OFICIO DE LECTURA - LUNES DE LA SEMANA III - TIEMPO ORDINARIO
De la feria. Salterio III
V. Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte.
R. Yo, el Señor, tu Dios.
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Romanos 8, 18-39
CERTEZA DE LA GLORIA FUTURA
Hermanos: Los padecimientos de esta vida presente tengo por cierto que
no son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en
nosotros. La creación entera está en expectación, suspirando por esa
manifestación gloriosa de los hijos de Dios; porque las creaturas todas
quedaron sometidas al desorden, no porque a ello tendiesen de suyo, sino
por culpa del hombre que las sometió. Y abrigan la esperanza de quedar
ellas, a su vez, libres de la esclavitud de la corrupción, para tomar
parte en la libertad gloriosa que han de recibir los hijos de Dios.
no son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en
nosotros. La creación entera está en expectación, suspirando por esa
manifestación gloriosa de los hijos de Dios; porque las creaturas todas
quedaron sometidas al desorden, no porque a ello tendiesen de suyo, sino
por culpa del hombre que las sometió. Y abrigan la esperanza de quedar
ellas, a su vez, libres de la esclavitud de la corrupción, para tomar
parte en la libertad gloriosa que han de recibir los hijos de Dios.
La creación entera, como bien lo sabemos, va suspirando y gimiendo toda
ella, hasta el momento presente, como con dolores de parto. Y no es ella
sola, también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,
suspiramos en nuestro interior, anhelando la redención de nuestro
cuerpo. Sólo en esperanza poseemos esta salvación; ahora bien, una
esperanza, cuyo objeto estuviese ya a la vista, no sería ya esperanza.
Pues, ¿cómo es posible esperar una cosa que está ya a la vista? Pero, si
estamos esperando lo que no vemos, lo esperamos con anhelo y
constancia.
ella, hasta el momento presente, como con dolores de parto. Y no es ella
sola, también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,
suspiramos en nuestro interior, anhelando la redención de nuestro
cuerpo. Sólo en esperanza poseemos esta salvación; ahora bien, una
esperanza, cuyo objeto estuviese ya a la vista, no sería ya esperanza.
Pues, ¿cómo es posible esperar una cosa que está ya a la vista? Pero, si
estamos esperando lo que no vemos, lo esperamos con anhelo y
constancia.
De la misma manera, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad,
pues no sabemos pedir como conviene; y el Espíritu mismo aboga por
nosotros con gemidos que no pueden ser expresados en palabras. Y aquel
que escudriña los corazones sabe cuáles son los deseos del Espíritu y
que su intercesión en favor de los fieles es según el querer de Dios.
pues no sabemos pedir como conviene; y el Espíritu mismo aboga por
nosotros con gemidos que no pueden ser expresados en palabras. Y aquel
que escudriña los corazones sabe cuáles son los deseos del Espíritu y
que su intercesión en favor de los fieles es según el querer de Dios.
Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que
ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los
predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de
muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los
justificó; a los que justificó, los glorificó.
ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los
predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de
muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los
justificó; a los que justificó, los glorificó.
¿Qué decir a todo esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra
nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la
muerte por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él todo lo demás?
¿Quién se atreverá a acusar a los elegidos de Dios? Siendo Dios quien
justifica, ¿quién podrá condenar? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió por
nosotros? Más aún, ¿el que fue resucitado y está a la diestra de Dios
intercediendo por nosotros?
nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la
muerte por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él todo lo demás?
¿Quién se atreverá a acusar a los elegidos de Dios? Siendo Dios quien
justifica, ¿quién podrá condenar? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió por
nosotros? Más aún, ¿el que fue resucitado y está a la diestra de Dios
intercediendo por nosotros?
¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción? ¿La angustia?
¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada?
(Como dice la Escritura: «Por tu causa nos llevan a la muerte uno y otro
día; nos tratan como a ovejas que van al matadero.») Pero en todo esto
vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado.
¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada?
(Como dice la Escritura: «Por tu causa nos llevan a la muerte uno y otro
día; nos tratan como a ovejas que van al matadero.») Pero en todo esto
vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado.
Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni
principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni
profundidad, ni creatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni
profundidad, ni creatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
RESPONSORIO Rm 8, 26; Za 12, 9a. 10a
R. El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no
sabemos pedir lo que nos conviene; * el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos inefables.
sabemos pedir lo que nos conviene; * el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos inefables.
V. Aquel día, dice el Señor, derramaré sobre la casa de David y sobre
los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración.
los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración.
R. El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.
SEGUNDA LECTURA
De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano segundo
(Núm. 48)
SANTIDAD DEL MATRIMONIO Y DE LA FAMILIA
El hombre y la mujer, que por el pacto conyugal no son dos, sino una
sola carne, con la íntima unión c personas y de obras se ofrecen
mutuamente ayuda y se vicio, experimentando así y logrando más
plenamente cada día el sentido de su propia unidad.
Esta íntima unión, por ser una donación mutua d dos personas, y el mismo
bien de los hijos exigen la plena fidelidad de los esposos y urgen su
indisoluble unidad.
Cristo el Señor bendijo abundantemente este amor multiforme que brota
del divino manantial del amor de Dios y que se constituye según el
modelo de su unió con la Iglesia.
