Casa de Austria
La Casa de Austria es el nombre con el que se conoce a la dinastía Habsburgo reinante en la Monarquía Hispánica en los siglos XVI y XVII; desde la Concordia de Villafáfila (27 de junio de 1506), en que Felipe I el Hermoso es reconocido como rey consorte de la Corona de Castilla, quedando para su suegro Fernando el Católico la Corona de Aragón; hasta la muerte sin sucesión directa de Carlos II el Hechizado (1 de noviembre de 1700), que provocó la Guerra de Sucesión Española.
El Emperador Carlos V (Carlos I de España) acumuló un enorme imperio territorial y oceánico sin parangón en la historia, que se extendía desde Filipinas al este hasta México al oeste, y desde los Países Bajos al norte hasta Tierra del Fuego al sur. Además de la expansión ultramarina, y algunas conquistas (como Milán), este vasto dominio fue resultado de la adición dinástica de cuatro casas europeas: las de Borgoña (1506), Austria (1519), Aragón (1516) y Castilla (1555), y conformó la base de lo que se conoció como Imperio español, sobre todo a partir de la división de su herencia (1554-1556) entre su hermano Fernando I de Habsburgo y su hijo Felipe II. Desde entonces puede hablarse de dos ramas de la casa de Austria, los Habsburgo de Madrid (que son los de los que trata este artículo) y los Habsburgo de Viena (que continuaron reinando en Austria hasta 1918).
La Monarquía Hispánica (también conocida como Monarquía Católica) fue durante toda esa época la mayor potencia de Europa. Durante los llamados Austrias mayores (Carlos I y Felipe II, aunque también Carlos II) alcanzó el apogeo de su influencia y poder, sobre todo con la incorporación de Portugal y su extenso imperio; mientras que los reinados de los llamados Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II), coincidentes con lo mejor del Siglo de Oro
de las artes y las letras, significaron lo que se conoce como
"decadencia española": la pérdida de la hegemonía europea y una profunda
crisis económica y social.
La supremacía marítima española en el siglo XVI fue demostrada con la victoria sobre los otomanos en Lepanto (1571, más importante simbólicamente que por sus consecuencias) y, después del contratiempo de la Armada Invencible (1588) en una serie de victorias contra Inglaterra en la Guerra anglo-española de 1585-1604. Sin embargo, a mediados del siglo XVII el poder marítimo de la Casa de Austria sufrió un largo declive con derrotas sucesivas frente a las Provincias Unidas y después Inglaterra; durante los años 1660 estaba luchando desesperadamente para defender sus posesiones exteriores de piratas y corsarios. En el continente europeo los Habsburgo de Madrid se involucraron en defensa de sus parientes de Viena en la vasta Guerra de los Treinta Años, que aunque comenzó con buenas perspectivas para las armas españolas, terminó catastróficamente tras la crisis de 1640, con la sublevación simultánea de Portugal (que se separó definitivamente), Cataluña y Nápoles. En la segunda mitad del siglo XVII los españoles fueron sustituidos en la hegemonía europea por la Francia de Luis XIV.
de su entidad estatal, no llegó a presentar un aspecto similar al actual
hasta la muerte de Carlos II. Con ella se produjo la extinción de los Habsburgo de Madrid, la ascensión de Felipe V y la inauguración de la Dinastía Borbón
y sus reformas. El área política referida -sobre todo en su percepción
exterior- como España era, de hecho, la unión en la persona del rey de
muy diversas entidades políticas salidas de la Edad Media. La
trascendencia del matrimonio de Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla
en 1469, y las personalidades de estos reyes tuvieron mucho que ver con
ello, aunque también el azar que fue frustrando algunos de sus
proyectos y haciendo triunfar otros. No había sido la única opción
considerada, habiendo sido posible igualmente una unión de Castilla con
Portugal, bien sin Aragón (de haber triunfado su sobrina Juana la Beltraneja en la Guerra de Sucesión Castellana) o bien con él (de haber sobrevivido su nieto el príncipe Miguel de Paz).
En 1504, la reina Isabel murió, y aunque Fernando intentó mantener su posición sobre Castilla tras su muerte, las Cortes de Castilla escogieron coronar reina a la hija de Isabel, Juana[cita requerida]. Su marido, Felipe de Habsburgo, hijo del Emperador del Sacro Imperio Romano Maximiliano I y María de Borgoña, simultáneamente se convirtió en el rey-consorte Felipe I de Castilla.
Poco después Juana comenzó a caer en la locura. En 1506, Felipe asumió
la regencia, pero murió poco más tarde, ese mismo año bajo
circunstancias que algunas fuentes consideran compatibles con un
envenenamiento ordenado por su suegro[1]. Como su hijo mayor, Carlos, tenía sólo seis años, las Cortes, a regañadientes[cita requerida], permitieron a Fernando, el padre de Juana, gobernar el país como el regente de Juana y Carlos.
España estaba ahora unida bajo un sólo gobernante, Fernando II de Aragón.
Como único monarca, Fernando adoptó una política más agresiva que la
que tuvo como marido de Isabel, ampliando la esfera de influencia de
España a Italia, fortaleciéndola contra Francia. Como gobernante de Aragón, Fernando estuvo involucrado en la lucha contra Francia y Venecia
por el control de Italia; estos conflictos se convirtieron en el centro
de la política exterior de Fernando como rey. El primer uso de fuerzas
españolas por parte de Fernando llegó en la Guerra de la Liga de Cambrai contra Venecia, donde los soldados españoles se distinguieron en el campo de batalla al lado de sus aliados franceses en la Batalla de Agnadello (1509). Sólo un año más tarde, Fernando se unió a la Liga Católica contra Francia, viendo una oportunidad de tomar Nápoles y Navarra -de las que mantenía una reivindicación dinástica-. En 1516 Francia aceptó una tregua que dejó Milán bajo control francés y reconoció la hegemonía española en Nápoles y el sur de Navarra. El matrimonio de Fernando con Germana de Foix,
de haber sobrevivido el hijo de ambos, hubiera roto la unidad política
de Castilla y Aragón, pero su hijo Juan murió a temprana edad.
La muerte de Fernando llevó a la ascensión al trono del joven Carlos como Carlos I de Castilla y Aragón. Su herencia española incluyó todas las posesiones españolas en el Nuevo Mundo
y alrededor del Mediterráneo. Después de la muerte de su padre
Habsburgo en 1506, Carlos había heredado el territorio denominado
Flandes o los Países Bajos (donde había nacido y crecido) y el Franco Condado. En 1519, con la muerte de su abuelo paterno Maximiliano I, Carlos heredó los territorios Habsburgos de Alemania, y fue debidamente elegido ese mismo año como Emperador con el nombre de Carlos V.
Su madre permaneció como la reina titular de Castilla hasta su muerte
en 1555, pero debido a su salud, Carlos (con el título de rey también
allí) ejerció todo el poder sin contemplaciones, lo que produjo la
sublevación conocida como Guerra de las Comunidades. Sofocada la sublevación en 1521, al igual que la simultánea de las Germanías de Valencia, el Emperador y Rey Carlos era el hombre más poderoso de la Cristiandad.
La acumulación de tanto poder en un hombre y una dinastía preocupaba mucho al rey de Francia, Francisco I,
que se encontró rodeado de territorios Habsburgo. En 1521, Francisco
invadió las posesiones españolas en Italia e inauguró una segunda ronda
del conflicto franco-español. Las Guerras Italianas fueron un desastre para Francia, que sufrió derrotas tanto en la llamada Guerra de los Cuatro Años (1521-1526) -Biccoca (1522) y Pavía (1525, en donde Francisco fue capturado)- como en la Guerra de la Liga de Cognac (1527-1530) -Landriano (1529)- antes de que Francisco cediera y abandonara Milán, en beneficio una vez más de España.
En 1527, debido a la incapacidad de Carlos de pagar suficientemente a
sus ejércitos en el Norte de Italia, éstos se amotinaron y saquearon Roma
por el botín, forzando a Clemente, y a los sucesivos papas, a ser
considerablemente más prudentes en sus tratos con las autoridades
seculares: en 1533, el rechazo de Clemente a anular el matrimonio de Enrique VIII de Inglaterra con Catalina de Aragón
(tía de Carlos) fue una consecuencia directa de su deseo de no ofender
al emperador y tener quizá su capital saqueada una segunda vez. La Paz de Barcelona,
firmada entre Carlos y el Papa en 1529, estableció una relación más
cordial entre ambos líderes. De hecho, el Papa nombró a España como el
protector de la causa Católica y reconoció a Carlos como rey de Lombardía a cambio de la intervención española en derrocar a la rebelde República florentina.
En 1543, Francisco I, rey de Francia, anunció su alianza sin precedentes con el sultán otomano, Solimán el Magnífico, ocupando la ciudad de Niza,
controlada por España, en cooperación con las fuerzas turcas. Enrique
VIII de Inglaterra, que guardaba mayor rencor contra Francia que el que
tenía contra el Emperador por resistirse en el camino a su divorcio, se
unió a Carlos en su invasión de Francia. Aunque el ejército español fue
completamente derrotado en la Batalla de Cerisoles, en Saboya, a Enrique le fue mejor, y Francia fue forzada a aceptar los términos. Los austríacos, liderados por el hermano menor de Carlos, Fernando, continuaron luchando contra los otomanos en el Este. Con Francia vencida, Carlos pudo ocuparse de un problema más antiguo: la Liga de Esmalcalda.
La Reforma Protestante
había comenzado en Alemania en 1517. Carlos, a través de su posición
como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, sus estratégicas
posesiones patrimoniales situadas a lo largo de las fronteras alemanas, y
su cercana relación con sus parientes Habsburgos en Austria, tuvo gran
interés en mantener la estabilidad del Sacro Imperio Romano Germánico. La Guerra de los campesinos alemanes
había estallado en el Imperio en 1524 y devastó el país hasta que fue
completamente sofocada en 1526. Carlos, incluso estando tan lejos de
Alemania, estaba comprometido en mantener el orden. Desde la Guerra de
los campesinos, los protestantes se habían organizado en una liga
defensiva para protegerse del Emperador Carlos. Bajo la protección de la
Liga de Esmalcalda, los estados protestantes habían cometido un gran
número de atrocidades a los ojos de la Iglesia Católica — la
confiscación de algunos territorios eclesiásticos, entre otras cosas— y
habían desafiado la autoridad del Emperador.
Quizá en gran medida desde la perspectiva estratégica del rey
español, la Liga se había aliado con los franceses, y sus esfuerzos en
Alemania para debilitar la Liga habían sido desairados. La derrota de
Francisco en 1544 llevó a la anulación de la alianza con los
protestantes, y Carlos aprovechó la oportunidad. Primero intentó el
camino de la negociación en la Dieta de Worms de 1521 y el Concilio de Trento
de 1545, pero el liderazgo protestante y el sentimiento de traición
creado por la postura tomada por los católicos en el concilio llevaron a
aquellos a la guerra, liderados por el elector Mauricio de Sajonia.
Como respuesta, Carlos invadió Alemania al frente de un ejército
compuesto por tropas españolas y flamencas, esperando restaurar la
autoridad imperial. El emperador personalmente infligió una severa
derrota militar a los protestantes en la histórica Batalla de Mühlberg en 1547, pero no llegó a tener consecuencias decisivas, pues en 1555 Carlos tuvo que firmar con los estados protestantes la Paz de Augsburgo, que restauraba la estabilidad en Alemania a través del principio cuius regio, eius religio;
es decir, el reconocimiento de la libertad religiosa en la práctica
para los príncipes alemanes protestantes del norte. La implicación de
Carlos en Alemania establecería un rol para España como protectora de la
causa católica-Habsburgo en el Sacro Imperio Romano Germánico; el
precedente sentado entonces llevaría siete décadas más tarde a la
participación en las Guerra de los Treinta Años que acabarían finalmente con el estatus de España como una de las potencias líderes de Europa.
En 1526, Carlos se casó con la infanta Isabel, hermana de Juan III de Portugal. En 1556, Carlos abdicó de sus posesiones, pasando su Imperio español a su único hijo superviviente, Felipe II de España, y el Sacro Imperio Romano Germánico a su hermano, Fernando. Carlos se retiró al monasterio de Yuste (Extremadura, España), donde se piensa que tuvo una crisis nerviosa[cita requerida], y murió en 1558.
llegó al trono en 1547 e inmediatamente renovó el conflicto armado. El
sucesor de Carlos, Felipe II, consiguió aplastar al ejército francés en
la Batalla de San Quintín en Picardía en 1557 y derrotar a Enrique de nuevo en la Batalla de Gravelinas el año siguiente. La Paz de Cateau-Cambrésis,
firmada en 1559, reconoció definitivamente las reivindicaciones de
España en Italia. En las celebraciones posteriores al tratado, Enrique
murió por una astilla desviada de una lanza. Durante los siguientes
treinta años Francia fue azotada por guerras civiles y desórdenes
internos (véase Guerras de religión de Francia)
y fue incapaz de competir eficazmente con España y los Habsburgo en la
lucha por el poder europeo. Liberado de cualquier oposición francesa
seria, España presenció el apogeo de su poder y expansión territorial en
el periodo 1559-1643.
Según un extendido punto de vista, que a veces era expresado por los
diputados castellanos en las Cortes, Carlos y sus sucesores, en vez de
centrar sus esfuerzos en Castilla, el corazón de su Imperio, intentando
una unificación de los territorios españoles con una perspectiva
centralista, la consideraron sólo como otra parte de su imperio. En eso
la monarquía autoritaria de los Habsburgo difería de la orientación absolutista o precozmente nacionalista
de otras potencias europeas (Francia, Inglaterra o los Países Bajos),
siendo debatido por la historiografía su condición moderna (el
estado-nación) o más bien continuadora de ideales y entidades medievales
de vocación universal (papado e imperio). Conseguir los objetivos
políticos de la dinastía –que ante todo significó debilitar el poder de
Francia, mantener la hegemonía Católica Habsburga en Alemania, y
contener al Imperio Otomano– fue más importante para los gobernantes
Habsburgo que la protección de España. Este énfasis, que se explicitó en
la frase atribuida a Felipe II: Antes preferiría perder mis Estados y cien vidas que tuviese que reinar sobre herejes, contribuiría decisivamente al declive del poder imperial español.
