miércoles, 4 de marzo de 2015

El GRUPO de Renovación Carismática y los CARISMAS

El GRUPO de Renovación Carismática y los CARISMAS




























El GRUPO de RENOVACIÓN
CARISMÁTICA y los CARISMAS
Manuel Casanova S. J. 
FE EXPECTANTE 
Al hablar de grupos de renovación podríamos hacer una gran lista: grupos de revisión
de vida, grupos de oración según las más variadas orientaciones y formas. En un grupo se
insiste en la oración litúrgica, en otro en la preparación de un tema o de un texto bíblico, en
otro en el silencio o la contemplación; en otros se busca una acción concreta o un compromiso
determinado.
El grupo de oración en la Renovación Carismática se caracteriza por la fe expectante, es
decir, una fe que espera firmemente que Dios realizará lo que ha prometido. Con frecuencia
muchos «creyentes» no esperan ver realizadas las cosas que dicen creer. Así sus vidas y
asambleas cristianas se mueven en un nivel de fe bastante deficiente.
Jesús prometió a sus discípulos, y en ellos a toda Iglesia que el Espíritu Santo les
guiaría a la verdad, les iluminaría sobre todo lo que El les había dicho (Jn 14,26), que el
Espíritu vendría sobre ellos como una fuerza y poder para dar testimonio de El con valentía
(Hch 1,8). Si el Espíritu está, pues, en cada cristiano y desea transformarnos como individuos
y como cuerpo, debemos reunirnos juntos para dar al Padre el culto que El espera de nosotros
en espíritu y verdad» (Jn 4,24), y para abrirnos cada vez más a la acción del Espíritu en
nosotros.
EL ESPÍRITU SANTO Y LOS CARISMAS 
Creemos que es el Espíritu el que nos congrega en la Iglesia, y que esta Iglesia
universal se manifiesta aquí y ahora en este grupo de creyentes reunidos en nombre de Jesús
(Mt 18,20). Es el Espíritu de Jesús el que nos va formando más y más en el Cuerpo de Cristo,
y lo realiza a través de los dones espirituales o carismas. Si, pues, nos reunimos con esta
convicción profunda, «en el Espíritu», no podremos menos de experimentar lo que es la
acción del Espíritu formando, transformando y unificando la comunidad cristiana. 
EN LA ASAMBLEA SE MANIFIESTAN LOS CARISMAS 
Es precisamente a través de sus dones o carismas que el Espíritu actúa en el grupo de
oración. La reunión de oración es el marco adecuado para que se manifiesten estos dones.
San Pablo insiste en el valor de los dones de la palabra, como la palabra de sabiduría, palabra
de conocimiento, la profecía en la asamblea cristiana (cf.: 1 Co 12-14). 30
Todos los dones, tanto los de la palabra como los de fe, y los de servicio a la
comunidad proceden del mismo y único Espíritu. «Según nuestra manera de ver y entender»,
dice K. Ranaghan, «los dones del Espíritu que se manifiestan en el Cuerpo de Cristo son
acciones de Jesús, el Señor resucitado entre nosotros, que actúa a través de unos miembros de
su cuerpo, abiertos y dóciles a las inspiraciones del Espíritu. Son pues, extensiones de la
actuación de la Palabra viva de Dios en medio de nosotros, de Jesús. En su operación son
análogas a la proclamación de la Escritura, aunque por supuesto no tienen el mismo valor».
(
Nota: K. RANAGHAN, -As the Spirit Leads Us., p. 52, Paulist Press, N. Y. 1971).
DOCILIDAD Y DISPONIBILIDAD 
Por lo tanto en la reunión de oración es muy importante que todos y cada uno participen
buscando al Señor y estando atentos al Espíritu Santo. En la asamblea donde se dé esta fe
expectante en la actuación del Señor, por su Espíritu, a través de sus dones espirituales o
carismas; donde haya gran docilidad y disponibilidad al Espíritu, se dará la manifestación de
tales dones, en su gran diversidad, según las necesidades de la comunidad. «Cuando os
reunís, cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación, un discurso en
lenguas, una interpretación; pero que todo sea para edificación» (1 Co. 14,26). 
VARIEDAD DE DONES
 Los dones se manifiestan según las necesidades orgánicas de la Iglesia, de la
comunidad. Don de dirigir la reunión, don de profecía, según 1 Co 14,3., don de enseñar, don
de discenir. Cuando un grupo crece y se va formando en comunidad más amplia con un
mayor radio de influencia, el número de dones va aumentando, o mejor dicho, los dones ya
existentes en los miembros de la comunidad se van manifestando: dones de la palabra, dones
de fe, dones de servicio a todos niveles.
En el Nuevo Testamento hay cuatro listas de carismas con mención explícita de este
término: 1 Co 12, 4-10; 28-31; Rom 12,6-8; 1 P 4,10. Hay otras cuatro sin usar dicho
término: 1 Co 14,6.13; 14,28; Ef 4,11; y Mc 16,17-18. No vamos a detenernos ahora en su
enumeración y estudio. Recordemos solamente que todos estos carismas son dones gratuitos
del Espíritu Santo para la edificación. Todos deben recibirse con gratitud, podemos aspirar a
ellos y pedirlos, sobre todo los más útiles al servicio de los hermanos.
REGLA DE ORO EN EL USO DE LOS CARISMAS 
Todos los carismas están al servicio del amor, nos dice S. Pablo (1 Co 13). Ya podría
tener uno los carismas más extraordinarios, si ese cristiano no tiene caridad, si no usa su don
según la ley del amor, de nada sirve. Porque el Espíritu Santo es el mismo amor del Padre y
del Hijo, y todas sus actuaciones en los miembros del Cuerpo de Cristo han de manifestar su
naturaleza. El amor construye, une, da vida y vence al mal. 31
Los grupos de oración que saben apreciar y pedir con humildad, pero al mismo tiempo
con fe expectante, los dones espirituales, y los ponen al servicio del amor fraterno, verán
crecer la comunidad y darán testimonio, con valentía, de Jesús resucitado. 


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  3. ORAR EN LENGUAS: UN MODO DE AMAR A DIOS
    El don de lenguas es una oración del corazón
    Robert Faricy S.J. y Milette Estrada
        Actualmente, millones de personas han recibido el don de lenguas. Es
    el elemento más distintivo de la corriente carismática-pentecostal que
    se ha extendido por todo el mundo y ha alcanzado a cristianos de
    prácticamente todas las denominaciones.
       Las lenguas han estado presentes en nosotros desde la bajada del
    Espíritu Santo sobre los discípulos en Pentecostés, y han estado siempre
    presentes en la vida de la Iglesia. Pero las lenguas son un don que
    muchas personas prefieren no recibir. Parece extraño, innecesario. A los
    que oran en lenguas les preguntan muchas veces: "¿Qué es eso? ¿Cómo se
    puede explicar?' ¿De qué me serviría el orar en lenguas?"
       Aunque le llamamos un "lenguaje" de oración, no es un idioma real,
    ordinario. Expertos lingüistas han analizado miles de cintas grabadas de
    personas orando en lenguas y no han encontrado una estructura
    lingüística en lo que estaban diciendo o cantando. Les falta la
    estructura de un idioma, aún cuando suena como un idioma. Hay
    excepciones en esto; lo que está diciendo una persona orando en lenguas
    puede ser reconocible como un idioma, diferente de cualquiera de los que
    conoce esa persona. Pero como ella no sabe lo que está diciendo, el
    efecto es el mismo: las lenguas son un don de oración.
        Encontramos útil el comparar las lenguas con la oración
    contemplativa, otra forma de oración no conceptual. Contemplación
    significa unión con Dios no conceptual, sin palabras. Es una unión a
    través del amor, una unión en la que adoramos, alabamos, amamos, o vamos
    a Dios sin palabras, ni pensamientos o ideas específicas.
       Podemos contemplar silenciosamente mirando al Señor, sabiendo que Él
    nos mira a nosotros con amor, misericordia y comprensión. Podemos decir
    el nombre de Jesús despacio en nuestros corazones, o podemos repetir
    algunas veces una frase como "Te amo, Jesús". Muchas personas contemplan
    silenciosamente en la misa, durante la elevacióndel cuerpo y sangre del
    Señor. También se quedan con el Señor después de la comunión, sin decir
    oraciones ni hacer peticiones, sino en un silencio interior profundo.
    Esto es contemplación silenciosa. Del mismo modo, el don de lenguas,
    aunque es ruidoso, puede considerarse contemplativo. Cuando hablamos o
    cantamos en lenguas, las sílabas con las que oramos no forman palabras
    que representan pensamientos o ideas como sucede en los idiomas humanos.
    No representan un concepto determinado; no tienen un contenido
    específico que podamos comprender. Conocemos a Dios más con nuestros
    corazones que con nuestras cabezas. Nuestro conocimiento trasciende
    pensamientos y palabras.
       Orar en lenguas nos ayuda a conocer al Señor de un modo que es
    distinto de simplemente conocer algo sobre Él. Puedo conocer sobre el
    Señor leyendo o estudiando, pero conocerle a Él es mucho más importante.
    Esta "contemplación ruidosa" extiende y profundiza nuestra capacidad de
    conocer y amar a Dios. Porque el don de lenguas es una forma de
    contemplación, sana nuestros espíritus como toda oración contemplativa.
    La contemplación nos permite entrar directamente a Dios. Es un
    conocimiento a través del amor. Este conocimiento del corazón alcanza y
    toca al Señor, como la mujer que alcanzó y tocó el borde de la túnica
    del Señor. Nos trae el poder curativo del Señor.
       Cuando yo (Robert Farici) recibí el don de lenguas, comencé a
    practicar la oración en lenguas un poco cada día. Después del primer
    año, me di cuenta de que se habían dado algunas curaciones importantes,
    no sólo en mi vida espiritual, sino también en mi psicología. Me
    encontré con que no sólo pecaba menos, también era tentado menos. El
    Señor ha entretejido algunos aspectos de mi personalidad que estaban
    deshechos y me ha reunificado.
       El uso del don de lenguas requiere de nosotros que abramos la boca y
    hablemos, pero nos quita el peso de tener que saber exactamente cómo
    orar en cada situación. Como escribe Pablo en Romanos 8, 26-27: "El
    Espíritu también viene en ayuda de nuestra debilidad, porque no sabemos
    orar como conviene; pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con
    gemidos que no pueden expresarse con palabras. El que sondea nuestros
    corazones sabe lo que dice el Espíritu, porque el Espíritu intercede por
    los santos según el deseo de Dios".
       Usamos las lenguas no sólo en el ministerio de intercesión, sino
    también cuando oramos con alguien para pedir su sanación, por las
    intenciones de esa persona o para su liberación. Maridos y mujeres
    pueden orar en lenguas uno por el otro, como uno de los medios de unir y
    fortalecer su matrimonio. Los padres pueden orar suavemente en lenguas
    sobre sus hijos mientras están dormidos, o también cuando están
    despiertos. Las mujeres embarazadas pueden orar así por sus hijos dentro
    de ellas. Tú puedes orar en lenguas silenciosamente mientras conduces o
    caminas.
       Algunas veces podemos creer que hemos sobrepasado determinados dones
    espirituales. El don de lenguas es un buen ejemplo. Según maduramos en
    el Señor, notamos con frecuencia un cambio gradual en nuestra vida de
    oración, alejándose de la oración expresiva vocal hacia alguna forma de
    oración mental. Sin embargo, el don de lenguas no puede ser sobrepasado;
    es un don que crece con nosotros. No hay ninguna razón por la que los
    cristianos en cualquier etapa de crecimiento espiritual, no puedan orar y
    cantar al Señor en lenguas. Orar en lenguas es un don que es accesible a
    todos. Es dado por el Señor.
       Los que tienen el don de lenguas deberían usarlo diariamente para
    crecer en su relación con el Señor. Aquellos que no tienen el don de
    lenguas deberían buscarlo a través de la oración de los hermanos o
    pidiéndolo al Señor ellos mismos. Pidamos no rehusar nunca los regalos
    de amor que el Señor nos ofrece, para llevarnos a nosotros y a los demás
    más cerca de Él. 


