ayudar un poco al crucificado. Jesús dijo Tengo sed; el centurión se apresuraría para que le llevasen el líquido que estuviese más a mano. Le acercan una esponja mojada en vinagre, pero Jesús sólo la probó, no quería satisfacer la terrible sed propia de la fiebre y la pérdida de sangre, era la suya una sed espiritual. El centurión puede comprobar que la dureza del suplicio no ha hecho disminuir ni un ápice la voluntad de aquel hombre extraordinario. Jesús tenía sed de almas y cumplía la voluntad del Padre hasta en los más mínimos detalles. El centurión admira la fortaleza, tan patente en Jesús. Fue entonces cuando dijo Jesús: Todo está consumado. Ahora le quedaba más claro aún que estaba realizando una misión religiosa, extraña, pero real. ¿Qué es lo que estaba consumado? Algo que no se puede explicar solo con la lógica humana. Y la atención del centurión se centraría en comprender la verdad de lo que estaba pasando. Los hombres falsos o insinceros sólo se preocupan de sus problemas; los hombres sinceros buscan la verdad. La inquietud religiosa de aquel soldado llegaba a un punto culminante. Fue entonces cuando se produjo el momento decisivo de su conversión. Primero fue el gran grito de Jesús, después lo que dice en aquel grito, y por último la sorprendente reacción del cielo y la tierra. Escuchemos como lo narran los evangelistas. Y Jesús, dando una gran voz, dijo: 'En tus manos entrego mi espíritu'... Y era como la hora de sexta cuando se obscureció toda la tierra hasta la hora de nona, porque se eclipsó el sol... Y he aquí que el velo del Templo se rasgó de arriba a abajo. Tembló la tierra y las piedras se partieron. Los sepulcros se abrieron y resucitaron muchos cuerpos de santos que habían muerto. El gran grito manifiesta la fuerza que conservaba Jesús. La muerte de los crucificados era un apagarse lento en el que la asfixia y la debilidad eran determinantes. Cristo tiene fuerzas. Mas que hablar grita. Su libertad en la hora de la muerte queda clara y el centurión es uno de los que mejor puede captar esa muerte libre. El grito de Jesús debió sobrecoger a todos. Los culpables se llenarían de temor pensando en un posible milagro. María al pie de la Cruz se alegró por ver el término de los padecimientos de su Hijo y la consumación de la Redención. El centurión tuvo un dato más: se trataba de una muerte extraordinaria. La última palabra de Jesús en la Cruz también es muy expresiva, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Palabras densas que el centurión captaría según su capacidad. Para un pagano los dioses eran lejanos y terribles, caprichosos y crueles. Pensar en Dios como Padre quedaba fuera de su comprensión, aunque en alguna ocasión pudiesen emplear la expresión. El centurión sabía que los judíos veneraban a un Dios único, pensar en ese Dios Creador como un Padre que quiere a sus hijos era una auténtica revelación. Si lo aceptaba toda su vida cambiaba. Además Jesús amaba al Padre de tal manera que su diálogo con Él no se rompía por la dureza del sacrificio que se estaba realizando allí. Aquel hombre noble pudo ver así unas relaciones paterno filiales extraordinarias. El Padre quería una misión difícilisima y el Hijo se abandonaba en la voluntad de su Padre cumpliéndola hasta el final. |
jueves, 5 de febrero de 2015
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