El Imperio español había crecido sustancialmente desde los días de Fernando e Isabel. Los imperios azteca e inca
fueron conquistados durante el reinado de Carlos, de 1519 a 1521 y de
1540 a 1558, respectivamente. Se establecieron asentamientos españoles
en el Nuevo Mundo: Florida fue colonizada en los años 1560, Buenos Aires fue asentada en 1536 y Nueva Granada (actualmente Colombia) fue colonizada en los años 1530. Manila, en las Filipinas, fue asentada en 1572. El Imperio español
en el extranjero se convirtió en el origen de la riqueza y poder
español en Europa, pero contribuyó también a la inflación. En vez de
impulsar la economía española, la plata americana hizo a España
dependiente de los recursos extranjeros de materias primas y bienes
manufacturados. Las transformaciones económicas y sociales que
orientaban a Europa Noroccidental en la transición del feudalismo al capitalismo no tuvieron el mismo ritmo en España -ni en la Europa Central y Meridional-.
Después de la victoria de España sobre Francia en 1559 y el inicio de
las guerras religiosas de Francia, las ambiciones de Felipe crecieron.
El Imperio otomano
había amenazado desde hacía tiempo los límites de los dominios de los
Habsburgo en Austria y el Noroeste de África, y como respuesta Fernando e
Isabel habían enviado expediciones al Norte de África, capturando Melilla en 1497 y Orán
en 1509. Carlos prefirió combatir a los otomanos a través de una
estrategia considerablemente más marítima, obstaculizando los
desembarcos otomanos en los territorios venecianos en el Este del
Mediterráneo. Sólo en respuesta al hostigamiento contra las costas
mediterráneas españolas, Carlos lideró personalmente los ataques contra
los asentamientos en el Norte de África, como en la Jornada de Túnez en 1535 y la Jornada de Argel en 1541. En 1565, los españoles derrotaron un desembarco otomano en la estratégicamente vital isla de Malta, defendida por los Caballeros de San Juan. La muerte de Solimán el Magnífico el año siguiente y su sucesión por el menos capacitado Selim II envalentonó a Felipe, que decidió llevar la guerra a las tierras otomanas. En 1571, una expedición naval mixta (con Génova, Venecia y el Papado) liderada por el hijo ilegítimo de Carlos, Juan de Austria, aniquiló la flota otomana en la Batalla de Lepanto,
una de las más célebres de la historia naval. El éxito cristiano, sin
comprometer la hegemonía naval otomana en el Mediterráneo Oriental, sí
consiguió aliviar la presión sobre el Occidental, manteniéndose el statu quo durante los siglos siguientes.
Desde la Baja Edad Media
existía una fuerte conexión económica entre Flandes y los intereses
laneros de la aristocracia y los comerciantes castellanos,
particularmente con el vital puerto de Amberes,
que se habían intensificado con la explotación colonial de América. En
1572, una banda de rebeldes corsarios holandeses conocidos como los watergeuzen
("Mendigos de mar") tomaron varios pueblos costeros holandeses,
cortando la salida al mar de Amberes y los territorios del norte, en
apoyo de Guillermo.
Para España, la guerra fue un verdadero desastre. En 1574, el ejército español al mando de Luis de Requesens fue repelido en el asedio de Leiden después de que los holandeses destruyeran los diques que contenían el Mar del Norte,
inundando el territorio e impidiendo las maniobras militares. En 1576, a
la vista de la imposibilidad de sostener los costes de su ejército de
ocupación de los Países Bajos de 80.000 hombres y los de la enorme flota
vencedora de Lepanto, Felipe tuvo que aceptar la quiebra. El ejército en los Países Bajos se amotinó no mucho después, saqueando Amberes
y el Sur de los Países Bajos, impulsando a varias ciudades de las
anteriormente pacíficas provincias del Sur a unirse a la rebelión. Los
españoles escogieron el camino de la negociación y pacificaron la
mayoría de las provincias del Sur de nuevo con la Unión de Arras en 1579.
El acuerdo de Arras
requirió que todas las tropas españolas abandonaran estas tierras. En
1580, esta circunstancia le dio al rey Felipe la oportunidad de
consolidar su posición hegemónica en Europa, cuando el último miembro
masculino de la familia real portuguesa, el Cardenal Enrique de Portugal, murió. Felipe reclamó sus derechos sucesorios al trono portugués y en junio envió un ejército a Lisboa
al mando del Duque de Alba para asegurarlos. Los territorios
castellanos y portugueses en ultramar pusieron en las manos de Felipe la
casi totalidad del Nuevo Mundo explorado junto a un vasto imperio
comercial en África y Asia.
Mantener Portugal bajo control requirió una amplia fuerza de
ocupación y España estaba todavía recuperándose de la quiebra de 1576.
En 1584 Guillermo de Orange fue asesinado por un fanático católico. La
muerte del popular líder de la resistencia holandesa (cuya cabeza había
sido puesta a precio por Felipe II) se esperaba que traería el fin de la
guerra, pero no lo hizo. En 1586, la reina Isabel I de Inglaterra, apoyó la causa protestante en los Países Bajos y Francia, y Sir Francis Drake hostigaba los intereses comerciales españoles en el Caribe y el Océano Pacífico, junto con un ataque particularmente agresivo al puerto de Cádiz. En 1588, esperando acabar con la intromisión de Isabel, Felipe envió la Armada Invencible
a atacar Inglaterra. De los 130 barcos enviados en la misión, sólo la
mitad regresaron a España sin incidentes, y unos 20.000 hombres
perecieron. Algunas fueron víctimas de los barcos ingleses, pero la
mayoría lo fueron del duro tiempo encontrado durante su viaje de
regreso. El desastroso resultado, consecuencia de una combinación del
tiempo desfavorable y de la suerte y eficacia de la flota inglesa de Lord Howard de Effingham,
provocó una completa revisión y reparación de los barcos de la armada
española, las armas y las tácticas. Los ataques ingleses fueron
respondidos, y gracias a un errado contraataque inglés (Armada Inglesa)
el poder naval español recuperó rápidamente la posición preeminente que
mantuvo durante otro medio siglo. España también proporcionó ayuda a
una durísima guerra irlandesa que vació a Inglaterra de recursos y donde
también resultaron asaltados los pueblos costeros ingleses. No
obstante, ahora la Casa de Austria tenía otra vez un poderoso enemigo
con quien competir, forzando a España a mantener una armada todavía más
fuerte y cara, además de los enormes gastos de los ejércitos en sus
muchos territorios dispersos.
España se había implicado en la guerra religiosa de Francia después de la muerte de Enrique II. En 1589, Enrique III, el último del linaje Valois, murió en las murallas de París. Su sucesor, Enrique IV de Navarra, el primer rey de Francia Borbón, fue un hombre de gran capacidad, que obtuvo victorias clave contra la Liga Católica en Arques (1589) e Ivry
(1590). Decididos a evitar que Enrique se convirtiera en rey de
Francia, los españoles dividieron su ejército en los Países Bajos e
invadieron Francia en 1590.
cada una dirigida por líderes extraordinariamente capaces, la ya
agotada España estaba desbordada. Luchando continuamente contra la piratería que dificultaba su tráfico marítimo en el Atlántico
aunque no interrumpía sus vitales envíos de oro desde el Nuevo Mundo
(sólo fue capturado uno de los convoyes, el de 1628, por el holandés Piet Hein),
la Real Hacienda se vio forzada a admitir la quiebra de nuevo en 1596.
Los españoles intentaron liberarse de varios conflictos en los que
estaban involucrados, primero firmando la Paz de Vervins
con Francia en 1598, reconociendo a Enrique IV (convertido al
catolicismo desde 1593) como rey de Francia y restaurando muchas de las
estipulaciones de la anterior Paz de Cateau-Cambrésis. Un tratado con Inglaterra fue acordado en 1604, después de la ascensión del más tratable rey estuardo Jacobo I.
La paz con Inglaterra y Francia significó que España podría centrar
sus energías en restaurar su gobierno de las provincias holandesas. Los
holandeses, liderados por Mauricio de Nassau, el hijo de Guillermo de Orange y quizá el mejor estratega de su tiempo, tuvieron éxito en tomar varias ciudades de la frontera desde 1590, incluyendo la fortaleza de Breda. Después de la paz con Inglaterra, el nuevo comandante español Ambrosio Spinola
presionó duramente a los holandeses. Spinola, un general de capacidad
similar a Mauricio, no pudo conquistar los Países Bajos, entre otras
cosas por la repetición de una nueva quiebra en 1607. En un ejercicio de
realismo adecuado al temperamento del rey Felipe III y su valido el duque de Lerma, se firmó en 1609 la Tregua de los Doce Años entre España y las Provincias Unidas de los Países Bajos, periodo conocido como Pax Hispánica.
España no consiguió grandes ventajas de la tregua, las finanzas
siguieron en desorden y el imperio colonial siguió sufriendo ataques
cada vez más humillantes, en beneficio sobre todo de Holanda. En los
Países Bajos, el gobierno de la hija de Felipe II, Isabel Clara Eugenia y su marido, el archiduque Alberto,
restauró la estabilidad en los Países Bajos del Sur y amortiguó los
sentimientos antiespañoles en el área. El sucesor de Felipe II, Felipe III,
fue un hombre de capacidad limitada no interesado en política, que
prefería permitir que otros se encargaran de los detalles. Su valido,
Lerma, atento sobre todo a lo que tocaba a sus intereses particulares,
logró dar la vuelta a los libros de cuentas españoles y hacerse uno de
los hombres más ricos de Europa con una fortuna de unos 44 millones de táleros.
El éxito personal de Lerma le acarreó enemigos y alegaciones bien
fundadas de corrupción, que llevaron al cadalso a su hombre de
confianza, Rodrigo Calderón. En 1618 es sustituido por su hijo el duque de Uceda,
en lo que puede considerarse como una transición, pues alcanzó el poder
apoyado por el bando nobiliario rival a su propio padre. No será hasta
1621, con la llegada del nuevo rey, Felipe IV, que los Sandoval fueran sustituidos en el puesto de máxima confianza por los Zúñiga (primero Baltasar de Zúñiga y luego el conde duque de Olivares).
Mientras que los validos de Felipe III se habían desinteresado por los
asuntos de Austria, su aliado dinástico; Zúñiga era un veterano
embajador de Viena y creyó que la clave para contener a los resurgentes
franceses y eliminar a los holandeses era una alianza más cercana con
los Habsburgo.
En 1618, tras las defenestraciones de Praga, Austria y el Emperador del Sacro Imperio Romano, Fernando II, se embarcaron en una campaña contra la Unión Protestante y Bohemia.
El nuevo rey y sus validos eran considerablemente más activos que
Felipe III, pero incluso durante los últimos años de éste, Zúñiga, que
ya gozaba de una posición elevada en la corte, había conseguido el apoyo
a los Habsburgo austríacos en la guerra, y Ambrosio Spinola, la
creciente estrella del ejército español, fue enviado como el jefe del Ejército de Flandes para intervenir, invadiendo el Palatinado. Así, España entró en la Guerra de los Treinta Años. A la muerte de Zúñiga en 1622, éste fue reemplazado por su sobrino Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares,
un hombre capacitado que creía que el centro de todas las tragedias de
España se encontraba en Holanda. Después de ciertos contratiempos
iniciales, los bohemios fueron derrotados en la batalla de la Montaña Blanca en 1621, y de nuevo en Stadtlohn
en 1623. Mientras estuvo en vigor la tregua de los doce años, España
estaba en paz con los Países Bajos protestantes, pero la tregua, que
expiraba en 1621, no se renovó, añadiendo otro frente de conflicto.
Spinola tomó la fortaleza de Breda en 1625. La intervención del rey danés Cristián IV
en la guerra aumentó las preocupaciones (Cristián era uno de los pocos
monarcas de Europa que no tenía problemas con sus finanzas) pero la
victoria del general imperial Albrecht von Wallenstein sobre los daneses en Dessau y de nuevo en Lutter,
ambas en 1626, eliminó la amenaza. Hubo esperanza en Madrid de que los
Países Bajos podían ser finalmente reincorporados dentro del Imperio, y
después de la derrota de Dinamarca los protestantes en Alemania parecían
apagados. Francia se vio envuelta de nuevo en sus propias
inestabilidades (el famoso asedio de La Rochelle
comenzó en 1627), y la preeminencia de España parecía irrefutable. El
conde-duque de Olivares estridentemente afirmó "Dios es español y
combate con nuestra nación estos días” (Brown and Elliott, 1980, p. 190)
y muchos de los adversarios de España habrían estado de acuerdo a
regañadientes.
cuenta de que España necesitaba reformarse, y para reformarse necesitaba
paz. La destrucción de las Provincias Unidas de los Países Bajos fue
añadida a su lista de necesidades porque detrás de cada coalición
anti-Habsburgos había dinero holandés: los banqueros holandeses
respaldaban los comerciantes de India Oriental de Sevilla, y en todas
partes del mundo los emprendedores y colonizadores holandeses
debilitaban las hegemonías española y portuguesa. Spinola y el ejército
español se centraron en los Países Bajos, y la guerra parecía ir a favor
de España.