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  4. EL ESPIRITU Y SUS DONES
    Juan Manuel Martín-Moreno, S. J.
    La especulación teológica medieval construyó sobre la arena movediza de
    una exégesis arbitraria de un texto de Isaías un grandioso edificio
    doctrinal sumamente elaborado, acerca de los siete dones del Espíritu
    Santo. Los materiales bien endebles con los que se llevaba a cabo esta
    construcción consistían en aplicar el análisis de objetos formales a
    cada uno de los dones mencionados en el texto. Si a esto se suma que
    había que dejar espacio para la gracia santificante, las gracias
    actuales, las siete virtudes infusas y los doce frutos del Espíritu, nos
    vemos un poco perdidos en una jungla conceptual muy lejana de nuestra
    sensibilidad moderna y bien lejana también del mundo de nuestras
    experiencias del Espíritu.
    ¿Quiere decir esto que toda aquella construcción teológica es algo
    inservible que haya que relegar a la historia? Pensamos que no. De las
    ruinas de aquel edificio que hoy día no puede tenerse en pie, podemos
    rescatar elementos e intuiciones muy valiosas para una mejor comprensión
    de nuestra experiencia del Espíritu y de nuestra vida de transformación
    en Cristo. Esto es lo que pretendemos hacer en estas breves líneas, a
    la manera como de las ruinas de los antiguos templos se han aprovechado
    columnas y materiales para integrar en nuevas construcciones enmarcadas
    en el estilo de la nueva época.


    I.- El texto de Isaías
    Decíamos que la piedra angular de aquel edificio doctrinal sobre los
    siete dones del Espíritu Santo era el texto de Isaías 11, 1 -3 a:
    "Saldrá un vástago del tronco de Jesé y un retoño de sus raíces brotará.
    Reposará sobre él el Espíritu de Yahvé: espíritu de sabiduría e
    inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y
    temor de Yahvé. Y le inspirará en el temor de Yahvé”.
    En el texto hebreo original sólo aparecen seis dones, estando repetido
    dos veces el temor de Yahvé. El séptimo don, o don de piedad, sólo
    aparece en la traducción griega de los LXX y en la Vulgata latina. Es
    sólo apoyándose en estas traducciones como el texto ha podido servir de
    fundamento para una teología de los siete dones. Además, el texto de
    Isaías tiene un sentido mesiánico, y se refiere primariamente al futuro
    Rey que establecerá el perfecto Reinado de Dios. Los dones del Espíritu
    son
    dones del Mesías, y por eso el Nuevo Testamento aplicará este texto a
    Jesús en el momento de su unción mesiánica, al ser bautizado en el
    Jordán (Mt 3,16; Mc 1,10).
    Sólo en un sentido muy secundario se puede aplicar este texto a los
    cristianos, en la medida en que participan del don de Jesús Mesías y
    concurren por su vocación a realizar el Reino de Dios. Pero aquí hay una
    nueva dificultad. En el texto de Isaías se habla de dones del Espíritu
    para la tarea de la construcción del mundo y la sociedad nueva. En
    cambio en la teología clásica los siete dones tenían como finalidad la
    santificación personal, y se contraponían a los carismas que eran los
    que sí ayudaban para la construcción de la nueva comunidad.
    Por todo ello vemos que el citado texto de Isaías mal puede dar pie para
    una teología de siete dones de santificación personal de cada
    cristiano. Prescindiremos de este texto y reflexionemos sobre otros
    textos bíblicos que nos parecen más relevantes para el tema.
    Prescindiremos de numerar los dones, del número siete o de cualquier
    otro número concreto, y no trataremos de delimitar con exactitud el área
    correspondiente a cada uno de ellos.


    II.- Si conocieras el don de Dios

    Antes de hablar de la pluralidad de los dones convendría fijarse en todo
    el poder de sugerencia que tiene el término don, regalo. En el discurso
    de Pedro el día de Pentecostés se exhorta a la multitud: "Que cada uno
    se haga bautizar y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). 
    Se nos habla del don así, en singular, ese don del agua del Espíritu del
    que Jesús hablaba también en singular a la Samaritana: "Si conocieras
    el don de Dios...” (Jn 4,10).
    Antes de diversificarse en un haz de dones concretos, el gran don de
    Dios es su mismo Espíritu, que nos viene dado como manifestación de su
    amor y de su generosidad. De la misma manera que el rayo de luz blanca,
    al refractarse en el prisma, da lugar a un haz de diversos colores, así
    también el don del Espíritu en nosotros se diversifica en un haz
    multicolor de dones concretos, Pero el mayor regalo que una persona
    puede hacer es el don de sí. Y esto es lo que hace el Padre con
    nosotros, infinitamente mejor que esos padres que siendo malos saben dar
    cosas buenas a sus hijos (cf. Mt 7,11 ). ”El que nos entregó a su
    propio Hijo, ¿cómo no nos dará todas las otras cosas juntamente con El?”
    (Rm 8,32). Padre e Hijo nos hacen donación de su mismo Espíritu por el
    que son Uno, para hacernos vivir de su misma vida.
    Pero para acoger el don de Dios hace falta una conversión previa. Hace
    falta estar abierto a recibir. Una espiritualidad demasiado voluntarista
    ha centrado todo en el esfuerzo del hombre, en el mérito humano, en el
    precio que pagamos para recibir los dones de Dios. La Renovación
    Carismática quiere subrayar la gratuidad del don divino.
    La sociedad nos envuelve en sus hábitos mercantilistas. Las cosas valen
    por lo que cuestan. Estamos habituados a pensar que lo que no cuesta no
    tiene valor. Por eso hay que convertirse para apreciar el don de Dios.
    Hay que llegar a comprender que las cosas verdaderamente valiosas no
    cuestan nada, que una puesta de sol es más bella que el más lujoso
    espectáculo. ¿Qué hay tan valioso como el aire? Sin embargo no cuesta
    nada. Ahí está gratis; sólo hace falta abrir los pulmones para acogerlo.
    ¿Qué hay tan valioso como el agua? Ahí está gratis, siempre dispuesta a
    satisfacer nuestra sed.
    Pero habitualmente apreciamos las cosas por su precio o por nuestro
    esfuerzo en conseguirlas. Y hay que convertirse de esta actitud, para
    poder conocer el don, apreciarlo y acogerlo en su gratuidad. Y para
    acoger la vida como don gratuito hay que sentirse pobre y renunciar
    definitivamente a nuestros esquemas mercantiles en nuestro trato con
    Dios. "¡Oh, todos los sedientos venid por agua, y los que no tenéis
    plata, venid, comprad y comed sin plata, y sin pagar, vino y leche. ¿Por
    qué gastar plata en lo que no es pan y vuestro jornal en lo que no
    sacia?" (Is 55,1-2). Venid al mundo nuevo en el que no hay dinero, en el
    que "todo es gracia".
    El concepto de gratuidad viene reforzado por el término infuso que la
    teología medieval aplicaba a los dones del Espíritu. Infuso quiere decir
    infundido, derramado, y hace alusión al agua derramada en el bautismo,
    que es el momento en que recibimos estos dones. Junto con el agua que se
    derrama sobre nuestras cabezas, son derramados los dones del Espíritu. Y
    este concepto de infusión se opone radicalmente a cualquier idea de
    adquisición, de logro, de compra o de mérito.
    Se oponen estos dones infusos a las virtudes que uno puede ir
    adquiriendo poco a poco a base de ejercicio, de constancia, de ascética,
    de esfuerzo humano. Hay evidentemente en la vida unas virtudes que
    vamos adquiriendo poco a poco como fruto de nuestro esfuerzo. Pero no
    nos referimos a ellas al hablar de los dones, sino a un regalo gratuito
    de quien "nos amó primero". "Pues habéis sido salvados por la gracia
    mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios;
    tampoco viene de
    las obras para que nadie se gloríe." (Ef 1,8-9).


    III.- Dones de Santificación

    Otro elemento válido e iluminador de la teología medieval era la
    distinción que hacía entre los dones santificantes (los siete dones) y
    los carismas o gracias "gratis datae". Según esto habría que distinguir,
    en el plano de la gracia, unos dones preferentemente destinados a la
    santificación personal del cristiano, y otros destinados a la
    edificación del cuerpo de la Iglesia (carismas).
    No conviene insistir demasiado en esta diferencia, ya que se da una
    relación mutua entre ambos. Una persona santa (interiormente abierta a
    la acción del Espíritu) será forzosamente un instrumento más apto para
    acoger los carismas en la tarea de la construcción de la Iglesia. Sin
    embargo sí puede ser útil señalar la diversidad de funciones entre dones
    y carismas.
    Hay que resaltar primariamente la llamada del cristiano a la santidad.
    ¿Qué es santidad? En el Nuevo Testamento santidad significa
    consagración. Los santos son aquellos que están consagrados para el
    servicio de Dios. El Santo de Dios es Jesús, consagrado por el Padre.
    sellado con la unción del Espíritu, para realizar la misión salvadora
    que el Padre le confió. El cristiano en su bautismo es también escogido,
    consagrado por el Espíritu para asimilarse a Cristo. revestirse de
    Cristo, conformarse a su imagen. El ideal de santidad es entrar en el
    misterio pascual de Jesús, en su profunda actitud de despojo interior
    para la entrega al amor de los hermanos. Santidad es emprender el éxodo
    que nos saca de este mundo y sus criterios. para vivir a la luz de las
    bienaventuranzas: “A los que de antemano conoció los predestinó a
    reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera El el primogénito entre
    muchos hermanos" (Rm 8,29).
    El Espíritu Santo nos consagra con sus dones, nos aparta para una
    dedicación exclusiva al servicio de Dios, nos reviste de la misma
    entrega de Cristo por amor, y nos da un corazón nuevo, manso. pobre y
    limpio, hambriento de justicia. paciente y misericordioso, instrumento
    de paz. Y esta acción del Espíritu se interioriza en el hombre. Además
    de las llamadas gracias actuales o inspiraciones pasajeras, hay en el
    hombre nuevo una disposición permanente de docilidad de prontitud para
    dejarse
    moldear según la imagen de Jesús. Es como una segunda naturaleza.
    La santidad es una vocación, una llamada que tiene su propio dinamismo,
    que se va desplegando en el tiempo y va creciendo “hasta llegar al
    estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo” (Ef
    4.133). Es un proceso en el que nos vamos despojando del hombre viejo y
    revistiendo del nuevo.
    Pues bien, todo este proceso y dinamismo tiene dos polos: uno exterior
    al hombre. que son las gracias y ayudas concretas que vienen de Dios, y
    otro interiorizado dentro del cristiano, que son los dones como
    capacidad de respuesta, como facilidad y agilidad del hombre interior
    para dejarse conducir por el Espíritu en su tarea de recrear en nosotros
    el hombre nuevo. Esta facilidad y capacidad permanente de respuesta
    interior en sus diversos aspectos es lo que llamamos dones del Espíritu
    Santo.


