Estudio bíblico - Título: La verdad os hará libres
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Estudio bíblico: La verdad os hará libres - Juan 8:31-38
Serie: El Evangelio de Juan
Autor: Luis de Miguel Email: estudios@escuelabiblica.com
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La verdad os hará libres - Juan 8:31-38
(Jn 8:31-38) "Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres? Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. Sé que sois descendientes de Abraham; pero procuráis matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros. Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre."
"Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él"
Al terminar el estudio anterior vimos que "muchos creyeron en él" (Jn 8:30). Esto ocurrió después de que Jesús anunciara que ellos le iban a "levantar". Sería entonces cuando comprobarían que él era realmente el enviado del Padre: "Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo" (Jn 8:28).
Sin embargo, al leer el pasaje que viene a continuación, rápidamente comprobamos que ellos no habían creído realmente en él. Al menos no habían creído lo que Jesús esperaba que creyeran. Parece claro que la cuestión radicaba en la forma en la que el Señor usó el término "levantar" y cómo ellos lo entendieron. Como ya dijimos, Jesús se estaba refiriendo a su muerte en la cruz y a su posterior resurrección y ascensión. Así fue también como lo entendieron los apóstoles. Veamos lo que Pedro predicó ante el Sanedrín después de la ascensión de Jesús:
(Hch 5:30-31) "El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados."
El Padre vindicó a su Hijo resucitándole de los muertos, mostrando así su completa desaprobación con lo que los líderes judíos, junto con el poder de Roma, habían hecho con Jesús. Esta sería la prueba definitiva de que él era realmente el enviado del Padre.
No obstante, parece claro que los judíos entendieron la referencia de Jesús a ser "levantado" de una forma muy diferente. En aquellos días de ocupación romana los judíos esperaban un "levantamiento mesiánico" que les devolviera la libertad. Según Gamaliel, eran muchos los que constantemente se "levantaban" con esta finalidad:
(Hch 5:36-37) "Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien. A éste se unió un número como de cuatrocientos hombres; pero él fue muerto, y todos los que le obedecían fueron dispersados y reducidos a nada. Después de éste, se levantó Judas el galileo, en los días del censo, y llevó en pos de sí a mucho pueblo. Pereció también él, y todos los que le obedecían fueron dispersados."
Así pues, lo que parece que ellos creyeron es que Jesús podía ser el Mesías político que estaban esperando. Pero esto no tenía nada que ver con lo que el Señor les estaba enseñando: el Mesías de Dios moriría por los pecados del mundo para darles así la verdadera libertad que tanto anhelan.
"Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos"
El Señor no tenía ninguna intención de promover falsas esperanzas entre el pueblo, así que pasó inmediatamente a aclarar la situación.
Lo primero que hizo fue explicar que la fe sólo tiene valor si se coloca en "su palabra". Como hemos visto, ellos "habían creído en Jesús", pero creían de él lo que ellos querían. De hecho, querían que fuera Jesús quien se adaptara a sus expectativas mesiánicas, ignorado de este modo todo lo que Jesús les había enseñado. Pero esta "fe" no sirve de nada. Y la prueba la tenemos en este mismo pasaje, porque en el momento en que Jesús aclaró que la libertad que había venido a traerles era libertad de sus pecados, inmediatamente se enfrentaron a él y quisieron matarle (Jn 8:59).
Esto nos debe hacer reflexionar seriamente sobre la necesidad de colocar nuestra fe en lo que Dios ha revelado de sí mismo a través de su Palabra, y no en lo que surge de nuestra propia imaginación. Porque fácilmente podemos seguir a un Jesús a quien hemos creado en nuestra conciencia religiosa, pero que nada tiene que ver con su verdadera identidad. En ese caso, por mucha fe que tengamos, no servirá de nada. Será simplemente una mera profesión sin ningún valor para salvarnos.