En 1627, la economía castellana se desplomó. Los españoles habían estado devaluando su moneda para pagar la guerra y los precios estallaron
en España de la misma manera que lo hicieron los años anteriores en
Austria. Hasta 1631, partes de Castilla funcionaban en una economía de trueque
como resultado de la crisis monetaria, y el gobierno era incapaz de
recaudar cualquier impuesto significativo del campesinado, dependiendo
en cambio de sus colonias (Flota de Indias).
Los ejércitos españoles en Alemania se reordenaron para "pagarse entre
ellos" en la tierra. Olivares, que había apoyado ciertas medidas en los
impuestos de España pendientes de la conclusión de la guerra, fue además
culpado por una embarazosa e infructuosa guerra en Italia (véase Guerra de Sucesión de Mantua).
Los holandeses, que durante la Tregua de los Doce Años habían hecho de
su armada una prioridad, devastaron el comercio marítimo español y
especialmente el portugués, del cual España era completamente
dependiente después del desplome económico. Los españoles, con los
recursos esparcidos, eran cada vez más incapaces de lidiar con las
rápidamente crecientes amenazas navales.
En 1630, Gustavo Adolfo de Suecia, uno de los más capaces comandantes del momento, desembarcó en Alemania y liberó el puerto de Stralsund
que era la última fortaleza en el continente controlada por fuerzas
alemanas contrarias al Emperador. Gustavo entonces marchó hacia el Sur
obteniendo victorias notables en Breitenfeld y Lützen,
atrayendo más respaldo de la causa protestante a medida que avanzaba.
La situación para los católicos mejoró con la muerte de Gustavo en
Lützen en 1632 y una impresionante victoria de las fuerzas imperiales
bajo el Cardenal-Infante Fernando y Fernando II de Hungría en la batalla de Nördlingen
en 1634. Desde una posición de fuerza, el Emperador se acercó a los
estados alemanes cansados de la guerra con una paz en 1635; muchos
aceptaron, incluidos los dos más poderosos, Brandeburgo y Sajonia.
El Cardenal Richelieu
había sido un fuerte partidario de los holandeses y los protestantes
desde el inicio de la guerra, enviando fondos y material en un intento
de detener la fuerza de los Habsburgo en Europa. Richelieu decidió que
la recién firmada Paz de Praga
era contraria a los intereses franceses y declaró la guerra al
emperador del Sacro Imperio Romano y a España pocos meses después de
haberse firmado la paz. Las más experimentadas fuerzas españolas se
anotaron éxitos iniciales; Olivares ordernó una campaña relámpago en el
Norte de Francia desde los Países Bajos Españoles, esperando destrozar
la firmeza de los ministros del rey Luis XIII
y derrocar a Richelieu antes de que la guerra agotara las finanzas
españolas y de que los recursos militares de Francia pudieran ser
completamente desplegados. En el "année de Corbie", 1636, las fuerzas españolas avanzaron al Sur hasta Amiens y Corbie, amenazando París y terminando la guerra en sus cercanías.
Después de 1636, no obstante, Olivares, temeroso de poder provocar
otra desastrosa quiebra, paró el avance. El ejército español nunca
penetraría de nuevo. Así, los franceses ganaron tiempo para movilizarse
correctamente. En la batalla de las Dunas
en 1639 una flota española fue destruida por la armada holandesa, y los
españoles se encontraron incapaces de reforzar y proveer adecuadamente a
sus fuerzas en los Países Bajos. El Ejército de Flandes español, que
representó lo mejor de los soldados y líderes españoles, se enfrentó a
una invasión francesa liderada por Luis II de Borbón, príncipe de Condé en los Países Bajos Españoles en Rocroi en 1643. Los españoles, liderados por Francisco de Melo,
fueron devastados, con la mayoría de la infantería española masacrada o
capturada por la caballería francesa. La buena reputación del Ejército
de Flandes fue rota en Rocroi, y con ella, el esplendor de España.
se levantaron en revuelta contra el monarca español en los años 1640.
Con los Países Bajos Españoles efectivamente perdidos después de la batalla de Lens en 1648, los españoles hicieron las paces con los holandeses y reconocieron la independencia de las Provincias Unidas en la Paz de Westfalia que acabó tanto la Guerra de los Ochenta Años como la Guerra de los Treinta Años.
La guerra con Francia continuó durante once años más. Aunque Francia sufrió una guerra civil en 1648-1652 (véase Guerras de la Fronda)
la economía española estaba tan agotada que fueron incapaces de sacar
provecho de la inestabilidad francesa. Nápoles fue tomada de nuevo en
1648 y Cataluña en 1652, pero la guerra llegó efectivamente a su final en la batalla de las Dunas donde el ejército francés bajo el vizconde de Turenne derrotó los restos del ejército español en los Países Bajos. España aceptó la Paz de los Pirineos en 1659, en la que cedió a Francia el Rosellón, Conflent, Vallespir y parte de la Cerdaña, Foix, Artois, parte de Lorena y otras plazas europeas.
Portugal se había rebelado en 1640 bajo el liderazgo de Juan IV, pretendiente al trono de la dinastía de Braganza, en lo que se conoce como la Guerra de Restauración.
Recibió un apoyo generalizado de los portugueses, y los españoles – que
tenían que ocuparse de las rebeliones en otros lugares y de la guerra
contra Francia – fueron incapaces de responder. Los españoles y
portugueses vivieron en un estado de paz de facto de 1644 a 1657. Cuando Juan IV murió en 1657, los españoles intentaron arrancar Portugal de su hijo Alfonso VI, pero fueron derrotados en Ameixial (1663) y Montes Claros (1665), conduciendo al reconocimiento de España de la independencia portuguesa en 1668.
Felipe IV, que había visto durante el transcurso de su vida la
devastación del imperio de España, cayó lentamente en una depresión
después de tener que despedir a su cortesano favorito, Olivares, en
1643. Se entristeció todavía más después de la muerte de su hijo Baltasar Carlos
en 1646 a la pronta edad de diecisiete años. Felipe fue cada vez más
místico cerca del final de su vida, y en última instancia intentó
enmendar algunos de los daños que había hecho a su país. Murió en 1665
antes de que nada pudiera ser cambiado, esperando que su hijo podría ser
de alguna manera más afortunado. Carlos,
su único hijo superviviente, era gravemente deforme y retrasado mental,
y permaneció bajo la influencia de su madre durante toda su vida.
Luchando contra sus deformidades, las expectativas y las burlas de su
familia y la corte, Carlos llevó una desgraciada existencia, lo que le
supuso llevar el mote de "el hechizado".
Carlos y su regencia fueron incompetentes en ocuparse de la Guerra de Devolución que Luis XIV de Francia
llevó adelante contra los Países Bajos Españoles en 1667-1668,
perdiendo considerable prestigio y territorio, incluyendo las ciudades
de Lille y Charleroi. En la Guerra de los Nueve Años Luis de nuevo invadió los Países Bajos Españoles. Las fuerzas francesas lideradas por el duque de Luxemburgo derrotaron a los españoles en Fleurus (1690), y posteriormente vencieron a las fuerzas holandesas bajo Guillermo III,
que luchaban en el bando de España. La guerra acabó con la mayoría de
los Países Bajos Españoles bajo ocupación francesa, incluyendo las
importantes ciudades de Gante y Luxemburgo.
La guerra mostró al mundo lo vulnerables y retrasadas que eran las
defensas y burocracia españolas, aunque el ineficaz gobierno español no
tomó ninguna acción para mejorarlas.
Las últimas décadas del siglo XVII vieron la decadencia y el
estancamiento completo en España; mientras el resto de Europa pasó por
apasionantes cambios en el gobierno y la sociedad - la Revolución Gloriosa en Inglaterra y el reinado del "Rey Sol" Luis XIV
en Francia - España continuó a la deriva y cerrada en sí misma. La
burocracia española que se había forjado alrededor del carismático,
trabajador e inteligente Carlos I y Felipe II exigía un monarca sólido;
la debilidad de Felipe III y IV llevó a la decadencia de España. Como
sus deseos finales, el rey de España sin hijos deseó que el trono pasara
al príncipe Borbón Felipe de Anjou,
en vez de a un miembro de la familia que le había atormentado durante
toda su vida. Carlos II murió en 1700, finalizando la línea de la Casa
de Austria en el trono de España exactamente dos siglos después de que
naciera Carlos I.
la inquisición se convirtió en un ministerio formal del gobierno
español que adquirió un control propio a medida que avanzaba el siglo
XVI. Carlos también aprobó los Estatutos de limpieza de sangre, una ley que impedía el acceso a muchas instituciones y cargos públicos a los que no eran cristianos viejos
puros, sin sangre judía. Aunque la tortura era común en Europa, la
manera cómo se practicaba en la Inquisición fomentó la corrupción y
delación, y se convirtió en un factor coadyuvante de la decadencia
española. Se convirtió en un método para enemigos, amigos celosos e
incluso relaciones reñidas para usurpar influencia y propiedades. Una
acusación, incluso si era en gran parte infundada, llevaba a un largo y
angustioso proceso que podía durar años antes de llegar a un veredicto, y
entre tanto la reputación y estima del acusado eran destruidas. El
tristemente célebre auto de fe era un espectáculo social, en que se humillaba públicamente a los penitentes (el espectáculo dantesco de quema de los "relajados" en la hoguera se realizaba en "braseros", lugares apartados).
Si Carlos continuó la práctica de la Inquisición, Felipe II la expandió, e hizo de la ortodoxia religiosa un objetivo de la política pública. En 1559,
tres años después de que Felipe llegara al poder, se prohibió a los
estudiantes de España viajar al extranjero, los líderes de la
Inquisición fueron puestos a cargo de la censura, y se impidió la
importación de libros. Felipe intentó con vigor eliminar el
protestantismo en España, participando en innumerables campañas para
eliminar la literatura luterana y calvinista del país, esperando evitar el caos que ocurría en Francia.
La iglesia en España había sido purgada de muchos de sus excesos administrativos en el siglo XV por el Cardenal Cisneros,
y la Inquisición sirvió para expurgar a muchos de los reformadores más
radicales que intentaban cambiar la teología de la iglesia a como los
reformadores protestantes querían. En cambio, España, recién salida de
la Reconquista, se convirtió en la impulsora de la Contrarreforma. Se desarrollaron en España dos hilos únicos de pensamiento contrarreformista en las personas de la abulense Santa Teresa de Jesús y el vasco Ignacio de Loyola. Teresa defendía el monasticismo estricto y un restablecimiento de tradiciones más antiguas de penitencia. Experimentó un éxtasis místico que resultó profundamente influyente en la cultura y arte español. Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús,
tuvo una influencia mundial en su énfasis en la excelencia espiritual y
mental y contribuyó a un resurgimiento del conocimiento en Europa. En 1625, en un momento cumbre de prestigio y poder español, el Conde-Duque de Olivares estableció el Colegio Imperial jesuita en Madrid para preparar a los nobles españoles en las humanidades y las artes militares.
Los moriscos
del sur de España habían sido convertidos a la fuerza al cristianismo
en 1502, pero bajo el gobierno de Carlos I pudieron obtener un grado de
tolerancia de sus gobernantes cristianos. Se les permitió practicar sus
costumbres anteriores, indumentaria e idioma; y las leyes religiosas
fueron laxamente impuestas. No obstante, en 1568, bajo Felipe II los moriscos se rebelaron (véase Rebelión de las Alpujarras) después de que se impusieran de nuevo las antiguas leyes. La revuelta sólo pudo ser sofocada por tropas italianas bajo Don Juan de Austria,
e incluso entonces los moriscos se retiraron a las zonas montañosas y
no fueron derrotados hasta 1570. A la revuelta le siguió por un enorme
programa de reasentamiento en donde 12.000 campesinos cristianos
reemplazaron los moriscos. En 1609, aconsejado por el Duque de Lerma, Felipe III expulsó a los 300.000 moriscos de España.
La Ilustración
criticó principalmente a los españoles por su excesivo celo religioso y
su "pereza". Entre los miembros de la aristocracia, que gozaban de más
seguridad en sus posiciones de poder (a diferencia de sus colegas en
Francia e Inglaterra que eran cada vez más competitivos) podía aplicarse
el argumento de la "pereza española". La expulsión de los trabajadores
moriscos y judíos ciertamente hizo poco para ayudar a la economía y
sociedad española que dependía de su trabajo y habilidad mucho más de lo
que los cristianos creían.
las colonias en el Nuevo Mundo cuando éstas fueron conquistadas, mucho
del cual Carlos lo usó para llevar adelante sus guerras en Europa. No
fue hasta los años 1540 que grandes depósitos de plata fueron
encontrados en Potosí y Guanajuato
y una estable fuente de ingresos fue obtenida. Los españoles dejaron la
minería a la iniciativa privada pero establecieron un impuesto conocido
como el "quinto real" a través del cual una quinta parte del
metal era recaudado por el gobierno. Los españoles tuvieron bastante
éxito haciendo cumplir el impuesto en la totalidad de su vasto imperio
en el Nuevo Mundo; todos los lingotes tuvieron que pasar a través de la Casa de Contratación de Sevilla, bajo la dirección del Consejo de Indias. El suministro de mercurio de Almadén, vital para extraer plata de la mena, fue controlado por el estado y contribuyó al rigor de la política de impuestos española.
Aunque las conquistas iniciales en las Américas proporcionaron
marcados repuntes en importaciones de oro desde las colonias, no fue
hasta los años 1550 cuando se convirtieron en una fuente habitual y
vital de los ingresos de España. La inflación
- tanto en España como en el resto de Europa - fue principalmente
causada por la deuda; Carlos había llevado a cabo la mayoría de sus
guerras a crédito, y en 1557, un año después de que abdicara, España se
vio forzada en su primera quiebra.