    IV.- Docilidad al Espíritu
    Definíamos, pues, los dones como docilidad interior y permanente a la
    obra del Espíritu en nosotros. Decíamos que esta actitud no es adquirida
    sino infusa, otorgada. Podemos explicarla mejor con algún ejemplo. Hay
    personas que nacen con buen oído y con una capacidad especial para
    gustar la música. Este buen oído no se puede adquirir ni aprender, y no
    es fruto de mucho trabajo o de muchos estudios. Se nace con él; es un
    don de la naturaleza, que capacita al hombre para gustar la música, para
    componer melodías nuevas o interpretarlas. Es un don permanente,
    habitual que hay que distinguir de los momentos pasajeros de inspiración
    para componer una melodía. La inspiración es pasajera, pero la
    facilidad para la música es habitual.
    En la vida del Espíritu ocurre algo semejante. ¿Por qué hay personas que
    se aburren habitualmente en la oración, a quienes la Biblia no les dice
    nada, incapaces de vibrar o emocionarse ante la belleza de las
    bienaventuranzas, torpes para captar la vocación o los impulsos con los
    que Dios quiere ir conduciendo su vida? En el fondo es la carencia de
    los dones del Espíritu la que lleva a esta situación de pasividad y
    aburrimiento, semejante a la que siente en un concierto un hombre que no
    tiene ningún
    interés ni facilidad para la música. Tardos de corazón para creer (Lc
    24,25), incapaces de comprender las cosas que son de arriba Un 3,12),
    sin sentido del misterio, sin capacidad de maravillarse y extasiarse. Lo
    que ocurre sencillamente es que “el hombre animal no tiene sensibilidad
    para el Espíritu.” (1Co 2,14). Es romo, zafio, insensible, tosco,
    superficial. Se aburre, bosteza, no capta los matices, no es capaz de
    ilusionarse. En el fondo es que no hay en él esa sensibilidad, ese don
    interior que le haga vibrar y resonar en armonía con la acción del
    Espíritu.
    En cambio, el hombre espiritual muestra una gran connaturalidad con las
    mociones espirituales, que conlleva facilidad, gusto, agilidad,
    sensibilidad a los detalles, perspicacia, agudeza intuitiva,
    profundidad, docilidad y abandono. Son estos dones interiorizados los
    que posibilitan que el hombre pueda responder de una manera dinámica y
    crecer en santidad, es decir, irse asimilando progresivamente a Cristo.
    En los picaderos distinguen entre caballos de boca dura, a quienes hay
    que regir con un grueso hierro en la boca (bocado), y los caballos finos
    a quienes se rige con un finísimo hilo de metal (filete) y son
    sensibles al más suave tirón de las riendas. Es de esta docilidad
    habitual al Espíritu de la que estamos tratando.


    V.- Diversidad de dones
    ¿Por qué hablar de dones así, en plural? Hasta ahora sólo hemos hablado
    de palabras en singular: docilidad, sensibilidad... ¿En qué sentido
    podemos hablar de los dones en plural, de docilidades, sensibilidades,
    etc?
    Sin insistir en el número siete, ni tratar de diversificar los dones con
    precisi6n según el criterio de sus objetos formales, sí podemos decir
    que esta actitud de docilidad puede recibir diversos nombres, al ser
    aplicada a las distintas áreas o aspectos de nuestra vida en las que se
    ejercita la acción del Espíritu.
    Encontramos personas sencillas que sin muchos estudios han llegado a una
    comprensión muy profunda de los misterios del Reino. Hay en ellos una
    inteligencia natural. Ese es un don del Espíritu.
    En otras personas encontramos un don especial para saborear las cosas de
    Dios, para asombrarse ante sus maravillas, para gustar
    contemplativamente la alabanza, la música y la poesía de la oración. Es
    otro don del Espíritu.
    En otras personas encontramos un gran don para discernir interiormente
    las mociones del Espíritu y los signos por los que Dios nos muestra su
    voluntad en nuestra vida. En otras detectamos una gran capacidad de
    ilusión por el programa evangélico, y una gran creatividad para
    concretarlo en formas renovadas y en dar sentidos proféticos nuevos a la
    propia existencia bajo la acción del Espíritu.
    De alguna manera, podernos decir que hay una gran variedad de dones de
    santificación personal: sensibilidad para captar los valores de la
    castidad consagrada; sensibilidad para vibrar emocionalmente ante un
    compromiso radical de pobreza evangélica; docilidad al Espíritu para
    transformar situaciones de intenso dolor o humillación en signo de amor y
    misericordia...
    Verdaderamente "cada uno recibe de Dios un don particular, éste de una
    manera, aquél de otra" (1Co 7,7). Así como en la llamada a construir la
    Iglesia hay distintos carismas para distintos individuos, así también en
    la llamada a la santidad hay diversas vocaciones a encarnar algún
    aspecto especial de Cristo, a especializarse en su actitud
    contemplativa, en su misericordia, en su amor fiel en medio del
    sufrimiento, etc. A cada Una de estas vocaciones corresponde un don del
    Espíritu que prepara y capacita para responder activamente a las
    diversas mociones que se irán dado a lo largo del proceso de crecimiento
    en Cristo.
    Distinguían también los teólogos entre dones y virtudes. Quizás esta
    distinción pueda parecer demasiado sutil, pero quiero recogerla porque
    nos ayuda a ilustrar algo muy importante. Según esta teología, las
    virtudes nos disponen para poder actuar conforme al dictado de la razón.
    En cambio los dones nos disponen para actuar conforme a los dictados
    del Espíritu Santo. Hay algo muy importante en esta distinción. Pone de
    manifiesto que la acción del Espíritu, aunque nunca sea absurda o
    antirracional, sí desborda con mucho los límites de la razón. Los santos
    han llegado a hacer cosas a las que nunca hubieran llegado por el solo
    ejercicio de su razón.
    En el caso del discernimiento espiritual, por ejemplo, S. Ignacio de
    Loyola distingue dos momentos en que entran en juego distintas
    capacidades del hombre. En un primer momento se sopesan los pros y los
    contras a favor de una u otra opción en cualquier alternativa que se nos
    presente, y todo ello según la luz de la razón. Aquí estaría en juego
    la virtud de la prudencia. Pero hay un segundo momento en que se captan
    las mociones concretas del Espíritu por vía de signos, diversidad de
    espíritus, consolaciones o desolaciones, intuiciones que ya no pueden
    ser discernidas por la razón humana. La capacidad para este
    discernimiento nos viene de un don especial del Espíritu. Lo
    entenderemos mejor con un ejemplo. La razón es apta para captar tan solo
    aquellos mensajes que llegan en una cierta- frecuencia dentro de una
    banda determinada, Pero hay mensajes de Dios emitidos en unas
    frecuencias que no corresponden a la banda de la simple razón.
    Necesitamos un receptor equipado con una banda especial para estas
    frecuencias. Los dones del Espíritu son esta banda especial que nos
    capacita para captar frecuencias que escapan a la simple razón.
    “El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios... Nosotros
    no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de
    Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales
    hablamos también, no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino
    aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales en términos
    espirituales. El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de
    Dios: son necedad para él. Y no las puede conocer, pues sólo
    espiritualmente pueden ser discernidas" (1Co 2,10.12-14).
    Son los dones del Espíritu los que nos constituyen, por tanto, en
    hombres espirituales, capaces de sondear hasta las profundidades de Dios
    (v. 10), "captar las cosas del Espíritu de Dios” (v. 14) y no
    "naturalmente” (v. 13) ni "con una sabiduría humana", sino con una nueva
    sensibilidad recibida por todos cuantos tenemos la mente en Cristo.


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  5. Nuestra acogida al hermano en el Grupo de Oración

    Rodolfo Puigdollers



    La comunidad es un don de Dios. El Cristo glorificado, en medio de la
    comunidad cristiana, nos da su Espíritu. Dándonos gratuitamente su
    Espíritu nos reúne en comunidad. En el otro, en el hermano, es Cristo
    quien me sale al encuentro. Es el Cristo que me habla, que me ayuda, que
    me corrige; es el Cristo pobre, necesitado, hambriento.
    Para poder acoger auténticamente al hermano necesito sentirme comunidad
    cristiana; necesito sentirme cuerpo de Cristo, donde cada uno tiene su
    función y su lugar; necesito aceptar y estar en comunión con los
    dirigentes. Sintiéndome así comunidad podré discernir cuál es el rostro
    de Cristo que viene a mi encuentro: ¿el Cristo que me habla o el Cristo
    que me pide una palabra?, ¿el Cristo que me consuela o el Cristo que
    pide consuelo?, ¿el Cristo que me reprende o el Cristo que pide ayuda?
    El hermano, la comunidad, es siempre el gran don que me hace Cristo.
    Rechazando al hermano, rechazo a Cristo; aislándome de la comunidad, me
    aíslo de Cristo.
    Para que la presencia de Cristo resplandezca en nuestra comunidad es
    preciso vivir en la fe. La presencia de Cristo es un misterio de fe,
    sólo en la fe seremos conscientes de esta presencia. Y la fe alimenta
    con la esperanza, la gran esperanza del don de Cristo, la esperanza de
    su venida; se alimenta con el amor, el amor que nos lo hace anhelar, que
    nos lo hace ver en sus huellas, que nos hace suspirar en su ausencia.
    La oración, la contemplación, la súplica continua purifica nuestro
    corazón para poder ver el Cristo en medio de nosotros. Sabemos que está,
    y, a veces, no lo vemos. Pero El está. ¡Purifica, Señor, nuestro
    corazón!
    Cuando pido perdón al hermano, dejo que el Espíritu Santo entre en mi
    interior y purifique mi rostro. Si mi rostro, mis palabras, mi silencio,
    mis acciones, mi espera, resplandecen con la luz de Cristo, mi hermano
    verá al Señor. Si la luz de Cristo resplandece en mi hermano, yo, en mis
    tinieblas, veré al Señor. Así viviremos en la fe y en la palabra del
    que nos ha hecho hermanos. Las tinieblas de la comunidad son siempre un
    problema de purificación. Y «puro» significa que está sólo el Señor. No
    es culpa del hermano. Si tu ojo es puro, verás todo el Cuerpo. Los ojos
    purificados, los ojos de la Paloma, ven siempre el Cuerpo de Cristo.
    Ésta es la profecía: ver al Cristo en medio de su Cuerpo. Éste es el
    discernimiento: contemplar con los ojos de Cristo. Éste es el don de
    lenguas: unirse al canto del Espíritu.
    Acoger al hermano es acoger a Cristo. Acoger al hermano es pedir que Cristo nos acoja. 


