hace presente desde su libertad gene- rosa, y por ello simboliza la imposibilidad de la autorredención, el presupuesto de gratuidad y de exterioridad que hay en el hecho cris- tiano y eclesial33. c) Representa por ello a Cristo en su posición frente a la comu- nidad, que le habilita a actuar en su nombre y con su autoridad, capacitándolo por ello para unificar, vivificar y coordinar todos los carismas y ministerios en el único acto de Cristo; es por todo ello el ministro capacitado para presidir la eucaristía. d) Posee la garantía del Espíritu y la seguridad de su fuerza vivificadora; se trata del mismo Espíritu que estaba con Jesús y le acompañaba durante su ministerio, el que edifica la Iglesia y el que mantiene la actualidad de Cristo a través de los siglos 34. e) Representa a la comunidad de modo visible y sensible, mos- trando así que la Iglesia es más que la suma de los creyentes y ante- rior a cada uno de ellos. De modo análogo a lo que hemos dicho de los obispos reunidos en concilio, en todo ministro ordenado se con- densa y cristaliza el querer, el obrar y el padecer común a todos; es por ello pieza clave en la sinodalidad y en la comunión que debe vivir toda comunidad cristiana, pues su representatividad debe servir a la expresión de la iniciativa corresponsable de todos 35. 32 E LOHSE, «Die Ordination rm Spaljudentum und un Neuen Testamento, en K KERTELGE (ed.), Das kirchhche Amt ¡m Neuen Testament (Darmstadt 1977)501-523 33 G. LAFONT, Imaginer l'Éghse (París 1988) 198-204 34 J M R TILLARD, Mmistére ordonné et sacrifice du Chrut Ir 49 (1976) 156- 166 35 Una expresión arcaica, que introduce en el tema que se expondrá a continua- ción, la encontramos en la interpretación que ofrece san Jerónimo de la carta dirigida 180 PIII Creo en la Iglesia apostólica J) Por surgir de la objetividad del hecho cristiano contribuye a situar la libertad cristiana la fe del individuo pierde y supera la tenta- ción del descompromiso o de la pasividad porque queda vinculada a una misión ya entregada y a una historia que no puede ser comenzada de nuevo en cada momento Pero precisamente por ello produce un efecto profundamente liberador el fiel no queda remitido a la persona- lidad particular del ministro, a su dominio o a su arbitrariedad, ni está expuesto a la actitud subjetiva de la persona, sino que depende de una dimensión objetiva supraindividual que en el fondo es la garantía de que Jesucnsto, el Señor, es el único y auténtico salvador Estas funciones de representatividad simbólica y sacramental se han condensado en las fórmulas in persona Christi e in persona/no- mine Ecclesiae36 Sus raíces se encuentran en el uso jurídico del latín clásico y sobre todo en la convicción, expresada ya en los Pa- dres, de que hay palabras, especialmente en los sacramentos y en la eucaristía, que deben ser atribuidas a Dios aunque sean pronunciadas por los hombres En ello radica precisamente su fuerza y su eficacia Pablo, en el ejercicio de su ministerio apostólico, era consciente de dar órdenes en el nombre del Señor (2 Tes 3,6), de ejercer la autoridad en el nombre de Cristo (Rom 1,5, 1 Cor 15,8) y de que la obediencia que reclama se dirige a Cristo (2 Cor 10,6) También los Padres tienen clara conciencia de que Cristo habla y actúa por y en sus ministros37 Ya en Tomas de Aqumo quedará claro que el fun- damento de la presencia de Cristo en la actuación del sacerdocio ministerial es el carácter sacramental en cuanto participación en el sacerdocio de Cristo38 La escolástica desarrollará la idea de representatividad eclesial39 La ocasión fue provocada en los siglos xi-xn por la situación de los sacerdotes excomulgados Pedro Lombardo es exponente de la postura que negaba la validez de sus acciones sacramentales 40 Pero se impon- drá la postura contraria hay actos eclesiales cuyo verdadero sujeto es la comunidad eclesial, por lo que la acción del ministro se encuentra entrelazada en la realización de toda la Iglesia (in/ex persona eccle- siae), el ministro es minister ecclesiae, órgano de la Iglesia 4I a los fieles de Connto que fue escrita por Clemente «ex persona Romanae Ecclesiae» (De viris illustribus 15 PL 23,663) 36 D D MARLIANGEAS, Cíes pour une theologie du mimstere In persona Chnsh in persona ecclesiae (Beauchesne, París 1978) 37 Cf como ejemplo la expresión de Cipnano en Ep 63,14 el sacerdote «vice Christi veré mngitur» (PL 4,385-386) 38 STh 111,22,4 39 Santo Tomas ofrece una síntesis equilibrada en STh 11/2,88,12c 40 Líber IV Sententmrum d 13,1 (PL 192,865) 41 SANTO TOMAS, Summa contra Gentiles IV,73 C 10 Formas de existencia eclesial 181 No deben ser consideradas como representaciones heterogéneas o yuxtapuestas Tampoco se sitúan al mismo nivel Pero deben ser contempladas en su unidad orgánica, a la luz de la unidad entre Cris- to y la Iglesia 42 La acción in persona ecclesiae debe situarse en el interior mismo de la acción in persona Christi En el interior del Cristo Total su conjugación resulta clara el sacerdote representa a Cristo Cabeza y Señor de la Iglesia, aquél al cuerpo que es la Iglesia En cuanto actúa in persona Christi el ministro ordenado expresa el sí irrevocable de Dios a los hombres y en cuanto actúa in persona ecclesiae expresa el sí fiel de los hombres a Dios 43 Por existir un ministerio con estas características la Iglesia es una sociedad organizada, lo que LG 20 precisa como «jerárquicamente organizada» Ello se debe no a dinamismos sociológicos o sicológi- cos (que sin duda también existieron), sino a «institución divina» (LG 18) la divina providencia, bajo la acción del Espíritu Santo, ha mantenido la voluntad de Cristo de que exista un ministerio que pre- sida la comunidad y la eucaristía y que ejerza la autoridad sagrada La articulación de la Iglesia por tanto no depende de estrategias de organización ni de las conveniencias de la eficacia, sino de la inicia- tiva del Dios trinitario que la ha hecho nacer 44 Muchas son sin embargo las objeciones que se levantan contra la autoridad45 Proceden tanto de la sensibilidad cultural como de la inspiración evangélica El poder y las instituciones se han vuelto sospechosos en amplios sectores de la cultura actual La Ilustración ha reafirmado el valor de una libertad emancipada y ha sometido a crítica la presión de las instituciones tradicionales La justificación positivista de las institu- ciones no resulta convincente El estudio histórico permite compren- der que están condicionadas por intereses o contingencias históricas La hermenéutica de la sospecha denuncia la búsqueda de dominio, la represión de tendencias, la manipulación por parte de los poderosos 42 43 D D MARLIANGEAS, o c , 240-241 G GRESHAKE, Ser sacerdote (Sigúeme, Salamanca 1995) 86 44 Trento habla ya de ecclesiastwa hierarchia (DS 1767) y el capitulo III de LG se titula De constitutwne hierarchica ecdesiae La primera vez que en el lenguaje cristiano hace su apancion el termino jerarquía es el c 111,1 del Pseudodiomsio que lleva por titulo precisamente De ecclesiastica hierarchia (PG 3,163ss) Designa un «sagrado dominio» «es un orden sagrado, un saber y un actuar lo mas próximo posible de la Deidad» Trata de destacar ante todo la generosidad de dar propia de una jerarquía cercana al «esplendor divino», pero por ello introduce y establece una distinción «el orden sagrado dispone que unos sean purificados y otros purifiquen, que unos sean iluminados y otros iluminen, que unos sean perfeccionados y otros perfeccionen» (111,2) 45 Cf sobre la problemática O GONZÁLEZ DE CARDEDAL, El poder y la conciencia (Madrid 1984) 182 P.III. Toda estructura jerárquica debe realizar enormes esfuerzos para legi- timarse. Una estructura eclesial jerárquica debe defenderse además de acusaciones que provienen de principios evangélicos: demasiadas veces se ha contaminado con intereses mundanos (cf. frente a ello Me 10,42-45; Mt 20,25-28; Le 22,25-27; Jn 13,12-15), parece trai- cionar la sencillez de las relaciones primitivas, no refleja adecuada- mente la actitud del Jesús servidor... Estas objeciones deben ser desenmascaradas en lo que tienen de simplista y de ingenuo, pero igualmente deben ser admitidas como instancia crítica para conseguir en la Iglesia un tipo de autoridad genuinamente cristiano. La oposición radical a la autoridad o al poder denota un utopis- mo irreal, es signo de la inmadurez que no asume la complejidad de las relaciones humanas y sociales. Puede conducir a posturas inhu- manas: el sectarismo, la intolerancia, la anarquía, la arbitrariedad o el puro choque de tendencias y de pasiones. Asumir el principio de realidad no es simplemente fuente de represiones, sino gesto de re- conciliación con la realidad, con la finitud, con la existencia de los otros que son distintos. La autoridad y la ley pueden ser mal usadas, pero forman parte del bien común, de la convivencia social. En el caso de la Iglesia estos principios deben además ser some- tidos a la conversión y la transformación que exige el evangelio. La autoridad eclesial no puede ser entendida como un caso más dentro del concepto general de autoridad 46. La autoridad en la Iglesia no se legitima por meros requisitos jurídicos, sea por vía de concesión de una autoridad superior, sea por vía de votación popular, sino por la participación existencial de quien la ejerce en el estilo mismo que Jesús tuvo de ejercer su autoridad, su misión, su testimonio. El Nuevo Testamento evita la terminología usual de la época 47 y opta por diakonía, término de carácter no bíblico y no religioso. Es particularmente llamativo porque suscita la idea de servir a la mesa, actividad de bajo rango social. Pero precisamente ese servicio (como el de lavar los pies) refleja el estilo y la alternativa de Jesús para expresar el amor de Dios. Esclavo, servidor, pastor, enviado... desig- nan adecuadamente el señorío de Jesús. Y desde ese supuesto se puede entender la exousia que se le reconoce: no se basa en la fuerza como la de los señores de este mundo, ni en la tradición como la de 46 CIO. Creo en la Iglesia apostólica R. BLAZQUEZ, La Iglesia del Concilio Vaticano II, ed cit, 234 Otros extreman la diferencia contraponiendo la religión de la autoridad a la religión de la llamada: M. LEGAUT, Creer en la Iglesia del futuro (Santander 1988) 47 Arché, que aparece 12 veces, nunca es aplicado a la autoridad en la Iglesia, y lo mismo puede decirse de taxis (10 veces) Timé se aplica sólo a Cristo o al sacer- docio levítico Formas de existencia eclesial 183 los doctores de Israel, ni en la investidura como la de tantos cargos oficiales... Designa más bien la seducción y autenticidad que irradia de su persona, de su conciencia de misión, de la certeza de Dios que le movía, de la compasión por todos los necesitados (Mt 9,36; Jn 10,1-8), de la voluntad radical de servir. Diakonía se aplica por ello en el Nuevo Testamento a una diver- sidad de funciones (Hch 6,lss; 20,24; 21,19). Más aún: es la pers- pectiva para comprender y ejercer todos los ministerios en la Iglesia. Hasta el ministerio apostólico es un servicio (Rom 1,5; 1 Cor 4,1; 2 Cor 6,3; 2 Tim 4,11). El ministerio ordenado, por tanto, debe dejar transparecer el don de gracia por su actitud de servicio. No debe interponerse ni superponerse a la relación con el Señor que constitu- ye la dignidad de cada bautizado. La lógica del dominio debe ser sustituida por la lógica de la fraternidad: si la autoridad se convierte en exterioridad, acaba petrificándose, y si se reduce a delegación, diluye el simbolismo de recordar a la comunidad que no se convoca a sí misma y que no tiene en sí misma la fuente de su propio ser; la lógica de la alteridad permite entender la dialéctica peculiar del mi- nistro ordenado como autoridad: no se aisla de la comunidad y par- ticipa de su itinerario de fe, pero al mismo tiempo recuerda que la comunidad se recibe de Otro, especialmente en la presidencia de la eucaristía. La comunión vivida como sinodalidad es el ámbito en el que puede desempeñar su función evitando las fáciles y tentadoras alternativas de carácter político 48. 48 Frente a la centrahdad de ideas como monarquía aplicadas a la Iglesia se ha reivindicado la necesidad de aplicar categorías como democracia J RATZINOER-H MAIER, ¿Democracia en la Iglesia9 (Bilbao 1971) y G MAY, Demokrahsierungder Kirche Moghchkeit und Grenzen (Viena 1971) son reflejo de la polémica en los momentos álgidos del debate Paulatinamente se sedimenta la convicción de la pecu- liaridad de la estructura eclesiástica de gobierno frente a otros sistemas socio-políti- cos C BURKE, Authonty & Freedom in the Church (Dublín 1988) La comunión ejercida como smodahdad o conciliandad puede ser una alternativa eclesial a los sistemas profanos, si se tiene la convicción de que el ser eclesial posee una peculia- ridad que afecta también a las relaciones interpersonales e institucionales Sería una de las vías más adecuadas para mostrar la relevancia pública de la fe vivida comuni- tariamente. CAPÍTULO XI EL MINISTERIO APOSTÓLICO: EL EPISCOPADO BIBLIOGRAFÍA BOTTE, B., Caráctere collégial dupresbytérat et de Vepiscopal, en Etu- des sur le sacrement de l'ordre (París 1957) 97-124; CONGAR, Y. (ed.), La collégialité episcopale. Histoire et théologie (París 1965); CONGAR, Y.-DU- PUY, B. D. (eds.), L'épiscopat et l'Église Universelle (París 1962); DELOR- ME, J. (ed.), El ministerio y los ministerios según el Nuevo Testamento (Cristiandad, Madrid 1975); HAINZ, J. (ed.), Kirche im Werden. Studien zum Thema Amt und Gemeinde im Neuen Testament (Schóningh, Munich-Pa- derborn-Viena 1976); D E HALLEUX, A., La collégialité dans l'Église an- cienne: RTL 24 (1993) 433-454; LECUYER, J., Eludes sur la collégialité episcopale (Le Puy 1964); MAGNANI, R., La succesione apostólica nella tradizione della Chiesa (Dehoniane, Bolonia 1990); SCHNACKENBURG, R., L'apostolicité. État de la recherche, Ist 19 (1969) 5-32; SCHWEIZER, E., Konzeptionen von Charisma und Amt im Neuen Testament, en RENDTORFF, T. (ed.), Charisma und Institution (Gerd Mohn, Gütersloh 1985) 316-349. El ministerio ordenado, que ejerce la presidencia y sirve a la uni- dad y a la comunión, tiene su raíz y su realización paradigmática en el ministerio apostólico. La exousía propia de Jesús respecto a su Iglesia fue transmitida y comunicada por él de modo directo y espe- cial a los apóstoles. En ellos se refleja y se conserva la intervención previa y fundante del Señor Jesús. Ese momento de independencia hace que no pueda ser reducido a delegación de la comunidad: ésta se expresa y se realiza sacramentalmente mediante la consagración (al margen de la participación que puedan tener el resto de los bautizados en la designación de sus titulares o en su recepción y acogida). Por su radicalidad y fundamentalidad, el ministerio apostólico constituye la figura originaria de todo ministerio eclesial. «Si en la Iglesia existe un ministerio, éste es el del apostolado. Él constituye el ministerio central y fundamental del cual derivan todos los minis- terios» '. La conciencia creyente sostiene por ello que todo ministe- rio jerárquico en la Iglesia está vinculado a la institución de los após- toles 2, y que ésta se remonta a la intención misma de Jesucristo que 1 CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, El ministerio sacerdotal (Sigúeme, Sala- manca 1971)26. 2 Es la tesis primera de las aprobadas por la CTI en su documento El sacerdocio católico, de 1970. 186 P.II1. Creo en la Iglesia C.ll. apostólica puso los fundamentos a partir de la vocación de los Doce 3. Este doble elemento será objeto de nuestra reflexión, que nos permitirá identificar el estatuto eclesiológico del ministerio episcopal: los obispos ejercen el ministerio de los apóstoles por institución divina 4. 1. El papel de los Doce Para evitar una lectura parcial de los textos hay que evitar una identificación absoluta entre los Doce y los apóstoles, así como una comprensión unívoca del término apóstol. Ello no debe conducir sin embargo al escepticismo de considerar «precrítica» o «elaboración teórica tardía» la noción de un «período apostólico» que fuera nor- mativo para el futuro de la Iglesia5. Más bien, al contrario, la rela- ción dialéctica entre los Doce y los apóstoles nos permite compren- der mejor la identidad y el dinamismo de la Iglesia. La identidad de los Doce con los apóstoles no parece ser postura común en las diversas tradiciones neotestamentarias. 1 Cor 15,5-7 parece sugerir una diferenciación muy antigua. Mt 26,20 y Me 14,7 no reflejan una estricta equiparación, sobre todo si se realiza una comparación con Le 6,13 y 22,14. El mismo Lucas, que tiende a la identificación por motivos teológicos, deja ver lo que ello tiene de elaboración teórica: las condiciones requeridas en Hch 1,21-22 para ocupar entre los apóstoles el puesto dejado vacante por Judas no son cumplidas ni siquiera por algunos de los Doce. Los Doce son un grupo históricamente constatable desde el pe- ríodo prepascual del ministerio de Jesús 6. Dada la traición de Judas resulta inexplicable que hubiera sido una elaboración ulterior. Su ca- rácter simbólico, en cuanto representantes de las tribus de Israel, en- caja admirablemente en el objetivo de Jesús de convocar al pueblo a fin de que asumiera su función mediadora en medio de los pueblos. 3 Es línea motriz del documento de la CTI La apostolicidad de la Iglesia y la sucesión apostólica, de 1973. 4 Éste es uno de los puntos en los que de modo más preciso deben conjugarse el dato histórico y el dogmático, la dimensión cristológica y la neumatológica, la acción del Jesús histórico y la del Señor Resucitado. LG 20 alude al dato dogmático, pero es cautelosa en la tendencia a dogmatizar la lectura de la historia. El desarrollo his- tórico no excluye la institución divina (es de observar que el Vaticano II evita cons- cientemente hablar de derecho divino); pero el dato de fe no se mueve en un vacío histórico, sino que se afirma la existencia de un ministerio eclesial que se remonta a los apóstoles. H. CONZELMANN, Geschichte des Urchristentums (Gotinga, 1983) 6-7, 28. 6 L. DESCAMPS, AUX origines du ministére, la pensée de Jésus: RTL 2 (1972) 3-45; 3 (1973) 121-159. El ministerio apostólico: el episcopado 187 Me 3,14 expresa la iniciativa de Jesús en su «constitución» y la intención de vincularlos a su destino y a su misión. De entre los muchos discípulos, este grupo recibe una identidad peculiar. Incluso son enviados por el mismo Jesús para que realizaran las mismas ac- ciones que él y para que expandieran la misma convocatoria (Mt 10,8; Le 10,3; Jn 20,21 puede ser considerado como desarrollo pos- pascual de eventos prepascuales). Es un envío autorizado, no el de simple mensajero: resulta plausible que se entendiera desde la cate- goría saliah, es decir, con el poder mismo del enviante 7. Cuando Jesús es rechazado por el pueblo, se concentra en ellos, y a ellos se refiere fundamentalmente la promesa del envío del Espíritu. Son el núcleo que garantiza la continuidad, no sólo de fe, sino también so- ciológica, entre el momento prepascual y el período pospascual. Los Doce pronto pasarían a ser una magnitud del pasado. Santia- go ya no es sustituido tras su muerte (Hch 12,2). Pero no se pierde su función simbólica ni su significado histórico. Actúan y permane- cen como célula originaria del grupo apostólico. Los apóstoles más importantes (Pedro, Juan, Santiago) pertenecen a los Doce. Sin duda estuvieron en el origen de las apariciones (lo demuestra el caso de Pedro y de su función reconvocadora). Se puede hablar de una nueva constitución de los Doce en Jerusalén después de Pascua 8. Los Doce quedaron integrados en los apóstoles. Ap 21,14 expresa su función simbólica como piedras sobre las que descansa la nueva Jerusalén. Los relatos de los evangelios salvaguardan, en su persona, la conti- nuidad histórica con Jesús en su ministerio terreno. 2. El ministerio de los apóstoles Los apóstoles, en sentido estricto, son institución pascual. El len- guaje neotestamentario no es preciso ni unívoco. Junto a los «após- toles de Jesucristo» existen los «apóstoles de las comunidades» (1 Tes 2,7; 1 Cor 11,5), enviados por éstas para misiones diversas. Los esfuerzos de Pablo por reivindicar para sí el título de apóstol y la reticencia del mismo Lucas para atribuírselo indican que no esta- ban perfectamente delimitados los contornos y que había por consi- guiente concepciones diversas. Parece arriesgado sin embargo pensar que a partir de un uso va- riado y polisémico se elaborara, por motivos dogmáticos, un concep- to técnico y preciso. No resulta convincente que un concepto tan importante se elaborara en Antioquía o en el ámbito de la misión 7 K. H. SCHELKLE, Discípulos y apóstoles (Herder, Barcelona 1965) 34-35. 8 J. ROLOFF, o.c., 61. 188 P.III. Creo en la Iglesia apostólica paulina, dado que ambos eran conscientes de poseer las raíces en Jerusalén. Más probable resulta la línea contraria: a partir de su ori- gen en Jerusalén el término se fue flexibilizando para designar otras funciones ministeriales significativas en las comunidades. En Jerusalén y en Pascua se encuentra por tanto el origen del apos- tolado cristiano, como momento interno del evento pascual y del ori- gen de la Iglesia. El apóstol está caracterizado por dos rasgos esencia- les: es testigo de la resurrección y es enviado como testigo autorizado para proclamarla. De este modo prolongan el envío mismo de Jesús por el Padre tal como podía ser comprendido desde la hondura del acontecimiento pascual. Es lo que reflejan textos como Mt 28,19; Me 16,16; Le 24,27; Jn 20,23; Gal 1,15; 1 Cor 9,1; 15,8-11. El kerygma va vinculado a la función apostólica, como expresión del estadio defi- nitivo de la historia de la salvación. De esa predicación irán brotando iglesias sucesivas, empezando por la de Jerusalén. Su tarea y misión no se pueden desvincular por tanto como magnitud autónoma respecto a la acción salvadora de Jesucristo y a su señorío. Prolongan de un modo especial su presencia y su autoridad9. La relación Doce-apóstoles nos descubre una peculiar dialéctica eclesial. Los Doce garantizan el entronque con el Jesús histórico, y en consecuencia con el Antiguo Testamento, con Israel y con el pa- sado judío. Los apóstoles representan el envío más allá de Israel, a la superación de las barreras, a la liberación de toda atadura étnica o racial. Los Doce son la memoria del Dios de la antigua alianza, los apóstoles son la memoria, crítica y exigente, de la apertura a todos los pueblos. Ef por ello considera a éstos no sólo como fundamento de la Iglesia (2,20), sino como elemento constitutivo del misterio que se dirige también a los paganos (3,lss). Los apóstoles en su testimonio y comportamiento unánime 10 son los depositarios del valor genuino y del alcance real del ministerio y del misterio de Jesús, de su eficacia salvífica y de su actualidad per- manente. Como servicio de reconciliación (2 Cor 5,18) y diakonía del Espíritu (2 Cor 3,8) van edificando la auténtica Iglesia de Jesu- cristo. Por eso desde el principio los cristianos eran asiduos en la enseñanza de los apóstoles (Hch 2,42), y éstos son enumerados en primer lugar en la tríada ministerial de 1 Cor 12,28 y Ef 4,11. Pablo es ejemplo paradigmático de la conciencia apostólica. Lla- mado directamente por el Señor resucitado, en una cristofanía que es 9 Aunque apostólos es término griego profano, en el uso cristiano asume el contenido religioso cristológico y el significado de saliah (cf. 1 Sam 25,40; 2 Sam 10,lss) según el cual el enviado incorpora la autoridad del enviante. 10 Pablo, ajeno al círculo de los Doce, se preocupa de acudir a Jerusalén para compulsar su testimonio con el de las «columnas», pues es consciente de que en caso contrario su ministerio sería inútil. C.ll. El ministerio apostólico: el episcopado 189 a la vez experiencia del Espíritu, se entrega enteramente al ministe- rio de la reconciliación predicando a los paganos. Pablo predica bajo la pretensión y la urgencia del evangelio, que es el presupuesto de su autoridad, de su actividad, de su espiritualidad y de su teología. El apóstol ve su ministerio como un carisma, pero se siente en una posición «frente a» la comunidad y no simplemente miembro de ella. Por eso ejerce la autoridad en nombre del Kyrios (2 Cor 13,3) y por ello reclama obediencia, dicta normas, conjura, exhorta, amo- nesta. Prefiere ir «con cariño y suavidad» y no usar «la vara» (1 Cor 4,21), prefiere despertar la responsabilidad de las comunidades y no tomar él directamente las decisiones (1 Tes 5,12ss; 1 Cor 5,lss), pero apela con claridad a la autoridad que recibió personal y directa- mente del Señor (2 Cor 13,10). Lo significativo y decisivo no son las órdenes concretas que el apóstol comunica, sino el hecho fundamen- tal de la autoridad con que el apóstol habla, juzga y decide. Pero su autoridad y su ministerio no carecen de presupuestos. El apóstol está vinculado por el contenido del kerygma, por los hechos de los que habla, por la tradición que le precede, por el consenso y la comunión con el resto de los apóstoles, en definitiva por una ob- jetividad de la que no es dueño y señor. Su ministerio consiste pre- cisamente en asegurar y garantizar esa objetividad, esa referencia de la que vive la Iglesia u y que ésta no puede desterrar de su memoria y de su celebración porque constituyen el momento fundador sobre el que a través de los siglos sigue construyéndose. 3. La sucesión apostólica En la necesidad de prolongar y actualizar el ministerio apostólico se esconde una de las cuestiones centrales de la eclesiología: la su- cesión apostólica. El hecho irrepetible del testimonio apostólico, ¿es transmisible o queda reducido de modo exclusivo a sus protagonis- tas? En el caso de que sea transmisible habrá que determinar en qué medida, por qué vías, con qué criterios. ¿No basta la garantía de que la comunidad mantenga su fidelidad a la doctrina de los apóstoles o a la predicación del evangelio?, ¿se requiere un ministerio específi- co, desempeñado por una sola persona y conferido por vía sacra- mental?, ¿no implica esta posibilidad expropiar a la comunidad en- tera de su apostolicidad y banalizar el una-vez-por-todas del testimo- nio de los apóstoles? En la respuesta a estas cuestiones se origina uno de los puntos centrales de desencuentro entre la concepción católica de la Iglesia y 11 J. M. R. TIIXARD, Iglesia de iglesias, ed.cit., 232-235. 190 P.III. Creo en la Iglesia apostólica la concepción de la Reforma. Incluso, podríamos decir, tal respuesta constituye la concepción respectiva del ministerio, y por tanto el nu- do gordiano que deben deshacer los diálogos ecuménicos de cara a un reconocimiento de los ministerios, sin lo cual no podría lograrse una auténtica unidad visible. La concepción católica oficial la expresa el Vaticano II en LG 20. Al final del texto, asumiendo las posturas de Trento y del Vaticano I, establece una conclusión dogmática que, sin ser defini- ción de fe en sentido estricto, expresa la doctrina oficial de la Iglesia Católica con gran solemnidad: Los obispos... recibieron el ministerio de la comunidad. Presiden en nombre de Dios el rebaño de que son pastores, como maestros que enseñan, sacerdotes del culto sagrado y ministros que ejercen el gobierno. Así como permanece el ministerio confiado personalmente por el Señor a Pedro, ministerio que debía ser transmitido a sus su- cesores, de la misma manera permanece el ministerio de los Apósto- les de apacentar la Iglesia, que debe ser ejercido para siempre por el orden sagrado de los obispos. Por eso enseña este sagrado Sínodo que por institución divina los obispos han sucedido a los Apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió. Pertenece por tanto a la fe de la Iglesia que el episcopado no corresponde al derecho humano como si pudiera darse en la Iglesia una constitución no episcopal. El ministerio de los obispos es reco- nocido como aquel que posee el «primer lugar» entre todos los mi- nisterios, y de él se afirma que se remonta hasta el principio a través de la sucesión (que, se dirá en LG 21, se realiza en la consagración episcopal). El texto conciliar sin embargo es prudente en lo que afecta a cuestiones históricas, terminológicas y teológicas (deja, por ejemplo, sin precisar en qué medida es de derecho divino la concreta articulación de tal ministerio). La Reforma por el contrario se opone a la centralidad que la Iglesia Católica otorga a la legitimidad formal de la sucesión. La apostolicidad se juega en el contenido de la enseñanza y en la predi- cación de la Palabra. En caso contrario podría cuestionarse incluso el carácter único del apóstol o la autoridad de Cristo y de la Palabra. Ve en la postura católica no tener suficientemente en cuenta la fragi- lidad humana, la contingencia histórica, la debilidad de las media- ciones humanas. No se puede distinguir en los apóstoles entre una autoridad in- transmisible y una autoridad de gobierno que es transmisible a los sucesores. El apóstol es el testimonio que ha sido generado por el acontecimiento mismo de la salvación que ha tenido lugar de una vez por todas. El evento fundador no se puede trasladar al presente. CU. El ministerio apostólico: el episcopado 191 Si esto fuera posible se anularía la tensión escatológica, porque el presente adquiriría un peso excesivo que comprometería la singula- ridad del evento pascual 12 . Los apóstoles, por tanto, no siguen es- tando presentes en los obispos (como sostiene la tesis católica) sino que permanecen aún en la peculiaridad de su tiempo originario. La tematización de la categoría sucesión apostólica se fue expli- citando de modo paulatino. Porque también paulatinamente se fue configurando y articulando la estructura ministerial que va del apos- tolado al episcopado. No podía ser de otro modo. Las convicciones se van viviendo de modo pacífico y se van desplegando espontánea- mente. Se explicitan de modo conceptual cuando las objeciones po- lémicas o las urgencias históricas conmueven la posesión pacífica. Nos vamos a fijar en dos momentos especialmente relevantes en este proceso para comprender cómo la vida se hace también doctrina. a) El momento de la muerte de los apóstoles Ya durante su vida los apóstoles recurrieron a colaboradores para que asumieran algunas tareas o para que colmaran su ausencia. En uno y otro caso se ve la prolongación del apóstol, de sus poderes y de sus funciones. Por esa vía se van delimitando funciones y se va forjando la terminología. Esta dinámica no está sometida al azar o a la arbitrariedad: se supone el carisma y la recepción comunitaria, actúa la dialéctica algunos/todos, pero siempre desde el protagonis- mo y la legitimación del apóstol; e igualmente hay que ver en ese proceso la acción del Espíritu que va trabajando en la Iglesia de cara a la creación de los órganos de su actividad 13. La conjugación de la iniciativa de los apóstoles y de la conducción del Espíritu permite comprender la sucesión apostólica como «instrumento conceptual indispensable» M para comprender la historia de la Iglesia antigua y, como eco imprescindible, de la eclesiología. Esta sucesión implica la identificación de una tradición vinculada a los apóstoles que debe ser mantenida y conservada, y la configuración ministerial del vacío dejado por los apóstoles. Ambos aspectos deben mantenerse en su mutua implicación, pues ambos se exigen recíprocamente. La sucesión, en primer lugar, se encuentra al servicio de la con- tinuidad en la transmisión de una tradición que no debe ser alterada 12 O. CULLMANN, Cristo e il tempo (Bolonia 1965) 14. Sobre las repercusiones eclesiológicas cf. A. BRIVA, El tiempo de la Iglesia en la teología de Cullmann (Bar- celona 1961). 13 J. A. MOEHLER, L'unité de l'Église (París 1952) 165; de modo más general P. GRELOT, la tradition apostolique. Regle de foi et de viepour l'Église (París 1995). 14 V. GROSSI-A. DI BERARDINO, La Chiesa antica: ecclesiologia e istituzioni (Cit- tádiCastellol984)124. 192 P.III. Creo en la Iglesia apostólica por la serie de los depositarios que se suceden en el tiempo 15. Suce- sión y tradición han de ir unidas: la sucesión es la forma de la tradi- ción y la tradición el contenido de la sucesión 16. El Nuevo Testamento expresa esta convicción por varias vías. Señalemos dos particularmente significativas. De un lado la idea de testamento 17. De modo análogo al género de despedida usado en el Antiguo Testamento (Gen 47,29-50,14; Jos 23-24; 1 Sam 12; 1 Re 2,1-9; 1 Crón 28-29), Hch 20,18-35, 2 Tim 4,1-8, 1 Tim, Tit, presen- tan las últimas disposiciones de los apóstoles desde la preocupación por asegurar el mensaje genuino y la identidad eclesial sobre un fun- damento ya establecido. También los autores de 1 Jn, 2 Jn, 3 Jn son conscientes de garantizar un testimonio anterior dentro del «noso- tros» eclesial que se remonta a un origen anterior. Ello nos abre a la segunda vía mencionada, la seudoepigrafía 18: no pocos escritos de la segunda o tercera generación cristiana son atribuidos a apóstoles ya fallecidos; no se trata de una falsificación, como podría ser enten- dida desde nuestras categorías; más bien expresa la vinculación del autor en el «nosotros» eclesial y la necesidad de expresar la convic- ción de que la conciencia eclesial del momento se siente profunda- mente vinculada a la enseñanza de los apóstoles. Por otro lado se ha de dar una figura concreta al vacío ministerial dejado por los apóstoles. El ministerio del apostolado deja su puesto al ministerio de la episkopé l9, de la vigilancia o inspección. En el ámbito profano designaba la tarea desempeñada por quienes se ocupaban de determinadas funciones relevantes en asociaciones estatales, comunales (sean públicas o privadas), culturales. En el ámbito eclesial la tarea con- sistía en conservar la identidad de la misión apostólica. Lo que había sido encargado y transmitido a los apóstoles sólo se podía conservar por medio de ministerios que se deriven de ellos. La apostolicidad de la doctrina queda unida de este modo a la apostolicidad del ministerio. Tres documentos de la segunda mitad del siglo i desvelan este proceso, en el cual a la vez se produce un desplazamiento de acento 15 A. M. JAVIERRE, El tema literario de la sucesión (Zurich 1963), señala que implica siempre la idea de tradición, e integra tres elementos o niveles: personal (en cuanto relación entre personas), formal (que denota la continuidad en el tiempo reba- sando el marco temporal de una persona), real (lo que de hecho es transmitido de una persona a otra). 16 J. RATZINGER, «Primato, episcopato e succesione apostólica», en K. RAHNER- J. RATZINGER, Episcopato e primato (Brescia 1966) 58. 17 O. KNOCH, Die «Testamente» des Petrus undPaulus. Die Sicherung der apos- tolischen Ueberlieferung in der spátneutestamentlichen Zeit (Stuttgart 1973). 18 N. BROX, Falsche Verfasserangaben. Zur Erkláung der friihchristlichen Pseu- doepigraphie (Stuttgart 1975). 19 Se podría establecer un desarrollo lógico, en virtud de las circunstancias ecle- siales, entre el «apostolado» de Hch l,20ss y 1 Tim 3,lss. CAÍ. El ministerio apostólico: el episcopado 193 significativo: de la influencia unificante del apóstol que va de comu- nidad en comunidad se coloca ahora el interés en la estructuración de las iglesias locales 20. Como sustitutivo de los apóstoles itineran- tes con autoridad supralocal recomienda la Didaché: «Elegios epís- kopoi y diákonoi... porque también ellos os administran el ministerio de los profetas y maestros» 21 . Las Pastorales hablan del epískopos (1 Tim 3,1) y de los presbíteroi (1 Tim 5,17), sin que se pueda pre- cisar si forman o no un colegio, sobre quienes se imponen las manos (1 Tim 4,14; 5,22); y habría que tener en cuenta las figuras de Timo- teo y de Tito, además del autor de las cartas, como órganos transmi- sores de la doctrina apostólica y por tanto protagonistas de la episko- pé. La Carta de Clemente menciona a los epískopoi y diákonoi22 que parecen ser conocidos también como presbíteroi23. Existen indicios suficientes para pensar en una configuración co- legial del ejercicio de la episkopé, si bien fue emergiendo la figura de un presidente unipersonal, que sería ya el obispo tal como actual- mente lo conocemos. De un modo claro lo encontramos a principios del siglo n en Antioquía, como lo reflejan las cartas de san Ignacio: procurad «hacerlo todo en la concordia de Dios, presidiendo el obis- po» 24, «no hagáis cosa alguna sin contar con el obispo» 25, «no hay más que un solo obispo» 26. El obispo está rodeado del colegio de presbíteros 27 y de un conjunto de diáconos. Ésta es la articulación ministerial de la episkopé que se haría tradicional 28 . Todo este proceso requería una justificación teológica, una lectu- ra dogmática de los acontecimientos pasados. La Carta de Clemente, aun dentro de una patente simplificación, nos ofrece un primer esbo- zo cuya lógica interna encierra un elemento de la fe católica: Los apóstoles nos predicaron el evangelio de parte del Señor Je- sucristo; Jesucristo fue enviado de Dios. En resumen, Cristo de parte de Dios, y los apóstoles de parte de Cristo: una y otra cosa sucedie- ron ordenadamente por voluntad de Dios. Así pues, habiendo los apóstoles recibido los mandatos y plenamente asegurados por la re- surrección del Señor Jesucristo y confirmados en la fe por la palabra 20 502. J. ZIZIOULAS, Episkopé et epískopos dans l 'église primitive: Ir 56 (1983) 484- 21 15,1 (usamos los términos griegos para evitar una comprensión anacrónica desde los significados actuales). 22 42,3. 23 44,5. 24 AdMagn6,\. 25 Ad Trall 2,2. 26 Ad Phil 4. 27 AdMagn 6,1. 28 La evolución no es simultánea. 1 Clem, por ejemplo, no refleja aún la existen- cia de tal articulación. 