jueves, 26 de febrero de 2015

Nuestro Mundo Cristiano: La verdad os hará libres

Nuestro Mundo Cristiano: La verdad os hará libres











































sábado, 24 de enero de 2015






La verdad os hará libres


 Juan
8:31-38
| "Dijo
entonces Jesús a los judíos que habían creído en él"
Al terminar
el estudio anterior vimos que "muchos creyeron en él" (Jn 8:30). Esto
ocurrió después de que Jesús anunciara que ellos le iban a
"levantar". Sería entonces cuando comprobarían que él era realmente
el enviado del Padre: "Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre,
entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me
enseñó el Padre, así hablo" (Jn 8:28).


Sin
embargo, al leer el pasaje que viene a continuación, rápidamente comprobamos
que ellos no habían creído realmente en él. Al menos no habían creído lo que
Jesús esperaba que creyeran. Parece claro que la cuestión radicaba en la forma
en la que el Señor usó el término "levantar" y cómo ellos lo
entendieron. Como ya dijimos, Jesús se estaba refiriendo a su muerte en la cruz
y a su posterior resurrección y ascensión. Así fue también como lo entendieron
los apóstoles. Veamos lo que Pedro predicó ante el Sanedrín después de la
ascensión de Jesús:
(Hch
5:30-31) "El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien
vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su
diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de
pecados."
El Padre
vindicó a su Hijo resucitándole de los muertos, mostrando así su completa
desaprobación con lo que los líderes judíos, junto con el poder de Roma, habían
hecho con Jesús. Esta sería la prueba definitiva de que él era realmente el
enviado del Padre.
 




No
obstante, parece claro que los judíos entendieron la referencia de Jesús a ser
"levantado" de una forma muy diferente. En aquellos días de ocupación
romana los judíos esperaban un "levantamiento mesiánico" que les
devolviera la libertad. Según Gamaliel, eran muchos los que constantemente se
"levantaban" con esta finalidad:
(Hch
5:36-37) "Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo
que era alguien. A éste se unió un número como de cuatrocientos hombres; pero
él fue muerto, y todos los que le obedecían fueron dispersados y reducidos a
nada. Después de éste, se levantó Judas el galileo, en los días del censo, y
llevó en pos de sí a mucho pueblo. Pereció también él, y todos los que le
obedecían fueron dispersados."
Así pues,
lo que parece que ellos creyeron es que Jesús podía ser el Mesías político que
estaban esperando. Pero esto no tenía nada que ver con lo que el Señor les
estaba enseñando: el Mesías de Dios moriría por los pecados del mundo para
darles así la verdadera libertad que tanto anhelan.
"Si vosotros permaneciereis en
mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos"
El Señor no
tenía ninguna intención de promover falsas esperanzas entre el pueblo, así que
pasó inmediatamente a aclarar la situación.
Lo primero
que hizo fue explicar que la fe sólo tiene valor si se coloca en "su
palabra". Como hemos visto, ellos "habían creído en Jesús", pero
creían de él lo que ellos querían. De hecho, querían que fuera Jesús quien se
adaptara a sus expectativas mesiánicas, ignorado de este modo todo lo que Jesús
les había enseñado. Pero esta "fe" no sirve de nada. Y la prueba la
tenemos en este mismo pasaje, porque en el momento en que Jesús aclaró que la
libertad que había venido a traerles era libertad de sus pecados,
inmediatamente se enfrentaron a él y quisieron matarle (Jn 8:59).
Esto nos
debe hacer reflexionar seriamente sobre la necesidad de colocar nuestra fe en
lo que Dios ha revelado de sí mismo a través de su Palabra, y no en lo que
surge de nuestra propia imaginación. Porque fácilmente podemos seguir a un
Jesús a quien hemos creado en nuestra conciencia religiosa, pero que nada tiene
que ver con su verdadera identidad. En ese caso, por mucha fe que tengamos, no
servirá de nada. Será simplemente una mera profesión sin ningún valor para salvarnos.