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  6. El GRUPO de RENOVACIÓN
    CARISMÁTICA y los CARISMAS
    Manuel Casanova S. J. 
    FE EXPECTANTE 
    Al hablar de grupos de renovación podríamos hacer una gran lista: grupos de revisión
    de vida, grupos de oración según las más variadas orientaciones y formas. En un grupo se
    insiste en la oración litúrgica, en otro en la preparación de un tema o de un texto bíblico, en
    otro en el silencio o la contemplación; en otros se busca una acción concreta o un compromiso
    determinado.
    El grupo de oración en la Renovación Carismática se caracteriza por la fe expectante, es
    decir, una fe que espera firmemente que Dios realizará lo que ha prometido. Con frecuencia
    muchos «creyentes» no esperan ver realizadas las cosas que dicen creer. Así sus vidas y
    asambleas cristianas se mueven en un nivel de fe bastante deficiente.
    Jesús prometió a sus discípulos, y en ellos a toda Iglesia que el Espíritu Santo les
    guiaría a la verdad, les iluminaría sobre todo lo que El les había dicho (Jn 14,26), que el
    Espíritu vendría sobre ellos como una fuerza y poder para dar testimonio de El con valentía
    (Hch 1,8). Si el Espíritu está, pues, en cada cristiano y desea transformarnos como individuos
    y como cuerpo, debemos reunirnos juntos para dar al Padre el culto que El espera de nosotros
    en espíritu y verdad» (Jn 4,24), y para abrirnos cada vez más a la acción del Espíritu en
    nosotros.
    EL ESPÍRITU SANTO Y LOS CARISMAS 
    Creemos que es el Espíritu el que nos congrega en la Iglesia, y que esta Iglesia
    universal se manifiesta aquí y ahora en este grupo de creyentes reunidos en nombre de Jesús
    (Mt 18,20). Es el Espíritu de Jesús el que nos va formando más y más en el Cuerpo de Cristo,
    y lo realiza a través de los dones espirituales o carismas. Si, pues, nos reunimos con esta
    convicción profunda, «en el Espíritu», no podremos menos de experimentar lo que es la
    acción del Espíritu formando, transformando y unificando la comunidad cristiana. 
    EN LA ASAMBLEA SE MANIFIESTAN LOS CARISMAS 
    Es precisamente a través de sus dones o carismas que el Espíritu actúa en el grupo de
    oración. La reunión de oración es el marco adecuado para que se manifiesten estos dones.
    San Pablo insiste en el valor de los dones de la palabra, como la palabra de sabiduría, palabra
    de conocimiento, la profecía en la asamblea cristiana (cf.: 1 Co 12-14). 30
    Todos los dones, tanto los de la palabra como los de fe, y los de servicio a la
    comunidad proceden del mismo y único Espíritu. «Según nuestra manera de ver y entender»,
    dice K. Ranaghan, «los dones del Espíritu que se manifiestan en el Cuerpo de Cristo son
    acciones de Jesús, el Señor resucitado entre nosotros, que actúa a través de unos miembros de
    su cuerpo, abiertos y dóciles a las inspiraciones del Espíritu. Son pues, extensiones de la
    actuación de la Palabra viva de Dios en medio de nosotros, de Jesús. En su operación son
    análogas a la proclamación de la Escritura, aunque por supuesto no tienen el mismo valor».
    (
    Nota: K. RANAGHAN, -As the Spirit Leads Us., p. 52, Paulist Press, N. Y. 1971).
    DOCILIDAD Y DISPONIBILIDAD 
    Por lo tanto en la reunión de oración es muy importante que todos y cada uno participen
    buscando al Señor y estando atentos al Espíritu Santo. En la asamblea donde se dé esta fe
    expectante en la actuación del Señor, por su Espíritu, a través de sus dones espirituales o
    carismas; donde haya gran docilidad y disponibilidad al Espíritu, se dará la manifestación de
    tales dones, en su gran diversidad, según las necesidades de la comunidad. «Cuando os
    reunís, cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación, un discurso en
    lenguas, una interpretación; pero que todo sea para edificación» (1 Co. 14,26). 
    VARIEDAD DE DONES
     Los dones se manifiestan según las necesidades orgánicas de la Iglesia, de la
    comunidad. Don de dirigir la reunión, don de profecía, según 1 Co 14,3., don de enseñar, don
    de discenir. Cuando un grupo crece y se va formando en comunidad más amplia con un
    mayor radio de influencia, el número de dones va aumentando, o mejor dicho, los dones ya
    existentes en los miembros de la comunidad se van manifestando: dones de la palabra, dones
    de fe, dones de servicio a todos niveles.
    En el Nuevo Testamento hay cuatro listas de carismas con mención explícita de este
    término: 1 Co 12, 4-10; 28-31; Rom 12,6-8; 1 P 4,10. Hay otras cuatro sin usar dicho
    término: 1 Co 14,6.13; 14,28; Ef 4,11; y Mc 16,17-18. No vamos a detenernos ahora en su
    enumeración y estudio. Recordemos solamente que todos estos carismas son dones gratuitos
    del Espíritu Santo para la edificación. Todos deben recibirse con gratitud, podemos aspirar a
    ellos y pedirlos, sobre todo los más útiles al servicio de los hermanos.
    REGLA DE ORO EN EL USO DE LOS CARISMAS 
    Todos los carismas están al servicio del amor, nos dice S. Pablo (1 Co 13). Ya podría
    tener uno los carismas más extraordinarios, si ese cristiano no tiene caridad, si no usa su don
    según la ley del amor, de nada sirve. Porque el Espíritu Santo es el mismo amor del Padre y
    del Hijo, y todas sus actuaciones en los miembros del Cuerpo de Cristo han de manifestar su
    naturaleza. El amor construye, une, da vida y vence al mal. 31
    Los grupos de oración que saben apreciar y pedir con humildad, pero al mismo tiempo
    con fe expectante, los dones espirituales, y los ponen al servicio del amor fraterno, verán
    crecer la comunidad y darán testimonio, con valentía, de Jesús resucitado. 


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  7. ORIGEN y PRIMEROS PASOS de un GRUPO de RENOVACIÓN CARISMÁTICA
    Luis Martín
       Los orígenes de todo grupo de la
    R.C. son siempre humildes. Las cosas del Señor siempre tienen un comienzo pobre
    y humilde, como Nazaret, Belén. Es el grano de mostaza. No hay técnicas
    prefabricadas para poner un grupo en marcha.
       Para empezar basta que haya
    algunas personas, más bien pocas, aunque nada más sean dos o tres, que se
    reúnan a orar con determinada frecuencia con ansias de abrirse al Espíritu. No
    importa si saben mucho o poco de la Renovación Carismática. Esta oración que
    empieza sea espontánea, sincera, con espíritu de pobres, aceptándose y amándose
    unos a otros y a partir de la palabra de Dios. Evitar desde el principio todo
    formalismo o rutina. Basta que se atengan a lo que dice San Pablo: «cuando os
    reunís, cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación, un
    discurso en lenguas, una interpretación; pero que todo sea para edificación».
    (1 Co. 14,26).
        Para que el grupo cuaje y siga
    adelante es necesario que este mínimo de personas sigan orando así durante un
    tiempo razonable, tres o cuatro meses, sin tener prisa para que crezca el
    grupo. Este tiempo, hasta que el grupo empieza a crecer, es muy importante: en
    él se va formando como el núcleo del futuro grupo, núcleo del que han de salir
    después los servidores y catequistas. En este tiempo necesitan abrirse mucho
    unos a otros y compartir la palabra de Dios y las vivencias por las que vayan
    pasando. Así se inicia ya el proceso de crecimiento y maduración espiritual y
    empezarán a despuntar los carismas.
        Muy importante en el comienzo de
    un grupo es la forma como resuelve las primeras dificultades por las que
    necesariamente ha de pasar, pues, aunque todos vienen con los mejores deseos,
    surgen enseguida dificultades, por la diversidad de caracteres, sentimientos,
    situaciones espirituales, modo de entender la oración, etc. La tentación de
    marcharse está siempre amenazando y hay quien cede: lo que más cuesta será
    siempre aprender a amar y aceptar a los demás tales como son. Esta es la gran
    dificultad de todo grupo y de ello depende en gran parte su apertura al
    Espíritu y a sus dones, dificultad que no sólo se da en los comienzos sino a lo
    largo de toda la vida de un grupo.
       Por otra parte, a los grupos
    siempre viene alguna persona difícil o problemática que resulta incómoda para
    los demás. Entonces solemos pensar: «si tal persona dejara de venir al grupo,
    todo sería más fácil, avanzaríamos más, haríamos mejor la oración... ». Pero
    esto es un engaño. Esa persona difícil que se nos ha metido en el grupo es la
    piedra de toque de nuestro grado de amor y aceptación a los demás. Si no la
    puedo amar, es la que me está denunciando, como si hubiera sido enviada por el
    Señor, hasta qué punto el pecado sigue en mí, hasta qué punto necesito un
    corazón nuevo para amar como el Señor ama. Por la fuerza del amor del Señor en
    mí llegaré a amarla como amo a los demás. 
        También empezarán a venir al
    grupo cojos y ciegos y tullidos: aquellos débiles y enfermos y pobres que en
    todas partes son rechazados, incluso en muchas comunidades que se dicen
    cristianas. Estos han de ser los mimados del grupo.
       Vendrán también personas
    inestables, que no durarán mucho; vendrán otros a observar, vendrán muchos
    sedientos del Señor.
       Es de gran importancia el sentido
    de acogida, que se tiene para todos, pero principalmente para aquellos que
    vienen por primera vez. No basta saludarlos e invitarlos a participar en la
    oración. Hace falta más: interesarse por ellos, mostrarles afecto, confianza y
    familiaridad desde el primer momento, y que nunca se sientan solos en el grupo
    sin saber a quién dirigirse.
        La acogida tiene una gran importancia para que
    permanezcan los que vienen por primera vez y ha de ser uno de los signos que
    constantemente está ofreciendo el grupo.
       Otro punto importante es la
    iniciación que hay que ir dando a los nuevos. Si hay ya un grupo considerable
    habrá que programar un seminario de iniciación; si son pocos, se puede hacer de
    forma más sencilla, pero siempre en clima de oración. Los seminarios de
    iniciación no son simple transmisión de conocimientos, sino que además y
    principalmente han de ir creando una atmósfera espiritual de apertura y entrega
    al Señor.
        Terminada esta etapa de
    iniciación será bueno celebrar un retiro para el Bautismo en el Espíritu y en
    este momento ha de sentirse la presencia orante de todo el grupo.
        El grupo terminará de completarse
    cuando llegue a formar un equipo de servidores, según cualquiera de los
    distintos procedimientos que hay para ello. Si el grupo lleva ya varios meses
    funcionando no se dilate más la formación del equipo de servidores. Si es uno
    solo el que lleva la responsabilidad del grupo, recuerde que si esto vale para
    los comienzos, llega enseguida un momento en que hay que compartir esta
    responsabilidad con algunos más que tengan plena aceptación de todo el grupo.
       Cada grupo está llamado a
    recorrer un camino de crecimiento en la vida del Espíritu, de amor mutuo entre
    todos los miembros, de entrega al Señor y a los demás. Debe ser testimonio del
    amor, de la liberación del Señor y de su presencia. Y seguir caminando hasta
    las metas que le vaya marcando el Señor: quizá la comunidad, quizás otro tipo
    de compromiso.


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  8. 5 LÍNEAS de FUERZA de la ASAMBLEA de ORACIÓN CARISMÁTICA
    Luis Martín


        Las reuniones de oración de los grupos de la Renovación Carismática
    son una vuelta a la espontaneidad de las primeras comunidades
    cristianas. Por los datos que nos suministra el Nuevo Testamento vemos
    que en aquellas comunidades destacaban los siguientes elementos:
    • Se alababa y se celebraba al Señor con salmos y cantos inspirados (Ef 5,19)
    • Se proclamaba la Palabra del Señor y los testigos que estaban presentes
     contaban en la reunión lo que Jesús había dicho y hecho (Col 3,16-17)
    • Se tenía la fracción del pan o cena del Señor
    • Tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón.
          La reunión de oración de un grupo de la Renovación se caracteriza
    por cinco líneas de fuerza que la definen y la distinguen:
    1. Presencia de Jesús: Hay una toma de conciencia de la presencia
    del Señor en medio del grupo, cumpliendo El su promesa "donde están dos
    o tres reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos (Mt 18,20).
    Presencia, además, con su poder y con su amor para curar, iluminar,
    fortalecer, hablar y reconfortar. Esta es la clave de la oración del
    grupo.
    2. Apertura al Espíritu Santo: Se empieza siempre invocando al
    Espíritu, y cada miembro así como el grupo entero se abre a la acción
    del Espíritu que nos lleva a experimentar y sentirnos como hijos de
    Dios, que nos introduce en el misterio y conocimiento de Jesús Hijo de
    Dios y derrama su amor en nuestros corazones (Rm 5,5).
    3. Oración de alabanza: Es la expresión de todo lo que el Señor
    está haciendo en cada uno y también en el grupo o en la comunidad. Hay
    verdadera necesidad de cantar las maravillas del Señor, de alabarle,
    alegrarnos y regocijarnos con El. Predomina la alabanza sobre las otras
    clases de oración (petición, perdón, etc.). La alabanza tiene una gran
    fuerza para elevar enseguida el tono del grupo y hacerlo receptivo de la
    acción del Espíritu.
    4. Comunión en el Espíritu y con Jesús: Al experimentar que
    también nos sentimos compenetrados con el Señor y con los hermanos que
    participan en la reunión, y que nos penetran las palabras y sentimientos
    del Señor. Es cuando el Señor empieza a construir el grupo y la
    comunidad y percibimos cómo empezamos a formar un solo cuerpo con el
    Señor y nos sentimos miembros unos de otros. Empezamos también a
    escuchar a los demás, a compadecernos de ellos, a amarlos: es un amor
    con el que el Señor empapa todo el grupo.
    5. Palabra de Dios: Sí, que «la palabra de Dios habite en
    vosotros con toda su riqueza (Col 3,16) se siente como palabra vida,
    como mensaje de Dios acogido con gozo y hambre, que da alimento a toda
    la oración.