194 P.III. Creo en la Iglesia apostólica de Dios, salieron, llenos de la certidumbre que les infundió el Espí- ritu Santo, a dar la alegre noticia de que el Reino de Dios estaba para llegar. Y así, según pregonaban por lugares y ciudades la buena nue- va y bautizaban a los que obedecían al designio de Dios, iban esta- bleciendo a los que eran primicias de ellos... comopresbíteroi y diá- konoi de los que habían de creer. Y esto no era novedad, pues de mucho tiempo atrás se había ya escrito acerca de tales epískopoi y diákonoi. La Escritura dice así en algún29 lugar: estableceré a sus epís- kopoi en justicia y a sus diákonoi en fe . CAL 29 30 42. AH 111,11,8 (Sources chrétiennes 211,161-171) refleja ya la aceptación del evangelio en su cuádruple forma como fundamento y columna (en referencia a Tim 3,15). Se remonta sin embargo a una época previa: ya Justino en Apol 1,67 y Dial 98-107, e incluso en Didaché 8,2; 11,3; cf. G. N. STANTON, Thefourfold Gospel: NTS3143 (1997) 317-346. J. N. D. KELLY, Primitivos credos cristianos (Salamanca 1980). 32 TERTULIANO, De praescr 21,4 (PL 2,33) y 37,1 (PL 2,50). 195 las iglesias. Son el signo de que esa iglesia está adherida a la doctri- na de los apóstoles. De nuevo la apostolicidad del contenido queda unida a la apostolicidad del ministerio: La tradición de los apóstoles, manifestada en todo el mundo en cada una de las iglesias, se deja captar por todos los que quieren ver la verdad, y podemos enumerar aquellos que han sido instituidos como obispos en las iglesias por los apóstoles y a sus sucesores hasta nosotros, que nada enseñaron y conocieron de estas extravagancias presentadas por los sectarios. Gracias a este orden y a esta sucesión ha llegado hasta nosotros la tradición que desde los apóstoles permanece en la Iglesia y la proclamación de la verdad. Y es manifiesto que la fe que vivifica es en la Iglesia una y la misma, la que ha sido conservada desde los apóstoles hasta el presente y que ha sido transmitida en la verdad33. b) La crisis doctrinal del siglo II Una crisis posterior provocó una ulterior explicitación y profun- dización de estas convicciones. El pulular de grupos heréticos (espe- cialmente el montañismo y la pluralidad de tendencias pre-gnósticas y gnósticas) que apelaban a revelaciones particulares, tradiciones se- cretas, interpretaciones libres de la Escritura, ponía en peligro la tra- dición recibida y la unidad de las iglesias al disolver los criterios objetivos de la fe común. Ante los debates surgidos y las amenazas inminentes, se produjo la reacción de la memoria eclesial expresando de modo neto aquello que pacíficamente venía viviendo y experimentando: frente a las re- velaciones particulares se apelaba al canon de las Escrituras 30, fren- te a las interpretaciones privadas se fijaba la regla o norma de la fe 31, frente a las tradiciones esotéricas se afirmaba la tradición apos- tólica pública y oficial, frente a la dispersión y segregación de las sectas se desarrolló la acción conjunta de los obispos y la práctica conciliar. Tertuliano repetirá la misma lógica de la Carta de Clemente: «Ecclesia ab apostolis, apostoli a Christo, Christus a Deo» 32. La ló- gica de la transmisión/tradición se condensa de un modo más directo en la sucesión episcopal que enlaza el momento actual de cada igle- sia con su origen apostólico. Es importante mostrar que, más allá de las personas, se ve como decisiva la sucesión en la sede, la identidad de la iglesia a través del tiempo. Pero esta identidad se expresa en las personas que se insertan en una cadena ininterrumpida. Por eso flo- rece un gran interés en elaborar las listas episcopales de cada una de El ministerio apostólico: el episcopado 4. Estatuto eclesiológico del obispo El obispo, en cuanto sucesor de los apóstoles, ejerce el ministerio de «vigilante», «testigo» y «memoria» de la apostolicidad de la Igle- sia. Pero su sentido eclesiológico debe ser todavía desglosado. Fun- damentalmente en un doble nivel. En la figura del obispo se cruza y condensa una doble dimensión. De un lado está referido y vinculado a una iglesia particular. Pero de otro lado está referido a la Iglesia universal 34 . Por ello se puede plantear la cuestión: ¿la consagración constituye al obispo ante todo en pastor de la diócesis o en miembro del colegio? La admisión de la alternativa dificulta la comprensión de la respuesta. En realidad el obispo está dedicado al cuidado pastoral de una iglesia concreta, pero es constituido como tal por su asunción en el colegio episcopal y en consecuencia está esencialmente dedicado a las exigencias de la comunión y de la Iglesia universal. El pastoreo de una comunidad local y la entrada en el colegio, y por tanto en la comunión y en la misión universal, son inseparables 35. Es la conjugación que consi- guió san Cipriano: el obispo encarna la propia iglesia y por tanto expresa su identidad específica («episcopum in ecclesia esse et ec- clesia in episcopo» 36 ), pero a la vez forma parte de un episcopado 33 AH 111,3,1 (Sources chrétiennes 211,31). Vicente de Lerins escribe en su Commonitorium XXII (PL 50,667): «Guarda el depósito, lo que te ha sido confiado y no lo que has inventado, lo que has recibido y no lo que has pensado... No eres autor sino guardián, no eres fundador sino discípulo... Enseña lo mismo que te ha sido 34 enseñado. Y aunque te expreses de modo nuevo no digas cosas nuevas». L. GEROSA, // vescovo: punto di convergenza della dimensione universale 196 PUL Creo en la Iglesia único compartido con el resto de los obispos («Episcopatus unus est, cuius a singulis in solidum pars tenetur» 37). A otro nivel habrá que resolver el sentido y el alcance de la sa- cramentalidad del episcopado. Ello se hace necesario para defender su identidad tanto respecto al presbítero como respecto al romano pontífice. Sólo entonces podrá establecerse su identidad eclesial y su relevancia eclesiológica: a) al no estar clara su identidad sacramental tampoco estaba claro si el ministerio del obispo era superior al del presbítero; resultaba difícil precisar si el rango superior que se atri- buía al obispo se basaba en el sacramento o tan sólo en la jurisdic- ción; b) tampoco estaba clara su referencia al primado: éste había sido definido en el Vaticano I, y por ello resultaba más arriesgado dilucidar si el poder episcopal era recibido del Papa o por el contra- rio lo poseía el obispo por sí mismo, en virtud de la consagración episcopal; estas incertidumbres repercutían indudablemente a la hora de fijar su posición en el seno del colegio y de la Iglesia universal. Este punto será objeto de nuestra consideración más adelante. Nos fijaremos de momento en el primer punto y en el tema central de la sacramentalidad del episcopado. La sacramentalidad de la consagración episcopal no ha sido una evidencia durante muchos siglos. A san Jerónimo se atribuye la opi- nión según la cual los obispos se han constituido como tales por razones de honor y de dignidad, extrínsecas por tanto a su ser orto- lógico. La teología de la primera escolástica rechazaba también la sacramentalidad del oficio episcopal: si el sacramento del orden está orientado al corpus verum, la consagración episcopal no añade nada nuevo, ya que el presbítero también posee pleno poder en el acto de la transustanciación; el poder de la consagración episcopal se refiere al corpus mysticum, a la Iglesia, y esa referencia se realiza en el ámbito de la jurisdicción, fuera del ordo (que se refiere a la euca- ristía) 38. Trento discutió acerca de la sacramentalidad del episcopado, pe- ro sin llegar a una decisión. No había acuerdo acerca de si el poder episcopal lo recibían del Papa o lo poseían los obispos por sí mis- mos. Por ello quedaba en el aire la justificación sobre la obligación de residencia. La identidad teológica del episcopado seguía siendo cuestión abierta. 37 DeEcclesiae unitate 5 (PL 4,501). H. BOUESSE, Episcopat et sacerdoce: l 'opinión de St. Thomas: RvScRel 30 (1956)240-257, 368-391; cf. la postura de santo Tomás en Comm. inSent. IVq.3 a.2 ad 2; en Suppl q.40 a.4 in corp 3: el sacerdote posee dos ministerios, el principal consagrar el Cuerpo de Cristo y el secundario que es preparar a la recepción del sacramento de la eucaristía; en este nivel tiene lugar el poder del obispo, no en el principal. 38 CU. apostólica El ministerio apostólico: el episcopado 197 Más adelante fue el «parroquismo» la postura que reabrió y agu- dizó la cuestión, como reivindicación de los derechos del párroco frente al obispo. Como fundamento se sostiene la existencia de una sucesión presbiteral (sobre la base del envío de los 72 discípulos). Aun reconociendo al obispo la plenitud del sacerdocio, no se debe concluir de ello que él es toda la Iglesia o que él sólo representa a la Iglesia. Los pastores de segundo orden son ministros con él y coope- radores en el gobierno de la Iglesia. Incluso en causas de fe son jueces junto con los obispos 39. El Vaticano II aclara las incertidumbres al afirmar la sacramen- talidad del episcopado. Aunque no se promulga como definición dogmática, sí se trata de uno de los textos de mayor solemnidad o densidad doctrinal del concilio: «Este sagrado Sínodo enseña que por la consagración episcopal se recibe la plenitud del sacramento del orden» (LG 21). Esta convicción es explicitada en el sentido de capitalidad eclesial: «cada uno de los obispos es el principio y fun- damento visible de unidad en sus Iglesias particulares» (LG 23). El obispo por tanto está referido a su propia iglesia de un modo intrínseco 40. 5. El obispo en su iglesia La centralidad del obispo en su iglesia por tanto no puede cen- trarse en el gobierno, en la jurisdicción. Si el obispo ejerce el gobier- no en su iglesia se debe a que es el que preside la eucaristía y a que es el que predica el evangelio con la garantía apostólica (como doc- tor de la fe). A la luz de los datos que ya hemos encontrado en diversas oca- siones podemos comprender la importancia que tiene la presidencia de la eucaristía de la iglesia local. Es específico de la episkopé pre- sidir la celebración del memorial eucarístico como icono de Cristo sacerdote41. La eucaristía es el momento en que el Señor se hace presente de un modo especial congregando a todo el pueblo con sus dones y carismas y creando la unidad en la diversidad. Sólo en la edificación del corpus mysticum alcanza su consumación la dona- M E. RICHER apelaba a una sucesión de derecho divino por parte de los 72 discí- pulos enviados por Jesús, que se prolongaría en los presbíteros/párrocos. TAMBURTNI en su Vera idea della Santa Sede (Pavía 1784) apela por su parte a Hch 15 para justificar el papel de los presbíteros como jueces de la fe. 40 G. CANOBBIO-F. DALLA VECCHIA-G. P. MONTINI (eds.), / / vescovo e la sua Chie- sa (Morcelliana, Brescia 1996). 41 O. PARLER, «L'évéque représentant du Christ selon les documents des pre- miers siécles», en AA. W . , L 'Episcopat et i 'Église Universelle (París 1962) 31 -66. 198 P.III. Creo en la Iglesia apostólica 42 ción del corpus verum . El obispo sin embargo no preside la euca- ristía para o con la comunidad sino en el centro de su iglesia. Esta vinculación entre iglesia, eucaristía y obispo es expresada ya clara- mente por san Ignacio: «Sólo es válida la eucaristía celebrada por el obispo o por quien ha sido autorizado por él» 43. Junto a ello no es menos importante el anuncio del evangelio, la predicación como convocación de la comunidad eclesial, la enseñan- za de la doctrina como maestros auténticos, el testimonio de la ver- dad divina (LG 25). Es significativo que el Vaticano II señale en primer lugar el servicio a la Palabra, antes de las funciones de santi- ficar y de regir. El kerygma, recibido de la tradición apostólica, fue y sigue siendo momento primero en la eclesiogénesis. Si es central la vinculación del obispo con la eucaristía y la Pala- bra que constituyen a la iglesia local, se debe reconocer un dinamis- mo de inclusión recíproca entre el obispo y su iglesia. Ya lo expre- saba bella y sintéticamente san Cipriano, como hemos visto 44. Aún antes lo había visto san Ignacio: «Donde está el obispo allí está el pueblo, igual que donde está Cristo allí está la Iglesia Católica» 45. Se da por tanto una representación simbólica del obispo respecto a su iglesia. Por eso era tan importante en la Iglesia antigua la norma que prohibía a los obispos cambiar de iglesia 46 o que hubiera más de un obispo en una ciudad 47. En virtud de la consagración el obispo goza de potestad propia, ordinaria e inmediata (LG 27). No son por tanto delegados del Papa, sino que, en virtud de la sacramentalidad de su ministerio, participan en el triple ministerio de Cristo. No obstante, como veremos, la Igle- sia es una comunión jerárquica, lo cual implica una relación determi- nada con el primado. En virtud del sacramento recibido el obispo es cabeza de la igle- sia por ser centro de la unidad y de la comunión. Es por eso ministro originario (se evita el término ordinario) de la confirmación o «dis- pensadores de las órdenes sagradas» (aunque no se explicite su ca- rácter exclusivo) (LG 26). El sentido eclesiológico de ambos sacra- mentos justifica esta esencial referencia episcopal. Esta capitalidad eclesial del obispo se debe traducir existencialmente, en la cercanía al pueblo, en la identificación con las peculiaridades biográficas de 42 J. RATZINGER, «La colegialidad episcopal», en G. BARAÚNA (ed.), o.c, 11,757. Ad Esmirn 8,1. Ep 66,8 (CSEL 3,733). 45 Ad Esmirn 8,2. 46 Así el c.15 de Nicea, en Mansi 2,1285. 47 H. LEGRAND, «"Un solo obispo por ciudad"». Tensión en tomo a la expresión de la catolicidad de la Iglesia desde el Vaticano II, en H. LEORAND-J. MANZANARES- 43 44 A. GARCÍA Y GARCÍA (eds.), o.c, 495-535. C.ll. El ministerio apostólico: el episcopado 199 la propia iglesia, en la conjugación de carismas en la armonía co- mún, en el ejercicio permanente de la sinodalidad y en la celebración periódica de sínodos en los que la vida de su iglesia se exprese, simbolice y celebre de modo solemne48. 6. El presbiterio y los presbíteros Desde el papel del obispo en una Iglesia comunional y sinodal adquiere nueva luz y sentido el presbiterio y el ministerio presbite- ral. El «clero diocesano» ha dejado paso al presbiterio como magni- tud teológica y como estructura esencial de la iglesia particular. El presbiterio no es un momento segundo a la ordenación presbiteral ni una estructura que surge de la estrategia pastoral. El presbiterio está vinculado a la episkopé y el obispo debe ser considerado también en el interior y en el centro de su colegio de presbíteros 49. La historia ha ido desdibujando la idea de presbiterio 50 y la fun- ción y ministerio de los presbíteros. La relevancia que adquirieron con el surgimiento y despliegue de las parroquias quedó bloqueado porque, canónica y prácticamente, estaban sometidos a la jurisdic- ción del obispo y porque, desde el punto de vista teológico, eran sacerdotes «de segundo grado o rango». Esa misma historia sin embargo ofrece elementos que han hecho pervivir otras perspectivas. En el Nuevo Testamento abundan los ejemplos en que aparecen como colegio, como corporación: Hch 15,4.6.22.23; 20,17-18; 21,15-16; 1 Tim 4,14 51. San Cipriano es testigo de su protagonismo en las acciones litúrgicas y en la toma de decisiones 52, es decir, de vivir el dinamismo colegial, que lleva a los obispos a designarlos «compresbyteri» 53. Los presbíteros van asumiendo designaciones de carácter sacerdotal, reservadas inicial- mente al obispo, hasta el extremo de que acabarán siendo designados sacerdotes54. 48 M. DOTEL-CLAUDOT, L 'évéque et la sinodalité dans le nouveau CIC: NRT 106 (1984)641-657. 49 E. BUENO, El presbiterio y la episkopé: Surge 53 (1993) 359-372. 50 J. SAUER, Presbyterium, en LThK2 8,725, no alude más que al lugar del tem- plo designado con este término. 51 Hch 15,4.6.20-23; 20,17-18; 21,15-16. 52 Ep 66,3 (CSEL 3,729). 53 A. VILELA, La condition collegiale des prétres au III siécle (Beauchesne, París 1971)392. 54 Ya Tertuliano habla de «sacerdotalia muñera» en De praescr 41,8 (PL 2,57) para referirse al obispo, al que denomina «summus sacerdos» en De bap 17,1 (PL 1,1213). Tradición Apostólica c.3 pide para el obispo «la máxima dignidad sacer- dotal». Ya en el siglo iv comienza a aplicársele al presbítero cuando va presidiendo 200 P.III. Creo en la Iglesia CAL apostólica El Vaticano II, aunque no intentó un tratamiento en profundidad del ministerio presbiteral, ofrece elementos suficientes que nos per- miten situar adecuadamente al presbítero en la Iglesia55. Se les con- sidera como «próvidos colaboradores» del obispo y poseedores de un sacerdocio de «segundo orden». Con ello se salvaguarda el dato dogmático, ya expuesto, de la capitalidad del obispo. Pero a la vez ofrece otros elementos significativos para articular la relación obis- po/presbíteros en el seno de una eclesiología de comunión. Señalare- mos dos: a) el Vaticano II excluye positivamente la teoría según la cual los presbíteros recibirían su sacerdocio de la plenitud que correspon- de al obispo, y afirma expresamente que obispo y presbítero partici- pan del «mismo y único sacerdocio de Cristo» (PO 7); b) «forman con su obispo un único presbiterio» (LG 28), parti- cipan en la función de los apóstoles (PO 2), reciben también ellos el «ministerio de la comunidad» (LG 20), deben cooperar en el pasto- reo de la diócesis encomendada a un obispo (ChD 11). La relación de los presbíteros con el obispo no debe prescindir por tanto de aquello que los une previamente a la articulación de la episkopé: el ejercicio del «sacerdocio apostólico» 56. En una eclesio- logía societaria se podría hablar de distinciones de rangos o de estra- tos, pero la comunión exige hablar de corresponsabilidad ministerial. La ordenación del presbítero no debe entenderse como fenómeno individual, sino como incorporación a un cuerpo ministerial. Ser presbítero es ser co-presbítero. El presbiterio no es mero producto del derecho eclesiástico o de la misión canónica, sino expresión del ministerio de la episkopé como servicio a la iglesia local57. Al presbiterado se le debe reconocer por tanto una dimensión colegial. Como afirmaba la CTI58, el ministerio de la Nueva Alianza posee una dimensión colegial, realizada de modos análogos. Tam- bién se puede dar en el ámbito diocesano 59. En primer lugar porque la colegialidad del obispo se ejerce también en el centro de su cole- la eucaristía. Cf. P. M. GY, «Remarques sur le vocabulaire antique du sacerdoce chrétien», en Eludes sur le sacrement de l'Ordre (París 1957) I33ss. 55 T. I. JIMÉNEZ URRESTI, Presbiterado y Vaticano II. El presbiterado en los Pa- dres conciliares (Madrid 1968). 56 Anteriormente en la epíclesis de consagración el obispo pedía ayuda en su debilidad, actualmente para ejercer el «sacerdocio apostólico»: S. PIÉ, la plegaria de ordenación de los presbíteros. Nueva edición del ritual: Phase 186 (1991) 471-490. 57 R. SÁNCHEZ CHAMOSO, Vaticano II y presbítero: herencia y programa: Semi- narios 42 (1996) 7-54. 58 Cf. la tesis sexta del ya citado documento de la CTI sobre el sacerdocio. 59 T. GARCÍA BARBERENA, Colegialidad en el plano diocesano: el presbiterio oc- cidental: Conc 8 (1965) 19-33. El ministerio apostólico: el episcopado 201 gio de presbíteros y porque ahí mantiene en unidad al colegio lo- cal 60. Además porque el conjunto de presbíteros pertenecen al mis- mo ordo y sirven a la misma misión y a la misma iglesia. Ello debe manifestarse en estructuras como el consejo presbiteral y en actitu- des de diálogo y corresponsabilidad61. Si el presbítero considera la eucaristía que él preside como prolongación de la única eucaristía del obispo, resultará evidente que sus actividades ministeriales las realiza en nombre del presbiterio y para la edificación de la propia iglesia de cara a cumplir la misión recibida de los apóstoles. 7. El ministerio del diácono 62 La identidad del diácono plantea no pocos problemas desde el punto de vista teórico y práctico: su carácter sacramental es discuti- do e impreciso 63 y su estatuto eclesial es ambiguo, pues puede pare- cer tanto un laico especialmente cualificado como un sacerdote in- completo M. Los intentos magisteriales por desarrollar la doctrina del Vaticano II muestran la riqueza y variedad ministerial que se le atribuyen, pero a la vez los límites a que había sido reducido el dia- conado por las estrecheces de una eclesiología: al configurarse el cursus clericorum se convirtió en un paso hacia el presbiterado; ese estrechamiento no ha sido vencido: su recuperación pretende hacer- los colaboradores de los presbíteros (o suplentes, para compensar la escasez de éstos); pero con ello se aboca a la aporía: quedan centra- dos en tareas clericales y ocupando un espacio que de hecho podría ser ocupado (en la mayoría de las ocasiones) por laicos. Los datos históricos deben ser leídos con gran cuidado y cautela. Rom 15,8; Ef 3,7; 6,21-22; Hch 20,4-5; Col 1,6-8; 4,7-9; Tit 3,12 presentan a los diákonoi ejerciendo ministerios relevantes, pero difí- cilmente son equiparables a los diáconos posteriores. El texto clásico de Hch 6,lss difícilmente puede aducirse como el origen histórico del ministerio del diácono, pues presenta a los Siete como responsa- 60 L. BOUYER, o.c., 477ss. " E. BUENO, El presbítero y los movimientos en la Iglesia: Surge 51 (1993) 187-200. Juan Pablo II en PDV 17 indica que el ministerio presbiteral posee una radical «forma comunitaria» que hace que no pueda ser ejercido más que como tarea colectiva. 62 J. URDEIX y otros, Diáconos para la comunidad (Barcelona 1979); V. OTEIZA, Diáconos para una Iglesia en renovación (Bilbao 1982); S. ZARDONI, I diaconi nella Chiesa. Ricerca storica e teológica sul diaconato (Bolonia 1982). 63 J. BEYER, De diaconatu animadversiones: Per 69 (1980) 441-460. 64 Según un estudio realizado a nivel nacional por la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, los mismos diáconos piensan en ocasiones que no es necesaria la ordenación de cara a las actividades que realizan: DocCath 2137 (1996) 428-434. 202 P.I1I. Creo en la Iglesia apostólica bles del sector de la comunidad de Jerusalén de lengua griega. En Ignacio de Antioquía encontramos ya la figura del diácono más per- filada, en el seno de la tríada ministerial en que se articuló la episko- pé: es un grupo fijo y estable que, junto con los presbíteros, se en- cuentra en torno al obispo en el servicio a la iglesia 65 . Es la figura de iglesia que perdura en la Tradición Apostólica: un obispo en el centro de la iglesia, asistido en el gobierno y en la acción eucarística por el colegio de presbíteros, juntamente con cierto número de diá- conos que realizan actividades diversas. La figura del diácono se perfila como un ministerio estable que no es preparación para un ministerio ulterior. Vive de la referencia al obispo, y no al presbítero, en su servicio a la comunidad 66 . Son el oído, la boca, el corazón del obispo 67. Se les atribuye tareas y com- petencias en ocasiones más relevantes que las de los presbíteros 68 hasta el punto de que pueden considerar injurioso que se les propon- ga la ordenación presbiteral. Posteriormente, ante la absorción mi- nisterial por parte del presbítero, se produjo paradójicamente la sus- titución del diácono por el presbítero. El Vaticano II ha intentado su restauración efectiva y su revalo- rización teórica y práctica. Los sitúa dentro de la constitución jerár- quica de la Iglesia como miembros del orden sagrado. A la vez se admite la posibilidad de diáconos casados (LG 29). Sorprendente- mente se indica que se les imponen las manos «para realizar un ser- vicio y no para ejercer el sacerdocio». Se remite a documentos anti- guos pero de modo llamativo no alude a la fuente de todos ellos, la Tradición Apostólica, que dice expresamente: «En la ordenación del diácono imponga las manos solamente el obispo, porque el diácono es ordenado no para el sacerdocio sino para el servicio del obispo». La recuperación en todo su valor de esta omisión de LG 29 permitirá a nuestro juicio situar el ministerio del diaconado más adecuadamen- te en el seno de la iglesia 69 . Una eclesiología más neumatológica y comunional ha de conside- rar los ministerios no de modo jerarquizado, sino complementario. 65 Ad Trall 2,3; AdEph 2,1; AdEsmirn 8,1; 10,1. A. KERKVOORDE, «Elementos para una teología del diaconado», en G. BARAÚ- NA, 11,917. 67 Didaskalía (ed. Funk) 11,44,2. 68 B. Borre, Hyppolite de Rome. La tradition apostolique (Sources Chrétiennes 11, París 1964) 39. Jerónimo en Com in Ez 43,13 (PL 25,484) refleja claramente la situación de Roma: «El que es el primero de los ministros porque predica a los pueblos y no se aparta del lado del obispo cree que es injurioso si se ordena presbí- tero». 69 B. POTTIER, La sacramentante du diaconat: NRTh 119 (1997) 20-36; A. BO- RRAS, Le diaconat exercé en permanence: restauration ou rétablissement: NRT 118 (1996) 817-838. 66 CU. El ministerio apostólico: el episcopado 203 Frente al esquema triangular y piramidal que considera el episcopado como plenitud y al presbítero y al diácono como modos distintos de participación de esa plenitud, hay que oponer la perspectiva que sitúa al obispo, presbítero y diácono como representación y actualización del ministerio de Cristo en sus múltiples aspectos. Ninguno de ellos es el todo, pero en comunión actualizan y prolongan el misterio de Cristo. El diácono representa a Cristo en cuanto servidor. Su peculiaridad sa- cramental no debe ser vista en la óptica del poder sobre los sacramen- tos, sino en la dimensión del servicio comunitario, de la servicialidad de la episkopé. De este modo asume como tarea la vocación diaconal de la Iglesia, configura una Iglesia más servidora, aporta al mundo y a la Iglesia el gusto por el servicio. Y ello lo ha de hacer en funciones vinculadas al ministerio del obispo más que del presbítero, en perspec- tiva más diocesana que parroquial TM. 8. £1 obispo en el colegio En todo ministerio eclesial se da una simbiosis entre el elemento personal y el sinodal/colegial 71 . En el caso de los obispos se produ- ce de un modo paradigmático: es, como hemos visto, pastor y funda- mento de unidad en su iglesia, pero a la vez es miembro del colegio episcopal. La dimensión colegial del episcopado ha debido abrirse camino recientemente frente a una concepción acolegial que era dominante en la teología desde siglos atrás. La postura acolegial está caracteri- zada por los rasgos siguientes: a) el Papa es el jefe único y supremo de toda la Iglesia, con potestad magisterial y jurisdiccional sobre la Iglesia universal; b) cada obispo residencial es jefe de su iglesia particular, pero está sometido al Papa, al igual que lo están sus fieles; c) la potestad de jurisdicción que tiene cada obispo la recibe inmediatamente del Papa, y en la medida en que el Papa determina dársela; d) los obispos no se encuentran unidos entre sí por un vínculo social constitucional, y tampoco sus respectivas diócesis; los obispos se unen en y con el Papa, no entre sí; e) movidos por el principio universal de la caridad es por lo que los obispos deben vivir unidos en un verdadero espíritu de fra- ternidad; 70 No se trata de perspectivas alternativas sino complementarias, pero habría que expresar más claramente esta dimensión episcopal/diocesana: G. LAFONT, Imaginer l'Eglise, edxit., 194. 71 J. M. R. TILLARD, Iglesia de iglesias, ed.cit., 256. 204 P.III. Creo en la Iglesia apostólica f) el Papa es el único que puede, en virtud de su jurisdicción universal, imponer a los obispos leyes adecuadas para una pastoral común a nivel interdiocesano o supradiocesano 72. Esta concepción supone la no sacramentalidad del episcopado. En consecuencia puede sostener el origen papal de la jurisdicción de los obispos. Representaba una opinión muy extendida, prácticamente común 73. A nivel de hipótesis teórica se podría llegar a pensar la acción del Papa como la de un monarca absoluto sin otro contrapeso dogmático. De hecho, los obispos podían no ser mencionados en cuestiones que afectaban al conjunto de la Iglesia, como la dimen- sión misionera 74 a nivel universal. El Vaticano I, debido a las cir- cunstancias históricas que paralizaron su desarrollo, pudo ser inter- pretado como una ratificación de esta postura, ya que la definición del primado no fue acompañada de afirmaciones equiparables res- pecto a los obispos (como estaba previsto). El Vaticano II intentó un reequilibrio de esta doctrina secular revitalizando la idea colegial: junto al carácter sacramental de la consagración episcopal (y la consiguiente colación en virtud de la consagración episcopal de todo el oficio propio de los obispos) se incluyó la idea de comunión jerárquica y por ello de la intervención del Papa de cara al ejercicio libre de dicho oficio. De este modo el carácter genuino del episcopado incluía el elemento primacial de la constitución de la Iglesia. Primado y colegio por ello no pueden aparecer como realidades yuxtapuestas o enfrentadas, sino como complementarias e integradas en comunión. La importancia que el Vaticano II otorgó a la colegialidad resultó en aquellos momentos, sobre el trasfondo indicado, una perspectiva novedosa. En realidad, como lo muestra la abundancia de estudios que lo antecedieron y acompañaron, recoge un contenido básico de la más antigua tradición, como ya lo hemos constatado en la práctica conciliar. Hunde incluso sus raíces en el Nuevo Testamento. La elección de los Doce por Jesús (Me 3,14.16; Le 6,3) tuvo lugar «a modo de colegio, es decir, de grupo estable» (LG 19). Jn 20,24 deja ver que sus miembros no son considerados aisladamente, sino que se les contempla como «uno de los Doce». Tras la muerte de Judas (Mt C.ll. El ministerio T. I. JIMÉNEZ URRESTI, «La doctrina del Vaticano II sobre el Colegio Episco- pal», en AA.VV., Comentarios a la Constitución LG (Madrid 1967) 441-442. 73 Como excepciones: Enrique de Gante, Quodl. 9 q.22; Godofredo de Fontai- nes, Quodl. 13 q.8; y en Trento: Alfonso de Castro, De iusta haereticorum punitione, 1,11 c.24. 74 Es significativo que respecto a las misiones el Código de 1917 hacía depender la responsabilidad misionera del Papa. el episcopado 205 28,16) se habla de «los Once». Incluso la identidad del grupo recla- ma su sustitución para completar el número de Doce. Es al grupo en cuanto tal al que se atribuyen los poderes de Cristo (Mt 28,18-20; Le 22,28-30; Jn 20,21). El relato de Hechos muestra cómo se ejerce colegialmente el ministerio: 1,15.23; 2,14; 2,38; 6,1-6; 9,27. Pablo, en su relato a los Gálatas, nunca piensa en cuestionar la entidad y la autoridad del colegio apostólico, sino que se preocupa de mantener la unidad con él. La práctica de la Iglesia antigua refleja la convicción de que ese colegio de los apóstoles es reemplazado por el colegio de los obispos en la dinámica de la misma tradición. Se puede mostrar en algunos hechos y ejemplos significativos: a) Ya hemos indicado que para Cipriano hay «un solo episco- pado extendido y formado por un gran número de obispos en con- cordia», por lo que fuera de esa comunión nadie «puede tener la potestad ni el honor de obispo, ya que no quiere conservar ni la unidad ni la paz del episcopado» 75. b) La praxis conciliar muestra y realiza de un modo máximo la colegialidad. El «nosotros» de los obispos debe aspirar al consenso y a la unanimidad no como armonización o síntesis de intereses con- trapuestos o como efecto de un trabajo en equipo, sino como expre- sión de la común tradición apostólica. c) La celebración de la consagración episcopal es como un pe- queño concilio76. La presencia de tres obispos como consagrantes indica que ninguna iglesia se da a sí misma su obispo y que el nuevo obispo es incorporado al orden episcopal77 al mismo tiempo que es dedicado a una iglesia concreta. d) Collegium es un término de uso normal en los siglos iv-v, como equivalente a ordo y corpus, en la línea de Tertuliano 78. Por tanto no ven como obstáculo la definición de Ulpiano: «forman un colegio los que poseen un mismo poder» 79. A partir del siglo iv esta concepción «episcopalista» irá cediendo ante la tendencia centralizadora que tiene el futuro ante ella 80, si bien el término no desaparecerá del todo 81. 75 Ep 55,24. 76 72 apostólico: J. RATZINGER, a.c., 77 760. Ep 59,5 de Cipriano: «post populi suffragium, post coepiscoporum consen- sum» (CSEL 3,672). 78 Tertuliano habla de «ordo episcoporum» en Adv Marc IV,5,2 y De praescr 32,1 (PL 2,266 y 2,44). 79 Digesta 50,6,173. 80 81 G. BARDY, o.c, II, 253ss. León XIII en la Satis cognitum (DS 3309) alude al «episcoporum collegium». 206 C.ll. El ministerio apostólico: el episcopado P.III. Creo en la Iglesia apostólica El Vaticano II vuelve a poner en el centro de atención la idea del episcopado «uno e indiviso» (LG 18), de que el colegio apostólico se perpetúa en el orden de los obispos (LG 20). Si los obispos son sucesores de los apóstoles y si el episcopado es sacramento, se ob- tiene el fundamento ontológico y sacramental para poder afirmar: «Un cristiano se hace miembro del Colegio episcopal en virtud de la consagración sacramental y mediante la comunión jerárquica con la cabeza del Colegio» (LG 22). Con esta última expresión se evita la comprensión del colegio en el sentido de Ulpiano, es decir, como una entidad jurídica compuesta por miembros plenamente iguales, y al mismo tiempo se conserva y recibe la intención del Vaticano I. La doctrina del Vaticano II deposita en la conciencia creyente algunas convicciones fundamentales: a) el colegio de los obispos no es una creación del Papa, sino que constituye un hecho sacramental; b) el oficio episcopal está edificado colegialmente, y por ello representa el servicio a la unidad y comunión de las iglesias; c) realiza y expresa la articulación de las iglesias en la Iglesia facilitando realizaciones efectivas; d) impide la regionalización de las iglesias porque cada una de ellas no se basta a sí misma y debe abrirse a la catolicidad; e) cada obispo debe vivir la solicitud por el resto de las iglesias y sentirse responsable de la evangelización del mundo; j) los datos teológicos concuerdan con la sensibilidad actual, que es más proclive al ejercicio colegial de la autoridad o de la toma de decisiones; g) los obispos pueden desarrollar más posibilidades y atribucio- nes jurídicas, por lo que ha disminuido el número de reservas por parte de la sede romana; h) es única la fuente de las «potestades» del ministerio episco- pal; queda superada la doctrina preconciliar que distinguía entre po- der de jurisdicción (que procedía del Papa) y la potestad de orden o de santificar (que tendría origen sacramental); i) la consagración, en cuanto sacramento, es lo que constituye miembro del colegio, si bien con las precisiones que indicamos a continuación. Para la pertenencia plena al Colegio se requiere también la co- munión jerárquica. Con ello se recuerda que la potestad no se da a cada obispo individualmente sino junto con otros. E igualmente que el colegio es una realidad orgánica, en la que hay que reconocer la peculiaridad del obispo de Roma, su autoridad primacial en todas las iglesias. Hay que admitir por ello un elemento de ulterioridad a la consagración. En consecuencia resulta lógico establecer una distin- 207 ción entre el munus que se recibe en la consagración y la potestas que libera el ejercicio de las posibilidades para quedar constituido en el officium n. Pero ello no justifica deducir conclusiones más arries- gadas: a) que hay que distinguir por derecho divino entre el munus sanctificandi de un lado y los muñera docendi et regendi de otro (pues todos poseen una fuente común, y no se ve por qué la inter- vención del primado debe ejercerse sobre unos y no sobre el otro); b) que, aunque el poder de jurisdicción tenga un origen divino, su transferimiento acontece sólo por la mediación del Papa (pues ello nos haría recaer en la doctrina preconciliar)83. La conjugación de la colegialidad episcopal y del ministerio pe- trino debe ser de tal naturaleza que la acción del pastor supremo y universal sirva para potenciar la dignidad y la consistencia del mi- nisterio de los obispos como colegio. El colegio episcopal, así enten- dido, puede ser icono de la comunión trinitaria84. Su configuración concreta nos sitúa sin embargo ante el problema legal y estructural más difícil de la constitución de la Iglesia. 82 83 84 G. GHIRLANDA, O.C, 400-402, 408, 417ss, 421. Ib. 304-306,418-419. B. FORTE, O.C, 265-266, 285. C A P Í T U L O XII EL MINISTERIO PETRINO COMO PRIMADO BIBLIOGRAFÍA ANTÓN, A., Primado y colegialidad. Sus relaciones a la luz del primer Sínodo Extraordinario (BAC, Madrid 1970); BROWN, R. R., Pedro en el Nuevo Testamento (Santander 1976); GRUPO DE DOMBES, El ministerio de comunión en la Iglesia Universal (1983), en Enchiridion Oecumenicum 11,526-573; EMPIE, P. C.-MURPHY, A. (eds.), PapalPrimacy andthe Univer- sal Church (Minneapolis, Minnesota, 1974); FEUILLET, A., La primauté de Pierre (Desclée/Essai, París 1992); GHIRLANDA, G., Hierarchica Commu- nio. Significato della formula nella Lumen Gentium (Roma 1980); MILANO, G. P., // Sínodo dei vescovi (Milán 1985); SCHATZ, R., Der papstliche Pri- mat. Seine Geschichte von den Ursprüngen bis zur Gegenwart (Echter, Würzburg 1990); TILLARD, J. M. R., El obispo de Roma. Estudio sobre el papado (Sal Terrae, Santander 1986); WOJTOWYTSCH, M., Papste undKon- zile von den Anfangen bis zu Leo I (440-461) (Stuttgart 1981). La Iglesia Católica como comunión de iglesias debe expresar de algún modo visible la unidad que la constituye. El colegio de los obis- pos reclama igualmente un centro de unidad que exprese y garantice la comunión (que hemos denominado «comunión jerárquica»). La con- ciencia eclesial actual en el catolicismo implica la convicción de que la constitución jerárquica de la Iglesia es a la vez colegial y primacial'. El primado es el órgano ministerial que expresa y realiza esa unidad de las iglesias y de los obispos. En ese ministerio, como veremos, se conjugan la unidad y la apostolicidad como servicio a la catolicidad. 1. La problematicidad del ministerio universal de unidad El ministerio máximo de unidad ha de asumir la paradoja histó- rica de ser uno de los motivos más importantes de la división entre las iglesias. Los mismos Papas reiteradamente lo reconocen, aceptan lo que en ellos puede haber de responsabilidad e incluso solicitan perdón2. Señalemos las objeciones más fuertes y constantes lanza- das contra el ejercicio del primado: 1 2 Así se expresa Juan Pablo II en Pastor Bonus 2, AAS 80 (1988) 842. Ya León XIII en Praeclara gratulationis (20-6-1894), en AAS 26 (1893-94) 707, y más recientemente Juan Pablo II en UUS 88; cf. D. VALENTINI, «II papato e i dialoghi ecumenici», en // nuovo popólo di Dio in cammino (LAS, Roma 1984) 123-165. 