La segunda cosa que el Señor les explicó es que la verdadera fe es perseverante: "si vosotros permanecéis en mi palabra...". Es relativamente fácil comenzar una nueva experiencia religiosa impulsada por el acaloramiento del momento, pero cuando empiezan a apagarse esas emociones, cuando se disipa la novedad y el diablo comienza a tentar con obstinación, sólo los verdaderos creyentes perseveran. Así se refirió el Señor a ellos en la parábola del sembrador:
(Lc 8:15) "Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia."
La prueba de que la fe es auténtica se demuestra por la permanencia en la Palabra. Lo que el Señor les estaba diciendo a aquellos que "creían en él" era que su futura lealtad a su enseñanza demostraría la realidad de su profesión. De otra manera, si no perseveraban en la fe, no habría que pensar de ellos que habían perdido la fe, sino más bien que su fe no había sido auténtica desde el comienzo.
Y lo tercero que el Señor les quiere dar a entender es que creer en él implica necesariamente entrar en una relación de discipulado. Y un discípulo verdadero es aquel que profundiza constantemente en la verdad revelada en su Palabra, se somete a ella y hace de ella la norma de su vida. En este sentido es interesante notar que en el libro de los Hechos, los primeros creyentes fueron conocidos como discípulos (Hch 9:10,26). Seguramente, una de las mayores necesidades del pueblo de Dios en este tiempo sea la volver a convertirnos en discípulos de Jesús.
"Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres"
Este versículo es muy conocido y ha sido citado por políticos, poetas, estadistas de todas las edades. Por ejemplo, la República Dominicana tiene en su escudo nacional una Biblia abierta con las palabras de este versículo. Ahora bien, antes de usarlo, debemos entender correctamente lo que Jesús quiso decir con él.
En el contexto en que Jesús hizo esta afirmación, el judaísmo creía que el estudio de la ley de Moisés hacía libre al hombre. Por esa razón, los gobernantes judíos miraban con desprecio al pueblo al que consideraban ignorante: "Esta gente que no sabe la ley, maldita es" (Jn 7:49).
Sin embargo, lo que Jesús dijo es que sería "la verdad" lo que los podía hacer libres, no la ley de Moisés. En un principio, ambas cosas podrían parecer lo mismo, pero ya hemos visto en este evangelio que no son exactamente iguales:
(Jn 1:17) "Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo."
Es importante señalar esta diferencia, porque el conocimiento de la ley, por sí mismo, no trae la libertad al hombre. De hecho, la ley no tiene ningún poder para librarnos del pecado. Es cierto que nos muestra lo que está mal, pero no nos da el poder para hacerlo bien. Y de hecho, curiosamente, sus prohibiciones despiertan nuestra naturaleza caída provocándonos al pecado (Ro 7:7-8). El hecho de que somos pecadores nos lleva a desear de una forma activa lo que la ley prohibe. El proverbio lo expresa con toda claridad: "Las aguas hurtadas son dulces, y el pan comido en oculto es sabroso" (Pr 9:17). El apóstol Pablo describió esta lucha espiritual que todo hombre pecador ha experimentado en algún momento a causa de la ley:
(Ro 7:14-15) "Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago."
La ley sólo puede mostrarnos nuestra triste condición de esclavitud al pecado, pero no nos puede liberar de ella, por lo tanto, Jesús se estaba refiriendo a otra cosa cuando dijo que "la verdad os hará libres". Esa "verdad" no se refería a la ley que ya conocían, sino que sería algo que llegarían a conocer: "conoceréis la verdad".
El Señor estaba apuntando a "la verdad" que él mismo estaba revelando en su propia persona. Él afirmó de sí mismo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida" (Jn 14:6). Jesús es el Hijo de Dios encarnado y por lo tanto nos ha mostrado al Padre de una forma única.
(Jn 1:18) "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer."
