sus amigos por qué no le defienden? Cuando hablaba todos enmudecían por su sabiduría y la autoridad de sus palabras. Cuando un sabio calla será porque su silencio vale más que sus palabras. Pero, la verdad, no es fácil entender por qué no se defiende, ni por qué no le defienden. Él habría actuado de otro modo. Aquí hay algún misterio que no entiendo, se diría el centurión. Y su tendencia a la verdad le agudizaría la mente para entender lo que estaba pasando delante de sus ojos. Cuando comenzó la crucifixión su sorpresa creció. Jesús no toma el calmante que le ofrecen, ni se resiste a ser enclavado en la cruz, y, para colmo, perdona. Sus palabras le debieron desconcertar y le harían meditar Perdónales, porque no saben lo que hacen. ¡Perdona a los que le matan! Como buen soldado el centurión sabía que el perdón es una de las características de los grandes ante el enemigo derrotado. Quizá había visto la alegría de un soldado enemigo condenado y perdonado. Los emperadores eran más grandes cuando eran magnánimos que cuando eran crueles. Y aquel condenado perdona en lugar de pedir clemencia y pide a Dios que perdone. El centurión pudo ver el alma grande de Jesús hombre. Su primera palabra le ayuda a entender su silencio y su ausencia de defensa: se trataba de una cuestión religiosa. El hombre magnánimo capta por simpatía la grandeza de alma de los demás. La grandeza de Cristo es de un nivel que le asombraría. La segunda palabra de Jesús confirmó esta idea, pues la dirigió a uno de los ladrones que le pedía que se acordase de él en su reino. ¿Qué reino puede ofrecer alguién que va a morir? Y Jesús responde Hoy estarás conmigo en el Paraíso. Ahora comprende más, pues se trataba de un reino espiritual. Así se entienden muchas cosas. Esperan un paraíso. El centurión se lo representaría según las mitologías paganas; en ninguna religión falta la noción de premio y de castigo. Ese reino sería un reino de justicia verdadera. Sus años de lucha le llevaban a desconfiar de la justicia humana tan difícil y tan frágil. Ciertamente, sólo Dios puede ser justo plenamente. Era una esperanza grande para un buen hombre esperar en un reino de justicia verdadera. Pilato, escéptico, no creyó en ese reino, pero al ver la entereza de Jesús se despertaría con fuerza en el centurión su sentido de la justicia. La tercera palabra la dirige a su madre. No sabemos el papel que el centurión tuvo al permitir su presencia allí, pero no era usual, y es muy posible que fuese un acto de piedad con el que sabía era inocente. Entonces escucharía que decía a María y al muchacho joven palabras importantes. A Juan le dice he aquí a tu madre y a ella le dice Mujer, he aquí a tu hijo. El centurión no entendería todo el sentido espiritual de estas palabras a través de las cuales Jesús pide a su madre que sea madre espiritual de todos los hombres; pero sí debió entender bien el cariño entre el hijo y la madre, y como él se preocupaba de ella más que de sí mismo. Cuida de ella a través del joven valiente -el único hombre- allí presente, probablemente pariente de ellos, pensaría sin errar demasiado. El corazón se le debió encoger un poco al pensar en su madre y en sus familiares. Daba así un paso más en comprender que aquel hombre tan religioso no era inhumano, no era un desapegado de los cariños verdaderos. Es natural un movimiento de piedad en el centurión, y eso acerca a la fe. Pasaba el tiempo, y Jesús calló durante largo rato; el centurión meditaba. La gracia iría actuando en su corazón, como la semilla sembrada en buena tierra. Poco a poco, pero viva. Hasta que Jesús habló de nuevo dijo con gran voz: Eloí, Eloí, lamá sabaktani que, traducido, es Dios mío ¿por qué me has desamparado?. Ni él ni muchos de los judíos que estaban cerca entendieron estas palabras pensando que llamaba a Elías. El centurión preguntó y le debieron traducir, quizá le dijeron que eran las primeras de un salmo mesiánico que se estaban cumpliendo al pie de la letra en aquellos momentos. Pero él se quedaría en la literalidad de la palabras y se daría cuenta del dolor interno de Jesús ¿Cuanto sufre también en el alma?. Y una nueva virtud humana afloraría en su interior: la compasión. Era fuerte, pero no era insensible. Sabía que Jesús era inocente, sabía que podía haberse escondido o defendido de modos naturales o sobrenaturales, pero que quería sufrir como pagando una deuda y los pecados de otros. Esta justicia sólo podía ser producto de un amor extraordinario. Pero ¡qué duro era aquello! No pudiendo consolarle en lo humano, quizá al ver a la madre, pensaría en que la mejor compasión era unirse a aquel valiente que tenía delante de sus ojos. Y los deseos de conocerle irían apareciendo cada vez más en el exterior. |
jueves, 5 de febrero de 2015
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