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Viernes, 1 de abril de 2016
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Papa Benedicto XIV
(PROSPERO LORENZO LAMBERTINI)
Hijo de Marcello Lambertini y Lucrecia Bulgarini, nació en
Bolonia el 31 de Marzo de 1675; murió el 3 de Mayo de 1758. Recibió su
educación primaria de tutores. A la edad de trece años fue al Collegium
Clementinum de Roma donde estudió retórica, filosofía, y teología. Santo
Tomás de Aquino fue su autor favorito, pero la inclinación de su
espíritu iba hacia los estudios históricos y legales, destacando en
estos últimos, tanto en derecho civil como eclesiástico. En 1694, aunque
de sólo diecinueve años, recibió el grado de Doctor en Teología y
Doctor Utriusque Juris (derecho civil y canónico). A la muerte de
Inocencio XII fue nombrado abogado consistorial por Clemente XI, y poco
después consultor del Santo Oficio. En 1708 fue nombrado Promotor de la
Fe; en 1712 canónigo teólogo en el Vaticano y asesor de la Congregación
de Ritos; en 1713 fue nombrado prelado doméstico; en 1718 secretario de
la Congregación del Concilio, y en 1725 obispo titular de Theodosia. Fue
nombrado obispo de Ancona en 1727 y cardenal el 30 de Abril de 1728.
Fue trasladado al arzobispado de Bolonia en Abril de 1731. Aunque de
ningún modo un genio, su enorme aplicación asociada a una agudeza de
mente mayor de la ordinaria, le hizo uno de los hombres más eruditos de
su tiempo y le dio la distinción de ser quizá el más sabio de los papas.
Su personalidad fue múltiple, y la gama de sus intereses amplia. Su
dedicación a la ciencia y la investigación seria de problemas históricos
no interfirió con sus estudios puramente literarios. “Se me ha
reprochado”, dijo una vez, “por mi familiaridad con Tasso Dante y
Ariosto, pero son una necesidad para mí para dar energía a mi
pensamiento y vida a mi estilo.” Esta dedicación a las artes y ciencias
llevó a Lambertini a lo largo de toda su vida a mantener un estrecho y
amistoso contacto con los autores y sabios más famosos de su tiempo.
Montfaucon, a quien él conoció en Roma, dijo de él, “Joven como es,
tiene dos almas, una para la ciencia, otra para la sociedad.” Esta
última caracterización no obstaculizaba su incansable actividad en una
de las muchas posiciones importantes que fue llamado a ocupar, ni
disminuía su asombrosa capacidad para el trabajo más arduo.
El celo y energía que Lambertini aportó a este cargo infundió
nueva vida a todos sus asuntos. Él mismo explicaba su asiduidad diciendo
que consideraba el episcopado no como un honor sino como una
oportunidad de hacer el bien. Su administración fue ejemplar: visitó
todos los lugares de su diócesis, celebró sínodos, incitó al pueblo a la
piedad mediante la palabra y el ejemplo, y supervisó los asuntos de su
diócesis tan completamente que nada que necesitara cambio o corrección
se le escapó. Su humildad y vasto saber fueron una fuente de inspiración
y fortaleza para su clero, y su comprensión amplia y firme de los
asuntos y problemas públicos le dio una posición de influencia única
entre los gobernantes y el pueblo. En su opinión el fundamento del éxito
en la administración episcopal era la completa armonía entre el obispo y
el clero, y él logró conseguir esto. A causa de sus maravillosas dotes y
su extraordinario éxito como obispo de Ancona, el Papa Benedicto XIII
deseaba trasladarlo a un cargo de mayor responsabilidad que le
permitiera desarrollar en un campo más amplio sus facultades y
actividad, pero el replicó en su habitual vena jocosa que ningún cambio
de puesto le podía hacer de otra forma que como era, alegre,
humorístico, y amigo del Papa. Cuando fue trasladado a Bolonia en 1731
sus energías y actividades parecieron redoblarse. Se hizo todo para
todos y se dice que no permitió a nadie dejar su presencia insatisfecho o
airado, y sin ser confortado y estimulado por su sabiduría, su consejo,
o sus advertencias. Sus esfuerzos se dirigieron mayoritariamente a la
mejora de la educación del clero en su diócesis. Reformó los programas
de estudios en su seminario y preparó un nuevo plan de estudios en el
que se ponía énfasis en el estudio de la Sagrada Escritura y la
patrología.
Cuando murió Clemente XII (el 6 de Febrero de 1740) la fama de
Lambertini estaba en su cúspide. Por intrigas de diversas clases el
cónclave que empezó el 17 de Febrero duró seis meses. Estaba compuesto
por cincuenta y cuatro cardenales de los que cuarenta y seis eran
italianos, tres franceses, cuatro españoles y un alemán. Estaban
divididos en varios partidos. Uno estaba compuesto de los que habían
sido nombrados por Clemente XI, Inocencio XIII, y Benedicto XIII; otro
por los nombrados por Clemente XII que eran conocidos como el nuevo
colegio. La larga, tediosa sesión, y el intenso calor no mejoró el humor
de los cardenales; después de seis meses de infructuosos esfuerzos e
intriga constante, la elección no parecía más próxima que al comienzo.
Se sugirieron diversos expedientes, tales como la retirada de los
nombres de los principales candidatos y la sustitución de otros, pero
fue inútil. Después de probar varios planes que terminaron en un punto
muerto, Lambertini, cuyo nombre había sido propuesto como compromiso, se
dirigió al cónclave, diciendo: “Si deseáis elegir a un santo, escoged a
Gotti; si a un estadista, a Aldobrandini; si a un hombre honrado,
elegidme a mí.” Estas palabras dichas quizá tanto en broma como en serio
ayudaron a terminar con la dificultad. Lambertini fue elegido y tomó el
nombre de Benedicto XIV en honor de su amigo y protector Benedicto
XIII. Como Papa, Lambertini no fue menos enérgico, esforzado, y modesto
que antes de su elección. Su gran saber le colocó en posición de tratar
con éxito las situaciones eclesiásticas que necesitaban reforma, y el
amplio espíritu cristiano que animaba sus relaciones con las potencias
extranjeras eliminó la presión y hostilidad de incluso las cortes y
gobernantes protestantes. Fue indudablemente liberal en sus relaciones
políticas, aunque nunca perdió de vista los intereses esenciales de la
Iglesia y la religión.