La segunda
cosa que el Señor les explicó es que la verdadera fe es perseverante: "si
vosotros permanecéis en mi palabra...". Es relativamente fácil comenzar
una nueva experiencia religiosa impulsada por el acaloramiento del momento,
pero cuando empiezan a apagarse esas emociones, cuando se disipa la novedad y
el diablo comienza a tentar con obstinación, sólo los verdaderos creyentes
perseveran. Así se refirió el Señor a ellos en la parábola del sembrador:
(Lc 8:15)
"Mas la que cayó en buena
tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y
dan fruto con perseverancia."
La prueba
de que la fe es auténtica se demuestra por la permanencia en la Palabra. Lo que
el Señor les estaba diciendo a aquellos que "creían en él" era que su
futura lealtad a su enseñanza demostraría la realidad de su profesión. De otra
manera, si no perseveraban en la fe, no habría que pensar de ellos que habían
perdido la fe, sino más bien que su fe no había sido auténtica desde el
comienzo.
Y lo tercero
que el Señor les quiere dar a entender es que creer en él implica
necesariamente entrar en una relación de discipulado. Y un discípulo verdadero
es aquel que profundiza constantemente en la verdad revelada en su Palabra, se
somete a ella y hace de ella la norma de su vida. En este sentido es
interesante notar que en el libro de los Hechos, los primeros creyentes fueron
conocidos como discípulos (Hch 9:10,26). Seguramente, una de las mayores
necesidades del pueblo de Dios en este tiempo sea la volver a convertirnos en
discípulos de Jesús.
"Y conoceréis la verdad, y
la verdad os hará libres"
Este
versículo es muy conocido y ha sido citado por políticos, poetas, estadistas de
todas las edades. Por ejemplo, la República Dominicana tiene en su escudo nacional
una Biblia abierta con las palabras de este versículo. Ahora bien, antes de
usarlo, debemos entender correctamente lo que Jesús quiso decir con él.
En el
contexto en que Jesús hizo esta afirmación, el judaísmo creía que el estudio de
la ley de Moisés hacía libre al hombre. Por esa razón, los gobernantes judíos
miraban con desprecio al pueblo al que consideraban ignorante: "Esta gente
que no sabe la ley, maldita es" (Jn 7:49).
Sin
embargo, lo que Jesús dijo es que sería "la verdad" lo que los podía
hacer libres, no la ley de Moisés. En un principio, ambas cosas podrían parecer
lo mismo, pero ya hemos visto en este evangelio que no son exactamente iguales:
(Jn 1:17)
"Pues la ley por medio de
Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo."
Es
importante señalar esta diferencia, porque el conocimiento de la ley, por sí
mismo, no trae la libertad al hombre. De hecho, la ley no tiene ningún poder
para librarnos del pecado. Es cierto que nos muestra lo que está mal, pero no
nos da el poder para hacerlo bien. Y de hecho, curiosamente, sus prohibiciones
despiertan nuestra naturaleza caída provocándonos al pecado (Ro 7:7-8). El
hecho de que somos pecadores nos lleva a desear de una forma activa lo que la
ley prohibe. El proverbio lo expresa con toda claridad: "Las aguas
hurtadas son dulces, y el pan comido en oculto es sabroso" (Pr 9:17). El
apóstol Pablo describió esta lucha espiritual que todo hombre pecador ha
experimentado en algún momento a causa de la ley:
(Ro
7:14-15) "Porque sabemos
que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que
hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso
hago."
La ley sólo
puede mostrarnos nuestra triste condición de esclavitud al pecado, pero no nos
puede liberar de ella, por lo tanto, Jesús se estaba refiriendo a otra cosa
cuando dijo que "la verdad os hará libres". Esa "verdad" no
se refería a la ley que ya conocían, sino que sería algo que llegarían a
conocer: "conoceréis la verdad".
El Señor
estaba apuntando a "la verdad" que él mismo estaba revelando en su
propia persona. Él afirmó de sí mismo: "Yo soy el camino, y la verdad, y
la vida" (Jn 14:6). Jesús es el Hijo de Dios encarnado y por lo tanto nos
ha mostrado al Padre de una forma única.
(Jn 1:18) "A Dios nadie le vio jamás; el
unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer."