210 PIII Creo en la Iglesia apostólica a) a través de la historia ha adoptado formas autoritarias, bajo la obsesión de alcanzar el dominio único y exclusivo, se ha entendi- do como superioridad y gobierno sobre los otros, promoviendo un monohtismo que anulaba la diversidad y la peculiaridad de otras tra- diciones, b) ha concentrado en un ministerio todo el poder y responsabi- lidad en vez de situarse en el seno íntimo de la comunión de las iglesias y de insertarse en la unanimidad de las grandes sedes pa- triarcales, c) las pretensiones acerca de su propia identidad han sido des- mesuradas se ha considerado perfecto y por ello reclamaba cambio y conversión a los otros, como si él estuviera exento, olvidando por tanto las debilidades de todo ministerio humano, d) se atnbuye la potestad de ser principio y fundamento de uni- dad y de verdad, lo cual sólo corresponde a Jesucristo y a la Palabra de Dios, e) olvida que los apóstoles son los únicos que pueden situarse ante o frente a las comunidades como instancia previa de verdad, pues tal función no es transmisible a ningún sucesor, J) sus apelaciones al servicio de unidad que realiza resultan va- cias y falsas de hecho las iglesias a las que pretende unir se encuen- tran separadas, y con su actitud actual ratifica ese fracaso histónco, pues se muestra incapaz para integrar en la comunión el pasado his- tórico, es decir, las tradiciones separadas, g) ha anulado el sistema conciliar y sinodal de la Iglesia anti- gua privilegiando una estructura jerárquica y piramidal que de hecho convertía la Iglesia en una monarquía El pesado lastre de estos juicios no anula sin embargo la añoran- za de un ministerio de unidad que supere la división entre las igle- sias La nostalgia de este ministerio de unidad a nivel universal se expresa en las grandes confesiones cristianas no católicas a) Desde el punto de vista ortodoxo, el patriarca de Constanti- nopla llegaba a reconocer que Roma es «primera en honor y en or- den en el organismo de las iglesias» 3 b) La primera autoridad anghcana llegaba a reconocer en Roma la «necesidad de un centro personal de unidad para la Iglesia Uni- versal , ¿no deberían todos los cristianos reconsiderar el género de primacía que el obispo de Roma ha ejercido en la Iglesia primitiva, una "presidencia en la candad" para el bien de la unidad de las igle- sias1?» 4 3 4 Cf en el Tomos Agapis ed cit, 413 Estas palabras de R RUNCIE pueden verse en DocCath 86 (1989) 938-939 C 12 El ministerio petrino como primado 211 c) Los mismos luteranos no excluyen el papado como signo visible de unidad en la medida en que este sometido y subordinado al primado del evangelio y asuma una reestructuración practica, pues el «oficio petnno del obispo de Roma» puede servir a la unidad de la Iglesia a nivel universal5 Las formulaciones señaladas no dejan percibir con claridad si lo que se venía rechazando era el modo de ejercicio del primado o el alcance de un ministerio universal de unidad Es evidente, a pesar de todo, que los deseos expresados dejan sin resolver cuestiones decisi- vas ¿consideran el ministerio petnno como una estructura de dere- cho humano o como perteneciente a la constitución de la Iglesia9, ¿es algo bueno y conveniente para la Iglesia o realmente necesario7, ¿qué implicaría en su ejercicio concreto un ministerio universal de unidad7 En cualquier caso las expectativas expresadas obligan a la Iglesia Católica a intentar que lo que ha venido siendo un carisma particular suyo llegue a convertirse en un bien común de todos los cristianos en el seno de una plena comumón ¿Podrá repensar la Iglesia Católica una evolución que ha experimentado en solitario7, ¿podrá mostrar que posee el ministerio de unidad del que los otros sienten necesidad7, ¿puede equilibrar el peso de siglos de soledad con lo que los otros le dicen7, ¿puede percibir el susurro del Espíritu en lo que los otros le están diciendo7 6 Reflexiones semejantes bro- tan de la Conferencia Mundial de Fe y Constitución 7 y del mismo Juan Pablo II 8 Objeciones y reticencias semejantes, y deseos equivalentes, se han podido generar en el mundo católico En determinados ambien- tes y ocasiones se ha producido un «afecto antirromano» por las ten- dencias centrahzadoras y por la lectura maximahsta que ha hecho 5 Pueden verse el n 66 de El evangelio y la Iglesia y el a 73 de El ministerio espiritual en la Iglesia documentos surgidos del dialogo luterano-católico (EO 1,286 y 386) 6 J M R TILLARD, Le mimstere d unite Ist 40 (1995) 202-205 7 En la conferencia de Fe y Constitución en Santiago de Compostela en agosto de 1993 bajo el lema «Hacia la koinoma en la fe, en la vida y en el testimonio» se puede leer en la relación de la segunda sección «Confesar una sola fe para la gloria de Dios» n 28 «La relación entre la responsabilidad personal, colegial y sinodal referente a la enseñanza y la unidad de la Iglesia es de fundamental importancia también para las estructuras eclesiales a nivel universal Hoy los diálogos ecuméni- cos pueden afrontar otra vez mas el tema de un servicio a la unidad universal de la Iglesia sobre la base de la verdad del evangelio Tal servicio debería ser llevado adelante de modo pastoral, es decir, presidiendo en el amor», precisamente como presidencia de la comunión de las iglesias (n 29) Por ello recomienda un nuevo estudio sobre la cuestión de un ministerio universal de la unidad cnstiana Cf II Regno-Documenti 17 (1993) 549-550 8 UUS 88ss 212 P.III. Creo en la Iglesia apostólica del Papa algo más que un Papa, especialmente en su relectura ultra- montana 9. Desde otro punto de vista, la situación actual ha hecho de la Iglesia Católica una Iglesia auténticamente mundial. La diversidad de iglesias puede provocar tendencias más variadas y plurales, lo que hace más difícil el ministerio de unidad, ya que sus intervencio- nes pueden suscitar sospechas o reticencias; los particularismos na- cionalistas o el aislamiento cultural no son peligros irreales. En tales circunstancias el ministerio petrino debe cumplir sus funciones «ayudando a las iglesias a escucharse unas a otras, a crecer en el amor y la unidad, esforzándose todas juntas hacia la plenitud de la vida y del testimonio cristiano» 10. 2. El ministerio de Pedro en el Nuevo Testamento El primado del obispo de Roma encuentra su fundamento en la prolongación del ministerio de Pedro, y desde las iglesias no católi- cas se concibe el ministerio universal de unidad conforme al minis- terio de Pedro. Por ello resulta necesario arrancar de la figura histó- rica de Pedro y de las funciones que el Nuevo Testamento le atribuye. La existencia de una función peculiar de Pedro en el Nuevo Tes- tamento, de un «ministerio petrino», es reconocida actualmente de modo mayoritario '', aunque broten posteriormente notables o insal- vables diferencias en lo que respecta a su transmisión o a las formas que irá adoptando a través de los siglos. La valoración de este pro- ceso no debe ser considerada desde los métodos críticos del análisis histórico, sino desde la hermenéutica histórica que capte la lógica y el sentido de los acontecimientos l2. Esta lógica se desvela en una doble coordenada: apostólica en cuanto arranca de Pedro en el seno de la tradición y del testimonio concorde de los apóstoles, católica en cuanto va sirviendo a la universalidad creciente de la Iglesia que se extiende en el espacio. Por eso, aunque el Nuevo Testamento no ofrece un cuerpo acabado de doctrina, deja ver el germen de una convicción en desarrollo pero firmemente afianzada en la historia misma de Pedro. En ésta podemos distinguir tres momentos funda- mentales. 9 J. 10 M. R. TIIXARD, El obispo de Roma, ed.cit, 16ss, 33. Por analogía pueden servir estas palabras del documento del ARCIC La auto- ridad en la Iglesia I (1976) n.20, EO 1,48. 11 Cf. por ejemplo J. BLANK, Vom Urchristentum zur Kirche (Kósel, Munich 1982) 145. 12 R. SCHATZ, o.c, 15 y 54. C. 12. El ministerio petrino como primado 213 A lo largo del ministerio de Jesús, Pedro desempeña un papel relevante. No fue el primero de los llamados para formar parte del grupo de los Doce, pero es el más citado (114 veces), es mencionado el primero en las listas (cf. Mt 10,2), su casa sirvió de punto de apoyo para la actividad desde Cafarnaum (Me 1,29), es testigo privi- legiado en eventos de importancia peculiar (Me 5,2-43; 9,2-10; 13,3; 14,32-42) y actúa como portavoz del grupo (Me 1,36; 10,28; 11,21, especialmente 8,27-30). Estos datos adquieren más relevancia dado que no se ocultan las deficiencias de Pedro, su abandono y negación cuando Jesús es hecho prisionero. Por ello resulta creíble el cambio de nombre (Mt 16,18) y su alcance simbólico: Simón pasa a ser Pedro/Cefas porque ofrece seguridad, cobijo, amparo en medio de las dificultades l3. En los acontecimientos pascuales continúa y acentúa su protago- nismo. Fue el primer destinatario de las apariciones (Le 24,34; 1 Cor 15,5) y el primero que creyó plenamente. Pedro queda constituido como el primer testigo (Jn 20,3-10 presenta al discípulo amado reti- rándose para dejar la primacía a Pedro) y por ello como aglutinante de la reunificación de los Doce en Jerusalén. En aquellos momentos iniciales desempeña un papel singularmente activo: no sólo como portavoz del grupo (en momentos eclesiológicamente tan decisivos como Pentecostés: Hch 2,14ss), sino como promotor de la sustitu- ción de Judas por Matías (Hch 1,15ss), como valedor de la eclesiali- dad de las comunidades samaritanas (8,14), como garante de la ex- pansión de los inicios (9,32ss) y de la admisión de los gentiles (10,34-38). Ya estos últimos datos dejan ver su papel en el mantenimiento de la unidad de una Iglesia en expansión, de la comunión entre iglesias diversas. El ejercicio de este ministerio encuentra un abanico de ma- nifestaciones en el Nuevo Testamento: Hch 15 y Gal 2,9 lo presen- tan buscando un acuerdo entre la postura judaizante y la defensora de la admisión de los gentiles, legitimando con ello la armonía entre el pasado y el porvenir; el conflicto de Antioquía (Gal 2,11-14) per- mite dibujar el perfil de un Pedro que se sitúa en la vía media entre la posición más radical de Pablo y la de quienes se sentían más ape- gados a la herencia judía; los escritos que se le atribuyen (1-2 Pe) dejan ver la misma función de síntesis, ya que están dirigidos al ámbito de la misión paulina; Jn 21 indica que también las comunida- des joaneas reconocen la función de Pedro, si bien conjuntamente con la defensa de la propia peculiaridad y de la propia espiritualidad, tal como se condensa en la figura del discípulo amado. 13 Kefas designa grutas rocosas que ofrecen abrigo en lugares desiertos a gente pobre, a pastores, a peregrinos, sorprendidos por la noche o la tempestad. 214 P.III. Creo en la Iglesia apostólica La convergencia de estos tres niveles se concentra en toda su intensidad en Mt 16,17-19. Recoge una tradición particular, pero perfectamente compatible con otras tradiciones, ya que refleja una experiencia común en todas las iglesias: a) es la transición a la época postapostólica, y por ello aparece Pedro como el gran rabino, el gran intérprete de la ley, referencia ineludible en el proceso de transmi- sión y actualización de la tradición apostólica 14; b) en una Iglesia atravesada por corrientes diversas Pedro es aquel que actúa como factor de integración, encuentro y mediación, como aquel al que to- dos pueden mirar encontrándose reconciliados en comunión 15. Este texto denota una clara impronta aramea y refleja un contex- to palestinense, lo que nos habla de una elaboración temprana. Des- de el punto de vista de su carácter histórico refleja sin duda la inten- ción de Jesús y una actitud clara y formal hacia la función de Pedro. No existen por ello argumentos decisivos en contra de la historicidad básica del hecho narrado, que se encuentra además en coherencia con otros datos de la tradición neotestamentaria: a) el papel de Pedro en el Nuevo Testamento, tal como lo he- mos dibujado, no se debe a sus cualidades personales o a su capaci- dad natural de liderazgo, sino a una disposición expresa de Cristo; b) la atribución por Jesús del nombre de Cefas a Simón no ofrece dudas, porque acabaría sustituyendo al nombre originario tal como se constata en el conjunto de los escritos neotestamentarios; c) este cambio de nombre encierra un alcance claro: no es equi- valente a la designación «hijos del trueno» aplicada a Juan y Santiago, sino equiparable a lo sucedido con Abrahán, Sara y Jacob (Gen 17,5.15; 32,29): reciben un nombre de elección y de gracia que expre- sa la función que han de desempeñar en la historia de la salvación; ello adquiere mayor relieve desde la concepción semita que asociaba estre- chamente el nombre a la esencia o naturaleza de las cosas; d) aunque se pueda dudar de la expresión «mi iglesia», no se puede dudar de la realidad significada: el rebaño del que es el pastor, la comunidad mesiánica inaugurada en los Doce; esa referencia a la comunidad iniciada por Cristo resulta aún más fuerte dado que el pasaje se sitúa en el momento en que crece la oposición a su minis- terio y por ello se hace más urgente la garantía de la continuidad de su obra; 14 Sobre el contexto de Antioquía cf. R. BROWN-J. P. MEIER, Antioch and Rome. New Testament Cradles ofCatholic Chnstianity (Nueva York-Ramsey 1983) 11-86 (el estudio dedicado a Antioquía es de MEIER). 15 El término Iglesia en este contexto tiene una referencia universal, pero ello adquiere más relieve desde la encrucijada de tendencias que era la comunidad con- creta de Antioquía. C.12. El ministerio petrino como primado 215 e) si Simón es designado como roca y es declarado roca, se está destacando su función de dar solidez al edificio que se está constru- yendo y sobre el que se han de abatir temporales y adversidades; f) las «llaves» que recibe se refieren a la autoridad de administra- ción de una casa o de un territorio, al poder que recibe un lugarteniente para administrar las posesiones de su señor (cf. Is 22,19-22); g) la expresión «atar y desatar», a la luz de los paralelos rabíni- cos, denota la autoridad en el orden de las determinaciones magiste- riales, de la actividad de decisión y de legislación, de la capacidad para excluir de la comunidad o reintegrar en ella; h) Pedro recibe por anticipado y personalmente la autoridad que igualmente será conferida a los otros miembros de los Doce (Mt 18,18; cf. Jn 20,23); i) estas indicaciones del texto de Mt quedan confirmadas por Le 22,31, cuya relevancia eclesiológica no debe ser minusvalorada: desde la misma preocupación por el porvenir de su obra mesiánica Jesús protegerá a los suyos mediante la fe y el ministerio de Pedro, que se enraizan en la voluntad del mismo Jesucristo. Sobre este trasfondo de la función de Pedro en el Nuevo Testa- mento podemos perfilar el marco y el contenido del ministerio petrino desde sus orígenes: a) en él se expresa y sacramentaliza la garantía de lafidelidadde Dios: frente a todos los poderes destructores, en el ser- vicio de Pedro Dios deja ver las huellas de su victoria en y por Cristo; b) la referencia a las llaves y al poder de atar y desatar denota un componente autoritativo: la autoridad de Jesús ni se pierde ni se dilu- ye, sino que se prolonga en los diversos ministerios eclesiales; c) una dimensión escatológica se anticipa en el ministerio de Pedro en cuanto que queda constituido como encargado de la «administración» de la Iglesia hasta la Parusía; d) este ministerio es válido para todas las co- munidades eclesiales, porque está encargado de confortar al resto de los hermanos en la fe (Le 22,31-34; Jn 21,15-19). Pedro, a pesar de sus prerrogativas, no debe ser considerado en soledad, aislado de los Doce o de las iglesias. Es el primero, no el único. Habla él, pero en medio de los otros, junto con ellos y en su nombre. Garantiza la unidad, pero no elimina las diferencias. Es la roca, pero los otros constituyen el fundamento (Ef 2,20). 3. El devenir histórico del ministerio petrino Al contemplar el desarrollo del ministerio petrino hay que evitar el reduccionismo personalista, lo cual se logra situando la figura de Pedro vinculado a la iglesia de Roma y al testimonio que también Pablo selló en la capital del Imperio. 216 Pili. Creo en la Iglesia apostólica En la literatura antigua primitiva Pedro ocupa un papel preemi- nente 16. Pero su función eclesial se hace más fuerte e intensa en la línea constante que vincula a Pedro y a Pablo unidos como apóstoles y mártires en el origen de la iglesia de Roma 17. Ireneo nada sabe de un episcopado romano de Pedro. Es Lino el primero tras los funda- dores. Lo propio de Pedro y Pablo es hacer de la iglesia romana lo que es: testigo de la fe apostólica, memorial de la grande y gloriosa confesión de fe l8. Roma queda constituida como depositaría de una tradición privilegiada con la que hay que estar en comunión. Junto a esto hay que reconocer igualmente una «epifanía del pri- mado romano» 19: en el seno de la comunión de iglesias, Roma vive de un modo especial la solicitud por el resto de las iglesias. Ya la primera carta de Clemente aparece como prototipo de todas las inter- venciones romanas: se dirige a la comunidad de Corinto para restau- rar la paz y la unidad 20, y se comporta con la normalidad y esponta- neidad de quien espera ser atendido y obedecido, y de hecho lo con- sigue. En el año 170 lo reconoce y conmemora Dionisio de Corinto: «Desde el principio habéis tenido la costumbre de ayudar a todos los hermanos de modos diversos y habéis prestado ayuda a muchas co- munidades en todas las ciudades» 21. El conflicto acerca de la fecha de la Pascua mostró a la vez la conciencia de los obispos de Roma de una responsabilidad sobre la tradición universal, así como el re- curso espontáneo a Roma por parte de obispos disconformes con la práctica oriental. Ya en aquellos momentos no había ninguna iglesia que pudiera concurrir con Roma en peso, significado y reconocimiento. Ignacio de Antioquía lo indicaba ya en el saludo de su carta a los fíeles de Roma, «iglesia que preside en la capital del territorio de los roma- nos; digna ella de Dios, digna de toda bienaventuranza, digna de alabanza, digna de alcanzar cuanto desee, digna de toda santidad y 16 Papías presenta a Marcos como intérprete de Pedro (HE 111,39,15), existe una Epistula Petri (incorporada a las Pseudoclementinas), un Evangelio de Pedro, un Apocalipsis de Pedro, unos Hechos de Pedro... Clemente de Alejandría lo designa «el bienaventurado Pedro, el elegido, el preeminente, el primero de los discípulos» (Quis dives salveturlY. PG 9,626). 17 La carta de Clemente a los Corintios 5,4 lo señala con claridad. También Ignacio, Ad Rom 4,3; más adelante Dionisio de Alejandría les atribuye la fundación de la iglesia de Roma y de Corinto (HE 11,25,8); hacia el año 200 el presbítero Gayo designa el tropaion de Pedro y de Pablo como signo de «la victoria de esta iglesia que fundaron Pedro y Pablo» (HE ib.; BAC 1,116). 18 AH 111,3,1-2 (Sources chrétiennes 211,33). " P. BATTIFOL, L 'Eglise naissante, ed.cit, 146. 20 La deposición de los presbíteros había generado tensiones que amenazaban fuertemente la unidad de la iglesia. Ello explica el tono y la teología de la carta, así como su exigencia: «someteos a vuestros presbíteros» (67,1). 21 HE IV,23 (BAC 1,249). C. 12. El ministerio petrino como primado 217 que preside en la caridad». En los tres primeros siglos reinaba el acuerdo de hacer de la iglesia de Roma el criterio fundamental de pertenencia a la communio ecclesiarum, pues quien está en comu- nión con la iglesia de Roma está en comunión con la Iglesia Católica e inserto en la fidelidad apostólica 22. La iglesia de Roma, sin dejar de ser diócesis concreta, fue desa- rrollando su responsabilidad universal y por ello participaba activa- mente en cuestiones de carácter general: frente a determinadas acti- tudes regionales que rompían la unidad general (como en el caso del arrianismo), ofreciéndose como instancia de apelación (según se ex- presó el concilio de Sardes), aportando ayuda en momentos de nece- sidad (como en la controversia nestoriana), prestando su reconoci- miento a los concilios provinciales... De modo incipiente se insinúa la idea de que la referencia especial a la iglesia de Roma forma parte de la conciencia del resto de las iglesias. Si no se entiende en sentido jurídico, se puede hablar de primado según la expresión de san Am- brosio: «Primatum confessionis non honoris, primatum fídei non or- dinis» 23. El siglo v es testigo de una notable inflexión. Ya la primera de- cretal de Siricio como respuesta a una consulta de Himerio de Tarra- gona (año 385) rebasa el tono fraternal para acercarse al de autoridad imperial. Paulatinamente Roma y su obispo se reservan las designa- ciones sedes apostólica y vicarius Petri. La petrínidad de la sede y del obispo permite la reivindicación de una autoridad única24. La idea de sucesor de Pedro y la apelación a Mt 16 (que habían aflorado ya en Esteban en el siglo m 25) se convierten en línea directriz del pensamiento de León I (440-461): «El bienaventurado apóstol Pedro no deja de presidir en su sede (de Roma)» 26 en la figura de su obis- po. Con ello están sentadas las bases para la configuración ulterior del papado como dirección de toda la Iglesia y de Roma como cabe- za de todas las iglesias. Respecto a Oriente no se impondría sin embargo el mismo pro- ceso. La tradición oriental había reconocido el papel peculiar de Roma. Ya hemos aludido a algunos ejemplos. Tanto el canon 6 de Nicea como el c.3 del concilio primero de Constantinopla habían 22 L. HERTLING, Communio. Che papato nell'antichitá cristiana (Roma 1961) 39. En esta clave se puede entender a Tertuliano, Deprascr 36,1-4. 23 De incarn IV,32 (PL 16,826). 24 M. MACCARRONE, «"Sedes Apostolica"-"Vicarius Petri". La perpetuitá del pri- mato di Pietro nella sede e nel vescovo di Roma», en ID., Romana Ecclesia-Cathedra Petri (Roma 1991)1,1-101. 25 Aunque no se conservan las palabras de Esteban, se pueden deducir por las palabras de la carta de Firmiliano de Cesárea, que se conserva entre las epístolas de Cipriano: 75,1. 26 Ser 5 (PL 54,153). 218 P.III. Creo en la Iglesia reconocido la preeminencia y precedencia de la sede romana. Y ello en un período en que Roma aún no reclamaba de modo explícito todas sus pretensiones. En el terreno de la fe, Roma se había com- prometido siempre de modo decidido por la ortodoxia. Así se lo re- conocen los Padres reunidos en Calcedonia tras la lectura del Tomo de León: «Es la fe de los Padres, es la fe de los apóstoles. Pedro ha hablado por León». Es clara la conciencia por tanto de que Pedro confirma la fe de sus hermanos, haciéndose memoria viva en el Es- píritu de la fe apostólica y centinela vivo en su custodia. La recep- ción por Roma de los concilios es considerada como elemento clave de su validez. Por eso era considerada igualmente como instancia última de apelación en momentos de especial gravedad. Pero en Oriente no se admitirían del mismo modo las configura- ciones occidentales del ministerio petrino. Las iglesias orientales no pondrían en el privilegio de Roma lo que ésta ponía en él. Se iba creando paulatinamente la encrucijada del desencuentro. Occidente iniciaría unos desarrollos que no irían acompañados por la compren- sión de numerosas iglesias orientales. Tras la separación se acentua- ría el desarrollo en solitario. Oriente quedará para siempre debatién- dose entre la nostalgia de una instancia última de apelación y de una garantía última de fidelidad a la tradición apostólica de un lado, y de otro lado empujado por el deseo de autonomía e independencia res- pecto a Occidente. 4. La consolidación del papado Desvinculado del factor equilibrador de Oriente y urgido por los acontecimientos políticos de la época, en Occidente se debilitaron las estructuras conciliares y sinodales. El modo que tenía el Papa de comportarse como patriarca de Occidente se extrapoló con facilidad al conjunto de las iglesias. La idea de la plenitudo potestatis facilitó que se pudiera pensar que todo poder en la Iglesia derivaba de la cabeza romana. La preeminencia de Roma se iba expresando de modo cada vez más neto. La expresión sede apostólica se reservará a Roma. Vicario de Cristo irá sustituyendo a vicario de Pedro, que quedará reservado igualmente al obispo de Roma27. Pedro Damián lo denominará «obispo universal de todas las iglesias» 28. Hubo un factor histórico que desempeñó un papel fundamental en la expresión del ministerio papal: el conflicto constante entre la autoridad suprema del Papa y la de los emperadores y reyes. Roma Claramente en Inocencio III (PL 214,292). Opuse 23,1 (PL 145,474). C.12. apostólica El ministerio petrino como primado 219 actuó siempre como defensora de la libertad de la Iglesia, amenaza- da por las pretensiones totalitarias del poder secular. Tal ha sido una constante histórica. Y en esa dialéctica Roma ha optado siempre por la identidad eclesial. Pero esta reivindicación fue realizada en ocasiones con catego- rías jurídicas que no permitieron que dieran todo su juego dimen- siones más propiamente eclesiológicas como comunión, colegiali- dad, sacramentalidad, iglesia local de Roma. La plenitudo potesta- tis pudo por ello ser comprendida desde una óptica piramidal. El Dictatus papae de Gregorio VII expresa esta mentalidad 29. Deter- minadas reacciones papalistas, como la de Egidio Romano, llega- ron a excluir en el Papa toda posibilidad de error, pues pasaban fácilmente de la santidad del papado a la de la persona. Se le llegó a aplicar el axioma romano «Princeps solutas legibus» y por tanto a reconocer su inmunidad 30. El cénit de este desarrollo se encuen- tra en la encíclica Unam sanctam de Bonifacio VIII (DS 875), ur- gido por las pretensiones desmesuradas del rey francés Felipe el Hermoso, que pretendía la humillación y el sometimiento del pon- tífice romano. Tales expresiones por tanto ni deben ser absolutizadas ni deben ser comprendidas al margen de las situaciones históricas y de las amenazas reales contra la Iglesia. Tampoco se debe olvidar que la situación real de la vida de la Iglesia medieval era muy compleja, y que el poder estaba repartido en diversos niveles e instituciones. La estructura de las corporaciones y la articulación de la relación entre la cabeza y los miembros de tales corporaciones desembocarían pre- cisamente en el conciliarismo de finales de la Edad Media. Las tendencias papalistas estaban además contrapesadas por pos- turas más matizadas. La inmunidad del Papa apenas era sostenida por posturas minoritarias, pues era opinión común que pudiera aca- bar en la herejía. El carácter absoluto de las prerrogativas del Papa es por tanto una falsedad histórica. Hasta autores tan anticonciliaris- tas como Juan de Torquemada se negaban a dejar al Papa un cheque en blanco 31. La dimensión colegial también se mantuvo en la doctri- na teológica. Todavía en Trento, y hasta las vísperas del Vaticano I, 29 PL 148,407-408. S. VACCA, Prima sedes a nemine iudicatur. Genesi e sviluppo storico dell'as- sioma fino al Decreto di Graziano (Roma 1993). Hermann VON SCHILDESCHE en Tractatus contra haereticos negantes inmunitatem et iurisdictionem sanctae eccle- siae es el primero que aplica el axioma romano. Graciano recoge esta idea junto con la excepción del papa hereje, pero no las armoniza (v.a. in c.9 q.3 y di 40 c.6). 31 U. HORST, Grenzen der pápstlichen Autoritát. Konziliare Elemente in der Ek- klesiologie des Johannes Torquemada: FZThPh 19 (1972) 361-388. 30 220 P.III. Creo en la Iglesia apostólica se seguiría discutiendo la posibilidad de la participación de los obis- pos en el gobierno de la Iglesia en virtud de la consagración 32. A lo largo de la época moderna la autoridad papal se fue fortale- ciendo: su compromiso con la reforma de la Iglesia debió expresarse a través de medidas centralizadoras, se constituyen el tribunal de la Inquisición y Propaganda Fide con alcance universal, se establecen nunciaturas permanentes, se fija la liturgia general en sentido roma- no, la vinculación al Papa se convierte en signo de identidad confe- sional... Corrientes centrífugas y desintegradoras provocan como re- acción la consolidación del poder papal. De un lado el poder estatal pretendía someter la institución eclesial a su control, aliándose con las tradiciones episcopalistas de sabor galicano 33 . De otro lado el liberalismo y el laicismo intentaban destruir o debilitar la autoridad o la presencia de la Iglesia, por lo que dirigen sus ataques fundamen- talmente a Roma o al Papa. Es comprensible que brotara una com- prensión ultramontana del cristianismo y del papado, cuya relevan- cia debía manifestarse en una doble dirección: en el ámbito eclesial, la autoridad debía concentrarse en el centro y organizarse de modo estrictamente jerárquico, pues en caso contrario se correría el riesgo del extravío y la disolución; respecto al mundo, el papado debía si- tuarse como la autoridad necesaria para que el universo y la sociedad mantengan la cohesión frente a tantas fuerzas disolventes y disgre- gadoras. Hay que observar sin embargo que en este proceso no fueron determinantes tan sólo los deseos centralizadores de Roma. La refe- rencia al Papa era vista como una garantía de libertad en la Iglesia y de la Iglesia. Ya desde la lucha contra las investiduras la apelación a Roma había actuado como defensa de la propia independencia de las iglesias concretas. La comunión con Roma había evitado la regiona- lización de la Iglesia o su dependencia de nacionalismos políticos. La conciencia creyente se había identificado constantemente con el ministerio universal de la unidad, como lo prueba una constante his- tórica: cuando el papado se había visto más amenazado, sea por la desnaturalización propuesta por el conciliarismo (como se expresó de modo patente en Basilea), sea por la humillación que provocaron en ocasiones los señores temporales, es precisamente cuando había resurgido con mayor fuerza en base precisamente a la devoción del pueblo cristiano. 32 G. ALBERIGO, LO sviluppo della dottrina sui poten nella Chiesa Universale (Roma 1964). 33 Sus raíces se remontan hasta la Pragmática Sanción de Bourges de 1438, que asumió decretos de reforma del concilio de Basilea, de modo especial los que iban contra las reservas romanas, y se prolongan en los cuatro artículos galicanos de 1682 (cf. su condena en DS 2281-2285). C.12. El ministerio petrino como primado 221 5. La definición del primado en el Vaticano I Esta larga historia desemboca en el Vaticano I. De un modo más directo el contexto está constituido por los peligros y amenazas que acabamos de exponer. Frente a los gérmenes disolventes de la cir- cunstancia histórica y apoyados en la memoria de la tradición, los Padres conciliares definieron solemnemente el carácter primacial del ministerio petrino que habían ejercido los obispos de Roma: Enseñamos y declaramos que, según los testimonios del Evange- lio, el primado de jurisdicción sobre la Iglesia universal de Dios fue prometido y conferido inmediata y directamente al bienaventurado Pedro por Cristo Nuestro Señor. Porque sólo a Simón... se dirigió el Señor con estas solemnes palabras... Tú eres Pedro y sobre esta pie- dra edificaré mi Iglesia... Y sólo a Simón Pedro confirió Jesús des- pués de su resurrección la jurisdicción de pastor y rector supremo sobre todo su rebaño (DS 3053)34. A partir del testimonio evangélico referido a Pedro, se afirma su continuidad en el obispo de Roma: Lo que Cristo Señor... instituyó en el bienaventurado Apóstol Pedro... es preciso que dure eternamente por obra del mismo Señor en la Iglesia... Quienquiera suceda a Pedro en esta cátedra, ése, se- gún la institución de Cristo mismo, obtiene el primado de Pedro so- bre la Iglesia universal (3056-3057). De la definición del Vaticano I se derivan las siguientes convic- ciones de fe: a) el Papa es principio y fundamento visible de la uni- dad de la Iglesia 35 ; b) Cristo otorgó a Pedro de modo directo e in- mediato un primado verdadero y propio de jurisdicción; no es sim- plemente un primado de honor; c) este primado se prolonga perpetuamente en quien sucede a Pedro en su cátedra; d) el primado tiene potestad plena para apacentar, regir y gobernar a la Iglesia uni- versal; e) esta potestad es ordinaria y episcopal; J) el ministerio del Papa no es por tanto un elemento ajeno a las iglesias, sino un mo- mento interno de su pertenencia a la communio ecclesiarum. Para evitar comprensiones maximalistas o unilaterales se debe precisar el sentido, alcance y contexto de las afirmaciones esta- blecidas: a) no se trata de una innovación ni de una mera delimitación de poderes ni de desgajar al Papa de la comunión eclesial, sino que su 34 U. BETTI, La costituzione dommatica Pastor Aeternus del Concilio Vaticano 1 (Roma 1961). 35 J. GOMIS POMARES, El primado del Papa, fundamento, centro y principio de unidad de fe y de comunión en el concilio Vaticano I: Burgense 21 (1980) 359-416. 222 PIII. Creo en la Iglesia apostólica primado es un servicio a la unidad de todo el Pueblo de Dios (DS 3050), conforme a la antigua y constante fe de la Iglesia (DS 3052) y en continuidad con la vocación de la iglesia de Roma (DS 3057- 3060); b) designar episcopal su jurisdicción no significa considerar al Papa como un «obispo de los obispos» que anulara de hecho la au- toridad episcopal; antes bien, «la potestad del soberano pontífice es realmente de la misma especie que la de los obispos» 36, el primado en consecuencia debe entenderse en el interior mismo de la naturale- za del oficio episcopal como tal; ello no significa por tanto convertir al Papa en un soberano completamente absoluto que haga inútil la potestad de los obispos 37; no obstante, hay que reconocer que en toda la Iglesia no ejerce un poder inferior al de los obispos; c) al calificarla como ordinaria no quiere decirse que no lo sea la jurisdicción de los obispos o que pueda intervenir en cada mo- mento en las diversas iglesias. «Si se multiplicara... y usara a diario de su potestad sin tener en cuenta al obispo... estaría empleando su potestad no ad aedificationem sed ad destructionem» 38. Lo que se pretende dejar claro es que su potestad no es delegada por los obispos; d) al ser inmediata no se debe concluir en la negación de las instancias intermedias o en la intromisión de una tercera persona entre cada obispo y su iglesia. Se trata más bien de precisar que no requiere el permiso de los obispos. No por ello es de carácter abso- luto sin mayores matizaciones, sino que debe moverse dentro de los límites señalados por el derecho natural y por el derecho divino39. En el ejercicio concreto del primado, todo lo que hemos dicho indica que el Papa no puede permanecer como un observador distan- te de la vida de las iglesias, sino como el garante práctico de la unidad y de la comunión. No puede quedar reducido a ser centro puramente espiritual o simbólico de la unidad. El Papa puede por ello intervenir en cualquier iglesia para ejercer su tarea propia, que 36 31 Mons. Zinelh, cf Mansí 52,1104 Tal era la conclusión del canciller Bismarck «La jurisdicción episcopal es absorbida por la jurisdicción papal Los obispos no son más que los instrumentos del Papa, sus funcionarios sin responsabilidad propia» La respuesta de los obispos alemanes fue contundente «El Papa es obispo de Roma pero no de otra diócesis . Las decisiones del Concilio Vaticano no dan pie al mínimo pretexto para afirmar que, en virtud de ellas, el Papa se haya convertido en un soberano absoluto y, en virtud de su infalibilidad, en un soberano completamente absoluto, más que cualquier monarca absoluto del mundo» Pío IX confirmó la validez de estas palabras Cf O ROUSSEAU, La vraie valeur de l'épiscopat dans VEglise, d'aprés d'importants docu- ments de 1875 Ir 29 (1956) 121-150. 38 ZINELLI, en Mansí 52,1105 39 Ib 1108-1109. C.J2. El ministerio petnno como primado 223 no consiste en ejercer de obispo de tal iglesia, sino en actuar como pastor supremo que tiene la responsabilidad de la unidad y de la salud del conjunto. La doctrina del Vaticano I contiene un aspecto de inconsuma- ción. Su clausura imprevista provocó una focalización en el Papa que puede hacerlo aparecer como figura aislada, autónoma. El Vati- cano II aportó el equilibrio previsto ya en 1870. Recibe íntegramente la doctrina del primado desde la convicción de su carácter definido y por ello irreversible, quitando así plausibilidad a las propuestas de releer el Vaticano I redimensionando su alcance. Pero al plantear la Iglesia desde la eclesiología de comunión y desde la communio ec- clesiarum, el Papa, su ministerio y su misión, no pueden ser vistos en sí sino en el seno de una Iglesia-comunión, en el interior de la colegialidad. El hecho mismo de la celebración del Vaticano II disi- pó los temores de quienes veían bloqueado el dinamismo conciliar o los desarrollos colegiales 40. La objetividad del ministerio petrino debe ser interpretada desde la voluntad de Cristo, desde la memoria histórica de la Iglesia y desde las circunstancias históricas. 6. £1 ministerio papal en la Iglesia Resumiendo el sentido y alcance del ministerio del obispo de Roma en el seno de la communio ecclesiarum, podemos decir que, al ser ministerio de rango máximo, debe articular de modo más signifi- cativo la dimensión personal (la presidencia que ejerce un individuo concreto), la dimensión colegial (en cuanto se integra en la colabo- ración con otros ministerios) y la dimensión comunitaria (en cuanto se inserta en el dinamismo sinodal). 