Política pública
Ir hasta el límite extremo de la concesión y la conciliación
parece haber sido el principio que dominó todas las acciones de
Benedicto XIV en sus negociaciones con gobiernos y gobernantes, tanto,
en realidad, que no ha escapado a la crítica incluso desde dentro de la
Iglesia de ser demasiado propenso a solucionar las dificultades haciendo
concesiones o compromisos. Pese a como se puedan juzgar sus acciones,
se piense lo que se quiera de sus motivos, no puede negarse que buscó
constantemente la paz y que pocas causas de fricción permanecieron tras
el final de su administración. Además, al estimar el valor y efecto de
sus concesiones, se ve que en casi todos los casos reforzó la influencia
moral del Papado incluso aunque se abandonaran algunos derechos de
patronato u otros intereses materiales. Ni fue su influencia menos
poderosa entre los gobernantes protestantes que entre los católicos; la
estima universal en que era tenido por todo el mundo significaba mucho
en una época, cuyo final iba a ser testigo de la destrucción de muchas
instituciones centenarias, tanto políticas como religiosas. Una
enumeración de sus principales negociaciones con los jefes de estado
mostrará que Benedicto sabiamente abandonó, en muchos casos, la sombra
de la autoridad temporal para mantener la sustancia de la supremacía
espiritual.
El rey de Portugal recibió el derecho de patronato sobre todas
las sedes y abadías de su reino (1740) y fue además favorecido con el
título de Rex Fidelissimus (1748).En la cuestión de las rentas de
iglesia y la asignación de beneficios eclesiásticos España fue también
tratada muy generosamente. En 1741 se dio permiso para gravar con
impuestos la renta del clero, y en 1753 el gobierno recibió el derecho
de designación de casi todos los beneficios españoles; en 1754 se
ratificó un acuerdo por el que las rentas de todos los beneficios de
España y de las colonias americanas se pagarían al tesoro público para
llevar a cabo la guerra contra los piratas africanos. El rey de Cerdeña
recibió el título de Vicario de la Santa Sede que llevaba consigo el
derecho de designación de todos los beneficios eclesiásticos en sus
dominios y la renta de los feudos pontificios a cambio de los cuales se
tenía que pagar una indemnización anual de mil ducados. Por mediación
del Papa se estableció en Nápoles un tribunal formado por igual número
de clérigos y laicos presidido por un eclesiástico, que constituía el
tribunal último para el juicio de casos eclesiásticos. Como mediador
entre los Caballeros de Malta y el rey de Nápoles el Papa llevó a feliz
término una controversia de larga duración. Mediante la Encíclica “Ex
omnibus christiani orbis” (16 de Octubre de 1756) la amarga controversia
relativa a la cuestión de la admisión a los sacramentos de personas que
no aceptaban la Bula “Unigenitus” fue concluida. Aunque insistiendo en
la autoridad de la “Unigenitus” y señalando que era obligación de todos
los fieles aceptarla con veneración, el Papa decretaba que sólo debía
excluirse de los sacramentos a aquellas personas cuya oposición a la
constitución pontificia fuera pública y notoria, y que por tanto
debieran ser considerados como enemigos públicos. El título de Rey de
Prusia adoptado en 1701 por el Elector de Brandenburgo fue reconocido
por Benedicto contra la vigorosa oposición de muchos miembros de la
Curia. María Teresa se refería a él como el sage par excellence, y
recibió muchos elogios del sultán a quien él se refería amistosamente en
sus escritos como el “Buen Turco”. Al final de su pontificado la única
cuestión de importancia en las relaciones exteriores de la Santa Sede
que no había sido solucionada con éxito era la referente al Patriarcado
de Aquileya sobre el que la República de Venecia y el emperador
reclamaban el control. Benedicto decidió que los derechos del
patriarcado debían dividirse entre el Arzobispado de Görz, en Austria, y
el de Udine, en los estados de Venecia. Esta decisión fue considerada
injusta por Venecia, que en represalia decretó que ninguna Bula, Breve, o
comunicación de la Santa Sede sería promulgada dentro de la
jurisdicción de la República sin la supervisión y aprobación del
gobierno.
Gobernante Temporal y Espiritual
Como soberano temporal Benedicto gobernó los Estados de la
Iglesia con sabiduría y moderación e introdujo muchas reformas con la
finalidad de disminuir los abusos y promover la felicidad y prosperidad
del pueblo. Con vistas a reponer el tesoro que había sido agotado por la
extravagancia de algunos de sus predecesores, especialmente de
Benedicto XIII bajo la influencia del cardenal Coscia, y por las enormes
inversiones para edificios públicos bajo Clemente XII, no hizo
promociones al Sacro Colegio durante cuatro años. Se promovieron medidas
para reformar la nobleza, se introdujo una nueva división comarcal de
la ciudad con la finalidad de una mayor eficiencia administrativa, la
agricultura fue favorecida y animada mediante la introducción de nuevos y
mejores métodos, se promovió el comercio, y el lujo se restringió,
mientras que la práctica de la usura, contra la que publicó la Encíclica
Vix Pervenit (1745), fue casi enteramente suprimida. Benedicto no
abandonó ninguna de las pretensiones de sus antecesores, pero el uso
liberal de sus poderes no tenía otro objetivo que la promoción de las
artes, de la paz y de la industria. Cuán serio era el problema se ve
mejor por sus propias palabras: “El Papa ordena, los cardenales no
obedecen, y el pueblo hace lo que le apetece.”
En los asuntos puramente espirituales y religiosos la influencia
de Benedicto dejó una huella duradera en toda la Iglesia y su
administración. Sus Bulas y Encíclicas, que han jugado un papel tan
importante en definir y clarificar puntos oscuros y difíciles del
derecho eclesiástico, fueron tratados ilustrados llenos de sabiduría y
erudición. La enconada cuestión de los matrimonios mixtos, uniones entre
católicos y protestantes, pedía solución como consecuencia de la
creciente frecuencia con la que se producían. Mucha de la amargura del
tiempo de la Reforma había pasado y los protestantes querían celebrar
sus matrimonios con católicos solemnizados con las mismas ceremonias que
cuando ambas partes eran católicas. Aunque en Roma predominaba la
teoría de que las partes contrayentes eran los verdaderos ministros del
Sacramento del Matrimonio, no había unanimidad entre los teólogos sobre
este punto. Sin derogar lo más mínimo esta teoría, Benedicto en
respuesta a las preguntas de los obispos de muchos lugares,
especialmente de Holanda y Polonia, decretó en la Bula “Magnae nobis
admirationis” (29 de Junio de 1748) que los matrimonios mixtos serían
permitidos sólo bajo ciertas condiciones bien definidas, la principal de
las cuales era que los hijos nacidos de esos matrimonios debían ser
educados en la Fe Católica, pero que tales matrimonios, aunque
tolerados, nunca se celebrarían con las ceremonias que implican la
aprobación eclesiástica formal.