Pero Cristo no sólo nos ha revelado al Padre con total claridad, sino que también nos ha dejado un ejemplo perfecto de lo que debe ser un hombre que vive de acuerdo con la ley de Dios. En este sentido, cuando nos vemos a la luz de su perfección, nuestros propios pecados se hacen todavía más manifiestos. Por lo tanto, si esa fuera toda la verdad que podemos encontrar en él, seguiríamos estando igual que estábamos bajo la ley de Moisés. Pero la buena noticia, el evangelio que Jesús había venido a anunciar a los pecadores, era que él no iba a utilizar su perfección para acusarnos, sino para llevar sobre sí mismo la culpabilidad de nuestros pecados. Sólo un hombre completamente perfecto podía dar su vida en sustitución por un pecador, y al ser el mismo Hijo de Dios, su sacrificio en la cruz tendría un alcance universal, pudiendo ser el representante de toda la raza humana caída. Esta era la verdad que él acababa de anunciarles cuando dijo que el Hijo del Hombre sería levantado en una cruz (Jn 8:28).
Lamentablemente, los judíos se negaban a aceptar a un Mesías que tenía que morir, y lo rechazaron. Pero aquellos que creen en Jesús de esta manera, esta es una verdad que los santifica (Jn 17:17), y que los coloca en una nueva relación con el Padre, de tal manera que los escucha y les otorga lo que le piden para que puedan vivir en santidad, llevando fruto para su gloria (Jn 15:7-8).
Por supuesto, la libertad de la que el Señor habló no consiste en hacer lo que cada uno quiere, puesto que la verdadera libertad sólo se alcanza cuando se desea y se puede hacer lo que agrada a Dios. Así pues, aunque parezca contradictorio, somos libres cuando nos sujetamos a Dios y a su Palabra.
(Ro 6:17-18) "Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia."
Somos salvados para poder vivir de acuerdo a la ley de Dios. Esta es la verdadera libertad. Aunque siempre podemos volver a vivir en la carne y caer así de nuevo en la esclavitud del pecado:
(Ga 5:1) "Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud."
Algunos quizá piensen que esta sujeción a la ley tiene que ser un obstáculo para disfrutar de verdadera libertad, pero es todo lo contrario. Pensemos en una sencilla ilustración. Los ingenieros que diseñaban aviones buscaban la forma en que fueran más rápidos y consumieran menos combustible. Pronto descubrieron que sólo lo conseguirían si lograban que ofrecieran la menor resistencia a las leyes de la naturaleza. En primer lugar se esforzaron en hacer aviones más ligeros para así poder vencer la ley de la gravedad, y en segundo lugar, buscaron formas más aerodinámicas que opusieran la menor resistencia posible al aire. Así fue como ofreciendo la menor resistencia a estas leyes de la naturaleza consiguieron construir aviones mucho más rápidos y de mayor autonomía. Y de la misma manera, el creyente que ofrece la menor resistencia a la ley de Dios, sino que la tiene en cuenta y la obedece, verá cómo su vida progresa en libertad y santidad.
"Le respondieron: Linaje de Abraham somos y jamás hemos sido esclavos de nadie"
Con toda claridad Jesús les dio a entender que no eran libres, algo que les irritó. Ellos se jactaban de ser hijos de Abraham por medio de Sara, la libre, y no de Agar, la esclava (Ga 4:22), así que, profundamente ofendidos exclamaron: "Linaje de Abraham somos".
Pero el hecho de ser descendientes físicos de Abraham no les hacía auténticos creyentes, del mismo modo que los hijos de padres creyentes no llegan a ser cristianos de forma automática. En tal caso, lo que en ambos casos tienen, es una responsabilidad adicional.
Ellos se sentían orgullosos de ser descendientes de Abraham, y creían que estaban a salvo por esa razón. Pero cometían una grave equivocación, porque confiados en su herencia religiosa se negaban a reconocer su pecado y la necesidad de un Salvador. Así nunca llegarían a ser discípulos auténticos del Señor, porque la herencia religiosa nunca imparte la verdadera libertad, sino sólo el conocimiento de "la verdad".