Afrontando la creciente amenaza de la piratería, en 1564 los españoles adoptaron un sistema escolta muy adelantado a su tiempo, con la salida de las flotas del tesoro
de las Américas en abril y agosto. La política resultó eficiente, y
tuvo bastante éxito. Sólo dos convoyes fueron capturados; uno en 1628
que fue capturado por los holandeses, y otro en 1656, capturado por los
ingleses, pero para entonces los convoyes eran una sombra de lo que
habían sido en su momento cumbre a finales del siglo anterior. No
obstante incluso sin ser completamente capturadas, frecuentemente fueron
atacadas, lo que inevitablemente tuvo un precio. No todo el comercio
marítimo del disperso imperio podía protegerse por grandes convoyes,
permitiendo a los corsarios
holandeses, ingleses y franceses y a los piratas tener la oportunidad
de devastar el comercio entre las costas americana y española y asaltar
asentamientos aislados. Esto fue particularmente salvaje a partir de los
años 1650, con ambos bandos cayendo a extraordinarios niveles de
barbarie, incluso por los estándares de la época. España también tuvo
que encargarse de la piratería berberisca en el Mediterráneo y de Oriente y la piratería holandesa en las aguas alrededor de las Filipinas.
La expansión del Imperio español en el Nuevo Mundo fue llevada a cabo
desde Sevilla, sin la cercana dirección de los dirigentes de Madrid.
Carlos I y Felipe II estuvieron principalmente ocupados con sus deberes
en Europa, y así el control de las Américas fue llevado por virreyes
y administradores coloniales que funcionaban con efectiva autonomía.
Los reyes Habsburgo consideraron sus colonias como sociedades feudales
en vez de partes integrantes de España. Los Habsburgo, familia que había
gobernado tradicionalmente sobre diversos dominios no contiguos y había
sido forzada a delegar autonomía a administradores locales, duplicaron
estas políticas feudales en España, particularmente en el País Vasco y Aragón.
Esto significó que los impuestos, la mejora de infraestructuras y las
políticas de comercio interior fueron definidas independientemente por
cada región, llevando a muchas barreras de aduanas interiores y peajes, y
políticas contradictorias incluso dentro de los dominios de los
Habsburgo. Carlos I y Felipe II fueron capaces de dominar las diferentes
cortes a través de su impresionante energía política, pero Felipe III y
IV permitieron que decayera, y Carlos II fue completamente incapaz de
controlarlas. El propio desarrollo de España fue obstaculizado por el
hecho de que Carlos I y Felipe II pasaran la mayoría de su tiempo en el
extranjero; durante la mayor parte del siglo XVI, España fue
administrada desde Bruselas y Amberes, y fue sólo durante la Guerra de Flandes que Felipe regresó a España, donde pasó la mayoría de su tiempo en retiro en el palacio monástico de El Escorial.
El desigual imperio, mantenido unido por un decidido rey que conservaba
la hinchada burocracia junta, se desenmarañó cuando un débil gobernante
llegó al trono.
Hubo intentos para reformar la anticuada burocracia española. Carlos, al convertirse en rey, chocó con sus nobles durante la Guerra de las Comunidades de Castilla
cuando intentó ocupar posiciones de gobierno con efectivos oficiales
holandeses y flamencos. Felipe II se encontró con una importante
resistencia cuando intentó imponer su autoridad sobre los Países Bajos,
contribuyendo a la rebelión en ese país. El Conde-Duque de Olivares,
ministro jefe de Felipe IV, siempre consideró esencial para la
supervivencia de España que la burocracia estuviera centralizada;
Olivares incluso apoyó la unión completa de Portugal con España, aunque
nunca tuvo la oportunidad de hacer realidad sus ideas. Sin la mano firme
y diligencia de Carlos I y Felipe II, la burocracia se hizo cada vez
más hinchada y corrupta hasta que, por la destitución de Olivares en
1643, se volvió obsoleta.
durante los siglos XIV y XV. Para el año 1500, Europa estaba comenzando a
salir de estos desastres demográficos, y las poblaciones comenzaron a
crecer - Sevilla,
que era hogar de 60.000 personas en 1500 creció rápidamente a 150.000
para finales del siglo. Hubo un movimiento sustancial hacia las ciudades
de España para sacar provecho de las nuevas oportunidades como
constructores de barcos y comerciantes para servir al impresionante y
creciente Imperio español.
La inflación en España, como resultado de la deuda del estado y la
importación de plata y oro desde el Nuevo Mundo, provocó privaciones
para el campesinado. El coste medio de los bienes se quintuplicó en el
siglo XVI en España, encabezado por la lana y los cereales. Aunque
razonable cuando se compara con el siglo XX, los precios en el siglo XV
cambiaron muy poco, y la economía europea fue sacudida por la llamada revolución de los precios.
España, junto con Inglaterra era el único productor europeo de lana,
inicialmente beneficiado por el rápido crecimiento. Sin embargo, como en
Inglaterra, allí en España comenzó un movimiento de desamortización que
ahogó el crecimiento de alimentos y despobló pueblos enteros cuyos
residentes estuvieron forzados a trasladarse a las ciudades. Pero a
diferencia de Inglaterra, la alta inflación, la carga de las guerras de
los Habsburgo y los exagerados impuestos aduaneros que dividían el país y
restringían el comercio con las Américas, ahogaron el crecimiento de la
industria que podía haber proporcionado una fuente alternativa de
ingresos en los pueblos.
La ganadería de ovejas fue practicada extensamente en Castilla, y creció rápidamente con el aumento de precios de la lana apoyado por el rey. Ovejas merinas eran trasladadas anualmente cada invierno desde las montañas del norte hasta el más cálido sur, ignorando los senderos mandados por el estado
que tenían la intención de evitar que la oveja pisoteara las tierras de
labranza. Las quejas presentadas contra el gremio de pastores, la Mesta,
fueron ignoradas por Felipe II que obtenía un buen negocio de los
ingresos de la lana. Finalmente, Castilla se volvió estéril, y España
fue completamente dependiente de alimentos importados que, dado el coste
del transporte y el riesgo de la piratería, eran mucho más caros en
España que en cualquier otro lugar. Como resultado, la población de
España creció mucho más lentamente que la de Francia; en tiempos de Luis
XIV, Francia tenía una población mayor que la de España e Inglaterra
combinadas.
El crédito surgió como una extendida herramienta de negocio española en el siglo XVI. La ciudad de Amberes,
en los Países Bajos Españoles, estaba en el corazón del comercio
europeo y sus banqueros financiaron la mayoría de los créditos de las
guerras de Carlos V y Felipe II. El uso de "notas de cambio" se volvió
común a medida que los bancos de Amberes fueron cada vez más poderosos y
llevó a una amplia especulación que ayudó a exagerar los cambios de
precios. Aunque estas tendencias pusieron los cimientos para el
desarrollo del capitalismo en España y Europa en conjunto, la falta
total de regulación y la corrupción dominante significó que los pequeños
terratenientes a menudo perdieron todo con un único golpe de mala
suerte. Los terrenos en España se volvieron progresivamente más grandes
y la economía se volvió cada vez menos competitiva, particularmente
durante los reinados de Felipe III y IV cuando crisis especulativas
repetidas sacudieron a España.
La Iglesia Católica había sido siempre importante para la economía
española, y particularmente en los reinados de Felipe III y IV, que tuvo
ataques de intensa piedad personal y filantropía religiosa, grandes
áreas del país fueron donadas a la Iglesia. Los últimos Habsburgo no
hicieron nada para fomentar la redistribución de las tierras, y a
finales del reinado de Carlos II, la mayoría de Castilla estaba en las
manos de unos pocos selectos terratenientes, el mayor de los cuales era
de lejos la Iglesia.
la literatura en España, que abarcó aproximadamente desde 1492 hasta
1650. En esta época surgieron figuras de la talla de El Greco y Velázquez en pintura o Garcilaso de la Vega, Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Lope de Vega y Calderón de la Barca en cuanto a las letras se refiere. En América destaca la poeta Juana Inés de la Cruz, la última representante de la literatura áurea en español.
El monumento arquitectónico más relevante de la época es el Monasterio de San Lorenzo del Escorial,
mandado erigir en el reinado de Felipe II como símbolo de la monarquía
universal católica, que, con su estilo renacentista pero austero debido
al diseño de Juan de Herrera, quería representar la cumbre del Imperio español en su periodo de máximo esplendor.
Los pintores más destacados del Siglo de Oro podrían ser El Greco y
Velázquez. El primero, activo a fines del siglo XVI, es reconocido por
sus representaciones religiosas. El segundo está considerado como el más
importante de los artistas españoles en el terreno pictórico por sus
precisos y realistas retratos de la corte contemporánea de Felipe IV.
Además de estas dos figuras capitales, un nutrido grupo de pintores les
secundaron con similares méritos: Bartolomé Esteban Murillo, Francisco de Zurbarán o José de Ribera se cuentan entre los pintores de primera fila que produjo esta época.
El Greco, formado en su tierra natal de Creta y posteriormente en Italia, donde admiró y aprendió el arte de Miguel Ángel, llega a España para cultivar un peculiar manierismo relacionado con el espíritu ascético y místico de la realidad española del reinado de Felipe II y con la prosa y el verso de estas corrientes en su vertiente literaria de Fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
En cuanto a Velázquez, se aprecia, además de su pintura de corte, los de temas religiosos, como El Cristo, los de género mitológico, como La fragua de Vulcano o El triunfo de Baco
e incluso se ha querido ver en él a un precursor del impresionismo en
el tratamiento de la luz y la pincelada suelta que reflejan sus pequeños
cuadros de la Villa Médici. Pero sin duda sus obras maestras son Las hilanderas, pintado hacia el final de su trayectoria, y sobre todo Las Meninas, un cuadro que ha producido largas reflexiones, como la que le prodigó José Ortega y Gasset.
El esplendor de las letras castellanas se inicia con la obra teórica del humanista Antonio de Nebrija, que en 1492 publica la primera Gramática castellana. A partir de 1528 y con la obra poética de Garcilaso de la Vega, la lírica experimentará un importante cambio de rumbo, adoptando la métrica italiana de los autores del Renacimiento
y fijando así, con plenitud, la que había de ser la literatura del
Siglo de Oro español, inmersa completamente en los temas y maneras del
renacimiento literario.
Una obra realista anónima inaugura el género que posteriormente se llamó novela picaresca: El Lazarillo de Tormes.
Su atención a la marginalidad social y la crítica implícita de las
instituciones religiosas y la hipocresía social provocó una serie de
novelas continuadoras entre las que destaca el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán. El género fue ampliamente imitado posteriormente en Francia y Alemania en obras como el Gil Blas de Lesage o Moll Flanders de Daniel Defoe.
Cervantes escribe a comienzos del siglo XVII Don Quijote de la Mancha,
la obra más universal de la literatura española de todos los tiempos.
Concebida como una crítica en forma de parodia de los aspectos más
fabulosos de los libros de caballería,
la que ha sido considerada el punto de inicio de la novela moderna
refleja la realidad deprimida del campo español y consigue reunir todos
los géneros narrativos del renacimiento para darles nueva forma con una
perspectiva irónica y distanciada no exenta, sin embargo, de un
conocimiento profundo de la esencial humanidad de los personajes.
Muy importante asimismo es la creación de la Comedia Nueva por parte de un conjunto de dramaturgos encabezados por Lope de Vega.
La capacidad de conectar con el público a la vez que creara las bases
para un desarrollo integral del teatro español, le granjeó el
calificativo del «Fénix de los Ingenios». Tragedias como El caballero de Olmedo o comedias como La dama boba cimentan su condición de figura clásica del teatro hispano. Digno sucesor tuvo en el más cerebral y barroco Calderón de la Barca, que dominó la escena desde la muerte de Lope hasta pasada la mitad del siglo XVII. La vida es sueño es considerada la obra cumbre del teatro español por sus implicaciones filosóficas.
Por lo que respecta a la poesía barroca, dos figuras, mucho tiempo
consideradas opuestas pero hoy unidas en la estética del concepto,
dominaron la jerarquía lírica: El difícil y brillante, pero de belleza
inmarcesible, Luis de Góngora y el ingenioso, mordaz y gran creador del lenguaje Francisco de Quevedo. Es Juana Inés de la Cruz la última gran escritora del Siglo de Oro. Murió en Nueva España
en 1695. Atisbos de reivindicación de la condición femenina y un
lenguaje culterano de gran profundidad conceptual avalan su calidad
poética.
El Emperador Carlos V (Carlos I de España) acumuló un enorme imperio territorial y oceánico sin parangón en la historia, que se extendía desde Filipinas al este hasta México al oeste, y desde los Países Bajos al norte hasta Tierra del Fuego al sur. Además de la expansión ultramarina, y algunas conquistas (como Milán), este vasto dominio fue resultado de la adición dinástica de cuatro casas europeas: las de Borgoña (1506), Austria (1519), Aragón (1516) y Castilla (1555), y conformó la base de lo que se conoció como Imperio español, sobre todo a partir de la división de su herencia (1554-1556) entre su hermano Fernando I de Habsburgo y su hijo Felipe II. Desde entonces puede hablarse de dos ramas de la casa de Austria, los Habsburgo de Madrid (que son los de los que trata este artículo) y los Habsburgo de Viena (que continuaron reinando en Austria hasta 1918).
La Monarquía Hispánica (también conocida como Monarquía Católica) fue durante toda esa época la mayor potencia de Europa. Durante los llamados Austrias mayores (Carlos I y Felipe II, aunque también Carlos II) alcanzó el apogeo de su influencia y poder, sobre todo con la incorporación de Portugal y su extenso imperio; mientras que los reinados de los llamados Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II), coincidentes con lo mejor del Siglo de Oro
de las artes y las letras, significaron lo que se conoce como
"decadencia española": la pérdida de la hegemonía europea y una profunda
crisis económica y social.