Relaciones con las Iglesias Orientales
Bajo la hábil mano de Benedicto se consumó una unión formal con
algunas de las Iglesias Orientales. Los frecuentes intentos de los
Patriarcas Melquitas Griegos de Alejandría, Antioquía, y Jerusalén de
lograr un reconocimiento de la Santa Sede no dio como resultado durante
mucho tiempo algún tipo de unión definida, por la insatisfacción por
parte de los papas con la formulación de los credos orientales. En 1744,
Benedicto XIV envió el palio a Serafín Tanas a quien reconoció como
Patriarca de los Melquitas Griegos de Antioquía. Los conflictos en la
Iglesia Maronita, tras la deposición de Jacob II, que amenazaron
seriamente su unidad fueron solucionados en un concilio nacional (1736)
cuyos decretos fueron aprobados por Benedicto. El 18 de Marzo de 1751
renovó las prohibiciones de Clemente XII contra los masones, y aunque
muy pocos gobiernos consideraban que la supresión de esta sociedad
demandara una acción decisiva por su parte, se aprobaron enseguida leyes
por España y Nápoles, y en 1757 por Milán. La controversia con respecto
a las costumbres chinas y de Malabar, o el sistema de acomodación al
paganismo que algunos misioneros habían permitido a sus conversos
practicar, y por el cual se decía que ideas y prácticas paganas se
habían injertado en el Cristianismo, fue terminado por Benedicto XIV que
publicó dos Bulas sobre esta cuestión, y requirió a los misioneros que
juraran que tales abusos no se tolerarían en el futuro. La Bula “Ex quo
singulari”, respecto de los abusos en China, fue publicada el 11 de
Julio de 1742; la relativa a Malabar, “Omnium sollicitudinem”, el 12 de
Septiembre de 1744. (Ver CHINA, INDIA.) A causa de la manera en que las
festividades de la iglesia se habían multiplicado, Benedicto se esforzó
en disminuirlas. Esto hizo en España en 1742, en Sicilia y Toscana en
1748, y más tarde en Cerdeña, Austria, y los Estados Pontificios. Tal
acción se enfrentó con fuerte oposición de muchos cardenales. Benedicto
acalló sus reproches diciendo que menos fiestas observadas de manera más
cristiana contribuirían más a la gloria de la religión.
Reformas Litúrgicas
En asuntos litúrgicos Benedicto XIV fue extremadamente
conservador. Veía con pesar los profundos cambios que habían sido
introducidos en el Calendario Romano desde la época de Paulo V. El
incremento en el número de fiestas de santos y la multiplicación de
oficios con rango de Duplex había reemplazado a los antiguos oficios
dominicales y de feria, y a lo largo de todo su pontificado se opuso
determinadamente a la introducción de cualquier nuevo oficio en el
Breviario, una política a la que se adhirió tan estrictamente que el
único cambio que sobrevino durante su administración fue que San León
Magno recibió el título de Doctor. Tan profundamente convencido estaba
de la necesidad de una completa revisión del Breviario que eliminara
aquellas partes en las que el sentido crítico del Siglo XVIII encontraba
defectos que encargó al jesuita Fabio Danzetto que preparara un informe
sobre la cuestión. Este informe en cuatro volúmenes de notas fue de
carácter tan radical que se dice que provocó que Benedicto desistiera de
su proyecto. El plan de reformar el Martirologio Romano fue, sin
embargo llevado a cabo con éxito, y bajo su autoridad se publicó una
nueva edición en Roma en 1748. Lo mismo se puede decir del “Cermoniale
Episcoporum”, cuya reforma emprendió Benedicto XIII y que Benedicto XIV
publicó (1752) en su forma ahora habitual. La obra clásica de Benedicto
sobre asuntos litúrgicos es su “De Servorum Dei Beatificatione et de
Beatorum Canonizatione” que aún regula el proceso de beatificación y
canonización. Otros escritos litúrgicos importantes de Benedicto
trataban del sacrificio de la Misa y las fiestas de Nuestro Señor, de la
Santísima Virgen, y de algunos santos. Aparte de estas publicó
numerosas obras sobre los ritos de los griegos y orientales; Bulas y
Breves sobre la celebración de la octava delos Santos Apóstoles, contra
el uso de imágenes supersticiosas, sobre la bendición del palio, contra
la música profana en las iglesias, sobre la rosa dorada, etc.
Con vistas a que el clero no estuviera carente de ciencia
eclesiástica e histórica, y que no perdiera la oportunidad de aprovechar
el progreso intelectual de la época, fundó en Roma cuatro academias
para el estudio de las antigüedades romanas, las antigüedades
cristianas, la historia de la Iglesia y los concilios, y la historia del
derecho canónico y la liturgia. También estableció un museo cristiano, y
encargó a Joseph Assemani que preparara un catálogo de los manuscritos
de la Biblioteca Vaticana, que enriqueció con la compra de la Biblioteca
Ottoboniana que contenía 3.300 manuscritos de valor e importancia
únicos. Fundó cátedras de química y matemáticas en la Universidad romana
conocida como la Sapienza, y muchas otras de pintura, escultura, etc.,
en otras escuelas. Sobre todas esas fundaciones ejerció la más estrecha
supervisión; también encontró tiempo para llevar a cabo muchos planes de
construcción y embellecimiento de iglesias en Roma. El hecho de que
Benedicto nunca elevara a un jesuita al cardenalato se atribuye a su
hostilidad a la Compañía; por otra parte, debe señalarse que fue a un
jesuita, Emmanuel Azevedo, al que encargó la edición íntegra de sus
obras (1747-51). Había sido urgido durante mucho tiempo por sus amigos
los cardenales Passionei y Archinto para que ordenara una completa
reforma de esa orden, pero no fue hasta el último año de su vida cuando
se emprendió una acción decisiva. El 1 de Abril de 1758 publicó un Breve
por el que el cardenal Saldanha era encargado de inspeccionar todos los
colegios y casas de la Compañía en Portugal, y emprender una reforma de
la misma, pero esta autoridad fue retirada por su sucesor, Clemente
XIII.