Pero Cristo
no sólo nos ha revelado al Padre con total claridad, sino que también nos ha
dejado un ejemplo perfecto de lo que debe ser un hombre que vive de acuerdo con
la ley de Dios. En este sentido, cuando nos vemos a la luz de su perfección,
nuestros propios pecados se hacen todavía más manifiestos. Por lo tanto, si esa
fuera toda la verdad que podemos encontrar en él, seguiríamos estando igual que
estábamos bajo la ley de Moisés. Pero la buena noticia, el evangelio que Jesús
había venido a anunciar a los pecadores, era que él no iba a utilizar su
perfección para acusarnos, sino para llevar sobre sí mismo la culpabilidad de
nuestros pecados. Sólo un hombre completamente perfecto podía dar su vida en
sustitución por un pecador, y al ser el mismo Hijo de Dios, su sacrificio en la
cruz tendría un alcance universal, pudiendo ser el representante de toda la
raza humana caída. Esta era la verdad que él acababa de anunciarles cuando dijo
que el Hijo del Hombre sería levantado en una cruz (Jn 8:28).
Lamentablemente,
los judíos se negaban a aceptar a un Mesías que tenía que morir, y lo
rechazaron. Pero aquellos que creen en Jesús de esta manera, esta es una verdad
que los santifica(Jn 17:17), y que los coloca en una nueva relación con el
Padre, de tal manera que los escucha y les otorga lo que le piden para que
puedan vivir en santidad, llevando fruto para su gloria (Jn 15:7-8).
Por
supuesto, la libertad de la que el Señor habló no consiste en hacer lo que cada
uno quiere, puesto que la verdadera libertad sólo se alcanza cuando se desea y
se puede hacer lo que agrada a Dios. Así pues, aunque parezca contradictorio,
somos libres cuando nos sujetamos a Dios y a su Palabra.
(Ro
6:17-18) "Pero gracias a
Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a
aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del
pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia."
Somos
salvados para poder vivir de acuerdo a la ley de Dios. Esta es la verdadera
libertad. Aunque siempre podemos volver a vivir en la carne y caer así de nuevo
en la esclavitud del pecado:
(Ga 5:1)
"Estad, pues, firmes en
la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al
yugo de esclavitud."
Algunos
quizá piensen que esta sujeción a la ley tiene que ser un obstáculo para
disfrutar de verdadera libertad, pero es todo lo contrario. Pensemos en una
sencilla ilustración. Los ingenieros que diseñaban aviones buscaban la forma en
que fueran más rápidos y consumieran menos combustible. Pronto descubrieron que
sólo lo conseguirían si lograban que ofrecieran la menor resistencia a las
leyes de la naturaleza. En primer lugar se esforzaron en hacer aviones más
ligeros para así poder vencer la ley de la gravedad, y en segundo lugar,
buscaron formas más aerodinámicas que opusieran la menor resistencia posible al
aire. Así fue como ofreciendo la menor resistencia a estas leyes de la
naturaleza consiguieron construir aviones mucho más rápidos y de mayor
autonomía. Y de la misma manera, el creyente que ofrece la menor resistencia a
la ley de Dios, sino que la tiene en cuenta y la obedece, verá cómo su vida
progresa en libertad y santidad.
"Le respondieron: Linaje de
Abraham somos y jamás hemos sido esclavos de nadie"
Con toda
claridad Jesús les dio a entender que no eran libres, algo que les irritó.
Ellos se jactaban de ser hijos de Abraham por medio de Sara, la libre, y no de
Agar, la esclava (Ga 4:22), así que, profundamente ofendidos exclamaron:
"Linaje de Abraham somos".
Pero el
hecho de ser descendientes físicos de Abraham no les hacía auténticos
creyentes, del mismo modo que los hijos de padres creyentes no llegan a ser
cristianos de forma automática. En tal caso, lo que en ambos casos tienen, es
una responsabilidad adicional.
Ellos se
sentían orgullosos de ser descendientes de Abraham, y creían que estaban a
salvo por esa razón. Pero cometían una grave equivocación, porque confiados en
su herencia religiosa se negaban a reconocer su pecado y la necesidad de un Salvador.