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  9. por Philippe Madre
    (síntesis de Montse González)
    "Por eso, tomad las armas de Dios ... "   (Ef 6, 10 - 20)
    El combate espiritual es el combate contra el Mal, contra el Maligno. Él
    es el primer enemigo, es el que tentó a Jesús en el desierto y en
    Getsemaní. El Maligno quiere destruir al hombre en su vida física,
    psicológica y espiritual; entendiendo nuestra vida espiritual como la
    vida con Dios. El hombre está hecho para la vida, para vivir plenamente
    la vida de Dios. El Maligno tratará por todos los medios de desviarnos
    de la dirección correcta. Tiene, para ello, dos aliados con los que
    vivimos a diario: el mundo y la carne
    ÷ EL COMBATE CONTRA EL MAL
    Éste es el primer aspecto del combate espiritual. Es un combate personal
    entre el Maligno y yo. El Maligno sólo puede actuar contra mí a través
    de la tentación. No tiene ningún poder directo sobre mi; no puede
    destruir nada en mi si yo no soy cómplice de alguna manera. Por eso va a
    querer tentarme, va a querer confundirme o engañarme.
    El primer intermediario es el mundo. El Maligno se esconde detrás del
    mundo. Al decir "mundo" nos referimos a un estado espiritual que también
    puede estar dentro de nosotros. Encontramos esta consideración en el
    prólogo del Evangelio de S. Juan: "La luz ha venido al mundo y el mundo
    no la ha recibido". El mundo es una especie de poder oscuro y ciego que
    rechaza acoger el Amor de Dios y no quiere conocerlo ni oír hablar de
    Él. El mundo es una mentalidad que se cierra a la vida del Dios que puso
    su tienda entre nosotros y nos ama infinitamente.
    Una de las manifestaciones del mundo actual es lo que el Papa llama "la
    cultura de la muerte" que quiere hacernos ver como normal algo que va
    contra la vida misma, que es única, sagrada e inviolable. El mundo está a
    nuestro alrededor; nosotros estamos dentro y hemos sido llamados a
    mantenernos en el mundo, pero sin ser del mundo; llamados a no ser
    prisioneros de las ideas de la cultura dominante del s. XXI. El mundo
    tiene un miedo profundo a los verdaderos cristianos porque dan
    testimonio de Cristo y esto hace dudar a aquellos que están plenamente
    en el mundo. El verdadero cristiano suscita interrogantes al mundo.
    Hay un segundo intermediario que la Biblia llama la carne. La palabra
    carne se pude entender de formas muy diferentes, pero para el combate
    espiritual sólo hay un sentido que nos interesa y S. Pablo lo utiliza
    muy a menudo en sus cartas. La carne está en cada uno de nosotros; es
    una parte de nuestro comportamiento, de nuestros sentimientos; es una
    parte de nuestro ser interior; es una parte que está en contra del
    espíritu. El espíritu del hombre está en cada uno de nosotros; es el que
    me hace salir de mis egoísmos, hace que me preocupe de los demás, que
    no mire mis intereses sino que mire los intereses de mi hermano/a. El
    espíritu del hombre es quien hace de cada uno de nosotros "servidores"
    en todos los campos de la vida.
    La carne está en contra del espíritu y, en muchos momentos, en nuestros
    comportamientos, opiniones, decisiones..., la carne se va a oponer a que
    nosotros nos demos a los demás. Por la carne va a venir la tentación.
    Es normal tener tentaciones. No creamos que puede haber una vida sin
    tentaciones; aquél que se cree un buen cristiano porque no tiene
    tentaciones es un iluso espiritual.
    Hay tres grandes campos en nuestras vidas donde nuestra carne puede
    hacerse cómplice del Maligno y nos puede hacer sucumbir a la tentación.
    Y, puesto que el combate es algo que nos acompaña hasta el final de
    nuestros días, debemos aprender a examinarnos a la luz de Dios en cada
    etapa de nuestra vida.
    El primer campo tiene relación con el propio deseo. Tiene que ver con la
    manera de desear las cosas en nuestro corazón, que puede llevarnos a
    una tendencia posesiva de tener, de poseer, de acaparar. Nos lleva a
    vivir egocéntricamente. Esta desviación provoca que lo primero es mi
    deseo o mi placer o mi yo, antes que el deseo del otro o la necesidad
    del otro.
    El segundo campo parte del deseo normal de ser querido, respetado,
    reconocido. Este deseo puede llevarnos a una desviación que da lugar a
    querer ser admirados, a buscar tener buena fama, a desear ser bien
    vistos por todos; incluso a ser idolatrados. Esto es lo que llamamos la
    vanidad. La vanidad puede convertirse en el motor de muchas de nuestras
    acciones. En vez de ser movidos por el amor, somos movidos por el deseo
    de ser admirados.
    El tercer campo es la desviación de algo muy hermoso y humano. Es la
    necesidad de crear que hay en todos nosotros, de utilizar mi tiempo, mi
    inteligencia, mis cualidades... para mejorar el mundo, para servir a los
    otros, para extender los valores del Reino de Dios. Esta desviación se
    da cuando el hombre quiere controlarlo todo, dominarlo todo para ser "el
    más" y no para ayudar a los otros. Esto trae como consecuencia el poder
    y el querer tener siempre la razón.
    El combate espiritual implica vernos por dentro para analizar en qué
    campo podemos estar "tocados" y ver esto dentro del cuadro de nuestra
    familia, nuestro trabajo, nuestro Grupo de Oración, nuestro servicio
    pastoral, nuestras relaciones humanas... para no dejar grietas por donde
    se puede colar el Maligno y hacernos sucumbir.
    La primera etapa de un combate espiritual es la etapa de reconocimiento
    de la verdad que solamente el Espíritu Santo puede permitirnos vivir.
    Sólo el Espíritu nos convence de pecado, dice S. Juan. Y cuando yo me
    reconozco pecador en un campo concreto, recibo la misericordia de Dios y
    Él me da la gracia de no cultivar miedos o remordimientos y abrirme a
    un nuevo futuro con Dios con bases más sólidas. Por eso, la vida del
    cristiano es ir de victoria en victoria. Cada victoria sobre el mal me
    prepara para la siguiente, porque es un avance hacia la luz de Dios; me
    acerca más a Dios y a que mi vida sea una vida construida en la vida de
    Dios.
    Hay cinco formas de proteger la vida de Dios en nosotros, es decir, de
    que el Bien triunfe sobre el Mal, de que Dios triunfe sobre nuestro "yo"
    :
    1. La oración. El diálogo con el Amor. No es hacer un número
    determinado de oraciones; es una cuestión de amor. El Amor es un mendigo
    en medio de nosotros y necesita ser reconocido, saber que existe para
    alguien. Oración como diálogo de amor entre Dios y nosotros. La oración
    de alabanza es excelente porque nos permite salir de nosotros mismos
    para ir hacia Dios. La oración de adoración tiene el mismo movimiento:
    salimos de nosotros y vamos hacia Jesús. Y lo más importante, en el
    combate espiritual, es la perseverancia en la oración. No rezamos sólo
    cuando estamos bien, cuando nos apetece ... La verdadera oración es
    aquella que se prolonga cuando no nos apetece. Es una cuestión de
    fidelidad a Jesús que sabemos nos ama. Hay un padre de la Iglesia que
    decía: "La gloria está reservada a Dios. Pero hay una "gloria" para el
    hombre: durar en la fidelidad, durar en este deseo de oración. Una vez
    que nos hemos convertido y hemos decidido cambiar, salir del abismo, la
    gloria del hombre es durar en la fidelidad".
    2. La Iglesia. Nosotros no hemos sido hechos para combatir solos.
    La Iglesia es como el padre que vigila a sus hijos y ve como sus hijos
    aprenden a andar y a caminar siguiendo a Cristo. Cuando hablo de la
    Iglesia, hablo de los sacramentos. Especialmente de la Eucaristía y
    también de la Reconciliación que es un arma excelente aunque no tengamos
    grandes pecados; porque el sacramento de la Reconciliación no sólo nos
    limpia de los pecados graves, también nos ayuda a situarnos cada vez más
    en la luz de Cristo y esto nos ilumina para ver nuestras malas
    tendencias.
    3. Las obras de misericordia. Es el comportamiento espiritual que
    nos lleva a ponernos al servicio. ¿Al servicio de quién?. Al servicio
    de todos aquellos que necesitan a Dios de una forma u de otra. Hay
    situaciones de estancamiento espiritual que pueden superarse a través de
    las obras de misericordia, que suponen -muchas veces- dejar de mirarnos
    a nosotros mismos y abrirnos a las necesidades de otros seres humanos.
    4. La contemplación. Es una forma muy cercana a la oración pero
    lleva consigo este matiz: buscar la presencia de Dios en nuestro corazón
    de una forma cada vez más permanente; cultivar la atención del corazón
    al Amor de Dios, aunque no sienta nada, aunque tenga la impresión de que
    Dios está muy lejos de mí; superar lo que son sólo impresiones y vivir
    la realidad espiritual de que soy morada de Dios. Él espera que yo esté
    atento a su presencia. San Juan de la Cruz vivió esto en las tentaciones
    más terribles de su vida. Sale de ellas volviéndose espontáneamente a
    la presencia de Dios en él. La contemplación es que Dios esté presente
    en mi corazón, en mi vida, en todas mis circunstancias; no solamente en
    los momentos de oración y de celebración, sino también cuando estoy en
    cualquier actividad: familiar, profesional, apostólica... Él está en mi
    corazón. Él se esconde en mi corazón y espera que me acuerde de Él;
    espera que mi corazón esté atento a Su presencia en el metro, en el
    autobús, en el coche, en el trabajo, cocinando...
    5. La obediencia. Todos nosotros tenemos necesidad de ser mirados
    con una mirada espiritual. Esto es : que alguien conozca lo que
    vivimos, todo lo que nos puede perturbar, todo lo que nos puede hacer
    daño o dar miedo, lo que nos puede hacer caer en el pecado. Y esa
    persona nos ayuda, nos cuida y nos protege, nos orienta. Esta persona
    nos ayuda a conocernos interiormente, ora por nosotros y con nosotros,
    nos mira con misericordia y nos anima en el camino.
    ÷ EL COMBATE PARA DIOS
    El segundo aspecto del combate espiritual es lo que llamaremos "el
    combate para Dios". Es aprender a ponerse del lado de Dios, a dar
    testimonio del Amor de Dios, aprender a vivir en la línea de nuestro
    Bautismo y Confirmación. El combate para Dios comprende la búsqueda de
    la voluntad de Dios para nosotros, pues aunque somos tentados y somos
    vulnerables y caemos en el pecado, Dios quiere algo para mí.
    Muchas veces, sobre todo cuando estamos en situaciones difíciles o
    cuando tenemos que tomar decisiones importantes, cuando estamos
    perdidos, preguntamos a Dios: Señor, ¿qué quieres que haga?. Y el Señor
    raramente responde. Nosotros queremos que nos responda inmediatamente y
    concretamente. El Señor no nos quiere decir lo que tenemos que hacer
    porque no somos marionetas en sus manos; somos seres libres, hombres y
    mujeres pecadores y heridos, pero libres.
    Así pues, la voluntad de Dios sobre nosotros no es una cuestión de algo
    qué hacer, sino una cuestión de ser alguien. El Señor quiere que yo sea
    alguien especial: una persona que manifieste en todo mi ser la Alianza
    de Amor que hay entre Dios y yo. La voluntad de Dios es que yo sea cada
    vez más transparente a su Amor en medio del mundo. Pero no me va a decir
    cómo tengo que hacer las cosas;, lo que me pedirá es que yo encuentre
    la forma de hacer las cosas siendo reflejo de su Amor.
    El Señor sabe muy bien que el pecado puede poner confusión en el hombre,
    haciéndolo dudar entre el bien y el mal; por eso nos da ciertas pautas
    para no caer en esa confusión. Estas pautas no son los mandatos del
    mundo. Nosotros las conocemos y la Iglesia nos las enseña: es lo que
    llamamos la moral cristiana. No son sólo unos mandamientos que yo deba
    cumplir por obligación. Entrar en la voluntad de Dios es entrar con
    libertad por este camino.
    Cristo jamás impuso nada a sus discípulos. Él les invitó a seguirle y,
    de hecho, muchos de los discípulos que al principio estaban con Jesús no
    se quedaron con Él mucho tiempo y otros lo traicionaron en algún
    momento. Miremos el momento de la pasión de Jesús: ¿cuántos se quedaron
    con Él?. Esto muestra bien que irradiar el Amor de Jesús o cumplir su
    voluntad es el gran combate de la persona humana.
    A menudo tenemos una idea equivocada de lo que es la voluntad de Dios;
    por eso muchas veces deseamos respuestas y Él no responde como
    quisiéramos. Dios responde a su manera, es decir, nos indica un camino