Benedicto XIV buscó solaz en la compañía de hombres ilustrados y
artistas, entre los que brilló por su talento y erudición. Alegre,
amable, y comunicativo, su conversación a veces asombraba, si no
chocaba, a las formales sensibilidades de los dignos cortesanos que se
ponían en contacto con él. Blando y afable en su conducta con todos los
que se le acercaban, al Papa no le faltaba a veces ni energía ni
ingenio. En una ocasión tuvo lugar una violenta escena en la que el Papa
expresó de la manera más decidida su desaprobación por las tácticas de
la corte francesa. Choiseul, el embajador francés, visitó el Vaticano
para pedir que el nombramiento del cardenal Archinto para suceder al
cardenal Valenti como secretario de Estado fuera aplazada hasta después
de que algunos asuntos en los que el rey de Francia estaba interesado
fueran decididos. El propio Choiseul da un relato de esta escena
(Cartas, p.169), sin contar, sin embargo, todos los detalles. La
conversación fue más amable de lo que Choiseul informó, y por las
“Mémoires” del Barón de Bersonval (p.106) sabemos que cuando el Papa se
hubo cansado de las importunidades de Choiseul le cogió del brazo y
empujándole a su propio asiento dijo:”Haga usted de Papa” (Fa el Papa).
Choiseul replicó: “No, Santo Padre, que cada uno haga su papel. Vos
continuad siendo Papa y yo seré embajador.” Esta brusquedad, sin
embargo, no era habitual en Benedicto. Podía ser alegre tanto como
serio. El abbate Galiani le presentó una vez una colección de minerales
diciendo: “Dic ut lapides isti panes fiant” (Manda que estas piedras se
conviertan en pan), y la insinuación no cayó en saco roto. El milagro
requerido fue realizado y el abbé recibió una pensión.
Para sus súbditos Benedicto fue un ídolo. Si se quejaban a veces
de que escribía demasiado y gobernaba demasiado poco, estaban de acuerdo
en que hablaba bien y con talento, y sus bromas y “bon mots” eran el
deleite de Roma. Las preocupaciones de estado, tras su elevación al
pontificado le impidieron dedicarse tanto como habría deseado a sus
estudios de épocas anteriores; pero nunca le faltó estímulo intelectual.
Se rodeó de hombres tales como Quirini, Garampi, Borgia, Muratori, y
mantuvo una activa correspondencia con sabios de distintas opiniones. Su
preeminencia intelectual era no sólo un motivo de orgullo para los
católicos, sino que creó un fuerte vínculo con muchos no creyentes.
Voltaire le dedicó su “Mahomet” con las palabras: “Au chef de la
véritable religion un écrit contre le fondateur d’une religion fausse et
barbare”. En otra ocasión compuso para un retrato del Papa el siguiente
dístico:
Lambertinus hic est, Romae decus, et pater orbis
Qui mundum scriptis docuit, virtutibus ornat.
(Este es Lambertini, el orgullo de Roma, y padre del mundo,
que enseña al mundo con sus escritos y lo honra con sus virtudes.)
El dístico causó discusión respecto a la duración de “hic”, pero
el Papa defendió la prosodia de Voltaire quien confirmó su opinión con
una cita de Virgilio que dijo debía ser el epitafio de Benedicto.
Grande como hombre, como sabio, como administrador, y como
sacerdote, la pretensión de Benedicto a la inmortalidad se funda
principalmente en sus admirables escritos eclesiásticos. Los más
importantes de entre ellos, aparte de los ya mencionados, son:
“Institutiones Ecclesiasticae”, escritas en italiano, pero traducidas al
latín por el P. Ildephonsus a S. Carolo; es una colección de 107
documentos, principalmente cartas pastorales, cartas a obispos y otros,
tratados independientes, instrucciones, etc., todos los cuales son
realmente disertaciones científicas sobre asuntos relacionados con el
derecho eclesiástico o el cuidado de las almas; la obra clásica “De
Synodo Dioecesana”, publicada tras su elevación al Papado, una
adaptación del derecho eclesiástico general a la administración
diocesana; este libro es llamado por Schulte, a causa de su influencia,
una de las más importantes, si no la más importante, obra moderna de
derecho canónico;
“Casus Conscientiae de mandato Prosp. Lambertini Archiep.Bono
propositi et resoluti”, valioso tanto para el abogado como para el
confesor; “Bullarum Benedicti XIV”, que contiene la legislación de su
pontificado, siendo muchos de sus documentos tratados científicos.
También recopiló un “Thesaurus Resolutionum Sacrae Congregationis
Concilii”, el primer intento de presentación científica de la “Praxis”
de las Congregaciones Roamnas. Una edición completa de sus obras
apareció en Roma (1747-51) en doce volúmenes in folio, por Emmanuel
Azevedo S.J., quien también tradujo al latín los documentos italianos.
Una edición mejor y más completa es la de Venecia, 1788. La más reciente
y más útil (Prato, 1844) es en diecisiete volúmenes. Algunas cartas de
Benedicto fueron publicadas por Kraus: “Briefe Benedicts XIV an den
Canonicus Pier Francesco Peggi in Bologna (1729-1758) nebst Benedicts
Diarium des Conclaves von 1740” (2ª ed., Friburgo, 1888). Cf. Batiffol,
"Inventaire des lettres inédites du Pape Bénoit XIV" (Paris, 1894); R.
De Martinis, "Acta Benedicti XIV"; (Naples, 1884, passim). En 1904
Heiner editó tres tratados hasta entonces inéditos de Benedicto XIV
sobre ritos, las fiestas de los Apóstoles, y los Sacramentos.
La mejor relación de los escritos de Benedicto y las fuentes para
su vida se contienen en la obra arriba mencionada de KRAUS. Ver también
GUARNACCHI, Vitæ et res gestæ Romanor. Pontif. et Card. a Clem. X usque
ad Clem XI (Roma, 1857); NOVAES, Storia de' Sommi Pontefici (Roma,
1822); RANKE, Die röm. Päpste in den letzten vier Jahrh. (Leipzig, ed.
1900); Vie du Pape Bened. XIV (París, 1783); GRÖNE, PapstGeschichte
(Ratisbona, 1875), II. Para un largo relato sobre la Curia y el carácter
de los cardenales en la época de Benedicto XIV, ver CHOISEUL, Lettres
et Mémoires inédites, publiées par Maurice Boutry (París, 1895). Sobre
Benedicto como canonista ver SCHULTE, Gesch. der Quellen und Litt. des
can. Rechts (Stuttgart, 1880), III, 503 ss.