Pues así como Dios en otro tiempo buscó a su pueblo con un pacto de amor
y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la
Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por el sacramento d
matrimonio. Permanece además con ellos para que a: como él amó a su
Iglesia y se entregó por ella, del mismo modo los esposos, por la mutua
entrega,. se amen mutuamente con perpetua fidelidad.
El auténtico amor conyugal es asumido por el ame divino y se rige y
enriquece por la obra redentora d Cristo y por la acción salvífica de la
Iglesia, para que le esposos sean eficazmente conducidos hacia Dios y
se vea ayudados y confortados en su sublime papel de padre madre. Por
eso los esposos cristianos son robustecido y como consagrados para los
deberes y dignidad de s estado, gracias a este sacramento particular; en
virtud del cual, cumpliendo su deber conyugal y familiar, in buidos por
el espíritu de Cristo, con el que toda su vid queda impregnada de fe,
esperanza y caridad, se van acercando cada vez más hacia su propia
perfección y mutua santificación, y así contribuyen conjuntamente a la
glorificación de Dios. De ahí que, cuando los padres preceden con su
ejemplo y oración familiar, los hijos, e incluso cuantos conviven en la
misma familia, encuentra más fácilmente el camino de la bondad, de la
salvación y de la santidad. Los esposos, adornados de la dignidad del
deber de la paternidad y maternidad, habrán de cumplir entonces con
diligencia su deber de educadores, sobre todo en el campo religioso,
deber que les incumbe a ellos principalmente. Los hijos, como miembros
vivos de la familia, contribuyen a su manera a la santificación de sus
padres, pues, con el sentimiento de su gratitud, con su amor filial y
con su confianza, corresponderán a los beneficios recibidos de sus
padres y, como buenos hijos, los asistirán en las adversidades y en la
soledad de la vejez.
RESPONSORIO Ef 5, 32. 25. 33
R. ¡Gran misterio es éste! Y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. * Cristo amó a su Iglesia y se entregó a la muerte por ella.
V. Ame cada uno a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido.
R. Cristo amó a su Iglesia y se entregó a la muerte por ella.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, dirige nuestras acciones según tu voluntad,
para que, invocando el nombre de tu Hijo, abundemos en buenas obras. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano segundo
(Núm. 48)
SANTIDAD DEL MATRIMONIO Y DE LA FAMILIA
El hombre y la mujer, que por el pacto conyugal no son dos, sino una
sola carne, con la íntima unión c personas y de obras se ofrecen
mutuamente ayuda y se vicio, experimentando así y logrando más
plenamente cada día el sentido de su propia unidad.
Esta íntima unión, por ser una donación mutua d dos personas, y el mismo
bien de los hijos exigen la plena fidelidad de los esposos y urgen su
indisoluble unidad.
Cristo el Señor bendijo abundantemente este amor multiforme que brota
del divino manantial del amor de Dios y que se constituye según el
modelo de su unió con la Iglesia.
Pues así como Dios en otro tiempo buscó a su pueblo con un pacto de amor
y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la
Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por el sacramento d
matrimonio. Permanece además con ellos para que a: como él amó a su
Iglesia y se entregó por ella, del mismo modo los esposos, por la mutua
entrega,. se amen mutuamente con perpetua fidelidad.
El auténtico amor conyugal es asumido por el ame divino y se rige y
enriquece por la obra redentora d Cristo y por la acción salvífica de la
Iglesia, para que le esposos sean eficazmente conducidos hacia Dios y
se vea ayudados y confortados en su sublime papel de padre madre. Por
eso los esposos cristianos son robustecido y como consagrados para los
deberes y dignidad de s estado, gracias a este sacramento particular; en
virtud del cual, cumpliendo su deber conyugal y familiar, in buidos por
el espíritu de Cristo, con el que toda su vid queda impregnada de fe,
esperanza y caridad, se van acercando cada vez más hacia su propia
perfección y mutua santificación, y así contribuyen conjuntamente a la
glorificación de Dios. De ahí que, cuando los padres preceden con su
ejemplo y oración familiar, los hijos, e incluso cuantos conviven en la
misma familia, encuentra más fácilmente el camino de la bondad, de la
salvación y de la santidad. Los esposos, adornados de la dignidad del
deber de la paternidad y maternidad, habrán de cumplir entonces con
diligencia su deber de educadores, sobre todo en el campo religioso,
deber que les incumbe a ellos principalmente. Los hijos, como miembros
vivos de la familia, contribuyen a su manera a la santificación de sus
padres, pues, con el sentimiento de su gratitud, con su amor filial y
con su confianza, corresponderán a los beneficios recibidos de sus
padres y, como buenos hijos, los asistirán en las adversidades y en la
soledad de la vejez.
RESPONSORIO Ef 5, 32. 25. 33
R. ¡Gran misterio es éste! Y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. * Cristo amó a su Iglesia y se entregó a la muerte por ella.
V. Ame cada uno a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido.
R. Cristo amó a su Iglesia y se entregó a la muerte por ella.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, dirige nuestras acciones según tu voluntad,
para que, invocando el nombre de tu Hijo, abundemos en buenas obras. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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