1. Debe considerarse doctrina de fe que su ministerio de presi- dencia, es decir, su potestad como sumo pontífice, deriva directa- mente de Cristo. Es otorgada por Dios a través de una vía no sacra- mental (tampoco por vía de delegación) «con la elección legítima, aceptada, junto con la consagración episcopal» 41. No habla en nom- bre de los obispos como si fuera un órgano instituido por ellos, sino como expresión de la fe de la Iglesia. Por ello tanto el concilio ecu- ménico como el sínodo de los obispos cesan automáticamente con la muerte del Papa y tampoco los cardenales pueden, mientras la sede 40 El Vaticano II evita conscientemente expresiones usadas con normalidad por el Vaticano I, como designar a Roma «sede apostólica» de un modo exclusivo, igual- mente no habla del Papa como «principio perpetuo y fundamento visible» sino como «principio y fundamento perpetuo y visible» para dejar un mayor espacio al «princi- pio y fundamento invisible» que es el Espíritu Santo 41 Cf. CIC 332 224 PIII Creo en la Iglesia esté vacante, tomar decisiones sobre cuestiones que competen al Su- mo Pontífice. 2. Este ministerio lo posee el Papa en cuanto persona concreta. Pero no debe ser independizado de su condición de obispo de Roma. No se debe separar la sede del que la ocupa. Pues la apostolicidad peculiar de la iglesia de Roma, singular y por ello indiscutible, debe ser integrada en la función primacial. Es en cuanto obispo de Roma como el Papa es instituido en el ministerio universal de unidad 42. Evidentemente no se debe equiparar en el nivel de la jurisdicción a los apóstoles Pedro y Pablo. Pero, como recuerda Juan Pablo II, en cuanto obispo de Roma el Papa debe asumir y heredar tanto la im- pronta de Pedro como la de Pablo 43. Pues ése es el testimonio y el carisma de la iglesia de Roma: es ciertamente la romanidad la que permite encontrar allí de modo seguro la apostolicidad, pero es igualmente la apostolicidad la que llena de valor a la romanidad 44. A la luz de lo dicho, resulta comprensible que entre los muchos títu- los atribuidos al Papa 45 deben primar estos dos: sucesor de Pedro y obispo de Roma 46. 3. Al ser la autoridad máxima, debe expresar de un modo más patente la dimensión de servicio inherente a todo ministerio eclesial. En este caso ello viene exigido especialmente por ser un testimonio de humilde servicio a la comunión fraternal en amor y en verdad, fomentando los encuentros y contactos personales con el resto de las iglesias, de los ministerios y de los testigos 47. 4. El primado no puede aislarse o absolutizarse, sino reintegrar- se continuamente en el seno del testimonio eclesial. Su ministerio ha de conjugarse con la aportación de otros testigos: el Bautista, María, Pablo, los Doce, el discípulo amado... y los que prolongan ese caris- ma y ese testimonio. El testimonio personal de la unidad queda enri- quecido por la pluralidad de testimonios: la multitud se reduce a la unidad para no caer en confusión gracias al ministerio de Pedro, 42 B FORTE, La Iglesia de la Trinidad, ed cit, 258, 265 Juan Pablo II lo explícita en UUS 90 44 L M DEWAILLY, Envoyés du Pére, mission et apostohcité (París 1960) 106 45 M. GUERRA, LOS nombres del Papa (Burgos 1982) 46 Las denominaciones del Papa fueron estudiadas por la CTI en su sesión de octubre de 1970 y «recomendó —casi por unanimidad— que se eviten ciertos títulos susceptibles de ser mal entendidos, como Caput Ecclesiae, Vicarius Christi, Summus Pontifex, y recomendó asimismo que se diga Papa, Sanctus Pater, Episcopus Roma- nus, Succesor Petn, Supremus Ecclesiae Pastor» Y CONGAR, Títulos dados al Pa- pa Conc 108 (1975) 206. En un Discurso dirigido a la Cuna Romana, centrado en temas ecuménicos, utiliza ante todo obispo de Roma, ministerio petrino, sucesor de Pedro (Ins VIII/1,1987-2000), cf también ib VII/1,606 y la pnmera respuesta en Cruzando el umbral de la esperanza (Barcelona 1994) 28ss 47 El 1-6-1989 ése es el tono que utiliza en el encuentro ecuménico celebrado por Juan Pablo II en Oslo (Ins XII/1,1425) 43 C 12 apostólica El ministerio petrino como primado 225 pero si esa unidad no depende también de la multitud puede caer en la tiranía 48. 5. Personifica la unidad y la libertad de la Iglesia. En cuanto «reflejo personificado de la unidad de la Iglesia» 49 simboliza el he- cho de que todos los obispos no son más que un solo episcopado, de que todas las eucaristías no son más que una sola eucaristía, de que todas las iglesias no son más que una sola Iglesia 50. Expresa de un modo simbólico privilegiado la interpenetración entre Iglesia Católi- ca e iglesias particulares. Por ello abre el espacio de libertad a todas las iglesias, rescatándolas de las tentaciones de someterse a intereses y criterios mundanos, políticos, sociales o culturales, y defendiéndo- las de las pretensiones de tales fuerzas 51. 6. Dimensión martirológica del ministerio petrino: la unidad de la Iglesia no puede simbolizarse en una estructura anónima o imper- sonal, sino en una persona concreta, responsable y comprometida. En cuanto garante de la unidad y de la libertad de la Iglesia, su tes- timonio (y la confirmación en la fe respecto a sus hermanos) ha de llegar hasta la confrontación con el mundo, con los poderes y fuer- zas que disuelven la solidez de la tradición apostólica52. Por ello en su persona singular siente la tensión constante entre el ministerio y el hombre, entre las pretensiones que exige la función que desempe- ña y las debilidades del hombre frágil y falible 53. Por ello debe ali- mentar su función en la referencia al Cristo que lo llamó y a la mul- titud de testigos que lo acompañan en el seno de la Iglesia. 7. El Papa y el Colegio Los obispos constituyen un colegio, y el primado, según hemos indicado, debe mostrar también una dimensión colegial. ¿Cómo en- tenderla de modo más concreto?, ¿cómo concebir la relación entre el primado y el colegio tanto a nivel teórico como en su ejercicio prác- tico?, ¿cómo se conjuga la «comunión jerárquica» con la cole- gialidad? 48 H U VON BALTHASAR, El complejo antirromano (Madnd 1980) 20-21 49 J A MOEHLER, L 'unité , ed cit, 220 50 B SESBOUE, Pour une théologie oecuménique, ed.cit, 141 Este aspecto debe aplicarse directamente al ecumemsmo y al diálogo con los no católicos, como muestra J A. RÓDANO, The Mimstry of Umty of the Bishop of Rome Ángel 73 (1996) 349-359 52 J RATZINGER, Iglesia, ecumemsmo y política, ed.cit, 38ss, cita una frase del cardenal Pole muy significativa «El ministerio papal significa cruz, la más grande de las cruces» 51 53 H U. VON BALTHASAR, O.C, 20-21. 226 P.III. Creo en la Iglesia apostólica Hay que tener en cuenta que el Papa es obispo con los demás obispos, al igual que Pedro forma parte del grupo de los Doce 54. El Papa por ello no debe ser considerado al margen del colegio o fuera de él. Del mismo modo, el colegio episcopal no puede ser conside- rado al margen o fuera del ministerio universal de la unidad 55 . LG, como hemos señalado, asume la doctrina del Vaticano I, si bien la sitúa en el contexto de la colegialidad y de la sacramentalidad de la consagración episcopal. Por eso el Vaticano II destaca el rango ecle- siológico del episcopado y el alcance universal del colegio: los obis- pos son sucesores de los apóstoles y todos juntos constituyen el fun- damento de la Iglesia universal (LG 19), se encuentran en la cumbre del ministerio (LG 21) y, como jefes de la Iglesia (LG 18), son ver- daderos «vicarii et legati Christi» (LG 27). Estas afirmaciones no socavan la jurisdicción papal dado que la colegialidad es comunión jerárquica. La conjugación de aspectos la expresaba con normalidad san Jerónimo: ¿Dices que la Iglesia está edificada sobre Pedro? De acuerdo. Pero en otras partes se dice lo mismo de todos los apóstoles: todos reciben las llaves del Reino de los Cielos y todos aseguran por igual la solidez de la Iglesia. Y sin embargo uno solo es elegido como cabeza, para cerrar el camino a toda ocasión de discordia56. La afirmación de la autoridad papal no se debe hacer a costa de la autoridad de los obispos, conforme al principio establecido por el papa san Gregorio Magno y que es recogido también por la consti- tución «Pastor aeternus» del Vaticano 1 57 : Yo no considero como un honor lo que yo sé que les quita su honor a mis hermanos. Mi honor es el honor de toda la Iglesia. Mi honor es el firme soporte de mis hermanos. Yo soy en verdad honra- do cuando el honor propio de cada uno le es otorgado según le co- rresponde. Si, por tanto, el ministerio del Papa no debe disminuir la autori- dad de los obispos, y si el colegio es no una suma de individuos, sino una estructura que pertenece a la constitución esencial de la Iglesia, se plantea el interrogante siguiente: cuál es el sujeto último del poder en la Iglesia. La variedad de respuestas aportadas a este interrogante puede ser sintetizada en estas tres: 54 LG 22 habla de «Pedro y los demás apóstoles» en sustitución del texto origi- nario «Pedro y los otros apóstoles», para destacar más la pertenencia de Pedro al grupo apostólico. 55 Pablo VI aprueba el Vaticano II «una cum venerabilibus patribus» como sig- no de colegialidad. 56 Adv. Iov. 1,26 (PL 23,247). 57 DS 3061, que remite a la Ep ad Eulogium Alexandrinum 2,31 (PL 77,933). C.12. El ministerio petrino como primado 227 a) La tesis monárquica considera al Papa, en cuanto vicario de Cristo, como el depositario único del poder supremo, que confiere en cada caso al colegio, haciéndolo así partícipe, cuando quiere, de su potestad. El ejercicio de la colegialidad, en consecuencia, deriva del Papa o es comunicado por él. Esta concepción, sin embargo, no corresponde a los datos que ofrece la historia, especialmente la más antigua tradición de la Igle- sia. Está por otro lado condicionada por una concepción jurídica del poder, que no da cuenta en modo suficiente ni de la base sacramental del episcopado ni de las implicaciones de la communio ecclesiarum. b) La tesis más extendida defiende la existencia de dos sujetos inadecuadamente distintos: la potestad suprema es ejercida a veces por el Papa de modo personal y a veces por el colegio. Se reconocen dos sujetos, pero no se puede establecer entre ellos una distinción adecuada o estricta porque en ambos casos se incluye al jefe del colegio. A nuestro juicio se trata sin embargo de una concepción extraña y artificial. Lo normal y lógico es reconocer la existencia de una única potestad suprema. Desde otro punto de vista no da razón del tipo de autoridad propio de la Iglesia y del vínculo sacramental que une al Papa con el episcopado. Este planteamiento podría llegar a formulaciones de carácter jurídico que simplifican excesivamente la dinámica de la eclesiología de comunión y de la dimensión colegial del primado: mientras que el colegio episcopal lo es gracias al Papa, éste lo es aun sin el colegio. c) No existe más que un único sujeto de la potestad suprema, de carácter colegial, si bien puede ser ejercida de modos diversos (por el Papa personalmente o por el colegio, pero sin distinciones excesivas entre ambos). Si el Papa es cabeza de la Iglesia también en cuanto cabeza del colegio episcopal, cuando actúa lo hace siempre como jefe del colegio, como corporeización del cuerpo episcopal. Las acciones del Papa nunca se producirán a partir de un sujeto ais- lado, sino que ese sujeto es la cabeza del colegio y el centro de unidad de las iglesias. No se supone por tanto dependencia, delega- ción o mandato jurídico por parte de los obispos, sino la capacidad del Papa de personificar la colectividad y de expresarla cumplida- mente. Al hablar de un único sujeto colegial estamos dando todo su valor al concilio ecuménico como expresión máxima de la autoridad en la Iglesia, sin olvidar que ello acontece siempre como comunión jerárquica. 228 PIII Creo en la Iglesia apostólica 8. Los modos de la acción colegial A la luz especialmente de la NEP 4 hay que distinguir entre ac- ciones de carácter estrictamente colegial y acciones que no lo son La acción colegial en sentido estricto se produce cuando actúa todo el colegio, junto con su cabeza, sobre toda la Iglesia Su máxima expresión es el concilio ecuménico (presidido, o al menos aceptado, por el Papa) Y se produce igualmente cuando los obispos, dispersos por el mundo, son llamados por el Papa a realizar junto con él un acto colegial, o al menos cuando él aprueba libremente la acción conjunta de todos los obispos dispersos por el mundo Estas formas de colegialidad no admiten grados De ellas es su- jeto todo el colegio, por tanto con y bajo Pedro Pero (a la luz de LG 22-23) existe otra forma de acción colegial que se puede denominar «afecto colegial», «unión colegial», «solicitud por todas las igle- sias», que se produce en grados y modalidades diversas, como reali- zaciones parciales que son signo e instrumento del espíritu colegial Entre ellas se pueden mencionar el colegio de cardenales, el sínodo de los obispos, las conferencias episcopales, los viajes apostólicos, las visitas ad hmina 58 Su valoración eclesiológica debe ser muy matizada evitando al- ternativas empobrecedoras En una perspectiva canónica se puede afirmar que «no pueden ser deducidas directamente del principio teológico de la colegialidad, sino que son reguladas por el derecho eclesiástico» 59 Una delimitación rigurosa en esta dirección impide percibir en su coherencia la lógica que brota de la communw eccle- siarum y de la consagración episcopal60 Como ejemplo sintomático presentaremos brevemente el sínodo de los obispos 61 ChD 5 lo concibió como un consejo de obispos que realizara «la función de todo el episcopado católico» para pres- tar al Papa una ayuda en su ministerio primacial y para expresar la solicitud de los obispos por toda la Iglesia universal. El motu propno Apostólica solhcitudo (15-9-1965) lo instituyó en ese espíritu Pero el CIC 342 suprimió la referencia a la función representativa del sínodo de los obispos De un lado carece de voto deliberativo Por 58 Cf el Discurso de Juan Pablo II a la Cuna romana el 28-6-1980 (Ins HI/1,1878-1903) 59 Asi la Relación final del Smodo de 1985, c 4 60 Al hablar de las Conferencias Episcopales indicábamos ya que viven de la lógica de los concilios provinciales y que ocupan su espacio aunque no puedan iden- tificarse con ellos 61 J TOMKO (ed ), II sínodo dei vescoví Natura Método prospethve (Vaticano 1985), especialmente las intervenciones de J RATZINGER y A ANTÓN C 12 El ministerio petrino como primado 229 otro lado no hay precedentes de delegación entre obispos para que participen en el gobierno de la Iglesia. Tanto la identidad teórica como el funcionamiento práctico están expuestos a interpretaciones discordantes Desde el punto de vista teológico actúan dos polos en tensión de un lado parece que los obispos representan al episcopado y son «ex- presión particularmente fructuosa e instrumento de la colegialidad episcopal» 62, pero desde otro ángulo el sínodo parece agotar su fun- ción en el interior del proceso de formación de la voluntad soberana del Papa, que es el que en definitiva decide, de hecho el sínodo no se dirige al conjunto de la Iglesia con autoridad, como expresión del juicio del episcopado sobre los temas debatidos. Desde el punto de vista práctico algunos autores critican su estre- cha dependencia del Papa y las restricciones que ello implica, ya que no hacen más que aportar propuestas o sugerencias al Papa, esa pra- xis confirma que no es desarrollo efectivo de la colegialidad 63 Otros por el contrario consideran que es una vía nueva de comunicar el primado con las iglesias que se encuentra próxima a una acción estrictamente colegial y que de hecho ha significado una enorme aportación a la colegialidad vivida Nacido efectivamente por iniciativa del primado, pero en el seno de una deliberación conciliar, el sínodo de los obispos no debe ser analizado desde criterios rígidamente jurídicos Este planteamiento es válido en la medida en que pretende evitar que el sínodo de obis- pos se sitúe como instancia reivindicativa frente al primado Pero no recibe de ahí su valor teológico Éste se lo da la comunión de las iglesias, la representatividad eclesial en el seno de la unidad católica, si realmente las iglesias locales se insertan en el proceso sinodal y si los obispos actúan como representantes de sus iglesias y de sus her- manos en el colegio, entonces las muchas lenguas de la Católica se harán presentes y harán resonar sus acentos en el ministerio univer- sal de la unidad 62 Asi se expresa Juan Pablo II en la homilía de la consagración episcopal de J TOMKO (15-9-1979), en Ins 11/2,304 63 G ALBERIGO, Istituzwm per la comumone tra l Episcopato universale e d vescovo di Roma CrSt 2 (1981) 244 CAPÍTULO XIII EL SERVICIO A LA VERDAD: LA INFALIBILIDAD BIBLIOGRAFÍA AA.VV., La infalibilidad de la Iglesia (Estela, Barcelona 1964); ATI, Veritá, Chiesa e Missione (Mesaggero, Padua 1989); BETTI, U., La costitu- zione dogmática «Pastor aeternus» del Concilio Vaticano I (Roma 1961); BURKHARD, J. J., Sensus fidei: Theological Reflection Since Vatican II 1965-1984: Heythrop Journal 34 (1994) 41-59; ROUTHIER, G., La réception d'un Concite (París 1993); SALA, G., «Magisterio», en Diccionario Teoló- gico InterdisciplinarlW (Sigúeme, Salamanca 1986) 366-379; SCHEFFCZYK, L., Die Frage nach den Tragern der Unfehlbarkeit in ekklesiologischer Sicht: Theologische Quartalschriñ 142 (1962) 310-339; SESBOUÉ, B., Auto- rité du Magistére et vie defoi ecclésiale: NRT 103 (1971) 337-362; SULLI- VAN, F. A., // magistero nella Chiesa Cattolica (Citadella, Assissi 1986); THILS, G., L'infaillibilité pontificóle (Gembloux 1969). Los ministerios de la unidad y de la comunión, ordenados como garantía de la sucesión apostólica, forman parte de la constitución de la Iglesia. A la misma constitución pertenece igualmente la conser- vación de la verdad salvífíca prolongada en la tradición apostólica. Por ello los ministerios de la unidad deben poseer una responsabili- dad peculiar respecto a la salvaguardia de la verdad de que vive la Iglesia. Esa función ha sido expresada durante siglos como infalibi- lidad del Magisterio (del papa o del colegio episcopal, del concilio ecuménico o de la acción unánime de los obispos). Pero por otro lado los ministros de la unidad no actúan al margen de la comunidad eclesial, sino en su seno. Además el conjunto de los fieles, responsables también de mantener la fidelidad a la tradición apostólica, deben ejercer su responsabilidad respecto a la misma ver- dad salvífíca. Tradicionalmente se ha designado como sensus fide- lium o infalibilidad in creciendo. Ambos aspectos deben ser tenidos en cuenta y conjugados en su complementariedad para evitar que el sentido de la infalibilidad sea comprendido de modo simplista. La armonización de esta bipolari- dad resulta hoy especialmente necesaria para respetar las exigencias de la eclesiología de comunión y para mantener las pretensiones de la verdad en una mentalidad reticente a admitir conceptos como in- falibilidad. 232 /'. ///. 1. Creo en la Iglesia I ¡i infalibilidad en cuestión Actualmente la infalibilidad es un término bajo acusación, objeto de sospechas y reticencias. Éstas responden a factores diversos y proceden de ámbitos distintos. Enumeraremos las objeciones más significativas, con las observaciones que consideramos necesarias para comprender de modo más adecuado la relación de la Iglesia con la verdad y el sentido y alcance de la infalibilidad. 1. Algunos historiadores han sostenido que la herejía ha prece- dido a la ortodoxia, que la diversidad de opiniones es anterior a la fijación de la doctrina verdadera. En el cristianismo primitivo se fue- ron desarrollando concepciones distintas según los contextos cultu- rales sin ningún criterio vinculante de verdad. Gradualmente se fue imponiendo una doctrina como verdadera y auténtica. Esta postura vencedora se estableció como ortodoxia. Las demás quedaron mar- ginadas como heréticas '. Esta teoría niega datos históricos incontrovertibles. Ante todo la evidencia de que los diversos escritos neotestamentarios se refieren a un personaje histórico concreto y común, pues sin este presupuesto difícilmente se hubiera producido semejante eclosión literaria. Preci- samente por ello se puede entender la función de los apóstoles y el reconocimiento de su testimonio. Las confesiones de fe que se en- cuentran ya en los estratos antiguos de la tradición neotestamentaria están directamente vinculadas al acontecimiento histórico de Jesús y a la garantía del testimonio apostólico. 2. El ejercicio de la infalibilidad como fijación de doctrinas verdaderas y vinculantes da origen a la multiplicación de dogmas, y con ello a la transformación de la verdad en un cúmulo de verdades. De este modo se diluye la fuerza y el sentido de la verdad y su espacio queda ocupado por el juego intelectual de definiciones que se suceden y se superponen ocultando su unidad y coherencia. La multiplicación de definiciones nunca ha sido considerada en sí misma como algo positivo, al menos por parte de los antiguos cristianos. Pero esta proliferación ha sido inevitable, como cicatrices que han ido dejando sobre el cuerpo de la verdad los errores de los cuales ha ido triunfando 2. Las verdades han surgido de la reacción que la Iglesia hubo de ejercer como defensa de la verdad. Ésta es la que ha de ser encontrada siempre en la multiplicidad de verdades. 1 W. BAUER, Rechtglaubigkeit und Ketzerei im atiesten Christentum (Tubinga 1934); como valoración de sus hipótesis y presupuestos cf. TH. A. ROBINSON, The Bauer Thesis Examined (Lewiston/Queenston 1988). 2 L. BOUYER, o.c, 432. C.13. apostólica El servicio a la verdad: la infalibilidad 233 Los dogmas son la vía por la que la verdad se abre camino en medio de los errores o negaciones que la alteran o mutilan. 3. Desde el punto de vista histórico se puede aducir contra la infalibilidad que no encuentra pruebas claras u obvias en la Escritura y en la tradición, que la fe explícita en ella no aparece hasta el siglo ix en lo que se refiere a los concilios ecuménicos y hasta el siglo xm en lo referente al papa, que la infalibilidad del papa nunca ha sido materia de fe para los cristianos de la tradición oriental y que en Occidente ha sido muy contestada. Pero, precisamente por razones históricas, se debe observar que tales doctrinas no pueden ser explicitadas hasta que los concilios ecuménicos y el papado han sido experimentados y desplegados en la vida de la Iglesia. Este desarrollo se ha mostrado saludable al ir resolviendo disputas doctrinales y salvaguardando la tradición apos- tólica. La Iglesia es por ello consciente de que tal proceso no puede haberse producido sin una asistencia especial del Espíritu Santo 3. 4. A veces se considera y se valora la historia de la Iglesia de modo inmisericorde, señalando como errores sus fallos e insuficien- cias, y aduciendo de modo especial las equivocaciones en que han incurrido los papas incluso en cuestiones doctrinales 4. Este tipo de planteamientos olvida las cautelas con las que hay que analizar el pasado cuando se utilizan los criterios del presente, realiza un salto indebido de las debilidades morales a los errores doctrinales y no tiene en cuenta el nivel exacto de la infalibilidad: a pesar de las ambigüedades del comportamiento de algunos papas en las controversias doctrinales de la época, no se puede demostrar nin- gún caso en que un papa haya definido solemnemente como dogma de fe una proposición incompatible con la verdad del evangelio. 5. Contra la pretensión de que algunas proposiciones posean el carácter de infalibilidad se aducen dos reservas: desde el punto de vista filosófico, que todos los enunciados son siempre imperfectos y limitados; desde el punto de vista teológico, que la verdad de que vive el pueblo de Dios no es de tipo intelectual sino que consiste en la adhesión personal a Jesucristo. Estas críticas se mueven sobre presupuestos falsos: de un lado consideran que una proposición infalible ha de ser perfectamente adecuada y exacta, con lo cual se facilita la crítica pero a costa de traicionar la doctrina de la Iglesia al respecto; de otro lado no se puede acentuar de un modo tan unilateral la comprensión de la fe como adhesión personal que olvide que ésta, por la lógica encarna- toria de la revelación y por la complejidad antropológica del creyen- 3 4 F. A. SULLIVAN, II Magistero nella Chiesa Cattolica (Assissi 1986). Cf. sobre todo H. KUENG, ¿Infalibilidad? Una pregunta (Madrid 1972). 234 P.lll. Creo en la Iglesia apostólica te, debe expresarse también en el lenguaje y en el concepto, pues en caso contrario la fe quedaría reducida a un sentimiento vago e inde- terminado. 6. La teoría de la infalibilidad supone una concepción fuerte tanto de la verdad como de la razón, lo cual genera actitudes totali- tarias y violentas, rechazo y exclusión de los que piensan de otro modo e intolerancia respecto a los herejes. El dogma aparece como postura inhumana, atentatoria de la realidad y de la experiencia que se ofrece en perspectivas múltiples y heterogéneas. La razón y la verdad por ello deben hacerse conscientes de su debilidad5. No se puede negar que en ocasiones la pretensión de poseer la verdad de un modo absoluto y pleno ha conducido a la intolerancia y la violencia. Pero ello no debe conducir a conclusiones aventura- das y a extrapolaciones desmesuradas: identificar verdad con violen- cia o negar la posibilidad de un diálogo coherente de la razón con la realidad. Sería igualmente desmedido pensar que es la razón la única capaz de crear unión entre los hombres o que el señorío de lo hete- rogéneo o caótico garantiza la paz y la armonía. 7. Lutero pretendía liberar a la Escritura del Magisterio de la Iglesia para evitar que ésta apareciera superior a aquélla. Sólo la Escritura es soberana para interpretarse a sí misma. La Reforma ha heredado como una de sus convicciones básicas el carácter absoluto del evangelio frente al cual la Iglesia y el dogma quedan relativiza- dos; no es cristiano pensar que la verdad de Dios queda depositada en sujetos sometidos a error ya que son finitos y falibles. La promesa y la fidelidad de Dios son en todo caso ofrecidas a la Iglesia entera, pero en la iglesia romana han quedado concentradas de un modo desmedido en el papa y los obispos. La postura reformada no tiene en cuenta los datos y elementos que hemos señalado en los capítulos anteriores: el sentido de la tra- dición y del ministerio ordenado, la sucesión apostólica y la media- ción de la Iglesia. Como ya señalábamos, el sentido y alcance de la sacramentalidad, es decir, el dinamismo encarnatorio de la gracia, es el punto principal de divergencia entre reformados y católicos. 8. Ante las posibles comprensiones exageradas de la infalibili- dad se ha propuesto hablar de indefectibilidad. Con ello se piensa en una característica de la Iglesia menos pretenciosa que la infalibili- dad: la Iglesia a través del tiempo permanece idéntica a sí misma como comunidad escatológica de salvación, basada en la fidelidad del Padre, en el evento del Hijo y en la fuerza del Espíritu; en medio de las angustias y tribulaciones de la historia la promesa de Dios le otorga una vinculación profunda al designio salvífico trinitario. Des- 5 Cf. ATI, Venta, Chiesa e missione (Padua 1989). C.13. El servicio a la verdad: la infalibilidad 235 de esta perspectiva se deja un mayor espacio para que la Iglesia pue- da equivocarse, para que vaya adoptando posturas provisionales a la luz de las circunstancias, para que no se obceque en la posesión ab- soluta de la verdad. Comprendida en este sentido amplio, se puede integrar la aporía de que la Iglesia se encuentra en la verdad a pesar de sus errores y en medio de ellos, porque la verdad es la promesa de Dios y no una propiedad de la Iglesia. La indefectibilidad sin embargo no puede excluir la permanencia de unas instituciones enraizadas en los orígenes, la duración de su constitución a través de los siglos, la conservación de la verdad que la hizo nacer. Aun teniendo en cuenta el carácter limitado de las proposiciones, la distancia entre el enunciado y lo que se intenta expresar, la relatividad de los trasfondos culturales, la referencia a la verdad que indica la infalibilidad debe ser un momento interno de la indefectibilidad. Difícilmente se podría hablar de una Iglesia inde- fectible como comunidad de salvación si errara en su servicio a la verdad salvífica y si engañara en su predicación o en su enseñanza 6. 2. La Iglesia y la verdad El misterio salvífico se despliega porque «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,4). Desde el punto de vista cristiano la verdad no debe plantearse desde una perspectiva lógica o formal, sino dentro de la economía salvífica, como desvelamiento de la intimidad del Dios que se revela para salvar. Ésa es la verdad de la que la Iglesia vive, de la que da testimonio y a la que debe servir. El Padre envía al Hijo como testigo veraz (Ap 1,5) de su desig- nio salvador; el Hijo envía a sus discípulos y apóstoles para que sean testigos de la verdad experimentada bajo la fuerza y la protección del Espíritu (Jn 20,21; Hch 1,8) en favor de todos los que creerán (Jn 17,20) y de todos los destinatarios de la evangelización (Hch 1,8; Mt 28,20); de ese testimonio de la verdad surgirá la Iglesia, que sólo podrá mantener su identidad y realizar su misión como «columna y fundamento de la verdad» (1 Tim 3,15). La verdad en último término corresponde sólo a Dios. La Iglesia sólo puede apelar a ella en cuanto que le ha sido otorgada y en cuan- to le es garantizada por la presencia del Hijo y del Espíritu: el Hijo, que es la verdad (Jn 1,14; 14,6), permanecerá, según su promesa, en la misma Iglesia hasta el final de los tiempos (Mt 28,20); el Espíritu, que es la verdad (cf. Jn 14,17), permanecerá para siempre en medio 6 Y. CONGAR, Ministerios, ed.cit, 147. 236 P.lll. Creo en la Iglesia de los discípulos para conducirlos a la profundización del conoci- miento y de la revelación recibidos (Jn 14,16.26; 16,13). La Iglesia por ello no puede carecer de la convicción de ser el lugar de la verdad revelada: se propone al mundo como testigo del carácter absoluto de la llamada a la fe, dirigida por Dios al hombre, y como garante de la exigencia de que la fe sea conservada y trans- mitida en su integridad originaria. Por ello no puede carecer de una referencia permanente, constitutiva y vinculante a los acontecimien- tos fundantes. En la tradición recibida de los apóstoles hay elemen- tos que no pueden ser falsificados (cf. 2 Cor 11,4; Gal 1,6; 2,5). En la continuidad en esa tradición está en juego por tanto la verdad de que vive la Iglesia (cf. DV 7-8). Esa vinculación de la Iglesia con la verdad es propiedad de la Iglesia concreta, no de una Iglesia ideal de espíritus puros, sino del pueblo de Dios que vive y camina en la tierra. Es de esta Iglesia concreta, de hombres débiles y falibles, de la que se excluye la posi- bilidad de que quede privada de la gracia o de que caiga en un tipo de error que la sitúe en contradicción con el evangelio. Esa Iglesia empírica, en cuanto entroncada en la verdad, debe expresar en el lenguaje y en los conceptos humanos este testimonio del que vive y a cuya transmisión sirve. Y por ello debe caminar en la historia dis- cerniendo entre la verdad y el error a la luz de la norma apostólica que ha recibido. Desde un principio la Iglesia fue elaborando confesiones de fe, símbolos de fe que servían como signo de pertenencia, reglas de fe que sintetizaban los contenidos de fe con cierta extensión. A ellos se atribuía fuerza de verdad en cuanto expresaban la verdad vivida en la Iglesia. Los autores antiguos proclamaban con normalidad a la Iglesia como «lugar de la verdad» 7, como «receptáculo de la ver- dad» 8, y veían la necesidad de apelar al «canon eclesiástico» 9, a la «regla de la tradición» 10, a la «regula fídei, veritatis» " . L a Iglesia desde un principio tuvo que ser una «Iglesia enseñante» ya que tenía que transmitir la verdad del evangelio formulándola al modo huma- no y defendiéndola de los errores. Si en el seno de la Iglesia se dan debates y discusiones sobre la interpretación o el valor de la doctrina de Jesús, debe poseer un cri- terio cognoscitivo que sea comprensible por los medios de la razón humana. En su avance a través de los siglos es además consciente de 7 AH III pref. (Sources chrétiennes 211,17-19). Así se expresa Melitón de Sardes en su Homilía sobre la Pascua, 40,277-280 (Sources chrétiennes 123,80). 8 9 10 11 CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Strom VII, 15 (PG 9,525). Ib. 1,1,5 (PG 8,706). AH I, 1,22,1 (Sources chrétiennes 264,309). C.13. apostólica El servicio a la verdad: la infalibilidad 237 que en determinados momentos debe fijar su identidad, de modo que en tales formulaciones se vea reflejada hasta tal punto que nunca pueda olvidarlas o negarlas, porque ahí se encuentra ella misma co- mo comunidad salvada. En tales formulaciones se da un componente convencional inevitable, pero al mismo tiempo un contenido de fe irrenunciable, el de la verdad salvífica, el del sentido y alcance de los acontecimientos salvadores. Estos momentos son poco numerosos, y por ello la Iglesia misma ha establecido grados de obligatoriedad y de vinculación. Sabe igualmente que tales formulaciones pueden ser interpretadas unilate- ralmente, que son susceptibles de ulteriores profúndizaciones y que pueden dejar en la penumbra otros aspectos centrales de la fe. Por ello cada afirmación debe ser considerada dentro del conjunto de la fe y del misterio cristiano, a la luz de la «jerarquía de verdades» (UR 11) y de la «jerarquía de los dogmas de la Iglesia» 12. La verdad plena de la fe o del misterio divino no se manifestarán hasta el eschaton. Desde ese punto de vista la Iglesia comprende sus formulaciones de fe como una anticipación, como una expresión de la esperanza, especialmente como un acto de doxología y de alaban- za, como un gesto de oración dirigido al Señor que viene, como una invocación de los peregrinos que renuncian a la pretensión de apro- piarse de la contemporaneidad de Dios. Esta actitud puede contrarrestar las acusaciones dirigidas a la Iglesia por sus pretensiones. A ello ha de contribuir sobre todo la permanente recuperación de la dimensión salvífica de la verdad que proclama la Iglesia: el don salvífico es más amplio que toda formu- lación, y por ello sigue ofreciéndose y abrazando incluso a quienes lo rechazan o lo simplifican; la verdad debe vivir de la fuerza de su propia inteligibilidad, de su ofrecimiento permanente, de su apertura como don que a nadie vuelve la espalda. 3. El sentido de fe de los fieles La permanencia en la verdad ha sido prometida a toda la Iglesia. Toda afirmación de una infalibilidad personal no adquiere sentido más que sobre el trasfondo de la infalibilidad de la Iglesia en su conjunto. En los tiempos recientes el acento ha recaído en la infali- bilidad del papa o en la función magisterial de los pastores, con lo que se oscureció ese dato previo. Pero todavía en el período postri- dentino y moderno es en el pueblo cristiano todo entero, en el con- junto de los fieles, en el que piensan en primer lugar los teólogos 12 Mysterium Ecclesiae 4, AAS 64 (1973) 398. 238 P.III. Creo en la Iglesia apostólica (Melchor Cano, Roberto Belarmino, Gregorio de Valencia, Suárez) cuando tratan de la infalibilidad de la Iglesia. Aún en el siglo xix actúan del mismo modo Scheeben, Franzelin y Newmann, que reco- noció el valor imprescindible de la aportación del pueblo cristiano para salvar la ortodoxia durante las controversias arrianas postnice- nas, cuando la gran mayoría de los obispos no supieron estar a la altura de las circunstancias. Los mismos Padres conciliares del Vati- cano I consideraban evidente este tipo de infalibilidad. Ha sido designada como infalibilidad in creciendo, para distin- guirla de la infalibilidad in docendo, propia de los pastores. La dis- tinción de nivel no debe insinuar una alternativa o contraposición, ya que los pastores también son creyentes y los fieles bautizados no están privados de la función de enseñar. A veces se la ha calificado como infalibilidad pasiva, expresión que tampoco carece de ambi- güedad: todo don recibido de Dios imprime su dinamismo en el su- jeto, y por ello la permanencia en la verdad nunca puede ser actitud meramente receptiva sino participación vital del sujeto. Resulta más adecuado hablar del sensus fidelium. El Vaticano II, en su tratamiento del Pueblo de Dios, lo explica con las siguientes palabras: El pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo dando un testimonio vivo de Él, sobre todo con la vida de fe y amor, y ofreciendo a Dios un sacrificio de alabanza... La totali- dad de los fieles que tienen la unción del Santo (1 Jn 2,20 y 27) no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuan- do «desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos» mues- tran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral. El Espíritu de la verdad suscita y sostiene ese sentido de la fe (LG 12). La misma función es atribuida en la conservación de la tradición apostólica, que no queda reservada a los obispos: Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo, es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estu- dian repasándolas en su corazón (cf. Le 2,19-51), y cuando compren- den internamente los misterios que viven (DV 8). Estas afirmaciones responden plenamente a la lógica eclesial. El testimonio de fe es comunitario. Es el «nosotros» de la Iglesia quien confiesa el credo. La función del magisterio de los pastores no puede acontecer más que en el seno de la comunión del pueblo creyente y como servicio a la ortodoxia del conjunto de los creyentes. El Vati- cano I en este sentido proclamará que «el papa goza de aquella infa- libilidad de que el Divino Redentor quiso que estuviese dotada su C.13. El servicio a la verdad: la infalibilidad 239 Iglesia» (DS 3074). La afirmación de todo sujeto particular es insu- ficiente si no se inserta en el «nosotros» eclesial. La función magis- terial de los pastores constituye el punto en el que la conciencia de fe de la Iglesia entera llega a captarse realmente y a expresarse auto- rizada y autoritativamente. El sensus fidei supone una específica capacidad cognoscitiva que se da en el creyente entre el dinamismo objetivo de la fe y el dina- mismo subjetivo, una misteriosa unidad entre el sujeto personal y el objeto de la fe. En virtud de ello se da un proceso de comprensión, de actualización y de manifestaciones de la fe, que va tomando cuer- po en diversas expresiones históricas (culto, devociones, arte, ora- ciones...). Implica, hemos dicho, un componente cognoscitivo y la referen- cia a la objetividad de la fe. Por ello no se puede confundir el sensus fidei con cualquier tipo de sensiblería religiosa o con las posibles deformaciones supersticiosas del cristianismo, ni siquiera con reali- zaciones de verdaderos creyentes pero que no brotan directamente de la semilla de la fe. Al hablar de conocimiento no nos referimos sin embargo a un nivel racional o conceptual. Se refiere más bien a una disposición subjetiva del creyente que le empuja activamente a una experiencia auténtica de la fe. Es evocada por términos como órgano, facultad, sensorio, sensibilidad, tacto, instinto, intuición, hábito, habilidad... pero siempre referidos al dato previo de la sumisión a la Palabra de Dios tal como ha sido comprendida y recibida en la Iglesia. Como protagonista actúa siempre el Espíritu Santo, que es el que hace po- sible la asimilación al misterio de Cristo, que ha sido designada co- mo connaturalidad, congenialidad, armonía, sintonía, afinidad... 