PATRICK J. HEALY
Transcrito por WGKofron
Con agradecimiento a la St. Mary's Church, Akron, Ohio
Traducido por Francisco Vázquez
Hijo de Marcello Lambertini y Lucrecia Bulgarini, nació en
Bolonia el 31 de Marzo de 1675; murió el 3 de Mayo de 1758. Recibió su
educación primaria de tutores. A la edad de trece años fue al Collegium
Clementinum de Roma donde estudió retórica, filosofía, y teología. Santo
Tomás de Aquino fue su autor favorito, pero la inclinación de su
espíritu iba hacia los estudios históricos y legales, destacando en
estos últimos, tanto en derecho civil como eclesiástico. En 1694, aunque
de sólo diecinueve años, recibió el grado de Doctor en Teología y
Doctor Utriusque Juris (derecho civil y canónico). A la muerte de
Inocencio XII fue nombrado abogado consistorial por Clemente XI, y poco
después consultor del Santo Oficio. En 1708 fue nombrado Promotor de la
Fe; en 1712 canónigo teólogo en el Vaticano y asesor de la Congregación
de Ritos; en 1713 fue nombrado prelado doméstico; en 1718 secretario de
la Congregación del Concilio, y en 1725 obispo titular de Theodosia. Fue
nombrado obispo de Ancona en 1727 y cardenal el 30 de Abril de 1728.
Fue trasladado al arzobispado de Bolonia en Abril de 1731. Aunque de
ningún modo un genio, su enorme aplicación asociada a una agudeza de
mente mayor de la ordinaria, le hizo uno de los hombres más eruditos de
su tiempo y le dio la distinción de ser quizá el más sabio de los papas.
Su personalidad fue múltiple, y la gama de sus intereses amplia. Su
dedicación a la ciencia y la investigación seria de problemas históricos
no interfirió con sus estudios puramente literarios. “Se me ha
reprochado”, dijo una vez, “por mi familiaridad con Tasso Dante y
Ariosto, pero son una necesidad para mí para dar energía a mi
pensamiento y vida a mi estilo.” Esta dedicación a las artes y ciencias
llevó a Lambertini a lo largo de toda su vida a mantener un estrecho y
amistoso contacto con los autores y sabios más famosos de su tiempo.
Montfaucon, a quien él conoció en Roma, dijo de él, “Joven como es,
tiene dos almas, una para la ciencia, otra para la sociedad.” Esta
última caracterización no obstaculizaba su incansable actividad en una
de las muchas posiciones importantes que fue llamado a ocupar, ni
disminuía su asombrosa capacidad para el trabajo más arduo.
El celo y energía que Lambertini aportó a este cargo infundió
nueva vida a todos sus asuntos. Él mismo explicaba su asiduidad diciendo
que consideraba el episcopado no como un honor sino como una
oportunidad de hacer el bien. Su administración fue ejemplar: visitó
todos los lugares de su diócesis, celebró sínodos, incitó al pueblo a la
piedad mediante la palabra y el ejemplo, y supervisó los asuntos de su
diócesis tan completamente que nada que necesitara cambio o corrección
se le escapó. Su humildad y vasto saber fueron una fuente de inspiración
y fortaleza para su clero, y su comprensión amplia y firme de los
asuntos y problemas públicos le dio una posición de influencia única
entre los gobernantes y el pueblo. En su opinión el fundamento del éxito
en la administración episcopal era la completa armonía entre el obispo y
el clero, y él logró conseguir esto. A causa de sus maravillosas dotes y
su extraordinario éxito como obispo de Ancona, el Papa Benedicto XIII
deseaba trasladarlo a un cargo de mayor responsabilidad que le
permitiera desarrollar en un campo más amplio sus facultades y
actividad, pero el replicó en su habitual vena jocosa que ningún cambio
de puesto le podía hacer de otra forma que como era, alegre,
humorístico, y amigo del Papa. Cuando fue trasladado a Bolonia en 1731
sus energías y actividades parecieron redoblarse. Se hizo todo para
todos y se dice que no permitió a nadie dejar su presencia insatisfecho o
airado, y sin ser confortado y estimulado por su sabiduría, su consejo,
o sus advertencias. Sus esfuerzos se dirigieron mayoritariamente a la
mejora de la educación del clero en su diócesis. Reformó los programas
de estudios en su seminario y preparó un nuevo plan de estudios en el
que se ponía énfasis en el estudio de la Sagrada Escritura y la
patrología.
Cuando murió Clemente XII (el 6 de Febrero de 1740) la fama de
Lambertini estaba en su cúspide. Por intrigas de diversas clases el
cónclave que empezó el 17 de Febrero duró seis meses. Estaba compuesto
por cincuenta y cuatro cardenales de los que cuarenta y seis eran
italianos, tres franceses, cuatro españoles y un alemán. Estaban
divididos en varios partidos. Uno estaba compuesto de los que habían
sido nombrados por Clemente XI, Inocencio XIII, y Benedicto XIII; otro
por los nombrados por Clemente XII que eran conocidos como el nuevo
colegio. La larga, tediosa sesión, y el intenso calor no mejoró el humor
de los cardenales; después de seis meses de infructuosos esfuerzos e
intriga constante, la elección no parecía más próxima que al comienzo.
Se sugirieron diversos expedientes, tales como la retirada de los
nombres de los principales candidatos y la sustitución de otros, pero
fue inútil. Después de probar varios planes que terminaron en un punto
muerto, Lambertini, cuyo nombre había sido propuesto como compromiso, se
dirigió al cónclave, diciendo: “Si deseáis elegir a un santo, escoged a
Gotti; si a un estadista, a Aldobrandini; si a un hombre honrado,
elegidme a mí.” Estas palabras dichas quizá tanto en broma como en serio
ayudaron a terminar con la dificultad. Lambertini fue elegido y tomó el
nombre de Benedicto XIV en honor de su amigo y protector Benedicto
XIII. Como Papa, Lambertini no fue menos enérgico, esforzado, y modesto
que antes de su elección. Su gran saber le colocó en posición de tratar
con éxito las situaciones eclesiásticas que necesitaban reforma, y el
amplio espíritu cristiano que animaba sus relaciones con las potencias
extranjeras eliminó la presión y hostilidad de incluso las cortes y
gobernantes protestantes. Fue indudablemente liberal en sus relaciones
políticas, aunque nunca perdió de vista los intereses esenciales de la
Iglesia y la religión.