Así nunca llegarían a ser discípulos auténticos del Señor, porque la herencia
religiosa nunca imparte la verdadera libertad, sino sólo el conocimiento de
"la verdad".
Por otro
lado, su orgullo religioso les cegaba y no les permitía reconocer su verdadera
situación. Aunque exclamaron ofendidos "jamás hemos sido esclavos de
nadie", la realidad era muy distinta. Desde un punto de vista político, el
ser descendientes de Abraham no les había librado de una larga y amarga
esclavitud en Egipto, o de haber sido deportados a Babilonia durante setenta
años, o del yugo romano bajo el que se encontraban en esos momentos. Como
muchos otros, idealizaban su historia para no ver lo que no les interesaba,
pero la verdad es que debido a sus continuas infidelidades al pacto de Dios,
prácticamente todos los pueblos a su alrededor los habían esclavizado en algún
momento: Filistea, Siria, Asiria, Persia, Grecia... ¿Cómo podían haberse
olvidado de todo eso? ¿Cómo podían decir, "jamás hemos sido esclavos de
nadie"? Evidentemente, el pecado ciega al hombre hasta límites
insospechados.
Así que, si
no estaban dispuestos a admitir la esclavitud política a la que durante siglos
habían estado sujetos, muchos menos iban a reconocer su esclavitud espiritual
bajo el dominio del pecado.
Ellos
pensaban que al ser descendientes de Abraham, con quien Dios había establecido
el pacto de gracia y a quien había otorgado magníficas promesas, por esa razón
ya eran una raza escogida, una nación santa y un sacerdocio regio. Pero todos
esos privilegios no eran reales si no llegaban a creer en la "Simiente de
Abraham", en quien cobraban valor todas las promesas que el patriarca
había recibido:
(Gn 22:18)
"En tu simiente serán
benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz."
(Ga 3:16)
"Ahora bien, a Abraham
fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como
si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es
Cristo."
Si ellos se
negaban a creer en el Mesías, la simiente prometida a Abraham, no recibirían su
bendición, ya que ésta se vinculaba necesariamente a la Simiente. En su
situación, no les serviría de nada ser descendientes de Abraham o practicar una
religión formal en tanto que rechazaban a Jesús.
Pero ellos
no estaban dispuestos a reconocer su estado, así que respondieron de forma
orgullosa: "¿Cómo dices tú: Seréis libres?". Ellos afirmaban estar
sanos y no tenían necesidad de médico (Mr 2:17).
En esa
situación, seguramente pensaban en los paganos gentiles como los que de verdad
necesitaban esa libertad de la que Jesús hablaba. Eran ellos los que
desconocían la ley y servían a los ídolos. Pero ellos no eran así. De hecho,
les ofendía que les pudiera comparar con ellos.
"Todo aquel que hace pecado,
esclavo es del pecado"
Fue
entonces cuando Jesús hizo una importante declaración usando un lenguaje que
nos recuerda a los profetas de antaño cuando decían: "Así dice
Jehová". Sin embargo, Jesús era el Hijo, y podía hablar en su propio
nombre, así que les dijo: "De cierto, de cierto os digo, que todo aquel
que hace pecado, esclavo es del pecado".
Empecemos
por notar que la declaración que Jesús hizo era universal y abarca a toda la
humanidad sin distinción entre judíos y gentiles. El apóstol Pablo trató el
mismo tema al escribir a los Romanos:
(Ro 6:16) "¿No sabéis que si os sometéis
a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien
obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para
justicia?"
El Señor no
estaba hablando de la esclavitud política a la que por siglos habían estado
sometidos los judíos, sino que dirigió su atención a la verdadera naturaleza de
la esclavitud. Y no hay ninguna servidumbre que pueda compararse con la
esclavitud al pecado. El pecado es a la verdad el peor de todos los amos.
Encadena al hombre con vínculos más fuertes que las cadenas de hierro con las
que un criminal podría estar aprisionado en su celda. Su servidumbre es mucho
más devastadora que la que puedan imponer los poderes políticos, porque
finalmente lleva a la muerte y a la condenación eterna.