Por otro lado, su orgullo religioso les cegaba y no les permitía reconocer su verdadera situación. Aunque exclamaron ofendidos "jamás hemos sido esclavos de nadie", la realidad era muy distinta. Desde un punto de vista político, el ser descendientes de Abraham no les había librado de una larga y amarga esclavitud en Egipto, o de haber sido deportados a Babilonia durante setenta años, o del yugo romano bajo el que se encontraban en esos momentos. Como muchos otros, idealizaban su historia para no ver lo que no les interesaba, pero la verdad es que debido a sus continuas infidelidades al pacto de Dios, prácticamente todos los pueblos a su alrededor los habían esclavizado en algún momento: Filistea, Siria, Asiria, Persia, Grecia... ¿Cómo podían haberse olvidado de todo eso? ¿Cómo podían decir, "jamás hemos sido esclavos de nadie"? Evidentemente, el pecado ciega al hombre hasta límites insospechados.
Así que, si no estaban dispuestos a admitir la esclavitud política a la que durante siglos habían estado sujetos, muchos menos iban a reconocer su esclavitud espiritual bajo el dominio del pecado.
Ellos pensaban que al ser descendientes de Abraham, con quien Dios había establecido el pacto de gracia y a quien había otorgado magníficas promesas, por esa razón ya eran una raza escogida, una nación santa y un sacerdocio regio. Pero todos esos privilegios no eran reales si no llegaban a creer en la "Simiente de Abraham", en quien cobraban valor todas las promesas que el patriarca había recibido:
(Gn 22:18) "En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz."
(Ga 3:16) "Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo."
Si ellos se negaban a creer en el Mesías, la simiente prometida a Abraham, no recibirían su bendición, ya que ésta se vinculaba necesariamente a la Simiente. En su situación, no les serviría de nada ser descendientes de Abraham o practicar una religión formal en tanto que rechazaban a Jesús.
Pero ellos no estaban dispuestos a reconocer su estado, así que respondieron de forma orgullosa: "¿Cómo dices tú: Seréis libres?". Ellos afirmaban estar sanos y no tenían necesidad de médico (Mr 2:17).
En esa situación, seguramente pensaban en los paganos gentiles como los que de verdad necesitaban esa libertad de la que Jesús hablaba. Eran ellos los que desconocían la ley y servían a los ídolos. Pero ellos no eran así. De hecho, les ofendía que les pudiera comparar con ellos.
"Todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado"
Fue entonces cuando Jesús hizo una importante declaración usando un lenguaje que nos recuerda a los profetas de antaño cuando decían: "Así dice Jehová". Sin embargo, Jesús era el Hijo, y podía hablar en su propio nombre, así que les dijo: "De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado".
Empecemos por notar que la declaración que Jesús hizo era universal y abarca a toda la humanidad sin distinción entre judíos y gentiles. El apóstol Pablo trató el mismo tema al escribir a los Romanos:
(Ro 6:16) "¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?"
El Señor no estaba hablando de la esclavitud política a la que por siglos habían estado sometidos los judíos, sino que dirigió su atención a la verdadera naturaleza de la esclavitud. Y no hay ninguna servidumbre que pueda compararse con la esclavitud al pecado. El pecado es a la verdad el peor de todos los amos. Encadena al hombre con vínculos más fuertes que las cadenas de hierro con las que un criminal podría estar aprisionado en su celda. Su servidumbre es mucho más devastadora que la que puedan imponer los poderes políticos, porque finalmente lleva a la muerte y a la condenación eterna.
Aun así, son pocos los hombres que están dispuestos a reconocer su esclavitud. No admiten que el pecado los ha vencido y que no pueden liberarse de él , que viven como "esclavos de concupiscencias y deleites diversos" (Tit 3:3), que no pueden librarse de su yugo. No quieren aceptar que cada nuevo pecado que cometen se convierte en la causa de otros, de tal manera que su poder aumenta cada vez más sobre ellos, hasta el punto en que llegan a vivir cada vez más para satisfacer sus deseos pecaminosos. Y lejos de librarse de ellos, su poder cada vez los oprime más.