Política pública
Ir hasta el límite extremo de la concesión y la conciliación
parece haber sido el principio que dominó todas las acciones de
Benedicto XIV en sus negociaciones con gobiernos y gobernantes, tanto,
en realidad, que no ha escapado a la crítica incluso desde dentro de la
Iglesia de ser demasiado propenso a solucionar las dificultades haciendo
concesiones o compromisos. Pese a como se puedan juzgar sus acciones,
se piense lo que se quiera de sus motivos, no puede negarse que buscó
constantemente la paz y que pocas causas de fricción permanecieron tras
el final de su administración. Además, al estimar el valor y efecto de
sus concesiones, se ve que en casi todos los casos reforzó la influencia
moral del Papado incluso aunque se abandonaran algunos derechos de
patronato u otros intereses materiales. Ni fue su influencia menos
poderosa entre los gobernantes protestantes que entre los católicos; la
estima universal en que era tenido por todo el mundo significaba mucho
en una época, cuyo final iba a ser testigo de la destrucción de muchas
instituciones centenarias, tanto políticas como religiosas. Una
enumeración de sus principales negociaciones con los jefes de estado
mostrará que Benedicto sabiamente abandonó, en muchos casos, la sombra
de la autoridad temporal para mantener la sustancia de la supremacía
espiritual.
El rey de Portugal recibió el derecho de patronato sobre todas
las sedes y abadías de su reino (1740) y fue además favorecido con el
título de Rex Fidelissimus (1748).En la cuestión de las rentas de
iglesia y la asignación de beneficios eclesiásticos España fue también
tratada muy generosamente. En 1741 se dio permiso para gravar con
impuestos la renta del clero, y en 1753 el gobierno recibió el derecho
de designación de casi todos los beneficios españoles; en 1754 se
ratificó un acuerdo por el que las rentas de todos los beneficios de
España y de las colonias americanas se pagarían al tesoro público para
llevar a cabo la guerra contra los piratas africanos. El rey de Cerdeña
recibió el título de Vicario de la Santa Sede que llevaba consigo el
derecho de designación de todos los beneficios eclesiásticos en sus
dominios y la renta de los feudos pontificios a cambio de los cuales se
tenía que pagar una indemnización anual de mil ducados. Por mediación
del Papa se estableció en Nápoles un tribunal formado por igual número
de clérigos y laicos presidido por un eclesiástico, que constituía el
tribunal último para el juicio de casos eclesiásticos. Como mediador
entre los Caballeros de Malta y el rey de Nápoles el Papa llevó a feliz
término una controversia de larga duración. Mediante la Encíclica “Ex
omnibus christiani orbis” (16 de Octubre de 1756) la amarga controversia
relativa a la cuestión de la admisión a los sacramentos de personas que
no aceptaban la Bula “Unigenitus” fue concluida. Aunque insistiendo en
la autoridad de la “Unigenitus” y señalando que era obligación de todos
los fieles aceptarla con veneración, el Papa decretaba que sólo debía
excluirse de los sacramentos a aquellas personas cuya oposición a la
constitución pontificia fuera pública y notoria, y que por tanto
debieran ser considerados como enemigos públicos. El título de Rey de
Prusia adoptado en 1701 por el Elector de Brandenburgo fue reconocido
por Benedicto contra la vigorosa oposición de muchos miembros de la
Curia. María Teresa se refería a él como el sage par excellence, y
recibió muchos elogios del sultán a quien él se refería amistosamente en
sus escritos como el “Buen Turco”. Al final de su pontificado la única
cuestión de importancia en las relaciones exteriores de la Santa Sede
que no había sido solucionada con éxito era la referente al Patriarcado
de Aquileya sobre el que la República de Venecia y el emperador
reclamaban el control. Benedicto decidió que los derechos del
patriarcado debían dividirse entre el Arzobispado de Görz, en Austria, y
el de Udine, en los estados de Venecia. Esta decisión fue considerada
injusta por Venecia, que en represalia decretó que ninguna Bula, Breve, o
comunicación de la Santa Sede sería promulgada dentro de la
jurisdicción de la República sin la supervisión y aprobación del
gobierno.
Gobernante Temporal y Espiritual
Como soberano temporal Benedicto gobernó los Estados de la
Iglesia con sabiduría y moderación e introdujo muchas reformas con la
finalidad de disminuir los abusos y promover la felicidad y prosperidad
del pueblo. Con vistas a reponer el tesoro que había sido agotado por la
extravagancia de algunos de sus predecesores, especialmente de
Benedicto XIII bajo la influencia del cardenal Coscia, y por las enormes
inversiones para edificios públicos bajo Clemente XII, no hizo
promociones al Sacro Colegio durante cuatro años. Se promovieron medidas
para reformar la nobleza, se introdujo una nueva división comarcal de
la ciudad con la finalidad de una mayor eficiencia administrativa, la
agricultura fue favorecida y animada mediante la introducción de nuevos y
mejores métodos, se promovió el comercio, y el lujo se restringió,
mientras que la práctica de la usura, contra la que publicó la Encíclica
Vix Pervenit (1745), fue casi enteramente suprimida. Benedicto no
abandonó ninguna de las pretensiones de sus antecesores, pero el uso
liberal de sus poderes no tenía otro objetivo que la promoción de las
artes, de la paz y de la industria. Cuán serio era el problema se ve
mejor por sus propias palabras: “El Papa ordena, los cardenales no
obedecen, y el pueblo hace lo que le apetece.”
En los asuntos puramente espirituales y religiosos la influencia
de Benedicto dejó una huella duradera en toda la Iglesia y su
administración. Sus Bulas y Encíclicas, que han jugado un papel tan
importante en definir y clarificar puntos oscuros y difíciles del
derecho eclesiástico, fueron tratados ilustrados llenos de sabiduría y
erudición. La enconada cuestión de los matrimonios mixtos, uniones entre
católicos y protestantes, pedía solución como consecuencia de la
creciente frecuencia con la que se producían. Mucha de la amargura del
tiempo de la Reforma había pasado y los protestantes querían celebrar
sus matrimonios con católicos solemnizados con las mismas ceremonias que
cuando ambas partes eran católicas. Aunque en Roma predominaba la
teoría de que las partes contrayentes eran los verdaderos ministros del
Sacramento del Matrimonio, no había unanimidad entre los teólogos sobre
este punto. Sin derogar lo más mínimo esta teoría, Benedicto en
respuesta a las preguntas de los obispos de muchos lugares,
especialmente de Holanda y Polonia, decretó en la Bula “Magnae nobis
admirationis” (29 de Junio de 1748) que los matrimonios mixtos serían
permitidos sólo bajo ciertas condiciones bien definidas, la principal de
las cuales era que los hijos nacidos de esos matrimonios debían ser
educados en la Fe Católica, pero que tales matrimonios, aunque
tolerados, nunca se celebrarían con las ceremonias que implican la
aprobación eclesiástica formal.