13. El sensus fidei y su valor deben ser contemplados dentro de una eclesiología global a fin de evitar posibles comprensiones o utiliza- ciones sesgadas. Por ello no debe ser comprendido como la capaci- dad de intervención por parte de los laicos frente a los pastores; ello significaría atribuir un carácter absoluto al sentir común de los bau- tizados, como si fuese un criterio supremo yuxtapuesto o superpues- to al magisterio de los pastores; en realidad se trata del sensus de los fieles en una Iglesia que es comunión jerárquica. Tampoco debe re- ducirse a una comprensión meramente sincrónica, como si una con- sulta actual de los fieles bastara para expresar adecuadamente el sen- 13 L. M. FERNANDEZ DE TROCONIZ, «Sensus fidei»: lógica connatural de la exis- tencia cristiana. Un estudio del recurso al «sensus fidei» en la teología católica de 1950 a 1970 (Vitoria 1976) 34ss; cf. D. VITALI, Sensus fidelium. Unafunzione eccle- siale di intelligenza dellafede (Brescia 1993) y D. WIEDERKEHR (ed.), Der Glaubens- sinn des Gottesvolkes - Konkurrent oder Partner des Lehramtes (Friburgo-Basilea- Viena 1994). 240 P.III. Creo en la Iglesia apostólica susfidei; si el sensusfidei se refiere a la Iglesia entera, debe tenerse en cuenta la fe de la Iglesia de todos los tiempos, en la que debe resonar la voz de la tradición y la experiencia de todos los doctores y santos a través de los siglos. 4. El desarrollo de la idea de infalibilidad personal Ya hemos indicado que una de las objeciones contra la infalibili- dad radicaba en su tardía aparición en la literatura cristiana. Esta afirmación sin embargo debe ser matizada 14. Una cosa es que la terminología y la formulación explícita hayan hecho su aparición en una fecha relativamente tardía, y otra cosa es que la convicción haya surgido de modo inopinado y sin contacto con la memoria histórica de la conciencia creyente. La perspectiva histórica hace ver que de- terminadas convicciones se van desarrollando y desplegando al rit- mo de las circunstancias históricas, pero en armonía y coherencia con lo que venía siendo la praxis de la Iglesia. Pero precisamente por ello resulta difícil, como en el caso del primado, fijar el autor o el momento exacto de tal eflorescencia. Es la vida de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu, la que lo va exigiendo de modo paulatino pero gradual. El carácter infalible, en cuanto irreformables y vinculantes, de los concilios afloró relativamente pronto en la conciencia eclesial. Los obispos, reunidos en concilio, como sabemos, eran considerados como órganos del Espíritu y jueces/testigos de la fe. Algunos conci- lios, como el de Nicea, se convirtieron en punto de referencia nece- sario, incluso parecían intocables e insuperables. Posteriormente se relativizó el «monopolio» de Nicea, pero el carácter de expresión máxima de la fe eclesial se amplió a otros concilios (que serían con- siderados como «ecuménicos»). Hasta el siglo ix sin embargo no se atribuyó explícitamente la infalibilidad a las decisiones de los conci- lios ecuménicos. Ello fue obra del obispo y monje Teodoro Abu Qurra, autor del primer tratado sistemático sobre los concilios, con- siderados por él de institución divina y no meramente eclesiástica. La atribución de la infalibilidad personal al obispo de Roma si- guió un proceso más lento. Sus raíces, sólidas y antiguas, no pueden ser otras que el carácter peculiar de la Iglesia de Roma. Ya desde el siglo ni se toma la idea de Rom 1,8 para alabar la fidelidad de la 14 Cf. el planteamiento de B. TIERNEY, Origins ofPapa Ifallibility 1150-1350. A Study on the Concepts of Infallibility, Sovereignity and Tradition in the Middle Ages (Leiden 1972) y el de U. HORST, «ínfallibilitát und Geschichte. Ein Rückblick», en U. HORST (ed.), Unfehlbarkeit und Geschichte. Studienzur Unfehlbarkeitsdiskussion von Melchior Cano bis zum 1. Vatíkanischen Konzil (Maguncia 1982) 214-256. C.I3. El servicio a la verdad: la infalibilidad 241 comunidad romana en la salvaguardia de la tradición apostólica. Ya en el siglo v Teodoreto de Ciro expresa su convicción en la pureza de la Iglesia romana, que nunca ha errado, que siempre ha estado libre de toda contaminación de herejía, «y en la cual nadie se ha sentado que haya pensado lo contrario, sino que guardó intacta la gracia del apóstol» 15. A partir del siglo vi se extiende y profundiza la convicción de que la Iglesia de Roma nunca ha errado. Pero sin referirse a afirma- ciones concretas y puntuales efecto de decisiones infalibles, sino a la conservación de la fe recibida o de la tradición petrina. Tampoco se piensa directamente en la persona del papa, pues es lugar común el reconocimiento de la posibilidad de un papa hereje. Aun manteniendo esta posibilidad, los teólogos y decretistas de los siglos XII-XIV introducen una significativa inflexión: van acen- tuando progresivamente no sólo la conservación pasiva de la fe sino el papel activo del papa en el establecimiento y fijación de la fe eclesial. Tomás de Aquino y el concilio II de Lyon reconocen la autoridad del papa en la «editio symboli» 16, en la determinación de los dogmas de fe. Pedro Juan Olivi a finales del siglo xm utiliza el término inerra- bilis aplicado al papa, si bien con el objetivo de garantizar el carácter irreformable de las decisiones de Nicolás III en 1279 a favor de sus tesis acerca de la pobreza. Desde el lado opuesto se apelaba a la plenitudo potestatis del papa, que no debería quedar coartada por decisiones de semejante carácter. En el siglo siguiente Guido Terreni introduce ya el término infalible en el título de su obra Quaestio de Magisterio infallibili Romani Pontificis, en la que defiende la autori- dad del papa para determinar de modo definitivo cuestiones de fe que deben ser creídas por todos los cristianos con fe firme. Pero el tema queda estancado sin experimentar desarrollos ulteriores hasta un siglo más tarde. Será la reacción anticonciliarista la que insistirá en el dato de que los concilios pueden equivocarse, como lo mostraba el caso de Basi- lea, por lo que no pueden constituir la seguridad última. Ésta sólo puede provenir del papa. Una decisión conciliar por tanto sólo debe- ría ser aceptada de modo incondicionado cuando ha sido confirmada por el papa. En este contexto Antonio de Cannara es el primer jurista que defiende la tesis de que un papa hereje no puede ser sometido a juicio, con lo que rompe una larga tradición 17. La tesis papalista 15 Ep 116, en Sources chrétiennes 111,70. SThll-llqA a. 10. 17 Su obra, de 1443, lleva por título De potestatepape supra concilium genérale contra errores Basiliensium. 16 242 PIII Creo en la Iglesia apostólica seguirá abriéndose camino e influyendo en autores como Cayetano, Torquemada, Belarmino, Suárez, pero sin que ello anulara la pervi- vencia de la hipótesis del papa herético, que en cuanto tal perdería automáticamente su ministerio 18 Antomno de Florencia en la pri- mera mitad del siglo xv sostiene una distinción que intenta mediar entre extremos peligrosos el papa puede errar «en cuanto persona singular, actuando por su propia iniciativa», pero no «si recurre al consejo de la Iglesia universal y busca su ayuda» 5 La definición del Vaticano I El concilio Vaticano I lleva a su pleno desarrollo y explicitud la infalibilidad del papa Ha sido sometido a críticas severas 19, pero los intereses de sus protagonistas, las limitaciones de su formulación o las unilaterahdades de su valoración no pueden ser óbice para reco- nocerla como elemento sustancial de la fe de la Iglesia Católica, y como tal ha sido asumida y recibida por el Vaticano II La toma de postura del Vaticano I no estuvo motivada por la arbitrariedad o la improvisación Respondía más bien a la lógica in- terna de la fe que encontró ocasión de exphcitarse en las controver- sias y en las necesidades de la época La definición conciliar depende, de un lado, de la coherencia de la fe Lo mismo que se afirma del gobierno en la Iglesia ha de valer para el servicio de la verdad si al papa se le reconoce la «suprema potestad del magisterio» (DS 3065), ello se debe a que es conse- cuencia lógica de su servicio a la unidad de la Iglesia, difícilmente podría cumplir su ministerio de unidad si su testimonio no estuviera radicado en la verdad, en el «cansma de la verdad y de la fe nunca deficiente» La exphcitación, por otro lado, estuvo motivada y hasta urgida por las insistentes reivindicaciones galicanas Ya en 1663 la Facul- tad de Teología de París, respecto a los poderes del papa, estableció la siguiente tesis «La Facultad no recibe como doctrina o dogma que el Soberano Pontífice sea infalible, sin que intervenga consenti- 18 R BAEUMER, Nachwirkungen des konziharen Gedankens in der Theologie und Kanomstik des fruhen 16 Jahrhunderts (Munster 1971), y P V AIMONE, «Prima sedes a nemine mdicatur, Si papa a fide devius», en Historia de la Iglesia y de las instituciones eclesiásticas Homenaje a F Valls i Tabemer, ed por J Pelaez (Barce- lona 1989) 3993-4231 19 En la linea de desacreditar el alcance del Vaticano I se mueven A B HASLER, PIUS IX (1846-1878) Papsthche Unfehlbarkeit und I Vatikamsches Konzil Dogma tisierung und Durchsetzung einer Ideologie (Stuttgart 1977) y L M BERMEJO, TO wards Chrishan Reunión Vahean I Obstacles and Opportumties (Anand, India, 1984) C 13 El servicio a la verdad la infalibilidad 243 miento de la Iglesia» La asamblea del clero galicano de 1682 se movía en la misma dirección «Aunque el papa tenga la parte principal en las cuestiones de fe y aunque sus decretos se refieran a todas las iglesias y a cada iglesia en particular, su juicio no es sin embargo irreformable a menos que intervenga el consentimiento de la Iglesia» Este doble factor actuaba decisivamente en la conciencia ecle- sial Las polémicas o debates en el seno del concilio no significaban oposición a la infalibilidad Había ciertamente obispos opuestos a ella, pero la mayor parte de los miembros de la minoría reticentes a la definición estaban movidos por alcanzar una formulación adecua- da que situase dicha definición en una relación justa con el conjunto de la Iglesia, con los obispos y con los concilios De hecho se evitó la formulación, pretendida por algunos, de convertir la infalibilidad del papa en un privilegio exclusivamente personal o aislado de la Iglesia Lo que se trataba de evitar, sin embargo, era que esa inser- ción en la Iglesia implicara la posibilidad de apelar al concilio contra el papa o de reclamar de modo jurídico el consentimiento de la Igle- sia para legitimar las intervenciones del papa Para evitar falsas interpretaciones y para acotar exactamente el alcance de la definición se elaboró la siguiente formulación El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, defi- ne por su suprema autoridad apostólica una doctrina sobre la fe y las costumbres, debe ser sostenida por la Iglesia universal, por la asis- tencia divina goza de aquella infalibilidad de que el Redentor divi- no quiso que estuviera provista su Iglesia en la definición de la doc- trina sobre la fe y las costumbres, y por tanto que las definiciones del Romano Pontífice son irreformables por si mismas y no por consen- timiento de la Iglesia (DS 3074) Para comprender el texto en su verdadero sentido y evitar com- prensiones que alteren o deformen la intención conciliar conviene desarrollar algunas precisiones 20 a) La infalibilidad del papa es la misma de la que está dotada la Iglesia entera, por tanto hay que mantener la conexión entre el cans- ma personal del papa y la infalibilidad única de la Iglesia El papa por ello no puede definir sino lo que es creído por la Iglesia y predi- cado por sus pastores No se dice por tanto «el papa es infalible» sino «goza de la infalibilidad de la Iglesia», cuya causa es siempre la asistencia del Espíritu Santo 20 G THILS, L infaülibilite pontificóle 1968) 177ss sources conditwns limites (Gembloux 244 P.III. Creo en la Iglesia C.13. apostólica b) No se trata de una inspiración que sugiera verdades nuevas, sino de un carisma para defender la integridad del depósito poseído desde el principio, de una asistencia sobrenatural que de por sí es negativa, es decir, reducida al hecho de no equivocarse y de no equi- vocar a la Iglesia. c) No es absoluta, pues ello corresponde sólo a Dios. Es comu- nicada, condicionada y limitada. Se refiere tan sólo a doctrinas que afectan a la fe o a las costumbres. No puede rebasar por ello ni el ámbito de la revelación ni el del derecho natural. Se requiere igual- mente la buena conciencia del sujeto, el recurso a los medios ordina- rios para conocer el problema en todos sus aspectos, la reflexión y la oración, el estudio y la información. d) Las expresiones «por sí mismo», «no por el consentimiento de la Iglesia», pretenden evitar concepciones conciliaristas o galica- nas, pero no se pueden entender como desvinculación del papa res- pecto a la Iglesia, como si estuviera al margen o por encima de la Iglesia o como si fueran irrelevantes las indicaciones del punto anterior. e) No afecta a las opiniones del papa como persona o como doctor particular, sino a aquellas ocasiones en que habla ex cathedra, es decir, como persona pública. Por ello se trata de momentos muy limitados, acompañados de los requisitos de solemnidad y oficiali- dad que los hagan claramente identificables. Ha de constar por tanto la voluntad de establecer una definición emanada de su autoridad apostólica suprema. f) El carácter irreformable se refiere a la sentencia definitiva, al juicio doctrinal sobre el que el papa compromete su autoridad supre- ma. No afecta por tanto a las frases que se dicen de paso, a lo que se menciona indirectamente o a los argumentos utilizados. En cuanto definitiva no debe, sin embargo, ser considerada perfecta o insupera- ble, sometida a una mera repetición pasiva o mecánica. Es suscepti- ble siempre de una expresión más adecuada, amplia y profunda. 6. El Magisterio en la Iglesia El Vaticano II asume y recoge la doctrina sobre la infalibilidad personal del Romano Pontífice insertándola en el seno de la comu- nión y de la colegialidad eclesial. El punto de partida queda situado en la Iglesia como sujeto histórico que ha sido creado por la Palabra de Dios entregada al Pueblo de Dios. La verdad es un don de Dios a su pueblo. En un segundo momento se puede hablar de quienes po- seen carismas determinados para su conservación y transmisión. El servicio a la verdad: la infalibilidad 245 LG 25 reafirma que en el papa, en cuanto «maestro supremo de la Iglesia universal... reside individualmente el carisma de la infali- bilidad de la Iglesia misma». Y añade a continuación: «La infalibili- dad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo episcopal cuando ejerce el magisterio supremo con el sucesor de Pedro». Esto acontece de modo claro «cuando, reunidos en concilio ecuménico, son para toda la Iglesia los maestros y los jueces de la fe y de la moral». E igualmente incluso cuando, dispersos por el mundo pero en comunión con el papa, enseñan la fe de modo auténtico y enseñan una opinión como definitiva. Hay que advertir sin embargo que no basta la mera coincidencia en la doctrina o el hecho de que ésta sea largo tiempo enseñada o vivida, sino que se requiere la intención de proclamarla como definitiva21. Sobre este trasfondo adquieren toda su relevancia eclesiológica los dogmas de fe: son definiciones solemnes en las cuales el magis- terio supremo (concilio ecuménico, papa), ejercitando su ministerio en el grado más alto por su solemnidad, pronuncia definitivamente que una verdad ha sido revelada de modo divino y que a partir de entonces constituye un artículo de la fe normativa de la fe católica22. En tales situaciones los portadores del magisterio prestan su voz a la tradición apostólica. Cuando actúa el papa individualmente es la bo- ca por la que todo el cuerpo episcopal y el conjunto del pueblo de Dios se dicen a sí mismos la verdad. La infalibilidad sin embargo se abre más allá del ámbito estricto de las definiciones solemnes. Por su constitución debe ser coextensi- va con el depósito de la revelación que hace indefectible a la Iglesia. Sería falso, para delimitar el ámbito de la verdad, preguntarse si la cuestión en debate se encuentra dentro de las definiciones infalibles, como si en caso contrario estuviera expuesta a la libre discusión. No se debe confundir la cuestión de la infalibilidad con la cuestión de la verdad de una doctrina. Esta puede imponerse al asentimiento de la comunidad eclesial aunque no haya sido definida de modo infa- lible 23. Además del ejercicio extraordinario del magisterio por parte del papa y los obispos, puede darse un ejercicio ordinario, llamado tam- bién auténtico, que reclama la aceptación y obediencia de los cre- yentes. Este magisterio auténtico puede referirse de modo legítimo a temas que no pertenecen formalmente a la fe, que no son irreforma- bles, pero que sin embargo se encuentran vinculados al contenido de 21 A. ANTÓN, Magisterio y teología: dos funciones complementarias en la Igle- sia: Seminarium 29 (1989) 351-382. 22 23 F. A. SULLIVAN, o.c, 93. T. BERTONE, A propos de la réception des Documents du Magistére et du désaccordpublic: DocCat2153 (2-2-1997) 108-112. 246 / ' /// ( 'iVII vn In l^lvsln apuslóln u la revelación o son importantes para la vida cristiana. Admitir la intervención del magisterio sólo en situaciones extraordinarias situa- ría a los ministerios tic la unidad en un dilema angustioso: o procla- mar sólo palabras definitivas o mantener el silencio y dejarlo todo a la opinión particular. Pero ello implicaría consecuencias negativas para el juicio que deben elaborar los cristianos, pues quedarían pri- vados de la luz de un magisterio auténtico. Dejar que ese espacio lo ocupen los especialistas en teología o en moral significaría someter a la inseguridad de la división de opiniones cuestiones claves para la existencia cristiana. El magisterio auténtico por tanto debe referirse a toda la amplitud de la vida y no puede sustraerse a su responsabi- lidad de valorar y de juzgar. Y ello precisamente debe ser así para que efectivamente pueda ser un ministerio pastoral. No se puede pedir para cada palabra del papa o de los obispos que tenga pretensiones absolutas de verdad. Por eso se establecen grados diversos de adhesión. Pero ellos deben ser los encargados de fijar y garantizar la continuidad entre la enseñanza de los apóstoles y la conciencia actual de la Iglesia acerca de las cuestiones centrales de su existencia y comportamiento. En estos campos, aun antes de acceder al nivel de las definiciones infalibles, están en juego la uni- dad y la verdad. Y en ese ámbito hay que reconocer la aportación y la competencia exclusivas de los ministros de unidad, que ejercen en y a través del magisterio auténtico. Los creyentes confían en ese ministerio de la prudencia pastoral y lo acogen en virtud de la asis- tencia que el Espíritu otorga a los sucesores de los apóstoles. 7. La recepción 24 Las iniciativas del magisterio en el ámbito de la verdad no pue- den desconectarse del seno de la Iglesia ni del sensusfidelium,como hemos indicado. Pero ello afecta no sólo a los momentos previos a sus tomas de postura o a sus decisiones doctrinales, sino que se re- fiere también al proceso posterior a través del cual tales decisiones van penetrando en el cuerpo eclesial. Este proceso no es ni automá- tico ni uniforme ni pasivo. En tal proceso se ve implicado de modo activo el conjunto de los miembros de la Iglesia. 24 A. ANTÓN, La «recepción» en la Iglesia y eclesiología: (I) Sus fundamentos teológicos y procesos teológicos en acción desde la epistemología teológica y ecle- siología sistemática, Greg 77 (1996) 57-96 y (II) La «recepción» en la Iglesia y eclesiología, Greg 77 (1996) 437-469; A. GRILLMEIER, Konzil und Rezeption. Metho- dische Bemerkungen zu einem Thema der okumenischen Diskussion der Gegenwart, ThPh 45 (1970) 321-352. C.13. El servicio a la verdad: la infalibilidad 247 Este proceso es el que denominamos recepción. Se trata de un término que recientemente ha recobrado fuerza y actualidad pero que hunde sus raíces en la tradición más antigua de la vida eclesial. En una eclesiología dominada por una visión piramidal y clerical es normal que tal noción no desempeñara un papel relevante. Resulta comprensible que haya alcanzado mayor fuerza y significado dentro de una eclesiología de comunión, conciliar y sinodal, en la que todos los miembros y sujetos eclesiales alcanzan protagonismo y responsa- bilidad. Ya la comunidad de los primeros discípulos del Resucitado tenía conciencia viva de haber recibido el evangelio para comunicar- lo a todos los hombres al ritmo que lo iban haciendo vida y expe- riencia propia. Esta convicción permaneció en lo referente a la re- cepción y transmisión de la tradición de los apóstoles. Lo mismo ha ido sucediendo en lo referente a las grandes decisiones doctrinales de los concilios. En ese dinamismo participan todos los bautizados conforme a su carisma o ministerio en la Iglesia. La recepción por ello pone de manifiesto la vitalidad y el dinamismo de la Iglesia. Ésta podría incluso ser definida como comunidad de recepción. La recepción es un proceso complejo y lento a través del cual una comunidad cristiana, diferenciada y articulada, y diferente de las otras (en cuanto a nivel universal se da una comunión de iglesias) y con la asistencia del Espíritu Santo, reconoce como un bien para sí y acepta nuevas comprensiones del mensaje cristiano, contenido en la Escritura y en la tradición viva de la Iglesia, como elementos autén- ticos de la fe católica y apostólica. Objeto de la recepción es, en su sentido global, todo lo que la Iglesia «es y cree» (DV 8), y se expre- sa por mediación de la pluralidad de fieles en las instituciones ecle- siales, en la práctica litúrgico-sacramental, la reflexión y la doctrina teológicas, el testimonio de la vida cristiana y de las experiencias espirituales...25. Este proceso se aplica a las concretas decisiones conciliares o dogmáticas en general. A través de este proceso el cuerpo eclesial va haciendo suya una determinación que él no se ha dado directamente, reconociendo en esa medida promulgada una regla que conviene a su vida. No es por ello simplemente un acto de obediencia, como sometimiento al precepto de un superior. Es más bien una aportación propia y original por la que en el acto de consentimiento se expresa la vida del cuerpo eclesial con sus recursos espirituales propios. Por esta vía se enriquece la catolicidad de la Iglesia sin romper la unidad apostólica. La recepción no es elemento constitutivo de la calidad jurídica de la decisión. No recae sobre el aspecto formal del acto sino sobre su A. ANTÓN, a.c, 445-446. 248 P.III. Creo en la Iglesia apostólica contenido. No confiere por ello validez, sino que constata y atestigua que responde al bien de la Iglesia. En este sentido la recepción de un concilio se identifica con su eficacia. La no recepción no significa la proclamación de la falsedad de la decisión, sino que ésta no despier- ta ninguna energía vital y que por ello no contribuye de hecho a la edificación y a la catolicidad de la Iglesia 26. 26 Y. CONGAR, Eglise et papauté. Regarás historiques (Cerf, París 1994) 261ss (que recoge un artículo sobre la recepción del año 1972). CUARTA PARTE CREO EN LA IGLESIA CATÓLICA La Iglesia es católica en un doble sentido: a) en cuanto Cristo está presente en ella, y por tanto en ella subsiste la plenitud del Cuer- po de Cristo unido a su Cabeza con la plenitud de los medios de salvación; b) en cuanto ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano '. A la luz de la catolicidad se condensa y se despliega el horizonte del designio de Dios en toda su amplitud e intensidad. La catolicidad hace a la Iglesia intrínsecamente dinámica, abierta, expansiva, co- municativa, integradora, desde la conciencia de fidelidad a su propia identidad. La catolicidad es por ello la perspectiva que mejor permi- te entender la misión de la Iglesia y sus exigencias en función de las circunstancias históricas y de las condiciones de sus destinatarios. La catolicidad es también experiencia eclesial como sensación maravillosa que tienen los cristianos de vivir en la Iglesia que man- tiene su unidad a pesar de existir en pueblos diversos y por ello con figuras distintas. La catolicidad es la riqueza y el contenido de la unidad, da vida y cuerpo a la apostolicidad, ofrece espacio y amplitud a la santi- dad. Si se ha convertido en designación de la Iglesia, no debe ser entendida como opción de exclusividad, sino como voluntad de integración. CatIC 830-831 CAPÍTULO XIV LA MISIÓN, DINAMISMO DE LA CATOLICIDAD BIBLIOGRAFÍA AA.VV., Evangelisation (Documenta Missionalia 9, Roma 1975); AA.VV., La missione negli anni 2000. Seminario di ricerca del SEDOS (EMI, Bolonia 1983); AA.VV., La misionología hoy (Verbo Divino, Estella 1987); BOSCH, D. J., Transforming Mission. 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Éste se ha realizado de modos diversos a través de la historia, pero siempre como exigencia de la naturaleza misma de la Iglesia. En la actualidad, por las cir- cunstancias históricas y por la autoconciencia eclesiológica, debe conjugar la perspectiva holística con la especificidad de la misión ad gentes. De este modo reflejará adecuadamente el papel que la Iglesia como communio ecclesiarum desempeña en el misterio de Dios. 1. El sentido de la catolicidad Durante mucho tiempo la catolicidad ha sido objeto principal- mente de un estudio de carácter apologético: la universalidad atesti- guada por el gran número de fíeles, la transcendencia respecto a los particularismos de la mayoría de las iglesias, la sorprendente conti- nuidad y perduración a través del tiempo, muestran que la verdadera Iglesia se encuentra en la que se denomina Católica. Las dificultades de este argumento y el empobrecimiento en la comprensión de la catolicidad han provocado una concepción más teológica (trinitaria y cristológica) de la catolicidad, pues desde esa óptica será más capaz 254 P.IV. Creo en la Iglesia católica de manifestar la esencia íntima de la Iglesia '. No se debe reducir la catolicidad a un universalismo numérico o geográfico: la catolicidad se encuentra en la esencia de la Iglesia antes de estar presente como extensión o amplitud. Su carácter cuantitativo puede resultar además profundamente ambiguo: la pequeña comunidad de Jerusalén era in- trínsecamente católica a pesar de radicar en un solo lugar. En la actualidad resulta particularmente importante establecer el significado auténtico de la catolicidad eclesial ya que se encuentra confrontada y desafiada en un concurrido «certamen de catolicida- des» o de universalismos 2: desde el interior del cristianismo otras numerosas confesiones reclaman para sí la pretensión católica; desde la cultura ambiente brotan continuamente «utopías seculares» que, apoyadas en la ciencia, la técnica, la razón o el desarrollo, pretenden ofrecer una explicación global a la existencia del hombre y del cos- mos. Resulta arriesgado para la Iglesia interpretar su propia catolici- dad desde la perspectiva de la universalidad o del universalismo, porque con ello desvirtuaría la intensidad de la plenitud de la que ella es sacramento3. La raíz última de la catolicidad es el misterio trinitario que, como hemos visto, pretende ofrecer la plenitud de la comunión divina al conjunto de la realidad creada, tanto humana como cósmica, respe- tándola en sus peculiaridades y diferencias. Plenitud del don ofreci- do y amplitud de la invitación son constitutivos de la catolicidad. 1 Tim 2,4-5 sintetiza la intensidad católica de la voluntad originaria del Padre. El Hijo enviado concretiza en la historia el designio del Padre en toda su profundidad y anchura: la encarnación, redención, resurrec- ción y glorificación hacen presente en el mundo la plenitud donada por Dios. Él, en cuanto alfa y omega (Ap 1,8; 22,13), en cuanto primero y último (Ap 1,18; 21,6), en cuanto el que era y el que viene (Ap 1,4.8; 4,8), queda constituido como punto de referencia de la Iglesia en el despliegue del pléroma. El ha hecho posible sobre todo la comunicación insuperable e irrebasable del Espíritu, que es a su vez el que va haciendo que cada uno se apropie las riquezas de Cris- to, consiguiendo de este modo que todos y cada uno aporten su ri- queza a la plenitud de la unidad multiforme. En el espacio abierto por las misiones del Hijo y del Espíritu la Iglesia es ilimitadamente católica porque, en cuanto representante y mediadora de la plenitud del misterio divino, la ofrece a todos los 1 2 3 C.14. de la catolicidad 255 hombres. Pero al mismo tiempo, por vivir en la historia, es deficita- riamente católica: sufre la distancia y negativa de Israel que no reco- noce su consumación en Cristo; padece la deformidad que en ella dejan sus pecados e infidelidades, sus cismas y herejías; constata la variedad de caminos por los que avanzan los hombres alejándose en sus obras y proyectos del designio salvífico de Dios. En esto que aún falta por conseguir, en las resistencias de la historia, se mueve la tensión de la catolicidad, la exigencia y la urgencia de su tarea y de su misión en este mundo. En la concepción de la catolicidad de la Iglesia se deben tener en cuenta dos momentos: primeramente la donación previa de la pleni- tud; pero esta plenitud primigenia se convierte en donación ulterior y en exigencia, en principio de esperanza y de acción; la catolicidad es, desde esta perspectiva, la capacidad universalizadora e integrado- ra de sus principios de unidad, que en último término están consti- tuidos por la comunión trinitaria. Desde estos presupuestos se puede entender el uso que el cristia- nismo primitivo hizo del término católica aplicado a la Iglesia, des- de su primera aparición en las cartas de Ignacio de Antioquía: «Don- de está el obispo está también la asamblea de los fieles, igual que la Iglesia católica está donde se encuentra Cristo Jesús» 4. Aunque sea difícil y discutida su significación, la opinión mayoritaria reconoce la idea de plenitud, en el sentido de verdadera o auténtica, perfecta y ortodoxa, fiel a los orígenes que la hicieron nacer. En la misma línea se mueve el Martirio de Policarpo, tanto cuando se refiere a la «iglesia católica de Esmirna» 5 como cuando alude «a toda la Iglesia católica expandida por toda la tierra» 6: más que la universalidad geográfica está presente la idea de «plenitud en la verdad» frente a los grupos sectarios que se han alejado de la conformidad con el evangelio. Con este contenido es comprensible que católica acabe designando a la verdadera Iglesia7 o a la Iglesia sin más 8. Ulteriormente el término católica denotaría de modo más directo la extensión, la universalidad geográfica y antropológica. San Agus- tín es exponente de este desarrollo, movido por la polémica antido- natista. Donato interpretaba la catolicidad como observancia integral de los preceptos y de los sacramentos de Cristo, como rasgo propio de una Iglesia de santos y perfectos. Frente a ello Agustín denuncia su carácter sectario y particularista, ya que está reducido a una sola Y. CONGAR, MysSal 500-501. 4 H. U. VON BALTHASAR, Puntos centrales de la fe (Madrid 1985) 7ss. E. BUENO, «Catolicidad frente a universalidad», en F. CHICA-S. PANIZZOLO-H. 6 WAGNER, Ecclesia Tertii Millennii Advenientis (PIEMME, Cásale Monferrato 1997) 560-572. La misión, dinamismo 5 7 8 IGNACIO DE ANTIOQUÍA, ad Esmirn 8,2; cf. Mart. Polic. 16,2. XV, 1. VIII, 1. CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Strom VII, 17 (PG 9,548). TERTULIANO, Depraescr 26,9 (PL 2,38) y 30,2 (PL 2,42). 256 P.IV. Creo en la Iglesia católica región. La auténtica Iglesia católica está extendida en la tierra entera, como expresión de una fecundidad abundante 9. Este uso apologético de la catolicidad no pierde sin embargo su conexión con el significado original, sino que se añade a él: la Igle- sia es católica «porque es universaliter perfecta, porque no se ha degradado en nada y porque está difundida por toda la tierra» l0. La extensión geográfica tiene valor en la medida en que responda a la difusión de toda la verdad salvífica y a todos los pueblos. La catoli- cidad incluye la referencia simbólica a la Iglesia de Pentecostés. Y desde esta óptica la catolicidad implica también la comunión de igle- sias que heredó el aliento de Pentecostés. La Iglesia que habla todas las lenguas y que mantiene la comunión estando en todas las nacio- nes es la que realiza la catolicidad, la consecución del pléroma. La noción de catolicidad se enriquece de este modo al ampliar sus perspectivas. San Cirilo de Jerusalén lo sintetiza admirablemen- te: «La Iglesia es llamada católica porque existe en el mundo ente- ro... porque enseña de modo universal y sin desfallecimiento todas las doctrinas que los hombres necesitan conocer... porque somete a la verdadera religión a todo el género humano... porque cuida y cura umversalmente toda suerte de pecados... porque posee toda especie de virtudes... porque convoca y reúne a todos los hombres... Cuando la Iglesia única que estaba en Judea fue rechazada, las iglesias de Cristo se han multiplicado por toda la tierra» ''. La Católica vive la paradoja de tener su centro por doquier, allí donde se celebra la eu- caristía. Pero a pesar de ello constituye un todo orgánico, es la cohe- sión de elementos diversos que viven de un centro que los reconduce a la unidad y la armonía... Más que en los números o la cantidad, la Iglesia vive paradójicamente su catolicidad en la vocación de con- gregar a todos los hombres descubriéndoles el misterio de su unidad rota, que debe ser restaurada n. Porque ha surgido de las misiones del Hijo y del Espíritu es por lo que la Iglesia anticipa y sirve a la catolicidad del misterio de la Trinidad. 2. La misión al servicio de la catolicidad Como expresión espontánea de la catolicidad brota la misión uni- versal de la Iglesia. Ésta, como veremos, se vive y se conceptualiza de modos diversos a través de los siglos. Pero en el núcleo de todas 9 S. AGUSTÍN, Contra Gaudentium II, 2 (PL 43,73); Ep 93,7,23 (PL 33,333)- Enarr in Ps 56,13 (PL 36,669); De vera religione 7,12 (PL 34,128). 10 ID., De Gen ad litteram 1 (PL 34,221). 11 12 S. CIRILO DE JERUSALÉN, Cat 18,23-25 (PG 33,1044-1045). H. DE LUBAC, Catolicismo (Estela, Barcelona 1963) 36ss. C. 14. La misión, dinamismo de la catolicidad 257 esas manifestaciones late la misma fuerza de una realidad que se impone: la Iglesia es misionera por su propia naturaleza (AG 2). Desgraciadamente los avatares de la historia han provocado que la misionaridad de la Iglesia haya quedado reducida a un sector de su vida o de sus miembros; desde el punto de vista de la reflexión teológica ha sido encomendada a la misionología. Ello ha provocado un empobrecimiento en la doble dirección: la eclesiología perdía di- namismo, horizonte y perspectiva; la misionología perdía fuerza, exigencia, relieve. El reencuentro de la eclesiología y de la misiono- logía es una de las exigencias más urgentes de la teología, y en la medida en que ya se ha iniciado el acercamiento constituye uno de los factores más alentadores de la actual experiencia eclesial y de los recientes planteamientos eclesiológicos. La figura de la Iglesia que va forjándose en nuestra situación histórica se alimentará cada vez más de esta novedad, que responde por otro lado a la más antigua y genuina tradición. En este apartado presentaremos los presupuestos teológicos que justifican y legitiman esta evolución. Los presupuestos no añaden nada sustancialmente novedoso respecto a lo que ya hemos ido ex- potúe&do elc\in católica
versas opciones que, a modo de esquema, se suelen sintetizar en
estas dos:
a) los cristianos de presencia, como comunidad eclesial, pre-
tenden una significación clara y una eficacia constatable en el ámbi-
to público; como confesión expresa de la fe pretenden dar origen a
realidades institucionales y a magnitudes culturales que hagan pre-
sente a la Iglesia, que protejan la fe de los débiles, que sirvan de
convocatoria a los no creyentes; reciben por todo ello la acusación
de triunfalismo, de pretender un reagrupamiento sociológico, de ten-
taciones de confrontación, de fomentar cruzadas político-religiosas...
b) los cristianos de mediación optan por la actitud de la levadu-
ra en la masa, por el testimonio sencillo; evitan por ello sacralizar lo
profano favoreciendo el encuentro con todos en lo común de la ex-
periencia cotidiana y mundana; se les acusa por ello de relegar el
aspecto confesante de la fe a nivel colectivo, de evitar tomas de pos-
tura netas desde el punto de vista religioso, de radicarse en signos
ambiguos y de difícil interpretación eclesial... 14.