    discretamente, a través de un encuentro con una persona, de un
    acontecimiento de nuestra vida, de una oración... Muchas veces eso lo
    vemos más tarde cuando reflexionamos pasado un tiempo y descubrimos que
    Dios actuó en nuestra vida.
    En esta reflexión sobre cómo entrar en la voluntad de Dios, nos ayudará
    el texto bíblico del primer libro de Samuel en el capítulo 17. Es la
    historia de David y Goliat. Goliat representa al mundo, que se burla de
    Dios y de aquellos que han hecho alianza con Dios. David representa al
    pequeño que cree en Dios: "si Dios me ha salvado del león y del oso,
    también me salvará de Goliat". La fuerza de David no está en su cuerpo
    ni en su inteligencia, sino en lo que Dios le ha manifestado de su Amor y
    su Fidelidad. Entonces Saúl le permite luchar. Pero Saúl, que no
    entiende por qué David quiere luchar, le pone una armadura. Quiere poner
    a David las armas del hombre. Mas el peso de éstas es tan grande, que
    David ni siquiera puede dar un paso. Entonces, David se quita la coraza y
    las armas, y decide poner su seguridad en otra parte. Es una forma de
    renunciar a aquello que es una falsa seguridad. Dios no le dice a David
    lo que tiene que hacer; es David quien lo va descubriendo. Así. él elige
    su arma: una onda y cinco pequeñas piedras. El mundo dice que esto es
    completamente ridículo; pero David ya está decidido, está seguro de sí
    mismo, está seguro de Dios y continúa adelante con su plan.
    Podemos ver también a través de la historia de David que la voluntad de
    Dios para nosotros es algo que siempre nos parece demasiado grande. Es
    siempre algo que no somos capaces de hacer. Es lo que le decía el rey
    Saúl: "Tú no eres capaz, es demasiado fuerte para ti; es mejor que vayas
    a cuidar tu rebaño de ovejas".
    A pesar de las recomendaciones de Saúl, David está decidido y prepara su
    onda y sus cinco piedras. Estas cinco piedras tienen un significado
    simbólico para nosotros en el combate espiritual. Y para tener verdadera
    fuerza deben ser lanzadas con la onda y no solamente con la mano.
    Anteriormente vimos cuales eran estas piedras: la oración , la iglesia,
    las obras de misericordia, la contemplación y la obediencia. La onda es
    la docilidad al Espíritu Santo.
    En el combate espiritual hay una parte de Dios y otra parte nuestra. Es
    muy importante saber que, en la fe, todo depende de Dios; pero es
    necesario que nosotros pongamos lo que está a nuestro alcance que es
    actuar para que Dios pueda darnos su fuerza. Así entraremos en la
    voluntad de Dios. La madre Teresa tiene una frase magnífica para este
    tema; decía "ora como si todo dependiera de Dios, pero obra como si todo
    dependiera de ti". Aquí están la onda y la proyección de las piedras.
    El Espíritu Santo quiere suscitar, quiere inspirar nuevas actitudes en
    nuestras vidas. De este Espíritu ya nos hablaba el Antiguo Testamento a
    través del profeta Isaías: "Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un
    vástago brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor,
    espíritu de inteligencia y sabiduría, espíritu de consejo y valor,
    espíritu de conocimiento y temor del Señor.."(Is 11,1-3). El Espíritu
    Santo es el que suscita en nuestras almas este movimiento de querer
    entrar en la voluntad de Dios y de la Iglesia; y ella nos enseña que hay
    siete dones que acompañan la acción del Espíritu.
    No podemos entrar en la voluntad de Dios sin el poder del Espíritu Santo
    que está dentro de nosotros. Todas las acciones que pudiéramos hacer
    con nuestras propias fuerzas serían muy pobres y darían muy poco fruto,
    aunque sean buenas acciones; pero cuando estas acciones están inspiradas
    por el Espíritu Santo en nuestros corazones, entonces adquieren una
    fuerza, un poder grande, y se convierten en armas del combate espiritual
    para entrar cada vez más en la voluntad de Dios.
    Vamos a ver cómo el Espíritu Santo va dando fuerza a cada una de estas
    piedras y cómo nosotros podemos colaborar con Él para que sean lanzadas
    con fuerza y que podamos ir de victoria en victoria, igual que el joven
    David pudo vencer a Goliat.
    1. La primera piedra es la de la oración. La fuerza de la oración
    se debe sobre todo a dos dones el don de Temor de Dios y el don de
    Ciencia, a través de estos dones nuestra oración crece en la fe. La
    fuerza de la oración es la que nos hace tomar en nosotros y para
    nosotros lo que pedimos o bien lo que estamos intentando vivir. Tenemos
    un ejemplo en el momento de la cruz, cuando Jesús le dice a Juan: "He
    aquí a tu madre" y el Evangelio nos dice que a partir de aquella hora el
    discípulo la recogió en su casa. Juan tomó inmediatamente lo que Jesús
    le ofreció. Toma a María como si fuera suya. Ésta es la fuerza de la
    oración: tomar para sí lo que Jesús nos promete o nos da. Muchas veces
    no tomamos en serio las promesas de Dios porque pensamos que Dios no nos
    escucha, que escucha más a otros hermanos. Y ésta es la "herida de la
    vida". Creemos que somos amados y elegidos; pero sólo con nuestra mente,
    no con nuestro corazón. Necesitamos la audacia de la fe. La audacia que
    tuvo Juan cuando se llevó a la madre de Jesús a su casa. Cuando en la
    R.C. se da una palabra de conocimiento por una persona cuyo carisma ha
    sido confirmado, es como una promesa de Dios; y ahora Dios necesita que
    tomemos en serio lo que nos promete. Esto es la audacia de la fe.
    2. La segunda piedra es la Iglesia. Y el don del Espíritu que va a
    servir más a esta piedra es el don de Sabiduría. Antes vimos los
    sacramentos de la Eucaristía y Reconciliación. Pero hay otras actitudes
    inspiradas por el Don de Sabiduría; por ejemplo, querer ser enseñados,
    querer ser formados, acoger con un corazón puro la enseñanza de la
    Iglesia. Hay demasiados cristianos que ignoran su propia doctrina y el
    Espíritu de Sabiduría inspira en nosotros un deseo de saber más de Dios,
    más de su doctrina, para fortalecernos en el combate para Dios. En la
    cultura actual, muchos hombres y mujeres fabrican sus propias creencias,
    sus propias opiniones. Por el don de Sabiduría, el Espíritu suscita en
    nuestro corazón el deseo de vivir en la verdad de Cristo. Y la Iglesia
    es la depositaria de esta verdad. Otra actitud dentro la Iglesia que nos
    fortalece, es saber que somos enviados. No somos nosotros los que
    elegimos lo que queremos hacer en la Iglesia, sino que somos enviados
    por Cristo, en el poder del Espíritu Santo, para cumplir la voluntad de
    Dios. Jesús mismo fue enviado por Dios. Nuestra fuerza no está en
    nuestras capacidades; nuestra fuerza está en el hecho de que somos
    enviados. Él espera que respondamos a la llamada, no que tengamos éxito;
    los frutos le corresponden a Él. Una última actitud -en esta segunda
    piedra- que nos hace fuertes es la búsqueda de la comunión y la unidad
    entre los hermanos. Aunque caminemos en medio de dificultades, si en
    nuestro corazón hay preocupación por la unidad y luchamos por ella,
    entonces aunque nos sintamos débiles seremos fuertes en Dios. El amor a
    la unidad en el seno de la Iglesia, en el seno de la Renovación, en el
    seno de los grupos de oración, en el seno de la familia, en el seno de
    la pareja, en el seno de nuestras comunidades... es un signo muy grande
    de la fuerza de Dios. Y esta piedra puede vencer ante el gigante, que es
    una figura del que lo divide todo.
    3. La tercera piedra son las obras de misericordia. Es decir: hay
    que ir hacia aquellos que sufren, hacia los que viven distintos modos
    de pobrezas y miserias. Puede ser la enfermedad; pero puede ser la
    ignorancia, la falta de fe. Lo importante es entrar en un servicio hacia
    los que sufren de uno u otro modo. A menudo, el Maligno nos tienta
    diciéndonos que no tenemos nada que ofrecer. La tercera piedra de David
    es ofrecer a Dios lo que no nos sentimos capaces de hacer, es decir, dar
    nuestra simple presencia. Y cuando la damos, el Espíritu Santo nos
    ayuda a tener el gesto o la palabra conveniente. Esta piedra está
    proyectada por el Don de Fortaleza. Es una gracia del Espíritu Santo que
    sólo se manifiesta cuando estamos presentes ante los que sufren, cuando
    estamos presentes ante aquellos que necesitan a Dios y hacia los cuales
    somos enviados por Cristo. El don de Fortaleza solamente obra cuando
    estamos sobre el terreno. Si yo voy hacia los enfermos, aunque me sienta
    totalmente impotente ante ellos, el hecho de estar presente -en nombre
    de Cristo- hace que el don de Fortaleza surja en mí. No es que yo me
    sienta fuerte: Dios es fuerte en mí y esa fuerza de Dios va a llegar al
    alma y a la vida de las personas que visitamos. La fortaleza de Dios
    visita a aquellos a quienes somos enviados.
    4. La cuarta piedra es la contemplación. Con el don de
    Inteligencia que nos descubre lo secreto del corazón. Inteligencia
    quiere decir leer el interior. Por este don abrimos los ojos del corazón
    a la presencia de Dios en los acontecimientos que vivimos, incluso
    acontecimientos difíciles. Por este don crece nuestra fe en la presencia
    de Dios en nuestra vida. Es decir incesantemente: "Yo sé que estás ahí
    Señor, no entiendo... pero sé que Tú estás y eso es suficiente para mí.
    Tú estás presente en mi vida..." Esta es la palabra de contemplación en
    la cual estamos invitados a entrar y que implica mucha fuerza espiritual
    por nuestra parte; porque hay momentos en que somos bendecidos por Dios
    en nuestra sensibilidad, en nuestra emotividad. Entonces sentimos bien
    que Dios está presente en nosotros, pero hay muchos momentos en que no
    tenemos ese tipo de bendición y podemos olvidarnos de la presencia de
    Dios en nosotros y entonces nos privamos de la presencia del Amigo. Ser
    contemplativos es vocación de todo cristiano. Para muchos puede ser
    también una forma particular de combate espiritual.
    5. La quinta piedra es la obediencia a un director espiritual.
    Esta piedra adquiere fuerza con el don de Consejo y el don de Piedad o
    podemos también llamarlo don de Confianza Filial. Por el don de Consejo
    nos abrimos a acoger y recibir consejos, nos dejamos corregir, aceptamos
    aprender y deseamos ser instruidos en los caminos del Señor. Y por el
    don de piedad nos abrimos a una confianza filial cada vez mayor y este
    don se convierte para nosotros en un camino de humildad y sencillez. El
    mayor enemigo de la confianza filial es el miedo, sobre todo el miedo a
    Dios. Por eso la escuela de confianza es la obediencia a un padre
    espiritual.
    Hay varias etapas en el acompañamiento espiritual y todas ellas tienen
    como meta crecer en la Caridad. Podemos hablar de distintos grados en la
    caridad:
    · Un primer grado es cuando queremos cumplir los mandamientos de
    Dios que son los deberes del cristiano, los preceptos del Evangelio y es
    lo que nos enseña la moral de la Iglesia. Esto sería el acompañamiento
    básico del cristiano.
    · Hay un segundo grado en el crecimiento de la caridad. La
    encontramos en el Evangelio en el episodio del joven rico. Este hombre
    cumplía los preceptos de la ley de Dios, pero esto no era bastante para
    él. Jesús le contestó: "Si quieres ser perfecto...". No es deber, es
    invitación. Es vivir los consejos evangélicos: pobreza, castidad y
    obediencia. Para caminar en este nivel necesitamos un director
    espiritual.
    · Hay un tercer grado que se llama el abandono en la voluntad de
    Dios. Ya no tenemos voluntad propia. Para ayudarnos en ese caminar
    necesitamos un padre o una madre espiritual.
    Cuando es Dios el que entra en la lucha, se llama prueba. La prueba
    viene de Dios; la tentación viene del Maligno. Las pruebas nos hacen
    vulnerables; pero a la vez nos hacen crecer en la vida y en el amor de
    Dios. En la tentación hay que luchar; en la prueba hay que abandonarse,
    porque es Dios quien la permite.
    Las cinco piedras son importantes. No podemos coger una y dejar las
    otras, aunque en cada momento de nuestra vida espiritual dos o tres de
    ellas son más fuertes que las otras. Somos nosotros quienes debemos
    elegirlas, tomarlas en serio y vivirlas de verdad; de ese modo se
    convertirán en armas poderosas del Espíritu que nos traerán la victoria
    sobre nuestros enemigos