Relaciones con las Iglesias Orientales
Bajo la hábil mano de Benedicto se consumó una unión formal con
algunas de las Iglesias Orientales. Los frecuentes intentos de los
Patriarcas Melquitas Griegos de Alejandría, Antioquía, y Jerusalén de
lograr un reconocimiento de la Santa Sede no dio como resultado durante
mucho tiempo algún tipo de unión definida, por la insatisfacción por
parte de los papas con la formulación de los credos orientales. En 1744,
Benedicto XIV envió el palio a Serafín Tanas a quien reconoció como
Patriarca de los Melquitas Griegos de Antioquía. Los conflictos en la
Iglesia Maronita, tras la deposición de Jacob II, que amenazaron
seriamente su unidad fueron solucionados en un concilio nacional (1736)
cuyos decretos fueron aprobados por Benedicto. El 18 de Marzo de 1751
renovó las prohibiciones de Clemente XII contra los masones, y aunque
muy pocos gobiernos consideraban que la supresión de esta sociedad
demandara una acción decisiva por su parte, se aprobaron enseguida leyes
por España y Nápoles, y en 1757 por Milán. La controversia con respecto
a las costumbres chinas y de Malabar, o el sistema de acomodación al
paganismo que algunos misioneros habían permitido a sus conversos
practicar, y por el cual se decía que ideas y prácticas paganas se
habían injertado en el Cristianismo, fue terminado por Benedicto XIV que
publicó dos Bulas sobre esta cuestión, y requirió a los misioneros que
juraran que tales abusos no se tolerarían en el futuro. La Bula “Ex quo
singulari”, respecto de los abusos en China, fue publicada el 11 de
Julio de 1742; la relativa a Malabar, “Omnium sollicitudinem”, el 12 de
Septiembre de 1744. (Ver CHINA, INDIA.) A causa de la manera en que las
festividades de la iglesia se habían multiplicado, Benedicto se esforzó
en disminuirlas. Esto hizo en España en 1742, en Sicilia y Toscana en
1748, y más tarde en Cerdeña, Austria, y los Estados Pontificios. Tal
acción se enfrentó con fuerte oposición de muchos cardenales. Benedicto
acalló sus reproches diciendo que menos fiestas observadas de manera más
cristiana contribuirían más a la gloria de la religión.
Reformas Litúrgicas
En asuntos litúrgicos Benedicto XIV fue extremadamente
conservador. Veía con pesar los profundos cambios que habían sido
introducidos en el Calendario Romano desde la época de Paulo V. El
incremento en el número de fiestas de santos y la multiplicación de
oficios con rango de Duplex había reemplazado a los antiguos oficios
dominicales y de feria, y a lo largo de todo su pontificado se opuso
determinadamente a la introducción de cualquier nuevo oficio en el
Breviario, una política a la que se adhirió tan estrictamente que el
único cambio que sobrevino durante su administración fue que San León
Magno recibió el título de Doctor. Tan profundamente convencido estaba
de la necesidad de una completa revisión del Breviario que eliminara
aquellas partes en las que el sentido crítico del Siglo XVIII encontraba
defectos que encargó al jesuita Fabio Danzetto que preparara un informe
sobre la cuestión. Este informe en cuatro volúmenes de notas fue de
carácter tan radical que se dice que provocó que Benedicto desistiera de
su proyecto. El plan de reformar el Martirologio Romano fue, sin
embargo llevado a cabo con éxito, y bajo su autoridad se publicó una
nueva edición en Roma en 1748. Lo mismo se puede decir del “Cermoniale
Episcoporum”, cuya reforma emprendió Benedicto XIII y que Benedicto XIV
publicó (1752) en su forma ahora habitual. La obra clásica de Benedicto
sobre asuntos litúrgicos es su “De Servorum Dei Beatificatione et de
Beatorum Canonizatione” que aún regula el proceso de beatificación y
canonización. Otros escritos litúrgicos importantes de Benedicto
trataban del sacrificio de la Misa y las fiestas de Nuestro Señor, de la
Santísima Virgen, y de algunos santos. Aparte de estas publicó
numerosas obras sobre los ritos de los griegos y orientales; Bulas y
Breves sobre la celebración de la octava delos Santos Apóstoles, contra
el uso de imágenes supersticiosas, sobre la bendición del palio, contra
la música profana en las iglesias, sobre la rosa dorada, etc.
Con vistas a que el clero no estuviera carente de ciencia
eclesiástica e histórica, y que no perdiera la oportunidad de aprovechar
el progreso intelectual de la época, fundó en Roma cuatro academias
para el estudio de las antigüedades romanas, las antigüedades
cristianas, la historia de la Iglesia y los concilios, y la historia del
derecho canónico y la liturgia. También estableció un museo cristiano, y
encargó a Joseph Assemani que preparara un catálogo de los manuscritos
de la Biblioteca Vaticana, que enriqueció con la compra de la Biblioteca
Ottoboniana que contenía 3.300 manuscritos de valor e importancia
únicos. Fundó cátedras de química y matemáticas en la Universidad romana
conocida como la Sapienza, y muchas otras de pintura, escultura, etc.,
en otras escuelas. Sobre todas esas fundaciones ejerció la más estrecha
supervisión; también encontró tiempo para llevar a cabo muchos planes de
construcción y embellecimiento de iglesias en Roma. El hecho de que
Benedicto nunca elevara a un jesuita al cardenalato se atribuye a su
hostilidad a la Compañía; por otra parte, debe señalarse que fue a un
jesuita, Emmanuel Azevedo, al que encargó la edición íntegra de sus
obras (1747-51). Había sido urgido durante mucho tiempo por sus amigos
los cardenales Passionei y Archinto para que ordenara una completa
reforma de esa orden, pero no fue hasta el último año de su vida cuando
se emprendió una acción decisiva. El 1 de Abril de 1758 publicó un Breve
por el que el cardenal Saldanha era encargado de inspeccionar todos los
colegios y casas de la Compañía en Portugal, y emprender una reforma de
la misma, pero esta autoridad fue retirada por su sucesor, Clemente
XIII.