Pero muchos pecadores no sólo se niegan a aceptar su estado, sino que se burlan de él. A veces pueden llegar a reconocer que algunas de las cosas que hacen les están destruyendo, pero afirman hacerlas porque les gustan y se muestran seguros de poder dejarlas en el momento en que lo deseen. Pero ignoran que el pecado, como el peor de los narcóticos, es un formador de hábitos. El pecado es una fuerza extraña que se apodera de la voluntad y llega a dominar el ser del hombre. Y no sólo nos referimos a pecados como la embriaguez o las drogas, puesto que cualquier pecado produce este mismo efecto; ya sea la ambición, la envidia, la avaricia, vicios de carácter sexual, el orgullo, la rebeldía... todos son igualmente dañinos.
Cristo nos ha enseñado que fuera de él no hay liberación del pecado, y cada uno de los que somos creyentes lo sabemos por propia experiencia. Ahora bien, el primer paso hacia la libertad es reconocer y aceptar nuestro estado. Debemos darnos cuenta de que hemos perdido el control sobre nuestras propias decisiones y que finalmente nos estamos destruyendo. Salvo que lo hagamos, nunca podremos apropiarnos de la libertad que el Evangelio de Jesucristo nos ofrece.
"Y el esclavo no queda en la casa para siempre, el hijo sí queda para siempre"
Jesús ha descrito a sus oyentes como esclavos del pecado, carentes de la verdadera libertad. Ahora se dispone a explicarles cuál será su fin dada su condición de esclavos: "Y el esclavo no queda en la casa para siempre, el hijo sí queda para siempre".
Un esclavo no podía disfrutar de los privilegios de la casa del amo para siempre. Podía ser despedido o vendido en cualquier momento, puesto que su relación con el amo era temporal. A diferencia de esto, el hijo era el heredero y tenía un puesto permanente en la casa.
No obstante, lo más probable es que el Señor se estuviera refiriendo aquí a los dos hijos de Abraham; Ismael e Isaac. El primero había nacido de Agar, la esclava egipcia, y llegó un momento en que fue despedido de la casa. En cambio, Isaac, el hijo de Sara, la libre, quedó en la casa como heredero de todo (Ga 4:21-31).
(Ga 4:30) "Mas ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre."
Jesús les estaba diciendo que aunque ellos se consideraban hijos de Abraham a través de Sara, sin embargo, su esclavitud del pecado y su negativa a permitir que el Hijo les libertara, indicaba que realmente eran hijos de la esclava y que finalmente podrían ser echados de la casa en cualquier momento. Seguramente debamos ver aquí un anuncio de la pérdida que los judíos iban a sufrir de sus privilegios como nación escogida por Dios, algo que daría lugar a la entrada de la Iglesia en la era presente.
"Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres"
El Hijo había venido para que los hombres pudieran ser "verdaderamente libres". Ahora vamos a considerar varios aspectos importantes de esta "libertad".
1. El medio para conseguir la libertad
De las palabras de Jesús se deduce claramente que no nos podemos liberar a nosotros mismos, sino que la libertad de la tiranía del pecado tiene que venirnos de afuera. Nuestros buenos propósitos no nos pueden librar del poder del pecado. De hecho, todo esfuerzo por librarnos de él, parece que no hace otra cosa sino estrechar su lazo corredizo sobre nosotros.
El Señor ya había explicado que el medio para que pudiéramos alcanzar esta libertad sería conocer la verdad: "y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn 8:32). Ahora en este versículo vemos que "la verdad" de la que hablaba se relacionaba estrechamente con él mismo: "Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres".
La única opción propuesta por Dios para nuestra libertad se encuentra en Cristo. Sin embargo el hombre rehusa creer en esta solución e intenta desesperadamente cambiar este mundo por otros medios: la política, la educación, la economía... pero todos ellos están abocados al fracaso, como constantemente podemos comprobar.
2. La naturaleza de esta libertad
Los judíos únicamente estaban interesados en ser liberados del yugo de Roma, y por eso veían a Jesús como un Mesías político, como un revolucionario que les llevaría a la victoria sobre ellos y que les devolvería la independencia nacional.