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  10. por  Ceferino Santos S.J.  


    Con alguna frecuencia se viene dando en retiros de sanación, en
    oraciones de intercesión o de liberación, tras la unción de los enfermos
    con aceite bendecido, o tras la imposición de manos sobre aquellos por
    quienes se ora, el fenómeno llamado por algunos descanso en el Espíritu.
    Otros prefieren traducir el ingles being alain in the Spirit, como
    fulminación en el Espíritu, dormición en el Espíritu o quedar abrumado
    por el amor y la presencia de Dios, o tener silencio en el Espíritu y
    reposo en Él.
    (A) El verdadero descanso del Espíritu es un don carismático, otorgado a
    uno o a varios para trasmitir a otros una cierta protección de Dios,
    con lo que se alimentan la fe, la paz interior, la inteligencia de las
    enseñanzas recibidas y se facilita la practica de la vida cristiana, al
    suprimirse bloqueos o resistencias mas o menos conscientes a la acción
    del Señor, lo cual a veces se expresa o se visualiza con un rendimiento
    ante Dios que conlleva la perdida pasajera del equilibrio corporal,
    deslizándose suavemente hacia el suelo o sobre el asiento que se ocupa,
    con una cesación pasajera del movimiento corporal y local.
    Dado que existen en la practica pastoral y en la teoría dudas,
    equivocaciones y hasta errores en torno a este fenómeno del descanso del
    Espíritu, puede resultar útil y conveniente hacer algunas aclaraciones
    al respecto.
    (B) El descanso pertenece al carisma de sanación es un toque directo a
    los sentidos internos de la imaginación y de la memoria, con una
    llenumbre de la presencia de Dios, de su amor y de su paz, de modo que a
    veces, el cuerpo queda alcanzado y como inmovilizado por un tiempo, y
    Dios sana interna o externamente y libera a veces.
    Uno puede resistirse a este fenómeno de sanación, por sentirse asustado
    ante el, pero entonces no suelen seguirse en el que se ha resistido los
    frutos de paz y de oración mas recogida, y suelen quedar en el rastros
    nuevos de turbación o de inquietud. Algunos, que no se resisten a este
    don, tras la oración y la imposición de manos, se sienten caer
    suavemente hacia el suelo, si están de pie o de rodillas, o se quedan
    como relajadamente inmóviles sobre su asiento los que estaban sentados.
    Este fenómeno suele ser pasajero y breve.
    (C) El aspecto principal del descanso en el Espíritu, es la fuerte
    presencia sanadora del Dios viviente, que purifica, libra de
    dificultades y bloqueos interiores a su acción fortalece el alma para
    sobrellevar el peso del compromiso cristiano de un modo renovado. El que
    Dios llene la memoria y la imaginación de su presencia, de su amor de
    su sanación no presenta dificultades en la renovación Carismática ni
    fuera de ella.
    (D) El punto controvertido y discutible en el descanso en el Espíritu es
    ese sentirse anonadado por el peso del amor de Dios con el fenómeno
    espectacular de la caída suave del cuerpo hacia atrás o hacia adelante,
    hasta que el don se haya pasado. Cuando el descanso en el Espíritu es
    verdadero, la caída del cuerpo es como una señal externa de un nuevo
    rendimiento al Señorío de Cristo y de una nueva aceptación del amor y la
    voluntad de Dios sin resistencias.
    En el descanso en el Espíritu la persona sigue teniendo control pleno de
    su entendimiento y de su voluntad. El entendimiento sigue libre para
    orar con la atención mas concentrada en Dios. Otros efectos, como la
    extinción de traumas, de bloqueos o cargas interiores, la iluminación
    espiritual o la sanación, dependen de las necesidades individuales del
    que recibe este don.
    (F) El verdadero descanso en el Espíritu, 1)- facilita la oración en
    tanto cuanto toca los sentidos internos dispersos y los unifica, 2)-
    facilita el sentido profundo de la presencia y del amor de Dios.
    (G) Estos dos efectos internos pueden darse sin el hecho exterior
    concomitante de la caída al suelo de la caída al suelo por el impulso
    poderoso y abrumador del amor de Dios.
    (H) Hay personas que creen erróneamente que caen al suelo porque han
    sido empujadas por el que les impone las manos. De hecho es el amor
    abrumador de Dios el que empuja y vence poderosamente obstáculos en
    personas que evitan aparecer como poco naturales.
    (I) El poder de descansar en el Espíritu. Es el problema mas vidrioso de
    este don, que el Señor concede a algunos en los grupos de intercesión.
    (J) (1) El don parece en si valido por sus efectos buenos: paz,
    presencia de Dios, mas facilidad para orar, sanación de traumas y
    resistencias a Dios, liberación de opresiones.
    (2) El descanso en el Espíritu no es expresamente una oración de quietud
    con su experiencia directa del amor de Dios, que aquí se experimenta
    con amor sanador mas directamente que como don de oración contemplativa.
    (3) Tampoco se trata de un fenómeno natural de hipnosis, donde la
    voluntad queda casi totalmente suspendida y sometida al hipnotizador,
    donde la conciencia se entorpece y la memoria de la actividad
    desarrollada en hipnosis se pierde al volver en si. A veces esta
    alienación transitoria de la voluntad transitoria de la voluntad del
    hipnotizado resulta seriamente peligrosa. Nada de esto sucede en el
    descanso en el Espíritu: la voluntad y el entendimiento se mantienen
    despiertos y activos, sin someterse a nadie mas que a Dios.
    (4) Tampoco se ha de confundirse el descanso en el Espíritu con un
    posible influjo diabólico, que emboba las potencias del hombre y
    obscurece, turba y debilita espiritualmente el alma y lleva al que lo
    padece a buscar sitios concurridos para llamar la atención de otros y
    distraerlos de su oración o de la sanación interior en curso. Este
    influjo diabólico deja gran turbación, depresiones y falta de paz en el
    que lo ha recibido.
    (5) Ha habido abusos por parte de personas que por su debilidad
    psicológica o por ganas de atraer hacia ellas la atención simularon el
    descanso en el Espíritu. Los efectos posteriores de tristeza, depresión,
    angustia, oscuridad espiritual, insatisfacción y falta de paz,
    declararon la falsificación de un don carismático.
    (6) Se necesita, por tanto, enseñanza sana, discernimiento y guía
    espiritual recta durante este ministerio de sanación por el descanso en
    el Espíritu y después de el. No conviene despertar al que esta; en el
    descanso en el Espíritu, no se le turbe tras el con preguntas agobiantes
    e indiscretas; no se le obligue a dar paseos para despejarse, etc.; al
    que tuvo el descanso déjesele tranquilo por un rato largo para que el
    don de Dios produzca sus efectos buenos sin interferencias humanas. En
    el falso descanso, despiértese al paciente.
    (7) No se haga del descanso en el Espíritu el don central del ministerio
    de sanación. La sanación viene de la presencia de Jesús sanador y
    Salvador y del poder de su Espíritu aceptado desde la fe.
    (8) Tampoco se caiga en el otro extremo de denunciar este don como algo
    ajeno a la Renovación Carismática y como una novedad de la Iglesia. Se
    trata de un fenómeno conocido en la historia de la Iglesia.
    En el proceso de canonización de Santa Clara, Sor Bienvenida de Perusa
    declara bajo juramento una sanación en la que el Señor utiliza a Santa
    Clara y aparece el descanso en el Espíritu. Declaro; también la testigo
    que, habiendo caído en demencia un fraile de la Orden de los Menores,
    que se llamaba Fray Esteban, San Francisco le mando al Monasterio de San
    Damián, para que la Santa hiciera sobre el la señal de la Cruz. Hecho
    esto, el fraile quedo adormecido un poco de tiempo en el lugar donde la
    Santa Madre solía hacer la oración, y cuando se despertó, tomo alimento y
    se marcho curado.
    (Cf. OMAECHEVERRIA, Ignacio: Escritos de Santa Clara y documentos contemporáneos. Madrid, BAC, 1970, pag. 70.).
    (9) En el descanso en el Espíritu la mente esta mas clara para acoger a
    Dios; no es por tanto un desmayo donde la inteligencia se nubla o se
    pierde temporalmente. El descanso en el Espíritu (fenómeno de sanación)
    nada tiene que ver con la caída al suelo en una crisis epiléptica
    (enfermedad con perdida de sentido, espumarajos, estremecimientos, cf.
    Mc. 9.18: lo derriba al suelo le hace echar espumarajos y rechinar los
    dientes). Este mismo niño del Evangelio de San Marcos, cuando recibe la
    curación fisiológica de su epilepsia, la psicológica de sus desmayos y
    la espiritual, liberado de aquel Espíritu malo que le arrastraba hacia
    el fuego o hacia el agua para destruirlo, queda en una especie de
    descanso en el Espíritu (Mc.9.26: el muchacho quedo curado como muerto),
    pero enseguida Cristo lo levanto y estaba sano.
    (10) El descanso en el Espíritu es diferente del éxtasis sobrenatural,
    donde la mente queda absorbida en Dios y elevada para conocer sus
    misterios, con cesación del ejercicio de los sentidos exteriores. San
    Pablo nos recuerda este don de oración mas propio de almas perfectas,
    cuando nos dice que subió arrebatado hasta el tercer cielo en el cuerpo o
    fuera del cuerpo no lo se, y oyó palabras arcanas que el hombre no
    puede pronunciar. (2 Cor.12, 2-4). El mismo San Pablo cuando se
    convierte a Cristo, recibe una especie de descanso en el Espíritu, como
    don de principiantes; y cae en tierra de su caballo sin hacerse daño
    (Hch.9.4; Pablo cayo en tierra y oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo,
    por que me persigues?). El descanso en el Espíritu es un don mas propio
    de principiantes.
    Conclusión. Estemos abiertos para acoger los dones de Dios y aceptemos
    la invitación de Dios a entrar en su descanso para reposar de los
    trabajos (Heb.4.10), sin esperar solo el descanso definitivo y
    celestial. También en su vida mortal, Jesús invito a sus discípulos a un
    lugar retirado a descansar por un rato (Mc.6.30). Hoy también sigue
    haciéndolo con nosotros.
    Preguntas y respuestas de la puesta en común sobre el descanso en el Espíritu.