La supremacía marítima española en el siglo XVI fue demostrada con la victoria sobre los otomanos en Lepanto (1571, más importante simbólicamente que por sus consecuencias) y, después del contratiempo de la Armada Invencible (1588) en una serie de victorias contra Inglaterra en la Guerra anglo-española de 1585-1604. Sin embargo, a mediados del siglo XVII el poder marítimo de la Casa de Austria sufrió un largo declive con derrotas sucesivas frente a las Provincias Unidas y después Inglaterra; durante los años 1660 estaba luchando desesperadamente para defender sus posesiones exteriores de piratas y corsarios. En el continente europeo los Habsburgo de Madrid se involucraron en defensa de sus parientes de Viena en la vasta Guerra de los Treinta Años, que aunque comenzó con buenas perspectivas para las armas españolas, terminó catastróficamente tras la crisis de 1640, con la sublevación simultánea de Portugal (que se separó definitivamente), Cataluña y Nápoles. En la segunda mitad del siglo XVII los españoles fueron sustituidos en la hegemonía europea por la Francia de Luis XIV.
Índice
- 1 Los inicios del imperio (1504-1521)
- 2 Un emperador y un rey (1521-1556)
- 3 De San Quintín a Lepanto (1556-1571)
- 4 El rey agitado (1571-1598)
- 5 «Dios es español» (1596-1626)
- 6 El camino hacia Rocroi (1626-1643)
- 7 El fin de la Casa de Austria (1643-1700)
- 8 La sociedad española y la Inquisición (1516-1700)
- 9 La burocracia española (1516-1700)
- 10 La economía española (1516-1700)
- 11 Arte y cultura española (1516-1700)
- 12 Véase también
- 13 Referencias
Los inicios del imperio (1504-1521)
España, tanto en su configuración territorial como en la definiciónde su entidad estatal, no llegó a presentar un aspecto similar al actual
hasta la muerte de Carlos II. Con ella se produjo la extinción de los Habsburgo de Madrid, la ascensión de Felipe V y la inauguración de la Dinastía Borbón
y sus reformas. El área política referida -sobre todo en su percepción
exterior- como España era, de hecho, la unión en la persona del rey de
muy diversas entidades políticas salidas de la Edad Media. La
trascendencia del matrimonio de Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla
en 1469, y las personalidades de estos reyes tuvieron mucho que ver con
ello, aunque también el azar que fue frustrando algunos de sus
proyectos y haciendo triunfar otros. No había sido la única opción
considerada, habiendo sido posible igualmente una unión de Castilla con
Portugal, bien sin Aragón (de haber triunfado su sobrina Juana la Beltraneja en la Guerra de Sucesión Castellana) o bien con él (de haber sobrevivido su nieto el príncipe Miguel de Paz).
En 1504, la reina Isabel murió, y aunque Fernando intentó mantener su posición sobre Castilla tras su muerte, las Cortes de Castilla escogieron coronar reina a la hija de Isabel, Juana[cita requerida]. Su marido, Felipe de Habsburgo, hijo del Emperador del Sacro Imperio Romano Maximiliano I y María de Borgoña, simultáneamente se convirtió en el rey-consorte Felipe I de Castilla.
Poco después Juana comenzó a caer en la locura. En 1506, Felipe asumió
la regencia, pero murió poco más tarde, ese mismo año bajo
circunstancias que algunas fuentes consideran compatibles con un
envenenamiento ordenado por su suegro[1]. Como su hijo mayor, Carlos, tenía sólo seis años, las Cortes, a regañadientes[cita requerida], permitieron a Fernando, el padre de Juana, gobernar el país como el regente de Juana y Carlos.
España estaba ahora unida bajo un sólo gobernante, Fernando II de Aragón.
Como único monarca, Fernando adoptó una política más agresiva que la
que tuvo como marido de Isabel, ampliando la esfera de influencia de
España a Italia, fortaleciéndola contra Francia. Como gobernante de Aragón, Fernando estuvo involucrado en la lucha contra Francia y Venecia
por el control de Italia; estos conflictos se convirtieron en el centro
de la política exterior de Fernando como rey. El primer uso de fuerzas
españolas por parte de Fernando llegó en la Guerra de la Liga de Cambrai contra Venecia, donde los soldados españoles se distinguieron en el campo de batalla al lado de sus aliados franceses en la Batalla de Agnadello (1509). Sólo un año más tarde, Fernando se unió a la Liga Católica contra Francia, viendo una oportunidad de tomar Nápoles y Navarra -de las que mantenía una reivindicación dinástica-. En 1516 Francia aceptó una tregua que dejó Milán bajo control francés y reconoció la hegemonía española en Nápoles y el sur de Navarra. El matrimonio de Fernando con Germana de Foix,
de haber sobrevivido el hijo de ambos, hubiera roto la unidad política
de Castilla y Aragón, pero su hijo Juan murió a temprana edad.
La muerte de Fernando llevó a la ascensión al trono del joven Carlos como Carlos I de Castilla y Aragón. Su herencia española incluyó todas las posesiones españolas en el Nuevo Mundo
y alrededor del Mediterráneo. Después de la muerte de su padre
Habsburgo en 1506, Carlos había heredado el territorio denominado
Flandes o los Países Bajos (donde había nacido y crecido) y el Franco Condado. En 1519, con la muerte de su abuelo paterno Maximiliano I, Carlos heredó los territorios Habsburgos de Alemania, y fue debidamente elegido ese mismo año como Emperador con el nombre de Carlos V.
Su madre permaneció como la reina titular de Castilla hasta su muerte
en 1555, pero debido a su salud, Carlos (con el título de rey también
allí) ejerció todo el poder sin contemplaciones, lo que produjo la
sublevación conocida como Guerra de las Comunidades. Sofocada la sublevación en 1521, al igual que la simultánea de las Germanías de Valencia, el Emperador y Rey Carlos era el hombre más poderoso de la Cristiandad.
La acumulación de tanto poder en un hombre y una dinastía preocupaba mucho al rey de Francia, Francisco I,
que se encontró rodeado de territorios Habsburgo. En 1521, Francisco
invadió las posesiones españolas en Italia e inauguró una segunda ronda
del conflicto franco-español. Las Guerras Italianas fueron un desastre para Francia, que sufrió derrotas tanto en la llamada Guerra de los Cuatro Años (1521-1526) -Biccoca (1522) y Pavía (1525, en donde Francisco fue capturado)- como en la Guerra de la Liga de Cognac (1527-1530) -Landriano (1529)- antes de que Francisco cediera y abandonara Milán, en beneficio una vez más de España.
Un emperador y un rey (1521-1556)
La victoria de Carlos en la Batalla de Pavía en 1525, sorprendió a muchos italianos y alemanes y suscitó preocupaciones de que Carlos se esforzaría por ganar todavía más poder. El papa Clemente VII cambió de bando y se unió a Francia y a importantes estados italianos contra el Emperador Habsburgo en la Guerra de la Liga de Cognac.En 1527, debido a la incapacidad de Carlos de pagar suficientemente a
sus ejércitos en el Norte de Italia, éstos se amotinaron y saquearon Roma
por el botín, forzando a Clemente, y a los sucesivos papas, a ser
considerablemente más prudentes en sus tratos con las autoridades
seculares: en 1533, el rechazo de Clemente a anular el matrimonio de Enrique VIII de Inglaterra con Catalina de Aragón
(tía de Carlos) fue una consecuencia directa de su deseo de no ofender
al emperador y tener quizá su capital saqueada una segunda vez. La Paz de Barcelona,
firmada entre Carlos y el Papa en 1529, estableció una relación más
cordial entre ambos líderes. De hecho, el Papa nombró a España como el
protector de la causa Católica y reconoció a Carlos como rey de Lombardía a cambio de la intervención española en derrocar a la rebelde República florentina.
En 1543, Francisco I, rey de Francia, anunció su alianza sin precedentes con el sultán otomano, Solimán el Magnífico, ocupando la ciudad de Niza,
controlada por España, en cooperación con las fuerzas turcas. Enrique
VIII de Inglaterra, que guardaba mayor rencor contra Francia que el que
tenía contra el Emperador por resistirse en el camino a su divorcio, se
unió a Carlos en su invasión de Francia. Aunque el ejército español fue
completamente derrotado en la Batalla de Cerisoles, en Saboya, a Enrique le fue mejor, y Francia fue forzada a aceptar los términos. Los austríacos, liderados por el hermano menor de Carlos, Fernando, continuaron luchando contra los otomanos en el Este. Con Francia vencida, Carlos pudo ocuparse de un problema más antiguo: la Liga de Esmalcalda.
La Reforma Protestante
había comenzado en Alemania en 1517. Carlos, a través de su posición
como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, sus estratégicas
posesiones patrimoniales situadas a lo largo de las fronteras alemanas, y
su cercana relación con sus parientes Habsburgos en Austria, tuvo gran
interés en mantener la estabilidad del Sacro Imperio Romano Germánico. La Guerra de los campesinos alemanes
había estallado en el Imperio en 1524 y devastó el país hasta que fue
completamente sofocada en 1526. Carlos, incluso estando tan lejos de
Alemania, estaba comprometido en mantener el orden. Desde la Guerra de
los campesinos, los protestantes se habían organizado en una liga
defensiva para protegerse del Emperador Carlos. Bajo la protección de la
Liga de Esmalcalda, los estados protestantes habían cometido un gran
número de atrocidades a los ojos de la Iglesia Católica — la
confiscación de algunos territorios eclesiásticos, entre otras cosas— y
habían desafiado la autoridad del Emperador.
Quizá en gran medida desde la perspectiva estratégica del rey
español, la Liga se había aliado con los franceses, y sus esfuerzos en
Alemania para debilitar la Liga habían sido desairados. La derrota de
Francisco en 1544 llevó a la anulación de la alianza con los
protestantes, y Carlos aprovechó la oportunidad. Primero intentó el
camino de la negociación en la Dieta de Worms de 1521 y el Concilio de Trento
de 1545, pero el liderazgo protestante y el sentimiento de traición
creado por la postura tomada por los católicos en el concilio llevaron a
aquellos a la guerra, liderados por el elector Mauricio de Sajonia.
Como respuesta, Carlos invadió Alemania al frente de un ejército
compuesto por tropas españolas y flamencas, esperando restaurar la
autoridad imperial. El emperador personalmente infligió una severa
derrota militar a los protestantes en la histórica Batalla de Mühlberg en 1547, pero no llegó a tener consecuencias decisivas, pues en 1555 Carlos tuvo que firmar con los estados protestantes la Paz de Augsburgo, que restauraba la estabilidad en Alemania a través del principio cuius regio, eius religio;
es decir, el reconocimiento de la libertad religiosa en la práctica
para los príncipes alemanes protestantes del norte. La implicación de
Carlos en Alemania establecería un rol para España como protectora de la
causa católica-Habsburgo en el Sacro Imperio Romano Germánico; el
precedente sentado entonces llevaría siete décadas más tarde a la
participación en las Guerra de los Treinta Años que acabarían finalmente con el estatus de España como una de las potencias líderes de Europa.
En 1526, Carlos se casó con la infanta Isabel, hermana de Juan III de Portugal. En 1556, Carlos abdicó de sus posesiones, pasando su Imperio español a su único hijo superviviente, Felipe II de España, y el Sacro Imperio Romano Germánico a su hermano, Fernando. Carlos se retiró al monasterio de Yuste (Extremadura, España), donde se piensa que tuvo una crisis nerviosa[cita requerida], y murió en 1558.
De San Quintín a Lepanto (1556-1571)
Europa aún no estaba en paz, ya que el agresivo Enrique II de Franciallegó al trono en 1547 e inmediatamente renovó el conflicto armado. El
sucesor de Carlos, Felipe II, consiguió aplastar al ejército francés en
la Batalla de San Quintín en Picardía en 1557 y derrotar a Enrique de nuevo en la Batalla de Gravelinas el año siguiente. La Paz de Cateau-Cambrésis,
firmada en 1559, reconoció definitivamente las reivindicaciones de
España en Italia. En las celebraciones posteriores al tratado, Enrique
murió por una astilla desviada de una lanza. Durante los siguientes
treinta años Francia fue azotada por guerras civiles y desórdenes
internos (véase Guerras de religión de Francia)
y fue incapaz de competir eficazmente con España y los Habsburgo en la
lucha por el poder europeo. Liberado de cualquier oposición francesa
seria, España presenció el apogeo de su poder y expansión territorial en
el periodo 1559-1643.
Según un extendido punto de vista, que a veces era expresado por los
diputados castellanos en las Cortes, Carlos y sus sucesores, en vez de
centrar sus esfuerzos en Castilla, el corazón de su Imperio, intentando
una unificación de los territorios españoles con una perspectiva
centralista, la consideraron sólo como otra parte de su imperio. En eso
la monarquía autoritaria de los Habsburgo difería de la orientación absolutista o precozmente nacionalista
de otras potencias europeas (Francia, Inglaterra o los Países Bajos),
siendo debatido por la historiografía su condición moderna (el
estado-nación) o más bien continuadora de ideales y entidades medievales
de vocación universal (papado e imperio). Conseguir los objetivos
políticos de la dinastía –que ante todo significó debilitar el poder de
Francia, mantener la hegemonía Católica Habsburga en Alemania, y
contener al Imperio Otomano– fue más importante para los gobernantes
Habsburgo que la protección de España. Este énfasis, que se explicitó en
la frase atribuida a Felipe II: Antes preferiría perder mis Estados y cien vidas que tuviese que reinar sobre herejes, contribuiría decisivamente al declive del poder imperial español.