Resulta difícil elegir entre ambos modelos. O, de modo más preci-
so, parece obligado advertir del peligro de confrontar como alternati-
vas o incompatibles ambas posturas, pues no resulta fácil que en la
práctica se den de modo tajante. Cada posición destaca aspectos legí-
timos en el seno de la Iglesia siempre que no condenen apresurada-
mente opciones o talantes diversos. Más importante es destacar la
preocupación y la búsqueda común: es el ámbito de la vida social el
lugar del testimonio cristiano, a nivel individual y comunitario, pues
en el ámbito de lo cotidiano es donde el evangelio debe hacerse expe-
riencia concreta. La flexibilidad y complejidad de la sociedad actual
ofrecen espacios suficientes para que la Iglesia se haga presente en el
ámbito público y para que el evangelio pueda repercutir en la política,
en el nivel de las decisiones que determinan la vida colectiva.
6. La Iglesia ante el mundo moderno
15
La emergencia del mundo no sólo ha hecho presente una magni-
tud que, en cuanto mundana, se diferencia de la Iglesia. En los últi-
mos siglos ese mundo se ha afirmado como moderno, y por ello con
unas características y rasgos que se contraponen de modo directo a
14
Mas allá de lo que de tópico puede haber en la designación, debido a una
polémica eclesial concreta, esconde problemas de fondo.
15
La clasificación de las posturas reseñadas y las referencias textuales (centra-
das en España) pueden verse en E. BUENO, Eclesiología en España en la década de
los ochenta. Una aproximación, Almogaren 5 (1990) 79-102.
C. 15. La Iglesia en el mundo
287
la Iglesia y a los valores que ella representa. La dialéctica que así se
plantea suscita diversas reacciones en la Iglesia que han dado origen
o pueden dar origen a diversas eclesiologías.
Vamos a mencionar brevemente los rasgos definitorios de la mo-
dernidad y su repercusión en la actitud ante la Iglesia para compren-
der el abanico de posturas eclesiológicas que se abre.
a) La secularización consciente: ideas de origen religioso (pro-
videncia, mesianismo, Reino de Dios...) son inmanentizadas y redu-
cidas a la gestión por parte del hombre de las posibilidades históri-
cas; es un proceso de desencantamiento del mundo en virtud del cual
los diversos aspectos de la existencia humana son sustraídos al do-
minio o control de símbolos o instituciones religiosas para orientar-
los hacia el desarrollo o progreso de la humanidad.
b) La laicización no es más que un desarrollo de lo anterior: el
individuo afirma su razón crítica frente a toda verdad eterna que
parezca una imposición y reivindica una libertad pública emancipa-
da de toda atadura política que pretenda legitimarse por referencias
religiosas o eclesiales.
c) La visión histórica de la realidad relativiza las pretensiones
del pasado y de la tradición para vivir del horizonte del futuro en el
que se realizará la maduración y perfeccionamiento de la humani-
dad. La Iglesia es considerada como magnitud del pasado y por ello
superable por el desarrollo de las fuerzas históricas.
d) Los distintos ámbitos culturales se autonomizan sin un con-
trol unitario y sin una perspectiva integradora. Se reconocen y admi-
ten diversos universos simbólicos que permitan ofrecer sentido a la
existencia. Puede por tanto existir un factor religioso, pero reducido
al uso privado e «invisible», sin pretensiones de dominar las estruc-
turas mundanas.
e) La postmodernidad, en cuanto producto tardío de una mo-
dernidad cansada o deslegitimada, no altera sustancialmente la valo-
ración de la Iglesia: la reivindicación del fragmento excluye todo
metarrelato o toda pretensión de validez universal, la valoración de
las diferencias denuncia a la Iglesia como máscara del Uno tirano y
opresor, la búsqueda de lo heterogéneo y de lo otro de la razón re-
chaza todas las mediaciones institucionalizadas y tradicionales...
En virtud de la reacción ante estos desafíos y replanteamientos se
pueden distinguir cuatro talantes eclesiales o impostaciones eclesio-
lógicas:
a) La eclesiología de la amenaza considera negativas tales pos-
turas, las considera una amenaza y por ello pretende evitar que pene-
tren en el seno de la Iglesia, ya que acabarían desnaturalizándola.
2KH
/' //
( Veo o; /(/ Iglesia católica
1 1 V i| ,lc renf"irinsii- por ello lo institucional, la unidad y el reagrupa-
11
niK'iiln sociológico de los miembros de la Iglesia. Ésta debe conso-
lidarse líenle a esc mundo negativo. Debe evitar la libertad porque
genera autonomía y disgregación, la tolerancia porque conduce al
irenismo o relativismo, el pluralismo porque rompe la unidad de la
fe, la participación porque esconde ansias democratizadoras. Autori-
dad, dogma, adhesión incondicional a los pastores se convierten por
ello en los términos claves de la eclesiología.
b) La eclesiología de la identidad reconoce que el influjo de al-
gunos factores de la modernidad puede difuminar los contornos ecle-
siales, por lo que es necesario recuperar conscientemente la identidad
de la fe. Pero ello no se debe hacer con actitud de condena o de con-
frontación, sino desde el diálogo que impida la autoclausura y desde la
comprensión que empuje a la evangelización. Así se puede encontrar
al mundo en sus expectativas y esperanzas, pero aportando la novedad
del cristianismo vivido eclesialmente. El testimonio y la confesión go-
zosa deben evitar las disociaciones (cristología/neumatología, uni-
dad/pluralidad, jesuología/cristología, institución/carisma...) o la relati-
vización del pasado y de la tradición. Misterio, comunión, misión son
las coordenadas que pueden hacer que la Iglesia sea el hogar del cre-
yente sin que por ello salga del mundo en que se encuentra.
c) La eclesiología de la alternativa considera el mundo moder-
no como criterio de análisis de la Iglesia y de denuncia de su inadap-
tación a las actuales circunstancias históricas; del mundo moderno
debe aprender el valor de la libertad, del pluralismo, de la participa-
ción, de la apertura y descentralización... Pero a la vez el mundo es
profundamente criticado desde los valores evangélicos de la justicia,
de la paz, que denuncian los aspectos oscuros y terribles de la mo-
dernidad. La Iglesia debe ser una alternativa a esta Iglesia y a este
mundo. Ello será posible si se entiende y vive como Pueblo de Dios
(solidario y democrático), como acontecimiento del Espíritu (libre
del peso de la historia), como comunidad carismática y profética
(que de modo corresponsable discierne los signos de los tiempos).
d) La eclesiología de la continuidad con el mundo desactiva la
dialéctica que aún conservaba el modelo anterior para establecer el
mundo como lugar hermenéutico de la realidad eclesial. Todo dis-
curso religioso acaba en el dualismo de las contraposiciones (Igle-
sia/mundo, natural/sobrenatural, temporal/espiritual) y en la anula-
ción del mundo. Frente a este peligro la Iglesia debe evitar la «ele-
fantiasis de la identidad» para situarse como comunidad popular,
identificada con los pobres, consagrada a las grandes causas de los
hombres; en una sociedad clasista debe asumir un compromiso so-
cio-político que desarrolle las potencialidades del mundo. El objeti-
vo no es eclesializar el mundo sino mundanizar la Iglesia. La reli-
C.15.
La Iglesia en el mundo
289
gión se encuentra en el mundo y su eclesialización puede ponerla en
peligro. La continuidad con el mundo implica una discontinuidad de
la Iglesia con su pasado, en el que ésta ha sido manipulada, para
afrontar un futuro de encuentro real con el mundo, evitando la con-
fesionalización de determinadas parcelas de la realidad.
La eclesiología, en cuanto reflexión sobre la Iglesia concreta, no
puede liberarse de las presiones del momento histórico. Siendo pro-
tagonista lúcida de la historia, debe encontrar desde la circunstancia
histórica las convicciones fundamentales que la animan y la peculiar
dialéctica que la relaciona con el mundo:
a) El mundo surge como efecto de la gracia, como momento
del dinamismo de la libre comunicación de Dios; en el mundo se irá
desarrollando la historia de los hombres y su diálogo con Dios; de
ese mundo forma parte la Iglesia, que recuerda la bendición inicial
de Dios sobre el mundo, siendo esta memoria el mejor regalo para el
mundo;
b) al ser el mundo horizonte e historia de libertad, surge el drama
y la tragedia del pecado, que cierra perspectivas y posibilidades para el
mundo; la Iglesia es, en esa perspectiva, reafirmación constante de lo
que Dios quería para el mundo, proclamación de las maravillas reali-
zadas por Dios y de sus promesas, memoria de la inocencia originaria
del mundo, reivindicación de su dignidad entre el agotamiento del de-
venir, anticipación de lo que el mundo está llamado a ser;
c) así la Iglesia realiza su sacramentalidad: como epifanía del
proyecto de Dios en favor del mundo no puede afirmarse contra los
otros ni acentuar polémicamente su contraposición; al ser criatura de
la gracia, la Iglesia sabe que su fuerza está en el Señor, y que por
ello se distingue del mundo en cuanto comunica un don recibido
gratuitamente, como oferta y propuesta, y siempre como regalo y
generosidad; debe estar atenta para evitar que, por la tentación de la
polémica, le sean secuestrados valores también evangélicos (liber-
tad, justicia, paz) que deben ser compartidos y celebrados; la Iglesia
no se encuentra ante un mundo a recuperar, sino ante todo en un
mundo nuevo que tiene que habitar;
d) esta dialéctica de encuentro y diálogo evangelizador no pue-
de hacer olvidar que la cruz y el martirio son parte del destino histó-
rico de la gracia; la salvación de Cristo brilló y actuó de un modo
especial en el momento del aislamiento y del abandono. El martirio,
el dolor y la sangre forman parte de la misión de la Iglesia. Hay un
punto en el que el diálogo se quiebra, porque Cristo fue condenado
por los hombres. Esa quiebra forma parte del testimonio y del mar-
tirio de la Iglesia. Pero también entonces el rayo misterioso del amor
trinitario crucificado debe seguir comunicándose al mundo.
CAPITULO
XVI
LA IGLESIA ENTRE LAS RELIGIONES DEL MUNDO
BIBLIOGRAFÍA
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Madrid 1994) 555-595, STOCKMEIER, P , Glaube und Religión in derfruhen
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Ya hemos mencionado que una de las características de la actual
presencia de la Iglesia en el mundo es el encuentro real con las reli-
giones Este hecho significa una novedad respecto al período ante-
rior en el que la Iglesia se encontraba a distancia de las otras religio-
nes porque dominaba enteramente una cultura Desde esta distancia
se había generado una actitud de superioridad y una autocompren-
sión que acentuaba el carácter necesario de su mediación de cara a la
salvación de todos los hombres, lo que a su vez llevaba consigo una
consideración peyorativa o pesimista del valor y del alcance del res-
to de las religiones no cristianas.
Las circunstancias históricas han provocado que la distancia se
haya transformado en encuentro real y que a la vez se haya impuesto
la evidencia de que las distintas religiones deben colaborar frente a
la extensión de zonas de ateísmo e indiferentismo religioso y ante las
amenazas que se abaten contra la dignidad humana La actitud sico-
lógica por ello ha evolucionado notablemente ¿Ha de producirse un
cambio equiparable en el nivel de la reflexión teológica1? A ello pa-
recen conducir también las transformaciones en la eclesiología de
los últimos lustros. ¿No implica ello sin embargo una relativización
292
P.IV.
Creo en la Iglesia católica
de la necesidad de la mediación eclesial? ¿Puede conjugarse el diá-
logo con la acción misionera y con la llamada a la conversión? ¿No
acecha el peligro de igualar todas las religiones rebajando la singu-
laridad y unicidad de Jesucristo y, en consecuencia, el papel y el
sentido de la Iglesia en la historia de la salvación? Se trata sin duda
de cuestiones centrales ya en el presente, que se harán más agudas
en el futuro y que por ello no pueden ser escamoteadas por la ecle-
siología. En la respuesta que se aporte está en juego su identidad y
su misión, así como la certeza subjetiva de la mayoría de los cre-
yentes.
1. El destino del axioma «extra ecclesiam milla salus»
Durante siglos la valoración teológica de las religiones y de la
situación salvífica de los no cristianos ha estado dificultada por el
principio «fuera de la Iglesia no hay salvación» entendido de un mo-
do exclusivista '. Esta interpretación reduccionista no puede ser su-
perada más que desde el horizonte salvífíco atestiguado por la Sa-
grada Escritura y por la tradición de la Iglesia. Conviene conocer las
razones de tal comprensión para entender igualmente el sentido y el
alcance de la actual reinterpretación.
La postura del Antiguo Testamento es matizada y articulada res-
pecto a la valoración de las otras religiones. Pero en principio se
puede afirmar una valoración positiva de la religiosidad fundamental
de los pueblos paganos: la historia de la humanidad es considerada
como una historia salvífica que Dios establece con todos los hom-
bres y todos los pueblos. La bendición de Dios se proclama sobre los
primeros hombres, Adán y Eva, que no habían sido objeto de una
revelación particular. La alianza establecida con Noé (Gen 8,20-
9,17) se dirige a una humanidad «pagana». De ella brotan «santos»
como Henoc, Melquisedec o Job. El mismo Abrahán, justificado por
la fe antes de la circuncisión, es padre tanto de los circuncisos (ju-
díos) como de los incircuncisos (paganos) (cf. Rom 4,9-12; Gal
2,15-3,12).
Hay que reconocer igualmente una crítica de las religiones en lo
que tienen de reprobable. Ello se debe a la amenaza que ejercen
sobre Israel mediante la seducción del politeísmo. Se trata por ello
de salvaguardar la peculiaridad de la elección de Israel y de su fun-
ción mediadora. Pero esta convicción no anula la llamada de todos
los pueblos para participar en la consumación escatológica (Sab 3,9;
Is 66,23; Sal 65,4).
1
CTI, Cristianismo y religiones (1997) n.62.
C. 16. La Iglesia entre las religiones del mundo
293
La nueva alianza no es un pacto de alcance nacional, sino que se
realiza en el Espíritu Santo y se extiende a todos los pueblos y len-
guas (Hch 2,6.11). Jesús radicaliza el monoteísmo judío ampliándo-
lo en sentido universalista desde la perspectiva del Dios creador (cf.
Me 12,29-30; Mt 5,45; Le 6,35). Su compromiso por superar las
divisiones entre los hombres afecta también al campo religioso. Sig-
no de ello es su entrega «por todos» y sus encuentros con los paga-
nos (Mt 8,5-13; 15,21-28; Le 8,26-39; Me 5,1-20). La invitación al
banquete del Reino es dirigida a todos, «buenos y malos» (Mt 22,9-
10; Le 14,15-24).
La Iglesia apostólica, aunque en algunos sectores se discutía
acerca de las condiciones a cumplir por parte de los nuevos miem-
bros, se fue abriendo a la misión universal sin limitaciones, valoran-
do incluso positivamente la religiosidad pagana (Hch 14,15-18;
17,22-19) y las posibilidades por parte de los paganos de conducir
una vida moral auténtica (Rom 2,14-15). Abundan evidentemente
los juicios negativos (1 Tes 1,9-10; 4,5; Rom 1,18-23; 1 Cor 8,4-6),
que son debidos a la necesidad de resaltar la novedad de la salvación
y de la justificación en Cristo, frente a la cual todo es vaciedad e
idolatría. Pero en realidad esta idolatría no puede reducirse a los me-
ros ídolos materiales, sino que se refiere sobre todo a la realidad y a
la fuerza del pecado, a la cual todo hombre (judío o gentil) está so-
metido por igual.
Como el bautismo es el signo de la aceptación de esa novedad y
de la pertenencia a Cristo y a la Iglesia, es comprensible que la Igle-
sia insistiera desde los orígenes en la presentación del bautismo
como vía necesaria para la salvación. Pero ello se realizaba con un
equilibrio que evitaba peligrosas absolutizaciones: reinaba la persua-
sión de que el martirio, o incluso una vida animada por la lógica
cristiana (como la de los catecúmenos), constituían igualmente una
segura vía de salvación en el caso de que resultara imposible recibir
el sacramento del bautismo.
Simultáneamente se desarrolla la confrontación ineludible con
las religiones no cristianas, que debían ser valoradas teológicamente.
La diversidad de posturas denota un equilibrio tenso. De un lado
existía una postura radical y polémica, que nada de positivo recono-
cía en la religión antigua (Taciano, Teófilo de Antioquía). Pero abría
un horizonte más amplio la postura conciliadora y abierta, proclive a
detectar en la tradición religiosa greco-romana no sólo «semillas del
Verbo» (Justino), sino una acción pedagógica del Verbo y una inspi-
ración divina (Clemente de Alejandría). La convicción de que todos
los elementos positivos encuentran su consumación en Cristo no im-
plica la condena de los paganos a la perdición eterna. El gozo de
pertenecer a la Iglesia y la inserción de ésta en la historia de la sal-
294
P.IV.
Creo en la Iglesia católica
vación no supone una concepción unilateral de la pertenencia a ella
o de su mediación salvífíca.
Tres factores superpuestos en el tiempo convergen para que el
equilibrio, satisfactorio en su tensión, se quiebre en favor de una
lógica diversa:
a) El agotamiento y la agonía de la religión antigua anuló el
espacio de la confrontación dialógica. Ya en el siglo v el cristianis-
mo ocupó todo el espacio, con una gran capacidad para asimilar los
valores de la religiosidad tradicional y para acoger las aspiraciones
religiosas de los nuevos pueblos («bárbaros») afincados en el ámbito
del Imperio. Con la seguridad de una síntesis totalizante la Iglesia se
dirigía a un futuro en el que no descubría partenaires para un diálo-
go religioso.
b) La necesidad del bautismo fue radicalizada por la contro-
versia pelagiana. Al reducir éstos el pecado original a un mal
ejemplo, la conciencia eclesial objetó que en tal caso no se hubiera
insistido tanto en la necesidad del bautismo para obtener la salva-
ción. San Agustín acentuó su pesimismo respecto a la humanidad
en estado de pecado original: su destino era la condenación eterna
en el caso de que no se recibiera el bautismo. La defensa de la
gracia frente al naturalismo pelagiano provocó un estrechamiento
de la teología del bautismo, vinculado de un modo unilateral a la
eliminación del pecado original y a la adquisición de la salvación
eterna.
c) Desde este doble presupuesto se puede comprender el desti-
no de una fórmula que, usada en un contexto distinto del original,
recibió unos tonos excesivamente sombríos y amenazadores. San Ci-
priano había escrito que quien deja la puerta de la Iglesia se hace
culpable, con lo que arriesga sus posibilidades de salvación2, y de
modo más explícito Orígenes había afirmado que «fuera de esta casa
(es decir, de la Iglesia) no hay salvación» 3.
Estas advertencias surgían de la polémica contra los herejes que
pululaban ya en el siglo m: ellos tenían motivos suficientes para
aprehender el sentido de la Iglesia y de la fe ortodoxa que ella defen-
día, por lo que resultaban culpables en el caso de que la abandona-
ran. Pero la lógica de los acontecimientos y el nuevo modo de pre-
sencia de la Iglesia en el mundo provocaron que tales fórmulas se
entendieran de modo genérico y universal, aplicándolas sin matices
por tanto también a quienes estaban al margen de la Iglesia, aún sin
responsabilidad personal.
2
3
S. CIPRIANO, De unitate ecclesiae 8 (PL 4,505-506).
ORÍGENES, Hom. in Josué 3,5 (Sources chrétiennes 71,143).
C.16.
La Iglesia entre las religiones del mundo
295
El período medieval estuvo dominado por esta lógica reduccio-
nista. La situación sociológica de la Iglesia la imponía como obvia y
carente de problemas, dado que existía la convicción de que el evan-
gelio (y por ello la necesidad del bautismo y de la pertenencia a la
Iglesia) había sido predicado a todos los pueblos. Tampoco había
por ello condiciones para un encuentro dialógico con las religiones.
La antigua fórmula «extra ecclesiam nulla salus» se convierte en
axioma y presupuesto de la autoconciencia eclesial, tal como se con-
densa en el concilio de Florencia cuando proclama que «nadie que
no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también
judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eter-
na... Nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su
sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere
en el seno y unidad de la Iglesia Católica» (DS 1351).
No obstante, se mantienen las semillas y gérmenes que permiten
una apertura acorde con la tradición de la Iglesia. Baste mencionar
algunos de ellos: la teoría del limbo es elaborada como medio de
suavizar una aplicación radical de la necesidad del bautismo para los
recién nacidos, mantienen su vigencia principios tales como «Dios
no ha atado su gracia a los sacramentos» o «al que hace lo que está
de su parte Dios no le niega su gracia», la hipótesis de una ilumina-
ción privada en el momento de la muerte intenta ampliar las posibi-
lidades de salvación, el reconocimiento de los sacramentos de la ley
natural intenta lanzar un puente hacia la situación de los no cristia-
nos; Francisco de Asís o Raimundo Lulio ofrecen un ejemplo de las
posibilidades del diálogo con los miembros de otras religiones...
2.
La apertura del horizonte histórico y teológico
Presupuestos profundamente radicados en la conciencia eclesial
no evolucionan con facilidad. Sin embargo, con la finalización de la
Edad Media se abre un horizonte nuevo que no deja de repercutir, a
niveles diversos y en sectores más o menos restringidos, en la aper-
tura de nuevas perspectivas.
De un lado el renacimiento del neoplatonismo en los siglos xv-
xvi ofreció un talante filosófico que hizo posible una valoración teo-
lógica de las religiones. Ejemplo paradigmático lo ofrece Nicolás de
Cusa con su Depacefidei (1453): el Uno, inefable y transcendente,
se refleja en una multiplicidad de participaciones, cuya expresión
social es la variedad de religiones; en éstas se manifiesta el Verbo de
Dios; la Iglesia, en cuanto expresión de Cristo (que a su vez es ma-
nifestación personal de Dios), es la forma más completa y perfecta
de lo que implícitamente se manifiesta en otras partes.
2%
P.IV.
Creo en la Iglesia católica
De otro lado la ampliación del horizonte geográfico y la consta-
tación de múltiples pueblos que se encontraban al margen de la Igle-
sia y del anuncio del evangelio hicieron tambalearse muchas convic-
ciones anteriores: no podían ser considerados culpables de su igno-
rancia quienes no conocían la necesidad del bautismo. Esta nueva
situación provocó una doble reacción, que agudiza la tensión:
a) el enorme estímulo que recibió la acción misionera de la
Iglesia se fundaba en una consideración negativa de las religiones no
cristianas y por ello en el pesimismo de cara a la posibilidad de
salvación por parte de los paganos; consiguientemente la expresión
máxima de la caridad cristiana era afrontar el riesgo del compromiso
misionero de cara a bautizarlos y facilitarles con ello el acceso a la
salvación;
b) pero a la vez debieron flexibilizarse las condiciones requeri-
das para alcanzar la salvación; no resultaba fácil conciliar la afirma-
ción de la voluntad salvífica universal de Dios con el hecho de que
muchos individuos no tendrán nunca la posibilidad de conocer la
Iglesia y el significado del bautismo; no se puede olvidar que el
descubrimiento de América impuso la evidencia de muchas genera-
ciones de hombres que habían vivido al margen del mensaje cristia-
no; había por ello que concretar y explicitar la convicción de que
Dios también otorga a todos los hombres las posibilidades y los me-
dios de salvación; si esto no se lograba de modo efectivo, se llegaría
a la triste conclusión de que, paradójicamente, la nueva alianza difi-
cultaría de hecho el acceso a la salvación.
De la conciencia creyente resurgía la convicción de la amplitud
universal de la voluntad divina. El Magisterio de la Iglesia recogía
elementos que empujaban a replantear el sentido y el alcance del
«extra ecclesiam nulla salus». La condena del jansenismo incluye
reprobar reduccionismos tales como la consideración de semipela-
giana de la idea de que Jesús había muerto por todos los hombres
(DS 2005); e igualmente la teoría de Quesnel según la cual ninguna
gracia podía ser concedida fuera de la Iglesia (DS 2429). Más tarde
Pío IX afirmó con claridad la posibilidad de salvación para todos
aquellos que estaban separados de la Iglesia por ignorancia invenci-
ble (DS 2865, cf. la introducción). En 1949 el Santo Oficio condenó
la teoría del P. Feeney, que consideraba excluidos de la salvación a
quienes se encuentran fuera de la Iglesia Católica (DS 3866-3873).
La insistencia del axioma clásico pervive, sin embargo, para frenar
una hipotética legitimación del indiferentismo religioso o una relati-
vización de la función mediadora de la Iglesia.
Como explicaciones teológicas se desarrollaron las teorías de la
fe implícita y del bautismo de deseo (o «in voto»). De este modo se
C. 16. La Iglesia entre las religiones del mundo
297
mantenía la vinculación de la salvación obtenida por los paganos
con la mediación de Cristo o con la pertenencia (en algún grado) a
la Iglesia. De este modo se mejoraban otras hipótesis, como la del
recurso a una revelación primitiva a toda la humanidad, a una ilumi-
nación privada o a una intervención especial ante la inminencia de la
muerte. Pero en cualquier caso resultaban soluciones artificiales y
alambicadas que obligaban a multiplicar los casos especiales, que
parecían no tomar suficientemente en serio la universalidad de la
voluntad salvífica de Dios o que resultaban perspectivas extrinsecis-
tas que no afrontaban directamente el problema.
El siglo xx es testigo del desarrollo de factores y elementos que
configuran una situación nueva, la cual estimula una recomprensión
y replanteamiento de la vieja problemática. Estos factores y elemen-
tos se distribuyen en un doble ámbito:
a) Entre los nuevos «signos de los tiempos» hay que enumerar
el descubrimiento del mundo en toda su amplitud y globalidad, la
evidencia de un pluralismo de concepciones del mundo que deben
lograr una coexistencia pacífica, la emergencia y afirmación nacio-
nalista de pueblos que reivindican el valor de sus tradiciones (inclui-
das las religiosas), la convivencia con personas de otras creencias
que no pueden ser consideradas peores que muchos cristianos, la
revalorización del diálogo y de la escucha que excluye toda actitud
de exclusivismo o de fanatismo...
b) Por su parte, la teología recupera la importancia de la histo-
ria de la salvación y por tanto el valor de todos los acontecimientos
dentro del designio de Dios, una nueva perspectiva acerca de la rela-
ción entre lo natural y lo sobrenatural que permite considerar a todo
hombre relacionado con la gracia de Dios, la vinculación entre el
orden de la creación y el de la redención que obliga a percibir la
dimensión cristológica de lo meramente natural, una articulación en-
tre la historia del mundo y la historia de la salvación que evite diso-
ciaciones o dualismos, la renovada autoconciencia de la Iglesia que
se comprende a sí misma en la lógica del misterio de Dios...
Este cúmulo de aspectos convergen en la exigencia de un opti-
mismo salvífico que afecta tanto a los individuos singulares como a
las religiones en cuanto tales. En este momento de inflexión el Vati-
cano II juega un papel de encrucijada en cuanto que legitima las
adquisiciones anteriores y abre un camino de desarrollos ulteriores.
29H
3.
/' /)'.
('reo en la Iglesia católica
El optimismo salvífico
Antes de exponer la postura del Vaticano II presentaremos la
doble dimensión del optimismo salvífico centrándonos en la teología
de Karl Rahner, que fue en este período punto de referencia de
la evolución de la teología respecto a las cuestiones que estamos
tratando.
Por lo que se refiere a la situación de los no bautizados, Rahner
elabora su teoría de los cristianos anónimos. Con ella pretende ofre-
cer una explicación teológicamente más adecuada a la posibilidad de
salvación de los no cristianos. Pretende con ello superar las insufi-
ciencias de las teorías anteriores, ofrecer una mayor efectividad a
verdades olvidadas de la tradición eclesial y facilitar un modo nuevo
de mirar la realidad en un época en que la Iglesia debe situarse de un
modo distinto ante las otras concepciones del mundo.
Dado que no puede haber actos morales meramente naturales,
toda opción humana implica una aceptación o rechazo del fin último
al que tiende la existencia humana; dado que toda opción humana
puede estar movida por la gracia de Dios y por tanto es acepta-
ción de Dios; dado que toda gracia es cristológica y por tanto el
ejercicio de la libertad humana puede ser una «cristología en bús-
queda», puede reconocerse la existencia de muchos no bautizados
que sin embargo realizan (y «poseen») la auténtica fe en Cristo; tales
son los cristianos anónimos:
Hay hombres que de una parte se encuentran fuera del lazo co-
munitario de la Iglesia, que no han sido alcanzados por el anuncio
explícito del mensaje cristiano, o al menos no de modo tal que la
carencia del explícito ser-cristiano signifique para él una culpa grave
ante Dios, y que sin embargo de otra parte viven en estado de gracia.
Este hombre no cristiano, pero justificado, es tal a través de la gracia
de Cristo y a través de una fe, una esperanza y un amor que en cierto
sentido pueden ser calificados como especificamente cristianos 4.
La postura de Rahner intenta mostrar la dimensión eclesial de la
gracia de los cristianos anónimos, pues toda gracia vive de la orien-
tación a la Iglesia, que actúa como causa final y por tanto como
dinamismo interno de toda gracia. Con ello la mediación de la Igle-
sia no quedaría afectada.
La hipótesis rahneriana ha sido objeto de numerosas críticas: hay
autores que reprochan atribuir el carácter pleno de la fe a lo realiza-
do por no cristianos, la reducción de la conversión a una toma de
conciencia de lo que implícitamente ya se poseía, la irrelevancia que
4
K. RAHNER, Schriften zur Theologie X,533; ya antes puede encontrarse una
breve presentación en Los cristianos anónimos, en Escritos de Teología VI,535-544.
C.16.
La Iglesia entre las religiones del mundo
299
da a la cruz y a la seriedad del encuentro con Cristo, la excesiva
ampliación del significado del término Iglesia, la posible actitud de
falta de respeto a los hombres de otras creencias... 5 . Estas objecio-
nes no son banales, pero no ocultan un dato significativo: los mis-
mos críticos asumen la opción básica del optimismo salvífico, aun-
que maticen o rechacen los presupuestos y las explicaciones rahne-
rianas.
La valoración de las religiones como tales representa un paso
adelante, que se realiza con una mayor cautela. Incluso autores opti-
mistas respecto al destino de los individuos se muestran más pruden-
tes en lo que se refiere a los sistemas religiosos en cuanto tales. En
el ámbito católico se van delineando dos corrientes teológicas funda-
mentales que se sitúan entre dos extremos defendidos entre los pro-
testantes:
a) La teología liberal (R. Orto, F. Heiler, N. Sóderblom) tendía
a descubrir una idéntica revelación divina en todas las grandes tradi-
ciones religiosas de la humanidad; preocupados por la acomodación
al mundo moderno y movidos por principios ilustrados, estos autores
son proclives a la nivelación de las religiones, a reducir el cristianis-
mo a una ética, aunque la presenten como un estadio superior.
b) L& teología dialéctica (K. Barth, H. Kraemer) proclama la
discontinuidad y ruptura entre el cristianismo y las religiones. Éstas,
en cuanto esfuerzos humanos por alcanzar la salvación, están aboca-
das al fracaso y la impotencia, pues son expresión del orgullo huma-
no por escalar el cielo. La fe, que brota de la intervención de la
Palabra, aleja y libera de las religiones.
Dentro del abanico establecido por estas posturas se despliegan las
dos escuelas más conocidas del mundo católico, respecto a las cuales,
según veremos, el Vaticano II representa un intento de equilibrio.
La línea Daniélou reconoce la existencia de una revelación cós-
mica que se objetiva en las tradiciones religiosas de la humanidad. A
través del cosmos y de la conciencia Dios ha hablado a todos los
hombres, y las religiones paganas son su expresión y recepción. Pue-
den ser consideradas como preparación a la fe, pero la revelación
cristiana las supera, dejándolas relegadas como vestigios de una épo-
ca de la historia de la salvación que no es ya la nuestra.
La línea Rahner ha sido más activa y ha concitado más atención
porque abre vías nuevas en base a los planteamientos que ya hemos
5
No podemos entrar en el amplísimo debate suscitado al respecto. Como para-
digma baste citar el ataque frontal de VON BALTHASAR, condensado en el significativo
título Cordula. Der Ernstfall, que reprocha a Rahner el oscurecimiento de la seriedad
de la fe cristiana: la cruz y la conversión.
300
PIV
Creo en la Iglesia
católica
C16
La Iglesia entre las religiones del mundo
301
mencionado Si a la teoría de los cristianos anónimos le añadimos la Respecto al destino y situación salvífica de los no cristianos, in-
dimensión social y comunitaria del hombre, nos vemos abocados a dividualmente considerados, encontramos la formulación más explí-
una valoración mas positiva de las religiones Estas no pueden ser cita en LG 16, afirma tras citar 1 Tim 2,4
consideradas como un conglomerado de metafísica natural teísta o
como una ínsütucionahzacion pervertida de la religiosidad natural
Sena una ficción hablar de un esfuerzo puramente humano o de un
conocimiento de Dios meramente natural La previa autocomunica-
cion divina eleva sobrenaturalmente todas las objetivaciones religio-
sas de los diversos pueblos En consecuencia se puede reconocer la
legitimidad de las religiones no cristianas
Entendemos por religión legitima una religión institucional, No es intención del Concilio debatir cuestiones discutidas por las
cuyo «uso» para los hombres en un determinado tiempo puede ser diversas corrientes teológicas respecto a los medios concretos
considerado como medio positivo para una recta relación con Dios y GS 22 ofrece una alusión iluminadora como el Hijo «con su encar-
para la obtención de la salvación Por eso esta positivamente querida nación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre», la naturaleza
en el plan salvifico de Dios, incluso allí donde esta religión en su humana ha sido elevada a una dignidad sublime, pero acerca de los
figura histórica concreta encierra errores tanto de tipo teórico como medios concretos simplemente indica que el Espíritu «ofrece a todos
practico 6 la posibilidad» de la salvación AG 7, ante el mismo problema, apela
a los caminos que sólo Dios conoce
Respecto a las religiones no cristianas no se puede minusvalorar
el hecho de que se les dedica un documento particular Aunque ca-
rece de afirmaciones de carácter dogmático, arranca de la voluntad
de acentuar lo que une a todas las religiones, ya que todos los hom-
bres constituyen una única familia creada por Dios
Desde esta óptica, la Iglesia nada rechaza de lo que en las reli-
giones no cristianas hay de santo y de verdadero, que es considerado
como destello del Verbo de Dios (NAe 2) Con esta valoración se
opera un paso muy significativo en el Magisterio de la Iglesia No se
llega sin embargo a considerarlas como vías de salvación AG 3 las
valora como encaminamiento hacia el Dios verdadero o como prepa-
ración hacia el evangelio, si bien deben aún ser sanadas, iluminadas,
purificadas y consumadas (cf AG 9) De este modo se salvaguarda
la plenitud del cristianismo y la función de la Iglesia
La función mediadora de la Iglesia queda mantenida y precisada
desde una recomprensión del axioma «extra ecclesiam nulla salus»
LG 16 afirma que «los que todavía no han recibido el Evangelio
también están ordenados al Pueblo de Dios de diversas maneras»
LG 14 reconoce igualmente grados diversos de incorporación En
este mismo lugar se traduce en positivo el significado autentico del
viejo axioma (que, presente en las primeras redacciones, acabó por
desaparecer) «esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación»
(siendo culpables quienes, conociendo esa necesidad, se niegan a
entrar o perseverar en ella) La sacramentahdad de la historia de la
salvación, dentro de la cual existe la Iglesia-sacramento, ofrece la
Tampoco en este punto pretende Rahner relativizar la referencia
eclesial, apoyándose en su estructura sacramental y por tanto en la
causalidad final que proyecta sobre el resto de las objetivaciones
religiosas
Pero a partir de este reconocimiento de su legitimidad se abren
caminos nuevos para una valoración mas positiva ¿son «esbozos de
salvación» y «canales salvificos» o pueden ser consideradas «vías
de salvación»? Dado el numero de personas que presuntamente se
salvan en ellas, ¿no deberían ser valoradas como vías ordinarias de
salvación mientras que la Iglesia sena una vía extraordinaria? Desde
otro punto de vista la salvación que obtiene un creyente de otra
religión, ¿la alcanza en su religión, a pesar de ella o gracias a ella?
Con estas preguntas se abren horizontes nuevos para la reflexión
teológica, que serán incluso desbordados, como veremos, por la teo-
logía pluralista de las religiones
4
La posición del Vaticano II
Las afirmaciones concretas acerca de los temas que estamos tra-
tando deben entenderse dentro del horizonte teológico global del Va-
ticano II, marcado por el misterio de Dios, y por la actitud general
de encuentro, comprensión y dialogo con todos los hombres
6
«El cristianismo y las religiones no cristianas» en Escritos de Teología
VI, 148 sobre el entramado teológico de esta conclusión cf E BUENO, Dialéctica de
lo cristiano y lo no cristiano en el pensamiento de Karl Rahner (Burgos 1982)
Los que sin culpa suya no conocen el evangelio de Cristo y su
Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su
vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida
a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salva-
ción eterna Dios en su Providencia tampoco niega la ayuda necesa-
ria a los que, sin culpa, todavía no han llegado a conocer claramente
a Dios, pero se esfuerzan con su gracia en vivir con honradez
10?