    ¿El poder de descansar a alguien en el Espíritu Porque se le ha de
    atribuir a Dios y no mas bien al poder de la parapsicología o magnético
    del que ora?
    De hecho, los fenómenos externos del descanso del Espíritu podrían ser
    producidos por una facultad psi-kappa con posibles efectos de
    psicokinesia sobre un organismo humano, pero no se daría un verdadero
    descanso en el Espíritu que viene de Dios, con efectos espirituales de
    paz y de crecimiento en la fe y en el amor; sino, mas bien, un
    sometimiento al manipulador o parapsicólogo y a sus fuerzas psíquicas o
    magnéticas. Aunque los fenómenos externos de debilitamiento corporal y
    subsiguiente caída al suelo se produjesen, no se daría los efectos
    espirituales de liberaciones de opresiones y bloqueos (v.g. incapacidad
    de amar a otros, sanación del rechazo de personas concretas, crecimiento
    en la fe y en amor de Dios, etc.)
    La dormición de uno por poderes magnéticos no es descanso en el
    Espíritu, en el que uno queda sometido y abrumado por el poder sanador
    de Dios, sino sometimiento servil y no liberador a poderes
    parapsicológicos y al que los utiliza. Cabria la posibilidad de que los
    poderes parapsicológicos psi-kappa fuesen utilizados, sometidos
    plenamente a Dios y como sacramentalizados por El, para producir efectos
    espirituales. Pero, aun en este caso, no planteado en la pregunta, Dios
    seria el agente principal y a El se deberían los efectos espirituales
    buenos con prioridad plena sobre el instrumento sometido a El, esto es
    las fuerzas parapsicológicas, elevadas de alguna manera por la acción
    principal de Dios. En todo caso, siempre es indispensable el
    discernimiento del comienzo, el medio, el fin y los efectos del descanso
    para saber si este se debe a la acción del Espíritu de Dios o es
    atribuible a otros poderes.
    ¿El descanso en el Espíritu no se podría explicar naturalmente como un fenómeno cataléptico?
    Mas bien en la catalepsia se pierde la sensibilidad externa con
    suspensión de las sensaciones y movimientos libres, a la vez que se dan
    alteraciones y reflejos de tipo histérico y patológico. En el autentico
    descanso en el Espíritu se conserva un grado apreciable de sensibilidad
    externa, se da paz espiritual posteriormente al reposo, se producen
    efectos de sanación interior y, a veces física, y también frutos de
    maduración y construcción de la personalidad cristiana equilibrada, y no
    secuelas de debilitación patológica de la personalidad como en la
    catalepsia. Cuando se dan fenómenos histéricos de agitación nerviosa,
    sofocaciones, gritos y desequilibrio no se trata del descanso en el
    Espíritu, que produce paz en el que recibe el descanso y en otros que lo
    ven; sino mas bien nos hallamos ante productos naturales de
    personalidades psicológicas inestables e influenciadas por una
    personalidad fuerte o por un ambiente propicio al entusiasmo religioso.
    No obstante, conviene notar para un discernimiento recto que la gracia
    religiosa verdadera se acomoda a la naturaleza del que la recibe. Cuando
    se trata de una gracia religiosa fuerte que llega al poco equilibrado
    psíquicamente o al que necesita conversión y liberación, los efectos
    externos de gritos, convulsiones vueltas por el suelo pueden significar
    también el choque que se produce entre las fuerzas salvíficas positivas
    que vienen de Dios y las fuerzas negativas del pecado, del influjo
    diabólico y del desequilibrio psicológico del que recibe la gracia
    fuerte de Dios. En la predicación de John Wesley, el fundador del
    metodismo en el siglo XVIII, estos fenómenos eran frecuentes, pero mas
    que un descanso en el Espíritu deberían ser llamadas, turbaciones en el
    Espíritu en una predicación de conversión y reavivamiento espiritual. El
    que estos fenómenos tengan un componente fuerte somático y psíquico no
    quiere decir que sean solo fenómenos naturales o patológicos. También en
    la vida mística de los santos de la Iglesia, en los &éxtasis,
    arrobamientos, levitaciones y otros fenómenos reconocidos en la Iglesia,
    se daban extraños efectos, en el orden somático y psíquico sin excluir
    por eso la acción sobrenatural de las gracias místicas.

    ¿No será el descanso en el Espíritu un hecho natural, propio de la
    psicología de masas, donde se produce una sugestión colectiva y un
    contagio por emocionalismo, sin necesidad de invocar para nada al
    Espíritu de Dios?
    El descanso en el Espíritu se da mucho en la oración privada por una
    persona, sin contagio colectivo de masas. Mas que de contagio natural,
    propio de una psicología de masas influenciables, habría de hablarse en
    las asambleas, donde se da el reposo en el Espíritu, de un don eclesial
    de sanación, propio de un nuevo Pentecostés colectivo y maduro con
    frutos de conversión y transformaciones espirituales, que no se logran
    en otros fenómenos colectivos de masas, movidas solo por entusiasmos
    humanos. La sugestión colectiva en estos casos no produce frutos
    espirituales como sucede en el descanso en el Espíritu. El
    emocionalismo, sometido a Dios y a sus mociones, no es malo en si;. Se
    dio en grandes santos y místicos. Dios no actúa solo en el entendimiento
    del místico, sino en toda su persona y en su sugestibilidad sometida a
    Dios y a la fe.
    ¿Es verdad que el descanso es de Dios cuando uno cae hacia atrás;
    pero que si uno no cae hacia atrás, sino hacia adelante, que ese
    descanso no es de Dios?
    .
    Bien; el signo de discernimiento del descanso autentico no es el de caer
    hacia adelante o hacia atrás, sino la presencia operativa de Dios en el
    alma, que se conoce por la sanación y los frutos buenos de paz, fe y
    amor que se producen. En el Huerto de los Olivos, algunos de los
    soldados que venían a prender a Cristo, al oír de sus labios el YO SOY ,
    retrocedieron hacia atrás y cayeron al suelo de espaldas (Jn !8, 5).
    Sólo porque cayeran hacia atrás, no nos consta el que tuviesen verdadero
    descanso en el Espíritu. Pudo tratarse de un signo para mostrar que el
    poder de Cristo es superior al poder de los hombres. Bien es verdad que
    Ana Catalina Emmerick, monja agustina estigmatizada, que fallece el
    1824, nos dice en sus escritos de la Pasión que el Señor le manifestó;
    que aquellos soldados que cayeron de espaldas, se levantaron del suelo
    convertidos.
    Entonces se habría dado un descanso en el Espíritu con frutos de
    conversión en aquellos soldados caídos al suelo a la voz de Cristo. En
    este caso al caer de espaldas seria de Dios. Pero es que también al caer
    de bruces, hacia adelante, en algunas ocasiones es de Dios. Recordar el
    caso del profeta Daniel. Dios le ha abrumado con su presencia poderosa y
    cae de bruces en un letargo con el rostro a tierra (Dan.10,9). Cuando
    quiere ponerse en pie, no puede y adopta la ridícula postura de querer
    andar a cuatro patas (Dan. 10,11); y la palabra de Dios nos lo cuenta
    sin miedo a los discernidores prudentes y sensatos dictaminen que este
    descanso en el Espíritu del profeta Daniel no es de Dios ni favorece el
    prestigio social y religioso del vidente ni se puede juzgar con sensatez
    que este sea un camino razonable y prudente para nadie. En Daniel
    10,15, Dios vuelve a hablar con el profeta y este vuelve a caer de
    bruces, hacia adelante.
    Y Dios esta; actuando. Cuando por la fuerza poderosa del Dios presente,
    las fuerzas corporales abandonan a Daniel temporalmente, el profeta cae
    hacia adelante. La dirección de la caída corporal no tiene excesiva
    importancia en un discernimiento espiritual, si la tiene en cambio, el
    que el impulso que provoca la caída provenga de la poderosa y
    avasallante presencia del Dios vivo.
    El descanso en el Espíritu me recuerda algunas practicas iluministas, y,
    por tanto, debería ser rechazado en la Renovación Carismática Católica
    por fidelidad al Iglesia que condeno; el iluminismo en todas sus formas.
    En la Renovación Carismática los que saben que es el iluminismo también
    lo condenan con la Iglesia, pero se niegan a llamar iluminismo a lo que
    no es, como nadie llamaría a automóvil a un chalet porque su dueño
    tuviese el dudoso gusto de ponerle la matricula de su coche viejo en la
    puerta. Tampoco nosotros podemos poner apresuradamente la matricula de
    iluminismo al descanso en el Espíritu y creer que solo por eso es
    iluminista. Con que aspecto reprobable del iluminismo podríamos
    identificar el descanso en el Espíritu?. Acaso con la pasividad del alma
    iluminada que ya no tiene que orar ni hacer penitencia, sino solo
    permanecer como un cuerpo exánime?. En el reposo en el Espíritu la
    voluntad y la mente permanecen activas en Dios. El reposo afecta al
    cuerpo y a los sentidos interiores solo que después libremente se ha
    aceptado el descanso en el Espíritu. Este nos afecta solo temporalmente.
    En el y después de el se ora y el alma habla con Dios. En cambio, en el
    iluminismo, se supone que el alma no ora ni actúa, como tampoco actúan
    la voluntad y la mente. Actúan, si, Dios y el demonio, según los
    iluministas, pero no ellos que pueden cometer las mayores aberraciones
    sexuales porque no son ellos los que actúan, sino el maligno. El reposo
    iluminista del cuerpo tampoco tiene nada que ver con el descanso del
    cuerpo en el Espíritu, que es solo transitorio. El descanso y pasividad
    del cuerpo en el iluminista es continuo en los perfectos; los desordenes
    sexuales o emocionales en su cuerpo no son suyos sino de los agentes
    exteriores que lo manipulan. Ellos viven en la pasividad y el reposo que
    los hace impecables.
    Ningún carismático dice nada de esto; tras el descanso en el Espíritu
    uno siente crecimiento espiritual, pero no es impecable; el hombre
    conserva la voluntariedad y la deliberación en sus acciones libres.
    Pegar la etiqueta sospechosa de iluminismo al reposo en el Espíritu es
    una acción del padre de la mentira (Jn. 8,44) y de la confusión, y un
    pecado contra la verdad, contra la justicia y contra la caridad. No se
    puede poner la etiqueta de veneno en las medicinas y alimentos sanos,
    que Dios regala a su Iglesia hoy. Pido al Señor Jesús que nos ilumine a
    todos con su Espíritu de verdad, de ciencia y de discernimiento para
    conocer sus done y recibirlos con agradecimiento y para rechazar lo que
    no venga de Dios, de modo que siempre le glorifiquemos en nuestras
    vidas.


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