Pero esa no es la "verdadera libertad" que el hombre necesita. Por supuesto, con esto no queremos decir que la libertad política no sea importante, pero sabemos que se puede ser libre en ese sentido y al mismo tiempo estar bajo el yugo de otros amos mucho más tiránicos. Y como ya hemos visto, el Señor se estaba refiriendo al peor de todos ellos: el pecado.
La naturaleza de la verdadera libertad es espiritual, y va mucho más allá de lo que los judíos entendían en este sentido. Para ellos implicaba únicamente ser libres de la esclavitud de los ídolos o de las tinieblas del politeísmo pagano. Pero la libertad espiritual de la que Cristo hablaba era mucho mayor. Se trata de la libertad del pecado y de todos los efectos negativos que éste ha traído a nuestras vidas. Incluye el perdón y la justificación de todos nuestros pecados (Jn 5:24) (Ro 8:1). Conlleva la liberación del sentido de culpa y la tranquilidad de conciencia (He 9:14). Nos regenera por medio de su Espíritu Santo para ser nuevas criaturas que viven en santidad libres de la dominación del pecado (Ro 6:14).
3. La forma en la que Cristo consigue esta libertad
El término "redimir" hacía referencia al pago que era necesario hacer para liberar a una persona de la esclavitud. En el Antiguo Testamento la figura del "Redentor" se asociaba constantemente con Jehová (Is 44:6), y aquí vemos que es el Hijo quien libera a todos aquellos que creen en él.
Y en cuanto al precio que iba a pagar para llevar a cabo tal liberación sería nada más y nada menos que su propia sangre. El sistema de sacrificios del Antiguo Testamento había servido para enseñar a los israelitas que para obtener la redención de sus pecados debían pagar un precio. Y así el sacrificio de cada animal, con su sangre derramada sobre el altar, anticipaban simbólicamente el precio que Cristo iba a pagar plenamente con su muerte en la cruz. Juan el Bautista ya lo había anticipado cuando presentó al Señor Jesús: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1:29). De este modo Cristo ha conseguido nuestra plena redención:
(Ef 1:7) "En Cristo tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia."
4. Los resultados de esta libertad
En primer lugar está claro que hemos sido liberados del pecado para no seguir viviendo en él: "Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne" (Ga 5:13). Esta libertad nos debe llevar a vivir en santidad y obediencia a Dios en una limpia comunión con Dios.
Pero también en cuanto a nuestra posición ante Dios ha habido cambios importantes. Al ser liberados ya no somos esclavos, sino hijos, y por lo tanto, quedamos en la casa del Padre celestial, formando parte de su familia (Ro 8:15-17). Esta es la "verdadera libertad" a la que Jesús se refería.
"Sé que sois descendientes de Abraham, pero procuráis matarme"
Los judíos habían presentado la relación que ellos tenían con Abraham como la base sobre la que afirmaban ser libres. Jesús reconoce este parentesco, pero no la pretensión que habían basado en él.
Lo que el Señor les hace notar aquí es que su comportamiento ponía en evidencia que no eran hijos espirituales de Abraham. El hecho de buscar la muerte de Jesús implicaba en primer lugar que eran esclavos del pecado, y por lo tanto, hijos de la esclava, quien como ya hemos señalado, no permaneció en la casa de Abraham. Y en segundo lugar, que su actitud homicida no daba lugar a pensar que hubiera ninguna relación entre ellos y el patriarca. ¿Cómo podía ser de otro modo si estaban intentando matar a Aquel a quien Abraham había esperado con gozosa expectación (Jn 8:56)?
Con esto, el Señor quería enseñarles que Dios no hace caso del mero parentesco natural, y que estaban completamente equivocados si creían que por ser hijos de Abraham sus pecados dejaban de importar.