/' II
('reo vn la Iglesia
católica
loiicepltiiili/ución ¡ulccuada para una comprensión teológica de la
iiuleiiución do los no cristianos y de la necesidad de la Iglesia.
5
14i teología pluralista de las religiones
Recientemente se ha introducido un proceso de reflexión sobre la
teología de las religiones que ha provocado un cambio de paradig-
ma, lo que sus promotores denominan una «revolución copernica-
na»: hasta ahora la perspectiva teológica lo había hecho girar todo en
torno a Cristo, de cara al futuro han de ser todas las religiones, tam-
bién el cristianismo, las que han de girar en torno a Dios. Se produce
por tanto una evolución del cristocentrismo al teocentrismo. Con
ello la función mediadora de Cristo queda relativizada. Con mayor
razón, como es evidente, se puede decir lo mismo de la Iglesia.
Lo significativo de esta postura, por lo que se presenta como
opción teológica, es que se postula como auténticamente evangélica,
con lo que deslegitima la validez de la concepción clásica. Sus argu-
mentos podrían resumirse del siguiente modo:
a) La voluntad salvífíca de Dios sólo puede ser realmente uni-
versal si no se admite una vía privilegiada de salvación, pues en tal
caso la función de Jesucristo acabaría convirtiéndose en un obstácu-
lo para la salvación de todos.
b) Un cristocentrismo consecuente acabaría convirtiéndose en
idolatría, ya que absorbe toda la realidad divina en una figura media-
dora única. Lo que es una impresión subjetiva (Cristo es para mí
expresión de la salvación divina) se extrapola a afirmación de vali-
dez universal (Cristo es el salvador de todos).
c) De este modo se bloquea toda posibilidad de diálogo, porque
se parte de un fundamentalismo que es intolerante, y se anula el
reconocimiento de la dignidad de los otros, que son acusados o cul-
pabilizados por encontrarse al margen de la vía de salvación consi-
derada única y exclusiva.
d) Si lo que de verdad interesa a los hombres es su felicidad,
¿qué añadiría una referencia explícita a Cristo? ¿No debería ser ésta
la que debería ser valorada desde la capacidad para fomentar la dig-
nidad y la liberación plena de los hombres?
e) El testimonio del Nuevo Testamento y la actitud del mismo
Jesucristo confirman la opción pluralista: Jesús anuncia el Reino de
Dios y no una cristología, pues él mismo se declaró subordinado a
Dios; el Nuevo Testamento refleja una pluralidad de cristologías, y
el dogma que privilegia una de las opciones anquilosa como verdad
ontológica lo que comenzó siendo lenguaje confesional.
C.16.
La Iglesia entre las religiones
del mundo
303
En definitiva, el reconocimiento de las otras religiones implica la
relativización del alcance de la encarnación: si ésta se reduce a una
sola, el valor religioso de las demás tradiciones queda anulado. La
Iglesia, en la medida en que se autocomprenda como prolongación o
sacramentalización de la mediación de Cristo, queda condenada
como fanática, intransigente, idólatra e intolerante, opuesta al diálo-
go e incapaz de aceptar lo que de verdad existe en las otras reli-
giones 7.
6. Espectro de posturas
Una vez expuestos el desarrollo y la evolución de la problemáti-
ca, vamos a ofrecer a continuación el abanico de posturas actual-
mente existentes por lo que respecta a la valoración de las otras reli-
giones, procurando en cada una de ellas mostrar el papel y el valor
que se otorga a la Iglesia. Todas reconocen a Jesús como un camino
de salvación, como un mediador de existencia auténtica. Incluso to-
das ellas comparten la visión de la Iglesia como un camino o medio
de salvación. Difieren sin embargo en la relación de Jesús con el
resto de mediadores y en la de la Iglesia con las otras mediaciones
religiosas. Difieren en consecuencia en el grado de dispensabilidad y
del valor normativo de Jesucristo y de la Iglesia para la salvación 8.
a) Exclusivismo
En esta postura se pueden incluir tanto la teología dialéctica
como la concepción católica clásica de la fórmula «extra ecclesiam
nulla salus».
En la actualidad vive en aquellos que defienden un universo ecle-
siocéntrico sobre una cristología exclusivista. Jesucristo es conside-
rado como centro y clave del significado de la existencia humana, el
único revelador y mediador de la gracia de Dios. Se apoyan funda-
mentalmente en Hch 4,12; Me 16,15-16; Jn 14,6; 15,5. La Iglesia es
concebida como la mediación única de la salvación de Cristo. Las
otras religiones son intentos fútiles para alcanzar al verdadero Dios.
El mandato misionero y la necesidad del bautismo ofrecen la base
7
Como botón de muestra indicamos algunos títulos significativos: J. HICK (ed.),
The Myth of God Incarnate (Londres 1977); R. PANIKKAR, The Unknown Christ of
Hinduism (Nueva York 1981, notablemente cambiada respecto a la primera edición,
más cercana a la «línea Rahner»); P. KNITTER, NO other Ñame? A Critical Survey of
Christian Attitudes Toward the World Religions (Nueva York 1985).
8
J. P. SCHINELLER, Christ and Church. A Spectrum of Views: Theological Stu-
dies 37 (1976) 545-566.
U)l
I' II
('w
i ii la li'lfsid católica
cscriturlstica piun juslillcar la pertenencia a la Iglesia y por ello la
urgenciu del compromiso misionero (Jn 3,5).
b) Inclusivismo fuerte
Desde un mayor convencimiento de que la salvación es accesible
a todos, se mueve en el espíritu de un mayor optimismo salvífico.
Tanto la teoría del cristianismo anónimo como las posiciones del
Vaticano II podrían ser comprendidas en este apartado. Representa
por ello el consenso católico actual, asumido por las declaraciones
magisteriales más significativas.
Se mueve en un universo cristocéntrico con una cristología inclu-
sivista: toda gracia es crística porque toda salvación acontece por y
gracias a él. Su función es por ello constitutiva de la historia de la
salvación, indispensable para la dispensación de la gracia. La Iglesia
no es constitutiva para la donación de la gracia, pero apunta y actua-
liza la mediación constitutiva de Cristo. En este sentido es indispen-
sable para que se dé la gracia en el mundo: si no hay Iglesia en el
mundo no hay salvación (cf. Le 10,16).
c) Inclusivismo débil
Acentúa de modo más directo la perspectiva teocéntrica, si bien
con una cristología normativa, que sin embargo debilita el papel me-
diador de la Iglesia. Representa un paso ulterior respecto a la postura
anterior, ya que considera que conservan validez las objeciones diri-
gidas contra el exclusivismo: fanatismo, intolerancia, incapacidad
para el diálogo.
Su opción cristológica no es cristocéntrica, pero reconoce a Cristo
como normativo dentro de la historia de la salvación o de la relación
de Dios con los hombres: es un criterio, un ideal o un paradigma,
desde el que se puede valorar o corregir a los demás mediadores, pero
ello no significa que lo que de válido o bueno hay en otras religiones
haya acontecido gracias a Cristo. Así se evita un colonialismo teológi-
co que pretende apropiarse interesadamente de los valores ajenos, e
igualmente se evita un desequilibrio intelectual que identifique teolo-
gía y cristología. El alcance singular o universal de la figura de Jesu-
cristo se debe obtener por la vía de la comparación con otras religio-
nes, no a partir de presupuestos o prejuicios dogmáticos.
La Iglesia es reconocida como un signo de la salvación: es la
comunidad en la que se manifiesta de modo especial el amor de Dios
manifestado en Cristo, pero en modo alguno es mediadora o consti-
tutiva de la salvación. Puede ser considerada como vía extraordina-
ria de la salvación (en cuanto que sus miembros expresan el modelo
C. 16. La Iglesia entre las religiones del mundo
305
ideal de Cristo) mientras que las otras religiones son valoradas como
vías ordinarias de salvación. No debe vivir una actitud de superiori-
dad respecto a los otros caminos religiosos ni debe pretender o supo-
ner una referencia hacia ella por parte de las religiones. Su mayor
perfección o maduración se ha de manifestar en una mayor disponi-
bilidad al servicio, al encuentro y a un diálogo que excluya toda
voluntad de proselitismo (en todo caso debe buscar que los otros
vivan auténticamente su fe, pero no que se conviertan al cristia-
nismo).
d) Pluralismo
A la luz de lo ya indicado, resulta obvio que defienda un horizonte
teocéntrico que incluya una cristología no normativa. Resulta imposi-
ble e innecesario establecer un juicio entre las figuras mediadoras de
gracia y salvación. Las pretensiones de unicidad o normatividad resul-
tan inverificables y por ello pretenciosas y carentes de base. Una acti-
tud neutral no puede ir más allá de que Jesús es una figura salvífica
entre otras muchas, válida solamente para sus adherentes.
La Iglesia debe por ello asumir su relativización como una rique-
za porque le permite acoger los valores de los demás y abre espacios
para la convivencia entre los hombres y los pueblos. La aceptación
del pluralismo como un valor exige la renuncia a la pretensión de
elevar la propia particularidad a valor universal, e igualmente pide la
renuncia a la misión centrada en la invitación a la conversión y al
bautismo. Su misión debe orientarse a la defensa de los valores co-
munes a toda la humanidad: democracia, justicia, tolerancia, digni-
dad de los hombres y mujeres sin distinción...
7. El sentido teológico de la Iglesia entre las religiones
La Iglesia ha evitado la «dureza adialéctica»9 en la comprensión
unilateral de su propia función mediadora. El Vaticano II representa
en este sentido un punto de no retorno. Pero en el otro extremo ame-
naza el peligro de una disolución relativista que iguala el valor y el
sentido de todas las religiones. En la actual situación de la Iglesia,
aunque no hayan desaparecido las tentaciones de un exclusivismo
radical, se debe prestar mayor atención al desafio que representa la
teología pluralista de las religiones en su formulación consecuente.
Resulta por ello necesario mostrar las insuficiencias de tal postu-
ra. En aras de la brevedad mencionaremos simplemente una doble
' J. RATZINGER, o.c, 375-399.
*<><>
I' II
('reo en la Iglesia católica
aporta que socava la legitimidad de su planteamiento, de sus presu-
puestos y de sus objetivos:
a) parte de una visión metarreligiosa de los diversos fenómenos
religiosos, como si fuera posible adoptar la perspectiva de un espec-
tador privilegiado que, de modo neutro y aséptico, pudiera ir más
allá de las diversas religiones y captar lo que las constituye en su
esencia común sin falsificar a ninguna de ellas; tal presunción no es
más que una huida de la complejidad de las realidades particulares,
un refugio en el mundo de las esencias, que por su propia dinámica
acabaría reduciendo la pluralidad de lo religioso a un dato puramen-
te racional, a una experiencia de la realidad en su contacto con el
misterio; no quedaría más salida que una teología radicalmente ne-
gativa o un agnosticismo metafísico que impediría a la realidad ex-
presar contenidos que rebasen lo puramente verificable;
b) paradójicamente, por esa opción de base, haría imposible el
diálogo porque no hay espacio para que se exprese la peculiaridad de
los diferentes; a pesar de la apelación a la primacía del pluralismo,
se está determinando a priori lo que los otros son o deben ser en su
radicalidad; con ello ese pluralismo se transmuta en monismo que
anula el encuentro con los que precisamente niegan tal monismo;
concretamente la pretensión de normatividad cristiana es excluida
del diálogo y con ello recortado el ámbito de lo religioso.
Desde el punto de vista positivo se puede mostrar por el contra-
rio que una visión cristocéntrica de la realidad, precisamente en su
estructura trinitaria, encierra una mayor capacidad comprensiva e in-
tegradora que la teología pluralista. En la medida en que la Iglesia
viva de esa lógica podrá legitimar el sentido de su función y precisar
el estilo de su misión, que incluya tanto el anuncio explícito como el
diálogo sincero.
Desde nuestro punto de vista la opción pluralista niega la posibi-
lidad o el sentido de una función mediadora entre el Dios transcen-
dente y la experiencia inmanente de la realidad. Excluye de hecho la
capacidad de lo divino para expresarse de un modo peculiar y nor-
mativo en la historia humana. Así queda igualmente degradada la
dignidad de la particularidad que tenga conciencia de tal función me-
diadora auténtica y «oficial» o ministerial, pues todas las presuntas
mediaciones permanecerían en el ámbito de lo inseguro o irrele-
vante.
La relación de Dios con la historia vive sin embargo de la lógica
de la mediación. Dios no se puede relacionar con las criaturas más
que al modo de la historia. Y en ésta hay diferencias. Dios en conse-
cuencia no se puede relacionar con todos por igual, pues en tal caso
se produciría una homogeneización o uniformización que bloquearía
C.16.
La Iglesia entre las religiones del mundo
307
la posibilidad del avance, de la novedad, de la comunicación signifi-
cativa, del desvelamiento de lo insospechado o de lo no dicho hasta
el presente. En tal caso el Dios ocioso de un deísmo anodino se
volvería de espaldas a un mundo abandonado en las penumbras del
enigma siempre mudo e impenetrable. La única salida posible de tal
impasse radica en que Dios realmente pueda personalizar con garan-
tía su presencia en medio de una historia que se desarrolla entre la
complejidad de las diferencias y el encuentro de libertades. De este
modo queda legitimado el sentido de la encarnación y consiguiente-
mente de la comunidad que la prolonga o la sacramentaliza.
Desde la lógica indicada se puede conjugar la mirada universal
de la iniciativa salvífica del Padre con la mediación única de Jesu-
cristo (cf. 1 Tim 2,5-6). Igualmente la importancia de la adhesión
personal a él en la fe es conciliable con la acción universal del Espí-
ritu Santo, pues éste actúa en el conjunto de la creación, sin por ello
desvincularse de la alianza en Jesús. La sacramentalidad universal
de la Iglesia no atenta contra la posibilidad salvífica de los no cris-
tianos, sino que afirma que es la comunidad en la que se experimen-
ta la acción del Señor elevado al cielo y de su Espíritu.
La Iglesia, como hemos dicho, es necesaria para la salvación.
Pero esta necesidad se puede entender en dos sentidos: la necesidad
de la Iglesia para aquellos que creen en Dios revelado en Jesús y la
necesidad, para la salvación, del ministerio de la Iglesia que, por
encargo de Dios, debe ser un servicio a la venida del Reino de Dios.
Los no cristianos, que no son culpables de no pertenecer a la Iglesia,
entran en la comunión de los llamados al Reino de Dios practicando
el amor a Dios y al prójimo. Esta comunión se revelará como Eccle-
sia universalis en la consumación del Reino de Dios y de Cristo. La
Iglesia histórica es sacramento universal de la salvación porque,
como causa final, es el punto de llegada de toda la gracia concedida
por Jesucristo. No es por ello sólo signo de una gracia que se expre-
sa, sino instrumento que actualiza y consuma el dinamismo de toda
gracia.
Esta función la Iglesia no puede realizarla más que desde la lógi-
ca del don de que vive, con voluntad de acogida, de comprensión y
de diálogo. El diálogo no ha sido acogido por la Iglesia por necesi-
dad histórica o como estrategia pastoral. Radica en la actitud del
mismo Dios y en la estructura del hombre mismo. La mentalidad de
la época contribuye a explicitar esos presupuestos y a modular las
modalidades.
La actitud de diálogo debe ser fundamental en el encuentro con
los miembros de otras religiones. Sin prepotencias, debe acoger lo
bueno que encuentra en los otros, porque la verdad plena y definitiva
sólo será alcanzable en el estadio escatológico. Sin relativismos,
KIK
P.IV.
Creo en la Iglesia católica
debe realizarse desde una fe personalizada, desde la convicción en la
verdad recibida. De este modo el diálogo no será estrategia ni relati-
vismo, sino encuentro en la verdad y comunicación personal.
liste diálogo se abre como evangelización, porque expresa la
propia identidad, la concreción existencial, la referencia a aquel que
da sentido a la vida. El diálogo quedaría falsificado si el creyente no
deja transparecer la realidad de Jesucristo que ha transformado la
propia existencia. En favor del diálogo se debe partir por ello de las
convicciones de fe, de las experiencias salvíficas reales y concretas.
El diálogo perdería densidad si no es a la vez testimonio y anuncio.
El gozo de la fe vivida eclesialmente debe ser por tanto el aliento del
logos que vivifica el diá-logo.
QUINTA PARTE
CREO EN LA IGLESIA SANTA
La fe confiesa que la Iglesia no puede dejar de ser santa '. Tan
radicada se encuentra esta convicción en la conciencia eclesial, que
fue el primer atributo añadido al término Iglesia ya en el siglo n.
Los cristianos son santos porque Dios es santo. Ya desde el An-
tiguo Testamento la santidad designaba su diferencia y su distancia
frente a la inconsistencia e inconstancia de Israel, la plenitud de su
transcendencia frente a la debilidad de las criaturas (Ez 36,23; Jos
24,19; Is 5,16). Su pureza genuina se sustrae a la contaminación del
pecado y de la caducidad.
Pero la distancia queda superada por el amor y la pureza no se
retrae de la solidaridad. La santidad no es exclusión o condena, sino
acercamiento, oferta y acogida. Ésa es la dialéctica que se patentiza
en el Nuevo Testamento: los cristianos son santos porque han expe-
rimentado el amor transformador de Dios. La elección y la convoca-
ción, la Iglesia por tanto, es la expresión de esa santidad.
La santidad por ello, que habla desde la plenitud escatológica de
Dios, se anticipa en la Iglesia. Es la garantía de la fidelidad de Dios.
Y por ello abre la tensión escatológica que la empuja a una mayor
perfección, a una mayor significatividad, a una permanente conver-
sión. Los santos son el testimonio y el eco de aquello a lo que los
hombres están llamados. Y la liturgia la sinfonía que vincula a todos
los que alaban a Dios porque la eternidad ha incorporado al tiempo
en la plenitud de su ser.
CatIC 823.
CAPÍTULO
XVII
LA TENSIÓNESCATOLÓGICA
DE LA IGLESIA SANTA
BIBLIOGRAFÍA
BARBAGLIO, G.-DIANICH, S., «Reino de Dios», Nuevo Diccionario de
Teología II, 1423-1439; CASTELLUCCI, E., «II peccato nella Chiesa santa»,
en F. CHICA y otros (ed.), o.c, 339-358; CULLMANN, O., Cristo e il tempo
(II Mulino, Bolonia 1965); DE MARTINI, N., L 'índole escatologica della
Chiesa peregrinante (Morcelliana, Brescia 1972); LABOURDETTE, M., La
santidad, vocación de todos los miembros de la Iglesia, en Baraúna II,
1061-1072; LACONI, M., L'attesa del Signore glorioso nella Chiesa delle
origini: Sacra Dottrina 42 (1997) 7-32; MOLINARI, P., «Santo», en Nuevo
Diccionario de Espiritualidad, 1242-1254; SCHNACKENBURG, R., Reino y
Reinado de Dios. Estudio bíblico-teológico (FAX, Madrid 1967); VON
ALLMEN, J. J., Una riforma nella Chiesa (AVE, Roma 1973); VAGAGGINI,
C, El sentido teológico de la liturgia (Madrid 1965).
1.
La santidad de la Iglesia
La santidad es propia y exclusiva de Dios, «el solo santo» (Ap
15,4). Designa originariamente separación y pureza, pero ya el Anti-
guo Testamento la presenta como propiedad esencial de Dios, más
aún, como su modo propio de existencia, su misterio. Es por ello
palabra primera y radical, que no puede ser explicada desde ninguna
otra. Jesús, en base a la relación de filiación respecto al Padre, es
también «el santo de Dios» (Me 1,24; Le 1,35; 4,34; Jn 6,69).
En consecuencia, por la vinculación con el misterio trinitario de
Dios y con el ministerio de Jesús, «La Iglesia... no puede dejar de ser
santa» (LG 39). Su santidad es también indestructible, debido a que
surge de la acción definitiva y escatologica de Dios en Cristo por el
Espíritu.
Para evitar falsas interpretaciones acerca de la santidad de la
Iglesia se deben distinguir dos niveles: el de la santidad objetiva u
ontológica y el de la santidad moral. La confesión de la santidad de
la Iglesia no implica por ello que todos sus miembros sean perfectos
o que ella misma haya llegado ya a la consumación.
La santidad objetiva, que afecta al ser de la Iglesia, encuentra su
fundamento en la Trinidad: a) en el Dios que la elige como pueblo
suyo y que mantiene la fidelidad en sus promesas (Ex 19,5; Dt 7,6;
314
P. V. i 'reo en la Iglesia santa
1 Pe 2,4) y la constituye como pueblo santo; b) en la obra redentora
del Hijo, que se ha santificado por los suyos «para que también ellos
sean santificados en la verdad» (Jn 17,9) y que se ha entregado por
la Iglesia su Esposa, «para hacerla santa» (Ef 5,25ss); c) en el Espí-
ritu, que es la santidad en persona (autoagiotes) \ y que la habita,
como un templo, santificando así a los bautizados (Rom 15,16;
1 Cor 6,11).
Como ámbito de la acción santificadora del Espíritu la Iglesia
muestra su verdadero ser y su vocación al regalar la novedad de vida
(Rom 6,4), la recreación (2 Cor 5,17), la incorruptibilidad (1 Pe
1,23). La virginidad de la Iglesia la convierte en madre porque en-
gendra a los hombres haciéndolos santos 2. Esta santidad por ello
nunca es una posesión individual, sino comunitaria: no recibimos la
gracia más que como pueblo, como miembros del Cuerpo de Cristo,
como desarrollo del pléroma, como despliegue del Cristo total.
La santidad que Dios regala en la Iglesia es perdonante, implica
la conversión a nivel individual y la reforma a nivel comunitario. Si
bien el mal y el pecado no prevalecerán sobre la Iglesia, ésta sólo
estará «sin mancha ni arruga» (Ef 5,27) en el momento de la consu-
mación. La santidad real de la Iglesia se encuentra en devenir. Por
ello se agudiza la exigencia de la santidad ética, la adecuación al
don recibido, la asimilación al Dios santifícador.
Por ello la llamada universal a la santidad está dirigida a todos
y cada uno de los bautizados en virtud precisamente del bautismo
recibido. No queda reducida a unos pocos, sino que se dirige a todos
los miembros de la Iglesia. Se vivirá de modos diferenciados confor-
me a la propia situación (LG 40), pero debe referirse y extenderse a
la vida ordinaria, a todos los ámbitos de la existencia humana, por-
que todo ello debe quedar integrado en el pléroma a que tiende la
historia de la salvación.
2. Dimensión escatológica de la Iglesia: el Reino y la Parusía
La santidad, en su diferenciación entre el nivel ontológico y el
nivel ético, pone de relieve la tensión que atraviesa la vida de la
Iglesia: entre el ya y el todavía-no, entre el exitus a Deo y el redditus
1
Así se expresa Gregorio de Nacianzo en el Discurso XXV, 16 (PG 35,1221).
Cf. H. DE LUBAC, Las iglesias particulares en la Iglesia universal, ed.cit, 141-
231. Clemente de Alejandría lo expresa con estas bellas palabras: la Iglesia virgen y
madre, «inmaculada como una virgen y amante como una madre, llama a sus hijos
pequeños y los alimenta con leche santa, el Logos que da vida a sus niños» (Pedago-
go I,VI,42).
2
C.17.
La tensión escatológica de la Iglesia santa
315
ad Deum, la dimensión escatológica envuelve su realidad entera. El
Vaticano II la expone con claridad:
La restauración prometida que esperamos ya comenzó en Cristo,
progresa con el envío del Espíritu Santo y por Él continúa en la
Iglesia. En ésta, por medio de la fe, aprendemos también el sentido
de nuestra vida temporal, al mismo tiempo que, con la esperanza de
los bienes futuros, llevamos a cabo la tarea que el Padre nos ha con-
fiado en el mundo y realizamos nuestra salvación.
El final de la historia ha llegado ya a nosotros y la renovación
del mundo está ya decidida de manera irrevocable e incluso de algu-
na manera real está ya por anticipado en este mundo. La Iglesia, en
efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una verdadera santidad, aun-
que todavía imperfecta (LG 48).
Esta dialéctica escatológica y la propia santidad de la Iglesia se
alimentan de tres manantiales teológicos: el Reino de Dios, el Jesús
glorificado, la Parusía.
1. Jesús centró su ministerio público en el anuncio del Reino de
Dios, objeto de esperanza por parte del pueblo judío y hecho ahora
objeto de experiencia en lo que Jesús decía y hacía. «El Señor Jesús
comenzó su Iglesia con el anuncio de la buena noticia, es decir, de
la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos» (LG 5).
Ha sido frecuente a través de la historia la tentación de identifi-
car Iglesia y Reino de Dios, sobre todo a partir del giro constantinia-
no y de la ilusión por encarnar el Reino de Dios en estructuras tem-
porales de modo completo 3 . Esta pretensión se ha arrastrado hasta
los esquemas preparatorios del Vaticano II. Pero tal perspectiva pue-
de olvidar el carácter peregrinante de la Iglesia y desdibujar todo el
sentido de la Parusía. El Vaticano II introdujo una inflexión notable
respecto a la eclesiología heredada: la Iglesia es «el germen y el
comienzo de este Reino en la tierra», «anhela la plena realización del
Reino», tiene «la misión de anunciar y establecer en todos los pue-
blos el Reino de Cristo y de Dios» (LG 5).
Iglesia y Reino por tanto no se identifican. Pero tampoco deben
ser considerados como dos magnitudes inconexas o independientes.
La Iglesia debe servir al Reino, pero no como un protagonista que
actuara desde fuera. La salida de la perspectiva eclesiocéntrica no
debe conducir a un planteamiento reinocéntrico que relativice la fun-
ción de la Iglesia. La relación entre ambos debe expresarse en
fórmulas dinámicas: en la Iglesia irrumpen los poderes y bienes del
3
Todavía el Esquema De Ecclesia del Vaticano I habla de «perfecta haec civi-
tas, quam sacrae litterae Regnum Dei appellant» (Mansi 51,545), e incluso
Juan XXIII en un discurso con motivo de la convocatoria del Vaticano II: AAS 54
(1962) 679.
316
P. V.
Creo en la Iglesia
santa
eón futuro sobre este mundo, y de este modo contribuye a su presen-
cia y sacramentalización. Pero no alcanza por ello la consumación
escatológica. Por eso la Iglesia está llamada al servicio del Reino de
Dios, a hacerlo crecer, a hacerse cada vez más el Reino de Dios: por
su escucha constante de la Palabra de Dios, por la celebración del
misterio de Jesucristo en la eucaristía y los sacramentos, por la ora-
ción, la contemplación, las obras de caridad y de justicia 4.
2. El Jesús resucitado y glorificado encarna la consumación
que ya se hacía presente en su persona durante el ministerio público
y terrestre. En él la gloria de Dios se abre para todas las criaturas: los
testigos de las apariciones comprenden qué significa nueva creación,
en qué consiste la reconciliación de los últimos tiempos, cuál es el
verdadero rostro de Dios y del hombre, hasta dónde alcanza la san-
tificación de todo lo existente, qué es el sábado eterno y la fiesta de
la creación cuyo jubileo proclamó el mismo Jesús...
La Iglesia, convocada en la alegría de la Pascua, proclama el
Reino de modo concreto y experiencial, pues se ha realizado y anti-
cipado en el Jesús glorificado que en ella se hace presente. Con y en
el Espíritu se nos entregan las «arras de nuestra herencia» (Ef 1,13-
14; 2 Cor 1,22), el gusto y el gozo de la vida y de la gloria que son
propias del siglo futuro.
El mundo nuevo se inserta en el antiguo sin liberarlo de su tem-
poralidad. Desde esta historia el octavo día no existe más que en los
otros siete. Y por ello el creyente forma parte de dos ciudades, de
dos mundos 5. Es por eso consciente de la propia transitoriedad, de
la provisionalidad de todo lo mundano. Pero a la vez sabe que la
Pascua es la primera piedra del templo de la Iglesia que describe el
Apocalipsis 6. De algún modo la acción de Dios en Cristo convierte
en Iglesia eterna a la Iglesia histórica. Por eso la Iglesia deposita,
con temor y temblor pero con alegría y convicción, en la historia
universal la garantía divina de que la historia entera hallará su pleni-
tud en la eternidad, de que la provisionalidad de la historia está sos-
tenida por la gloria y la santidad de Dios 7.
3. El mismo Señor Resucitado es visto y confesado como el
que vendrá, como el que se manifiesta desde el futuro. La alegría de
la fe se vive en la esperanza y la expectación. La creación entera
sigue gimiendo con dolores de parto ante la liberación ansiada, y con
4
Así se expresan los Lineamenta de la Asamblea especial para Asia del Sínodo
de los obispos, cf. DocCat n.2158 del 20 de abril de 1977, 388. Por ello se pueden
entender, si se mantienen dentro del equilibrio indicado, planteamientos como el de
la o.c. de I. ELLACURIA, Conversión de la Iglesia al Reino de Dios.
5
Cf. H. DE LUBAC, Méditation sur l'Eglise, ed.cit., 204ss.
6
Y. CONGAR, El misterio del templo (Barcelona 1963) 248.
7
O. SEMMELROTH, Yo creo en la Iglesia (Guadarrama, Madrid 1962) 163-167.
C.I7.
La tensión escatológica
de la Iglesia santa
317
ella cada uno de los cristianos (Rom 8,19-23). La misma Iglesia,
como Esposa animada por el Espíritu, clama ansiosamente «Ven»
(Ap 22,17), mientras se engalana para las bodas del Cordero (Ap
19,7) consolada por la garantía de sus palabras: «Sí, vengo pronto»
(Ap 22,20). La Iglesia peregrinante vive en el tiempo penúltimo, no
en el último (cf. Flp 3,23; 2 Cor 5,6).
El día del Señor es para la Iglesia el día de la «bienaventurada
esperanza» (Tit 2,13), aguardado con amor (cf. 2 Tim 4,8) e invoca-
do con pasión (1 Cor 16,22), como objetivo supremo de la existencia
(1 Tes 1,10) que por ello se transforma en manantial de alegría y de
consuelo. Cuando se desdibuja este horizonte la Iglesia se instala en
el mundo, resignándose al aburguesamiento cómodo, renunciando a
la transformación que aguarda a la realidad entera en los cielos nue-
vos y la tierra nueva y desoyendo por tanto el aguijón de lo que falta
a la consumación, la atracción de la nueva creación.
La urgencia de la Parusía exige por ello actitudes comprometidas
e ilusión de futuro. Obliga a luchar contra la decepción y el cansan-
cio (Mt 24,48; Le 12,45), a conservar la fidelidad y la vigilancia ante
el peligro de las concesiones (cf. 2 Pe 3,1-4), a mantener una vida
santa e irreprensible (1 Tes 5,1-6.23-24) centrada en la caridad (Rom
13,11), a profundizar la disponibilidad al martirio (1 Pe 4,13). El
fervor de la espera, más que condenar a la inactividad, empuja a la
Iglesia a la obra misionera; ésta encierra un fuerte contenido escato-
lógico: no sólo contribuye a reunir a los hombres en la unidad que-
rida por Cristo, sino que es una forma del cumplimiento final, en
cuanto constitución del Reino del Hijo del hombre (Ap 19,5-15).
El Señor por tanto está presente en la Iglesia, pero delante de
ella para conducirla hacia las realidades últimas, cuando el género
humano esté reunido y cuando Dios mismo descubra enteramente su
rostro. En su peregrinación ello es fuente de vitalidad y de renova-
ción y conversión. Porque en su peregrinación la Iglesia reconoce
que en ella existen a la vez lo eterno y lo transitorio, lo indefectible
y lo caduco, lo sublime y lo miserable, lo santo y lo pecaminoso.
3.
Santidad y pecado en la Iglesia
Comprender, aceptar y asumir esta dialéctica ha sido tarea ardua
para la conciencia eclesial. La búsqueda de una Iglesia de puros ha
sido un sueño constante en algunos sectores: si la Iglesia es santa,
sólo los santos pueden ser miembros suyos. Muy pronto se planteó
el debate acerca de la conveniencia de readmitir, a través de la peni-
tencia, a los que habían cometido pecados imperdonables (homici-
318
P V
Creo en la Iglesia
C 17
santa
dio, apostasía, adulterio). La misma controversia se suscitó acerca de
los lapsi y traditores durante las persecuciones.
La cuestión se teorizó a nivel directamente eclesiológico en el
donatismo: la verdadera Iglesia católica sólo existe allí donde se da
la pureza y santidad de sus miembros y especialmente de sus minis-
tros; consecuentes con tal principio rechazaron la consagración de
Cecihano como obispo de Cartago porque fue realizada por obispos
traditores. Esta problemática recibió una respuesta teológica y dog-
mática clara: en virtud de la santidad objetiva de la Iglesia los sacra-
mentos aportan la salvación independientemente de la disposición
subjetiva del ministro humano, porque el verdadero ministro es el
Señor.
Pero más allá de la solución a esta problemática concreta, perma-
necerá siempre la cuestión de fondo: la conjugación de la santidad y
del pecado en la Iglesia. Ante este tema parece inevitable la alterna-
tiva: si se sitúa la santidad en un nivel metaempírico se olvida que la
Iglesia es también las personas reales que la componen; pero si el
pecado de éstas se atribuye y aplica a la Iglesia misma parecería
negarse la santidad como atributo esencial de la Iglesia. En cualquier
caso la Iglesia deberá reconocer que sus infidelidades oscurecen su
carácter de sacramento y de signo.
Este hecho fue asumido primeramente de modo indirecto. Oríge-
nes aplicó a la Iglesia la expresión de la esposa del Cantar de los
Cantares: «soy negra pero hermosa» 8. De modo más directo Hilario
de Poitiers habló de la Ecclesia peccatrix9. San Ambrosio asumirá
con más reflexión la bipolaridad: de un lado la santidad porque «la
Iglesia es bella. Por eso el Verbo le dice: eres toda hermosa, amiga
mía, y en ti no hay motivo de reproche... eres toda hermosa, nada te
falta» 10; pero de otro lado es la casta meretrix " porque la universa-
lidad del pecado no respeta ni a los hombres que tienen altas respon-
sabilidades en la Iglesia 12. En síntesis, la Iglesia que «en sí» es santa
no puede decirse extraña al mundo del pecado. También san Agustín
hablará de una ecclesia mixta, de un corpus mixtum, porque en ella
Recoge la expresión del Cantar de los Cantares 1,5 en la homilía 2,4 al
Cantar
9
J DOIGNON, «Peccatrix ecclesia» Une formule d'inspiration origémenne chez
Hilaire de Poitiers RSPhTh 74 (1990) 255-258
10
De mystenis 39-40 (PL 16,401)
11
In Lucam VIII, 40 (PL 15,1776) G BIFFI, Casta meretrix Saggio sulla eccle-
siologia di Sant'Ambrogio Sacra Dottrina 42 (1997) 112-144, advierte contra el
peligro de una transposición demasiado rápida del tipo al antitipo de modo análogo
a las expresiones «virgen fecunda» y «viuda estéril» indica que no rechaza unirse a
los que a ella se acercan, esta condescendencia es fidelidad a su misión, no contami-
nación de la culpa
12
De paemtentia II, 74 (PL 16,515).
de la Iglesia santa
319
hay grano y paja 13, porque ora al Señor «perdona nuestros peca-
dos» 14, porque comprende en su seno a los pecadores y está siempre
necesitada de purificación 15, porque sin mancha ni arruga no lo es la
Iglesia terrena, sino que a ello se prepara para el día en que aparezca
en toda su gloria 16.
Durante la Edad Media se va abriendo camino una concepción
privatista del pecado: éste se da en los individuos, pero la Iglesia
está sin pecado, por lo que los pecadores son miembros muertos de
la Iglesia (están en ella pero no son de ella) n . Otras posiciones más
equilibradas, como la de santo Tomás, se mueven en la línea agusti-
niana 18. No falta la línea más radical que denuncia la corrupción «de
Jerusalén», que la ciudad de Dios se ha convertido en Babilonia I9.
Se hace común la reivindicación de la «reformatio ecclesiae in capite
et in membris» 20.
A lo largo de los siglos las intervenciones del Magisterio se han
movido en el equilibrio entre dos posturas extremas. Por una parte se
ha opuesto a las concepciones cataras o a aquellas que consideraban
que sólo los predestinados (DS 1201, 1205, 1206 contra Hus) o los
que están en gracia (DS 2472-2478 contra Quesnel) pertenecen a la
Iglesia. Por otra parte se opone a los protestantes en cuanto descono-
cen el aspecto objetivo de santidad que se da en la Iglesia, es decir,
los medios institucionales establecidos verdadera y duraderamente
por Dios. La acentuación polémica de la santidad objetiva provocó
que después de Trento se relegara la cuestión del pecado en la Igle-
sia. Su identificación con el Reino de Dios y el desdibuj amiento de
su condición peregrinante bloqueaban la percepción de la dialéctica
santidad/pecado en la Iglesia.
En nuestro siglo la cuestión ha recobrado actualidad, reconociéndo-
le una auténtica valencia eclesiológica. El debate se plantea ínicialmen-
te entre dos posturas contrapuestas que, paradójicamente, coinciden en
reconocer la verdadera esencia de la Iglesia no en la existencia concreta
de las personas, sino en una realidad que está fuera de ellas:
13
8
La tensión escatológica
En in Ps 25 II, 5
Ser 181,5-7
De civ Dei XVIII, 51,2 (PL 41,614)
16
Retract II, 18 (PL 32,637s)
17
Desde esta mentalidad puede afirmar el n 23 del Dictatus Papae «Romanus
Pontifex, mentís beati Petn, indubitanter efficitur sanctus»
18
STh III, 8,3 ad 2
19
Expresiones semejantes se encuentran en Pedro Damián o Guillermo de Au-
vernia, cf H U VON BALTHASAR, «Casta meretrix», en Ensayos Teológicos II (Ma-
drid 1965) 242ss
20
K A FRECH, Reform an Haupt und Ghedern Untersuchung zur Entwicklung
und Verwendung der Formuherung in Hoch- und Spatmittelalter (Frankfurt a M
1992).