Aun así,
son pocos los hombres que están dispuestos a reconocer su esclavitud. No
admiten que el pecado los ha vencido y que no pueden liberarse de él , que
viven como "esclavos de concupiscencias y deleites diversos" (Tit
3:3), que no pueden librarse de su yugo. No quieren aceptar que cada nuevo
pecado que cometen se convierte en la causa de otros, de tal manera que su
poder aumenta cada vez más sobre ellos, hasta el punto en que llegan a vivir
cada vez más para satisfacer sus deseos pecaminosos. Y lejos de librarse de
ellos, su poder cada vez los oprime más.
Pero muchos
pecadores no sólo se niegan a aceptar su estado, sino que se burlan de él. A
veces pueden llegar a reconocer que algunas de las cosas que hacen les están
destruyendo, pero afirman hacerlas porque les gustan y se muestran seguros de
poder dejarlas en el momento en que lo deseen. Pero ignoran que el pecado, como
el peor de los narcóticos, es un formador de hábitos. El pecado es una fuerza
extraña que se apodera de la voluntad y llega a dominar el ser del hombre. Y no
sólo nos referimos a pecados como la embriaguez o las drogas, puesto que
cualquier pecado produce este mismo efecto; ya sea la ambición, la envidia, la
avaricia, vicios de carácter sexual, el orgullo, la rebeldía... todos son
igualmente dañinos.
Cristo nos
ha enseñado que fuera de él no hay liberación del pecado, y cada uno de los que
somos creyentes lo sabemos por propia experiencia. Ahora bien, el primer paso
hacia la libertad es reconocer y aceptar nuestro estado. Debemos darnos cuenta
de que hemos perdido el control sobre nuestras propias decisiones y que
finalmente nos estamos destruyendo. Salvo que lo hagamos, nunca podremos
apropiarnos de la libertad que el Evangelio de Jesucristo nos ofrece.
"Y el esclavo no queda en la
casa para siempre, el hijo sí queda para siempre"
Jesús ha
descrito a sus oyentes como esclavos del pecado, carentes de la verdadera
libertad. Ahora se dispone a explicarles cuál será su fin dada su condición de
esclavos: "Y el esclavo no queda en la casa para siempre, el hijo sí queda
para siempre".
Un esclavo
no podía disfrutar de los privilegios de la casa del amo para siempre. Podía
ser despedido o vendido en cualquier momento, puesto que su relación con el amo
era temporal. A diferencia de esto, el hijo era el heredero y tenía un puesto
permanente en la casa.
No
obstante, lo más probable es que el Señor se estuviera refiriendo aquí a los
dos hijos de Abraham; Ismael e Isaac. El primero había nacido de Agar, la
esclava egipcia, y llegó un momento en que fue despedido de la casa. En cambio,
Isaac, el hijo de Sara, la libre, quedó en la casa como heredero de todo (Ga
4:21-31).
(Ga 4:30)
"Mas ¿qué dice la
Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de
la esclava con el hijo de la libre."
Jesús les
estaba diciendo que aunque ellos se consideraban hijos de Abraham a través de
Sara, sin embargo, su esclavitud del pecado y su negativa a permitir que el
Hijo les libertara, indicaba que realmente eran hijos de la esclava y que
finalmente podrían ser echados de la casa en cualquier momento. Seguramente
debamos ver aquí un anuncio de la pérdida que los judíos iban a sufrir de sus
privilegios como nación escogida por Dios, algo que daría lugar a la entrada de
la Iglesia en la era presente.
"Así que, si el Hijo os
libertare, seréis verdaderamente libres"
El Hijo
había venido para que los hombres pudieran ser "verdaderamente
libres". Ahora vamos a considerar varios aspectos importantes de esta
"libertad".
1. El medio para conseguir la
libertad
De las
palabras de Jesús se deduce claramente que no nos podemos liberar a nosotros
mismos, sino que la libertad de la tiranía del pecado tiene que venirnos de
afuera. Nuestros buenos propósitos no nos pueden librar del poder del pecado.
De hecho, todo esfuerzo por librarnos de él, parece que no hace otra cosa sino
estrechar su lazo corredizo sobre nosotros.