Benedicto XIV buscó solaz en la compañía de hombres ilustrados y
artistas, entre los que brilló por su talento y erudición. Alegre,
amable, y comunicativo, su conversación a veces asombraba, si no
chocaba, a las formales sensibilidades de los dignos cortesanos que se
ponían en contacto con él. Blando y afable en su conducta con todos los
que se le acercaban, al Papa no le faltaba a veces ni energía ni
ingenio. En una ocasión tuvo lugar una violenta escena en la que el Papa
expresó de la manera más decidida su desaprobación por las tácticas de
la corte francesa. Choiseul, el embajador francés, visitó el Vaticano
para pedir que el nombramiento del cardenal Archinto para suceder al
cardenal Valenti como secretario de Estado fuera aplazada hasta después
de que algunos asuntos en los que el rey de Francia estaba interesado
fueran decididos. El propio Choiseul da un relato de esta escena
(Cartas, p.169), sin contar, sin embargo, todos los detalles. La
conversación fue más amable de lo que Choiseul informó, y por las
“Mémoires” del Barón de Bersonval (p.106) sabemos que cuando el Papa se
hubo cansado de las importunidades de Choiseul le cogió del brazo y
empujándole a su propio asiento dijo:”Haga usted de Papa” (Fa el Papa).
Choiseul replicó: “No, Santo Padre, que cada uno haga su papel. Vos
continuad siendo Papa y yo seré embajador.” Esta brusquedad, sin
embargo, no era habitual en Benedicto. Podía ser alegre tanto como
serio. El abbate Galiani le presentó una vez una colección de minerales
diciendo: “Dic ut lapides isti panes fiant” (Manda que estas piedras se
conviertan en pan), y la insinuación no cayó en saco roto. El milagro
requerido fue realizado y el abbé recibió una pensión.
Para sus súbditos Benedicto fue un ídolo. Si se quejaban a veces
de que escribía demasiado y gobernaba demasiado poco, estaban de acuerdo
en que hablaba bien y con talento, y sus bromas y “bon mots” eran el
deleite de Roma. Las preocupaciones de estado, tras su elevación al
pontificado le impidieron dedicarse tanto como habría deseado a sus
estudios de épocas anteriores; pero nunca le faltó estímulo intelectual.
Se rodeó de hombres tales como Quirini, Garampi, Borgia, Muratori, y
mantuvo una activa correspondencia con sabios de distintas opiniones. Su
preeminencia intelectual era no sólo un motivo de orgullo para los
católicos, sino que creó un fuerte vínculo con muchos no creyentes.
Voltaire le dedicó su “Mahomet” con las palabras: “Au chef de la
véritable religion un écrit contre le fondateur d’une religion fausse et
barbare”. En otra ocasión compuso para un retrato del Papa el siguiente
dístico:
Lambertinus hic est, Romae decus, et pater orbis
Qui mundum scriptis docuit, virtutibus ornat.
(Este es Lambertini, el orgullo de Roma, y padre del mundo,
que enseña al mundo con sus escritos y lo honra con sus virtudes.)
El dístico causó discusión respecto a la duración de “hic”, pero
el Papa defendió la prosodia de Voltaire quien confirmó su opinión con
una cita de Virgilio que dijo debía ser el epitafio de Benedicto.
Grande como hombre, como sabio, como administrador, y como
sacerdote, la pretensión de Benedicto a la inmortalidad se funda
principalmente en sus admirables escritos eclesiásticos. Los más
importantes de entre ellos, aparte de los ya mencionados, son:
“Institutiones Ecclesiasticae”, escritas en italiano, pero traducidas al
latín por el P. Ildephonsus a S. Carolo; es una colección de 107
documentos, principalmente cartas pastorales, cartas a obispos y otros,
tratados independientes, instrucciones, etc., todos los cuales son
realmente disertaciones científicas sobre asuntos relacionados con el
derecho eclesiástico o el cuidado de las almas; la obra clásica “De
Synodo Dioecesana”, publicada tras su elevación al Papado, una
adaptación del derecho eclesiástico general a la administración
diocesana; este libro es llamado por Schulte, a causa de su influencia,
una de las más importantes, si no la más importante, obra moderna de
derecho canónico;
“Casus Conscientiae de mandato Prosp. Lambertini Archiep.Bono
propositi et resoluti”, valioso tanto para el abogado como para el
confesor; “Bullarum Benedicti XIV”, que contiene la legislación de su
pontificado, siendo muchos de sus documentos tratados científicos.
También recopiló un “Thesaurus Resolutionum Sacrae Congregationis
Concilii”, el primer intento de presentación científica de la “Praxis”
de las Congregaciones Roamnas. Una edición completa de sus obras
apareció en Roma (1747-51) en doce volúmenes in folio, por Emmanuel
Azevedo S.J., quien también tradujo al latín los documentos italianos.
Una edición mejor y más completa es la de Venecia, 1788. La más reciente
y más útil (Prato, 1844) es en diecisiete volúmenes. Algunas cartas de
Benedicto fueron publicadas por Kraus: “Briefe Benedicts XIV an den
Canonicus Pier Francesco Peggi in Bologna (1729-1758) nebst Benedicts
Diarium des Conclaves von 1740” (2ª ed., Friburgo, 1888). Cf. Batiffol,
"Inventaire des lettres inédites du Pape Bénoit XIV" (Paris, 1894); R.
De Martinis, "Acta Benedicti XIV"; (Naples, 1884, passim). En 1904
Heiner editó tres tratados hasta entonces inéditos de Benedicto XIV
sobre ritos, las fiestas de los Apóstoles, y los Sacramentos.
La mejor relación de los escritos de Benedicto y las fuentes para
su vida se contienen en la obra arriba mencionada de KRAUS. Ver también
GUARNACCHI, Vitæ et res gestæ Romanor. Pontif. et Card. a Clem. X usque
ad Clem XI (Roma, 1857); NOVAES, Storia de' Sommi Pontefici (Roma,
1822); RANKE, Die röm. Päpste in den letzten vier Jahrh. (Leipzig, ed.
1900); Vie du Pape Bened. XIV (París, 1783); GRÖNE, PapstGeschichte
(Ratisbona, 1875), II. Para un largo relato sobre la Curia y el carácter
de los cardenales en la época de Benedicto XIV, ver CHOISEUL, Lettres
et Mémoires inédites, publiées par Maurice Boutry (París, 1895). Sobre
Benedicto como canonista ver SCHULTE, Gesch. der Quellen und Litt. des
can. Rechts (Stuttgart, 1880), III, 503 ss.
PATRICK J. HEALY
Transcrito por WGKofron
Con agradecimiento a la St. Mary's Church, Akron, Ohio
Traducido por Francisco Vázquez
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