Todo esto nos lleva a considerar que Jesús estaba haciendo una clara distinción entre la "simiente carnal" de Abraham y sus hijos espirituales (Jn 8:39). Y con esto coincide lo que ya se había anticipado en el prólogo de este evangelio:
(Jn 1:12-13) "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios."
También el apóstol Pablo explicó quiénes eran los verdaderos israelitas:
(Ro 2:28-29) "Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios."
(Ro 9:6-9) "No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes. Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo."
Así pues, aunque fueran descendientes físicos de Abraham, ellos también tenían que nacer de nuevo si querían ver el reino de Dios, tal como Jesús le había enseñado a Nicodemo (Jn 3:3). Y para esto, tendrían que creer en Cristo, quien era la simiente prometida a Abraham (Ga 3:29).
"Mi palabra no halla cabida en vosotros"
Jesús les había dicho anteriormente que serían verdaderamente sus discípulos si permanecían en su palabra (Jn 8:31), pero ahora vemos que esto era imposible, porque no quedaba espacio en sus corazones para ella. Por un lado, sus corazones estaban llenos de otras cosas, pero por otro, era tanto el odio que sentían hacia Jesús que no podían ni escuchar sus palabras (Jn 8:43). De todo esto se deduce con claridad que, aunque inicialmente se habían presentado como creyentes en él, la realidad era muy diferente. Así pues, ocurrió con estos judíos de Jerusalén lo que antes ya había sucedido con los de Galilea; que su palabra les pareció dura y no la podían oír, razón por la que también le habían abandonado (Jn 6:60-65).
Ahora bien, ¿qué significa que la Palabra halle cabida en el corazón? La cuestión no tiene tanto que ver con la incapacidad para entender el mensaje y sus consecuencias, sino con aceptarlo y dejar que surta efecto en la vida. El corazón de aquellos judíos era como una roca por la que el agua resbalaba sin dejar penetrar una sola gota, mientras que lo que el Señor esperaba era que sus palabras no encontraran resistencia en ellos, sino que penetraran en sus corazones dejando que arraigaran en ellos y transformaran sus vidas enteras, liberándoles así de la esclavitud al pecado.
"Yo hablo lo que he visto cerca del Padre y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre"
Según avanzaba la conversación, cada vez quedaba más claro que entre el Señor y ellos había un profundo abismo. Mientras que él hablaba las grandes verdades que había contemplado junto a su Padre desde toda la eternidad, ellos, por su parte, escuchaban al diablo y hacían lo que él les mandaba. De esto se desprenden dos conclusiones:
En primer lugar, lo que estaba ocurriendo con ellos era lo mismo que pasa con todas las personas: si nos negamos a aceptar las palabras de Jesús, la única opción que queda es escuchar las del diablo.
Y por otro lado, es también evidente la relación que existe entre lo que escuchamos y lo que practicamos. Una buena enseñanza de la Palabra puede llevarnos a una vida santa, pero si lo que escuchamos son otras cosas, esto nunca podrá producir en nosotros este mismo efecto santificador. Lo vemos claro en estos judíos, que desde el momento en que prestaron su oído a las palabras del diablo, éste llenó sus corazones de odio hacia Jesús.
Preguntas
1. ¿Le parece que los judíos a los que se hace referencia al principio de este pasaje eran realmente creyentes? Razone su respuesta.
2. Busque en otras partes del Nuevo Testamento algunas cosas de las que nos libra el conocer a Cristo. Justifique su respuesta con citas bíblicas.
3. Después de haber sido liberados por Cristo, ¿cuál es la posición que tenemos ahora? Amplíe su respuesta con otros pasajes bíblicos.
4. Los judíos creían que el conocimiento de la Ley les hacía libres. ¿Que aprendemos en la Biblia sobre el papel de la Ley en nuestra salvación?
5. Los judíos confiaban en que al ser hijos de Abraham ya eran salvos. ¿Por qué estaban equivocados?
Comentarios
Jorge Cassinelli (Uruguay)
(01/02/2015)
Soy presbiteriano reformado y siempre estoy interesado en profundizar en todos los aspectos de la fe.
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