El Señor ya
había explicado que el medio para que pudiéramos alcanzar esta libertad sería
conocer la verdad: "y conoceréis la verdad, y la verdad os hará
libres" (Jn 8:32). Ahora en este versículo vemos que "la verdad"
de la que hablaba se relacionaba estrechamente con él mismo: "Si el Hijo
os libertare, seréis verdaderamente libres".
La única
opción propuesta por Dios para nuestra libertad se encuentra en Cristo. Sin
embargo el hombre rehusa creer en esta solución e intenta desesperadamente
cambiar este mundo por otros medios: la política, la educación, la economía...
pero todos ellos están abocados al fracaso, como constantemente podemos
comprobar.
2. La naturaleza de esta libertad
Los judíos
únicamente estaban interesados en ser liberados del yugo de Roma, y por eso
veían a Jesús como un Mesías político, como un revolucionario que les llevaría
a la victoria sobre ellos y que les devolvería la independencia nacional.
Pero esa no
es la "verdadera libertad" que el hombre necesita. Por supuesto, con
esto no queremos decir que la libertad política no sea importante, pero sabemos
que se puede ser libre en ese sentido y al mismo tiempo estar bajo el yugo de
otros amos mucho más tiránicos. Y como ya hemos visto, el Señor se estaba
refiriendo al peor de todos ellos: el pecado.
La
naturaleza de la verdadera libertad es espiritual, y va mucho más allá de lo
que los judíos entendían en este sentido. Para ellos implicaba únicamente ser
libres de la esclavitud de los ídolos o de las tinieblas del politeísmo pagano.
Pero la libertad espiritual de la que Cristo hablaba era mucho mayor. Se trata
de la libertad del pecado y de todos los efectos negativos que éste ha traído a
nuestras vidas. Incluye el perdón y la justificación de todos nuestros pecados
(Jn 5:24) (Ro 8:1). Conlleva la liberación del sentido de culpa y la
tranquilidad de conciencia (He 9:14). Nos regenera por medio de su Espíritu
Santo para ser nuevas criaturas que viven en santidad libres de la dominación
del pecado (Ro 6:14).
3. La forma en la que Cristo
consigue esta libertad
El término
"redimir" hacía referencia al pago que era necesario hacer para
liberar a una persona de la esclavitud. En el Antiguo Testamento la figura del
"Redentor" se asociaba constantemente con Jehová (Is 44:6), y aquí
vemos que es el Hijo quien libera a todos aquellos que creen en él.
Y en cuanto
al precio que iba a pagar para llevar a cabo tal liberación sería nada más y
nada menos que su propia sangre. El sistema de sacrificios del Antiguo
Testamento había servido para enseñar a los israelitas que para obtener la
redención de sus pecados debían pagar un precio. Y así el sacrificio de cada
animal, con su sangre derramada sobre el altar, anticipaban simbólicamente el
precio que Cristo iba a pagar plenamente con su muerte en la cruz. Juan el
Bautista ya lo había anticipado cuando presentó al Señor Jesús: "He aquí
el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1:29). De este modo
Cristo ha conseguido nuestra plena redención:
(Ef 1:7)
"En Cristo tenemos
redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su
gracia."
4. Los resultados de esta
libertad
En primer
lugar está claro que hemos sido liberados del pecado para no seguir viviendo en
él: "Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente
que no uséis la libertad como ocasión para la carne" (Ga 5:13). Esta
libertad nos debe llevar a vivir en santidad y obediencia a Dios en una limpia
comunión con Dios.
Pero
también en cuanto a nuestra posición ante Dios ha habido cambios importantes.
Al ser liberados ya no somos esclavos, sino hijos, y por lo tanto, quedamos en
la casa del Padre celestial, formando parte de su familia (Ro 8:15-17). Esta es
la "verdadera libertad" a la que Jesús se refería.
"Sé que sois descendientes
de Abraham, pero procuráis matarme"
Los judíos
habían presentado la relación que ellos tenían con Abraham como la base sobre
la que afirmaban ser libres. Jesús reconoce este parentesco, pero no la
pretensión que habían basado en él.
Lo que el
Señor les hace notar aquí es que su comportamiento ponía en evidencia que no
eran hijos espirituales de Abraham. El hecho de buscar la muerte de Jesús
implicaba en primer lugar que eran esclavos del pecado, y por lo tanto, hijos
de la esclava, quien como ya hemos señalado, no permaneció en la casa de Abraham.