El Imperio español había crecido sustancialmente desde los días de Fernando e Isabel. Los imperios azteca e inca
fueron conquistados durante el reinado de Carlos, de 1519 a 1521 y de
1540 a 1558, respectivamente. Se establecieron asentamientos españoles
en el Nuevo Mundo: Florida fue colonizada en los años 1560, Buenos Aires fue asentada en 1536 y Nueva Granada (actualmente Colombia) fue colonizada en los años 1530. Manila, en las Filipinas, fue asentada en 1572. El Imperio español
en el extranjero se convirtió en el origen de la riqueza y poder
español en Europa, pero contribuyó también a la inflación. En vez de
impulsar la economía española, la plata americana hizo a España
dependiente de los recursos extranjeros de materias primas y bienes
manufacturados. Las transformaciones económicas y sociales que
orientaban a Europa Noroccidental en la transición del feudalismo al capitalismo no tuvieron el mismo ritmo en España -ni en la Europa Central y Meridional-.
Después de la victoria de España sobre Francia en 1559 y el inicio de
las guerras religiosas de Francia, las ambiciones de Felipe crecieron.
El Imperio otomano
había amenazado desde hacía tiempo los límites de los dominios de los
Habsburgo en Austria y el Noroeste de África, y como respuesta Fernando e
Isabel habían enviado expediciones al Norte de África, capturando Melilla en 1497 y Orán
en 1509. Carlos prefirió combatir a los otomanos a través de una
estrategia considerablemente más marítima, obstaculizando los
desembarcos otomanos en los territorios venecianos en el Este del
Mediterráneo. Sólo en respuesta al hostigamiento contra las costas
mediterráneas españolas, Carlos lideró personalmente los ataques contra
los asentamientos en el Norte de África, como en la Jornada de Túnez en 1535 y la Jornada de Argel en 1541. En 1565, los españoles derrotaron un desembarco otomano en la estratégicamente vital isla de Malta, defendida por los Caballeros de San Juan. La muerte de Solimán el Magnífico el año siguiente y su sucesión por el menos capacitado Selim II envalentonó a Felipe, que decidió llevar la guerra a las tierras otomanas. En 1571, una expedición naval mixta (con Génova, Venecia y el Papado) liderada por el hijo ilegítimo de Carlos, Juan de Austria, aniquiló la flota otomana en la Batalla de Lepanto,
una de las más célebres de la historia naval. El éxito cristiano, sin
comprometer la hegemonía naval otomana en el Mediterráneo Oriental, sí
consiguió aliviar la presión sobre el Occidental, manteniéndose el statu quo durante los siglos siguientes.
El rey agitado (1571-1598)
El tiempo de júbilo en Madrid fue efímero. En 1566, disturbios liderados por calvinistas en los Países Bajos Españoles (aproximadamente equivalentes a los actuales Países Bajos y Bélgica, heredados por Felipe de la mano de Carlos y sus antepasados borgoñones) provocaron que el Duque de Alba dirigiera una expedición militar para restaurar el orden con una enérgica represión. En 1568, Guillermo de Orange encabezó una sublevación armada contra Alba, al tiempo que inicia la guerra propagandística antiespañola conocida como "Leyenda Negra". Fue el inicio de la Guerra de los Ochenta Años que, con el tiempo, dividió el territorio entre un norte mayoritariamente protestante que obtuvo la independencia (las Provincias Unidas encabezadas por Holanda), y un sur católico que permaneció bajo control español (la actual Bélgica).Desde la Baja Edad Media
existía una fuerte conexión económica entre Flandes y los intereses
laneros de la aristocracia y los comerciantes castellanos,
particularmente con el vital puerto de Amberes,
que se habían intensificado con la explotación colonial de América. En
1572, una banda de rebeldes corsarios holandeses conocidos como los watergeuzen
("Mendigos de mar") tomaron varios pueblos costeros holandeses,
cortando la salida al mar de Amberes y los territorios del norte, en
apoyo de Guillermo.
Para España, la guerra fue un verdadero desastre. En 1574, el ejército español al mando de Luis de Requesens fue repelido en el asedio de Leiden después de que los holandeses destruyeran los diques que contenían el Mar del Norte,
inundando el territorio e impidiendo las maniobras militares. En 1576, a
la vista de la imposibilidad de sostener los costes de su ejército de
ocupación de los Países Bajos de 80.000 hombres y los de la enorme flota
vencedora de Lepanto, Felipe tuvo que aceptar la quiebra. El ejército en los Países Bajos se amotinó no mucho después, saqueando Amberes
y el Sur de los Países Bajos, impulsando a varias ciudades de las
anteriormente pacíficas provincias del Sur a unirse a la rebelión. Los
españoles escogieron el camino de la negociación y pacificaron la
mayoría de las provincias del Sur de nuevo con la Unión de Arras en 1579.
El acuerdo de Arras
requirió que todas las tropas españolas abandonaran estas tierras. En
1580, esta circunstancia le dio al rey Felipe la oportunidad de
consolidar su posición hegemónica en Europa, cuando el último miembro
masculino de la familia real portuguesa, el Cardenal Enrique de Portugal, murió. Felipe reclamó sus derechos sucesorios al trono portugués y en junio envió un ejército a Lisboa
al mando del Duque de Alba para asegurarlos. Los territorios
castellanos y portugueses en ultramar pusieron en las manos de Felipe la
casi totalidad del Nuevo Mundo explorado junto a un vasto imperio
comercial en África y Asia.
Mantener Portugal bajo control requirió una amplia fuerza de
ocupación y España estaba todavía recuperándose de la quiebra de 1576.
En 1584 Guillermo de Orange fue asesinado por un fanático católico. La
muerte del popular líder de la resistencia holandesa (cuya cabeza había
sido puesta a precio por Felipe II) se esperaba que traería el fin de la
guerra, pero no lo hizo. En 1586, la reina Isabel I de Inglaterra, apoyó la causa protestante en los Países Bajos y Francia, y Sir Francis Drake hostigaba los intereses comerciales españoles en el Caribe y el Océano Pacífico, junto con un ataque particularmente agresivo al puerto de Cádiz. En 1588, esperando acabar con la intromisión de Isabel, Felipe envió la Armada Invencible
a atacar Inglaterra. De los 130 barcos enviados en la misión, sólo la
mitad regresaron a España sin incidentes, y unos 20.000 hombres
perecieron. Algunas fueron víctimas de los barcos ingleses, pero la
mayoría lo fueron del duro tiempo encontrado durante su viaje de
regreso. El desastroso resultado, consecuencia de una combinación del
tiempo desfavorable y de la suerte y eficacia de la flota inglesa de Lord Howard de Effingham,
provocó una completa revisión y reparación de los barcos de la armada
española, las armas y las tácticas. Los ataques ingleses fueron
respondidos, y gracias a un errado contraataque inglés (Armada Inglesa)
el poder naval español recuperó rápidamente la posición preeminente que
mantuvo durante otro medio siglo. España también proporcionó ayuda a
una durísima guerra irlandesa que vació a Inglaterra de recursos y donde
también resultaron asaltados los pueblos costeros ingleses. No
obstante, ahora la Casa de Austria tenía otra vez un poderoso enemigo
con quien competir, forzando a España a mantener una armada todavía más
fuerte y cara, además de los enormes gastos de los ejércitos en sus
muchos territorios dispersos.
España se había implicado en la guerra religiosa de Francia después de la muerte de Enrique II. En 1589, Enrique III, el último del linaje Valois, murió en las murallas de París. Su sucesor, Enrique IV de Navarra, el primer rey de Francia Borbón, fue un hombre de gran capacidad, que obtuvo victorias clave contra la Liga Católica en Arques (1589) e Ivry
(1590). Decididos a evitar que Enrique se convirtiera en rey de
Francia, los españoles dividieron su ejército en los Países Bajos e
invadieron Francia en 1590.
Véase también: Crisis sucesoria en Portugal (1580)
«Dios es español» (1596-1626)
Afrontando las guerras contra Inglaterra, Francia y los Países Bajos,cada una dirigida por líderes extraordinariamente capaces, la ya
agotada España estaba desbordada. Luchando continuamente contra la piratería que dificultaba su tráfico marítimo en el Atlántico
aunque no interrumpía sus vitales envíos de oro desde el Nuevo Mundo
(sólo fue capturado uno de los convoyes, el de 1628, por el holandés Piet Hein),
la Real Hacienda se vio forzada a admitir la quiebra de nuevo en 1596.
Los españoles intentaron liberarse de varios conflictos en los que
estaban involucrados, primero firmando la Paz de Vervins
con Francia en 1598, reconociendo a Enrique IV (convertido al
catolicismo desde 1593) como rey de Francia y restaurando muchas de las
estipulaciones de la anterior Paz de Cateau-Cambrésis. Un tratado con Inglaterra fue acordado en 1604, después de la ascensión del más tratable rey estuardo Jacobo I.
La paz con Inglaterra y Francia significó que España podría centrar
sus energías en restaurar su gobierno de las provincias holandesas. Los
holandeses, liderados por Mauricio de Nassau, el hijo de Guillermo de Orange y quizá el mejor estratega de su tiempo, tuvieron éxito en tomar varias ciudades de la frontera desde 1590, incluyendo la fortaleza de Breda. Después de la paz con Inglaterra, el nuevo comandante español Ambrosio Spinola
presionó duramente a los holandeses. Spinola, un general de capacidad
similar a Mauricio, no pudo conquistar los Países Bajos, entre otras
cosas por la repetición de una nueva quiebra en 1607. En un ejercicio de
realismo adecuado al temperamento del rey Felipe III y su valido el duque de Lerma, se firmó en 1609 la Tregua de los Doce Años entre España y las Provincias Unidas de los Países Bajos, periodo conocido como Pax Hispánica.
España no consiguió grandes ventajas de la tregua, las finanzas
siguieron en desorden y el imperio colonial siguió sufriendo ataques
cada vez más humillantes, en beneficio sobre todo de Holanda. En los
Países Bajos, el gobierno de la hija de Felipe II, Isabel Clara Eugenia y su marido, el archiduque Alberto,
restauró la estabilidad en los Países Bajos del Sur y amortiguó los
sentimientos antiespañoles en el área. El sucesor de Felipe II, Felipe III,
fue un hombre de capacidad limitada no interesado en política, que
prefería permitir que otros se encargaran de los detalles. Su valido,
Lerma, atento sobre todo a lo que tocaba a sus intereses particulares,
logró dar la vuelta a los libros de cuentas españoles y hacerse uno de
los hombres más ricos de Europa con una fortuna de unos 44 millones de táleros.
El éxito personal de Lerma le acarreó enemigos y alegaciones bien
fundadas de corrupción, que llevaron al cadalso a su hombre de
confianza, Rodrigo Calderón. En 1618 es sustituido por su hijo el duque de Uceda,
en lo que puede considerarse como una transición, pues alcanzó el poder
apoyado por el bando nobiliario rival a su propio padre. No será hasta
1621, con la llegada del nuevo rey, Felipe IV, que los Sandoval fueran sustituidos en el puesto de máxima confianza por los Zúñiga (primero Baltasar de Zúñiga y luego el conde duque de Olivares).
Mientras que los validos de Felipe III se habían desinteresado por los
asuntos de Austria, su aliado dinástico; Zúñiga era un veterano
embajador de Viena y creyó que la clave para contener a los resurgentes
franceses y eliminar a los holandeses era una alianza más cercana con
los Habsburgo.
En 1618, tras las defenestraciones de Praga, Austria y el Emperador del Sacro Imperio Romano, Fernando II, se embarcaron en una campaña contra la Unión Protestante y Bohemia.
El nuevo rey y sus validos eran considerablemente más activos que
Felipe III, pero incluso durante los últimos años de éste, Zúñiga, que
ya gozaba de una posición elevada en la corte, había conseguido el apoyo
a los Habsburgo austríacos en la guerra, y Ambrosio Spinola, la
creciente estrella del ejército español, fue enviado como el jefe del Ejército de Flandes para intervenir, invadiendo el Palatinado. Así, España entró en la Guerra de los Treinta Años. A la muerte de Zúñiga en 1622, éste fue reemplazado por su sobrino Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares,
un hombre capacitado que creía que el centro de todas las tragedias de
España se encontraba en Holanda. Después de ciertos contratiempos
iniciales, los bohemios fueron derrotados en la batalla de la Montaña Blanca en 1621, y de nuevo en Stadtlohn
en 1623. Mientras estuvo en vigor la tregua de los doce años, España
estaba en paz con los Países Bajos protestantes, pero la tregua, que
expiraba en 1621, no se renovó, añadiendo otro frente de conflicto.
Spinola tomó la fortaleza de Breda en 1625. La intervención del rey danés Cristián IV
en la guerra aumentó las preocupaciones (Cristián era uno de los pocos
monarcas de Europa que no tenía problemas con sus finanzas) pero la
victoria del general imperial Albrecht von Wallenstein sobre los daneses en Dessau y de nuevo en Lutter,
ambas en 1626, eliminó la amenaza. Hubo esperanza en Madrid de que los
Países Bajos podían ser finalmente reincorporados dentro del Imperio, y
después de la derrota de Dinamarca los protestantes en Alemania parecían
apagados. Francia se vio envuelta de nuevo en sus propias
inestabilidades (el famoso asedio de La Rochelle
comenzó en 1627), y la preeminencia de España parecía irrefutable. El
conde-duque de Olivares estridentemente afirmó "Dios es español y
combate con nuestra nación estos días” (Brown and Elliott, 1980, p. 190)
y muchos de los adversarios de España habrían estado de acuerdo a
regañadientes.