14
15
320
P. V.
Creo en la Iglesia
C. 17.
santa
a) el primer Barth parece identificar Iglesia y pecado por el
mero hecho de existir, ya que no reconoce su propia debilidad y
falibilidad; el cristianismo como realidad institucional es algo mons-
truoso en la medida en que trate de anular el abismo entre la eterni-
dad y el tiempo o de humanizar lo divino secularizando al Dios vivo;
el evangelio es la abolición de la Iglesia y la Iglesia la abolición del
evangelio;
b) Journet sostiene que, en virtud de la unión de amor en la
gracia, la Iglesia forma con Cristo una sola persona real, por lo cual
sólo de modo blasfemo se podría afirmar a la vez la justicia y el
pecado en la Iglesia; la Iglesia comprende a los pecadores, pero ella
misma es sin pecado; materialmente su santidad está manchada, pero
formalmente su santidad es inmaculada; pero con ello parece hipos-
tatizar una Iglesia existente más allá de los que la componen, con lo
que corre el riesgo de sustraer la Iglesia a la historia real21.
Paulatinamente se van abriendo otros caminos que van situando
al pecado en la Iglesia, como exigencia de la dimensión comunitaria
de la fe y de la vida cristiana. En las primeras aportaciones todavía
se introducen importantes precisiones. Congar, por ejemplo, habla
de «faltas» (no de pecado) en la Iglesia y por ello solicita una verda-
dera reforma, pero distingue entre la Iglesia como institución de sal-
vación (con consistencia propia por encima de las fluctuaciones per-
sonales) y la Iglesia como congregatiofidelium,que puede estar lle-
na de pecadores; la Iglesia, en síntesis, es una realidad
divino-humana, a la vez santa y llena de pecado, indefectible y fali-
ble 22. Rahner habla de Iglesia de pecadores o Iglesia pecadora, si
bien se refiere preferentemente a los pecados de quienes gobiernan
la Iglesia, lo que no deja de influir en la actividad de la Iglesia23.
H. Küng hablará ya expresamente de «Iglesia pecadora», porque no
hay más que una sola Iglesia que es a la vez santa y pecadora 24.
A pesar de encontrar fuerte oposición, en los debates del Vatica-
no II algunos Padres hablan «De peccato in Ecclesia sancta» 25. Los
textos conciliares introducen otra inflexión significativa al admitir la
necesidad de una renovación eclesial a nivel comunitario y estructu-
ral, en perenne confrontación con el evangelio y con los signos de
los tiempos (UR 6-7). La Iglesia santa tiene siempre necesidad de
21
CH. JOURNET, L 'Église du Verbe Incarné II. 5a structure interne et son unité
catholique(Vaús 1961) 1103-1107; 1081-1129.
22
Sainteté et peché dans l'Église. VInt 15 (1947) 6-40.
23
La primera intervención al respecto puede verse en Stimmen der Zeit 72
(1947) 163-177.
24
Konzil und Wiedervereimgung (Friburgo 1960).
25
Cf. las intervenciones de Mons. St. Laszlo (AS 11/3,496-502), E. Larrain (ib.
225) o A. Bea (ib. 639) y la reacción contraria de 150 Padres (AS 111/7,415).
La tensión escatológica
de la Iglesia santa
321
purificación (LG 8) y de reforma (UR 4,6). Los pecadores existen en
la Iglesia, si bien le pertenecen con el cuerpo y no con el corazón
(LG 14, GS 43). Con más decisión Juan Pablo II solicita la conver-
sión de la Iglesia y que ésta cargue con el pecado de sus hijos, pues
«aunque sea santa por su incorporación a Cristo, la Iglesia no deja
de hacer penitencia: reconoce siempre como suyos a sus hijos
pecadores».
En consecuencia el pecado de los cristianos de alguna manera
penetra en la Iglesia «en cuanto tal». Es la sancta Ecclesia peccato-
rum. Teniendo en cuenta que se da una asimetría entre ambas di-
mensiones, se puede afirmar que la Iglesia es santa y pecadora: san-
ta en su vocación auténtica y pecadora cuando contradice esa voca-
ción. El pecado cohabita en ella, pero como parásito. No todos sus
actos son automáticamente actos del Espíritu Santo. El Espíritu le
garantiza que está permanentemente rescatada por la gracia, y que
por ello la corporeidad de la Iglesia no puede caer bajo el dominio
de la culpa hasta el punto de que el Espíritu se retire de ella. Pero por
eso mismo debe tener presente el recuerdo de su debilidad, de que es
obra de la gracia y de que no alcanzará la consumación hasta que
finalice su estadio peregrinante.
4.
La comunión de los santos
La santidad de la Iglesia se expresa también en la existencia de
santos en ella. La comunión de los santos no puede ser ajena a la
autoconciencia eclesial y por ello se incorporó al símbolo de la fe. El
significado exacto en sus orígenes resulta sin embargo discutido, se-
gún la fórmula communio sanctorum se refiera a los sancti o a las
(cosas) sancta 26. Desde un punto de vista sistemático no se deben
crear alternativas tajantes, pues ambas perspectivas se integran ar-
mónicamente.
La idea de la comunión entre las personas santas tiene raíces
muy hondas en la memoria cristiana. No podemos olvidar que ya los
bautizados eran considerados santos y que todos ellos se considera-
ban en koinonía. No podían considerar al margen de la misma comu-
nión a la «muchedumbre grande» de santos anónimos y ya muertos
«que estaban delante del trono y del Cordero» (Ap 7,9). Sobre estos
presupuestos se desplegarán dos ideas que viven de la misma con-
vicción:
26
De los credos conocidos aparece ya a finales del siglo iv: en el de Nicetas de
Remesiana y, aun antes, en la «Fe de san Jerónimo»: cf. J. N. D. KELLY, Primitivos
credos cristianos (Salamanca 1980) 459ss.
322
P. V.
Creo en la Iglesia
santa
a) A partir del siglo m se desarrolla una veneración especial a
los mártires porque a través de ellos se garantiza la unión con Jesu-
cristo 27. A partir de ahí crece la conciencia de estar unidos con los
redimidos en el cielo, que han gustado ya la plenitud de la gloria de
Cristo, lo que constituye una experiencia muy real que es fuente de
gozo y de esperanza 28.
b) La Iglesia se extiende incluso a los tiempos anteriores al na-
cimiento de Cristo. «Los elegidos de Cristo no son sólo los que fue-
ron santificados después de su venida» 29. Desde que hubo santos
existe la Iglesia en la tierra. En algún tiempo existía sólo la Iglesia
de Abel 30 . Como hubo un momento en nuestra historia en que Abel
era el único justo, se puede afirmar que «Abel fue el primer santo de
la Iglesia» 31.
El amor santificante de Cristo a la Iglesia se manifiesta, desde
otro punto de vista, de modo especial en los «signos sagrados», es
decir, en los sacramentos, y sobre todo en la eucaristía. A partir de
la comunión en las cosas santas se origina la unificación de las per-
sonas que «comunican» en el Cuerpo de Cristo 32. Por ello es com-
prensible que este significado fuera unido a la fórmula «comunión
de los santos», pues también designa el misterio mismo de la Iglesia.
De algún modo ambos significados confluyen en la idea de «co-
munión de bienes santos»: cada cristiano puede y debe ayudar a los
hermanos, pues lo que cada uno hace repercute en los demás; en
virtud de la comunión en el Dios trinitario la acción del bautizado
singular tiene unas repercusiones ilimitadas, que transcienden el
tiempo y el espacio, de cara a la salvación de todos 33.
Si en verdad la Iglesia es una y la forman todos aquellos que son
de Cristo, la Iglesia es una realidad mayor que esa comunidad que
trabaja, gime, sufre y espera en esta tierra. La Iglesia, por tanto, la
27
El Martirio de las santas Perpetua y Felicidad para que los cristianos «com-
munionem habeatis cum sanctis martyribus» (cf. la edición de Ruiz BUENO en Actas
de los Mártires [Madrid 1951] 420).
28
«¿Qué es la Iglesia sino la reunión de todos los santos?», incluyendo a todos
los que desde el principio del mundo «se hicieron un solo Cuerpo, cuya cabeza es
Cristo», según se expresa Nicetas: cf. J. N. D. KELLY, O.C, 461.
29
También todos los que «desde la creación del mundo han visto, como Abra-
hán, el día de Cristo y lo han saludado con transportes de gozo divino», concluye
ORÍGENES en su comentario a Mateo 51 (PG 13,1679).
30
Así se expresa AGUSTÍN en En. in Ps 128,2 (PL 37,1689).
31
S. AGUSTÍN en Ser 341,9 (PL 39,1499), idea que pervive en Santo Tomás: STh
111,8,3 ad 3.
32
Sobre la antigüedad de este significado cf. W. ELERT, Die Herkunft der For-
mel Sanctorum Communio: Theologische Literaturzeitung 78 (1949) 577-586.
33
Sobre la dimensión intercesora de los santos cf. Gen 18,23-31; Ex 32,11-14;
1 Sam 7,5; 12,19; Rom 1,9; Ef 6,18-20; 1 Tim 2,1-8.
C. 17.
La tensión escatológica
de la Iglesia santa
323
constituyen todos los que son de Cristo, entre ellos están no sólo los
que viven peregrinando en este mundo, sino también aquellos que
aún esperan en el purgatorio y con mayor razón los bienaventurados
que ya se encuentran en la gloria de Dios. Lo decisivo no es la pecu-
liaridad de cada uno de los estadios, sino la íntima copertenencia de
todos ellos. Se trata de tres momentos de la única Iglesia, constituida
realmente por la comunión de los santos.
Para la Iglesia peregrinante los santos que se encuentran en la
gloria son el signo de la meta a la que aspiramos, la certeza de la
esperanza, la seguridad de la nueva creación, el testimonio de la fe-
cundidad de las promesas, la Iglesia en su consumación y por ello a
la vez modelos e intercesores. En definitiva, porque «están más ínti-
mamente unidos con Cristo consolidan más firmemente a toda la
Iglesia en la santidad» (LG 49).
5.
La Virgen María, modelo y madre de la Iglesia
La veneración a los santos ha sido el ámbito y el presupuesto
para honrar a la Virgen María como «la primera en la comunión de
los santos» 34. En la sinfonía de la salvación es una nota necesaria,
que resuena de modo singular en el seno de la Iglesia. El misterio de
la Iglesia y el misterio de la Virgen se esclarecen recíprocamente.
Signo de ello es la espontaneidad y la profusión con que la antigua
tradición cristiana aplicaba los mismos símbolos a la Iglesia y a Ma-
ría: madre y virgen, nueva Eva, paraíso, arca de la alianza, escala de
Jacob, tabernáculo del Altísimo... 35 . El Vaticano II ratifica esta ten-
dencia al incluir el tema mariológico como capítulo último de LG:
María es la consumación de la eclesialidad, «suprema realización de
la Iglesia» 36, su «primera personalización» 37.
La dignidad de la Virgen, y su relevancia eclesiológica, se apoya
en su pertenencia al misterio de Cristo. Con María, «después de la
larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nue-
vo plan de salvación» (LG 55). Como madre del hombre Jesús, y por
ello madre de Dios, se entregó enteramente a la obra del Hijo. En
cierto sentido ha generado a la humanidad entera, en la medida en
que Jesucristo «reasume» en sí a todos los hombres. La venida del
Espíritu sobre ella la vincula al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia no
34
Es expresión del Grupo de Dombes, Marie dans le dessein de Dieu et la
communion des saints: DocCat n.2165 (del 3/17-8-1997) n.197-198, 745.
35
Cf. H. DE LUBAC, Méditation sur l 'Église, ed.cit., 268ss.
36
CH. JOURNET, Teología de la Iglesia (Pamplona 1960) 119.
37
M. J. NICOLÁS, Theotokos. El misterio de María (Herder, Barcelona 1967)
255.
324
P. V.
Creo en la Iglesia
santa
sólo en el momento de la encarnación, sino igualmente en Pente-
costés.
Esta vinculación indestructible de la Virgen María con la Iglesia
se realiza en una triple dirección.
1. María se encuentra en el seno de la Iglesia peregrina porque
su itinerario es el de todo el Pueblo de Dios. La Iglesia en el camino
hacia su consumación prolonga el itinerario realizado por la Virgen
María. «La Iglesia la ve como su figura en la fe, la esperanza y la
caridad» (RMa 2,5) porque fue «la primera discípula.» (RMa 20). Su
camino incluso fue más largo porque se inició en la anunciación y
precedió al de los mismos apóstoles. Por ello pertenece al misterio
de la Iglesia desde su inicio y se mantiene en el corazón mismo de
la Iglesia (RMa 26-27).
2. Esta escucha discipular de la Palabra de Dios y su presencia
continua en la Iglesia no puede ser más que materna y universal. La
disponibilidad a la acogida del Espíritu, su actitud de deberse y agra-
decerse a la iniciativa gratuita de Dios expresa lo femenino de la
Iglesia, su negativa a considerarse posesiva o dominadora 38 . Preci-
samente por eso su actitud hacia los hombres no puede ser más que
acogedora, comprensiva y materna). Por eso es considerada interce-
sora, abogada, auxiliadora, socorro, mediadora (si bien esta colabo-
ración en la obra de su Hijo no puede situarse al nivel del Redentor
ni quitar nada a su mediación: LG 62).
3. La madre de Dios es ya el cumplimiento escatológico de la
Iglesia (LG 63). Y desde su mediación subordinada a la del Reden-
tor contribuye de manera especial a la unión de la Iglesia peregrina
con la Iglesia llegada a la gloria del Padre. Desde su posición privi-
legiada (en cuanto inmaculada y asunta) anticipa lo que todo cris-
tiano está llamado a ser.
En conclusión, la Virgen puede ser considerada y proclamada
como la Madre de la Iglesia. Esta expresión fue evitada por el Vati-
cano II por motivos ecuménicos, pero reconoció el contenido: la
Iglesia «la honra como a madre amantísima» (LG 53). Pablo VI lo
confesará de modo explícito en la clausura de la tercera etapa conci-
liar 39, como consecuencia lógica de la estructura de encarnación y
de mediación propia del misterio cristiano.
38
39
1149.
H. U. VON BALTHASAR, Puntos centrales de la fe, ed.cit, 243.
Cf. la edición citada de los Documentos Conciliares publicados por la BAC,
C.17.
La tensión escatológica
de la Iglesia santa
325
6. La liturgia: entre la doxología y la fraternidad
La liturgia es un acto profundamente eclesial y la Iglesia es cons-
titutivamente litúrgica. No puede haber por tanto Iglesia sin liturgia.
Debemos por ello profundizar en el sentido y el alcance de esta mu-
tua implicación, pues ello nos permitirá comprender la peculiaridad
de la liturgia cristiana.
En el griego clásico, leitourgía designaba una acción realizada en
favor del pueblo (como pagar unas fiestas populares, o en general
todo servicio público). Quedaba por ello reservado a los poderosos,
a unos pocos que actuaban en favor de todos. Entre los judíos se
limitaba al culto rendido a Dios, pero igualmente como acción que
unos pocos (sacerdotes o levitas) nacían en beneficio de todos.
Entre los cristianos se cambia la perspectiva. El pueblo no era
objeto o destinatario de un acto benéfico realizado por una minoría,
sino el sujeto mismo de la acción. Dado que Jesucristo es el «liturgo
del verdadero tabernáculo» (Heb 8,12), quedan habilitados para el
culto auténtico a Dios todos los que han sido incorporados a Cristo,
pues en esa incorporación (como ya sabemos) radica el sacerdocio
cristiano.
Si la Iglesia es asamblea, la comunidad cristiana concreta es el
sujeto integral del acto litúrgico 40, la asamblea reunida para la cele-
bración de la nueva alianza. En Hechos de los apóstoles utilizan dos
términos que destacan esta idea: epi tó auto, el hecho de venir a un
mismo lugar, no entendido como magnitud física sino como compe-
netración comunitaria real, como presencia y testimonio en medio de
la historia; homothymadón en cuanto el hecho de estar juntos expre-
sa una solidaridad radical 41 .
La liturgia es por ello epifanía de la Iglesia en lo concreto, tanto
por lo que se refiere al lugar como por lo que se refiere al «nosotros»
que ha sido convocado. Pero el protagonismo de la comunidad con-
creta vive del protagonismo del Dios trinitario que la ha congregado
para prolongar y recapitular toda la economía de la salvación:
a) El Padre, en cuanto origen del designio salvífico y por ello
meta del peregrinar histórico, hace presente su gloria y su acción en
la comunidad reunida para celebrar el memorial de sus acciones sal-
víficas y para anticipar el destino de toda la humanidad.
b) Cristo está presente en la liturgia, como acción de alabanza
al Padre, y asocia a sí a la Iglesia en la actualización repetida de la
40
Y. CONÍIAR, «L'ckklcsía ou communauté chrétienne, sujet integral de l'action
liturgique», en AA VV., La liturgie aprés Vatican II (Cerf, París 1967) 242-282.
G. TANGORRA, Un popólo che si raduna. Per una teología dell'assemblea:
Rassegna di Teología 37 (1996) 741.
i2í>
/', V.
Creo en la Iglesia
santa
obra redentora por la que se restablece la reconciliación de Dios con
los hombres (SC 5-7).
c) Hl Lispíritu es el que da fuerza y vitalidad a la acción litúrgi-
ca en cuanto que hace presente al Cristo resucitado y por ello orienta
la marcha de la historia hacia su encuentro con el Padre. Especial-
mente en la liturgia tiene aplicación el principio según el cual nada
hay cristiano sin epíclesis.
En la liturgia la eternidad encuentra el tiempo, incorporándolo en
una dimensión y en un sentido nuevo. Es por ello acción escatológi-
ca en sentido pleno porque integra como protagonistas también a los
miembros glorificados del Cuerpo de Cristo. El memorial del pasado
es a la vez apertura del futuro en esperanza: en la liturgia la Iglesia
pide el retorno del Señor mientras recibe la prenda del Espíritu.
La liturgia comunitaria no es por su naturaleza medio para alcan-
zar cualquier otro fin. Es fin para la Iglesia misma: acto de doxolo-
gía perfecta, porque canta y proclama la gloria de Dios manifestada
en la historia. Sin liturgia, la Iglesia nada tendría que contar, o lo
contaría como acto de arqueología o de erudición. Por ser doxología
es acto de referencia al mundo, envío y testimonio. Sin la liturgia de
la Iglesia se disolvería la memoria de Dios en el mundo. En la litur-
gia la Iglesia mantiene viva esa memoria en favor del mundo. Como
ella se considera llamada para ser protagonista de esa historia de
salvación, no puede menos de contarla, celebrarla y comprometerse
para realizarla en la historia.
EPÍLOGO
La Iglesia conserva un tesoro para el mundo: surgida del aconte-
cimiento de la Trinidad, desvela el proceso histórico en el que el
Dios trinitario va acompañando a la humanidad hacia su patria defi-
nitiva. En esta perspectiva la Iglesia es un regalo de Dios para la
humanidad. Es un don que se guarda en vasos de barro. La fragilidad
de lo humano es también inherente a la Iglesia. De este modo el don
queda permanentemente acrisolado al brotar como milagro de la gra-
cia cuando roza la libertad humana.
La Iglesia, que guarda la memoria de Dios, abre por ello para el
hombre y para la historia las posibilidades del futuro. Como sueño
de Dios sobre lo que debe ser un hombre renovado y una humanidad
reconciliada ', muestra la experiencia de la alternativa mesiánica de
Jesús y del amor trinitario de Dios. Desde la memoria del pasado y
la anticipación del futuro da consistencia al presente. Entre la Trini-
dad de la que parte y la Trinidad a la que tiende, atestigua que la
debilidad del tiempo presente no es ajena a la eternidad de la misma
Trinidad.
Con la humildad de quien sabe que ha sido llamada para servir,
se sabe lugar en que florece el Espíritu 2. Las flores no han aportado
toda la fecundidad de sus frutos, pero su perfume es respirado por
los hombres. Sin su presencia la historia de la humanidad sería más
triste y su horizonte más estrecho. Porque posee un don que sólo ella
puede comunicar con alegría y convicción. Ésa es la grandeza que la
alienta a pesar de sus miserias y de las incomprensiones que padece:
Aunque se viera reducida a un pequeño rebaño, lleva consigo la
esperanza del mundo. Continuamente maltratada por todos nosotros,
desde dentro y desde fuera, parece siempre que está agonizando,
pero realmente siempre está renaciendo... Amo a nuestra Iglesia,
con sus miserias y humillaciones, con las debilidades de cada uno de
nosotros, pero también con la inmensa red de sus santidades
ocultas 3.
1
N. LOHFINK, Kirchentraume. Reden gegen den Trend (Herder, Friburgo-Basi-
lea-Viena 1984).
2
Tradición Apostólica 35.
3
H. DE LUBAC, Diálogo sobre el Vaticano II (BAC, Madrid 1985) 112-113.
ÍNDICE
Acerbi, A. 73 74
Afanasief, N. 63 70 95 96
Aguirre, R. 115
Agustín, san 3 21 25 49 56 64 68 70 71
83 84 150 156 175 255 256 281 294
318 322
Aimone, P. V. 242
Alberigo, G. 10 17 163 220 229
Alberto, S. 45
Alfonso de Castro 204
Allmenn, J. J. von 100 313
Alonso Rodríguez, S. M. 173
Álvarez, A. XIX
Álvarez, B. 93
Amato, A. 97
Ambrosio, san 25 217 318
Antón, A. 3 14 45 73 109 110 143 209
228 245 246 247
Antonio de Cannara 241
Antonio de Florencia 242
Arístides 279 280
Aristóteles 8 108
Arquilliére, H. X. 7
Asensio, F. 35
Atanasio, san 104 106
Atenágoras, patriarca 133
Auer, A. XIX 50
Aymans, W. 101 143
Balthasar, H. U. von 64 67 225 254
299 319 324
Bandera, A. 73
Banks, R. J. 115
Baraúna, G. 82 171 198 202
Barbaglio 313
Bardy 3 205
Barrow 145
Barth, G. 150
Barth, K. 62 95 145 299 320
Bartoletti, E. 93
Basilio, san 66
Battifol, P. 5 94 216
Bauer, W. 232
Baumer, R. 10 242
Baumert, N. 157
Bea, A. 103 320
Beare, F. W. 178
ONOMÁSTICO
Beauduin, L. 95 130
Beinert, W. 73 123
Benedicto XIII 129
Beni, A. XIX
Benoit, P. 45 55
Berardino, V. di 191
Berengario 7
Bermejo, L. M. 242
Bernards, M. 80
Bertone, T. 245
Berzosa, R. 159
Betti, U. 136221231
Beyer, J. 201
Biffi, G. 318
Bdlot, L. 14
Bismarck 222
Blanchetiére, F. 37
Blázquez, R. XIV 102 177 182
Bo, V. 111
Bof, G. 273
Boff, L. 50 63 135 177
Bonald, K. de 12
Bonhoeffer, D. 6
Bonifacio VIII 7 219
Bori, P. C. 73 74
Borobio, D. 143 147 159
Borras, A. 202
Bosch, D. J. 253
Botte, B. 96 185 202
Bouessé, H. 196
Bouyer, L. XIX 4 17 32 35 96 162 201
232
Brambilla, F. G. 120
Briva, A. 191
Brown, R. E. 209 214
Brown, S. 77
Browne 145.
Brox,N. 192
Brueck, M. 291
Bueno, E. XIX 17 37 64 85 87 111 148
153 159 163 168 199 201 254 260
273 286 300
Burke, C. 183
Burkhard, J. J. 231
Caltagirone, C. 100
Calvino 8 56
mi
IIIIIH C
i itlvo, l< IM)
i MMH'IMI
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iipiKllaii M 12
i i p i i l t , G 120
( ,II los Uorromeo, san 161
( asiaflo, J F 174
C astcllucci, E XX 313
Cattaneo, A 93
Cayetano 242
Cecihano 318
Cereü, G XIX
Cerfaux, L 28
Chántame, G 153
Charles, P 263
Chame, A - M 62
Chevaher, M -A 68
Chica, F XIX 254 313
Cioffan, G 123
Cióla, N 111
Cipriano, san 39 95 105 180 195 198
199 205 217 293
Crnlo de Atejandna 55
Cirilo de Jerusalen 256
Clemente de Alejandría 24 165 216
236 255 281293 314
Clemente de Roma 3 165 180 193 194
216
Coccopalmeno, F 114
Colombo.G 27 29
Concern, G 111
Congar, Y XVI 3 6 12 14 50 59 61 67
71 91 94 100 102 105 109 110 124
130 133 143 159 167 185 194 224
235 248 254 273 316 320 325
Conrado de Gelnhausen 108
Conté, G 123
Conzelmann, H 186
Corecco, E 143
Cullmann, O 31 191 313
Dahl, N H 28
Damelou, J 171 291 299
Davaud, G 178
Dejaifve, G 16
Delorme, J 159 178 185
DeMartmi, N 313
Descamps, L 186
Dewailly, L M 224
Diamch, S XIV XIX 29 73 77 80 98
120 121 146 147 163 273 313
Días, P V 3 49
Dionisio de Alejandría 105 216
índice
onomástico
Dionisio de Connto 216
Dodds, E R 273
Doignon, J 318
Donng, H XIX 81 86
Dotel-Claudot, M 199
Drewermann, E 177
Drey, J S 12
Dreyfus, F 152
Dulles, A XVI XIX 144 253
Dupuis, J 291
Dupuy, B D 185
Eger, J 28
Egidio Romano 7 219
Ehrhardt, A 176
Elbertí, A 151
Elert, W 322
Ellacuna, I 24 37 316
Elhot, J H 152
Empie, P C 209
Enrique de Gante 204
Enrique de Langenstein 108
Epifamo, san 24 37
Esteban de Roma 217
Estrada, J A 27 71
Eusebio de Cesárea 281
Faivre, A 163 177
Falhco, A 112
Farnes, J 163
Favale, A 118
Faynel, P XIX 4
Feeney, P 296
Felipe el Hermoso 7 219
Ferber, N XV
Fernandez, A 160
Fernandez de Trocomz, L M 239
Feuillet, A 209
Firmihano de Cesárea 217
Flonstan, C 111 253
Fontbona, J 70 96 113
Forte, B XIX 25 96 100 103 137 207
224
Franceschi, F 27
Francisco de Asís, san 295
Frankemolle, H U Í
Franzelin, J B 13 238
Frech, K A 319
Fríes, H XIX 3 5
Fnngs, card 96
Fnsque, J 3
Galot, J 173
Garaudy, R 118
García Barberena, T 200
García García, A 93 198
García Moreno, A XIX
Garutti, A 134
Gassmann, G 123
Geiger 12
Geiselmann, J R 12 13
Gemelh, P 174
Gerosa, L 194
Gesche, A 48
Gesteira, M 291
Gherardim, B XIX
Ghirlanda, G 207 209
Giordano, N 175
Giusanm, L 120
Gloneux, P 263
Godofredo de Fontames 204
Gomis, J 221
González de Cardedal, O 93 181
González Carvajal, L 273
González Montes, A 104
Graciano 219
Grea, A 94
Gregorio Magno, san 107 219 226
Gregorio VJ 6 93 219
Gregorio de Nacianzo 314
Gregorio de Valencia 238
Greinacher, N 17
Grelot, P 177 191
Greshake, G 163 181
Gnllmeier, A 246
Grossi, V 191
Gueranger, dom 15
Guerra, M 224
Guido Terrem 241
Guillen, J 31
Guillermo de Auverma 319
Gutiérrez, G 42
G y , P M 200
Hainz, J 185
Hahfax, lord 130
Halleux, A de 185
Hamer, J 73 74
Harnack, A 176
Hasenhuttl, G 157
Hasler, A B 242
Haussmann, N 163
Heder, F 299
Heinz, G 50
Hermann von Schildesche 19
Hermas 24 69 150
Hernández Alonso, J J XFX
Hertlmg, L 217
Heumann, H 165
onomástico
331
Hick, J 291 303
Hilario de Poitiers, san 318
Hildegard, D von 17
Himeno de Tarragona 217
Hipólito 150 202
Hoffmann, J XIX 50 177
Holstem, H 151
Horst, U 219 240
Hosio, card XV
Huber, W XIX
Hulst, A R 27
Hus, J 7 8 319
Ignacio de Antioquia 98 193 198 202
216 255 279
Inocencio III 218
Iovino, P 152
Ireneo, san 3 25 67 68 78 165 194 195
216 236 279 281
Izquierdo, C 49
Javierre, A M 192
Jenni, E 27
Jenco Bermejo, I 10
Jerónimo, san 179 196 202 226
Jiménez Urresti, T I 200 204
Journet, Ch XIX 12 320 323
JuanXXIlI42 131
Juan Cnsostomo, san 70 98 103 115
160
Juan Pablo II 103 114 115 116 120 133
136 169 173 174 209 211 224 228
229 266 268 270 321
Juan de París 7
Juan de Torquemada 8 219 242
Justino, san 99 165 194 280 293
Kasemann, E 53 55
Kasper, W 59 60 67 70 71 142
Kauffmann, F -X XIII
Kehl, M XIX
Keller, M 27
Kelly, J N D 194 321 322
Kerkvoorde, A 13 202
Kern, W XX 51
Kertelge, K 179 253
Klauck, H J 144
Kleutgen, J 46
Khan, S J 111
Kmtter, P 291 303
Knoch, O 192
Komonchak, J A 102 104
Koster, M D 28
332
índice onomástico
Kraemer, H. 299
Küng, H. XX 17 50 108 123 157 233
320
Labourdette, M. 313
Laconi, M. 313
Lafont, G. 179 203
Lampe, P. 115
Lang, A. XX
Lanne, E. 59
Larrain, E. 320
Laszlo, S. 320
Latourelle, R. XX 73 136 157 170
Lauret, B. XIX
Lécuyer, J. 185
Légaut, M. 182
Legrand, H. XIX 93 102 198
Le Guillou, M. J. 45 123
Lehmann, K. 147
León XIII 14 205 209
León Magno 55 217 218
Lercaro, 5 . 137
Leys, A. 75
Lohfink, G. 45 51
Lohfink, N. 327
Lohse, E. 179
Loisy, A. 49
López Gay, J. 253
Lubac, H. de 7 14 21 25 38 45 81 93 96
256 263 314 316 323 327
Lumpe, A. 105
Lutero 7 9 124 136 144 151 234
Maas-Ewerd, Th. 111
Maccarrone, M. 217
Magnani, R. 185
Maier,H. 183
Maistre, J. de 12
Maldonado, L. 143
Manzanares, J. 93 198
Marins, J. 116
Marliangeas, B. D. 163 180 181
Maroncelli, S. 173
Marsilio de Padua 7 8 108
Martelet, G. 111
Martín Velasco, J. 273
Martini, C. M. 120
Matura, M. C. 34
Máximos IV 96
May, G. 183
Mayer-Pfannholz, A. 4
Mazzillo, G. 27
Mazzolari, P. 96
Meier, J. P. 214
Melchor Cano 238
Melitón de Sardes 236
Mercier, card. 130
Metz, B. 17
Metz, J. B. 273
Meyer, R. P. 57
Michonneau, A. 112
Milano, A. 59 61
Milano, G. P. 209
Militello, C. XX
Mohler, J. A. 4 12 13 16 62 84 91 191
225
Moioli, G. 163
Molano, E. 93
Molinari, P. 313
Moltmann, J. XX
Momigliano, A. 273
Mondello, W. XX 13
Mondin, G. B. XX 3
Montini, G. P. 197
Morin, A. 42
Mühlen, H. 59 65 67 70
Murphy, A. 209
Nautin, P. 70
Nédoncelle, M. 3 12 14
Newmann, J. H. 12 14 238
Nicetas de Remesiana 321
Nicolás, M. J. 323
Nicolás III 241
Nicolás de Cusa 295
Nietlispasch, F. 291
Ockhan, G. 7 8
Olivi, Pedro Juan 241
Orígenes 165 281 293 318 322
Oteiza, V. 201
Otto, R. 299
Pablo VI 133 226 266 274 324
Panikkar, R. 303
Panizzolo, S. XIX XX 254
Parent, R. 143
Parler, O. 197
Passaglia, C. 13
Pedro Damián 218 319
Pedro Lombardo 180
Peelmann, G. 116
Peláez, J. 242
Perisset, J. C. 111
Perrone, J. 13
Philips, G. 29
Picht, G. 125
Pié, S. 143 200
Pío IX 222 242 296
índice onomástico
Pío X 129 166
Pío XI 130
Pío XII 46 151 174 265
Planck, J. 96
Portal, P. 130
Potin, J. 33
Pottier, B. 202
Pottmeyer, H. J. XX 51
Poulat, E. XIII
Prenter, R. 59
Próspero de Aquitania 151
Przywara, P. E. 46
Pseudodionisio 181
Queralt,A. 170
Quesnel, M. 296 319
Rahner, H. 4 83
Rahner, K. 22 59 73 81 83 85 112 192
298 299 300 303 320
Raimundo Lulio 295
Raiser, K. 128
Ratzinger, J. XIX 28 45 47 50 83
124 126 183 192 198 205 225
305
Refoulé, F. XIX
Reid, J. K. 59
Rendtorff, R. 33 185
Restrepo, A. 170
Rétif, A. 253
Rica, P. 123
Richer, E. 197
Rigal, J. 143
Roberto Belarmino 10 238 242
Robinson, J. A. T. 55
Robinson, Th. A. 232
Ródano, J. A. 225
Rodríguez, P. 93 104
Rogge, J. 117
Roloff, J. 144 187
Rossano, P. 291
Rosse, G. 55
Rousseau, O. 16 95 222
Routhier, G. 231
Rudolph, E. 125
Ruggieri, G. 126
Ruidor, I. XX
Ruiz Bueno, D. 322
Runcie, R. 210
Sabugal, S. XX
Saier, O. 73
Sailer, J. M. 12
Sainz y Arriaga, J. 17
333
Sala, G. 231
Salaverry, J. 49
Sánchez Chamoso, R. 200
Sánchez Monge, M. XX
Santiago de Viterbo 7
Santos, A. 253
Sartori, L. 91 123
Sasse, H. 273 275
Sauer, J. 199
Sauras, E. 45
Sauter, G. 59
Scaramuzzi, D. 114
Schatz, R. 209
Scheeben, M. J. 238
Scheffczyk, L. 231
Schelkle, K. H. 187
Schille, G. 177
Schillebeeckx, E. 85 177
Schindler, A. 85 177
Schindler, A. 125
Schineller, J. P. 303
Schlier, H. 45
Schmidlin, J. 262
Schmidt, K. L. 27 38
Schnackenburg, R. 185 313
Schneemelcher, W. 27
Schrader, C. 13 45
Schulz, S. 177
Schweizer, E. 185
Seckler, M. XX 51
Secondin, B. 111 118
Semeraro, M. 175
Semmelroth, O. 73 81 82 316
Serenthá, M. 94
Sesboué, B. 3 85 102 178 225 231
Seumois, A. 253
Sheridan, M. J. 103
Sieben, H. J. 106 107 108
Silanes, N. XX
Siricio 217
Smulders, P. 82
Snodgrass, K. R. 152
Soderblom, N. 299
Sohm, R. 62
Soiron, T. 45
Stanton, G. N. 194
Stockmeier, P. 291
Suárez, F. 238 242
Sullivan, F. A. XX 136 231 233 245
Taciano 293
Tamburini 197
Tangorro, G. 325
Tanquerey, A. 49
Tena, P. 27 34
334
índice onomástico
Teodoreto de Ciro 241
Teodoro Abu Qurra 240
Teófilo de Antioquía 293
Tertuliano 25 61 98 105 165 178 194
199 205 255
Tessarolo, A. 93
Thils, G. XVI 123 231 243
Thion, P. 3
Thomas, P. 163
Tierney, B. 240
Tillard, J. M. R. XIX XX 68 70 76 93
96 100 101 137 179 189 203 209
219
Tomás de Aquino 56 180 196
319
322
Tomko, J. 228 229
Tracy, D. 17
Trilling, W. 36
Troeltsch, E. 176
Tromp, S. 45 59
Vicente de Lerins 106 194
Vidal, M. XX
Vuela, A. 199
Villar, J. R. 93
Vischer, L. 123
Vitali, D. 239
Vodopivec, G. 86
Vonier, A. 28
Vorgrimler, H. 3
Ulpiano 205 Wagner, H. XIX 254
Urdeix, J. 201 Walter, dom 15
Watson, P. 130
Welte, B. 167
Werbick, M. 291
Westermann, C. 27
Wetzer, J. 167
Wiedenhofer, S. XX
Wiederkehr, D. 239
Willen, J. 10
Wintersig, A. 112
Wojtowytsch, M. 209
Wycliff7 8
Vacca, S. 219 Zameza, J. 263
Vagaggini, C. 313 Zanghi, G. M. 31
Valentini, D. 209 Zardoni, S. 201
Van Beneden, P. 178 Zinelli, mons. 222
Van der Gutcht, R. 3 Zizioulas, J. 70 76 96 106 113 136 150
Vanhoye, A. 97 157 193
Vecchia, F. dalla 197 Zumaquero, J. M. 93
Vela, J. A. 111 Zuppa, P. 114
Velasco, R. 3 Zwinglio 10
SE TERMINÓ DE IMPRIMIR ESTE VOLUMEN DE «ECLESIOLOGÍA»,
DE LA BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS, EL DÍA 8
DE SEPTIEMBRE DE 1998, FIESTA DE LA NATIVIDAD
DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, EN LOS
TALLERES DE SOCIEDAD ANÓNIMA
DE FOTOCOMPOSICIÓN,
TALISIO, 9. MADRID
LAUS
DE O VIRGINIQUE
MATRI