Y en segundo lugar, que su actitud homicida no daba lugar a pensar que hubiera
ninguna relación entre ellos y el patriarca. ¿Cómo podía ser de otro modo si
estaban intentando matar a Aquel a quien Abraham había esperado con gozosa
expectación (Jn 8:56)?
Con esto,
el Señor quería enseñarles que Dios no hace caso del mero parentesco natural, y
que estaban completamente equivocados si creían que por ser hijos de Abraham
sus pecados dejaban de importar.
Todo esto
nos lleva a considerar que Jesús estaba haciendo una clara distinción entre la
"simiente carnal" de Abraham y sus hijos espirituales (Jn 8:39). Y
con esto coincide lo que ya se había anticipado en el prólogo de este
evangelio:
(Jn
1:12-13) "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre,
les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de
sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios."
También el
apóstol Pablo explicó quiénes eran los verdaderos israelitas:
(Ro
2:28-29) "Pues no es
judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace
exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la
circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual
no viene de los hombres, sino de Dios."
(Ro 9:6-9)
"No que la palabra de
Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas,
ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será
llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los
hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como
descendientes. Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré,
y Sara tendrá un hijo."
Así pues,
aunque fueran descendientes físicos de Abraham, ellos también tenían que nacer
de nuevo si querían ver el reino de Dios, tal como Jesús le había enseñado a
Nicodemo (Jn 3:3). Y para esto, tendrían que creer en Cristo, quien era la
simiente prometida a Abraham (Ga 3:29).
"Mi palabra no halla cabida
en vosotros"
Jesús les
había dicho anteriormente que serían verdaderamente sus discípulos si
permanecían en su palabra (Jn 8:31), pero ahora vemos que esto era imposible,
porque no quedaba espacio en sus corazones para ella. Por un lado, sus corazones
estaban llenos de otras cosas, pero por otro, era tanto el odio que sentían
hacia Jesús que no podían ni escuchar sus palabras (Jn 8:43). De todo esto se
deduce con claridad que, aunque inicialmente se habían presentado como
creyentes en él, la realidad era muy diferente. Así pues, ocurrió con estos
judíos de Jerusalén lo que antes ya había sucedido con los de Galilea; que su
palabra les pareció dura y no la podían oír, razón por la que también le habían
abandonado (Jn 6:60-65).
Ahora bien,
¿qué significa que la Palabra halle cabida en el corazón? La cuestión no tiene
tanto que ver con la incapacidad para entender el mensaje y sus consecuencias,
sino con aceptarlo y dejar que surta efecto en la vida. El corazón de aquellos
judíos era como una roca por la que el agua resbalaba sin dejar penetrar una
sola gota, mientras que lo que el Señor esperaba era que sus palabras no
encontraran resistencia en ellos, sino que penetraran en sus corazones dejando
que arraigaran en ellos y transformaran sus vidas enteras, liberándoles así de
la esclavitud al pecado.
"Yo hablo lo que he visto
cerca del Padre y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro
padre"
Según
avanzaba la conversación, cada vez quedaba más claro que entre el Señor y ellos
había un profundo abismo. Mientras que él hablaba las grandes verdades que
había contemplado junto a su Padre desde toda la eternidad, ellos, por su
parte, escuchaban al diablo y hacían lo que él les mandaba. De esto se
desprenden dos conclusiones:
•             En primer lugar, lo que estaba
ocurriendo con ellos era lo mismo que pasa con todas las personas: si nos
negamos a aceptar las palabras de Jesús, la única opción que queda es escuchar
las del diablo.
•             Y por otro lado, es también
evidente la relación que existe entre lo que escuchamos y lo que practicamos.
Una buena enseñanza de la Palabra puede llevarnos a una vida santa, pero si lo
que escuchamos son otras cosas, esto nunca podrá producir en nosotros este
mismo efecto santificador. Lo vemos claro en estos judíos, que desde el momento
en que prestaron su oído a las palabras del diablo, éste llenó sus corazones de
odio hacia Jesús.


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