El camino hacia Rocroi (1626-1643)
Olivares fue un hombre desgraciadamente fuera de tiempo; se diocuenta de que España necesitaba reformarse, y para reformarse necesitaba
paz. La destrucción de las Provincias Unidas de los Países Bajos fue
añadida a su lista de necesidades porque detrás de cada coalición
anti-Habsburgos había dinero holandés: los banqueros holandeses
respaldaban los comerciantes de India Oriental de Sevilla, y en todas
partes del mundo los emprendedores y colonizadores holandeses
debilitaban las hegemonías española y portuguesa. Spinola y el ejército
español se centraron en los Países Bajos, y la guerra parecía ir a favor
de España.
En 1627, la economía castellana se desplomó. Los españoles habían estado devaluando su moneda para pagar la guerra y los precios estallaron
en España de la misma manera que lo hicieron los años anteriores en
Austria. Hasta 1631, partes de Castilla funcionaban en una economía de trueque
como resultado de la crisis monetaria, y el gobierno era incapaz de
recaudar cualquier impuesto significativo del campesinado, dependiendo
en cambio de sus colonias (Flota de Indias).
Los ejércitos españoles en Alemania se reordenaron para "pagarse entre
ellos" en la tierra. Olivares, que había apoyado ciertas medidas en los
impuestos de España pendientes de la conclusión de la guerra, fue además
culpado por una embarazosa e infructuosa guerra en Italia (véase Guerra de Sucesión de Mantua).
Los holandeses, que durante la Tregua de los Doce Años habían hecho de
su armada una prioridad, devastaron el comercio marítimo español y
especialmente el portugués, del cual España era completamente
dependiente después del desplome económico. Los españoles, con los
recursos esparcidos, eran cada vez más incapaces de lidiar con las
rápidamente crecientes amenazas navales.
En 1630, Gustavo Adolfo de Suecia, uno de los más capaces comandantes del momento, desembarcó en Alemania y liberó el puerto de Stralsund
que era la última fortaleza en el continente controlada por fuerzas
alemanas contrarias al Emperador. Gustavo entonces marchó hacia el Sur
obteniendo victorias notables en Breitenfeld y Lützen,
atrayendo más respaldo de la causa protestante a medida que avanzaba.
La situación para los católicos mejoró con la muerte de Gustavo en
Lützen en 1632 y una impresionante victoria de las fuerzas imperiales
bajo el Cardenal-Infante Fernando y Fernando II de Hungría en la batalla de Nördlingen
en 1634. Desde una posición de fuerza, el Emperador se acercó a los
estados alemanes cansados de la guerra con una paz en 1635; muchos
aceptaron, incluidos los dos más poderosos, Brandeburgo y Sajonia.
El Cardenal Richelieu
había sido un fuerte partidario de los holandeses y los protestantes
desde el inicio de la guerra, enviando fondos y material en un intento
de detener la fuerza de los Habsburgo en Europa. Richelieu decidió que
la recién firmada Paz de Praga
era contraria a los intereses franceses y declaró la guerra al
emperador del Sacro Imperio Romano y a España pocos meses después de
haberse firmado la paz. Las más experimentadas fuerzas españolas se
anotaron éxitos iniciales; Olivares ordernó una campaña relámpago en el
Norte de Francia desde los Países Bajos Españoles, esperando destrozar
la firmeza de los ministros del rey Luis XIII
y derrocar a Richelieu antes de que la guerra agotara las finanzas
españolas y de que los recursos militares de Francia pudieran ser
completamente desplegados. En el "année de Corbie", 1636, las fuerzas españolas avanzaron al Sur hasta Amiens y Corbie, amenazando París y terminando la guerra en sus cercanías.
Después de 1636, no obstante, Olivares, temeroso de poder provocar
otra desastrosa quiebra, paró el avance. El ejército español nunca
penetraría de nuevo. Así, los franceses ganaron tiempo para movilizarse
correctamente. En la batalla de las Dunas
en 1639 una flota española fue destruida por la armada holandesa, y los
españoles se encontraron incapaces de reforzar y proveer adecuadamente a
sus fuerzas en los Países Bajos. El Ejército de Flandes español, que
representó lo mejor de los soldados y líderes españoles, se enfrentó a
una invasión francesa liderada por Luis II de Borbón, príncipe de Condé en los Países Bajos Españoles en Rocroi en 1643. Los españoles, liderados por Francisco de Melo,
fueron devastados, con la mayoría de la infantería española masacrada o
capturada por la caballería francesa. La buena reputación del Ejército
de Flandes fue rota en Rocroi, y con ella, el esplendor de España.
El fin de la Casa de Austria (1643-1700)
Apoyados por los franceses, los catalanes, napolitanos y portuguesesse levantaron en revuelta contra el monarca español en los años 1640.
Con los Países Bajos Españoles efectivamente perdidos después de la batalla de Lens en 1648, los españoles hicieron las paces con los holandeses y reconocieron la independencia de las Provincias Unidas en la Paz de Westfalia que acabó tanto la Guerra de los Ochenta Años como la Guerra de los Treinta Años.
La guerra con Francia continuó durante once años más. Aunque Francia sufrió una guerra civil en 1648-1652 (véase Guerras de la Fronda)
la economía española estaba tan agotada que fueron incapaces de sacar
provecho de la inestabilidad francesa. Nápoles fue tomada de nuevo en
1648 y Cataluña en 1652, pero la guerra llegó efectivamente a su final en la batalla de las Dunas donde el ejército francés bajo el vizconde de Turenne derrotó los restos del ejército español en los Países Bajos. España aceptó la Paz de los Pirineos en 1659, en la que cedió a Francia el Rosellón, Conflent, Vallespir y parte de la Cerdaña, Foix, Artois, parte de Lorena y otras plazas europeas.
Portugal se había rebelado en 1640 bajo el liderazgo de Juan IV, pretendiente al trono de la dinastía de Braganza, en lo que se conoce como la Guerra de Restauración.
Recibió un apoyo generalizado de los portugueses, y los españoles – que
tenían que ocuparse de las rebeliones en otros lugares y de la guerra
contra Francia – fueron incapaces de responder. Los españoles y
portugueses vivieron en un estado de paz de facto de 1644 a 1657. Cuando Juan IV murió en 1657, los españoles intentaron arrancar Portugal de su hijo Alfonso VI, pero fueron derrotados en Ameixial (1663) y Montes Claros (1665), conduciendo al reconocimiento de España de la independencia portuguesa en 1668.
Felipe IV, que había visto durante el transcurso de su vida la
devastación del imperio de España, cayó lentamente en una depresión
después de tener que despedir a su cortesano favorito, Olivares, en
1643. Se entristeció todavía más después de la muerte de su hijo Baltasar Carlos
en 1646 a la pronta edad de diecisiete años. Felipe fue cada vez más
místico cerca del final de su vida, y en última instancia intentó
enmendar algunos de los daños que había hecho a su país. Murió en 1665
antes de que nada pudiera ser cambiado, esperando que su hijo podría ser
de alguna manera más afortunado. Carlos,
su único hijo superviviente, era gravemente deforme y retrasado mental,
y permaneció bajo la influencia de su madre durante toda su vida.
Luchando contra sus deformidades, las expectativas y las burlas de su
familia y la corte, Carlos llevó una desgraciada existencia, lo que le
supuso llevar el mote de "el hechizado".
Carlos y su regencia fueron incompetentes en ocuparse de la Guerra de Devolución que Luis XIV de Francia
llevó adelante contra los Países Bajos Españoles en 1667-1668,
perdiendo considerable prestigio y territorio, incluyendo las ciudades
de Lille y Charleroi. En la Guerra de los Nueve Años Luis de nuevo invadió los Países Bajos Españoles. Las fuerzas francesas lideradas por el duque de Luxemburgo derrotaron a los españoles en Fleurus (1690), y posteriormente vencieron a las fuerzas holandesas bajo Guillermo III,
que luchaban en el bando de España. La guerra acabó con la mayoría de
los Países Bajos Españoles bajo ocupación francesa, incluyendo las
importantes ciudades de Gante y Luxemburgo.
La guerra mostró al mundo lo vulnerables y retrasadas que eran las
defensas y burocracia españolas, aunque el ineficaz gobierno español no
tomó ninguna acción para mejorarlas.
Las últimas décadas del siglo XVII vieron la decadencia y el
estancamiento completo en España; mientras el resto de Europa pasó por
apasionantes cambios en el gobierno y la sociedad - la Revolución Gloriosa en Inglaterra y el reinado del "Rey Sol" Luis XIV
en Francia - España continuó a la deriva y cerrada en sí misma. La
burocracia española que se había forjado alrededor del carismático,
trabajador e inteligente Carlos I y Felipe II exigía un monarca sólido;
la debilidad de Felipe III y IV llevó a la decadencia de España. Como
sus deseos finales, el rey de España sin hijos deseó que el trono pasara
al príncipe Borbón Felipe de Anjou,
en vez de a un miembro de la familia que le había atormentado durante
toda su vida. Carlos II murió en 1700, finalizando la línea de la Casa
de Austria en el trono de España exactamente dos siglos después de que
naciera Carlos I.
La sociedad española y la Inquisición (1516-1700)
La Inquisición española fue formalmente fundada durante el reinado de los Reyes Católicos, continuada por sus sucesores Habsburgos, y no terminó hasta el siglo XIX. Bajo Carlos Ila inquisición se convirtió en un ministerio formal del gobierno
español que adquirió un control propio a medida que avanzaba el siglo
XVI. Carlos también aprobó los Estatutos de limpieza de sangre, una ley que impedía el acceso a muchas instituciones y cargos públicos a los que no eran cristianos viejos
puros, sin sangre judía. Aunque la tortura era común en Europa, la
manera cómo se practicaba en la Inquisición fomentó la corrupción y
delación, y se convirtió en un factor coadyuvante de la decadencia
española. Se convirtió en un método para enemigos, amigos celosos e
incluso relaciones reñidas para usurpar influencia y propiedades. Una
acusación, incluso si era en gran parte infundada, llevaba a un largo y
angustioso proceso que podía durar años antes de llegar a un veredicto, y
entre tanto la reputación y estima del acusado eran destruidas. El
tristemente célebre auto de fe era un espectáculo social, en que se humillaba públicamente a los penitentes (el espectáculo dantesco de quema de los "relajados" en la hoguera se realizaba en "braseros", lugares apartados).
Si Carlos continuó la práctica de la Inquisición, Felipe II la expandió, e hizo de la ortodoxia religiosa un objetivo de la política pública. En 1559,
tres años después de que Felipe llegara al poder, se prohibió a los
estudiantes de España viajar al extranjero, los líderes de la
Inquisición fueron puestos a cargo de la censura, y se impidió la
importación de libros. Felipe intentó con vigor eliminar el
protestantismo en España, participando en innumerables campañas para
eliminar la literatura luterana y calvinista del país, esperando evitar el caos que ocurría en Francia.
La iglesia en España había sido purgada de muchos de sus excesos administrativos en el siglo XV por el Cardenal Cisneros,
y la Inquisición sirvió para expurgar a muchos de los reformadores más
radicales que intentaban cambiar la teología de la iglesia a como los
reformadores protestantes querían. En cambio, España, recién salida de
la Reconquista, se convirtió en la impulsora de la Contrarreforma. Se desarrollaron en España dos hilos únicos de pensamiento contrarreformista en las personas de la abulense Santa Teresa de Jesús y el vasco Ignacio de Loyola. Teresa defendía el monasticismo estricto y un restablecimiento de tradiciones más antiguas de penitencia. Experimentó un éxtasis místico que resultó profundamente influyente en la cultura y arte español. Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús,
tuvo una influencia mundial en su énfasis en la excelencia espiritual y
mental y contribuyó a un resurgimiento del conocimiento en Europa. En 1625, en un momento cumbre de prestigio y poder español, el Conde-Duque de Olivares estableció el Colegio Imperial jesuita en Madrid para preparar a los nobles españoles en las humanidades y las artes militares.
Los moriscos
del sur de España habían sido convertidos a la fuerza al cristianismo
en 1502, pero bajo el gobierno de Carlos I pudieron obtener un grado de
tolerancia de sus gobernantes cristianos. Se les permitió practicar sus
costumbres anteriores, indumentaria e idioma; y las leyes religiosas
fueron laxamente impuestas. No obstante, en 1568, bajo Felipe II los moriscos se rebelaron (véase Rebelión de las Alpujarras) después de que se impusieran de nuevo las antiguas leyes. La revuelta sólo pudo ser sofocada por tropas italianas bajo Don Juan de Austria,
e incluso entonces los moriscos se retiraron a las zonas montañosas y
no fueron derrotados hasta 1570. A la revuelta le siguió por un enorme
programa de reasentamiento en donde 12.000 campesinos cristianos
reemplazaron los moriscos. En 1609, aconsejado por el Duque de Lerma, Felipe III expulsó a los 300.000 moriscos de España.
La Ilustración
criticó principalmente a los españoles por su excesivo celo religioso y
su "pereza". Entre los miembros de la aristocracia, que gozaban de más
seguridad en sus posiciones de poder (a diferencia de sus colegas en
Francia e Inglaterra que eran cada vez más competitivos) podía aplicarse
el argumento de la "pereza española". La expulsión de los trabajadores
moriscos y judíos ciertamente hizo poco para ayudar a la economía y
sociedad española que dependía de su trabajo y habilidad mucho más de lo
que los cristianos creían.
La burocracia española (1516-1700)
Los españoles recibieron un enorme influjo de oro como botín desdelas colonias en el Nuevo Mundo cuando éstas fueron conquistadas, mucho
del cual Carlos lo usó para llevar adelante sus guerras en Europa. No
fue hasta los años 1540 que grandes depósitos de plata fueron
encontrados en Potosí y Guanajuato
y una estable fuente de ingresos fue obtenida. Los españoles dejaron la
minería a la iniciativa privada pero establecieron un impuesto conocido
como el "quinto real" a través del cual una quinta parte del
metal era recaudado por el gobierno. Los españoles tuvieron bastante
éxito haciendo cumplir el impuesto en la totalidad de su vasto imperio
en el Nuevo Mundo; todos los lingotes tuvieron que pasar a través de la Casa de Contratación de Sevilla, bajo la dirección del Consejo de Indias. El suministro de mercurio de Almadén, vital para extraer plata de la mena, fue controlado por el estado y contribuyó al rigor de la política de impuestos española.
Aunque las conquistas iniciales en las Américas proporcionaron
marcados repuntes en importaciones de oro desde las colonias, no fue
hasta los años 1550 cuando se convirtieron en una fuente habitual y
vital de los ingresos de España. La inflación
- tanto en España como en el resto de Europa - fue principalmente
causada por la deuda; Carlos había llevado a cabo la mayoría de sus
guerras a crédito, y en 1557, un año después de que abdicara, España se
vio forzada en su primera quiebra.
Afrontando la creciente amenaza de la piratería, en 1564 los españoles adoptaron un sistema escolta muy adelantado a su tiempo, con la salida de las flotas del tesoro
de las Américas en abril y agosto. La política resultó eficiente, y
tuvo bastante éxito. Sólo dos convoyes fueron capturados; uno en 1628
que fue capturado por los holandeses, y otro en 1656, capturado por los
ingleses, pero para entonces los convoyes eran una sombra de lo que
habían sido en su momento cumbre a finales del siglo anterior. No
obstante incluso sin ser completamente capturadas, frecuentemente fueron
atacadas, lo que inevitablemente tuvo un precio. No todo el comercio
marítimo del disperso imperio podía protegerse por grandes convoyes,
permitiendo a los corsarios
holandeses, ingleses y franceses y a los piratas tener la oportunidad
de devastar el comercio entre las costas americana y española y asaltar
asentamientos aislados. Esto fue particularmente salvaje a partir de los
años 1650, con ambos bandos cayendo a extraordinarios niveles de
barbarie, incluso por los estándares de la época. España también tuvo
que encargarse de la piratería berberisca en el Mediterráneo y de Oriente y la piratería holandesa en las aguas alrededor de las Filipinas.
La expansión del Imperio español en el Nuevo Mundo fue llevada a cabo
desde Sevilla, sin la cercana dirección de los dirigentes de Madrid.
Carlos I y Felipe II estuvieron principalmente ocupados con sus deberes
en Europa, y así el control de las Américas fue llevado por virreyes
y administradores coloniales que funcionaban con efectiva autonomía.
Los reyes Habsburgo consideraron sus colonias como sociedades feudales
en vez de partes integrantes de España. Los Habsburgo, familia que había
gobernado tradicionalmente sobre diversos dominios no contiguos y había
sido forzada a delegar autonomía a administradores locales, duplicaron
estas políticas feudales en España, particularmente en el País Vasco y Aragón.
Esto significó que los impuestos, la mejora de infraestructuras y las
políticas de comercio interior fueron definidas independientemente por
cada región, llevando a muchas barreras de aduanas interiores y peajes, y
políticas contradictorias incluso dentro de los dominios de los
Habsburgo. Carlos I y Felipe II fueron capaces de dominar las diferentes
cortes a través de su impresionante energía política, pero Felipe III y
IV permitieron que decayera, y Carlos II fue completamente incapaz de
controlarlas. El propio desarrollo de España fue obstaculizado por el
hecho de que Carlos I y Felipe II pasaran la mayoría de su tiempo en el
extranjero; durante la mayor parte del siglo XVI, España fue
administrada desde Bruselas y Amberes, y fue sólo durante la Guerra de Flandes que Felipe regresó a España, donde pasó la mayoría de su tiempo en retiro en el palacio monástico de El Escorial.
El desigual imperio, mantenido unido por un decidido rey que conservaba
la hinchada burocracia junta, se desenmarañó cuando un débil gobernante
llegó al trono.
Hubo intentos para reformar la anticuada burocracia española. Carlos, al convertirse en rey, chocó con sus nobles durante la Guerra de las Comunidades de Castilla
cuando intentó ocupar posiciones de gobierno con efectivos oficiales
holandeses y flamencos. Felipe II se encontró con una importante
resistencia cuando intentó imponer su autoridad sobre los Países Bajos,
contribuyendo a la rebelión en ese país. El Conde-Duque de Olivares,
ministro jefe de Felipe IV, siempre consideró esencial para la
supervivencia de España que la burocracia estuviera centralizada;
Olivares incluso apoyó la unión completa de Portugal con España, aunque
nunca tuvo la oportunidad de hacer realidad sus ideas. Sin la mano firme
y diligencia de Carlos I y Felipe II, la burocracia se hizo cada vez
más hinchada y corrupta hasta que, por la destitución de Olivares en
1643, se volvió obsoleta.
La economía española (1516-1700)
Como la mayoría de Europa, España había sufrido hambruna y la pestedurante los siglos XIV y XV. Para el año 1500, Europa estaba comenzando a
salir de estos desastres demográficos, y las poblaciones comenzaron a
crecer - Sevilla,
que era hogar de 60.000 personas en 1500 creció rápidamente a 150.000
para finales del siglo. Hubo un movimiento sustancial hacia las ciudades
de España para sacar provecho de las nuevas oportunidades como
constructores de barcos y comerciantes para servir al impresionante y
creciente Imperio español.
La inflación en España, como resultado de la deuda del estado y la
importación de plata y oro desde el Nuevo Mundo, provocó privaciones
para el campesinado. El coste medio de los bienes se quintuplicó en el
siglo XVI en España, encabezado por la lana y los cereales. Aunque
razonable cuando se compara con el siglo XX, los precios en el siglo XV
cambiaron muy poco, y la economía europea fue sacudida por la llamada revolución de los precios.
España, junto con Inglaterra era el único productor europeo de lana,
inicialmente beneficiado por el rápido crecimiento. Sin embargo, como en
Inglaterra, allí en España comenzó un movimiento de desamortización que
ahogó el crecimiento de alimentos y despobló pueblos enteros cuyos
residentes estuvieron forzados a trasladarse a las ciudades. Pero a
diferencia de Inglaterra, la alta inflación, la carga de las guerras de
los Habsburgo y los exagerados impuestos aduaneros que dividían el país y
restringían el comercio con las Américas, ahogaron el crecimiento de la
industria que podía haber proporcionado una fuente alternativa de
ingresos en los pueblos.
La ganadería de ovejas fue practicada extensamente en Castilla, y creció rápidamente con el aumento de precios de la lana apoyado por el rey. Ovejas merinas eran trasladadas anualmente cada invierno desde las montañas del norte hasta el más cálido sur, ignorando los senderos mandados por el estado
que tenían la intención de evitar que la oveja pisoteara las tierras de
labranza. Las quejas presentadas contra el gremio de pastores, la Mesta,
fueron ignoradas por Felipe II que obtenía un buen negocio de los
ingresos de la lana. Finalmente, Castilla se volvió estéril, y España
fue completamente dependiente de alimentos importados que, dado el coste
del transporte y el riesgo de la piratería, eran mucho más caros en
España que en cualquier otro lugar. Como resultado, la población de
España creció mucho más lentamente que la de Francia; en tiempos de Luis
XIV, Francia tenía una población mayor que la de España e Inglaterra
combinadas.
El crédito surgió como una extendida herramienta de negocio española en el siglo XVI. La ciudad de Amberes,
en los Países Bajos Españoles, estaba en el corazón del comercio
europeo y sus banqueros financiaron la mayoría de los créditos de las
guerras de Carlos V y Felipe II. El uso de "notas de cambio" se volvió
común a medida que los bancos de Amberes fueron cada vez más poderosos y
llevó a una amplia especulación que ayudó a exagerar los cambios de
precios. Aunque estas tendencias pusieron los cimientos para el
desarrollo del capitalismo en España y Europa en conjunto, la falta
total de regulación y la corrupción dominante significó que los pequeños
terratenientes a menudo perdieron todo con un único golpe de mala
suerte. Los terrenos en España se volvieron progresivamente más grandes
y la economía se volvió cada vez menos competitiva, particularmente
durante los reinados de Felipe III y IV cuando crisis especulativas
repetidas sacudieron a España.
La Iglesia Católica había sido siempre importante para la economía
española, y particularmente en los reinados de Felipe III y IV, que tuvo
ataques de intensa piedad personal y filantropía religiosa, grandes
áreas del país fueron donadas a la Iglesia. Los últimos Habsburgo no
hicieron nada para fomentar la redistribución de las tierras, y a
finales del reinado de Carlos II, la mayoría de Castilla estaba en las
manos de unos pocos selectos terratenientes, el mayor de los cuales era
de lejos la Iglesia.
Arte y cultura española (1516-1700)
Véanse también: Renacimiento español, Barroco español, Literatura española del Renacimiento, Literatura española del Barroco y Humanismo español.
El Siglo de Oro español fue un floreciente periodo para las artes y la literatura en España, que abarcó aproximadamente desde 1492 hasta
1650. En esta época surgieron figuras de la talla de El Greco y Velázquez en pintura o Garcilaso de la Vega, Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Lope de Vega y Calderón de la Barca en cuanto a las letras se refiere. En América destaca la poeta Juana Inés de la Cruz, la última representante de la literatura áurea en español.
El monumento arquitectónico más relevante de la época es el Monasterio de San Lorenzo del Escorial,
mandado erigir en el reinado de Felipe II como símbolo de la monarquía
universal católica, que, con su estilo renacentista pero austero debido
al diseño de Juan de Herrera, quería representar la cumbre del Imperio español en su periodo de máximo esplendor.
Los pintores más destacados del Siglo de Oro podrían ser El Greco y
Velázquez. El primero, activo a fines del siglo XVI, es reconocido por
sus representaciones religiosas. El segundo está considerado como el más
importante de los artistas españoles en el terreno pictórico por sus
precisos y realistas retratos de la corte contemporánea de Felipe IV.
Además de estas dos figuras capitales, un nutrido grupo de pintores les
secundaron con similares méritos: Bartolomé Esteban Murillo, Francisco de Zurbarán o José de Ribera se cuentan entre los pintores de primera fila que produjo esta época.
El Greco, formado en su tierra natal de Creta y posteriormente en Italia, donde admiró y aprendió el arte de Miguel Ángel, llega a España para cultivar un peculiar manierismo relacionado con el espíritu ascético y místico de la realidad española del reinado de Felipe II y con la prosa y el verso de estas corrientes en su vertiente literaria de Fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
En cuanto a Velázquez, se aprecia, además de su pintura de corte, los de temas religiosos, como El Cristo, los de género mitológico, como La fragua de Vulcano o El triunfo de Baco
e incluso se ha querido ver en él a un precursor del impresionismo en
el tratamiento de la luz y la pincelada suelta que reflejan sus pequeños
cuadros de la Villa Médici. Pero sin duda sus obras maestras son Las hilanderas, pintado hacia el final de su trayectoria, y sobre todo Las Meninas, un cuadro que ha producido largas reflexiones, como la que le prodigó José Ortega y Gasset.
El esplendor de las letras castellanas se inicia con la obra teórica del humanista Antonio de Nebrija, que en 1492 publica la primera Gramática castellana. A partir de 1528 y con la obra poética de Garcilaso de la Vega, la lírica experimentará un importante cambio de rumbo, adoptando la métrica italiana de los autores del Renacimiento
y fijando así, con plenitud, la que había de ser la literatura del
Siglo de Oro español, inmersa completamente en los temas y maneras del
renacimiento literario.
Una obra realista anónima inaugura el género que posteriormente se llamó novela picaresca: El Lazarillo de Tormes.
Su atención a la marginalidad social y la crítica implícita de las
instituciones religiosas y la hipocresía social provocó una serie de
novelas continuadoras entre las que destaca el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán. El género fue ampliamente imitado posteriormente en Francia y Alemania en obras como el Gil Blas de Lesage o Moll Flanders de Daniel Defoe.
Cervantes escribe a comienzos del siglo XVII Don Quijote de la Mancha,
la obra más universal de la literatura española de todos los tiempos.
Concebida como una crítica en forma de parodia de los aspectos más
fabulosos de los libros de caballería,
la que ha sido considerada el punto de inicio de la novela moderna
refleja la realidad deprimida del campo español y consigue reunir todos
los géneros narrativos del renacimiento para darles nueva forma con una
perspectiva irónica y distanciada no exenta, sin embargo, de un
conocimiento profundo de la esencial humanidad de los personajes.
Muy importante asimismo es la creación de la Comedia Nueva por parte de un conjunto de dramaturgos encabezados por Lope de Vega.
La capacidad de conectar con el público a la vez que creara las bases
para un desarrollo integral del teatro español, le granjeó el
calificativo del «Fénix de los Ingenios». Tragedias como El caballero de Olmedo o comedias como La dama boba cimentan su condición de figura clásica del teatro hispano. Digno sucesor tuvo en el más cerebral y barroco Calderón de la Barca, que dominó la escena desde la muerte de Lope hasta pasada la mitad del siglo XVII. La vida es sueño es considerada la obra cumbre del teatro español por sus implicaciones filosóficas.
Por lo que respecta a la poesía barroca, dos figuras, mucho tiempo
consideradas opuestas pero hoy unidas en la estética del concepto,
dominaron la jerarquía lírica: El difícil y brillante, pero de belleza
inmarcesible, Luis de Góngora y el ingenioso, mordaz y gran creador del lenguaje Francisco de Quevedo. Es Juana Inés de la Cruz la última gran escritora del Siglo de Oro. Murió en Nueva España
en 1695. Atisbos de reivindicación de la condición femenina y un
lenguaje culterano de gran profundidad conceptual avalan su calidad
poética.
Véase también
- Casa de Habsburgo
- Historia de España
- Imperio español
- Instituciones españolas del Antiguo Régimen
- Siglo de Oro
Referencias
En español
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En inglés
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